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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Vie Mar 17, 2017 6:31 pm


Abadía de Montecassino (Roma) - Edad Media.

Se puso de cuclillas, y extendiendo su mano, tomó un puñado de tierra árida; su vestidura, una vieja túnica negra, estaba rasgada y sucia, arruinada por el mal tiempo y los días que estuvo divagando de un lado a otro. Había llegado a Cassino hacía varios días atrás, persiguiendo una de las leyendas más asombrosas de la época. Con increíble destreza siguió los pasos de algunos templarios que se dirigían airosos a la abadía que se hallaba en la colina; suponía que llevaban algo, que según su conciencia antigua, le pertenecía desde el inicio de los tiempos. El Mensajero había abandonado Tierra Santa sólo para hallarse cara a cara con el tesoro que tanto había deseado obtener en el pasado, antes de que fuera puesto en manos de supuestos elegidos. Todas las pistas conducían a aquel lugar rocoso, en donde alguna vez reposó un templo en honor al dios Apolo.

Desde su posición podía observar como la construcción se erigía con supremacía, destacándose ante cualquier edificio antiguo. Sin duda, estaba en el lugar correcto, y no importaba cuántas almas tuviera que arrojar al abismo, ella, como una arcaica deidad primigenia, reclamaría su poder. Observó la arena en su mano y la dejó caer, como lo hacía el sol en ese día. Su plan marchaba tal y como lo había planeado. Entre los árboles que circundaban la zona, sus trovadores, como fieles vigilantes nocturnos, se enteraban de cada movimiento del enemigo. Manipular la mente de Le Fay había sido la tarea más sencilla, y todo gracias a sus ataduras hacia los dioses silentes de las islas británicas, además de haber compartido con ella el mismo entrenamiento con un talentoso mago.

Urdido el plan, dejó que la noche reposara con serenidad, para sí poder mezclarse en las tinieblas, pareciendo incluso una sombra más, una que se desplazó a través del trecho de tierra que conducía a la abadía.

Graffiacane, en esa precisa encarnación, había obtenido habilidades mágicas, pues, mantenía gran parte de su esencia atada a ella. Podía hasta cambiar su apariencia para despistar a cualquiera, y también lograba dominar a los muertos con increíble destreza, encerrándolos en los cadáveres de cuervos, para así utilizarlos como emisarios. Gracias a estos dones logró colarse entre las paredes frías de la edificación, pasando desapercibida en la forma de un pobre monje Benedicto que pedía alojo durante una supuesta peregrinación. ¡Era increíble como osaba engañar el demonio del quinto círculo! Por algo su gemelo reinaba en el anillo del Fraude. Sin embargo, las cuestiones que la llevaban a actuar en soledad eran muy diferentes; su propia codicia, por ser quien gobernara en el abismo con el mismo poder de cuando era uno de los poderosos Tronos celestiales.

—A coelo usque ad centrum —susurró cuando estuvo cerca de una mujer de cabellos castaños, quien se hallaba sentada en uno de los desolados corredores—. A cohores fratres viventem in aeternum —continuó, aún con la mirada fija en los ojos de la joven, quien supo reconocer de inmediato quien se ocultaba tras la apariencia de un monje de mediana edad—. No fue complicado, ¿cierto, Morgan le Fay? Tu mente aún está bajo mi control. Y espero que lo continúe o tu maestro tendrá que sufrir las consecuencias. —Chasqueó la lengua, sonriendo con esa malicia propia de un demonio—. Humanos, es tan fácil engañarlos con cualquier apego a lo emocional. Llévame a los caballeros, sepáralos en el bosque, atormenta al Merovingio y yo me haré cargo de Gabriel.

Y con estas palabras se esfumó a través del pasillo oscuro, dejando a Le Fay terriblemente confundida, mirándose las manos como si intentara hallar alguna solución en las marcas que se trazaban en las palmas.



Última edición por Erinnia S. Graffiacane el Sáb Mar 25, 2017 2:28 pm, editado 2 veces


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Mensaje por Donato G. Pecora Lippi Vie Mar 24, 2017 8:32 pm





Preliator
Reúnan los alados el aliento, tras la orden del Definitivo, soplarán los clarines del desenlace.

Las tinieblas se habían cernido sobre la santa obra del Creador cuando los peregrinos interrumpieron su marcha a mediados del bosque. Hasta el anuncio del alba reposarían sus extenuados cuerpos y velarían en turnos por la integridad de los elegidos; la noche era el escenario en que los caídos y sus vástagos desempeñaban su pagana labor, mas se esperaba que no acopiaran la osadía de incordiar a los caballeros. En comunión con el horizonte se erigía la abadía, con sus cúpulas de antaño y la promesa de rocosos aposentos y mullidos lechos en los cuales conciliar, finalmente, el sueño. Habían pasado algunas semanas desde la partida y cada suspiro amenazaba con ser el último, cinco Caballeros del Temple cargaban con la responsabilidad de la misión, presididos por dos compañías y seguidos por otras tres, cuyo objetivo era camuflar la reliquia que portaban ellos, los encarnados, ya próximos a arribar a destino.
Gabriele y otro élite montarían la primera ronda, debían velar por la integridad del guardián y procurar que se presentara en el templo con el Santo Grial.

Hacía varias jornadas que el joven no lograba descansar con placidez, el letargo era una siniestra tortura que acarreaba consigo la manifestación de atroces pesadillas. Una y otra vez había despertado bañado en sudor y tiritando de espanto, las voces en su cabeza se comunicaban en diversidad de idiomas, recordándole su pasado, distorsionando su presente y anticipando un incierto futuro que con cada anochecer se extendía más sombrío. Frente a los caballeros se comportaba con naturalidad, esforzándose por acallar el desorden que era su mente e incentivar los buenos ánimos; le valoraban por su inteligencia, astucia y comprensión, y así se perpetuaría hasta que sus restantes fuerzas acabaran de desgastarse.
Como si un millar de puñales se clavaran en su pecho y una horda de estacas le perforaran el vientre, había comenzado a evadir las comidas con la excusa de proporcionar seguridad; la armadura se cernía como un parásito sobre su carne y la espada a cada instante se volvía más pesada, hacía tiempo que se le habían agotado los suspiros y desde joven se le había enseñado a no llorar, su único soporte residía en sus plegarias, en ellas volcaba su espíritu, anhelando que el Todopoderoso le brindase la fortaleza para superar un día más. Era una escasa legua la que le distanciaba del acogedor abrazo de su doncella, el único pecado del que jamás encontraría redención.

