Alas rotas [privado]

por **Lyanna Moldovan** Lun Mar 23, 2015 1:08 pm

Noche perpleja cubre con su manto
Mientras el cuerpo iluminado por la tenue luz de una vela pasea por la alcoba
Lado a lado, vibra en pensamientos y sueños
Destierra a la esperanza en su lamento espectral.
Es ella esa doncella que lamenta su pérdida
Bajo el sauce del reino de los bosques
Ella cae, perece y se retrae
En un canto de lamentos;
En un manto hecho de sus últimos sueños.
Lamentos en la noche— Anónimo

El bosque estaba en completo silencio. Las semanas anteriores cargadas de lluvias y tempestades avivaron tanto la vida pacifica de los bosques que tras el pavor inicial y al final de la temporada de lluvias, aquellos parajes ya no parecían ser los de antaño. Muchos árboles yacían caídos en la tierra. Las ramas rotas y arboles medio caídos se posaban unos junto a otros con la esperanza de resistir y no caer. El aspecto del bosque era un caos y sin embargo, en ese mismo caos la vida seguía su curso imparable, viendo en cada cambio una nueva oportunidad de aprovechamiento de sus recursos. Ahora las aves habían optado hacer sus nidos bajo los árboles caídos y los pastores de esa área se apresuraban a traer troncos para sus presas en los ríos y así construir sus hogares y el de sus retoños. Si, sin duda alguna esas tempestades resultaron ser las más fuertes que hubieron asolado los países germánicos en estos últimos años, sin embargo, no era aquel el motivo por el silencio sepulcral de los bosques y sus pequeños habitantes, si no el ruido de las pisadas de los cazadores y sus perros de presa los que mantenían a cero toda actividad en esos parajes. Únicamente entre los árboles se movía una veloz sombra pero cada vez se le acercaban más y sus alas quedaban sin aliento ni fuerza para seguir y resistir.

Ya hacía dos días de aquella persecución de la cambiante que ahora sobrevolaba los árboles en un intento desesperado por poner la mayor porción de tierra entre ellos y ella. La cambiante se llamaba Lyanna y meses atrás terminó siendo atrapada por uno cazadores que en vez de matarla al saber de su naturaleza, decidieron adiestrarla para entregarla a la inquisición como una devota y fiel mascota, un destino más cruel que la propia muerte. La entrenaron e hirieron hasta quebrantar su alma y tras unos meses de esas constantes torturas la cambiante cedió apresada a las cadenas de esclavitud que deseaban imponerle. La vida no le fue fácil, ni aun simulando ser obediente detuvieron los golpes que tanto en tanto por diversión iban a dar contra su cuerpo y sin huida posible, jamás logró escapar… hasta ahora, en que un día antes de que la inquisición acudiera para hacer negocios con esos cazadores, aprovechó cuando la sacaron con intención de prepararla para dar una magnifica impresión para huir, lejos; muy lejos de allí.

No obstante, no todo terminó con su huida. Sin esperar esa reacción de los cazadores, ellos salieron tras ella y perseguida constantemente por sus verdugos tras pasarse meses sin alzar el vuelo, las alas empezaron a fallarle, obligándola a volar a ras del suelo en donde rápidamente se convirtió en una diana perfecta para las flechas envenenadas de los cazadores y las mandíbulas de esos cambiantes que se habían quedado por mascotas. El dolor de los dientes caninos en su pequeño cuerpo emplumado no fue nada comparado con el dolor lacerante e intenso de las flechas destrozando sus alas y el veneno quemando sus órganos. Se encontró la ave atrapada en su dolor hasta que con la cercanía de nuevo de los cazadores intentó mantenerse al margen de aquel dolor que hacía temblar su cuerpo y volviendo a alzarse intentó despistarles en un intento desesperado por sobrevivir y alcanzar sana y salva la tierra a sus pies antes de que su cuerpo fallara y cayera de nuevo en manos de esos crueles seres.

La lechuza nival pasó a través de los arboles sin rozarlos en un intento de no dejar ningún rastro de sangre que pudiera acercar a los perros hacia su posición. Los perros aún se oían, lejos pero allí seguían alimentando el miedo de la cambiante que sentía su ala derecha al punto del derrumbe. Aleteó con sus últimas fuerzas, impulsándose hacia delante lo máximo que pudo hasta que un chillido agónico hizo eco entre ese bosque silencioso y estrepitosamente el cuerpo blanco carmesí de la cambiante cayó en un golpe sordo contra el suelo. El ala derecha no le respondió y con esa ala indispuesta perdió el equilibrio de forma que al caer una de las alas se le rompió, quedando la otra irreconocible bajo las manchas de sangre y su tembloroso cuerpo. Lyanna abrió el pico y en una respiración entrecortada, ahogando sus alaridos de dolor intentó moverse sin ningún resultado más que el temblor que recorrió su débil cuerpo. Aquel movimiento solo sirvió para que el ala rota le hiciese aún más daño y boqueando desesperada, emitió bajos chillidos en busca de ayuda al verse atrapada bajo unas ramas caídas que ligeramente —aunque no suficiente— habían amortiguado la caída mortal desde los cielos.

por **Baldric Purcell** Mar Abr 07, 2015 11:42 am

No se podía decir que Baldric fuese un conde negligente, porque no lo era. Desde el día uno, había demostrado que aunque sus lazos con su condado fueran impuestos, él estaba dispuesto a desempeñar un digno papel. Por eso, en cuanto el mensaje, rotulado con la insignia que su falso tío, llegó hasta sus manos allá en la casa apartada de la ciudad, en las inmediaciones de París, corrió hacia su supuesto lugar de origen. El fariseo, el que era una puntada más al disfraz que se había confeccionado. Por supuesto, viajar para él representaba muchas limitantes, pero al cabo de algunos días llegó y el panorama fue mucho peor de lo que esperaba.

