AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Fragmentos de las almas destrozadas - Privado
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Fragmentos de las almas destrozadas - Privado
La noche iba cayendo, más fría que ayer y seguramente mucho más benévola que la que debería soportar en unas pocas semanas más. Chiara no sabía si amaba o no el otoño, como no entendía porque su necesidad de no alejarse del jardín botánico. Ese lugar era su refugio en medio de su locura, por momentos creía que allí nada la podría lastimar. Oculta entre los árboles, solía dejar que las horas simplemente transcurrieran. Sentada bajo la sombra de un roble, acomodó la falda de su vestido, ese que había visto mejores épocas, y aún conservaba un poco del color original, especialmente en los galones y los ribetes. En los puños y cuello, el azul intenso, como el del cielo estrellado, daba toques de extraña elegancia al resto del vestido ya desteñido, en tonos grises, con sus ruedos descocidos y deshilachados. En sus pies unas botas acordonadas, desgastadas, de suelas casi perforadas, la protegían del frío.
Suspiró, si algo no había cambiado en ella, era esa necesidad de sentirse limpia, ¿pero que podía hacer? Debía intentar sobrevivir y con los pocos chelines que recibía como pago por algún pequeño trabajo, no podía darse el lujo de comprar un vestido, - además, para que lo quiero, donde lo iría a lucir – negó con la cabeza, prefería huir de la realidad sumergida en una historia, de esas que encontraba en los libros. Como el que tenía entre sus manos, ese que había robado de la biblioteca, una noche en que se escabullo en ella, al tocar los lomos de los libros recordó vagamente una habitación con sus paredes cubiertas de libros, de ventanales que daban a un jardín, tan hermoso o más que, éste, en el que ahora se encontraba. El aroma que se apoderó de su nariz, uno que no provenía de ningún ser que estuviera por ese lugar en ese momento, le hizo recordar la silueta de un hombre, seguramente, el dueño de aquel estudio, su esposo, ese hombre que no podía recordar, ni siquiera el color de sus ojos.
La melancolía que sentía cada vez que algo la enfrentaba con una parte de su destrozado pasado, comenzaba a sentir que la cabeza le dolía, los brazos le pesaban y en mitad del pecho una punzada se clavaba una y otra vez en su corazón. Sus ojos volvieron a inundarse de lágrimas, que se derramaban por sus mejillas y barbilla. Retrajo sus piernas, enlazándolas con sus brazos, hundiendo su rostro en la falda del vestido, estaba tan cansada, deseaba dormir, por una semana, por un mes, o mejor eternamente, deseaba solo desaparecer, pero sabía que eso, por ahora era imposible.
La briza suave y fresca de la madrugada le acarició el cuello y las mejillas aun húmedas, le helaban el rostro. Acercándose al pequeño estanque, en donde en días de calor, las parejas solían alquilar botecillos y pasear por sus aguas, se paró en la orilla del espejo de agua. Sin pensarlo mucho, se quitó su ropa, hundiendo su cuerpo, cubierto de cicatrices en las frías aguas. Esas marcas que ocultaba celosamente, algunas provocadas por el incendio en donde sus hijos habían perecido, otras eran más recientes, de los meses en el hospital mental, huellas de los tratamientos recibidos.
Meciéndose entre las oscuras aguas, allí en donde nadie la podía ver, ni herir. Sola y segura sabiendo que los empleados no volverían hasta dentro de un par de horas, se dejó mecer por los movimientos suaves del agua, un buen baño siempre lograba calmarla, tal vez porque sentía que así, las cicatrices no tiraban, ni dolían. O porque, al bañarse entre las flores acuáticas, en su mente se proyectaba el recuerdo de un tiempo distante, sonrió recordando una bañera tan inmensa como una piscina, rodeada de palmeras pintadas, ¿Por qué sonreía? No lo sabía, tal vez era otra de las piezas de su rompecabezas, una de esas que le iluminaban fugazmente el rostro.
Suspiró, si algo no había cambiado en ella, era esa necesidad de sentirse limpia, ¿pero que podía hacer? Debía intentar sobrevivir y con los pocos chelines que recibía como pago por algún pequeño trabajo, no podía darse el lujo de comprar un vestido, - además, para que lo quiero, donde lo iría a lucir – negó con la cabeza, prefería huir de la realidad sumergida en una historia, de esas que encontraba en los libros. Como el que tenía entre sus manos, ese que había robado de la biblioteca, una noche en que se escabullo en ella, al tocar los lomos de los libros recordó vagamente una habitación con sus paredes cubiertas de libros, de ventanales que daban a un jardín, tan hermoso o más que, éste, en el que ahora se encontraba. El aroma que se apoderó de su nariz, uno que no provenía de ningún ser que estuviera por ese lugar en ese momento, le hizo recordar la silueta de un hombre, seguramente, el dueño de aquel estudio, su esposo, ese hombre que no podía recordar, ni siquiera el color de sus ojos.
La melancolía que sentía cada vez que algo la enfrentaba con una parte de su destrozado pasado, comenzaba a sentir que la cabeza le dolía, los brazos le pesaban y en mitad del pecho una punzada se clavaba una y otra vez en su corazón. Sus ojos volvieron a inundarse de lágrimas, que se derramaban por sus mejillas y barbilla. Retrajo sus piernas, enlazándolas con sus brazos, hundiendo su rostro en la falda del vestido, estaba tan cansada, deseaba dormir, por una semana, por un mes, o mejor eternamente, deseaba solo desaparecer, pero sabía que eso, por ahora era imposible.
La briza suave y fresca de la madrugada le acarició el cuello y las mejillas aun húmedas, le helaban el rostro. Acercándose al pequeño estanque, en donde en días de calor, las parejas solían alquilar botecillos y pasear por sus aguas, se paró en la orilla del espejo de agua. Sin pensarlo mucho, se quitó su ropa, hundiendo su cuerpo, cubierto de cicatrices en las frías aguas. Esas marcas que ocultaba celosamente, algunas provocadas por el incendio en donde sus hijos habían perecido, otras eran más recientes, de los meses en el hospital mental, huellas de los tratamientos recibidos.
Meciéndose entre las oscuras aguas, allí en donde nadie la podía ver, ni herir. Sola y segura sabiendo que los empleados no volverían hasta dentro de un par de horas, se dejó mecer por los movimientos suaves del agua, un buen baño siempre lograba calmarla, tal vez porque sentía que así, las cicatrices no tiraban, ni dolían. O porque, al bañarse entre las flores acuáticas, en su mente se proyectaba el recuerdo de un tiempo distante, sonrió recordando una bañera tan inmensa como una piscina, rodeada de palmeras pintadas, ¿Por qué sonreía? No lo sabía, tal vez era otra de las piezas de su rompecabezas, una de esas que le iluminaban fugazmente el rostro.
Última edición por Chiara Di Moncalieri el Lun Mayo 01, 2017 3:42 pm, editado 2 veces
Corradine Grimaldi- Humano Clase Alta
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Re: Fragmentos de las almas destrozadas - Privado
Su ánimo no había mejorado cuando llegó al jardín botánico. No era de los sitios que Ralston acostumbraba frecuentar, de hecho, ni siquiera lo había elegido como destino esa noche; simplemente, con el afán de despejar su atormentada mente lo más que le fuera posible, algo que realmente necesitaba a causa de los últimos acontecimientos de su vida, había emprendido una larga caminata que se había prologado por poco más de dos horas, terminando finalmente allí. No le importó que le dieran las casi tres de la madrugada, haberse alejado tanto de su finca, y mucho menos que la tarde de ese día tuviera una cita en el altar para casarse con la mujer que más odiaba en todo el mundo. Otro en su lugar se habría preocupado por dormir temprano para amanecer fresco y dejar todo listo para el gran momento, pero no él, que aún tenía serias dudas sobre lo que estaba por ocurrir.