El joven acostumbraba perderse en el mar de pensamientos que inundaba su sano juicio, en ocasiones olvidaba quién era y cuál misión respondía a su cargo, mas siempre lograba aferrarse a la realidad con drasticidad; eran la sangre de sus heridas, la insistencia de un compañero y una voz producto de sus alucinaciones las que le habían salvado en todas aquellas ocasiones. Pero ya no estaba seguro de cuánto más le sería efectivo.
Desde el momento en que pusiera pie en Tierra Santa, la confusión acarreada por su designio había arrasado con cualquier intento de resistencia; la reliquita envuelta en sábanas de lino y resguardada por el único individuo con la dignidad para portarle parecía susurrarle hechizos al oído, envenenándole el intelecto y conduciéndole hacia un valle de miserias sin salida.
–¿Oyes eso? –interrogó su compañero, con la templanza de todo caballero pero la inquietud de quien portaba una responsabilidad. Gabriele aguzó el oído y se concentró en la misteriosa melodía que endulzaba la brisa.
Se puso de pie, con la mano aferrando su empuñadura y viró para establecer contacto con el templario en guardia, tras asentir como respuesta, avanzó en dirección de las tinieblas que residían en el bosque.
Aguarda aquí. Si notas que no regreso en breve, si te percatas del choque de metales o percibes que hay un sexto entre nosotros, despierta a la compañía y emprendan de inmediato el camino hacia la abadía. Les alcanzaré entonces.

Las malezas crujieron cuando el joven se adentró entre las cortezas, envainada su espada –mas inmensamente predispuesta– y aferrada su zurda al cabo de una antorcha, se distanció de sus hermanos para comprobar que podían descansar hasta el amanecer. Pero aquella voz, angustiosa y armónica, continuaba suspendida en el aire y comenzaba a contraerle, impiadosa, el corazón. Se asemejaba demasiado a la dulzura en el tono de su amada, con cada paso que esbozaba en dirección de su fuente, se obstruía su respiración; temió que su juicio se estuviera corrompiendo hasta el límite sin retorno, pero no podía evadir proseguir en pos de su mal augurio.
Cuando la lumbre de la hoguera descansó imperceptible y los únicos presentes fueron él, los abetos, las raíces y el firmamento nocturno, se detuvo. En aquella encarnación, había sido bendecido con las habilidades de un hechicero y, aunque siempre se hubiese abstenido de emplearlas con fines mundanos así como en las batallas, tenía vastos conocimientos en su aplique; por ello no fue misterio que reconociera el encantamiento detrás de la niebla cuando la claridad del cántico comenzó a menguar. Un atisbo de esperanza colmó su doliente cuerpo y, hurgando con la vista entre las siluetas en la oscuridad, se aventuró a saldar su presentimiento.
¿Morgana?


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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Lun Jul 03, 2017 1:44 am


En antaño se regodeaba de ser la más poderosa entre los suyos; había heredado las habilidades dignas para perseguir sus objetivos con hambre y audacia. Graffiacane, como un cuervo hambriento y astuto, siempre vigilaba atenta a sus enemigos, para luego urdir la mejor de las trampas y hacerlos perecer, mientras ella danzaba alrededor de las flamas de la victoria. Por eso se encontraba en aquel preciso lugar, valiéndose de los poderes obtenidos en dicha encarnación (más adelante sólo debía conformarse con ser un simple cuervo nada más), filtrándose en la antigua abadía, vestida en las pieles de un viejo monje... hallando a un blanco fácil entre las paredes húmedas del recinto.

Le Fay aún conservaba una mente inestable y demasiado errática, la indicada para ser perfectamente manipulada, basándose en las carencias de control emocional, del que tanto se burlaba Graffiacane. Si bien aquella bruja resultaba ser talentosa, ya había cometido muchos fallos, los necesarios para que hiciera caso a las advertencias del demonio que se ocultaba tras la mirada de ese monje. No pasó mucho para que Le Fay lo notara; era buena, eso lo sabía de sobra. Aun así, no fue suficiente para evitar que se sembrara en ella la semilla de la incertidumbre. Una manipulación terrible que amenazaba sus principios por completo.

Pero bien, cuando Graffiacane culminó su labor con Le Fay, se dirigió a recorrer cada centímetro de la abadía, recolectando información que pudiera resultar interesante y justa, en especial para ella, una ambiciosa de conocimiento de proporciones cósmicas. Sin embargo, tenía el tiempo en su contra, pues su disfraz se desvanecería pronto y debía darse prisa. Lo hizo, desde luego que sí. Por esa misma razón, luego de hallar lo que le convenía, se internó nuevamente en la maleza circundante, sabiendo que los caballeros se encontraban ahí, aparte de Le Fay, que había obedecido al pie de la letra sus indicaciones. Casi podía escuchar la melodía de la victoria... Casi. Tampoco podía ser tan cabezota como para asegurarlo todo de las buenas a las primeras.

Lo que sí logró asegurar fue la presencia de los dos miembros que perseguía. Luego de haber recuperado las energías de ese odioso recipiente humano (y no menos habilidoso), se dirigió hacia sus objetivos. El joven merovingio de seguro estaba cayendo en las ilusiones creadas por Morgan, mientras ella iba directo hacia un enemigo mucho más antiguo. ¡Claro! Que no los engañe la juventud de Gabriele, porque es casi lo mismo que Graffiacane, sólo que está en el bando contrario, así de sencillo. Sin embargo, también cometía fallos, y fue cuando el cuervo astuto se aprovechó.

