AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El hombre o la bestia | Privado
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El hombre o la bestia | Privado
No preguntes algo que sabrás de antemano te dolerá... para personas como tu que ven en la licantropía una maldición, la ignorancia es una bendición
El sol poseía un tono muy particular esa mañana. La arena de la playa cogió un color alegre y bañada en el calor del astro se calentó perdiendo de inmediato el frío que cogía en las noches. Las aves ya volaban sobre la mar, y un sonido poderoso era llevado a las playas por las olas; que, aunque no peligrosas se encontraban muy despiertas. Era medio día y el sol no había alcanzado el punto más alto, su retraso no parecía importarle a nadie y a nada. El cielo pintado de azul conseguía despojar la incertidumbre a las almas alteradas, totalmente despejado, el gran astro gobernaba con quietud. El calor ya había generado una brisa deliciosa que con suaves caricias bañaba en el viento a todo lo que tocaba, una atmósfera de mil sentires se abrió paso. La sensualidad, el amor, la candidez, la fraternidad… Podía respirarse en conjunto con la sal de la mar, generándose una exquisita mezcla en el olfato de cualquier ser que tuviera la dicha de respirar ese aire aquella mañana. Una suerte como la que poseía en aquel momento Aitor.
Aitor había sido el primero en llegar, vestía unos pantalones sencillos color ocre que evidentemente lo calificaba dentro de la clase social donde ahora se relacionaba, también llevaba una camisa holgada blanca y unos zapatos cafés claro. Pensativo mantenía sus ojos cerrados. Nuevamente llegaba la luna llena, y tenía muy pronto que ir a comer algo, o más bien, bastante para que la bestia que vivía en él no tuviera de pretexto el hambre que de vez en cuando pasaba Aitor, para arrasar todo a su paso. El sonido de las olas se convirtió en un canto maravillo y sonrió totalmente relajado, luego, se echó hacía atrás extendiéndose totalmente, bostezó y abrió los ojos. Complacido con el día, mas no la vida; aspiraba grandes bocanadas, sintiéndose un poco libre de esas pesadillas que le ocasionaban en algunos casos perder el sueño y que atribuía a la bestia.
El sol se rehizo de su tiempo y se elevó en lo más alto antes de que concluyera el mediodía, después, bajó su ritmo para llegar puntual a su cita con el atardecer. Pero en tanto, el mediodía se resistía a irse en contraste a la gente que llegaba con más apremio al lugar. Pronto, ya avanzada la tardes sonido de la mar fue bajando de intensidad, el aroma había perdido su ricura; pero no se trataba de un fenómeno extraordinario, ya la playa estaba lo suficientemente poblada para que los sonidos y olores humanos (y de otros seres) se mezclaran hasta el punto de apropiarse del lugar. Aún con tanto tumulto, Aitor seguía en ese estado de quietud que sólo pudo compartir con dos personas en su vida, dos mujeres distintas pero con una peculiaridad en común… Las dos lo habían amado con todo su ser y él a ellas. Pero como sucedió con la primera, la bestia se interpuso y volvió a quedar en soledad.
Aitor sintió una pesada mirada, no era alguien realmente, esa mirada la conocía; provenía de su interior, era la bestia que ya sentía el poder de la luna. Una ansiedad que recorría todo su cuerpo y le erizaba la piel. En ocasiones, Aitor soñaba con la bestia, el gran lobo negro, a veces charlaban, pelaban o simplemente se veían. Pero había días, en especial las vísperas de la luna llena cuando el creía ver a la bestia encerrada, totalmente en quietud y luego, llegaba él con un gran trozo de carne; el lobo perdía su ferocidad y se movía como un cachorro que será premiado, pero entonces Aitor abría la jaula y la bestia se le arrojaba arrancándole una mano. En sí el sueño proyectaba los sentimientos de Aitor para con el lobo, pero prefería pensar en que se trataba de otra cosa. Con la imagen del lobo prisionero se levantó, cogió lo único que traía consigo, una bolsa de cuero con un par de prendas, la ropa necesaria que ocuparía al día siguiente, cuando despertara desnudo. La llevó al hombro y comenzó a caminar por la playa hasta una cueva que había localizado cuando el sol todavía no llegaba, allí dejaría las prendas pues esa noche el lobo andaría por la playa una zona que no consideraba riesgosa al ser abandonada por la noche.
El sol posó sobre él su atención, la sombra que reflejaba Aitor sobre la arena, casi como la de un lobo daba la impresión de que el sol se movía a la dirección de Aitor, como asechándolo. No tardó mucho en llegar a la cueva, a la oscura caverna que nada tenía que ver con la magnificencia del astro sobre la mar. Aitor se introdujo lo suficiente para dejar sus cosas lo suficientemente visibles para sus ojos lobunos, luego, y aunque sentía muchos deseos de explorar el interior, simplemente salió y regresó por donde vino. Su cuerpo humano ya tenía hambre, así que tenía que buscar algo muy pronto, y lo suficientemente basto para mantener satisfecho al lobo, aunque claro, casi nunca lo conseguía. Necesitaba comer muchísima carne y en su estado económico no le era muy fácil.
Aitor recordó aquellos días de labor en los campos y sembradíos, cosechando el trigo para el pan. No se le pagaba con dinero, no, él no pedía eso, a cambio del forzado trabajo conseguía bastante pan y varios kilos de carne que sólo solicitaba las noches de luna llena. En esa época había conseguido tomarle la medida al lobo, pero tan rápido su vida cambio con la llegada de ella, que ya no le funcionó. Establecerse en un lugar para él no era una opción, ya no. A mitad de camino se detuvo, la gente ya se veía de cerca, pero no fueron ellos lo que detuvieron su andar. Avergonzado bajó la mirada y la arena recibió el par de lágrimas que sus ojos miel derramaron, su corazón se aceleró y pensó en ella; la conoció en vísperas de luna llena, en un día similar, una total desconocida, testaruda y terca, tanto que se ató a él hasta el momento en que la transformación concluyó. La extrañaba, pero no podía permitir que ese sentimiento no le permitiera continuar con su vida. Calmó su corazón y continuó su camino. Tenía que obtener algo de comer y aunque no le gustara y pocas veces lo hacía. Iba a robar.
El sol fue testigo de la pericia de Aitor para abrirse camino entre la gente, la forma en que asechaba como si se tratara de la bestia. El olfato se desarrollaba todavía más con la llegada de la luna llena, por lo que podía captar los olores de la comida a largas distancias. Era la hora de la merienda y la playa a sus ojos parecía un buffet. Con avidez cogía pequeños emparedados, o sólo hogazas de pan, pero fue entonces que encontró un gran banquete. Al parecer la aristocracia había venido a la playa, como un auténtico lobo se relamió los labios, sus ojos se volvieron negros dejando que la bestia saboreara con la mirada lo que se presentaba frente a ellos. El sitio estaba despejado, seguramente la servidumbre había puesto la comida y ahora iban por sus amos, Aitor se aventuró pero no llegó a coger nada, ni siquiera se acercó un metro a la comida, un extraño olor había captado su atención.
Aitor había sido el primero en llegar, vestía unos pantalones sencillos color ocre que evidentemente lo calificaba dentro de la clase social donde ahora se relacionaba, también llevaba una camisa holgada blanca y unos zapatos cafés claro. Pensativo mantenía sus ojos cerrados. Nuevamente llegaba la luna llena, y tenía muy pronto que ir a comer algo, o más bien, bastante para que la bestia que vivía en él no tuviera de pretexto el hambre que de vez en cuando pasaba Aitor, para arrasar todo a su paso. El sonido de las olas se convirtió en un canto maravillo y sonrió totalmente relajado, luego, se echó hacía atrás extendiéndose totalmente, bostezó y abrió los ojos. Complacido con el día, mas no la vida; aspiraba grandes bocanadas, sintiéndose un poco libre de esas pesadillas que le ocasionaban en algunos casos perder el sueño y que atribuía a la bestia.
El sol se rehizo de su tiempo y se elevó en lo más alto antes de que concluyera el mediodía, después, bajó su ritmo para llegar puntual a su cita con el atardecer. Pero en tanto, el mediodía se resistía a irse en contraste a la gente que llegaba con más apremio al lugar. Pronto, ya avanzada la tardes sonido de la mar fue bajando de intensidad, el aroma había perdido su ricura; pero no se trataba de un fenómeno extraordinario, ya la playa estaba lo suficientemente poblada para que los sonidos y olores humanos (y de otros seres) se mezclaran hasta el punto de apropiarse del lugar. Aún con tanto tumulto, Aitor seguía en ese estado de quietud que sólo pudo compartir con dos personas en su vida, dos mujeres distintas pero con una peculiaridad en común… Las dos lo habían amado con todo su ser y él a ellas. Pero como sucedió con la primera, la bestia se interpuso y volvió a quedar en soledad.
Aitor sintió una pesada mirada, no era alguien realmente, esa mirada la conocía; provenía de su interior, era la bestia que ya sentía el poder de la luna. Una ansiedad que recorría todo su cuerpo y le erizaba la piel. En ocasiones, Aitor soñaba con la bestia, el gran lobo negro, a veces charlaban, pelaban o simplemente se veían. Pero había días, en especial las vísperas de la luna llena cuando el creía ver a la bestia encerrada, totalmente en quietud y luego, llegaba él con un gran trozo de carne; el lobo perdía su ferocidad y se movía como un cachorro que será premiado, pero entonces Aitor abría la jaula y la bestia se le arrojaba arrancándole una mano. En sí el sueño proyectaba los sentimientos de Aitor para con el lobo, pero prefería pensar en que se trataba de otra cosa. Con la imagen del lobo prisionero se levantó, cogió lo único que traía consigo, una bolsa de cuero con un par de prendas, la ropa necesaria que ocuparía al día siguiente, cuando despertara desnudo. La llevó al hombro y comenzó a caminar por la playa hasta una cueva que había localizado cuando el sol todavía no llegaba, allí dejaría las prendas pues esa noche el lobo andaría por la playa una zona que no consideraba riesgosa al ser abandonada por la noche.
El sol posó sobre él su atención, la sombra que reflejaba Aitor sobre la arena, casi como la de un lobo daba la impresión de que el sol se movía a la dirección de Aitor, como asechándolo. No tardó mucho en llegar a la cueva, a la oscura caverna que nada tenía que ver con la magnificencia del astro sobre la mar. Aitor se introdujo lo suficiente para dejar sus cosas lo suficientemente visibles para sus ojos lobunos, luego, y aunque sentía muchos deseos de explorar el interior, simplemente salió y regresó por donde vino. Su cuerpo humano ya tenía hambre, así que tenía que buscar algo muy pronto, y lo suficientemente basto para mantener satisfecho al lobo, aunque claro, casi nunca lo conseguía. Necesitaba comer muchísima carne y en su estado económico no le era muy fácil.