¿Se había arrepentido? No, pero era cierto que aún no terminaba por decidirse. Y no era para menos, pues no solo el futuro de Viktóriya estaba en juego, sino también el suyo. ¿Estaba dispuesto a atarse, ante los ojos de Dios y del hombre, a una mujer tan despreciable durante los próximos cinco o diez años, o en el peor de los casos, por el resto de su vida? Le bastó recordar los fatídicos días en los que su madre, que postrada en una cama y delgada como un esqueleto, muy enferma a causa de la angustia y la tristeza que el abandono de su padre le provocó, se consumió hasta la muerte. Se dio cuenta de que no podía estar pensando en serio la posibilidad de echarse para atrás. Él le había hecho una promesa en su lecho de muerte, y como el hombre de palabra que era, tenía que cumplirla. «No puedes ser tan débil», se reprendió en silencio, y un dolor agudo golpeó dentro de él. Entonces supo que aquel absurdo matrimonio sería tan solo un precio pequeño que él tendría que pagar para lograr su objetivo, pero que a la larga no tendría punto de comparación con los horrores que Viktóriya sufriría una vez puesta en marcha su tan esperada venganza.
Caminó distraídamente por el oscuro lugar, mientras intentaba suprimir la punzada de indecisión que le embargaba el cuerpo. Cuando pasó muy cerca del estanque, sus pies chocaron con algo e inmediatamente se agachó para confirmar que se trataba de algunas prendas de mujer. Ralston frunció el ceño, confundido, y lo que vio a continuación, lo pilló por sorpresa. Se quedó paralizado cuando una figura femenina apareció ante su vista, una mujer que nadaba completamente desnuda, con su figura larga y estilizada, deslizándose por las oscuras aguas. Por alguna razón recordó aquella leyenda que alguna vez su abuelo le había contado, misma que contaba sobre una mujer muy hermosa que se le aparecía a hombres trasnochadores, ya fuera desnuda o semidesnuda y usualmente bañándose en tanques, pilas o ríos, y que cuando éstos se le acercaban, ella se levantaba y flotaba sobre el agua, mostrando su fantasmagórico rostro, mismo que podía enfermarlos o incluso matarlos del susto.
Ralston la miró un momento, temiendo que aquellos cuentos que el viejo le contaba fueran reales, pero al darse cuenta de lo absurdo que estaba siendo, negó con la cabeza y decidió acercarse, todavía con la ropa de la mujer entre sus manos.
—¿Esto es suyo? —cuestionó, a pesar de lo obvio de la situación, puesto que no encontró una manera más sutil de interrumpir aquel momento tan íntimo.
¿Se había arrepentido? No, pero era cierto que aún no terminaba por decidirse. Y no era para menos, pues no solo el futuro de Viktóriya estaba en juego, sino también el suyo. ¿Estaba dispuesto a atarse, ante los ojos de Dios y del hombre, a una mujer tan despreciable durante los próximos cinco o diez años, o en el peor de los casos, por el resto de su vida? Le bastó recordar los fatídicos días en los que su madre, que postrada en una cama y delgada como un esqueleto, muy enferma a causa de la angustia y la tristeza que el abandono de su padre le provocó, se consumió hasta la muerte. Se dio cuenta de que no podía estar pensando en serio la posibilidad de echarse para atrás. Él le había hecho una promesa en su lecho de muerte, y como el hombre de palabra que era, tenía que cumplirla. «No puedes ser tan débil», se reprendió en silencio, y un dolor agudo golpeó dentro de él. Entonces supo que aquel absurdo matrimonio sería tan solo un precio pequeño que él tendría que pagar para lograr su objetivo, pero que a la larga no tendría punto de comparación con los horrores que Viktóriya sufriría una vez puesta en marcha su tan esperada venganza.
Caminó distraídamente por el oscuro lugar, mientras intentaba suprimir la punzada de indecisión que le embargaba el cuerpo. Cuando pasó muy cerca del estanque, sus pies chocaron con algo e inmediatamente se agachó para confirmar que se trataba de algunas prendas de mujer. Ralston frunció el ceño, confundido, y lo que vio a continuación, lo pilló por sorpresa. Se quedó paralizado cuando una figura femenina apareció ante su vista, una mujer que nadaba completamente desnuda, con su figura larga y estilizada, deslizándose por las oscuras aguas. Por alguna razón recordó aquella leyenda que alguna vez su abuelo le había contado, misma que contaba sobre una mujer muy hermosa que se le aparecía a hombres trasnochadores, ya fuera desnuda o semidesnuda y usualmente bañándose en tanques, pilas o ríos, y que cuando éstos se le acercaban, ella se levantaba y flotaba sobre el agua, mostrando su fantasmagórico rostro, mismo que podía enfermarlos o incluso matarlos del susto.
Ralston la miró un momento, temiendo que aquellos cuentos que el viejo le contaba fueran reales, pero al darse cuenta de lo absurdo que estaba siendo, negó con la cabeza y decidió acercarse, todavía con la ropa de la mujer entre sus manos.
—¿Esto es suyo? —cuestionó, a pesar de lo obvio de la situación, puesto que no encontró una manera más sutil de interrumpir aquel momento tan íntimo.
Ralston Burgess- Humano Clase Media
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Re: Fragmentos de las almas destrozadas - Privado
Sus movimientos en el agua eran delicados y rítmicos, el delgado cuerpo de la mujer se deslizaba por las aguas del estanque como el de una ninfa del bosque, la piel tan blanca parecía que era de luna, sus cabellos rubios, brillaban a la luz del astro que se enseñoreaba cuando el sol aún dormía y su rostro de gran hermosura parecía decir a quien lo contemplara la tristeza que embargaba ese espíritu. Si algún caminante se acercaba al estanque creería que de un fantasma se trataba, pero Chiara, continuaba disfrutando del agua y de aquella absoluta soledad.
La joven italiana amaba estar en silencio, intentar entender como había llegado hasta esa situación. Ella, que había sido criada para llegar a ser una condesa, ahora no era más que una de tantos mendigos que intentaban sobrevivir a las circunstancias. Se detuvo flotando en mitad del estanque, su torso desnudo subía y bajaba cubierto por el agua en cada movimiento que hacía para mantenerse a flote. Suspiró, para luego quedarse en silencio con su mirada fija en las ondas que se dibujaban en el espejo de agua, partiendo desde su piel formando un suave oleaje. Algunas gotas caían de su mentón y de sus dedos hundiéndose en las aguas, aquello le hizo pensar que muchas veces en los meses transcurridos desde su retorno a Paris se había sentido, como una débil gota de agua, temblando para luego dejarse caer a lo desconocido, a lo que el destino deseara entregarle. Cerró sus ojos e inspiró, quería dejar que el perfume de la noche, de las flores inundara sus pulmones, oír el leve murmullo de los seres nocturnos que vivían sus vidas, como si no hubiera un mañana. Así quería vivir ella, esperando que la muerte llegara con el alba, con la próxima hora, el próximo suspiro.
No prestó atención a los pasos que se acercaban, fue recién cuando una voz masculina le hizo una pregunta, cuando Chiara prestó atención, girando rápidamente para contemplar al ser que parado en la orilla del estanque la contemplaba. Otro fragmento de su historia olvidada golpeó en su cabeza, un ser demoníaco había destruido su vida, allá en Turín, antes de emprender su viaje a Paris, mucho antes de conocer al hombre que cambiaría su vida. Fijó su vista en las prendas que sostenía y se asustó, - sí, son mías, déjelas allí – Le pareció tan insensato haberle dicho aquello, bien podía ser un vampiro, o un humano pero, un ladrón o peor un asesino. No supo que hacer, no podía salir del agua mientras aquel hombre estuviera allí presente, pero comenzaba a tener frio y temía que un calambre le hiciera hundirse. Temerosa aún, intentó que su voz salir clara y con fuerza, - por favor, permítame salir del agua, apártese - esperaba que fuera un caballero, pero ya no podía permanecer en el agua y debería tomar ese riesgo.
La joven italiana amaba estar en silencio, intentar entender como había llegado hasta esa situación. Ella, que había sido criada para llegar a ser una condesa, ahora no era más que una de tantos mendigos que intentaban sobrevivir a las circunstancias. Se detuvo flotando en mitad del estanque, su torso desnudo subía y bajaba cubierto por el agua en cada movimiento que hacía para mantenerse a flote. Suspiró, para luego quedarse en silencio con su mirada fija en las ondas que se dibujaban en el espejo de agua, partiendo desde su piel formando un suave oleaje. Algunas gotas caían de su mentón y de sus dedos hundiéndose en las aguas, aquello le hizo pensar que muchas veces en los meses transcurridos desde su retorno a Paris se había sentido, como una débil gota de agua, temblando para luego dejarse caer a lo desconocido, a lo que el destino deseara entregarle. Cerró sus ojos e inspiró, quería dejar que el perfume de la noche, de las flores inundara sus pulmones, oír el leve murmullo de los seres nocturnos que vivían sus vidas, como si no hubiera un mañana. Así quería vivir ella, esperando que la muerte llegara con el alba, con la próxima hora, el próximo suspiro.
