El renacer de los Van Wijs || Privado

Su hermana se reincorporó luego del quinto ataque de Tiare, Derek se sumó y fue en su auxilio. Benelope ya había sido destruida y Violante no estaba en las mejores condiciones. Pese a ser mortal Crystall se plantaba ante aquel monstruo de belleza inigualable, Derek finalmente la conoció con su manto demoniaco, una cortina negra que ella muchas veces mencionó y él no concebía la posibilidad de que fuera malvada. La nieve se abrió paso en los cielos, no era la atmokinesis de su hermana; la naturaleza tomaba partido en  contra de ellos. En sincronía, Crystall generó una cortina de humo y Derek ilusiones de Crystall en varios lugares del cementerio, pero entonces, cuando él creyó tener ventaja al reincorporarse Violante se escuchó un disparo, seguido de éste el quejido mortal de su hermana, las ilusiones se desvanecieron y Crystall cayó como una frágil joya, Derek corrió hasta ella contemplando horrorizado el hoyo que había dejado la bala al salir y lo que parecía veneno alrededor de la herida, un veneno que descompuso rápidamente la piel. — ¡Huye!—dijo su hermana con sangre en su boca, casi ahogándose con sus palabras. — No Crystall, no hables… Todo estará bien—la tomó en sus brazos observando como lentamente se abrían sus labios, mas no salieron palabras, de su boca emanó la espesa sangre contaminada y los ojos de Crystall se apagaron, su aura negra se desvaneció y por un instante Derek pudo ver todas las almas que cargaba su hermana.

Luego… todo se puso negro y despertó. El luto de Derek ya se había extendido, no dejaba de soñar con la muerte de su hermana, inclusive sentado en sus jardines cuando solo se ponía a contemplar el mausoleo a nombre de Crystall.

Ya había llegado la primavera y Derek aún veía una nieve que no existía, observaba a su hermana, con su boca llena de sangre y sus ojos ausentes, como su durmiera. Con lágrimas en sus ojos se preguntaba, «¿qué era lo que Crystall iba decirme?»; quizás que lo amaba, o que debía de cuidar de Ivette. Nunca supo si realmente la aprobó como su prometida, nunca tuvo el placer de conocerla, de verla, de conversar; de que crystall se diera cuenta de lo mucho que se amaban, o tal vez agradecía que encontrara alguien. En su luto se dio cuenta que no conocía a su hermana, reconoció finalmente que su pequeña hermanita falleció en España junto a su familia y la mujer que se plantó ante él con la idea de formar un matrimonio, era el fénix surgido de esas cenizas que la inquisición creó. Por eso ella pudo verlo como un hombre y no como su hermano, por eso pudo sobrevivir ante tanto dolor, sin un amor real.

— Mi señor, perdone que me atreva a interrumpirlo y le reprenda—escuchó una voz, era su ama de llaves que a sus espaldas alzaba ligeramente la voz. Estaban en los alcatraces, la flor preferida de Crystall y quien los sembrara ahí cuando era su esposa y dueña de la casa. Apesadumbrado, totalmente dolido se dio media vuelta, ya no era el hombre altanero o mejor dicho ya no fingía serlo. La señora, una mujer caucásica de 60 años, con cabellos rubios y canosos, se plantó frente a su amo, con la autoridad de una madre, porque finalmente comprendía que de esa manera podía meterlo en razón o al menos lo intentaría. Quizás no tenía mucho aprecio por Derek debido al evento de su hermana, pero quería demasiado a Ivette y por ella arriesgaría su trabajo. — Ha llorado mucho mi señor, no puedo imaginar el dolor de su perdida pero sé que tanto amor le tiene a la señora; reaccione, la señora a penas come, se mal pasa y quiere estar dormida todo el día, su tristeza le está afectando—dijo en tono suave, Derek la contempló ausente, pero totalmente consciente a cada una de las palabras y una vez concluyó Anel, la ama de llaves susurró el nombre de Ivette.