—Así es, Gabriele. Lamento haber tardado —respondió, pero esta vez su apariencia no era ni la suya, ni la del monje, sino la de la mismísima Le Fay, quien se encontraba haciendo de las suyas, bajo las influencias del cuervo arcano—. No podía estar tanto tiempo encerrada en esa abadía...

Dio un paso y otro, y luego otro más, hasta acortar la amplia distancia entre ambos. Era una buena imitadora; el control ancestral de esos poderes en antaño resultaba esplendido, pero la confianza en el campo de batalla, algunas veces, puede ser terrible. Graffiacane lo sabía, aun así, su ego podía cegarla a un punto nefasto. Y a pesar de la advertencia de su mente, continuó con la farsa, atreviéndose a rodear con los brazos a Gabriele, como lo haría Le Fay (tanto así los había vigilado).

—Por favor, llévame contigo... —susurró—. Por favor.

Pero un grito desgarrador irrumpió en el silencio de la noche.




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Mensaje por Donato G. Pecora Lippi Lun Sep 25, 2017 11:10 am





Preliator
Te conozco desde siempre y por la eternidad seremos esto; si acaso existe una forma de salvarte, hazme instrumento de tu redención.

La bruma envolvía todo en derredor, las siluetas difusas de los árboles instalaban la paranoia en el subconsciente del espectador, fabricando espectros donde los follajes se mecían al compás de la brisa. Gabriele se sentía inmerso en un sueño, ni siquiera la energía mágica que liberaba para disipar la niebla bastaba para vislumbrar más allá de los tres pasos que le precedían.
El murmullo de las aves y el clamor siseante de los insectos parecieron enmudecer cuando una voz foránea se alzó por sobre todo lo demás. Gabriele volteó en dirección de su origen y se topó con la figura de la mujer; su complexión se contorneaba a la perfección en la oscuridad, como si su tez irradiara una tenue luz que permitía identificarla incluso en tan espesa noche.
¿Qué estaba haciendo Morgana allí? Se suponía que les recibiera en la abadía, donde finalmente se reunirían luego de tan prolongada espera. Tantas noches había batallado contra el impulso de rendirse a la locura fortalecido por el recuerdo de yacer entre sus brazos, que encontrarla ante sus ojos tan repentinamente le dejó profundamente perplejo.

Morgana… –pronunció su nombre con incredibilidad, mas sumamente conmovido por la visión de su belleza, tan clara y tan suya. Y sin embargo, aquel espíritu que en su vientre se escondía, aquella entidad con la que debía convivir en su propio cuerpo, latía con insistencia, advirtiéndole sobre algún peligro.
La mujer se aproximó hasta él, quien inmóvil aguardaba algún indicio de verdad o farsa; le rodeó con los brazos, grácil como los cervatillos, cálida como los atardeceres de campo, mas vaciló al corresponderle, ¿acaso el hada no le abrazaba siempre con un mínimo de fuerza superior?

Un grito y el silencio. Gabriele tomó a la mujer por los brazos y la sostuvo firmemente, mirándole a los ojos. No podía ser ella, no era verosímil. Morgana le aguardaba en la abadía, ella no iría a violar su promesa, mucho menos a interceptarlo en el bosque y brindarle aquello que en su delirio más anhelaba. Morgana era un espíritu libre, hacía cuando quería y aportaba cuanto estuviera dispuesta, ¿acaso no detestaba darle siempre la razón?
Sostuvo a la joven por la nuca y la obligó a retraer la cabeza, jalándola por los cabellos. Los gritos se hicieron más frecuentes y pronto descubrió que se trataba de las voces de sus hermanos; debía evitar que les hicieran daño, debía prevenirlos y liderarlos de regreso, ¡debía proteger al portador y al Santo Grial!
Desenvainó su espada, consciente de cuán inestable se hallaba su espíritu, puesto que comenzaba a perder la consciencia incluso a sabiendas de que estaba a punto de hablar. Ya no era él, sino Gabriele.
Que el Altísimo se apiade de tu existencia, traidor, pues tu espíritu corrupto no encontrará descanso eterno. Si a las llamas del Abismo ya te encuentras adecuado, ¿a qué vienes, usurpador? Tu lugar no es aquí, entre las criaturas de la creación, sino en el quinto círculo, donde los condenados se reúnen al son de la codicia.

Ah, ¡ella! Pero si tan bien la conocía, ¿por qué no se había percatado antes? Jamás la había visto ni oído mencionar su nombre, pero aquel que hablaba con sus labios todo lo sabía. Un creciente dolor se instaló en el núcleo de su pecho, lejos de envolver al odio, podría haberse definido como una profunda tristeza, la más pura decepción; como aquello que experimenta quien pierde a un ser amado y se debate qué podría haber hecho para evitar aquel desenlace. ¿Acaso Gabriele no aborrecía a la mujer?, pero de todas formas sentía el deseo –o, tal vez, el deber– de hacerle daño, de expulsarla y aislarla de todo cuanto estaba bien.
El joven hechicero, inmerso en un limbo de inconsciencia, en el cual se sabía integridad e individuo, pero abandonado en un segundo plano dentro de su cuerpo, mientras que aquel otro con su mismo nombre –aunque el de ese pronunciado sagrado– hacía uso de su voz para hacerse oír. Sin embargo, Gabriele se sentía uno con ese otro, como si cada vez que experimentaba ese rol pasivo, en realidad su voluntad, acallada por la educación y tantos protocolos, adoptara el papel protagonista y le dejara expresar con toda sinceridad aquello que evadía hacer discurso.

