AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Preliator || Privado
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Preliator || Privado
Y ahora os traigo la última palabra auténtica,
Atestiguada por cada ser vivo y muerto;
Buenas nuevas de gran alegría para ti, para todos:
No hay ningún Dios, ningún demonio en el cielo
Conjura nuestras torturas al descansar,
Nada se sacia en la hiel de nuestro desconsuelo.
—James Thomson.
Atestiguada por cada ser vivo y muerto;
Buenas nuevas de gran alegría para ti, para todos:
No hay ningún Dios, ningún demonio en el cielo
Conjura nuestras torturas al descansar,
Nada se sacia en la hiel de nuestro desconsuelo.
—James Thomson.
Sé que están cerca, los han enviado por nosotros. De seguro han de tener sellos como los nuestros, estoy completamente seguro de eso, pero sé también que aunque presente están, su mente sigue en un profundo letargo, no están conscientes de lo que son. Es una ventaja para continuar con nuestros planes. Aunque Agartha representa un enemigo sólido, nada se comparan con aquellos malditos emisarios celestiales. Pero aún así han interrumpido nuestros planes y eso me ha causado una enorme amargura desde el primer momento en que supe de su existencia. Mis demonios y yo estamos preparados, siempre lo hemos estado, aunque nuestros enemigos sean muchos, nosotros tenemos a la ignorancia de nuestra parte y nos ha dado un sinfín de posibilidades para hundir este mundo en oscuridad absoluta. Tengo mis dudas con respecto al paradero de los nuevos arcángeles, sin embargo, eso no nos detendrá. Hoy mismo partiré hacia Florencia con un selecto grupo de Ángeles Custodios, soldados de convicciones firmes y con almas contaminadas como las nuestras. Malacoda y los otros ya debieron de haber recibido mi misiva. Hay que estar atentos. Búsqueda y destrucción.
Gian Pietro Caraffa. Roma, 1800.
Basílica Catedral Santa María del Fiore. Florencia, año 1800.
Dos hombres de imponente figura estaban a cada extremo de la entrada principal del templo, vestían de negro con telas exquisitas y llevaban una resplandeciente cruz de malta en el lado derecho del pecho. Sus ojos eran oscuros y penetrantes, aunque parecía que reparaban en las personas que circundaban a los alrededores, lo hacían con gran agilidad que nadie lo notaba. Esperaban a alguien importante, era la impresión que daban, aparte, no dejaban que ninguna otra persona ajena a los suyos ingresara al interior de Santa María del Fiore. La entrada a los feligreses había quedado completamente prohibida aquella tarde. Jamás se les dio razón alguna, no querían que la visita exclusiva del Papa se viera entorpecida por simples fanáticos religiosos. Quienes no se imaginarían ni en sus peores pesadillas que en aquel recinto sagrado operaba una logia tan oscura y antigua como los orígenes de la misma religión cristiana.
Los Ángeles Custodios habían tomado como centro de reunión dicha basílica valiéndose de notables influencias y manipulaciones. E incluso, los miembros más selectos de la archidiócesis de Florencia pertenecían a esta cofradía, quien la lideraba nada más y nada menos que Gian Pietro Caraffa. Sólo se mostraba como una hermandad que operaba dentro de la Iglesia con fines netamente religiosos, pero sus verdaderos objetivos estaban más lejos de lo que muchos creían. Eran demonios con cuerpos de hombres.
Gian Pietro Caraffa había llegado a Florencia alrededor de las dos de la tarde. Tardó más de una hora en situarse frente Santa María del Fiore, estaba acompañado por otros hombres e igual de imponentes como quienes custodiaban la entrada de la catedral. Vestían con las mismas prendas y sus orbes estaban sumidos en oscuridad. Sólo bastó un simple saludo con la mano para que reconocieran a su líder, quien estaba cubierto por una espesa túnica negra, así los civiles no lo reconocerían. De inmediato, los dos sujetos abrieron las pesadas puertas y luego de que todos los invitados a la reunión hubieran atravesado el umbral, lo cerraron por completo.