El alguna vez ilusionista desvió su mirada, contempló nuevamente los alcatraces con un semblante abrumador, aún derrotado. Igual que Ivette no comía mucho y se había recluido, Derek recordó el dolor que había sentido al haberla perdido por años y se reprendió. No podía seguir en ese estado, por ella, que lo había sacrificado todo por él, por la promesa de una vida de dicha, de amor y prosperidad. No podía fallarle, no debía. Dejó escapar nuevas lágrimas y extendió su brazo hacía uno de los alcatraces, acarició con delicadeza la flor y cerró sus ojos, buscando en ésta un alivio a su dolor. Su luto terminaba ese día, lo tenía que hacer, por Ivette.

— Gracias Anel—le sonrió y Anel le imitó, luego caminó a ella y le prodigó un tierno beso en la frente, dio las gracias nuevamente y corrió al interior, abriéndose paso como un chiquillo hasta que llegó hasta la alcoba donde ya no dormía y ahí encontró a Ivette. Derek volvió a sonreír en ese día pero como no lo había hecho por mucho tiempo, era una sonrisa de enamorado y así, con ese sentimiento rodeó la cama sentándose a un costado de ella. Se quedó viéndola conteniéndose de no tocarla, parecía dormir y cuando ella sintió su presencia se abalanzó sobre él. — Si amor, lo estoy y no me volveré a partir… por mucho tiempo viví en luto pero ya no más—la besó con ternura en esos labios que como el resto de su cuerpo amaba con desesperación. — Mi bella gitana, amor de mi vida. Tenemos que comer algo, me han dicho que no comes—no lo dijo como reprimenda, no podía hacerlo, no tenía el corazón para alzarle la voz y no creía que pudiera hacerlo de nuevo. Lo había hecho en su reencuentro pero ya no tenía dudas del amor de Ivette y volvió a besarla.

Derek estuvo en lo cierto en todo momento. Quizás en su pronunciado luto no lo pensó mucho pero siempre había sido consciente de que ella extrañaría su antigua vida. Era una gitana y nunca lo dejaría de ser; y eso era lo que Derek más amaba de ella. Cuando se percató de que tambaleaba al caminar de inmediato se apresuró a ella para sentarla en la cama. —¡Anel! —gritó y quiso ir a buscarle pero sintió la mano de su gitana y declinó la idea—. No te voy a dejar amor, nunca más estarás sola—besó su frente y le sujetó ambas manos con rigor.

—¡Qué sucede señor!—llegó alarmada—, ¡dios mío! Mi niña qué tiene.

—Anda trae al médico, yo estaré aquí con ella —reprendió con sutileza, luego se sentó a un lado de ella y la arropó con sus brazos, oliendo el perfume natural de su cuerpo—. Discúlpame por ausentarme por tanto tiempo. Sé que extrañas tu vida de antes y sé también lo que significó para ti dejar tu vida para hacer una conmigo. Pero ya estaré aquí para ti, compartiremos este lecho hasta que la muerte nos separe —besó primero su frente y después buscó sus labios. Posteriormente, sintió entre ellos una presencia, escuchó la risa de un niño o una niña no alcanzó a distinguirlo y por inercia su mirada contempló el vientre plano de su mujer.

—Sé que no quieres que vea más allá del presente, pero ambos sabemos que yo puedo saber que tienes si me dejas ver el futuro —dijo sonriendo y acariciando los rojos cabellos de su gitana. Escuchó de nuevo la risa, no, eran risas infantiles. La habitación fue cambiando pero antes de que proyectara su poder para que mediante una ilusión su bella Ivette viera lo que sus ojos veían se controló. No podía faltar a la promesa que le hizo a Ivette de no usar su premoniciones en ella—. Esperemos al médico —volvió a tomar sus manos y las besó con ternura—, te amo Ivette —buscó sus labios y los besó.

Sintió sus caricias y no se atrevió a debatir las palabras de su futura esposa. —De acuerdo amor mío, que sea la sorpresa de la vida —dijo pero en cierta manera mentía o mejor dicho no cumpliría su promesa y la vida de Ivette corría peligro. Por ahora no parecía nada grave pero si las cosas se complicaban iba a recurrir a las premoniciones. Después de todo ya no tenía a nadie que le ayudase. Su hermana era la única que sabía de hechicería, que usaba la herbolaria, él nunca quiso meterse en ese mundo y aunque aún no se arrepentía algo en él sabía que lo haría tarde o temprano. —No lo sientas amor, verás que en cuanto llegue el médico te pondrás mejor. Además estoy aquí, eres mi hermosa gitana —y le besó la mano que ella le sostenía.