Aitor recordó aquellos días de labor en los campos y sembradíos, cosechando el trigo para el pan. No se le pagaba con dinero, no, él no pedía eso, a cambio del forzado trabajo conseguía bastante pan y varios kilos de carne que sólo solicitaba las noches de luna llena. En esa época había conseguido tomarle la medida al lobo, pero tan rápido su vida cambio con la llegada de ella, que ya no le funcionó. Establecerse en un lugar para él no era una opción, ya no. A mitad de camino se detuvo, la gente ya se veía de cerca, pero no fueron ellos lo que detuvieron su andar. Avergonzado bajó la mirada y la arena recibió el par de lágrimas que sus ojos miel derramaron, su corazón se aceleró y pensó en ella; la conoció en vísperas de luna llena, en un día similar, una total desconocida, testaruda y terca, tanto que se ató a él hasta el momento en que la transformación concluyó. La extrañaba, pero no podía permitir que ese sentimiento no le permitiera continuar con su vida. Calmó su corazón y continuó su camino. Tenía que obtener algo de comer y aunque no le gustara y pocas veces lo hacía. Iba a robar.
El sol fue testigo de la pericia de Aitor para abrirse camino entre la gente, la forma en que asechaba como si se tratara de la bestia. El olfato se desarrollaba todavía más con la llegada de la luna llena, por lo que podía captar los olores de la comida a largas distancias. Era la hora de la merienda y la playa a sus ojos parecía un buffet. Con avidez cogía pequeños emparedados, o sólo hogazas de pan, pero fue entonces que encontró un gran banquete. Al parecer la aristocracia había venido a la playa, como un auténtico lobo se relamió los labios, sus ojos se volvieron negros dejando que la bestia saboreara con la mirada lo que se presentaba frente a ellos. El sitio estaba despejado, seguramente la servidumbre había puesto la comida y ahora iban por sus amos, Aitor se aventuró pero no llegó a coger nada, ni siquiera se acercó un metro a la comida, un extraño olor había captado su atención.
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Última edición por Aitor Copado el Mar Sep 08, 2015 3:00 pm, editado 2 veces
Aitor Copado- Licántropo Clase Baja
- Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 09/04/2013
Re: El hombre o la bestia | Privado
-Y así fue como la princesa escapó de manos del malvado capitán. -
Las caras de los niños del orfanato la miraban con los ojos totalmente abiertos. Habían escuchado esa misma historia más de un millón de veces, pero siempre querían escucharla de nuevo. Kala miró a cada niño que había delante de ella, reconociendo en ellos pequeños detalles que los hacían únicos: un lunar en la mejilla, un mechón de cabello rebelde, una cicatriz en la barbilla. Los miraba una y otra vez hasta que encontró algo que todos compartían: un brillo en los ojos, un brillo de esperanza de que algún día saldrían de allí. En su regazo tenía al más pequeño del grupo, Oliver. Aquella criatura de no más de cinco años sacaba lo mejor de ella, toda la ternura que tenía la ponía en abrazar a ese niño. Todavía recordaba las palabras que le había dicho semanas atrás, unas palabras que la habían roto el corazón en mil pedazos. “Ojalá fueras mi mamá”, seguido de un beso en la mejilla. "Ojalá lo fuera, Oliver" pensó mientras salía del edificio.
En más de una ocasión había pensado en llevarle con ella, adoptarlo y ser la madre que tanto ansiaba. Pero en las condiciones que vivía no podía hacerlo. Era afortunada de tener un empleo que, si bien no le daba mucho, era suficiente para ella. El trabajo de su tío también ayudaba a la supervivencia de ambos, pero no podía hacer frente a lo que supondría tener bajo su tutela una tercera vida. Sabía que el tiempo para esos niños corría en su contra, que cuanto más crecieran menos oportunidades tendrían de ser adoptados por familias que les brindaran un hogar digno. Las parejas que decidían recibir un niño ajeno a la pareja escogían a los más pequeños, bebés recién nacidos la mayoría.
-Ojalá lo fuera -murmuró.
El Sol brillaba con fuerza aquel día de otoño. Para Kala eso era una bendición. Con el rostro mirando hacia el cielo aspiró una bocanada de aire templado y la soltó suavemente, sintiendo en la piel cada rayo de Sol. Caminaba despacio, teniendo como objetivo el campamento donde había pasado tantos años escondida, pero tomando un trayecto largo y sinuoso alrededor de la ciudad. Quería dejar atrás el empedrado de la ciudad, pisar con sus pies descalzos la hierba que comenzaba a revivir tras un verano caluroso. La humedad de la tierra la atrapaba hasta el punto de no sentir otra cosa a su alrededor, como si sólo estuviera ella en el universo. Caminó hasta dejar atrás el suelo urbano y una vez salió de las calles adoquinadas se descalzó, llevando los zapatos en una mano mientras la otra se balanceaba junto a su cuerpo al ritmo de sus pasos.
Pasó junto a la playa y una brisa que llegó desde el mar la llamó. Miró la costa, cómo las olas entraban sobre la arena y retrocedían asustadas, sólo para volver a entrar, a veces con más fuerza que antes. La gitana se remangó la falda con la mano libre, dejando a la vista una pequeña parte de sus piernas. Las pulseras de sus tobillos tintineaban al andar y sacaban reflejos con el Sol, al igual que su ropa de colores vivos. Escogió una roca cerca de ella pero algo alejada de la orilla y se subió con elegancia, sentándose de cara al mar.
La playa era un lugar donde se podían reunir todas las clases sociales de París. Tanto era así que, a su lado, unos sirvientes comenzaron a preparar una suculenta merienda a ojos de todos los presentes. Justo al otro lado, un par de niños malnutridos intentaban atrapar unos cangrejos entre las rocas de la orilla, sufriendo los azotes de las olas que, aunque no eran muy fuertes, entraban con fiereza entre las piedras. Kala saco unas pocas monedas de su bolsillo y se las dio a los pequeños, que corrieron de regreso a la ciudad. Giró la cabeza hacia el banquete que ya estaba listo. Aquello no era justo. No lo era.
La brisa cambió y agitó el pelo de la gitana en dirección el buffet de la playa. Lo miró con asco, con ganas de destrozarlo. No muy lejos divisó a un hombre que también lo miraba. Aparentemente era un hombre, pero Kala sabía que sólo era una parte de él lo que se veía.
-Acaban de marcharse -dijo. -Los sirvientes. -
Las caras de los niños del orfanato la miraban con los ojos totalmente abiertos. Habían escuchado esa misma historia más de un millón de veces, pero siempre querían escucharla de nuevo. Kala miró a cada niño que había delante de ella, reconociendo en ellos pequeños detalles que los hacían únicos: un lunar en la mejilla, un mechón de cabello rebelde, una cicatriz en la barbilla. Los miraba una y otra vez hasta que encontró algo que todos compartían: un brillo en los ojos, un brillo de esperanza de que algún día saldrían de allí. En su regazo tenía al más pequeño del grupo, Oliver. Aquella criatura de no más de cinco años sacaba lo mejor de ella, toda la ternura que tenía la ponía en abrazar a ese niño. Todavía recordaba las palabras que le había dicho semanas atrás, unas palabras que la habían roto el corazón en mil pedazos. “Ojalá fueras mi mamá”, seguido de un beso en la mejilla. "Ojalá lo fuera, Oliver" pensó mientras salía del edificio.
En más de una ocasión había pensado en llevarle con ella, adoptarlo y ser la madre que tanto ansiaba. Pero en las condiciones que vivía no podía hacerlo. Era afortunada de tener un empleo que, si bien no le daba mucho, era suficiente para ella. El trabajo de su tío también ayudaba a la supervivencia de ambos, pero no podía hacer frente a lo que supondría tener bajo su tutela una tercera vida. Sabía que el tiempo para esos niños corría en su contra, que cuanto más crecieran menos oportunidades tendrían de ser adoptados por familias que les brindaran un hogar digno. Las parejas que decidían recibir un niño ajeno a la pareja escogían a los más pequeños, bebés recién nacidos la mayoría.
-Ojalá lo fuera -murmuró.
El Sol brillaba con fuerza aquel día de otoño. Para Kala eso era una bendición. Con el rostro mirando hacia el cielo aspiró una bocanada de aire templado y la soltó suavemente, sintiendo en la piel cada rayo de Sol. Caminaba despacio, teniendo como objetivo el campamento donde había pasado tantos años escondida, pero tomando un trayecto largo y sinuoso alrededor de la ciudad. Quería dejar atrás el empedrado de la ciudad, pisar con sus pies descalzos la hierba que comenzaba a revivir tras un verano caluroso. La humedad de la tierra la atrapaba hasta el punto de no sentir otra cosa a su alrededor, como si sólo estuviera ella en el universo. Caminó hasta dejar atrás el suelo urbano y una vez salió de las calles adoquinadas se descalzó, llevando los zapatos en una mano mientras la otra se balanceaba junto a su cuerpo al ritmo de sus pasos.
Pasó junto a la playa y una brisa que llegó desde el mar la llamó. Miró la costa, cómo las olas entraban sobre la arena y retrocedían asustadas, sólo para volver a entrar, a veces con más fuerza que antes. La gitana se remangó la falda con la mano libre, dejando a la vista una pequeña parte de sus piernas. Las pulseras de sus tobillos tintineaban al andar y sacaban reflejos con el Sol, al igual que su ropa de colores vivos. Escogió una roca cerca de ella pero algo alejada de la orilla y se subió con elegancia, sentándose de cara al mar.
La playa era un lugar donde se podían reunir todas las clases sociales de París. Tanto era así que, a su lado, unos sirvientes comenzaron a preparar una suculenta merienda a ojos de todos los presentes. Justo al otro lado, un par de niños malnutridos intentaban atrapar unos cangrejos entre las rocas de la orilla, sufriendo los azotes de las olas que, aunque no eran muy fuertes, entraban con fiereza entre las piedras. Kala saco unas pocas monedas de su bolsillo y se las dio a los pequeños, que corrieron de regreso a la ciudad. Giró la cabeza hacia el banquete que ya estaba listo. Aquello no era justo. No lo era.