El Papa examinó con la mirada cada rincón de la nave principal de la basílica, buscaba a alguien en específico, pero al parecer aún no estaba presente. Un atisbo de inconformidad logró verse en su rostro. Había dejado órdenes claras de que al momento en que él pusiera un solo pie en el suelo de Santa María del Fiore, ya debían estar todos los soldados presentes. Pero el invitado más importante faltaba, era un inquisidor. Caraffa volvió su mirada a los presentes.
— ¿Dónde se supone qué está Astor Gray? Creí haberos mencionado que sin él la reunión no daría inicio, ¿qué ha ocurrido? —Interrogó con seriedad, escudriñando con la mirada al séquito de hombres que lo acompañaban. Sólo uno de ellos tuvo la osadía de informarle sobre el paradero del inquisidor—. ¿Santa Croce? ¿Cómo estáis tan seguros? No me digas, Gray tiende a hacer ese tipo de actuaciones. Es un hombre meticuloso, ya lo sabemos. En fin, sólo nos queda esperar… ¿Trajisteis lo que os pedí con tanta vehemencia o aún se resguarda en esta basílica? Justo detrás del fresco de Dante —observó hacía los lados, encontrándose con aquella pintura de Domenico di Michelino.
Última edición por Gian Pietro Caraffa el Vie Abr 03, 2015 10:00 pm, editado 1 vez
Gian Pietro Caraffa- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 39
Fecha de inscripción : 01/09/2014
Localización : Roma
Re: Preliator || Privado
Unos días más tarde recibiré el primer mensaje.
Eso lo cambiará todo.
Markus Zusak
Astor Gray había aceptado entrar en el nuevo juego que el Papa estaba llevando a cabo. Para él nunca había nada que perder y en aquellos momentos lo que más necesitaba era algo en lo cual enfocar sus pensamientos. Desde el encuentro con Gianna en el hogar de la inquisidora, dar con ella e incluso intercambiar alguna palabra con la fémina, se había tornado una tarea titánica y por eso era que aceptaba sin replicar absolutamente nada, las ordenes de Gian Pietro Caraffa. Sin embargo todo resulto una maldita jugarreta del destino porque el lugar a donde debía viajar junto a todos los otros hombres que citaba el Papa, era nada más y nada menos, que Italia.
Para la mayoría Italia era únicamente un país cualquiera, pero para Astor, Italia era el lugar donde sus mayores desafíos habían sido criadas. Por un lado, se encontraba la loba con la que hacía tanto tiempo no tenía contacto alguno, Gianella, a quien aparentemente la tierra se la había tragado; y por el otro lado, Italia también era el lugar donde Gianna había nacido y vivido, aquella era la tierra donde estaban aquellos que tenían los afectos de la mujer por la que Astor Gray estaba tan confundido y claro, también era la tierra donde había estado el hombre que gracias a sus engaños, llevo a Gianna hasta sus brazos, pero todo eso no era más que un recuerdo en aquellos momentos. Por el simple hecho de que aquel lugar era parte de donde aquellas dos mujeres habían pasado tiempo, fue que Astor se tomo la libertad de irse a vagar y no dirigirse de manera inmediata a donde se suponía que se desarrollaría la reunión para la que fueron llamados a aquel lugar.
Bien sabia que el Gian Pietro no era un hombre con el que se pudiera jugar pero aquel hombre también debía saber que Astor poseía una personalidad complicada de tratarse y eso mismo era lo que le llevaba a actuar como si el fuera el jefe. No se sentía el jefe de la inquisición, sino que era el jefe de su manera de actuar y nada ni nadie iba a cambiar esa parte de él. Con calma estuvo entre las calles, conociendo parte de Italia y pensando en Gianna. A su vuelta de aquel viaje, tenía que verla y hablarle, costara lo que costara. Con aquella resolución en mente, fue que finalmente se dirigió a Santa María del Fiore donde seguramente la reunión ya había dado inicio, pero aquello daba igual, total, se enteraría de alguna u otra manera de lo que se estaba planeando.
La entrada a Santa María del Fiore estaba demasiado bien resguardada; el Papa no deseaba que nadie interrumpiese y pese a esas especificaciones, Astor paso a los hombres que cuidaban la entrada, quienes aparentemente le reconocieron sin hacer ninguna clase de pregunta y abrieron para él las puertas. Los pasos del licántropo eran seguros y no fue sino hasta que sus ojos dieron con la figura del sumo pontífice en la sala de reunión que hablo.
