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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Medea Jue Sep 03, 2015 4:58 pm


"Sé silencioso en esa quietud,
la cual no es Soledad, ya que
Los Espíritus de los Muertos,
quienes te precedieron en la Vida,
en la Muerte te rodearán,
y con Sombras, tu quietud enlazarán."
—Edgar Allan Poe
.



Era una noche de esas de luna llena, solitarias y frías, en donde apenas se podía oír, a la distancia, los aullidos de unos cuantos lobos ocultos entre la arboleda. París no parecía más que una ciudad forjada a partir de los caprichos humanos, superficial y en donde los escándalos estaban a la orden del día. Para personas como Medea, era realmente complicado adaptarse a un lugar así, pues básicamente ella fue críada bajo las costumbres de la antigua Grecia. Pero debía estar ahí, ese objeto robado poseía un valor invaluable para su pueblo y como la representante de Hécate en la tierra, debía proteger siempre a los suyos y castigar a aquellos que osaran dañar a sus protegidos. La hechicera se sentía con la potestad de hacer justicia con sus propias manos, para ella no existían otras leyes sino la de sus dioses, todo lo creado por los hombres modernos, eran únicamente que vulgares blasfemias.

Estuvo recorriendo todo el sendero en busca de su hermano menor; Érebo parecía estar más cerca de lo que pensó. La última que se vieron, fue en las afueras de París y luego tomaron rumbos distintos para hallar a quien, con tanto recelo, buscaban. Medea se paseó por los bosques, reconociendo las hierbas y especies que ahí se ocultaban, se alimentaba de las energías de aquella naturaleza viva que parecía estar tan aislada de aquel mundo material en el que se había convertido París. Hizo de ese lugar, su refugio y su templo.

Tras haber estado un largo rato caminando por aquel solitario paraje, se dirigió al lugar de donde provenían las energías de Érebo. Su figura sólo era iluminada por la frágil luz de esa luna plateada que dominaba con grandeza el extenso cielo nocturno. Aquella luna que le había dado la vida hacía veintiséis años atrás. Medea era una mujer muy aferrada a sus costumbres, pero parecía no poseer sentimientos o quizás pensaba de manera muy fría para ser una humana, porque a pesar de tener ciertas habilidades en este mundo terrenal, su cuerpo seguía siendo el de una mortal. Estaba consciente de ello, más no era algo a lo que le diera demasiada importancia, pues ese recipiente en el que estaba su espíritu, terminaría deshaciéndose en algún momento, porque la vida no era más que un préstamo.

Las sombras de los muertos que había atado a su existencia descendían por el suelo, levantando levemente la hojarasca en su transitar; estaba yendo por el trecho indicado. Las siguió y luego de una caminata que no duraría más de diez minuto se encontró fiinalmente con la figura de su hermano. Cerca de la orilla del lago, también se encontraba un can, de pelaje oscuro y mirada perdida. Medea le hizo señas y el animal se acercó, para echarse a su lado.

— ¿No hace demasiado frío como para tomar un baño en medio de la nada? Podrías ser muy poderoso y todo lo que quieras, pero tu cuerpo sigue siendo susceptible al mal común del mundo. Recuerda que Pandora liberó a las enfermedades que hunden a hombres en constantes miserias —mencionó con voz calmada mientras permanecía en su lugar, observando fijamente al reflejo de la luna en las aguas de la laguna.
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Mensaje por Érebo Sáb Sep 26, 2015 2:31 pm

En aquella noche, y como en las noches anteriores, Érebo había decidido bañarse en una laguna para concluir la jornada. Su fin no era la higiene, sino sumergirse en la tranquilidad que rezumaba de aquel socavón en medio del bosque. Como en cada una de esas ocasiones, tras llegar y otear por unos instantes el escueto panorama, se había desvestido con paciencia, primero despejando el torso y luego la mitad inferior. La calma con la que se había introducido en el remanso de agua vino acompañada de un estudiado método que casi hacía ver el procedimiento como un instaurado ritual. Y en parte así era, pues el joven hombre presentaba la tendencia a marcar rutinas en sus actos cotidianos, fijándose a veces pautas demasiado puntillosas como para ser justificadas por una necesaria meticulosidad. Algunos lo veían como obsesión, pero para él no era más que otra forma de honrar el mismo concepto de tradición sobre el que se sustentaba su vida. Y, en el fondo, tan sólo era la búsqueda de orden, un orden que necesitaba con inminencia.