La brisa cambió y agitó el pelo de la gitana en dirección el buffet de la playa. Lo miró con asco, con ganas de destrozarlo. No muy lejos divisó a un hombre que también lo miraba. Aparentemente era un hombre, pero Kala sabía que sólo era una parte de él lo que se veía.
-Acaban de marcharse -dijo. -Los sirvientes. -
Kala Bhansali- Gitano
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Fecha de inscripción : 01/03/2015
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Re: El hombre o la bestia | Privado
Cerró sus ojos aspirando con más fuerza, no para reconocer el olor particular; sino más bien para apoderarse de él. Era una mujer, debía de serlo, pero no una cualquiera. Más que escuchar los pasos de un sonido casi nulo, fue el aroma lo que le indicó que caminaba a él, de que se acercaba. Aún con sus ojos cerrados dejó su mente viajar en una aventura con el propósito de asignarle un rostro. No pensó en sus dos amadas, o en su familia, no pensó en ninguna criatura o persona que conociera. Pensó más bien en una pintura incompleta, con óleo listo para que el maestro terminase. Contempló a ese maestro trazando la desnudez de una mujer de piel trigueña y cabellos como el fuego, unos ojos grises de mirada inocente, los labios eran delgados y sus pechos bien definidos pero pequeños. Luego, aquel trance se desmoronó al escucharla hablar. Aitor sonrió y abrió sus ojos, después de giró para contemplarla. Quiso recordar la pintura pero no consiguió evocar la belleza de la pintura, si es que la tenía pues empezaba a dudarlo. Quiso hacerlo porque frente a él estaba una hermosa joven de piel morena, cabellos castaños y ojos oscuros; Aitor evidenció el placer del encuentro con un poco de rubor natural en sus mejillas.
— Lo sé—respondió. —Aunque no tenía mucho interés de permanecer más tiempo aquí, observando como la aristocracia come y desperdicia la comida, hay mejores cosas que ver en un día como este… ¿no lo cree?—continuó, desapareció su sonrisa y llevó sus manos al bolsillo de su pantalón. Entonces se dedicó a contemplarla, no era una mujer común, llevar la falda remangada no era propio ni para la clase social baja, además estaban esas pulseras en los tobillos. Sí, tal vez con descaro la observaba, pero no lo hacía señalándola, sino más bien interesado. Ella era una gitana y sería la primera vez en que se cruzaba con uno de su “raza” por llamarlo de una forma. Aitor había escuchado muy poco de ellos, pero lo que escuchó le fascinó bastante, por eso, seguía ahí con ella. Más allá de su belleza que la mar parecía envidiar o el total conjunto majestuoso entre ella y el panorama a su espalda; la mar, el cielo abierto y las caricias del sol sobre el agua que generaban en éstas un brillo cándido y alegre; e inclusive más allá del riesgo que podía suscitar continuar charlando con ella y que todo se prolongara hasta la terrible noche. Pese a todo eso que para él era imprudente, lo hizo a un lado para estar con ella.
Cerró sus ojos por un breve instante y al abrirlos de nuevo, éstos eran negros como el azabache y salvajemente contemplaban a la gitana. Aunque era de día, en los días próximos y posteriores a la luna llena, el lobo poseía un poder suficiente para poseer el cuerpo humano y ver a través de los ojos de Aitor. Si bien era cierto que una bestia no razonaba, si tenía un instinto y éste le decía que aquella mujer podría ser un peligro. Ahora era una completa extraña y las sensaciones que percibía de Aitor no indicaban que estuviera completamente interesado, al menos en lo que refiere en socializar; pero era una hembra y eso la convertía automáticamente en un rival, una amenaza que la bestia tenía que eliminar. Cuando Aitor recuperó el control y los ojos volvieron a ser claros retrocedió un par de pasos.
— Lo sé—dijo. —Soy extraño, o más que eso…—suspiró y le entregó su perfil, en su rostro se dibujó una sonrisa ligeramente triste. —Soy Aitor—continuó volviéndose a ella y cambiando su semblante, luego, hizo un gesto divertido indicando que estaba por deducir quién era ella. —Creo que eres una gitana, y creo que ves en mí algo más allá de lo que vería una persona común… Me pregunto, ¿que puedes saber de mi?—concluyó y extendió su mano hacía la mar, hacía un punto alejado de esa comida que comenzaba a inquietar a la bestia, Aitor comenzaba a sentirlo. —No sé quien seas, pero estoy seguro que será la última vez que nos veamos, deme el privilegio de ser su acompañante por una escasa hora… aunque tal vez decir su acompañante no sea el mejor término. Quizás más apropiado sería decir, que sea usted mi compañera, algo en usted me dice que con sus palabras puedo sosegar mi alma al menos de aquí a la noche—sonrió ahora con una chispa de comedia, luego, desvió la vista a la mar.
Cerró sus ojos y se evocó horas antes contemplando como el sol se alzaba de su sueño, al abrirlos encontró aún más belleza en las olas que chocaban con las piedras ubicadas a más de diez metros, y que a sus ojos sobrenaturales parecían estar a cinco metros. Era un evento majestuoso. Las olas sobre las piedras parecían representar una caricia descomunal, llena de fuerza y posesión; un rito erótico donde la piedra era la sumisa damisela violada y las olas el salvaje violador, cada choque era una embestida que la piedra no podía bajo ninguna circunstancia evitar. Entonces reflexionó un poco y se dio cuenta que él era como la piedra, inamovible, sin poder evitar que la maldición lo golpease con ese frenesí posesivo que destruía sus relaciones, su vida como humano, ¿era acoso que Aitor debía convertirse en una persona irracional para encontrar la paz con la bestia? Cuando se dio cuenta ya no miraba las piedras sino los oscuros ojos de la gitana y se sintió un poco tonto por lo que había dicho.
— Lo sé—soltó una risa con un tono avergonzado y seguido de eso desvió la mirada. —Lo que te pido parece no tener sentido, digo, te acercas a una persona a decirle que los sirvientes se han ido y de pronto quiere que te conviertas en su gurú, ja, si estuviera en tu rol lo tomaría como un loco… pero le ayudaría—buscó sus ojos y la miró como si fuera un niño que espera a que le cuenten un cuento antes de dormir, no como un ruego, sino con un brillo de esperanza a que el otro acceda a su deseo.
— Lo sé—respondió. —Aunque no tenía mucho interés de permanecer más tiempo aquí, observando como la aristocracia come y desperdicia la comida, hay mejores cosas que ver en un día como este… ¿no lo cree?—continuó, desapareció su sonrisa y llevó sus manos al bolsillo de su pantalón. Entonces se dedicó a contemplarla, no era una mujer común, llevar la falda remangada no era propio ni para la clase social baja, además estaban esas pulseras en los tobillos. Sí, tal vez con descaro la observaba, pero no lo hacía señalándola, sino más bien interesado. Ella era una gitana y sería la primera vez en que se cruzaba con uno de su “raza” por llamarlo de una forma. Aitor había escuchado muy poco de ellos, pero lo que escuchó le fascinó bastante, por eso, seguía ahí con ella. Más allá de su belleza que la mar parecía envidiar o el total conjunto majestuoso entre ella y el panorama a su espalda; la mar, el cielo abierto y las caricias del sol sobre el agua que generaban en éstas un brillo cándido y alegre; e inclusive más allá del riesgo que podía suscitar continuar charlando con ella y que todo se prolongara hasta la terrible noche. Pese a todo eso que para él era imprudente, lo hizo a un lado para estar con ella.
Cerró sus ojos por un breve instante y al abrirlos de nuevo, éstos eran negros como el azabache y salvajemente contemplaban a la gitana. Aunque era de día, en los días próximos y posteriores a la luna llena, el lobo poseía un poder suficiente para poseer el cuerpo humano y ver a través de los ojos de Aitor. Si bien era cierto que una bestia no razonaba, si tenía un instinto y éste le decía que aquella mujer podría ser un peligro. Ahora era una completa extraña y las sensaciones que percibía de Aitor no indicaban que estuviera completamente interesado, al menos en lo que refiere en socializar; pero era una hembra y eso la convertía automáticamente en un rival, una amenaza que la bestia tenía que eliminar. Cuando Aitor recuperó el control y los ojos volvieron a ser claros retrocedió un par de pasos.
— Lo sé—dijo. —Soy extraño, o más que eso…—suspiró y le entregó su perfil, en su rostro se dibujó una sonrisa ligeramente triste. —Soy Aitor—continuó volviéndose a ella y cambiando su semblante, luego, hizo un gesto divertido indicando que estaba por deducir quién era ella. —Creo que eres una gitana, y creo que ves en mí algo más allá de lo que vería una persona común… Me pregunto, ¿que puedes saber de mi?—concluyó y extendió su mano hacía la mar, hacía un punto alejado de esa comida que comenzaba a inquietar a la bestia, Aitor comenzaba a sentirlo. —No sé quien seas, pero estoy seguro que será la última vez que nos veamos, deme el privilegio de ser su acompañante por una escasa hora… aunque tal vez decir su acompañante no sea el mejor término. Quizás más apropiado sería decir, que sea usted mi compañera, algo en usted me dice que con sus palabras puedo sosegar mi alma al menos de aquí a la noche—sonrió ahora con una chispa de comedia, luego, desvió la vista a la mar.
Cerró sus ojos y se evocó horas antes contemplando como el sol se alzaba de su sueño, al abrirlos encontró aún más belleza en las olas que chocaban con las piedras ubicadas a más de diez metros, y que a sus ojos sobrenaturales parecían estar a cinco metros. Era un evento majestuoso. Las olas sobre las piedras parecían representar una caricia descomunal, llena de fuerza y posesión; un rito erótico donde la piedra era la sumisa damisela violada y las olas el salvaje violador, cada choque era una embestida que la piedra no podía bajo ninguna circunstancia evitar. Entonces reflexionó un poco y se dio cuenta que él era como la piedra, inamovible, sin poder evitar que la maldición lo golpease con ese frenesí posesivo que destruía sus relaciones, su vida como humano, ¿era acoso que Aitor debía convertirse en una persona irracional para encontrar la paz con la bestia? Cuando se dio cuenta ya no miraba las piedras sino los oscuros ojos de la gitana y se sintió un poco tonto por lo que había dicho.