Ansiaba dejar de ver el rostro de Morgana, ah, su intrépida Morgana, y encontrarse frente a frente con el demonio avaricioso que le había hurtado la identidad. Si acaso la eternidad era suficiente para abarcar la envergadura de su caótica relación, encuentros tan fortuitos como ese acontecían una vez cada millar de años y Gabriele –ambos– estaba ansioso por rescatar de su memoria la apariencia de uno de sus más grandes enemigos.
Jaló con mayor insistencia de su cabello, infundiendo su energía para dispersar completamente la niebla y dejar al descubierto un manto azabache de raíces y malezas.
Muéstrate ante mí, Graffiacane, y dime dónde está Morgana.


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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Lun Nov 13, 2017 1:29 am

Graffiacane se sentía orgullosa de su malignidad; de esa perversidad con la que era capaz de confundir a cualquiera, incluso a Gabriele. Y lo hizo con lo único que realmente lo convertía en alguien vulnerable: su querida Le Fay. ¡Pobrecito el ingenuo! Sin embargo, tampoco podía asumir su victoria por completo, porque, muy dentro de él, se hallaba su némesis, y ese iba a ser capaz de descubrirla, a pesar de la magia poderosa que empleaba para refugiarse en una ilusión. ¿Y cómo no? Antes habían tenido que compartir lugares. Antes de que su propia ambición la condenara a vagar perpetuamente en la Tierra, y en los abismos. Aun así, no dudó siquiera en enfrentarlo. ¡Nadie iba a quitarle su poder! Ni lo que por ley divina le correspondía... ¡Ni siquiera él!

Y mientras su apreciado caballero continuaba distraído en sus vacilaciones, ya parte de su plan había marchado lo suficiente, como para no darle a Gabriele tiempo de nada. Y por eso sonrió, aún sintiendo la amenaza de su instinto sobre ella, Graffiacane sonrió... Como lo haría un demonio. Como lo haría alguien terrible, y letal, como sólo ella podía serlo. ¿Qué pensaría el pobre si supiera que Morgana le había traicionado? La idea fue aún más gratificante que verlo tan confundido.

Se separó de él, incluso llegó a alejarse un par de pasos, desafiándolo sin ningún pudor, y con el desvanecimiento de su hechizo. Se mostraría ante Gabriele como la criatura hermosa que era, pero igualmente desquiciada que sabía que podía llegar a ser. Aún con esas telas viejas que cubrían su cuerpo, Graffiacane gozaba de un físico que nada se comparaba con lo que vestía. ¡Ah! Sí hasta él había llegado a sentir debilidad por ella, a pesar de que no lo recordara en ese momento. No obstante, no negaba que también llegó a odiarla con inquina. ¿De qué más sacaría provecho esa condenada?

—¿De verdad quieres saber en dónde está ella? No hace falta que te responda a eso, querido mío —contestó, justo cuando el último grito desgarrador se consumió en el aire—. Ahí tienes la respuesta... Tu querida Morgana resultó ser una traidora. Por algo es bruja, ¿no? Una hereje que odia tanto tu religión como yo. Todavía hay mortales que comparten mi punto de vista de las cosas, sin ser demasiado ortodoxos. Imagina que el universo fuera gobernado por mí, ¡qué felices serían todos! Hasta tú, Gabriele.

Lo escudriñó con la mirada. Lo hizo en silencio. Él también compartía un cuerpo mortal, como ella; esa maldita prisión sería su punto débil. La única diferencia es que Graffiacane ya estaba acostumbrada a esas nimiedades, pero su amado enemigo no, así que, ¿por qué no pasarse de la raya con ese detalle?

—Ay, ¿por qué tanta molestia? Por favor, Gabriele —dijo, en el momento en que se acercaba a él, apegándose por completo a su cuerpo, incluso atreviéndose a jugar con sus rizos—, ¿acaso se te olvida que llegaste a desearme tanto como a odiarme? ¡No me digas! ¿Quieres que te refresque la memoria? Lo que pasa es que tú siempre fuiste muy correcto, y así terminaste, como una pieza más en el tablero. ¡Ya déjalo! Nada de esto tiene sentido, lo sabes. ¡Admítelo!

Le provocó, sabiendo que correría riesgos, pero, ¿y qué importaba? Pocas veces los enemigos eran tan magnéticos como Gabriele, y eso era darle mucho mérito...



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Mensaje por Donato G. Pecora Lippi Miér Dic 20, 2017 8:14 pm





Preliator
Si escarbas en la carne de las recientes heridas, invocarás a los demonios que en ellas habitan. Déjalo reposar, ya ha sufrido suficiente.

El bosque se exhibía desnudo, desprovisto de resguardo frente a la gélida caricia de la brisa nocturna, abiertos sus pliegos al reposo de las sombras; un lienzo incoloro que hiciera de soporte para las dos esbeltas figuras en disputa. El escenario era nefasto, invocaba en la memoria los penosos episodios que envolvieran a las guerras santas, tanto aquellas comprendidas en la Tierra, como las entabladas en los Cielos; si el abismo hubiera podido ascender al universo de los hombres, entonces, posiblemente, se hubiese asemejado al que les acogía.
Aunque Gabriele se encontrara en desventaja, víctima de las condiciones contraproducentes de un físico extenuado por la falta de sueño y los enfrentamientos frecuentes, el espíritu del que habitaba en él, aquel que le suscitaba episodios de delirio febril, quien le recordaba que no era uno y por sí solo, sino una unidad de esencias incompatibles, destellaba con el fulgor implacable de la santidad.