No prestó atención a los pasos que se acercaban, fue recién cuando una voz masculina le hizo una pregunta, cuando Chiara prestó atención, girando rápidamente para contemplar al ser que parado en la orilla del estanque la contemplaba. Otro fragmento de su historia olvidada golpeó en su cabeza, un ser demoníaco había destruido su vida, allá en Turín, antes de emprender su viaje a Paris, mucho antes de conocer al hombre que cambiaría su vida. Fijó su vista en las prendas que sostenía y se asustó, - sí, son mías, déjelas allí – Le pareció tan insensato haberle dicho aquello, bien podía ser un vampiro, o un humano pero, un ladrón o peor un asesino. No supo que hacer, no podía salir del agua mientras aquel hombre estuviera allí presente, pero comenzaba a tener frio y temía que un calambre le hiciera hundirse. Temerosa aún, intentó que su voz salir clara y con fuerza, - por favor, permítame salir del agua, apártese - esperaba que fuera un caballero, pero ya no podía permanecer en el agua y debería tomar ese riesgo.
Última edición por Chiara Di Moncalieri el Lun Mayo 01, 2017 3:44 pm, editado 1 vez
Corradine Grimaldi- Humano Clase Alta
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Re: Fragmentos de las almas destrozadas - Privado
De los dos hermanos Burgess, Ralston, que era considerado el mayor de los gemelos por apenas unos cuantos minutos de diferencia entre un nacimiento y el otro, siempre se había distinguido por ser el más centrado, el más responsable y, claramente, el de personalidad más tratable. Desde luego que tenía su carácter, tenaz y a veces enérgico pero, independientemente de eso, no había duda de que, a diferencia de Wyatt, él sí que había tomado en cuenta todas las enseñanzas que sus padres se habían esmerado en proveerles desde pequeños. Que no las pensara poner en práctica con su futura esposa, era otra cosa muy diferente, pues era parte del plan y no significaba que carecía de modales. Habiéndose criado en una familia acomodada, allá en la lejana Luisiana, sabía exactamente cómo portarse en sociedad; cómo tratar y dirigirse a una dama; lo que era incorrecto y lo que estaba bien visto. Desde luego, espiar a mujeres desnudas no entraba en ésta última categoría. Era un acto completamente reprobable, diga de un rufián.
Apenas fue consciente de su atrevimiento, Ralston se sintió. Sin embargo, el penoso incidente le había dejado pasmado, por lo que le llevó varios segundos reaccionar y entender lo que ella le pedía. Se quedó allí, ensimismado, como un verdadero idiota, sin poder dejar de mirarla, como si esa hubiera sido su intención desde el inicio. Cuando al fin reaccionó, con la ropa de la extraña exhibicionista todavía entre sus manos, rápidamente se dio media vuelta.
—Esto no es lo que parece. Le aseguro que no estaba espiándola —intentó excusarse.
Pero lo cierto era que sus acciones y el incomprensible modo de ejecutarlas, evidentemente decían lo contrario. Por si fuera poco, su inquietud era tal que ni siquiera fue consciente de que, a pesar de estar dándole la espalda, tenía el rostro ladeado y miraba por el rabillo del ojo a la mujer que salía del agua, como habría hecho un verdadero degenerado.
—Siento haber llegado e interrumpido así y… —añadió distraídamente a su disculpa, pero antes de poder terminar la frase, se dio cuenta de que su arrepentimiento no tenía razón de ser—. En todo caso usted ha tenido la culpa —pronunció atropelladamente, al tiempo que cambiaba de manera súbita el tono de voz por uno que era más propio de un reproche—. ¿Se ha dado cuenta de la hora que es? Es de madrugada, casi las tres. ¿Es esto alguna clase de ritual? Porque no encuentro otra explicación coherente que la justifique. Ninguna dama que se precie anda sola a estas horas de la noche, y mucho menos se mete a bañar desnuda a un estanque, en un lugar público. ¿Acaso ha enloquecido? ¿Tiene idea de los peligros a los que se expone?
Pero la mujer parecía no tener intención de responder a sus cuestionamientos, o al menos esa fue la impresión que se llevó Ralston. Probablemente era porque la había dejado sin argumentos suficientes. Nada que dijera la justificaría realmente, de eso estaba seguro, aunque también entendía que él no era nadie para juzgar sus descabellados actos. Habiendo pasado su repentina alteración, decidió tranquilizarse y tomarse las cosas como lo que eran: algo verdaderamente inusual, y nada más.
—Aquí tiene, su ropa —no le pareció correcto lanzársela como si se tratara de una pordiosera, así que decidió acercarse para tendérsela, ladeando el rostro hacia la derecha, para así evitar mirarla—. Ya le he aclarado que no la he tomado a propósito. Caminaba y entonces… yo… —la frase quedó inconclusa cuando, nuevamente, la visión periférica de sus ojos, lo traicionó, revelándole un perfecto cuerpo desnudo de mujer—. Olvídelo. Solo vístase cuanto antes, por el amor de dios —pidió ya un poco exasperado por el bochornoso momento.
Apenas fue consciente de su atrevimiento, Ralston se sintió. Sin embargo, el penoso incidente le había dejado pasmado, por lo que le llevó varios segundos reaccionar y entender lo que ella le pedía. Se quedó allí, ensimismado, como un verdadero idiota, sin poder dejar de mirarla, como si esa hubiera sido su intención desde el inicio. Cuando al fin reaccionó, con la ropa de la extraña exhibicionista todavía entre sus manos, rápidamente se dio media vuelta.
—Esto no es lo que parece. Le aseguro que no estaba espiándola —intentó excusarse.
Pero lo cierto era que sus acciones y el incomprensible modo de ejecutarlas, evidentemente decían lo contrario. Por si fuera poco, su inquietud era tal que ni siquiera fue consciente de que, a pesar de estar dándole la espalda, tenía el rostro ladeado y miraba por el rabillo del ojo a la mujer que salía del agua, como habría hecho un verdadero degenerado.
—Siento haber llegado e interrumpido así y… —añadió distraídamente a su disculpa, pero antes de poder terminar la frase, se dio cuenta de que su arrepentimiento no tenía razón de ser—. En todo caso usted ha tenido la culpa —pronunció atropelladamente, al tiempo que cambiaba de manera súbita el tono de voz por uno que era más propio de un reproche—. ¿Se ha dado cuenta de la hora que es? Es de madrugada, casi las tres. ¿Es esto alguna clase de ritual? Porque no encuentro otra explicación coherente que la justifique. Ninguna dama que se precie anda sola a estas horas de la noche, y mucho menos se mete a bañar desnuda a un estanque, en un lugar público. ¿Acaso ha enloquecido? ¿Tiene idea de los peligros a los que se expone?
Pero la mujer parecía no tener intención de responder a sus cuestionamientos, o al menos esa fue la impresión que se llevó Ralston. Probablemente era porque la había dejado sin argumentos suficientes. Nada que dijera la justificaría realmente, de eso estaba seguro, aunque también entendía que él no era nadie para juzgar sus descabellados actos. Habiendo pasado su repentina alteración, decidió tranquilizarse y tomarse las cosas como lo que eran: algo verdaderamente inusual, y nada más.
—Aquí tiene, su ropa —no le pareció correcto lanzársela como si se tratara de una pordiosera, así que decidió acercarse para tendérsela, ladeando el rostro hacia la derecha, para así evitar mirarla—. Ya le he aclarado que no la he tomado a propósito. Caminaba y entonces… yo… —la frase quedó inconclusa cuando, nuevamente, la visión periférica de sus ojos, lo traicionó, revelándole un perfecto cuerpo desnudo de mujer—. Olvídelo. Solo vístase cuanto antes, por el amor de dios —pidió ya un poco exasperado por el bochornoso momento.