– Lamento la demora, estaba admirando lo hermosa que es Florencia y he terminado perdiendo la noción del tiempo – camino hasta donde se suponía que se encontraba su puesto – Espero no haberme perdido nada importante – y dicho eso, lanzo una mirada a todos los presentes mientras una sonrisa un tanto burlona se extendía por su rostro.
Eso lo cambiará todo.
Markus Zusak
Astor Gray había aceptado entrar en el nuevo juego que el Papa estaba llevando a cabo. Para él nunca había nada que perder y en aquellos momentos lo que más necesitaba era algo en lo cual enfocar sus pensamientos. Desde el encuentro con Gianna en el hogar de la inquisidora, dar con ella e incluso intercambiar alguna palabra con la fémina, se había tornado una tarea titánica y por eso era que aceptaba sin replicar absolutamente nada, las ordenes de Gian Pietro Caraffa. Sin embargo todo resulto una maldita jugarreta del destino porque el lugar a donde debía viajar junto a todos los otros hombres que citaba el Papa, era nada más y nada menos, que Italia.
Para la mayoría Italia era únicamente un país cualquiera, pero para Astor, Italia era el lugar donde sus mayores desafíos habían sido criadas. Por un lado, se encontraba la loba con la que hacía tanto tiempo no tenía contacto alguno, Gianella, a quien aparentemente la tierra se la había tragado; y por el otro lado, Italia también era el lugar donde Gianna había nacido y vivido, aquella era la tierra donde estaban aquellos que tenían los afectos de la mujer por la que Astor Gray estaba tan confundido y claro, también era la tierra donde había estado el hombre que gracias a sus engaños, llevo a Gianna hasta sus brazos, pero todo eso no era más que un recuerdo en aquellos momentos. Por el simple hecho de que aquel lugar era parte de donde aquellas dos mujeres habían pasado tiempo, fue que Astor se tomo la libertad de irse a vagar y no dirigirse de manera inmediata a donde se suponía que se desarrollaría la reunión para la que fueron llamados a aquel lugar.
Bien sabia que el Gian Pietro no era un hombre con el que se pudiera jugar pero aquel hombre también debía saber que Astor poseía una personalidad complicada de tratarse y eso mismo era lo que le llevaba a actuar como si el fuera el jefe. No se sentía el jefe de la inquisición, sino que era el jefe de su manera de actuar y nada ni nadie iba a cambiar esa parte de él. Con calma estuvo entre las calles, conociendo parte de Italia y pensando en Gianna. A su vuelta de aquel viaje, tenía que verla y hablarle, costara lo que costara. Con aquella resolución en mente, fue que finalmente se dirigió a Santa María del Fiore donde seguramente la reunión ya había dado inicio, pero aquello daba igual, total, se enteraría de alguna u otra manera de lo que se estaba planeando.
La entrada a Santa María del Fiore estaba demasiado bien resguardada; el Papa no deseaba que nadie interrumpiese y pese a esas especificaciones, Astor paso a los hombres que cuidaban la entrada, quienes aparentemente le reconocieron sin hacer ninguna clase de pregunta y abrieron para él las puertas. Los pasos del licántropo eran seguros y no fue sino hasta que sus ojos dieron con la figura del sumo pontífice en la sala de reunión que hablo.
– Lamento la demora, estaba admirando lo hermosa que es Florencia y he terminado perdiendo la noción del tiempo – camino hasta donde se suponía que se encontraba su puesto – Espero no haberme perdido nada importante – y dicho eso, lanzo una mirada a todos los presentes mientras una sonrisa un tanto burlona se extendía por su rostro.
Astor Gray- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Preliator || Privado
En la horca negra, amable manco,
bailan, bailan los paladines,
los descarnados actores del diablo;
danzan que danzan sin fin
los esqueletos de Saladín.
—Arthur Rimbaud.
bailan, bailan los paladines,
los descarnados actores del diablo;
danzan que danzan sin fin
los esqueletos de Saladín.
—Arthur Rimbaud.