Aquel maligno se despojó de su disfraz y la sinuosa silueta de otra mujer ocupó el lugar de Morgana; Gabriele la recordaba bien, ¿cómo no hacerlo?, era aquel rostro la simplificación mundana de un molde elaborado por el Altísimo, bello como el ocaso, radiante como las playas en verano, tan dulce como la miel y bondadoso; suave y gentil como los pétalos de los jazmines al florecer. Mas Graffiacane había renunciado a los dones otorgados por Dios a sus ángeles y con ello despreciado la gracia de su naturaleza. Era una joven extremadamente bella, pero cruel y despiadada en igual medida.
El demonio le habló con su voz encantadora, aquella que le había sido concedida para aconsejar a los hombres y que, desde hacía milenios, empleaba para hundirlos en las tinieblas. En la distancia, la contienda declaró su final enarbolada por un grito desgarrador. El viento se llevó consigo los últimos suspiros y el aroma de la madera calcinada comenzó a colmar el aire.
No hables de ella como si la conocieras. ¿Crees que no estoy al tanto de tus métodos y artimañas?, has de haberle manipulado para que siguiera tu voluntad.
»Sin importar las catástrofes y desgracias, mientras el alma de un ser humano conserve un ínfimo fragmento de fe y esperanza, aún estará a tiempo de alcanzar la Salvación. Lo sabes bien, Graffiacane, es por ello que los tuyos jamás lograrán derrocar a los Celestiales.


El cuerpo de la mujer se reunió con el suyo y, por un instante, se encontró debatiéndose su identidad; se sentía Gabriele, el caballero de la Orden del Temple, mas su espectro para saber y vislumbrar parecía extenderse hasta el infinito; se sentía humano, pero a la vez divinidad.
Los delgados dedos de la traidora se enredaban en sus rizos y aquel par de orbes opales parecían absorber sin esfuerzo la atención de su mirada. Alzó la mano diestra hasta el rostro de la joven y acarició su mejilla con el suave roce de sus yemas. Como delimitado por un patrón de comportamiento prestablecido, Gabriele aproximó su rostro al del demonio y permaneció inmóvil a escasos centímetros de distancia, su cálido aliento estrellándose con el contrario.
Soy una valiosa pieza en el tablero del Altísimo y es mi más vasto honor portar la insignia de su linaje. –Murmuró con firmeza.
A continuación, se apartó de la mujer y retrocedió un paso, vislumbrando en la distancia el inconfundible resplandor del fuego creciente.

Llévame con Morgana e ignoraré el haberte visto aquí; pero si algo llegara a sucederle, da por sentado que nada bueno podrá depararte el porvenir. La interferencia de cualquiera maligno en la misión del Salvador no será inadvertida a los ojos de los sagrados jueces, no guardes la esperanza de que tenga compasión cuando se dicte la sentencia, es mi rol como mensajero llevarla a cabo. Si aún conservas una mínima cuota de prudencia, retráctate de tus actos en este mismo instante. –Le advirtió con solemnidad. No conservaba afecto hacia aquella mujer, pero le resultaba imposible desmentir sus afirmaciones.
Gabriele invocó su energía mágica y la canalizó en un punto fijo sobre su cabeza; convirtió el estímulo en electricidad y logró que algunos gases presentes en el aire comenzaran a emanar un resplandor. A continuación, echó un expectante vistazo a Graffiacane, aguardando a que tomara la decisión de comenzar a andar.


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Preliator — Privado [Flashback] Empty Re: Preliator — Privado [Flashback]

Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Jue Ene 18, 2018 2:51 am

Un regocijo maldito se anidó en su interior al sentir el olor a muerte y desesperanza, ese que se le hacía tan familiar en las guerras. Entonces recordaba todas las calaveras en procesión, llevando a los moribundos a los confines del abismo; a todas las madres desconsoladas en las entradas de sus hogares; a todas las amantes desdichadas por la pérdida de sus queridos... Sí, aquel aroma del fuego extinguiéndose le hizo sonreír, supo que parte de su objetivo se cumplió como lo esperaba con tanto fervor insano. ¿Qué podía hacer Gabriele al respecto? No supo ser el guardián esta vez, ¡una pena! ¿O no? En realidad no le importaba, porque ella era una criatura que sólo velaba por sus pretensiones.

¿Había usado a Morgana a su favor? No, porque la otra ya estaba contaminada, tanto como ella. Veneraba al cuervo solitario que observaba con desinterés el campo de una batalla extinta; los cadáveres en un lado y otro; las fogatas apagadas y el humo ascendiendo hasta el cielo, oscureciéndolo como en un día de tormenta. Esa era Morgana; ese era su origen. Y Graffiacane lo sabía; y Graffiacane simplemente le hizo ver quién era en realidad... ¡Él no la conocía de nada! Oh, pero el demonio sí que lo hacía, porque había mirado a través de sus ojos, y lo que encontró en su interior era fascinante, como un pozo oscuro, en donde anidaba una serpiente horrible.

Retrocedió, esbozando una sonrisa siniestra. La túnica adherida a su cuerpo parecía hecha de tinieblas, como la de la muerte que llevaba la guadaña del fin de los tiempos, dispuesta a llevárselos a todos consigo.

—No, no. ¿Tú crees conocerla realmente? ¿Sabes siquiera el origen de su propio nombre? Uh, la antigua religión venía de los pueblos galos que estuvieron aquí y allá. Pero eso lo ignoras, porque no estuviste, yo sí... Yo siempre estuve aquí, y la conocí, y supe que guarda una retorcida maldad en su interior. La vil venganza hacia aquellos que acabaron con su gente —habló con absoluta elocuencia, como siempre había sido, desde hacía muchísimo; desde antes que ese bosque diera a luz a sus primeros árboles—. No te llevaré a ninguna parte. Ve tú, y comprueba por ti mismo mis palabras. ¿O acaso sientes miedo? Todos hemos sufrido un poco de traición en algún momento, hasta nosotros...

Olisqueó el olor metálico y dulzón de la sangre en el ambiente, colándose entre los arbustos. Ahí estaba la respuesta que él buscaba, y Graffiacane no tuvo que valerse de ninguna artimaña para revelarlo algo que era ta evidente.