Los temporales habían arrasado con la campirana Werdenfels. Los agricultores y ganaderos, que eran la mayoría de sus vasallos, habían tenido pérdidas incuantificables y sintió un pinchazo de culpa por no haber estado ahí. Aunque poco hubiera podido hacer de haber sido de otro modo.

Pasó dos noches completas recibiendo civiles, escuchándolos y tratando de resolver sus problemas que iban desde algunas cosechas echadas a perder, techos caídos de sus casas, hasta hijos llevados por las crecientes de los ríos cercanos. Todo empeoraba cuando la gente se quejaba de que por qué el conde sólo los escuchaba de noche y qué se suponía que iba a decirles. Era decreto y debían acatarlo. Sonaba terriblemente autoritario, y no temía tener mano dura, pero por las razones correctas y estos no calificaba como tal.

La región estaba sumida en esa resaca post tragedia y Baldric hacía lo mejor que podía con muy poca ayuda del emperador. Pero otra mala noticia llegó a sus oídos: cazadores. No es que estuviera prohibido en la zona, pero sí que lo estaba en sus terrenos. Sin embargo, las cuadrillas habían aprovechado el caos para atravesar los límites.

Decidió que era asunto que tenía que tratar personalmente. Esa noche se envolvió en capa de viaje de lana, negra como el resto de su atuendo, mismo que hacía resaltar el tono argento de su piel, a pesar de que, con la luz adecuada, seguían siendo evidentes sus rasgos del Mediterráneo asiático. Se adentró en la espesura del bosque, negro como boca de lobo y anduvo un rato conducido por su instinto, hasta que los disparos le dieron mejor norte. Fue hacía allá, pero otro sonido, el de batir de alas, pronto llamó su atención. Levantó la vista y vio cruzar a un ave enorme y bella, aunque iba herida. Siguió su trayectoria y fue hacia donde supuso, había caído.

Los chillidos le indicaron el lugar exacto. Por otro lado, casi como en un segundo canal auditivo, escuchó los pasos de los cazadores acercándose, en pos de su trofeo.

Fue hasta la lechuzo —ahora pudo ver que de eso se trataba— y se agachó. Chasqueó al ver la herida y trató de tomarla con sumo cuidado. Estaba asustada y aunque era un vampiro, que sana rápido, no quería recibir un picotazo y una mordida.

—Llegaste al lugar correcto, aquí no debieron herirte. Ellos son los que están donde no deberían —le decía al animal entre susurros como para tratar de tranquilizarlo. Al fin iba a tomarla cuando los perros ladraron. Cuando se volvió a poner de pie, ya tenía a un trío de hombres mal encarados con un par de sabuesos.

—¿En qué puedo ayudarlos, caballeros? —Baldric habló con tranquilidad. Seguramente ellos no sabían quién era él. Sonrió de lado con gesto afilado como daga—. ¿Algo que se les haya perdido?

—Quítate de en medio, esa es nuestra presa —dijo uno de ellos, el más robusto y menos alto. Con una barba castaña bien recortada que recordaba la de un leñador y ojos azules y pequeños, como los de un cerdo—. Hazte a un lado si no quieres que te disparemos.

—Oh, ¿hablan de esta ave? —Obviamente, el conde sólo estaba jugando, molestándolos—. ¿Sabían que está prohibido cazar en esta área? Sé que al conde le molesta mucho —siguió con ese tono desapasionado, casi indolente.

—El conde nunca está —dijo el segundo de ellos, más alto y más delgado, rubio y lampiño. Touché, pensó Baldric, debía concedérselos.

—¿Y eso es motivo para desobedecer? —Entonces dio un paso al frente. Amenazador, aunque demasiado sutil como para que ellos lo notaran. De vez en cuando miraba por sobre su hombro a la criatura. Era viejo, lo suficiente, como para intuir que no se trataba de una lechuza común, aunque tampoco tenía certeza de nada.

—¡Hazte a un lado! —El tercero espetó. Era el de espalda más ancha y tenía una cicatriz que cruzaba su boca de manera perpendicular, lo que provocaba que siseara al hablar. Dio un disparo al aire, todo se estremeció, aves que descansaban en ramas cercanas salieron volando. Y después del estruendo, se sumieron en un silencio tan profundo como el de la oscuridad que estaba más allá y escapaba a la linterna que llevaban los cazadores.

Alas rotas [privado]

Alas rotas [privado]

Re: Alas rotas [privado]