— Lo sé—soltó una risa con un tono avergonzado y seguido de eso desvió la mirada. —Lo que te pido parece no tener sentido, digo, te acercas a una persona a decirle que los sirvientes se han ido y de pronto quiere que te conviertas en su gurú, ja, si estuviera en tu rol lo tomaría como un loco… pero le ayudaría—buscó sus ojos y la miró como si fuera un niño que espera a que le cuenten un cuento antes de dormir, no como un ruego, sino con un brillo de esperanza a que el otro acceda a su deseo.
Aitor Copado- Licántropo Clase Baja
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Re: El hombre o la bestia | Privado
Se levantó de la piedra donde estaba sentada y fue andando hasta donde se encontraba aquel joven. Caminaba despacio, posando toda la planta de sus pies desde el talón hasta la punta de los dedos en un movimiento de balanceo. Su falda seguía remangada y sus pulseras tintineaban cual campanillas mecidas por el viento. No se acercó demasiado, lo justo para poder apreciar los rasgos de su cara. Sus ojos se mantenían cerrados, como si estuviera disfrutando de unos últimos minutos al aire libre. Los de Kala se mantenían ligeramente entornados debido a la luz del Sol.
-Desde luego -contestó.
Giró la cabeza hacia la mesa que había preparada y la observó de nuevo. Había comida para alimentar a toda una familia durante un mes al menos, si no por más tiempo. Pensó en los niños del orfanato y en los dos que habían estado pescando cangrejos. Después desvió la mirada hacia el resto de la playa, donde más niños jugaban mientras sus padres los vigilaban de cerca. Cualquiera en aquel lugar merecía más aquella comida que aquellos que estaban destinados a degustarla. Tomó aire despacio y volvió a mirar al licántropo. La miraba fijamente, como si la estuviera estudiando. La gitana no se molestó, sino que se quedó de pie donde estaba, observándole a él a su vez. Se fijó en sus ojos que hasta ahora no había podido apreciar. Eran de un bonito color miel, más claros que los de ella. Su vista viajó por todo el rostro del joven, inspeccionándolo. Primero el cabello, castaño claro, después los pómulos y finalmente la boca y la mandíbula. En conjunto era un rostro bonito, muy agradable.
Parpadeó un segundo y al abrir los ojos los de Aitor estaban cerrados. Un segundo después los abrió de nuevo, pero Kala notó algo distinto en él. Se habían vuelto negros como el carbón, y algo en él había cambiado, como si fuera una persona distinta. La gitana miró a los ojos a esa bestia que tenía delante mientras calculaba el peligro que veía en ella. Soltó la falda, que cayó pesadamente hasta tapar sus tobillos. Las manos quedaron a los lados de su cuerpo, inertes, preparados para cualquier sorpresa. Miraba fijamente esos ojos negros que la acechaban y por un momento tuvo miedo. De pronto supo qué era aquello que la miraba a través de los ojos de aquel joven: era la bestia que vivía dentro de él, la misma bestia que por fin tendría su noche de libertad aquel día. Lo vio en el bosque, aquel animal negro como la noche corriendo entre los árboles. Eran pequeñas imágenes que se habían montado cual película en su mente. Kala las sentía como certezas de algo que se ha sabido siempre, como que después del verano llega el otoño o que el Sol toma el relevo de la Luna. Aquella bestia le había permitido ver algo de ella, puede que inconscientemente, pero lo había hecho. Cuando los ojos volvieron a ser de color claro las imágenes se disiparon pero como la niebla, pero el recuerdo de ellas seguía vívido en su mente.
-Todos somos extraños a nuestra manera. -Le dedicó una sonrisa suave. -Soy Kala -se presentó.
Un hombre perspicaz, aquel lobo. La gitana se pasó un mechón por detrás de la oreja intentando que se mantuviera quieto durante el resto de la tarde, pero el viento no tardó en sacarlo de su sitio y en hacerlo volar alrededor de su cara. Junto a él el resto del cabello de la vidente comenzó a danzar al son de una música muda.
-Creo que ves más cosas en mi que las que yo veo en ti. -Dio unos pasos hacia la izquierda, manteniendo la distancia con Aitor. -He visto lo que eres, en lo que te convertirás esta noche. Sólo eso. -
Entornó los ojos de nuevo mientras escuchaba las palabras del licántropo. No lo conocía, nunca jamás se habían visto antes, pero Kala sabía que aquella bestia no le haría daño aquella tarde. Una nueva certeza. Una visión le llamaban algunos. Dio un par de pasos acercándose hacia el joven que ahora la miraba de la misma forma que lo había hecho Oliver tantas y tantas veces. En esos ojos vio la esperanza que había visto en su público infantil apenas una hora antes. Miró hacia el mar y sonrió.
-¿De verdad crees que puedo ayudarte? -
Lanzó la pregunta hacia el mar, como si allí estuviera la respuesta. Volvió la mirada hacia Aitor y se sentó en la arena con las piernas cerca del pecho y los brazos alrededor de ellas. Dio unas palmadas a su lado, invitando al hombre a sentarse junto a ella.
-Desde luego -contestó.
Giró la cabeza hacia la mesa que había preparada y la observó de nuevo. Había comida para alimentar a toda una familia durante un mes al menos, si no por más tiempo. Pensó en los niños del orfanato y en los dos que habían estado pescando cangrejos. Después desvió la mirada hacia el resto de la playa, donde más niños jugaban mientras sus padres los vigilaban de cerca. Cualquiera en aquel lugar merecía más aquella comida que aquellos que estaban destinados a degustarla. Tomó aire despacio y volvió a mirar al licántropo. La miraba fijamente, como si la estuviera estudiando. La gitana no se molestó, sino que se quedó de pie donde estaba, observándole a él a su vez. Se fijó en sus ojos que hasta ahora no había podido apreciar. Eran de un bonito color miel, más claros que los de ella. Su vista viajó por todo el rostro del joven, inspeccionándolo. Primero el cabello, castaño claro, después los pómulos y finalmente la boca y la mandíbula. En conjunto era un rostro bonito, muy agradable.
Parpadeó un segundo y al abrir los ojos los de Aitor estaban cerrados. Un segundo después los abrió de nuevo, pero Kala notó algo distinto en él. Se habían vuelto negros como el carbón, y algo en él había cambiado, como si fuera una persona distinta. La gitana miró a los ojos a esa bestia que tenía delante mientras calculaba el peligro que veía en ella. Soltó la falda, que cayó pesadamente hasta tapar sus tobillos. Las manos quedaron a los lados de su cuerpo, inertes, preparados para cualquier sorpresa. Miraba fijamente esos ojos negros que la acechaban y por un momento tuvo miedo. De pronto supo qué era aquello que la miraba a través de los ojos de aquel joven: era la bestia que vivía dentro de él, la misma bestia que por fin tendría su noche de libertad aquel día. Lo vio en el bosque, aquel animal negro como la noche corriendo entre los árboles. Eran pequeñas imágenes que se habían montado cual película en su mente. Kala las sentía como certezas de algo que se ha sabido siempre, como que después del verano llega el otoño o que el Sol toma el relevo de la Luna. Aquella bestia le había permitido ver algo de ella, puede que inconscientemente, pero lo había hecho. Cuando los ojos volvieron a ser de color claro las imágenes se disiparon pero como la niebla, pero el recuerdo de ellas seguía vívido en su mente.
-Todos somos extraños a nuestra manera. -Le dedicó una sonrisa suave. -Soy Kala -se presentó.
Un hombre perspicaz, aquel lobo. La gitana se pasó un mechón por detrás de la oreja intentando que se mantuviera quieto durante el resto de la tarde, pero el viento no tardó en sacarlo de su sitio y en hacerlo volar alrededor de su cara. Junto a él el resto del cabello de la vidente comenzó a danzar al son de una música muda.
-Creo que ves más cosas en mi que las que yo veo en ti. -Dio unos pasos hacia la izquierda, manteniendo la distancia con Aitor. -He visto lo que eres, en lo que te convertirás esta noche. Sólo eso. -
Entornó los ojos de nuevo mientras escuchaba las palabras del licántropo. No lo conocía, nunca jamás se habían visto antes, pero Kala sabía que aquella bestia no le haría daño aquella tarde. Una nueva certeza. Una visión le llamaban algunos. Dio un par de pasos acercándose hacia el joven que ahora la miraba de la misma forma que lo había hecho Oliver tantas y tantas veces. En esos ojos vio la esperanza que había visto en su público infantil apenas una hora antes. Miró hacia el mar y sonrió.
-¿De verdad crees que puedo ayudarte? -
Lanzó la pregunta hacia el mar, como si allí estuviera la respuesta. Volvió la mirada hacia Aitor y se sentó en la arena con las piernas cerca del pecho y los brazos alrededor de ellas. Dio unas palmadas a su lado, invitando al hombre a sentarse junto a ella.
Kala Bhansali- Gitano
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Re: El hombre o la bestia | Privado
La contempló con un interés diferente conforme se desenvolvía. Parecía segura, confiada de que si permanecía esa noche con él la bestia se limitaría a echarse junto a ella mientras le acariciaba su pelaje negro. Algo que ni siquiera había conseguido Isabeau, su hermosa y cambiante, el amor de su vida. Sus ojos se volvieron nostálgicos al recordarla pero no quiso sumirse en la tristeza. Si aquellos cazadores no los hubieran atacado Isabeau hubiera domado a la bestia, después de todo ya había llegado a un acuerdo o al menos así lo percibió él cuando estaba atrapado en el cuerpo del lobo. –¿En serio creía que podía ayudarlo? –realmente no estaba seguro, quizás si ella lo preguntara de nuevo el cayera en la realidad y le ahuyentaría como lo había hecho Isabeau. Pero ¿quién le decía a Aitor que Kala no sería una obstinada Isabeau que se aferraría a saber más de él pese a que él buscara alejarla?, eso era lo que había hecho que Aitor se atreviera a pedir ayuda, deseaba saber que sucedería.
Había escuchado en una ocasión que unos gitanos fabricaban amuletos que podían hacer que los licántropos gozaran de su consciencia humana. Tal vez ella no era una de ellos pero bien podía guiarlos y le contaba de ese mito. Era una gitana algo tenía que haber escuchado al respecto. —Quiero confiar en que es posible que me puedas ayudar— le sonrió y se sentó frente a ella no a un costado como ella lo sugirió—, pero dime Kala, ¿qué es lo que crees tú?, ¿puedes ayudarme?