—¿Vas a seguir contradiciéndome? Él ha escapado, pero lo encontraré, ya verás... Nadie escapa a los dominios de la muerte, ¡nadie! —soltó con el mal humor implícito en su voz. La otra estúpida no llegó a tiempo—. Deja de amenazarme en mi territorio. No eres más que un irritante títere...

Y dicho esto, se hundió entre las penumbras del bosque, casi pareciendo una sombra más que se deslizaba ágil y en un silencio abrumador. Estaba muy ocupada en alcanzar a su presa como para centrarse en las amarguras y berrinches de Gabriele.




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Mensaje por Donato G. Pecora Lippi Lun Ene 22, 2018 8:16 pm





Preliator
En el inicio de los tiempos sólo existían las tinieblas y la luz, ambas opuestas, conviviendo entrelazadas, hasta que el Creador las distinguió y las convirtió en enemigas.

Permaneció en silencio, inmóvil, contemplando con un sosiego recientemente recuperado el rostro de la mujer. Le permitió expresarse, hacer audibles sus garantías, mientras él resguardaba sus emociones detrás de una rígida máscara de solemnidad. Desvió la mirada un único instante, con objeto de vislumbrar el resplandor de las llamas en la distancia, la danza del humo en ascenso que colmaba el viento con su inconfundible fragancia.
¡Había escapado! Por supuesto que lo haría, el portador no era ningún tonto, él mismo le habría legado la guarda de su espalda en la peor de las circunstancias; si de algo debía asegurarse Gabriele en aquella trágica velada, era de que el custodio arribara a la abadía, allí, oraba, se encontraría a salvo al menos hasta el amanecer. Mientras tanto, él mismo se encargaría de socavar todo intento de asalto en el bosque. Si acaso se encontraba al alcance de sus manos, entonces procuraría llevar, también, a Morgana de regreso.

Graffiacane se fundió entre las sombras y él optó por esbozar su propio trayecto, perseguiría la fuente del incendio y juzgaría qué medidas tomar a continuación. Se introdujo entre las malezas, antecedido por el destello creado a partir de su magia, evitando, eficazmente, raíces y depresiones en el terreno.
Arribó velozmente al campamento, o a lo que de él restaba, el cuerpo de un caballero yacía sobre las mantas de cuero, la carne carbonizada desde el abdomen hasta el rostro, simulando la huella de un latigazo. Gabriele se arrodilló a su lado y, tras persignarse, le cerró los párpados y la boca. Le deseó eterno descanso en silencio y se puso de pie, dispuesto a proseguir.
La vegetación carbonizada y pisoteada le guio hacia los restantes integrantes de la compañía, cada uno recibió su bendición y, antes de lograr asimilar su pérdida, arribó al núcleo de la hoguera. No había nadie en las inmediaciones, el claro carbonizado despedía un sofocante hedor a ceniza viva y la bruma impedía que abriera los ojos sin que le escocieran.
Extinguió el globo de luz artificial y avanzó, cubriéndose el rostro con el extremo de su abrigo, sobre el cementerio ennegrecido de follaje y matorrales. Con la mente llamó a su camarada, el único sobreviviente, y le dejó en claro que tenía prohibido mirar atrás, le indicó que ascendiera la pendiente con destino al monasterio y le delegara a él la limpieza del bosque, incluso si aquello le costaba la vida.
De inmediato hizo acopio de todas sus energías y liberó un encantamiento hasta los límites de su capacidad, edificó una extensa ilusión, en la cual el fuego y la espesura se interponían en toda senda que discurriera rumbo a la colina, conduciendo a quienes merodearan por la zona, sin remedio, directo hacia donde se hallaba él.

Erguido en medio de la devastación, buscó con la mente las presencias que más añoraba interceptar, las de dos mujeres, su sol y su abismo, perdidas en aquel intrincado laberinto.
Donde están dos o tres reunidos en mi nombre… —murmuró, inmerso en sus pensamientos— allí estoy Yo en medio de ellos. —Hizo una pausa, volteándose repentinamente, tras oír un crujido a sus espaldas—. Oh, Señor, ten piedad de mí, porque me encuentro por mi cuenta. —Prosiguió, presionando con insistencia sus puños—. Que sea tu voluntad y no la mía, concédeme la fortaleza y la prudencia para enfrentarme a nuestros enemigos.
La noche pareció enmudecer gradualmente, en cierta instancia fueron únicamente el silencio, el chasquido de las llamas y el palpitar de su corazón. Pronto reparó en que no se hallaba solo, alguien se ocultaba entre los pliegos de las sombras y Gabriele supo que la hora había llegado.
Desde el comienzo resultó evidente que aquí acabaríamos ambos. Esto es entre tú y yo. Te he estado esperando.



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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Mar Feb 20, 2018 12:17 am

Él se escapaba a través del intrincado camino de sombras que conducían hacia el monasterio. Él, la sangre preciosa, el portador de la fuete del conocimiento eterno y la vida. Él, a quien deseaba consumir para recuperar su antiguo poder... Pero escapaba, huía de su lado. Morgana no había logrado acabarlo junto a los demás, y, probablemente, terminó herida, podía percibirlo en el aire. Aquello tampoco le hizo la más mínima gracia. Graffiacane terminó tropezando contra su propia irritación, y antes de continuar internándose entre el bosque negro, se detuvo en seco. Sabía todo lo que estaba ocurriendo a sus espaldas, inclusive conocía la posición de todos, menos del portador. Maldita ratita... Su pensamiento fue tan fuerte que logró hacer temblar a Morgana. Le Fay, estúpida, ¡lo dejaste escapar! Te acabará.

Si alguna luz hubiera logrado iluminar su rostro, se encontraría con una mueca de fastidio imposible. Gabriele había conseguido fastidiarla, tanto como ella a él, como si se tratara de un pequeño desquite por lo anterior. ¡Estúpido! Creyendo tonterías en donde no las había, pero ya luego se tendría que dar cuenta por sí mismo, y el golpe iba a ser muy doloroso. ¡Se lo merecía! Tenía que sufrir, como todos en este mundo, él tendría que sufrir. Y lo haría, porque la misma Graffiacane se encargaría de ello. Sin embargo, y conociéndolo lo suficiente, Gabriele no se quedaría de brazos cruzados. Lo supo cuando sintió la energía vibrando a través de todo el bosque, en el mismo instante en que mostró las horribles llamas de un infierno en la Tierra.