Caraffa hizo un ademán a uno de sus hombres para que no siguiera excusando al inquisidor, ya estaba bastante agobiado de pretextos sin razón alguna. Su mirada se paseó por toda la decoración de Santa María del Fiore, aquellas reliquias aún se conservaban en buen estado luego de tantos siglos. El recinto siempre había sido su lugar de preferencia, tanto, que ahora era uno de los lugares predilectos en donde solían darse eventualmente algunas reuniones con Los Ángeles Custodios. El motivo que lo llevaba a Florencia aquella vez era algo con carácter de urgencia. Lamentablemente, ninguno de sus demonios estaba en Italia para poder consignarse una conversación más íntima, tuvo que conformarse con algunas cartas enviadas a éstos a París, en donde se hallaban actualmente. Las sospechas de que sus más enraizados enemigos anduvieron rondando en algún lugar lo ponían inquieto. Desde que Lucifer fue expulsado del cielo, le declaró la guerra a Miguel y a los seis arcángeles que lo acompañaban y para mayor colmo, la tierra se había convertido en el lugar de batalla de ambos bandos.
El Papa observó detenidamente el fresco de uno de los pasajes del infierno de Dante, el poeta jamás fue de su agrado. Demasiada inteligencia lo abrumaba. Estaba de pie frente a aquella pintura que databa del Renacimiento y luego exhaló con notable fastidio al notar que los minutos transcurrían y Astor prácticamente brillaba por su ausencia. Los acompañantes del sumo pontífice permanecieron en total silencio, se miraban los unos a los otros y le hacían señas a quienes resguardaban la entrada principal, pero no había indicios de que el inquisidor hiciera su aparición.
—Bueno… —Agregó el Papa—. En vista de que a Astor le ha dado por ser turista en Florencia, ya podéis preparar todo para dar inicio a la reunión. No pienso quedarme aquí simplemente admirando a la nada y vosotros tampoco querréis lo mismo. Si a Gray le da la gana de asistir, es su problema, no el mío. Estoy bastante mayor y me pesan los siglos como para estar preocupándome por criaturas terrenales.
Gian Pietro Caraffa había sentenciado sus últimas palabras con la frivolidad digna de un demonio. El eco de sus pasos resonaba en cada esquina de Santa María del Fiore, los hombres que le acompañaban no tuvieron otra opción que seguir a aquel hombre, pues ya conocían su carácter y no pretendían hacer avivar más las llamas del infierno. El Papa no se andaba con rodeos, era bastante estricto con los asuntos concernientes a su logia y si alguien no mostraba suficiente interés en aquellos asuntos, podía simplemente marcharse en busca de una muerte segura. Pues nadie huía de Los Ángeles Custodios con vida, su único destino siempre sería la muerte.
El Papa siguió su camino, se dirigía al altar de la basílica con aire decisivo, mientras a su lado avanzaba uno de los cancilleres de la logia. Le hablaba al oído con total discreción, el idioma que empleaba para comunicarse con su líder era un latín bastante antiguo, lo que evidenciaba la confidencial que resultaba la conversa. Sólo fueron interrumpidos por el sonido de las puertas del templo abriéndose y ambos observaron por sobre sus hombros a ver de qué se trataba. Al parecer, Astor Gray había irrumpido finalmente en Santa María del Fiore. Avanzó con seguridad a pesar de que se había retrasado en su llegada. Caraffa giró sobre su propio eje y le observó con seriedad, como si no le causara gracia aquella aparición que tanto consideraba indigna, pero evitó hacer mayor reclamo por eso.
—Supongo que Cronos fue el culpable de vuestro retraso, desde luego, siempre lo culpan en este tipo de situaciones, ¿no es así? —Respondió Caraffa con evidente sarcasmo—. Llegasteis un poco tarde, pero irónicamente a tiempo para dar inicio a la reunión. La próxima vez os agradecería que dejaseis el plan de turismo como última opción, Gray. Y no, no me interesan vuestras excusas. —Finalmente volvió a darse media vuelta y continuó su camino hacia el altar la basílica.
Gian Pietro Caraffa- Inquisidor Clase Alta
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Re: Preliator || Privado
Si las instrucciones no son claras, las explicaciones y órdenes no son confiadas, la falta es del general.