Ralston Burgess- Humano Clase Media
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Re: Fragmentos de las almas destrozadas - Privado
Se acercó a la orilla, cubriendo sus pechos con los brazos. Un recuerdo llegó a su mente, - porque ocultan tus brazos la belleza que me pertenece – su cuerpo se congelo por un instante mientras, otro fragmento de su pasado llegaba a herir nuevamente su alma, cerró los ojos y negó suavemente con su cabeza, como si en verdad intentara refutar lo que decía aquel hombre, aunque en verdad, solo intentara alejar de su mente esa voz que lograba hacer que su corazón diera un salto y su estómago doliera.
- ¿Mi culpa? – repitió al comentario del caballero, mas no respondió, simplemente fijó su vista en la espalda masculina, los cabellos rojizos y la contextura que demostraba que era un hombre de trabajo. – ¿Acaso podrá ser un inquisidor? Como… - nuevamente el recuerdo de aquel nombre se escapó, dejándola con la sensación de no recordar algo realmente importante. Suspiró resignada, mientras volvía a realizar un paso que la alejaba de la seguridad del agua, para acercarla a sus prendas que eran sostenidas por el caballero. Aquel pequeño monologo expresado con tanta energía y resolución, hizo que Chiara sonriera, - definitivamente no lo es, de ser un soldado, no se hubiera ido con remilgos y me sacaría del agua a empujones y jalones - en verdad darse cuenta de aquello, le provocó un verdadero alivio.
Al ver que no se daría vuelta, que en verdad parecía ser un hombre de palabra, se apresuró a salir del agua, tomando las ropas y ocultándose entre unos arbustos mientras se volvía a vestir. No le costó mucho ya que al estar tan delgada se enfundó en el vestido en dos movimientos. Arregló sus cabellos lo mejor posible y calzó sus pequeñas botas. Cuando estuvo lista, se detuvo un momento, contemplando a ese hombre desde el lugar que le había servido de escondite pero que no había podido cubrir totalmente su cuerpo al momento de vestirse. Ruborizada, por primera vez en más de cinco años, no supo cómo reaccionar.
Inspiró profundamente, cerró sus ojos y mentalmente pidió a Dios que le diera las palabras adecuadas para defenderse y agradecer el gesto de aquel extraño. Caminó hasta donde él se encontraba, con la mirada en el suelo, como cuando sus hijos sabían que les correspondería un castigo por alguna de sus travesuras. Se detuvo a pocos pasos y volvió a inspirar, esta vez para comenzar a pedir las disculpas que el hombre se merecía. Levantó su vista hasta el rostro del extraño, - disculpe, no fue mi intención asustarlo, como tampoco soy una loca… aunque lo parezca – reflexionó en voz alta, volvió a ruborizarse y sonrió tímidamente – la verdad es que hace unos días he llegado a Paris y no logro recordar cómo llegar a mi hogar, y siempre que me siento abatida, un buen chapuzón ha logrado acomodar mis ideas y darme ánimos – su sonrisa se fue expandiendo, como lo haría una niña cuando reconoce que cometió una gran imprudencia, pero que no hay nada que lamentar.
Sus cabellos mojados se pegaban a su cuello y la briza nocturna la hizo temblar, - pues bien, como dijo... es tarde y de seguro usted sí debería estar en otro sitio… - quiso continuar su respuesta pero otro nuevo escalofrío provocó que le castañetearan, levemente, los dientes. Aquello le causó suma vergüenza, deseaba huir de allí, pero irse y ni siquiera presentarse le parecía un verdadero desplante, mas después de la forma en que él se había comportado. Sus brazos estaban cruzados a la altura de su cintura, como si abrazándose pudiera lograr entrar en calor. Extendió su mano derecha mientras se presentaba, - me llamo Chiara, gracias por no ser un asesino – le mantuvo la mirada, una sonrisa de costado surgió como hacía mucho tiempo, - le aseguro que… tampoco lo soy -.
- ¿Mi culpa? – repitió al comentario del caballero, mas no respondió, simplemente fijó su vista en la espalda masculina, los cabellos rojizos y la contextura que demostraba que era un hombre de trabajo. – ¿Acaso podrá ser un inquisidor? Como… - nuevamente el recuerdo de aquel nombre se escapó, dejándola con la sensación de no recordar algo realmente importante. Suspiró resignada, mientras volvía a realizar un paso que la alejaba de la seguridad del agua, para acercarla a sus prendas que eran sostenidas por el caballero. Aquel pequeño monologo expresado con tanta energía y resolución, hizo que Chiara sonriera, - definitivamente no lo es, de ser un soldado, no se hubiera ido con remilgos y me sacaría del agua a empujones y jalones - en verdad darse cuenta de aquello, le provocó un verdadero alivio.
Al ver que no se daría vuelta, que en verdad parecía ser un hombre de palabra, se apresuró a salir del agua, tomando las ropas y ocultándose entre unos arbustos mientras se volvía a vestir. No le costó mucho ya que al estar tan delgada se enfundó en el vestido en dos movimientos. Arregló sus cabellos lo mejor posible y calzó sus pequeñas botas. Cuando estuvo lista, se detuvo un momento, contemplando a ese hombre desde el lugar que le había servido de escondite pero que no había podido cubrir totalmente su cuerpo al momento de vestirse. Ruborizada, por primera vez en más de cinco años, no supo cómo reaccionar.
Inspiró profundamente, cerró sus ojos y mentalmente pidió a Dios que le diera las palabras adecuadas para defenderse y agradecer el gesto de aquel extraño. Caminó hasta donde él se encontraba, con la mirada en el suelo, como cuando sus hijos sabían que les correspondería un castigo por alguna de sus travesuras. Se detuvo a pocos pasos y volvió a inspirar, esta vez para comenzar a pedir las disculpas que el hombre se merecía. Levantó su vista hasta el rostro del extraño, - disculpe, no fue mi intención asustarlo, como tampoco soy una loca… aunque lo parezca – reflexionó en voz alta, volvió a ruborizarse y sonrió tímidamente – la verdad es que hace unos días he llegado a Paris y no logro recordar cómo llegar a mi hogar, y siempre que me siento abatida, un buen chapuzón ha logrado acomodar mis ideas y darme ánimos – su sonrisa se fue expandiendo, como lo haría una niña cuando reconoce que cometió una gran imprudencia, pero que no hay nada que lamentar.
Sus cabellos mojados se pegaban a su cuello y la briza nocturna la hizo temblar, - pues bien, como dijo... es tarde y de seguro usted sí debería estar en otro sitio… - quiso continuar su respuesta pero otro nuevo escalofrío provocó que le castañetearan, levemente, los dientes. Aquello le causó suma vergüenza, deseaba huir de allí, pero irse y ni siquiera presentarse le parecía un verdadero desplante, mas después de la forma en que él se había comportado. Sus brazos estaban cruzados a la altura de su cintura, como si abrazándose pudiera lograr entrar en calor. Extendió su mano derecha mientras se presentaba, - me llamo Chiara, gracias por no ser un asesino – le mantuvo la mirada, una sonrisa de costado surgió como hacía mucho tiempo, - le aseguro que… tampoco lo soy -.
Última edición por Chiara Di Moncalieri el Lun Mayo 01, 2017 3:47 pm, editado 1 vez
Corradine Grimaldi- Humano Clase Alta
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Re: Fragmentos de las almas destrozadas - Privado
—Ralston Burgess —respondió escuetamente mientras estrechaba su mano.
Definitivamente, era una situación bastante extraña. Estaba ahí, en medio de la noche, a unas cuantas horas de su boda, presentándose ante una mujer semidesnuda. ¡Habrase visto antes! Cuando ella se le postró enfrente, al fin pudo conocer su rostro a detalle. Era joven, muy lejos de la treintena, y aún mojada como estaba, la situación no le desfavorecía en absoluto. Desde luego, era muy bonita. Sus discretas vestiduras le revelaron que se trataba de una muchacha de clase muy sencilla.
—No me ha asustado, solo me sorprendió encontrarla —quiso aclarar, sintiéndose completamente ridículo por haber considerado siquiera la posibilidad de que se tratara de un ente sobrenatural. Luego se quedó en silencio.
¿Qué se decía en situaciones semejantes? Repasó mentalmente las palabras de la mujer. No había dicho mucho, sin embargo, había algo que aún seguía haciendo eco en la cabeza de Ralston por el simple hecho de que le parecía francamente inconcebible.