Algunos decían que, si la cuna de aquel mundo era Grecia, Francia era el pico de su esplendor y como tal representaba muchas de las características de la modernidad. Y una de ellas era el caos. Bajo la falsa capa de uniformidad que pretendía ordenar forzadamente la existencia se ocultaba un entramado compuesto por las vidas sin norma de un sinfín de individuos con más disimilitudes que semejanzas. Y eso a Érebo, aunque pudiera llamarle la atención, también le desconcertaba, por mucho que comprendiera el porqué. Y es que, tras haberse apartado de la verdad, de los dioses que en realidad regían sobre ellos, mortales, el camino se volvía asilvestrado y la rectitud que facilitaba lo cierto se tornaba una falacia. Por tanto, en el fondo sentía un ligero desprecio mezclado con el rencor que no podía evitar hacia los herejes.

Tras haberse limpiado toda aquella sensación de impureza y tras sentirse lo suficientemente en sintonía con el ambiente, surgió del abrazo de aquellas oscuras aguas. Pero no se vistió, dejándose al capricho de la suave brisa y bajo la protección de un hado en el que mantenía plena confianza. Entonces fue cuando escuchó un susurro en su oído. No eran palabras que él pudiera comprender, pues ni hablaban en francés ni en ese idioma en el que se había criado que, si bien era claramente griego, no se trataba ni del antiguo ni del contemporáneo. Y, sin embargo, supo interpretar aquella suave y etérea caricia porque conocía a la perfección su origen. Su impronta era, claramente, inconfundible para él, pues entre los fuertes toques de aroma podía descubrir la misma esencia que expelía él mismo. Y era así porque ambos orígenes compartían la sangre.

- Confío en que las blasfemias de esta tierra no hayan espantado a los dioses y confío en que sigan protegiéndonos, como siempre han hecho, Medea – respondió a su hermana con un tono calmado que respondía al de ella. Y, a continuación, sin mayor preámbulo, preguntó lo que era más inmediato saber - ¿Algún indicio del ladrón? – se giró hacia a ella antes de agacharse para recoger la ropa que había dejado con anterioridad a los pies de un árbol. No es que sintiera pudor, pues en su crianza no existía esa vergüenza del propio cuerpo que el malogrado cristianismo había impuesto en Europa, pero de todas formas tenía que volverse a vestir en algún momento. Fue entonces y no antes cuando se percató de la presencia de la peluda sombra que les acompañaba. Aquel animal era escurridizo y esquivo, un peculiar ser que se había ligado íntimamente con Medea, y por extensión con Érebo, con el cual siempre había guardado las distancias. No es que hubiera enemistad entre ellos, pero sí un espacio de respeto, como el viaje que comparten dos extraños en el camino a un objetivo difícil y común a ambos. Por eso, cuando se sentó en el suelo, el griego lo hizo al otro lado de la mujer -. Esta tierra es demasiado fría y alejada, dice estar civilizada, pero hasta los muertos se encuentran inquietos, ¿no sientes lo mismo?

Parecía que el entorno quería insistir en su visión de las cosas pues si se quedaban en silencio, la soledad y el sosiego inundaba el ambiente, pero de una extraña y sospechosa manera. Érebo no podía apaciguar la inquietante sensación que le hacía notarse todo el rato observado o la impresión de que, en cualquier momento, algo adverso iba a suceder. Y él lo interpretaba como una fuerza que había ido cargando, siglos tras siglos, aquel ambiente, como si fuera el quieto preludio de una tormenta a punto de desatarse, no sólo sobre París, sino sobre toda Europa.
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Mensaje por Medea Dom Nov 01, 2015 6:59 pm


Permaneció de pie frente a la laguna con la mirada ausente, percibiendo las únicas presencias de su hermano y la de aquel extraño animal que los acompañaba como un fiel guía. Las energías del lugar estaban tan serenas como las aguas de aquella laguna. La brisa era fresca y transmitía calma; soplaba sin anunciar tempestad alguna. De cierta manera, Medea, podía sentirse en paz, a pesar de que aquella ciudad fuera un completo caos y que tantas auras conviviendo en un mismo lugar le causaran un profundo malestar. Esa noche se sentía bien y bendecía a los dioses por haberle brindado la tranquilidad que tanto necesitaba para despejar sus mentes y hallar las respuestas necesarias de todas las interrogantes que giraban en torno al hombre al que se referían como Prometeo.

En el pueblo del que venían Érebo y Medea, las prácticas y creencias de la antigua Grecia eran prácticamente sus tablillas de la ley y todo aquel que osara en profanar los bienes que pertenecían a los altares consagrados a los dioses, era un crimen que debía purgarse con la muerte. Los principales líderes de los cultos debían encargarse de hallar al culpable y sacrificarlo ante todos en una ceremonia consagrada a Hécate. Esta vez, quienes tenían aquella misión, que algunos tildarían de endemoniada, eran Érebo y Medea. Esos hermanos que nacieron en noches diferentes tenían un mismo camino que seguir.