Sun Tzu
Astor era una bestia. Servia a la inquisición únicamente porque en el inicio de su maldición así se lo impusieron, convirtiéndose después aquel trabajo en su manera apta para liberar las tensiones de su cuerpo. Se había convertido poco a poco en un fiel soldado y no lo era porque honrara a Dios, sino porque había descubierto el placer que le generaba terminar con la vida de inmortales y mortales; además de ¿Qué mejor que tener permiso divino para ello? La inquisición se había vuelto el sitio adecuado para cumplir con sus ideales de destrucción y muerte, pero además últimamente se había vuelto algo más. Había dejado de pensar en la idea de dejar de ser parte de aquel grupo pero no por eso se mantendría recluso por siempre o evitando formar lo que todos, una vida. Agregaba entonces a eso el hecho de que sus intereses se verían quizás más recompensados al servir directamente al Papa y cualquier cosa que él pensara hacer. Si bien no todo lo que se hacía era siempre correcto, a Astor le daba exactamente igual lo que se hiciera porque no tenía grandes escrúpulos cuando se trataba de matar o destruir; quizás lo único que le hacía sentir de una manera diferente era la presencia de Gianna y ella, no estaba ahí en esos momentos.
Llegar tarde a la reunión tampoco le significaba una gran molestia. Si Gian Pietro Caraffa le había llevado a ese sitio era porque también le necesitaba y ambos hombres eran en el fondo conscientes de eso y por tanto, Astor no se preocupaba. Con descaro entro en aquel lugar destinado a la reunión y sin pedir siquiera una disculpa digna fue a tomar asiento al lugar vacío que supuso era el suyo. Con la burla en la sonrisa y después de mirar a todos los presentes, enfoco su mirada en el Sumo Pontífice. Gian no era un hombre que tolerara grandes cosas, pero Astor era simplemente de esa manera y estaba de más que se tratara de cambiar a un hombre que llevaba ya tantos años actuando más como una bestia que cualquier otra cosa. Podía fingir muy bien y mostrarse de la manera debida según su educación y los sitios, pero generalmente, era su lado más salvaje aquel que afloraba y lo llevaba a moverse por la vida.
La molestia en los ojos de Caraffa era notoría pero ¿Qué más daba? Ya había llegado, tarde, pero finalmente estaba ahí a su disposición.
– Nadie ha culpado al tiempo, he dicho que fui yo quien perdió la noción del tiempo – sonrió de nuevo y se acomodo en su puesto – El tiempo siempre corre igual, somos nosotros los que vamos más deprisa o más lento; además, ya lo ha expresado usted, llegue… irónicamente a tiempo así que prosiga, no quería culpar después usted a Cronos porque esto se extienda más de lo que tiene planeado – la sonrisa se esfumo de sus labios para permitir que aquel hombre continuara. Sus palabras no eran excusas, simplemente lo que se suponía que debía decir porque aquel hombre era su superior y por algo, es que debían informar sobre sus movimientos.
Observo al pontífice ir en dirección al altar y continuo con la mirada puesta sobre él, al igual que lo hacían los que estaban reunidos ahí. Finalmente los planes del Papa saldrían a la luz.
Sun Tzu
Astor era una bestia. Servia a la inquisición únicamente porque en el inicio de su maldición así se lo impusieron, convirtiéndose después aquel trabajo en su manera apta para liberar las tensiones de su cuerpo. Se había convertido poco a poco en un fiel soldado y no lo era porque honrara a Dios, sino porque había descubierto el placer que le generaba terminar con la vida de inmortales y mortales; además de ¿Qué mejor que tener permiso divino para ello? La inquisición se había vuelto el sitio adecuado para cumplir con sus ideales de destrucción y muerte, pero además últimamente se había vuelto algo más. Había dejado de pensar en la idea de dejar de ser parte de aquel grupo pero no por eso se mantendría recluso por siempre o evitando formar lo que todos, una vida. Agregaba entonces a eso el hecho de que sus intereses se verían quizás más recompensados al servir directamente al Papa y cualquier cosa que él pensara hacer. Si bien no todo lo que se hacía era siempre correcto, a Astor le daba exactamente igual lo que se hiciera porque no tenía grandes escrúpulos cuando se trataba de matar o destruir; quizás lo único que le hacía sentir de una manera diferente era la presencia de Gianna y ella, no estaba ahí en esos momentos.