—¿Qué es eso que ha dicho? ¿Está perdida? ¿Cómo es eso posible? —cuestionó y sin ser consciente de ello, volvió a utilizar ese tono de voz que parecía implicar reproche, como si le indignara.
¿Cómo alguien podía olvidar la ubicación de su casa? Estuvo a punto de continuar con sus cuestionamientos, pero en ese instante una ráfaga de viento chocó contra su rostro y le removió el ondulado cabello, recordándole que era una noche particularmente fresca. Notó que ella tenía frío. Por supuesto que debía tenerlo. En realidad, debía estarse congelando.
—Por Dios, cogerá una pulmonía —vaticinó, cambiando el reproche por la preocupación, al tiempo que se despojaba de la chaqueta que por suerte era lo suficientemente gruesa y acogedora—. Tome, póngasela —se la tendió.
La habría arropado él mismo, pero decidió que era mejor así. Luego de lo ocurrido, de haberla visto desnuda, no se sentía con la suficiente confianza para acercarse. Pensaba que ella podía llegar a sentirse incómoda, como si invadiera su espacio, Después de todo seguía sendo un extraño.
—¿Al menos ha valido la pena? Quiero decir que si lo ha conseguido, si ha logrado recordar luego de su… exótico baño.
Definitivamente, era una situación bastante extraña. Estaba ahí, en medio de la noche, a unas cuantas horas de su boda, presentándose ante una mujer semidesnuda. ¡Habrase visto antes! Cuando ella se le postró enfrente, al fin pudo conocer su rostro a detalle. Era joven, muy lejos de la treintena, y aún mojada como estaba, la situación no le desfavorecía en absoluto. Desde luego, era muy bonita. Sus discretas vestiduras le revelaron que se trataba de una muchacha de clase muy sencilla.
—No me ha asustado, solo me sorprendió encontrarla —quiso aclarar, sintiéndose completamente ridículo por haber considerado siquiera la posibilidad de que se tratara de un ente sobrenatural. Luego se quedó en silencio.
¿Qué se decía en situaciones semejantes? Repasó mentalmente las palabras de la mujer. No había dicho mucho, sin embargo, había algo que aún seguía haciendo eco en la cabeza de Ralston por el simple hecho de que le parecía francamente inconcebible.
—¿Qué es eso que ha dicho? ¿Está perdida? ¿Cómo es eso posible? —cuestionó y sin ser consciente de ello, volvió a utilizar ese tono de voz que parecía implicar reproche, como si le indignara.
¿Cómo alguien podía olvidar la ubicación de su casa? Estuvo a punto de continuar con sus cuestionamientos, pero en ese instante una ráfaga de viento chocó contra su rostro y le removió el ondulado cabello, recordándole que era una noche particularmente fresca. Notó que ella tenía frío. Por supuesto que debía tenerlo. En realidad, debía estarse congelando.
—Por Dios, cogerá una pulmonía —vaticinó, cambiando el reproche por la preocupación, al tiempo que se despojaba de la chaqueta que por suerte era lo suficientemente gruesa y acogedora—. Tome, póngasela —se la tendió.
La habría arropado él mismo, pero decidió que era mejor así. Luego de lo ocurrido, de haberla visto desnuda, no se sentía con la suficiente confianza para acercarse. Pensaba que ella podía llegar a sentirse incómoda, como si invadiera su espacio, Después de todo seguía sendo un extraño.
—¿Al menos ha valido la pena? Quiero decir que si lo ha conseguido, si ha logrado recordar luego de su… exótico baño.
Ralston Burgess- Humano Clase Media
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Re: Fragmentos de las almas destrozadas - Privado
Escuchó atenta las palabras de Ralston, sonrió al escuchar su nombre y apellido, - bello nombre - susurró, mientras continuaba frotando sus brazos para intentar darse calor. Cuando el caballero le entregó su abrigo para que no se enfermara, ella agradeció la gentileza. Tomó el abrigó y se lo colocó, instintivamente inspiró, recogiendo en sus sentidos el rastro de perfume de la prenda, había cerrado los ojos, y una imagen vino a su mente, la de un hombre de cabellos lacios rubio, de mirar azul profundo. La sensación de no poder recordar con claridad quien era ese hombre la devastó. Abrió sus ojos, cuando su amigo accidental le preguntaba si con su extraño ritual había logrado recordar algo.
Su mirada triste buscó la ajena, asintió con la cabeza, - si, he podido recordar pequeños fragmentos, parte de mi pasado, pero los que mas desearía recordar, aún no logro aferrarlos - se arrebujó en el abrigo - uhmmm... no me había dado cuenta lo fresca que está la noche, hasta que la diferencia se hace notoria con un abrigo - sonrió, con la alegría que hacía mucho tiempo, no se apoderaba de ella. mantuvo su mirada en la de Ralston, pero en verdad intentaba poner en orden sus pensamientos. Mordió su labio inferior, como lo hiciera desde que era una niña. Una ceja se enarcó, - soy italiana... si... de Turín - una sonrisa se hizo franca, mostrando unos dientes blancos y parejos. Unos instantes mas tarde, su mirada cambió de la euforia a la tristeza, - pero... si soy de Turin... ¿porqué estoy en París? - negó con la cabeza, - no puedo ir hasta allí, no tengo el dinero suficiente... debería buscar un trabajo... ¿pero, quien contrataría a una mujer que no tiene papeles - suspiró, lo que decía, no era tanto para su acompañante, eran cavilaciones en voz alta.
Bajó su mirada al suelo, a sus botas, comenzó a mover sus pies, como una niña con botas nuevas, - hay que desgastadas que están... eran tan hermosas cuando Eghon me las regaló - dijo sin siquiera darse cuenta que había nombrado a su difunto marido. se quedó en silencio, su mirada se dirigió al estanque, luego al rostro del caballero, - ¿quien es Eghon? - susurró, mientras en corazón se le aceleraba, hizo unos pasos hacia atrás sin ver y trastabilló, mientras una voz a la que amara con el alma, golpeaba su mente - Ansioso regresé, pensando en una sola cosa, en mi amada signorina y la incertidumbre de si volvería a verla (...) ¿Sientes eso amorè? (...) es mi corazón que no quiere perderte, que quiere amarte por siempre, que grita vuestro nombre y a unido mi alma a vuestro destino*-, llevó sus manos a las cienes, sus parpados y mandíbula apretados. Algo en el interior de la joven, se soltó, como una cadena, un enorme peso, que comenzó a derramarse en lagrimas silenciosas.
Giró, dando la espalda al hombre, para dejarse caer en la hierba, - no puedo quedarme en París, nada me retiene aquí... él ya no está aquí - dijo con la voz quebrada y entre sollozos. No había recordado todo, solo que alguna vez había amado y que lo había perdido, nada mas doloroso podría recordar, ¿o si?
Su mirada triste buscó la ajena, asintió con la cabeza, - si, he podido recordar pequeños fragmentos, parte de mi pasado, pero los que mas desearía recordar, aún no logro aferrarlos - se arrebujó en el abrigo - uhmmm... no me había dado cuenta lo fresca que está la noche, hasta que la diferencia se hace notoria con un abrigo - sonrió, con la alegría que hacía mucho tiempo, no se apoderaba de ella. mantuvo su mirada en la de Ralston, pero en verdad intentaba poner en orden sus pensamientos. Mordió su labio inferior, como lo hiciera desde que era una niña. Una ceja se enarcó, - soy italiana... si... de Turín - una sonrisa se hizo franca, mostrando unos dientes blancos y parejos. Unos instantes mas tarde, su mirada cambió de la euforia a la tristeza, - pero... si soy de Turin... ¿porqué estoy en París? - negó con la cabeza, - no puedo ir hasta allí, no tengo el dinero suficiente... debería buscar un trabajo... ¿pero, quien contrataría a una mujer que no tiene papeles - suspiró, lo que decía, no era tanto para su acompañante, eran cavilaciones en voz alta.