La contempló a esos ojos llenos de vida, suspiró y tomó un poco de arena soltándola de a poco, dejando que un hilito cayera en una línea recta. De pronto, y como si se tratara de un hechizo o algo el sol se fue alejando y el crepúsculo apareció justo detrás de Kala. Aitor se llevó una gran sorpresa y sintió miedo, balbuceó cosas que no se entendían y sus ojos se volvieron negros como el azabache nuevamente. Se paró totalmente exaltado y casi se tropieza al caminar de espaldas.
Había permanecido al parecer mucho tiempo con ella, pero no tenía lógica. No pudieron haber sido tantas horas. Sí, a lo mejor era un hechizo, un brujo creando una ilusión pero él no podía jugársela. —Tengo que irme —su voz se escuchó un poco gutural, como el de una bestia, las uñas le crecieron y comenzó a respirar con dificultad. —¡Vete! —ordenó con la voz de Aitor, los ojos claros volvieron a ocupar su lugar pero iniciaba una lucha entre la estancia de los ojos del lobo y los del vitoriano—. Y si aprecias tu vida, no se te ocurra seguirme, no cometas ese error —un sudor surcó la cien y la respiración poco a poco se escuchó como la de un lobo—, ¡Vete! —está vez le gritó.
La contempló con sus ojos victorianos una vez más, pensó que quizás era la última vez en verla. —Eres una mujer muy hermosa, quizás eso me engañó a pensar que podrías ayudarme con esta maldición… nadie puede —y al concluir esas palabras se echó a correr a su refugio, no sabía si alcanzaría a llegar pero usaría su velocidad sobre humana y comenzaba a pensar que no lo conseguiría. La gruta estaba a un kilometro aproximadamente. Tal ve sí alcanzaría a llegar, sólo tal vez.
Había escuchado en una ocasión que unos gitanos fabricaban amuletos que podían hacer que los licántropos gozaran de su consciencia humana. Tal vez ella no era una de ellos pero bien podía guiarlos y le contaba de ese mito. Era una gitana algo tenía que haber escuchado al respecto. —Quiero confiar en que es posible que me puedas ayudar— le sonrió y se sentó frente a ella no a un costado como ella lo sugirió—, pero dime Kala, ¿qué es lo que crees tú?, ¿puedes ayudarme?
La contempló a esos ojos llenos de vida, suspiró y tomó un poco de arena soltándola de a poco, dejando que un hilito cayera en una línea recta. De pronto, y como si se tratara de un hechizo o algo el sol se fue alejando y el crepúsculo apareció justo detrás de Kala. Aitor se llevó una gran sorpresa y sintió miedo, balbuceó cosas que no se entendían y sus ojos se volvieron negros como el azabache nuevamente. Se paró totalmente exaltado y casi se tropieza al caminar de espaldas.
Había permanecido al parecer mucho tiempo con ella, pero no tenía lógica. No pudieron haber sido tantas horas. Sí, a lo mejor era un hechizo, un brujo creando una ilusión pero él no podía jugársela. —Tengo que irme —su voz se escuchó un poco gutural, como el de una bestia, las uñas le crecieron y comenzó a respirar con dificultad. —¡Vete! —ordenó con la voz de Aitor, los ojos claros volvieron a ocupar su lugar pero iniciaba una lucha entre la estancia de los ojos del lobo y los del vitoriano—. Y si aprecias tu vida, no se te ocurra seguirme, no cometas ese error —un sudor surcó la cien y la respiración poco a poco se escuchó como la de un lobo—, ¡Vete! —está vez le gritó.
La contempló con sus ojos victorianos una vez más, pensó que quizás era la última vez en verla. —Eres una mujer muy hermosa, quizás eso me engañó a pensar que podrías ayudarme con esta maldición… nadie puede —y al concluir esas palabras se echó a correr a su refugio, no sabía si alcanzaría a llegar pero usaría su velocidad sobre humana y comenzaba a pensar que no lo conseguiría. La gruta estaba a un kilometro aproximadamente. Tal ve sí alcanzaría a llegar, sólo tal vez.
Aitor Copado- Licántropo Clase Baja
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Re: El hombre o la bestia | Privado
Observó al licantropo mientras se sentaba frente a ella y siguió todos sus movimientos mientras jugueteaba con la arena de la playa. Se quedó mirando fijamente la fina línea que se había creado con los pequeños granos amontonados unos con otros, que una brisa suave y fresca ayudó a borrar.
—Depende de qué quieras conseguir. Yo no hago magia, al menos yo no la llamo así, aunque haya gente que lo piense. —Para Kala sus poderes no era más que una forma distinta de ver el mundo que la rodeaba. Nunca había entendido esa persecución a la gente de su etnia, para ella era algo normal, ver más allá era lo que había hecho siempre desde que tenía memoria. —Así que dime, ¿qué es lo que quieres conseguir? Después veré si puedo ayudarte. —Acompañó las palabras de una media sonrisa.
Aunque lo deseara, dudaba de que fuera capaz de hacer algo por él que fuera algo más que escucharle. Pero su conciencia le decía que debía intentarlo, que no abandonara a alguien que acudiera a ella pidiendo ayuda. Miró al hombre como quien mira a un niño entretenido mientras juega, con una mezcla de ternura y preocupación por lo que pudiera pasarle. Recordó a sus niños del orfanato, le gustaba llamarlos así aunque sabía que nunca lo serían en realidad, pero sentía que les daba un poco de cariño del que tan faltos estaban. Aitor le producía esa misma sensación, como si ella pudiera darle algo, aunque sólo fuera una hora de charla amena que le hiciera olvidar por un segundo aquello que le preocupara.
Siguió mirándole hasta que la expresión en él cambió. El miedo se reflejó en sus ojos que volvían a ser de color negro azabache. Kala supo que el lobo había vuelto a dominar al hombre, sólo que esta vez parecía distinto, como si tuviera la suficiente fuerza para ganar la batalla. La gitana se levantó unos segundos después que él, sin comprender. Miró a su alrededor y comprobó que todavía quedaban algún tiempo de luz antes de que el sol se pusiera de nuevo dando paso a la luna llena. Volvió a mirarle, esta vez con miedo. Se concentró en él intentando visualizar alguna imagen, algo que le permitiera ver en qué quedaría todo aquello, pero no consiguió nada. Estaba demasiado nerviosa para poder concentrarse y tenía motivos para ello. Una voz de ultratumba salió de la garganta del vitoriano y cuando respiraba parecía que estaba tragando su último hálito de vida.
—Aitor —susurró. —¿Qué...? —Su tono de voz no varió, tan sólo la entonación.
Comenzó a caminar de espaldas alejándose poco a poco de aquel espectáculo pero sin apartar la vista. Parecía como si su subconsciente obedeciera las palabras del lobo que la incitaban a marcharse corriendo de allí, pero ella no quería alejarse demasiado por miedo a perdérselo. Apenas pestañeaba y su respiración era casi inexistente. De pronto el licántropo echó a correr y Kala se quedó allí mirando como se alejaba. Sentía el impulso de correr en dirección contraria hasta llegar a un lugar seguro, pero a la vez quería seguirle para ver dónde acababa su carrera.
Dio un par de pasos en la dirección que había seguido él y se paró en seco. ¿Qué podía hacer ella realmente? Nada, contra él no había nada que hacer. Retrocedió hasta el punto de partida y volvió a pararse en el sitio mientras miraba hacia atrás. En un arrebato de completa insensatez se giró y corrió detrás de Aitor siguiendo sus huellas en la arena. Le había perdido de vista, pero mientras huyera por la arena tenía algo que seguir. Sentía curiosidad, una curiosidad malsana tan poco habitual en ella.
Corrió y corrió hasta que a lo lejos divisó la figura del joven. Se detuvo durante unos segundos mientras recuperaba el aliento y aprovechó para mirar a su alrededor. Todavía quedaba gente en el lugar, y todos corrían el mismo peligro que ella.
—Depende de qué quieras conseguir. Yo no hago magia, al menos yo no la llamo así, aunque haya gente que lo piense. —Para Kala sus poderes no era más que una forma distinta de ver el mundo que la rodeaba. Nunca había entendido esa persecución a la gente de su etnia, para ella era algo normal, ver más allá era lo que había hecho siempre desde que tenía memoria. —Así que dime, ¿qué es lo que quieres conseguir? Después veré si puedo ayudarte. —Acompañó las palabras de una media sonrisa.
Aunque lo deseara, dudaba de que fuera capaz de hacer algo por él que fuera algo más que escucharle. Pero su conciencia le decía que debía intentarlo, que no abandonara a alguien que acudiera a ella pidiendo ayuda. Miró al hombre como quien mira a un niño entretenido mientras juega, con una mezcla de ternura y preocupación por lo que pudiera pasarle. Recordó a sus niños del orfanato, le gustaba llamarlos así aunque sabía que nunca lo serían en realidad, pero sentía que les daba un poco de cariño del que tan faltos estaban. Aitor le producía esa misma sensación, como si ella pudiera darle algo, aunque sólo fuera una hora de charla amena que le hiciera olvidar por un segundo aquello que le preocupara.
Siguió mirándole hasta que la expresión en él cambió. El miedo se reflejó en sus ojos que volvían a ser de color negro azabache. Kala supo que el lobo había vuelto a dominar al hombre, sólo que esta vez parecía distinto, como si tuviera la suficiente fuerza para ganar la batalla. La gitana se levantó unos segundos después que él, sin comprender. Miró a su alrededor y comprobó que todavía quedaban algún tiempo de luz antes de que el sol se pusiera de nuevo dando paso a la luna llena. Volvió a mirarle, esta vez con miedo. Se concentró en él intentando visualizar alguna imagen, algo que le permitiera ver en qué quedaría todo aquello, pero no consiguió nada. Estaba demasiado nerviosa para poder concentrarse y tenía motivos para ello. Una voz de ultratumba salió de la garganta del vitoriano y cuando respiraba parecía que estaba tragando su último hálito de vida.
—Aitor —susurró. —¿Qué...? —Su tono de voz no varió, tan sólo la entonación.
Comenzó a caminar de espaldas alejándose poco a poco de aquel espectáculo pero sin apartar la vista. Parecía como si su subconsciente obedeciera las palabras del lobo que la incitaban a marcharse corriendo de allí, pero ella no quería alejarse demasiado por miedo a perdérselo. Apenas pestañeaba y su respiración era casi inexistente. De pronto el licántropo echó a correr y Kala se quedó allí mirando como se alejaba. Sentía el impulso de correr en dirección contraria hasta llegar a un lugar seguro, pero a la vez quería seguirle para ver dónde acababa su carrera.