Llegar tarde a la reunión tampoco le significaba una gran molestia. Si Gian Pietro Caraffa le había llevado a ese sitio era porque también le necesitaba y ambos hombres eran en el fondo conscientes de eso y por tanto, Astor no se preocupaba. Con descaro entro en aquel lugar destinado a la reunión y sin pedir siquiera una disculpa digna fue a tomar asiento al lugar vacío que supuso era el suyo. Con la burla en la sonrisa y después de mirar a todos los presentes, enfoco su mirada en el Sumo Pontífice. Gian no era un hombre que tolerara grandes cosas, pero Astor era simplemente de esa manera y estaba de más que se tratara de cambiar a un hombre que llevaba ya tantos años actuando más como una bestia que cualquier otra cosa. Podía fingir muy bien y mostrarse de la manera debida según su educación y los sitios, pero generalmente, era su lado más salvaje aquel que afloraba y lo llevaba a moverse por la vida.
La molestia en los ojos de Caraffa era notoría pero ¿Qué más daba? Ya había llegado, tarde, pero finalmente estaba ahí a su disposición.
– Nadie ha culpado al tiempo, he dicho que fui yo quien perdió la noción del tiempo – sonrió de nuevo y se acomodo en su puesto – El tiempo siempre corre igual, somos nosotros los que vamos más deprisa o más lento; además, ya lo ha expresado usted, llegue… irónicamente a tiempo así que prosiga, no quería culpar después usted a Cronos porque esto se extienda más de lo que tiene planeado – la sonrisa se esfumo de sus labios para permitir que aquel hombre continuara. Sus palabras no eran excusas, simplemente lo que se suponía que debía decir porque aquel hombre era su superior y por algo, es que debían informar sobre sus movimientos.
Observo al pontífice ir en dirección al altar y continuo con la mirada puesta sobre él, al igual que lo hacían los que estaban reunidos ahí. Finalmente los planes del Papa saldrían a la luz.
Astor Gray- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Preliator || Privado
Vimos el infierno en un cuerno de sulfuro, el mito eterno,
Todo el cielo en la medianoche del sol,
Y una serpiente con su música en las formas del tiempo.
—Dylan Thomas.
Todo el cielo en la medianoche del sol,
Y una serpiente con su música en las formas del tiempo.
—Dylan Thomas.
El Papa no era un hombre al que se le podía sacar de los estribos fácilmente, en realidad, a pesar de su rigidez y petulante personalidad, Caraffa sabía cómo mantenerse con una postura inquebrantable. Ya llevaba demasiados siglos actuando de la misma manera, tropezándose en el camino con individuos como Astor Gray e incluso, sus propios demonios solían ser de vez en vez bastante desagradables hasta el punto de actuar como unos críos. Ya prácticamente había superado esas actuaciones infantiles y provocadoras desde hacía mucho. A sus setenta años ya no estaba en la posición para lidiar con niños y menos cuando sus intereses personales demandaban cosas más importantes.
El canciller de Los Custodios le lanzó una mirada furtiva al inquisidor, cargada de molestia, lo mismo que hicieron los demás miembros presentes. ¿Acaso aquel hombre sabía con quienes se estaba reuniendo ese día? Caraffa jamás le hizo mención acerca del origen de aquellos individuos. Para los enemigos de la Iglesia, eran diablos y estaban en lo cierto. El sumo pontifica siguió con su camino hacia el altar de la basílica, recordando que en algún momento de su pasado, estuvo en ese mismo lugar en compañía de Malebranche. Esa noche había sido su despertar como líder de Los Ángeles Custodios.
Al estar en el altar hizo una breve reverencia al Santísimo Sacramento, como lo haría cualquier ministro de la Iglesia. Esto demostraba que las actuaciones de Caraffa eran, por así decirlo, perfectas, impecables. No se notaba ningún atisbo de que no fuera el indicado para ser el máximo representante de la Iglesia, al contrario, era capaz de convencer al más incrédulo, despistándolo de que bajo su sombra se refugiaba un ser sediento de poder, alguien que reclamaba su antigua jerarquía.
Hizo una seña a uno de sus servidores, era un hombre alto, de hombros anchos y fornidos; se refirió a éste con el seudónimo “Barbariccia”, quien al comprender las señas de su líder, saco entre su larga túnica negra un pequeño cofre, perfectamente tallado y decorado con finos ornamentos dorados. Llevaba una especie de candado, nada común para los candados que se acostumbraban a ver. El Papa tomó aquel objeto con devoción e intercambió unas palabras en latín con el otro sujeto y ambos miraron a Astor. Caraffa decidió entonces abrir aquella caja y sacó una daga de impecable joyería en el mango y a su lado colocó una especie de pergamino antiguo, enrollado y sujetado con un hilo de oro.