Bajó su mirada al suelo, a sus botas, comenzó a mover sus pies, como una niña con botas nuevas, - hay que desgastadas que están... eran tan hermosas cuando Eghon me las regaló - dijo sin siquiera darse cuenta que había nombrado a su difunto marido. se quedó en silencio, su mirada se dirigió al estanque, luego al rostro del caballero, - ¿quien es Eghon? - susurró, mientras en corazón se le aceleraba, hizo unos pasos hacia atrás sin ver y trastabilló, mientras una voz a la que amara con el alma, golpeaba su mente - Ansioso regresé, pensando en una sola cosa, en mi amada signorina y la incertidumbre de si volvería a verla (...) ¿Sientes eso amorè? (...) es mi corazón que no quiere perderte, que quiere amarte por siempre, que grita vuestro nombre y a unido mi alma a vuestro destino*-, llevó sus manos a las cienes, sus parpados y mandíbula apretados. Algo en el interior de la joven, se soltó, como una cadena, un enorme peso, que comenzó a derramarse en lagrimas silenciosas.
Giró, dando la espalda al hombre, para dejarse caer en la hierba, - no puedo quedarme en París, nada me retiene aquí... él ya no está aquí - dijo con la voz quebrada y entre sollozos. No había recordado todo, solo que alguna vez había amado y que lo había perdido, nada mas doloroso podría recordar, ¿o si?
- Fragmento Citado*:
El fragmento del recuerdo de Chiara, es del tema Mi vida, entre flores (Ruggero y Chiara)
Última edición por Chiara Di Moncalieri el Lun Mayo 01, 2017 3:59 pm, editado 1 vez
Corradine Grimaldi- Humano Clase Alta
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Re: Fragmentos de las almas destrozadas - Privado
¿Italia? Ralston arrugó el ceño, lleno de confusión. Vaya que estaba muy, muy perdida. Le hubiera gustado saber la increíble historia detrás de aquellas escuetas palabras, saber quién era el tal Ruggero, descubrir cómo era posible que esa mujer hubiera terminado en París, sola, sin poder recordar nada. Indagar a través de preguntas era lo mejor para intentar revelar el misterio que envolvía a la mujer pero, afortunadamente, éste desistió cuando fue consciente de que, de hacerlo, solo significaría atormentarla más. Suficientes penas debía estar cargando ya, porque estaba claro que algo muy malo le estaba pasando. El llanto la delataba.
Pobre mujer, pensó mientras la escuchaba sollozar desconsoladamente. Verla de ese modo, tan vulnerable, tan indefensa como una niña, le destrozó el corazón. Suspiró cuando se dio cuenta de que ya estaba implicado; no iba a poder dejarla y simplemente seguir su camino. Se la veía tan frágil, tan necesitada. Además, tenían algo en común: aunque las circunstancias no fueran las mismas, ambos estaban tan lejos de casa, en un país ajeno. Ralston conocía el desolador sentimiento que producía saberse solo en el mundo, sin nadie con quien contar, o al menos una mano amiga que ofreciera ocasionalmente su apoyo. La señora Burgess, mientras aún vivía, les había enseñado a sus gemelos a ser solidarios. Como buen rebelde, Wyatt jamás lo había puesto en práctica, pero Ralston, él debía honrar la memoria de su madre por ambos. Tenía que ayudarla. Hacer cosas buenas para compensar las malas, se dijo a sí mismo.
—Chiara, tiene que tranquilizarse —dijo finalmente mientras se acercaba por detrás a la afligida mujer—. Sé que es duro, pero nada ganará poniéndose así.
Él mejor que nadie sabía que en momentos como aquellos, en los que parecía no haber consuelo alguno, las palabras no servían de mucho. Lo había sentido así al morir su madre; decenas de personas se habían acercado a él en el velatorio, pero ni sus sinceras condolencias ni sus ofertas para ayudarlo habían logrado aliviar ni un poco de su dolor y frustración. Después de eso, Ralston se volvió quizá no frío, pero sí mucho más reservado, tal vez hasta un poco distante. No obstante, era evidente que la capacidad de conmoverse con quien lo merecía, no la había perdido.
Se animó a colocar una de sus manos sobre el hombro ajeno y, cuando estuvo seguro de que el contacto físico no la alteraría más ni la hacía sentir incómoda, con cuidado la ayudó a ponerse de pie. Hizo que girara para mirarla de frente y le cerró la chaqueta para conservar el calor.
—¿Sabe lo que es la amnesia? —preguntó de pronto, sin dejar de acomodarle la prenda. Como ella no respondió, prosiguió con la debida explicación—. He leído y escuchado un poco sobre el tema y se dice que es cuando una persona no puede recordar cierta o toda la información sobre sí misma, su pasado o presente. En pocas palabras, pierde la memoria. Hay varios tipos de amnesia, así como existen distintos factores que la ocasionan. Usted pudo haberse accidentado recientemente, o quizá sufrió un impacto demasiado importante en su vida y la pérdida de la memoria puede ser el resultado del trauma psicológico. No estoy diciendo que está loca —se apresuró a aclarar—, solo que tal vez en estos momentos se encuentra demasiado afligida, con demasiadas cosas en la cabeza y requiere de tiempo para procesarlo. Tiempo, esa es la clave para empezar a recordar, y también el reposo.
Sin embargo, para guardar reposo, se requería de un lugar. Ambos se miraron a los ojos, como llegando a la misma conclusión: no existía tal sitio.
—Investigar si tiene algún familiar o un hogar al cual llegar, nos llevaría mucho tiempo. Yo no puedo dejarla aquí, así que vendrá conmigo —no era una sugerencia, no esperaba a que ella diera su consentimiento, ya lo había decidido.
Cruzó su brazo detrás de su espalda, la sujetó de la cintura con el fin de volverse su apoyo, y juntos comenzaron a andar.
Pobre mujer, pensó mientras la escuchaba sollozar desconsoladamente. Verla de ese modo, tan vulnerable, tan indefensa como una niña, le destrozó el corazón. Suspiró cuando se dio cuenta de que ya estaba implicado; no iba a poder dejarla y simplemente seguir su camino. Se la veía tan frágil, tan necesitada. Además, tenían algo en común: aunque las circunstancias no fueran las mismas, ambos estaban tan lejos de casa, en un país ajeno. Ralston conocía el desolador sentimiento que producía saberse solo en el mundo, sin nadie con quien contar, o al menos una mano amiga que ofreciera ocasionalmente su apoyo. La señora Burgess, mientras aún vivía, les había enseñado a sus gemelos a ser solidarios. Como buen rebelde, Wyatt jamás lo había puesto en práctica, pero Ralston, él debía honrar la memoria de su madre por ambos. Tenía que ayudarla. Hacer cosas buenas para compensar las malas, se dijo a sí mismo.
—Chiara, tiene que tranquilizarse —dijo finalmente mientras se acercaba por detrás a la afligida mujer—. Sé que es duro, pero nada ganará poniéndose así.
Él mejor que nadie sabía que en momentos como aquellos, en los que parecía no haber consuelo alguno, las palabras no servían de mucho. Lo había sentido así al morir su madre; decenas de personas se habían acercado a él en el velatorio, pero ni sus sinceras condolencias ni sus ofertas para ayudarlo habían logrado aliviar ni un poco de su dolor y frustración. Después de eso, Ralston se volvió quizá no frío, pero sí mucho más reservado, tal vez hasta un poco distante. No obstante, era evidente que la capacidad de conmoverse con quien lo merecía, no la había perdido.
Se animó a colocar una de sus manos sobre el hombro ajeno y, cuando estuvo seguro de que el contacto físico no la alteraría más ni la hacía sentir incómoda, con cuidado la ayudó a ponerse de pie. Hizo que girara para mirarla de frente y le cerró la chaqueta para conservar el calor.
—¿Sabe lo que es la amnesia? —preguntó de pronto, sin dejar de acomodarle la prenda. Como ella no respondió, prosiguió con la debida explicación—. He leído y escuchado un poco sobre el tema y se dice que es cuando una persona no puede recordar cierta o toda la información sobre sí misma, su pasado o presente. En pocas palabras, pierde la memoria. Hay varios tipos de amnesia, así como existen distintos factores que la ocasionan. Usted pudo haberse accidentado recientemente, o quizá sufrió un impacto demasiado importante en su vida y la pérdida de la memoria puede ser el resultado del trauma psicológico. No estoy diciendo que está loca —se apresuró a aclarar—, solo que tal vez en estos momentos se encuentra demasiado afligida, con demasiadas cosas en la cabeza y requiere de tiempo para procesarlo. Tiempo, esa es la clave para empezar a recordar, y también el reposo.