Dio un par de pasos en la dirección que había seguido él y se paró en seco. ¿Qué podía hacer ella realmente? Nada, contra él no había nada que hacer. Retrocedió hasta el punto de partida y volvió a pararse en el sitio mientras miraba hacia atrás. En un arrebato de completa insensatez se giró y corrió detrás de Aitor siguiendo sus huellas en la arena. Le había perdido de vista, pero mientras huyera por la arena tenía algo que seguir. Sentía curiosidad, una curiosidad malsana tan poco habitual en ella.
Corrió y corrió hasta que a lo lejos divisó la figura del joven. Se detuvo durante unos segundos mientras recuperaba el aliento y aprovechó para mirar a su alrededor. Todavía quedaba gente en el lugar, y todos corrían el mismo peligro que ella.
Kala Bhansali- Gitano
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Re: El hombre o la bestia | Privado
Cada paso que se alejaba, la bestia tomaba el control. Mas Aitor consiguió en el trayecto quitarse la playera y dejar en la arena sus zapatos. Sólo sus pantalones quedarían desgarrados al transformarse. La luna llena alcanzó al altura suficiente para que cualquier licántropo sufriera de la maldición. Aitor ya había desaparecido. Las enormes patas del lobo despedazaron el pantalón, el cuerpo que hacía unas horas había sido humano creció en volumen y tamaño; la cara se deformó formándose un prolongado hocico lobuno con intimidades colmillos, las orejas le crecieron volviéndose puntiagudas y estaban esos ojos, más negros que la noche y llenos de rabia. Más grande que un lobo común, el licántropo se detuvo, sus patas tocaron por primera vez la arena de la playa y bajó el hocico para olerla, la fineza de la tierra hizo que aspirara un poco y eso le hizo estornudar.
Sintió una presencia cercana a él, o al menos en el radio que la bestia consideraba cercano. Alzó su cabeza y miró en dirección contraria a la que corría Aitor y pudo ver a la mujer con la que el victoriano conversaba. A través de sus ojos lobunos le dio forma para corroborar que se trataba de ella. El lobo recordó entonces a Isabeau, la cambiante que estuvo a punto de domesticarlo y creyendo que ella podía hacer lo mismo la vio como una amenaza y se encargaría de ella. Lo primero que hizo fue sacar sus colmillos y gruñó de forma intimidante. Pero antes de ir por ella los ojos de la bestia desaparecieron dando lugar a los del vitoriano.
Cada que sucedía eso, al menos desde Isabeau, era la lucha interna de Aitor sobre la bestia. El lobo agachó la cabeza y soltó mordidas a su espalda como si tuviera alguien detrás, se dejó caer y rodó, luego, se echó a correr en dirección a la cueva. Aitor tenía el control del momento. Viendo y sintiendo como un lobo se adentró un poco. Podía ver mejor que como un humano y si bien era cierto que podría ir más adentro prefirió él mismo quedarse a las orillas olisqueando la muda de ropa que se pondría terminando la luna llena.
Sintió un escalofríos y los ojos volvieron hacer como el azabache, Aitor lo permitió pues pensaba que la gitana no solo había seguido. No creía que existiera alguien más terca y testaruda que su amada Isabeau y si lo hubiera quisiera conocerla para desmentirla. Así, dentro del feroz lobo Aitor pensaba en Isabeau mientras el lobo estaba echado, serenándose con las olas del mar.
Sintió una presencia cercana a él, o al menos en el radio que la bestia consideraba cercano. Alzó su cabeza y miró en dirección contraria a la que corría Aitor y pudo ver a la mujer con la que el victoriano conversaba. A través de sus ojos lobunos le dio forma para corroborar que se trataba de ella. El lobo recordó entonces a Isabeau, la cambiante que estuvo a punto de domesticarlo y creyendo que ella podía hacer lo mismo la vio como una amenaza y se encargaría de ella. Lo primero que hizo fue sacar sus colmillos y gruñó de forma intimidante. Pero antes de ir por ella los ojos de la bestia desaparecieron dando lugar a los del vitoriano.
Cada que sucedía eso, al menos desde Isabeau, era la lucha interna de Aitor sobre la bestia. El lobo agachó la cabeza y soltó mordidas a su espalda como si tuviera alguien detrás, se dejó caer y rodó, luego, se echó a correr en dirección a la cueva. Aitor tenía el control del momento. Viendo y sintiendo como un lobo se adentró un poco. Podía ver mejor que como un humano y si bien era cierto que podría ir más adentro prefirió él mismo quedarse a las orillas olisqueando la muda de ropa que se pondría terminando la luna llena.
Sintió un escalofríos y los ojos volvieron hacer como el azabache, Aitor lo permitió pues pensaba que la gitana no solo había seguido. No creía que existiera alguien más terca y testaruda que su amada Isabeau y si lo hubiera quisiera conocerla para desmentirla. Así, dentro del feroz lobo Aitor pensaba en Isabeau mientras el lobo estaba echado, serenándose con las olas del mar.
Aitor Copado- Licántropo Clase Baja
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Re: El hombre o la bestia | Privado
Finalmente dejó de correr. La luz estaba disminuyendo y la noche llegó a una velocidad increíble. Siguió su recorrido detrás de las huellas de Aitor caminando, moviendo los pies cada vez más lentamente. Había sido una completa insensatez salir detrás de él, como si en realidad creyese que era capaz de hacer algo por el licántropo. «En qué estaría pensando.» Frenó su marcha y se quedó mirando en dirección a la cueva. A su lado, tirada sobre la arena, descansaba la camisa que Aitor había llevado durante aquel día. Se agachó y la levantó con las puntas del dedo índice y el corazón hasta la altura de su rostro. Después la sacudió para limpiarla de arena y la dejó en una roca cercana. Volvió a mirar hacia delante y entonces lo vio: el lobo al fin había vencido al hombre y se mostraba ante ella, lejos, pero igualmente terrorífico.
La luna brillaba en el cielo, pero Kala no la veía ya. Sus ojos se habían fijado en la mancha negra que ahora corría en dirección a una cueva que había más allá. Reposó el cuerpo en una roca y alzó la vista hacia las estrellas. Todas titilaban de manera hipnótica y casi aleatoria, aunque si se permanecía el tiempo suficiente contemplándolas se podía adivinar el patrón que seguían. Permaneció así durante un tiempo hasta que comprendió que no tenía sentido seguir allí esperando algo que probablemente fuera la muerte. Posó los pies en la arena y sintió como cada grano le arañaba la planta. Ni siquiera el tacto con los pies descalzos le brindaba algo que la incitara a quedarse. Cuando un viento frío proveniente del mar la azotó decidió volver. Se irguió y dio la vuelta para volver por donde había venido.
No había dado un par de pasos cuando sintió que algo la acechaba desde la oscuridad. Bajó el ritmo de los pasos y aguzó el oído, pero no era eso lo que había detectado. Era una presencia que no se veía ni se oía, simplemente la sentía, sabía que estaba allí. Se paró y giró su cuerpo en la dirección que la tenía perturbada. Durante unos segundos el mundo se detuvo, no había ni un sonido o movimiento que rompiera aquella escena. Unos arbustos se agitaron frente a Kala y de ellos salieron un par de ojos que brillaban bajo la luz de la luna. La gitana dio unos cuantos pasos hacia atrás hasta que trastabilló. Era noche de luna llena, la noche de los lobos. Aquella bestia enseñó los dientes tal y como lo había hecho Aitor, haciendo que brillaran igual que sus orbes.
Kala temblaba sin control. Se fue alejando lentamente en la dirección que había tomado cuando decidió volver, pero otro lobo le cerró el paso. Este último, algo más pequeño en tamaño pero más fiero, dio un bocado en el aire haciendo sonar los colmillos. La mujer gritó por la sorpresa y desanduvo esos pasos que había avanzado. Sólo tenía una dirección que tomar: la cueva donde descansaba Aitor. Sin pensarlo dos veces se viró y comenzó a correr tan rápido como se lo permitían sus piernas. Era consciente de que, si se lo proponían, ambos licántropos le darían alcance en un abrir y cerrar de ojos, pero esperaba que no fuera así. Cada vez que miraba hacia atrás podía verles correr tras ella sin alcanzarla, lo que le dio fuerzas para seguir corriendo.
Llegó a la cueva sin aliento. Los pulmones le ardían cada vez que aspiraba y su cara estaba empapada de lágrimas. Vio al lobo negro tumbado cerca de la entrada, estaba rodeada y no le quedaban demasiadas opciones. Entró silenciosamente en la oquedad, intentando no alterar a la bestia. Las otras dos la habían dejado correr y se encontraban a una distancia bastante amplia, pero seguían acercándose.
Sintiendo que su final estaba cerca, Kala apoyó la espalda en la pared y se dejó caer sollozando. Abrazó sus piernas y las acercó a su pecho haciéndose un ovillo.
—Me lo advertiste. Me lo dijiste y no te hice caso. —Hablaba al lobo como lo haría con un viejo amigo. —Seré estúpida. —Hundió la cara en sus rodillas y comenzó a llorar.
Los lobos se acercaban, se podía escuchar el crujir de la arena bajo sus garras. Kala sintió un miedo que no sentía desde que huyó de su país, el mismo miedo que se siente cuando tu vida pende de un hilo deshilachado.
La luna brillaba en el cielo, pero Kala no la veía ya. Sus ojos se habían fijado en la mancha negra que ahora corría en dirección a una cueva que había más allá. Reposó el cuerpo en una roca y alzó la vista hacia las estrellas. Todas titilaban de manera hipnótica y casi aleatoria, aunque si se permanecía el tiempo suficiente contemplándolas se podía adivinar el patrón que seguían. Permaneció así durante un tiempo hasta que comprendió que no tenía sentido seguir allí esperando algo que probablemente fuera la muerte. Posó los pies en la arena y sintió como cada grano le arañaba la planta. Ni siquiera el tacto con los pies descalzos le brindaba algo que la incitara a quedarse. Cuando un viento frío proveniente del mar la azotó decidió volver. Se irguió y dio la vuelta para volver por donde había venido.
No había dado un par de pasos cuando sintió que algo la acechaba desde la oscuridad. Bajó el ritmo de los pasos y aguzó el oído, pero no era eso lo que había detectado. Era una presencia que no se veía ni se oía, simplemente la sentía, sabía que estaba allí. Se paró y giró su cuerpo en la dirección que la tenía perturbada. Durante unos segundos el mundo se detuvo, no había ni un sonido o movimiento que rompiera aquella escena. Unos arbustos se agitaron frente a Kala y de ellos salieron un par de ojos que brillaban bajo la luz de la luna. La gitana dio unos cuantos pasos hacia atrás hasta que trastabilló. Era noche de luna llena, la noche de los lobos. Aquella bestia enseñó los dientes tal y como lo había hecho Aitor, haciendo que brillaran igual que sus orbes.