—Como ya sabéis —se dirigió a los presentes luego de tomarse un par de minutos en prepararse—. Hoy se encuentra entre nosotros un nuevo miembro, alguien que ha decidido unirse a nuestra logia. Un hombre más que sobrevivirá ante la caída de la Inquisición en un futuro —hizo una pausa—. Astor Gray, un inquisidor, que ya no tiene porque rebajarse a tal jerarquía… Y considero capaz de hacer valer nuestros objetivos, porque al igual que vosotros, su alma ambiciosa no descansará hasta no saciarse de la sangre de sus enemigos. Aquí sólo prevalece la fe en sí mismos, en sus deseos y en complacer vuestros espíritus hambrientos.
Caraffa tomó la daga mientras Barbariccia cargaba con el pergamino. Se dirigió al frente del altar y fijando su mirada en Astor lo invitó a acercarse. Prácticamente había dejado a un lado toda la palabrería del licántropo. Palabrería que había disgustado a los presentes.
—Ahora podéis acercarte, Astor. Para ser miembro de nuestra logia, tenéis que firmar un contrato. Como se hace en toda iniciación. Este es el “requisito” final, por así decirlo —hizo un ademán al inquisidor, invitándolo a acercarse hacia donde estaba Barbariccia y él.
Gian Pietro Caraffa- Inquisidor Clase Alta
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Re: Preliator || Privado
Creo en un dios personal que me cuida y se preocupa por mí y ve todo lo que hago
Neil Gaiman
No conocía realmente la identidad de todos aquellos con quienes se reunía ese día, o al menos no las identidades reales y aunque las hubiese conocido, tampoco hubiera actuado de otra manera ¿Para que hacerlo? Fingir no era parte de sus dones y por tanto aquel grupo que se reunía en la basílica, gozaba de la sinceridad de Astor. La expresión del licántropo se volvió más sería y mucho menos burlona en el momento que decidió ceder completamente el poder al Sumo Pontífice; Gray bien era un idiota la mayor parte del tiempo sin embargo cuando los asuntos serios amenazaban con salir a la luz, tomaba la posición del hombre que se tomaba todo con seriedad. Pedir detalles de lo que se llevaría a cabo en aquel lugar le había resultado una perdida de tiempo, algo inútil y carente de sentido. Él únicamente necesito saber que ayuda sería bien remunerada para aceptar participar en cualquier cosa que el Papa tuviera entre manos; Astor estaba dispuesto a ensuciarse las manos y hacer lo que otros no estaban dispuestos, todo con tal de ver sus fines cumplidos y de saber que estaba en el bando que llevaba las de ganar; y algo le decía que justamente estaba dando su lealtad a ese bando.
Su mirada seguía cada uno de los movimientos realizados por el Pontífice, sin parecerle ninguno diferente a lo que le viera hacer durante las verdaderas reuniones inquisitoriales, terminando de esa manera por relajarse completamente y permitir que la reunión se llevara a cabo según lo planeado por Caraffa. Dejó de mirar en dirección del líder de la inquisición, solo en el momento en que otro sujeto se acercaba hasta él con un cofre que absorbió por completo la atención de Gray. No se percató el momento en que aquel par de hombres miraron en su dirección, sino que se enfoco más en observar el pergamino y la daga que habían salido de aquel cofre misterioso pues aquella situación se estaba tornando bastante peculiar y le causaba mucha más curiosidad al licántropo por saber exactamente en que se metía. Durante un corto periodo de tiempo, fue el silencio quien reino en aquel lugar; silencio que se vio perturbado al ser el Pontífice quien volviera a hablar, en esa ocasión para presentar a Astor como parte de la logia aquella. Escuchar que se unía a algo que prometía llevar a su destrucción a la inquisición le hizo sonreír; desde un buen tiempo pensaba ya que ese sistema era completamente obsoleto y no se molestaba en ocultar el desagrado que sentía por aquella institución para la que trabajaba (más por necesidad que por gusto propio).