Sin embargo, para guardar reposo, se requería de un lugar. Ambos se miraron a los ojos, como llegando a la misma conclusión: no existía tal sitio.
—Investigar si tiene algún familiar o un hogar al cual llegar, nos llevaría mucho tiempo. Yo no puedo dejarla aquí, así que vendrá conmigo —no era una sugerencia, no esperaba a que ella diera su consentimiento, ya lo había decidido.
Cruzó su brazo detrás de su espalda, la sujetó de la cintura con el fin de volverse su apoyo, y juntos comenzaron a andar.
Ralston Burgess- Humano Clase Media
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Re: Fragmentos de las almas destrozadas - Privado
Dejó que Ralston la tocara en el hombro, no sentía rechazo, a pesar de que los meses anteriores el solo hecho de que algún extraño quisiera acercarse la sobrecogía haciendo que se escondiera lo antes posible huyendo del lugar. Pero ahora, no era así, en su alma, sentía que podía confiar en él, como si ambos seres, poseyeran el mismo mal, el alma fragmentada por una gran perdida.
él le ayudó a levantarse, con un poco de dificultad, consiguió mantenerse en pié, pues todos esos fragmentos de recuerdos, le mantenían en vilo el alma, como si estuviera a punto de desfallecer. Una mirada de preocupación se había fijado en sus ojos claros, intentaba no llorar, pero el labio inferior le temblaba, no de frío, sino de una emoción que era imposible controlar.
Su cabeza en un angulo que mantenía su mirada en alto, observaba al caballero a los ojos, mientras éste le prenda los botones del abrigo como si de una pequeña niña se tratase. Ella se dejó abrigar, confortar, y escuchó atentamente lo que él le comentaba sobre lo que ella padecía, - amnesia - repitió cuando él le comentó, lo que creía, era el mal que le afectaba.
Suspiró desolada y desorientada, si debía estar tranquila, descansar y hacer reposo, ¿donde se suponía que conseguiría hacer todo aquello, si se encontraba en mitad de un jardín y sin posibilidades de conseguir un empleo decente que le permitiese mantenerse? cuando Ralston, dio por concluida cualquiera oposición a su decisión de llevarla con él, ella sonrió tímidamente, ¿como oponerse, si aquel caballero parecía ser su ángel de la guarda que había llegado a cuidar de ella?
Caminó junto a el caballero, recorriendo el sendero que los alejaba del estanque en que no hacía mucho había estado nadando, alumbrada solo por la luz de la magnifica luna. Sus brazos se mantenían aprisionando su propio cuerpo, como si estuviera intentando mantenerse erguida, mostrando una postura señorial, pero sus fuerzas no eran muchas, el frío que la embargaba se estaba haciendo mas presente, fuerte, haciendo que tiritara, ¿sería acaso que su cabello mojado se pegaba a su cabeza y cuello, como si de una corona de hielo se tratase? su mentón seguía tiritando, haciendo que un continuo tiritar de su dentadura provocara un suave sonido. Aunque no se estuviera contemplando en une espejo sentía como si sus mejilla estuvieran rojas, ¿acaso un enfriamiento podía traer como consecuencia esa fiebre? o por el contrario, era solo parte de esa necesidad de su cabeza, de su alma, de encontrar los fragmentos de su pasado y darle un sentido a su presente. no lo sabía, tal vez no lo sabría jamás, pero si aquel hombre le estaba ayudando, no iba a perder la oportunidad. Tomó todo el aire que le permitían sus pulmones y con la voz lo mas clara posible agradeció lo que él hacía por ella, - Le agradezco su ayuda, prometo ayudarle en lo que usted me pida, y devolver todo cuanto me ha ofrecido, en cuanto mi familia sepa mi paradero y vuelva a su lado... - Dijo inclinando la cabeza hacia el cielo, para poder mirar el rostro de aquel hombre tan alto que le hacía sentir una criatura. Mas bajó rápidamente su mirada, a las puntas de sus botas deslucidas, preguntándose si algún día podría volver a reunirse con ellos, ¿que pasaría si todos estaban muertos? porque algo debía de haber pasado para que ella no supiera nada de aquellos seres que debían haberla amado. ¿acaso no dijo eso Ralston? - la amnesia, se presenta por el desencadenante de un hecho traumatico... ¿acaso el asesinato de todos sus seres amados, no era suficiente razón para perder la memoria y el juicio?-.
él le ayudó a levantarse, con un poco de dificultad, consiguió mantenerse en pié, pues todos esos fragmentos de recuerdos, le mantenían en vilo el alma, como si estuviera a punto de desfallecer. Una mirada de preocupación se había fijado en sus ojos claros, intentaba no llorar, pero el labio inferior le temblaba, no de frío, sino de una emoción que era imposible controlar.
Su cabeza en un angulo que mantenía su mirada en alto, observaba al caballero a los ojos, mientras éste le prenda los botones del abrigo como si de una pequeña niña se tratase. Ella se dejó abrigar, confortar, y escuchó atentamente lo que él le comentaba sobre lo que ella padecía, - amnesia - repitió cuando él le comentó, lo que creía, era el mal que le afectaba.
Suspiró desolada y desorientada, si debía estar tranquila, descansar y hacer reposo, ¿donde se suponía que conseguiría hacer todo aquello, si se encontraba en mitad de un jardín y sin posibilidades de conseguir un empleo decente que le permitiese mantenerse? cuando Ralston, dio por concluida cualquiera oposición a su decisión de llevarla con él, ella sonrió tímidamente, ¿como oponerse, si aquel caballero parecía ser su ángel de la guarda que había llegado a cuidar de ella?
Caminó junto a el caballero, recorriendo el sendero que los alejaba del estanque en que no hacía mucho había estado nadando, alumbrada solo por la luz de la magnifica luna. Sus brazos se mantenían aprisionando su propio cuerpo, como si estuviera intentando mantenerse erguida, mostrando una postura señorial, pero sus fuerzas no eran muchas, el frío que la embargaba se estaba haciendo mas presente, fuerte, haciendo que tiritara, ¿sería acaso que su cabello mojado se pegaba a su cabeza y cuello, como si de una corona de hielo se tratase? su mentón seguía tiritando, haciendo que un continuo tiritar de su dentadura provocara un suave sonido. Aunque no se estuviera contemplando en une espejo sentía como si sus mejilla estuvieran rojas, ¿acaso un enfriamiento podía traer como consecuencia esa fiebre? o por el contrario, era solo parte de esa necesidad de su cabeza, de su alma, de encontrar los fragmentos de su pasado y darle un sentido a su presente. no lo sabía, tal vez no lo sabría jamás, pero si aquel hombre le estaba ayudando, no iba a perder la oportunidad. Tomó todo el aire que le permitían sus pulmones y con la voz lo mas clara posible agradeció lo que él hacía por ella, - Le agradezco su ayuda, prometo ayudarle en lo que usted me pida, y devolver todo cuanto me ha ofrecido, en cuanto mi familia sepa mi paradero y vuelva a su lado... - Dijo inclinando la cabeza hacia el cielo, para poder mirar el rostro de aquel hombre tan alto que le hacía sentir una criatura. Mas bajó rápidamente su mirada, a las puntas de sus botas deslucidas, preguntándose si algún día podría volver a reunirse con ellos, ¿que pasaría si todos estaban muertos? porque algo debía de haber pasado para que ella no supiera nada de aquellos seres que debían haberla amado. ¿acaso no dijo eso Ralston? - la amnesia, se presenta por el desencadenante de un hecho traumatico... ¿acaso el asesinato de todos sus seres amados, no era suficiente razón para perder la memoria y el juicio?-.