—El doctor Newman, mi señor, mi señora —lo anunció y Derek se levantó. —Adelante, lo estamos esperando —se escuchó un poco impaciente Derek y recostó a la frágil Ivette, le acercó almohadas hasta que el doctor le indicó que era suficiente. No, para ella nunca será suficiente; pensó, no quería que a su esposa nada le faltara. Entonces escuchó nuevamente las risas infantiles a su espalda. Derek volteó la mirada para buscar a los autores pero no sólo vio unas pequeñas sombras desaparecer por la puerta abierta. Derek quiso ir a indagar pero el escuchar a su hermosa Ivette decir que estaba bien hizo que pondera su atención sobre ella. La quiso reprender pero esa risa que tanto amaba lo contagió y también él rió. El doctor miró a Derek y éste no pudo más que mantener su sonrisa—. Adelante —lo animó y el doctor continuó con su trabajo.

Sin embargo, regresaron las risas y escuchó pasos de pequeños correr hacía una esquina de la habitación, a un costado de un amplio y largo armario. Derek cruzó la habitación para descubrirles pero escuchó la noticia más feliz que no creyó escucharía por lo que esas gitanas le habían hecho. ¡Ivette estaba embarazada! Derek se giró impaciente y corrió hasta la cama. —Tenga cuidado —quiso advertir el doctor pero era tarde, Derek quería abrazar a su esposa, besarla y ¿por qué no? Llorar con ella. Pese a todas esas emociones se acurrucó a un lado de ella. —Padres… —le tomó las manos y se las besó, luego, hizo lo mismo con su boca sin poder evitar que unas lágrimas salieran de sus ojos—, seremos padres Ivette, lo seremos y nadie nos arrebatará esto, nadie te hará daño… Te amo, te amo, te amo. ¡Ivette, seremos padres! —quiso gritar. El doctor se puso de pie pero no se alejó aún tenía que dar indicaciones—. Este fin de semana serás mi esposa, no podemos esperar más —anunció besando nuevamente las manos de su amada.

Escucharle decirle de sus labios como una chiquilla que no podía creer las maravillas a su alrededor decir «y nos casaremos este fin de semana» casi le hizo llorar. Derek asintió a su petición —por supuesto amor, aunque será en la noche si no tienes problema con eso —besó nuevamente el dorso de las manos de su prometida y con una mirada a su asistente pidió que le dejaran solos. Cuando lo estuvieron la tomó de la mano y caminaron al alfeizar, las puertas estaban abiertas y el aire había abierto las cortinas dejando ver los jardines. Derek se puso detrás de Ivette abrazándole por el torso que crecería dentro de algunos meses.

El ilusionista besó el cuello de su esposa, aquí lo haremos, es suficientemente grande para la ceremonia. Una de sus manos abandonó el torso de su prometida y señaló el norte del jardín. —Allá podemos poner el altar en un arco nupcial, con las sillas, un camino de flores y sin hacerlo a propósito creó una ilusión de como miraba él las cosas.

El día se volvió noche, el jardinero desapareció y por todo el jardín habían sillas, un camino. Ivette caminaba al altar con un vestido que aún no comproban y que ni siquiera Derek sabía que sería como el que se presentaba en la ilusión. Por otra parte el sacerdote y Derek la esperaban, llegó con él y extendiéndole la mano se resguardaron en el arco nupcial, se escuchó la música de una orquesta en un tono muy bajo y antes de que se hicieran los juramentos Derek dispersó la ilusión soltando una risa confidencial y terminó por besar el cuello de su futura esposa. —Será maravilloso, hermoso. Todo lo que quieras lo tendras así como nuestro hi... —hizo una pausa y vio a una niña y un niño de pelos rojos bajando las escaleras.

Derek volvió a besarla dispersando ese pensamiento, Ivette le había prohibido anunciar el futuro pero la intriga de saber si aquellos niños serían sus hijos lo hacían reflexionar en muchas cosas. —Si supiera que es lo que tendremos, ¿lo quisieras escuchar? —de antemano conocía la respuesta pero aún así la realizó.