No rebajarse nunca más a considerarse él mismo como parte de los inquisidores le era suficiente para firmar cualquier cosa pues aunque gustaba de matar, nunca había sido su idea ser parte de las filas del grupo que se encargaba a eliminar sobre naturales. El licántropo se levanto de su puesto en el momento que fue llamado a acercarse y exhibiendo una enorme sonrisa fue que llego hasta el lugar donde estaba Caraffa.
– Cumpliré con cualquier requisito que me sea pedido; de no haber sido realmente mi intención ingresar en esta logia jamás hubiese venido así que pida lo que necesiten, que de mi parte lo tendrán – Respondió con firmeza pues Astor Gray siempre cumplía su palabra en momentos de seriedad y de eso, nadie podía dudar. Dichas ya esas palabras, aguardo para saber que era exactamente lo que debía hacer y que más le pedirían en ese momento.
Neil Gaiman
No conocía realmente la identidad de todos aquellos con quienes se reunía ese día, o al menos no las identidades reales y aunque las hubiese conocido, tampoco hubiera actuado de otra manera ¿Para que hacerlo? Fingir no era parte de sus dones y por tanto aquel grupo que se reunía en la basílica, gozaba de la sinceridad de Astor. La expresión del licántropo se volvió más sería y mucho menos burlona en el momento que decidió ceder completamente el poder al Sumo Pontífice; Gray bien era un idiota la mayor parte del tiempo sin embargo cuando los asuntos serios amenazaban con salir a la luz, tomaba la posición del hombre que se tomaba todo con seriedad. Pedir detalles de lo que se llevaría a cabo en aquel lugar le había resultado una perdida de tiempo, algo inútil y carente de sentido. Él únicamente necesito saber que ayuda sería bien remunerada para aceptar participar en cualquier cosa que el Papa tuviera entre manos; Astor estaba dispuesto a ensuciarse las manos y hacer lo que otros no estaban dispuestos, todo con tal de ver sus fines cumplidos y de saber que estaba en el bando que llevaba las de ganar; y algo le decía que justamente estaba dando su lealtad a ese bando.
Su mirada seguía cada uno de los movimientos realizados por el Pontífice, sin parecerle ninguno diferente a lo que le viera hacer durante las verdaderas reuniones inquisitoriales, terminando de esa manera por relajarse completamente y permitir que la reunión se llevara a cabo según lo planeado por Caraffa. Dejó de mirar en dirección del líder de la inquisición, solo en el momento en que otro sujeto se acercaba hasta él con un cofre que absorbió por completo la atención de Gray. No se percató el momento en que aquel par de hombres miraron en su dirección, sino que se enfoco más en observar el pergamino y la daga que habían salido de aquel cofre misterioso pues aquella situación se estaba tornando bastante peculiar y le causaba mucha más curiosidad al licántropo por saber exactamente en que se metía. Durante un corto periodo de tiempo, fue el silencio quien reino en aquel lugar; silencio que se vio perturbado al ser el Pontífice quien volviera a hablar, en esa ocasión para presentar a Astor como parte de la logia aquella. Escuchar que se unía a algo que prometía llevar a su destrucción a la inquisición le hizo sonreír; desde un buen tiempo pensaba ya que ese sistema era completamente obsoleto y no se molestaba en ocultar el desagrado que sentía por aquella institución para la que trabajaba (más por necesidad que por gusto propio).
No rebajarse nunca más a considerarse él mismo como parte de los inquisidores le era suficiente para firmar cualquier cosa pues aunque gustaba de matar, nunca había sido su idea ser parte de las filas del grupo que se encargaba a eliminar sobre naturales. El licántropo se levanto de su puesto en el momento que fue llamado a acercarse y exhibiendo una enorme sonrisa fue que llego hasta el lugar donde estaba Caraffa.
– Cumpliré con cualquier requisito que me sea pedido; de no haber sido realmente mi intención ingresar en esta logia jamás hubiese venido así que pida lo que necesiten, que de mi parte lo tendrán – Respondió con firmeza pues Astor Gray siempre cumplía su palabra en momentos de seriedad y de eso, nadie podía dudar. Dichas ya esas palabras, aguardo para saber que era exactamente lo que debía hacer y que más le pedirían en ese momento.
Astor Gray- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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