Kala temblaba sin control. Se fue alejando lentamente en la dirección que había tomado cuando decidió volver, pero otro lobo le cerró el paso. Este último, algo más pequeño en tamaño pero más fiero, dio un bocado en el aire haciendo sonar los colmillos. La mujer gritó por la sorpresa y desanduvo esos pasos que había avanzado. Sólo tenía una dirección que tomar: la cueva donde descansaba Aitor. Sin pensarlo dos veces se viró y comenzó a correr tan rápido como se lo permitían sus piernas. Era consciente de que, si se lo proponían, ambos licántropos le darían alcance en un abrir y cerrar de ojos, pero esperaba que no fuera así. Cada vez que miraba hacia atrás podía verles correr tras ella sin alcanzarla, lo que le dio fuerzas para seguir corriendo.
Llegó a la cueva sin aliento. Los pulmones le ardían cada vez que aspiraba y su cara estaba empapada de lágrimas. Vio al lobo negro tumbado cerca de la entrada, estaba rodeada y no le quedaban demasiadas opciones. Entró silenciosamente en la oquedad, intentando no alterar a la bestia. Las otras dos la habían dejado correr y se encontraban a una distancia bastante amplia, pero seguían acercándose.
Sintiendo que su final estaba cerca, Kala apoyó la espalda en la pared y se dejó caer sollozando. Abrazó sus piernas y las acercó a su pecho haciéndose un ovillo.
—Me lo advertiste. Me lo dijiste y no te hice caso. —Hablaba al lobo como lo haría con un viejo amigo. —Seré estúpida. —Hundió la cara en sus rodillas y comenzó a llorar.
Los lobos se acercaban, se podía escuchar el crujir de la arena bajo sus garras. Kala sintió un miedo que no sentía desde que huyó de su país, el mismo miedo que se siente cuando tu vida pende de un hilo deshilachado.
Kala Bhansali- Gitano
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Re: El hombre o la bestia | Privado
La bestia la vio acercarse mientras se lamía las patas cual lobo salvaje, alzó su enorme cabeza y sus orejas se levantaron. Se inquietó, pero no por la presencia de la humana sino por el licántropo y el cambiante que la seguían. El lobo seguía echado pero pendiente, en guardia. La mujer llegó hasta él hablándole, mas el hombre no estaba presente, la bestia la escuchaba pero no entendía nada de lo que decía. Más concentrado estaba en los invasores que en ella. El llanto penetró el bloqueo mental del licántropo llegando a la mente del victoriano que pudo recobrar el sentido el tiempo suficiente para apiadarse de ella. Aquellos ojos claros volvieron a oscurecerse e imponente se levantó, caminó la pequeña distancia que lo separaba de la gitana y llevó su hocico al hombro de la muchacha dándole un empujón que la derribó. El lobo la miró brevemente, la amenaza seguía acercándose y él, solitario no era de los que compartiera su lugar, aunque aquellos tuvieran una intención más malvada que interrumpir el descanso del lobo negro.
Pasó encima de ella, sus gigantescas patas y el voluptuoso cuerpo lobuno era tres veces más grande que un lobo común, inclusive que el cambiante transformado en lobo. La bestia salió de la cueva imponiéndose entre ellos y la gitana. Los agresores mostraron sus colmillos, el licántropo se acercó ligeramente más que el cambiante. El lobo negro veía a ambos; era evidente que en la lucha de los lobos el cambiante aprovecharía la oportunidad para atacar a la mujer que a pesar de creer haber sido una tontería seguirlo, en ese momento, cuando estaba totalmente dispuesto a protegerla correría menos peligro que estando sola en la playa.
La bestia recibió de frente al licántropo, los lobos se enzarzaron en una feroz lucha, mientras el cambiante se preparaba para atacar a la gitana en la primera oportunidad que se le diera. El hueco se abrió cuando el lobo negro cayó derribado por una mordida en su lomo, el cambiante echó a correr sobre su víctima, mas no espero que el lobo negro se reincorporara tan rápido. Éste emitió un poderoso aullido que derribó al cambiante en pleno aire desorientándolo; sin embargo, esa acción trajo una consecuencia. El licántropo lo mordió del cuello. Desde la profundidad del imponente lobo negro, Aitor chilló, el lobo cayó derribado. Al parecer aquel licántropo tenía consciencia propia, dominio sobre sí. No se comportaba salvaje como lo hacía el lobo negro que girando logró zafarse. Se levantó de inmediato yendo de fauces sobre su rival, la sangre ya brotaba por los orificios de las enormes mordidas que había recibido humedeciendo el pelaje negro. Mas en lugar de sentir dolor, el lobo negro estaba inyectado en rabia. El licántropo esquivó dos de sus mordidas, pero no evitó el aullido que lo confundió. Sin perder tiempo, lo derribó de un embiste y luego lo prensó del cuello justo como le habían echo. El cambiante recobró el conocimiento y volvió a emprender el ataque sobre la gitana.
Pasó sobre el cuerpo del licántropo caído, volvió a aullar haciendo que se tambaleara el cambiante y siguió su recorrido mordiéndole el lomo, los colmillos penetraron la piel con tal fuerza que quebró las costillas del cambiante. Con su poderoso hocico alzó el cuerpo de cambiante estrellándolo contra una de las paredes de la cueva. La otra amenaza ya se había agazapado sobre el lobo negro; sin embargo, reaccionó lo bastante rápido para evitar las garras, las fauces del lobo negro volvieron a apoderarse del cuello del licántropo y en un movimiento le quebró el cuello. La transformación al hombre fue instantánea. El lobo negro soltó el cadáver y se lanzó sobre el cambiante que ya se reincorporaba para brindarle la misma suerte que su camarada. Muertos estaban los dos.
La bestia se giró para ver a la gitana pero se escucharon nuevos aullidos. Al parecer no venían solos. El lobo negro dejó caer su cabeza al frente, las heridas eran profundas y no cicatrizaban. Estaba agotado pero no podía quedarse ahí, su instinto salvaje le decía que tenía que irse. Y la consciencia de Aitor le decía que tenía que llevarse a la gitana con él. Así, sin detenerse a reprochar al humano, el lobo negro se acercó a la gitana, de empujones la levantó y en un movimiento rápido consiguió que ella estuviera sobre su lomo. El lobo jadeó un poco, seguía perdiendo sangre y la vista se volvía distorsionada. Nuevamente escuchó los aullidos más cercanos y emprendió a huida al bosque.
Pasó entre grandes rocas, sus patas tocaron el agua por breves minutos y alcanzó el bosque. Corría tan rápido como le era posible sintiendo las manos de la gitana sobre su pelaje, sosteniéndose con fuerza para no caer. Mas las heridas que no cerraban lo derribaron, el lobo cayó junto con ella y la transformación terminó anunciando la muerte de Aitor. El hombre, con las marcas de las mordidas en su cuello y en su espalda caminó desnudo unos pasos y luego se desplomó susurrando el nombre de Isabeau mientras luchaba por no perder la vida.
Pasó encima de ella, sus gigantescas patas y el voluptuoso cuerpo lobuno era tres veces más grande que un lobo común, inclusive que el cambiante transformado en lobo. La bestia salió de la cueva imponiéndose entre ellos y la gitana. Los agresores mostraron sus colmillos, el licántropo se acercó ligeramente más que el cambiante. El lobo negro veía a ambos; era evidente que en la lucha de los lobos el cambiante aprovecharía la oportunidad para atacar a la mujer que a pesar de creer haber sido una tontería seguirlo, en ese momento, cuando estaba totalmente dispuesto a protegerla correría menos peligro que estando sola en la playa.
La bestia recibió de frente al licántropo, los lobos se enzarzaron en una feroz lucha, mientras el cambiante se preparaba para atacar a la gitana en la primera oportunidad que se le diera. El hueco se abrió cuando el lobo negro cayó derribado por una mordida en su lomo, el cambiante echó a correr sobre su víctima, mas no espero que el lobo negro se reincorporara tan rápido. Éste emitió un poderoso aullido que derribó al cambiante en pleno aire desorientándolo; sin embargo, esa acción trajo una consecuencia. El licántropo lo mordió del cuello. Desde la profundidad del imponente lobo negro, Aitor chilló, el lobo cayó derribado. Al parecer aquel licántropo tenía consciencia propia, dominio sobre sí. No se comportaba salvaje como lo hacía el lobo negro que girando logró zafarse. Se levantó de inmediato yendo de fauces sobre su rival, la sangre ya brotaba por los orificios de las enormes mordidas que había recibido humedeciendo el pelaje negro. Mas en lugar de sentir dolor, el lobo negro estaba inyectado en rabia. El licántropo esquivó dos de sus mordidas, pero no evitó el aullido que lo confundió. Sin perder tiempo, lo derribó de un embiste y luego lo prensó del cuello justo como le habían echo. El cambiante recobró el conocimiento y volvió a emprender el ataque sobre la gitana.
Pasó sobre el cuerpo del licántropo caído, volvió a aullar haciendo que se tambaleara el cambiante y siguió su recorrido mordiéndole el lomo, los colmillos penetraron la piel con tal fuerza que quebró las costillas del cambiante. Con su poderoso hocico alzó el cuerpo de cambiante estrellándolo contra una de las paredes de la cueva. La otra amenaza ya se había agazapado sobre el lobo negro; sin embargo, reaccionó lo bastante rápido para evitar las garras, las fauces del lobo negro volvieron a apoderarse del cuello del licántropo y en un movimiento le quebró el cuello. La transformación al hombre fue instantánea. El lobo negro soltó el cadáver y se lanzó sobre el cambiante que ya se reincorporaba para brindarle la misma suerte que su camarada. Muertos estaban los dos.
La bestia se giró para ver a la gitana pero se escucharon nuevos aullidos. Al parecer no venían solos. El lobo negro dejó caer su cabeza al frente, las heridas eran profundas y no cicatrizaban. Estaba agotado pero no podía quedarse ahí, su instinto salvaje le decía que tenía que irse. Y la consciencia de Aitor le decía que tenía que llevarse a la gitana con él. Así, sin detenerse a reprochar al humano, el lobo negro se acercó a la gitana, de empujones la levantó y en un movimiento rápido consiguió que ella estuviera sobre su lomo. El lobo jadeó un poco, seguía perdiendo sangre y la vista se volvía distorsionada. Nuevamente escuchó los aullidos más cercanos y emprendió a huida al bosque.