Su hermano, apenas hubo presenciado a Medea, decidió abandonar su rutina y emergió de las aguas con una paciencia inquebrantable. Sus miradas coincidieron unos segundos hasta que la hechicera, meditando sus respuestas, fijó los robes en la luna llena que brillaba omnipotente sobre el manto de la noche.

—Los dioses han abandonado a los hombres cuando éstos pretendieron superarlos en poder y en gloria. Se han olvidado de dar gracias y han creado sus propios ídolos en la tierra. Pero no todo está acabado, aún quedamos aquellos que hemos servir como recipientes divinos y limpiar este mundo de la inmundicia que lo consume —dijo con la calma que la caracterizaba. Acariciaba distráidamente el pelaje de su fiel can—. Prometeo ha creído robar el fuego a los dioses, ha creído sacar un beneficio de ello... Ha osado deshonrar a Samotracia; piensa que jamás será tocado, pero en las sombras, Hécate aguarda. También en las encrucijadas y en los susurros de los muertos.

Sentenció. Sus palabras estaban ligeramente entintadas de molestia; era evidente que Medea aún se sintía un tanto abatida por lo ocurrido en Grecia hacia unas semanas y que dichas circunstancias la habían obligado a abandonar a los suyos. Pero debía hacerse responsable de mantener a los dioses tranquilos, que la ira de éstos no fuera a caer sobre su pueblo y mucho menos a causa de la traición de otro. Tanto Érebo como ella tenían grandes responsabilidades y el deber ser era cumplir con la tradición. En ninguno debía existir el arrepentimiento, todo sentimiento de pérdida tenía que hacerse a un lado para dar paso a la venganza.

—Las sociedades nuevas han dejado a un lado a las viejas tradiciones para alimentar a su ego. La espiritualidad y lo que los mantenía verdaderamente vivos ha quedado a un lado. Le han dado más importancia a otras cosas que a las necesidades de la mente... Los han manipulado para crear un ejército que sólo terminará consumiéndose a sí mismo —mencionó. Aún se mantenía de pie al lado tanto de Érebo como de su perro—. Ha sido difícil, hasta para los espíritus, hallar a ese hombre. ¿Qué clase de alquimia ha empleado para protegerse las espaldas? ¿Tienes alguna idea remota de lo que pueda ser? Creí habértelo encargado, Érebo. —Le miró—. Sino tendremos que tomar otras medidas... Aunque el riesgo sea inevitable.
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Mensaje por Érebo Vie Dic 04, 2015 10:39 am

Érebo era alguien que había renunciado al placer. Su existencia se fundamentaba en una educación más bien espartana, según la cual su vida debía centrarse en torno a su comunidad, a la que debía servir y por la que debía pelear, hasta la muerte si resultaba necesario. Por ello hacía mucho tiempo que las comisuras de sus labios no se combaban hacia una sonrisa o que se permitía distracciones que le apartasen del camino que los dioses le marcaban. Al fin y al cabo, había sido bendecido y a su don le acompañaba una vida de compromiso.

- Tantear en la oscuridad del desconocimiento no es sencillo, incluso para mí – explicó el porqué de sus escasos avances, al tiempo que se retiraba los húmedos mechones que se habían precipitado sobre su rostro -. Y es difícil encontrar una mota de suciedad en concreto entre tanta inmundicia. Los espíritus están desconcertados y les cuesta enfocarse. Sin embargo, algo he logrado. Entre sus confusos balbuceos he encontrado la estela de la reliquia. El rastro se perdía, pero su recuerdo se entremezclaba con el olor a sangre y el hedor de un animal. No estoy seguro de que lo robara un hechicero, pero usaron magia para robarlo – si bien esa había sido una hipótesis con gran posibilidad de resultar cierta, ahora confirmaba que era de esta manera como habían logrado romper os conjuros que llevaban siglos protegiendo el artefacto. Sus palabras salían con un tono calmado, como era normal en él. Ni tan siquiera se inmutaron cuando mencionó que la muerte se había inmiscuido en el asunto. Después de todo, el sacrificio animal era una costumbre que ellos mismos practicaban, y no sólo como parte de ceremonias mágicas, sino también como ofrenda a sus divinidades -. El ritual empleado tuvo que ser demasiado acertado para lograr su objetivo como para haber sido fruto del azar, lo cual no sólo nos indica un practicante poderoso, sino que éste, Prometeo, no es un profano en nuestras costumbres. Y eso me inquieta.

Generalmente, Érebo se movía cómodo entre las sombras, y el hecho de que se comprendiera parte de las tradiciones de su pueblo arrojaba luz sobre su propia persona. Eso otorgaba cierta ventaja a su rival, cierto poder, ya que posiblemente fuera consciente de ciertos límites que los dos hermanos no pudieran atravesar por infringir con ello las leyes de los dioses. Y, claramente, ellos no conocían casi nada acerca de él. O de ella.