Pero Graffiacane no era idiota, porque, entre tantos hechiceros, ella había acumulado suficiente poder y astucia, y supo que se encontraba dentro de una ilusión creada por él, en la que pretendía que caería. Aun así, Morgana sí lo hizo. La otra se hallaba débil y desorientada, lo que obligó a Graffiacane a seguirla, aunque tuviera que enfrentarse a Gabriele de nuevo. Le Fay ya no era capaz de escuchar sus pensamientos, porque su mente había sido atacada directamente por el (maldito) portador.

Aún con la molestia presente, sin deseos de esfumarse, evadió obstáculos, ignorando las falsas llamas creadas por la energía y la lucidez mental de Gabriele. Ella iba tras Morgana, y antes de que diera un paso más, los encontró. Le Fay estaba de rodillas en el suelo, farfullando cualquier insulto hacia la nueva religión. Pudo sentir su ira, y le agradó un poco, pero no fue motivo para evitar que hiciera acto de presencia, ubicándose justo a su lado.

—Levántate, no tienes que dar este espectáculo, Le Fay —ordenó, con frialdad, una de las tantas caras que tenía,tan imprevisibles como su humor—. ¿Y tú qué, Gabriele? ¿Todavía piensas que te mentí? Ay, pobrecito, la verdad te acaba de consumir la razón, tanto como tu fuego imaginario...

Y entonces rió, con la intención de humillar un poco más a Gabriele. Tal vez lo conseguiría un poco, quién sabe. No estaba lo suficientemente interesada. Su mente se hallaba perseguiendo al portador, porque ese era su principal objetivo. Aunque, tenía la más certera idea de que su adorado tormento no iba a ceder ta fácilmente.

—Deja de meterte en mi camino, Gabriele. ¡Déjalo de una vez! O tendrás que acostumbrarte a seguir perdiendo a las personas que amas, porque tu obstinación será tu ruina. O quizá lo sea yo, no lo sé, aún no me he decidido. Lo pensaré cuando consiga el Grial y todo mi antiguo poder —sentenció, y esta vez era muy en serio.



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Mensaje por Donato G. Pecora Lippi Vie Mar 16, 2018 12:35 am





Preliator
Sepúltame. Que sean las raíces mi lecho eterno y sus criaturas mis consortes. Deja que parta sin retorno hacia donde no existe el desamor.

El invierno pareció propagarse en su interior; un intenso frío endureció sus sentidos y sumió su corazón en una agonía lacerante. El rostro que afloró desde el interior de las sombras no fue, primeramente, el de Graffiacane, sino el de Morgana. Era ella, la auténtica, tambaleándose al avanzar, murmurando maldiciones por lo bajo. Grabriele permaneció inmóvil, anonadado, limitado por la escarcha que recubría los límites de su espíritu, engrosándose a cada instante, paralizándolo lentamente.
¿Qué le había hecho aquella criatura impura? Su Morgana se estaba rompiendo justo frente a sus ojos y él era incapaz de hacer algo para impedirlo. Intentó avanzar en su dirección, pero su presencia pareció alterarla, pues la muchacha comenzó a farfullar a viva voz un manantial de incoherencias.
Gabriele se vio atrapado en una encrucijada dentro de la cual sus personalidades se disputaban el dominio de su cuerpo. ¿Cómo dar sitio a la inmensidad de la misericordia divina cuando a la mujer que amaba se le escapaba la vida con cada instante que transcurría presa de aquel trance inducido? ¡Oh!, y él conocía al culpable.

El joven se armó de valor para aproximarse a la muchacha desquiciada, a la que tendió una mano con la esperanza de traer de regreso. Su indiferencia, no, ¡el desprecio que le infundía!, hizo que desesperara y la estrechara entre sus brazos con vigor. Al oído la llamó por su nombre, reclamando el alma de su amante, rogándole que regresara y se quedara a su lado.
Pero nada de lo que hiciera iba a funcionar, Morgana había desaparecido y no estaba a su alcance la posibilidad de revertirlo. La mantuvo aferrada a su cuerpo todo el tiempo que pudo, luchando en vano contra el curso de los acontecimientos, viendo el futuro y todas sus ilusiones disiparse como el humo en la distancia.
La joven comenzó a morderle el cuello y rasguñarle los brazos, los gritos le aturdían los oídos y cuando los movimientos espasmódicos se volvieron incontrolables, la dejó ir. La vio caer al suelo y revolcarse entre las cenizas, soltando insultos y blasfemias, completamente fuera de sí.

Gabriele la contempló inerte, destrozado, pero inmóvil. ¿Cómo se habían sucedido los hechos para devenir en tal desenlace?, ¿cuál había sido su error? De haber sabido que perdería a Morgana, que iría a presenciarla en aquellas condiciones, no la habría dejado partir aquella madrugada.
El crujir de la vegetación delató el arribo de otro individuo, pero el hechicero estaba demasiado turbado como para reparar en ello, sus pensamientos eran un embrollo, su corazón latía más aprisa que nunca y eran sus desbordantes emociones las únicas a disposición de dominar sus acciones.
Graffiacane se introdujo en el claro, seguramente importunada por la ilusión propagada por su enemigo. El caballero no logró vislumbrar con claridad su presencia hasta que la mujer no le mencionó, fue entonces que le dirigió la mirada, para descubrir que tenía la vista borrosa, jamás supo, sin embargo, si se debía a la bruma o a las lágrimas estancadas.
Como si su espíritu fugitivo hubiera decidido regresar a su cuerpo, Gabriele avanzó en un abrir y cerrar de ojos hasta donde se encontraba el demonio. Con furia desmedida la sostuvo por el cuello y arremetió contra un tronco de un árbol calcinado —el follaje aún en llamas—, acorralándole. Sus orbes eran dos abismos hambrientos, exigiendo una explicación, la revelación de una alternativa.