Pasó entre grandes rocas, sus patas tocaron el agua por breves minutos y alcanzó el bosque. Corría tan rápido como le era posible sintiendo las manos de la gitana sobre su pelaje, sosteniéndose con fuerza para no caer. Mas las heridas que no cerraban lo derribaron, el lobo cayó junto con ella y la transformación terminó anunciando la muerte de Aitor. El hombre, con las marcas de las mordidas en su cuello y en su espalda caminó desnudo unos pasos y luego se desplomó susurrando el nombre de Isabeau mientras luchaba por no perder la vida.
Aitor Copado- Licántropo Clase Baja
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Re: El hombre o la bestia | Privado
Kala apenas se percató de que el lobo se acercó a ella hasta que sintió su hocico en el hombro. No parecía que el gesto iba destinado a derribarla, pero tenía demasiada fuerza y la pilló completamente por sorpresa. Se quedó tumbada en el suelo mirando a Aitor, pero él no la miraba a ella, sino a los otros dos lobos que se acercaban por la playa. Su mente estaba tan abotargada que casi había olvidado a los otros dos cuando Aitor la empujó.
Y tal y como había supuesto, la batalla no se hizo esperar. Las dentelladas cruzaban el aire acompañadas de gruñidos y zarpazos. En pocos segundos se perdió completamente entre los pelajes de las tres bestias que forcejeaban entre sí. Sus ojos empañados en lágrimas le permitían ver a una distancia limitada pero suficiente para darse cuenta de que el más pequeño de todos había clavados sus ojos en ella. Se había convertido en su objetivo y no dudaría en acabar con ella. Aitor seguía luchando contra ambos, pero no podía quedarse quieta y esperando a que él se librara de las dos bestias. Buscó a su alrededor algo con lo que golpear al pequeño de los tres y vio un tronco no muy grande pero bastante grueso que le serviría al menos para descolocar al cambiante. Era consciente de que eso sólo retrasaría su final unos pocos segundos, pero no sabía qué más podía hacer. El lobo negro estaba recibiendo mordiscos que le hicieron sangrar pero, a pesar de todo, fue capaz de aturdir al cambiante lo suficiente para salvarla.
Desde ese momento todo ocurrió demasiado deprisa. Uno de los lobos se abalanzó sobre él haciéndole sangrar aún más. El suelo comenzaba a oscurecerse con la sangre de todos ellos y el hedor de la misma comenzaba a inundarle las fosas nasales produciéndole náuseas. La lucha no duró mucho tiempo más: el cambiante que acechaba a Kala voló por los aires y apenas un minuto después ambos estaban muertos. Las bestias se transformaron en humanos en cuanto sus corazones dejaron de latir.
El cuerpo de la gitana seguía temblando como una campanilla mecida por el viento mientras miraba los dos cadáveres. Aitor volvió a sorprenderla dándole un empujón tras otro hasta que finalmente comprendió lo que quería que hiciera. Se subió a su lomo y sintió el pelaje pegajoso y apelmazado manchado de sangre. Aún así, se agarró con toda la fuerza de la que fue capaz y juntos huyeron de allí entre aullidos de más lobos que se acercaban.
Ella iba con los ojos cerrados y la cabeza muy cerca del cuerpo de la bestia. No sabía donde iría ni cuál sería su futuro más próximo, pero él era su única opción. Corrieron entre rocas, agua y bosque hasta que una sacudida lanzó a Kala al suelo. Rodó un par de veces y frenó dándose un golpe en la espalda contra un árbol. Se agarró la zona intentando paliar el dolor, sin conseguirlo. Cuando abrió los ojos vio a Aitor en su forma humana dando pequeños pasos renqueantes. Su cuerpo estaba cubierto de sangre y, tras unos tambaleos, terminó cayendo al suelo.
—No —murmuró Kala.
Se acercó a él gateando y se sentó cerca de su cuerpo para examinar las heridas. Tenía dentelladas tanto en el cuello como en la espalda pero parecían demasiado profundas como para que comenzaran a cicatrizar. La gitana no sabía mucho sobre aquellos seres, pero sí sabía que con unas heridas como aquellas sólo ellos tenían alguna mínima posibilidad de sobrevivir. De haber sido ella la receptora, habría muerto al instante. Se llevó las manos llenas de sangre al rostro mientras grandes lágrimas caían por sus mejillas. A lo lejos parecía que el resto de la manada había encontrado a sus camaradas caídos y no tardarían mucho en seguir el rastro de los culpables.
Con manos aún temblorosas, presionó todas las heridas que pudo para parar el flujo de sangre que no dejaba de manar. Quizá, y solo quizá, si conseguía mantener la presión el tiempo suficiente le daría tiempo al cuerpo del licántropo a recuperarse lo justo para salir de allí. Pero, por mucho que consiguiera ponerle de pie, no tendría fuerza suficiente para caminar sólo, y ella no sabía cuánta distancia podría recorrer llevándolo a cuestas.
—Tenemos que marcharnos, Aitor. —Grandes lágrimas caían sobre el cuerpo semi-inconsciente de él. —Hay un refugio de cazadores no muy lejos de aquí. Allí podremos escondernos —le decía intentando darle esperanza.
Los aullidos se acercaban y ella miraba en la dirección de aquella cabaña. Si conseguían llegar podría atrancar la puerta y eso les daría una ventaja de la que carecían en este momento. Al no recibir respuesta, y sin dejar de apretar las heridas, soltó una mano e intentó levantarlo, pero no tenía la fuerza necesaria. Sólo un milagro podría sacarlos de allí.
—Haz un último esfuerzo, por favor —rogó, no sólo a él, sino a todo aquel que estuviera escuchando. Tanto en la tierra como en el cielo.
Y tal y como había supuesto, la batalla no se hizo esperar. Las dentelladas cruzaban el aire acompañadas de gruñidos y zarpazos. En pocos segundos se perdió completamente entre los pelajes de las tres bestias que forcejeaban entre sí. Sus ojos empañados en lágrimas le permitían ver a una distancia limitada pero suficiente para darse cuenta de que el más pequeño de todos había clavados sus ojos en ella. Se había convertido en su objetivo y no dudaría en acabar con ella. Aitor seguía luchando contra ambos, pero no podía quedarse quieta y esperando a que él se librara de las dos bestias. Buscó a su alrededor algo con lo que golpear al pequeño de los tres y vio un tronco no muy grande pero bastante grueso que le serviría al menos para descolocar al cambiante. Era consciente de que eso sólo retrasaría su final unos pocos segundos, pero no sabía qué más podía hacer. El lobo negro estaba recibiendo mordiscos que le hicieron sangrar pero, a pesar de todo, fue capaz de aturdir al cambiante lo suficiente para salvarla.
Desde ese momento todo ocurrió demasiado deprisa. Uno de los lobos se abalanzó sobre él haciéndole sangrar aún más. El suelo comenzaba a oscurecerse con la sangre de todos ellos y el hedor de la misma comenzaba a inundarle las fosas nasales produciéndole náuseas. La lucha no duró mucho tiempo más: el cambiante que acechaba a Kala voló por los aires y apenas un minuto después ambos estaban muertos. Las bestias se transformaron en humanos en cuanto sus corazones dejaron de latir.
El cuerpo de la gitana seguía temblando como una campanilla mecida por el viento mientras miraba los dos cadáveres. Aitor volvió a sorprenderla dándole un empujón tras otro hasta que finalmente comprendió lo que quería que hiciera. Se subió a su lomo y sintió el pelaje pegajoso y apelmazado manchado de sangre. Aún así, se agarró con toda la fuerza de la que fue capaz y juntos huyeron de allí entre aullidos de más lobos que se acercaban.
Ella iba con los ojos cerrados y la cabeza muy cerca del cuerpo de la bestia. No sabía donde iría ni cuál sería su futuro más próximo, pero él era su única opción. Corrieron entre rocas, agua y bosque hasta que una sacudida lanzó a Kala al suelo. Rodó un par de veces y frenó dándose un golpe en la espalda contra un árbol. Se agarró la zona intentando paliar el dolor, sin conseguirlo. Cuando abrió los ojos vio a Aitor en su forma humana dando pequeños pasos renqueantes. Su cuerpo estaba cubierto de sangre y, tras unos tambaleos, terminó cayendo al suelo.
—No —murmuró Kala.
Se acercó a él gateando y se sentó cerca de su cuerpo para examinar las heridas. Tenía dentelladas tanto en el cuello como en la espalda pero parecían demasiado profundas como para que comenzaran a cicatrizar. La gitana no sabía mucho sobre aquellos seres, pero sí sabía que con unas heridas como aquellas sólo ellos tenían alguna mínima posibilidad de sobrevivir. De haber sido ella la receptora, habría muerto al instante. Se llevó las manos llenas de sangre al rostro mientras grandes lágrimas caían por sus mejillas. A lo lejos parecía que el resto de la manada había encontrado a sus camaradas caídos y no tardarían mucho en seguir el rastro de los culpables.
Con manos aún temblorosas, presionó todas las heridas que pudo para parar el flujo de sangre que no dejaba de manar. Quizá, y solo quizá, si conseguía mantener la presión el tiempo suficiente le daría tiempo al cuerpo del licántropo a recuperarse lo justo para salir de allí. Pero, por mucho que consiguiera ponerle de pie, no tendría fuerza suficiente para caminar sólo, y ella no sabía cuánta distancia podría recorrer llevándolo a cuestas.
—Tenemos que marcharnos, Aitor. —Grandes lágrimas caían sobre el cuerpo semi-inconsciente de él. —Hay un refugio de cazadores no muy lejos de aquí. Allí podremos escondernos —le decía intentando darle esperanza.
Los aullidos se acercaban y ella miraba en la dirección de aquella cabaña. Si conseguían llegar podría atrancar la puerta y eso les daría una ventaja de la que carecían en este momento. Al no recibir respuesta, y sin dejar de apretar las heridas, soltó una mano e intentó levantarlo, pero no tenía la fuerza necesaria. Sólo un milagro podría sacarlos de allí.
—Haz un último esfuerzo, por favor —rogó, no sólo a él, sino a todo aquel que estuviera escuchando. Tanto en la tierra como en el cielo.
Kala Bhansali- Gitano
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