- Debemos tener cuidado, no llamar su atención – remarcó al tiempo que se ponía en pie para reposar el lateral de su torso contra un árbol -. Era posible que, sabiendo la importancia de la reliquia para nosotros, espere una reacción de nuestra parte. Pero eso no es lo que más me preocupa. Tenía la esperanza de que el ladrón tan sólo quisiera el artefacto para algún coleccionista, pero ahora estoy convencido de que su fin no es ése. Temo que haya mancillado el regalo de Hécate. Y, si no lo ha hecho, temo que lo haga pronto – sólo en esos instantes se dejó entrever cierta posible preocupación en un entrecejo que apenas se dignaba a fruncirse. Pero así era él, serio, estoico y poco proclive a dejarse alterar -. Por ello espero que hayas llegado a algún camino que nos acerque más a Prometeo. Tú o tu acompañante – se refirió al perro sin dirigirse directamente a él, ya que sabía que cualquier intento de hablarle por parte del can le resultaría totalmente incomprensible y, por tanto, la tentativa de conversación sería en vano -. Dime que tenemos alguna pista que nos acerque a nuestro fin, Medea.
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Mensaje por Medea Vie Ene 01, 2016 2:02 am

La luna se reflejó en sus ojos claros; observaba fijamente a aquel astro de poderes divinos al cual admiraba más que a cualquier cosa sobre la tierra. Quizás fuera la misma luna la que le brindara las respuestas que necesitaba. Medea bien sabía que no podía llegar con las manos vacías a Samotracia. No podía decepcionar a los suyos y mucho menos a su diosa, a la que se había consagrado desde que estaba en el vientre de su madre.

Permaneció de pie frente a la laguna, acariciando el pelaje de Cerbero, como si eso le ofreciera una infinita paciencia. Obviamente, estaba enojada y hasta un tanto decepcionada por no haber dado con el susodicho Prometeo a esas alturas. Pero eso no significaba que cedería tan fácilmente, no iba a perder aquella batalla, jamás bajaría la guardia ante un insulso que tuvo la osadía de ofender a los dioses, creyendo que la justicia divina jamás lo alcanzaría. Sin embargo, muy cerca de sus pasos, la venganza divina, era quien lo perseguía entre sombras y con olor a muerte, esperando el momento adecuado para desterrarlo del mundo de los vivos en un abrir y cerrar de ojos.

Recordar que los dioses siempre amparaban a quienes les servían con devoción y humildad, hizo que una sutil sonrisa apareciese en sus labios.

—Hemos sido unos impacientes... Pero no todo está perdido. Confío plenamente en que daremos con nuestro objetivo. Los dioses no nos abandonarán en nuestra búsqueda y toda esta incertidumbre, no es más, que una prueba para medir nuestra lealtad —dijo impasible, volviendo la mirada hacia su hermano—. Si usaron magia o no, lo sabremos tarde o temprano. Porque aquello que los ha llevado al hurto del fuego de los dioses, será su perdición y uno a uno caerán, bajo el pico de águilas hambrientas.

Se dirigió entonces hacia las aguas en calma del lago, dejando que éstas cubrieran sus pies. De pronto, con el brillo de la propia luna, sus tatuajes parecieron iluminarse. Extendió un brazo e hizo un ademán con su mano, como si buscara arrancar algo del agua. De ella emergió una niebla espesa que luego fue adquiriendo una forma humanoide, pero con un rostro demacrado, horrible... Incapaz de ser apreciado con buenos ojos. Medea susurró algunas palabras en un idioma extinto; la criatura espectral reverenció a quien la invocaba. Un ser del Hades había sido arrastrado al mundo de los vivos para consumar, finalmente, la venganza de los dioses.

—No necesitamos de ninguna pista para obtener lo que tanto queremos. Nuestro enemigo no tiene la mínima idea de con quienes está tratando y no conoce ni remotamente a nuestros aliados —mencionó con orgullo, manteniendo la vista fija en el espectro que yacía inclinado ante su presencia—. Si se atreve a mancillar al preciado regalo de Hécate, su condena no sólo será la muerte, sino que tendrá que sufrir las penurias más hórridas en el Hades, humillado por seres nunca antes vistos por el ojo humano. Será encadenado al sufrimiento eterno; ese será su castigo por ofender a nuestra Hécate. Pero no te preocupes, hermano... Esto es tan sólo el inicio de su penar.

Sentenció con los ojos llenos de oscuridad. Con un par de palabras más, la criatura se desvaneció, pero no porque se regresara al reino de los muertos, sino para cumplir con la misión por la que fue invocado.

—Aquel que viste como la niebla, cuyo rostro es la viva imagen de la muerte violenta... Será la sombra del traidor, se convertirá en pesadillas y arrastrará su mente al delirio.
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