Gracias a ti, ya no me queda nada. —Sentenció, propagando repudio en cada entonación—, y si tú eres mi ruina, Graffiacane, entonces yo seré la tuya. Jamás obtendrás lo que buscas, no mientras yo exista y, créeme, cuando yo perezca, te llevaré conmigo. —Espetaba las palabras con la intensidad de una tormenta, mientras la presión que ejercía sobre la mandíbula de la joven se mantenía constante, implacable.
De improviso, el peso de otro cuerpo se adosó sobre su espalda. Morgana le jalaba de los hombros, exclamando injurias, mientras le pateaba embravecida las pantorrillas. Gabriele, sin embargo, permaneció impasible, sosteniendo a su enemiga. El dolor le estaba destrozando por dentro, si debía sucumbir en ese instante, se aseguraría de llevarse a ambas mujeres consigo.
Sabes que no habrá camino para ti en el que yo no vaya a interponerme, no lograrás nada, ni en esta vida ni en la siguiente. Llegará el día en que lo comprendas y dejes de emplear tus fuerzas en vano; hasta entonces, será mi rostro lo último que veas una y otra vez.
La joven hechicera insistía en golpearle los hombros y gritar injurias; en aquel reducido universo circundado por árboles muertos y el crepitar de las llamas, los únicos vivos parecían ser Graffiacane y él. Un profundo desprecio hacia aquella a quien mantenía cautiva anidaba en su interior, intenso y compulsivo, ascendía hasta quemarle la garganta.
Acaba con esto —le exigió, con la debilidad que caracterizaba a las súplicas. Era incapaz de soportar la condición en que se hallaba Morgana; con precaución, liberó el cuello de su cautiva y haciendo uso de ambas manos le retuvo por los hombros, presionándola contra el árbol con ayuda de su cuerpo—. Haz que se detenga.


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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Vie Jun 08, 2018 6:44 pm

Su buen humor inicial se había vuelto afectado por la huida del portador, y eso era algo que, sin duda alguna, no le agradaba ni un poquito a Graffiacane. Su objetivo siempre había sido él, pero por estar jugando con Gabriele, lo perdió de su radar, algo que la traía con un poco de mal humor, sobre todo cuando se encontró con una escena, cuando menos, odiosa y agobiante. A Graffiacane se le daban fatales las emociones, y por mucho que hubiera tenido recipientes propensos a la sensibilidad, ella había conseguido bloquear una gran parte de esas necedades, porque tampoco las necesitaba. La empatía no era su mejor consejero, no cuando el egoísmo y la ambición se hacían paso como dos grandes gigantes en su interior, aplastando cualquier molestia insignificante que pudiera desviar a su portador de su objetivo iniciar: recuperar su antiguo poder.

Quizás por eso, cuando descubrió a Le Fay en un situación lamentable, no pudo evitar fastidiarse. ¿Cómo era posible que su alma se hubiera fragmentado un poco y quedarse en alguien así? Desventajas de los mellizos, suponía. Sin embargo, y como ya estaba harta de todo ese asuntito, sobre todo por los sentimentalismos de Le Fay, ¡cuando le había pedido que no los tuviera!, Graffiacane ya tenía planeado recuperar esa esencia de ella misma que aún conservaba la otra en su cuerpo. La locura repentina de Le Fay sólo confirmaba el poder que ejercía el cuervo sobre tu mente. ¡Pobre Gabriele! Ni se lo esperaba un poquito. Y hablando de él...

Cuando Graffiacane consiguió escapar de su indignación momentánea, era porque él, con toda la osadía de la que se hacía gala (rubio tenía que ser, por favor), ya la tenía con sus garras puestas en su cuello, a lo que Graffiacane se limitó a sonreír. Lo hizo con esa malicia propia de los suyos, y no cedió ante la fuerza del templario, simplemente continuaba con aquel gesto fatídico en sus labios, y más cuando Le Fay reaccionó, como un títere suyo. Las amenazas sobre el cuervo no resultaron tan efectivas, porque nada podría regresarla al pantano abismal de donde venía.

—Ya deja de lloriquear y lamentarte —habló finalmente, cuando su cuello fue liberado—. ¿Quieres que te cuente algo? No has perdido nada. Se volvió loca, sí, pero pasaría tarde o temprano... ¿Confundido? A ver, te lo explicaré con manzanitas. Ella soy yo. Sí, como has escuchado, el alma que contiene es un fragmento de la mía, uhm, mi lado irracional que ya tiene que regresar con mami —explicó, ensanchando más su sonrisa—. Así que, Gabriele, te enamoraste de una parte de mí, ¡qué cosas! ¿Y así quiere matarme? ¡Mal amante!

Le recriminó con los ojos entrecerrados, luego terminó haciéndolo a un lado, jalando a Le Fay consigo, y lo hizo ya fastidiada del asuntito ese con... bueno, lo que fuera ella.

—Ya deja de actuar como una maldita cabra. Ya te sacaré de ahí, ¡calma! —le dijo a la mujer, que pareció entrar en un letargo cuando Graffiacane la miró directo a los ojos—. Ya no hace falta que te preguntes tanto por qué te sentías tan atraído por mí. Somos la misma, sólo que en cuerpos diferentes... Tanto que le hastiaba a Calcabrina.

Murmuró aquello mientras recordaba como su amante le reprochaba su descuido. Graffiacane simplemente alzó los brazos, y cuando Le Fay estuvo tendida en el suelo, es inclinó para besar sus labios, pero en realidad estaba absorbiendo su esencia, la misma que le pertenecía a ella, y ya era hora de recuperarla por completo...


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