Última edición por Chiara Di Moncalieri el Lun Mayo 01, 2017 4:03 pm, editado 1 vez
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Re: Fragmentos de las almas destrozadas - Privado
Gracias a las palabras de agradecimiento que le expresó la muchacha, fue que Ralston no se lamentó de sus acciones. Meter a una completa extraña a la casa que había heredado de su padre, era la segunda cosa más descabellada que había hecho en los últimos meses. La primera era su próximo casamiento. ¿Tenía una que ver con la otra? Quizá. Puede que no se tratase de simple caridad lo que estaba haciendo. Tal vez, aunque él no estuviera completamente consciente de ello en esos momentos, estaba buscando un poco de apoyo para lo que se avecinaba. Iba a necesitar mucho en quien confiar; alguien que lo aconsejase y que con el paso del tiempo obtuviera la complicada tarea de mantenerlo cuerdo, porque no había duda de que su vida estaba a punto de volverse todavía más caótica. ¿Era Chiara la persona indicada para tan complicada labor? ¿No tenía ya ella suficientes problemas personales, como para todavía inmiscuirse en los que no le correspondían? Ralston lo sabía, pero no le pareció una mala idea ayudarse mutuamente. Desde luego, ella no sabría el verdadero motivo que lo llevaba a desear su compañía; ella, como el resto de la gente tenía que creer que su boda se llevaría a cabo por verdadero amor y, llegado el momento, ya se irían enterando de que en realidad la aborrecía a más que nadie en el mundo.
Fue un recorrido algo largo el del jardín botánico a la casa Burgess, mismo que avanzaron en silencio. Chiara, todavía algo avergonzada por cómo se habían dado las cosas en el estanque, mantenía la cabeza fija al frente y se aferraba con fuerza a la chaqueta que la protegía del frío de la madrugada. Cuando llegaron, Ralston se detuvo frente a la puerta principal y en lugar de tocar para que alguien le abriese, él mismo se encargó de ello. Hizo que Chiara pasara primero y luego entró él, cerrando la puerta tras de sí. Era una casa algo alejada del centro de la ciudad y rodeada de grandes campos de algodón, el negocio de la familia del que ahora intentaba hacerse cargo. Se quedaron de pie en el oscuro recibidor, en silencio, de pronto sin saber que decir. Fue el sonido de los castañeteantes dientes de Chiara lo que le hizo reaccionar.
—Iré a encender el fuego de la chimenea —se apresuró a decir y la dejó sola un momento para dirigirse hasta la sala de estar.
Eso le dio a Chiara la oportunidad de estudiar con mayor detenimiento el hogar de su salvador. Era una casa confortable y agradable a la vista, pero sin lujos. Conservaba cierta elegancia porque, los muebles y todos los elementos que la conformaban reflejaban que alguna vez habían pertenecido a una familia de clase alta, pero estaban algo descuidados, gastados y con algo de polvo, lo que hacía suponer que quizá los últimos años no les había ido muy bien, monetariamente hablando. Aún así, era una casa grande y bonita, adecuada para una familia numerosa. ¿Le sorprendería a Chiara enterarse de que sólo la ocupaba él? En la propiedad también vivían otras personas, pero dormían en pequeñas casitas de madera situadas a una distancia considerable de la casa, ya que se trataba de esclavos. Su padre, quien en vida los había comprado para utilizarlos en el cultivo y recolección del algodón, los consideraba sucios y de cuidado, por eso había creído prudente mantenerse lo suficientemente apartado de los negros. Ralston, a diferencia de él, no apoyaba la esclavitud, jamás lo había hecho ni lo haría, pero no podía negar que necesitaba ayuda en el trabajo, que ellos eran su única esperanza para levantar de nuevo el negocio, de ahí que los siguiera conservando.
—Venga, siéntese cerca —le pidió señalando el sofá que estaba más cerca de la chimenea. El fuego de ésta comenzó a crepitar y su fulgor iluminó la estancia. Él ocupó el asiento de enfrente.
—Quiero hablarle de algo —comenzó, pero enseguida calló. Sus manos se entrelazaron inquietas sobre su regazo y desvió la mirada hacia el fuego. ¿Cómo hablarle de aquello y reprimir al mismo tiempo el profundo odio que sentía por Viktóriya? Parecía algo imposible, pero debía intentarlo—. Voy a casarme dentro de unas horas —dijo finalmente, intentando disimular la pesadumbre y la ansiedad que esto le provocaba. Ni una gota de entusiasmo apareció en su rostro al darle la noticia—. Como se habrá dado cuenta, no hay en la casa alguien que se haga cargo de ella, carezco de empleados domésticos, por lo que pensé que tal vez usted, si quiere, podría ayudarme en ese aspecto. Le pagaría, por supuesto. Y sería temporal, si así lo prefiere. Al menos en lo que usted… bueno… empieza a recordar.
Fue un recorrido algo largo el del jardín botánico a la casa Burgess, mismo que avanzaron en silencio. Chiara, todavía algo avergonzada por cómo se habían dado las cosas en el estanque, mantenía la cabeza fija al frente y se aferraba con fuerza a la chaqueta que la protegía del frío de la madrugada. Cuando llegaron, Ralston se detuvo frente a la puerta principal y en lugar de tocar para que alguien le abriese, él mismo se encargó de ello. Hizo que Chiara pasara primero y luego entró él, cerrando la puerta tras de sí. Era una casa algo alejada del centro de la ciudad y rodeada de grandes campos de algodón, el negocio de la familia del que ahora intentaba hacerse cargo. Se quedaron de pie en el oscuro recibidor, en silencio, de pronto sin saber que decir. Fue el sonido de los castañeteantes dientes de Chiara lo que le hizo reaccionar.
—Iré a encender el fuego de la chimenea —se apresuró a decir y la dejó sola un momento para dirigirse hasta la sala de estar.
Eso le dio a Chiara la oportunidad de estudiar con mayor detenimiento el hogar de su salvador. Era una casa confortable y agradable a la vista, pero sin lujos. Conservaba cierta elegancia porque, los muebles y todos los elementos que la conformaban reflejaban que alguna vez habían pertenecido a una familia de clase alta, pero estaban algo descuidados, gastados y con algo de polvo, lo que hacía suponer que quizá los últimos años no les había ido muy bien, monetariamente hablando. Aún así, era una casa grande y bonita, adecuada para una familia numerosa. ¿Le sorprendería a Chiara enterarse de que sólo la ocupaba él? En la propiedad también vivían otras personas, pero dormían en pequeñas casitas de madera situadas a una distancia considerable de la casa, ya que se trataba de esclavos. Su padre, quien en vida los había comprado para utilizarlos en el cultivo y recolección del algodón, los consideraba sucios y de cuidado, por eso había creído prudente mantenerse lo suficientemente apartado de los negros. Ralston, a diferencia de él, no apoyaba la esclavitud, jamás lo había hecho ni lo haría, pero no podía negar que necesitaba ayuda en el trabajo, que ellos eran su única esperanza para levantar de nuevo el negocio, de ahí que los siguiera conservando.
—Venga, siéntese cerca —le pidió señalando el sofá que estaba más cerca de la chimenea. El fuego de ésta comenzó a crepitar y su fulgor iluminó la estancia. Él ocupó el asiento de enfrente.
—Quiero hablarle de algo —comenzó, pero enseguida calló. Sus manos se entrelazaron inquietas sobre su regazo y desvió la mirada hacia el fuego. ¿Cómo hablarle de aquello y reprimir al mismo tiempo el profundo odio que sentía por Viktóriya? Parecía algo imposible, pero debía intentarlo—. Voy a casarme dentro de unas horas —dijo finalmente, intentando disimular la pesadumbre y la ansiedad que esto le provocaba. Ni una gota de entusiasmo apareció en su rostro al darle la noticia—. Como se habrá dado cuenta, no hay en la casa alguien que se haga cargo de ella, carezco de empleados domésticos, por lo que pensé que tal vez usted, si quiere, podría ayudarme en ese aspecto. Le pagaría, por supuesto. Y sería temporal, si así lo prefiere. Al menos en lo que usted… bueno… empieza a recordar.
Ralston Burgess- Humano Clase Media
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Re: Fragmentos de las almas destrozadas - Privado
Se había mantenido callada en todo momento, no solo en el camino desde el jardín botánico hasta llegar a la mansión del señor Burgess, sino también ya dentro de ésta, mientras se quedaba sola en aquella estancia, cuando el dueño de casa se ausentó para ocuparse personalmente de encender la chimenea, dando a entender que los empleados no estaban en la residencia. La mirada de Chiara recorrió el lugar, aunque realmente no se fijara en ninguno de los detalles, ni en los muebles, o los elegantes ventanales, menos aún en arañas o caireles. su ceño estaba un tanto tenso, pues pequeños fragmentos de sus recuerdos, llegaron a su mente. La escena de su llegada a una mansión, y el recibimiento recibido, la hicieron palidecer. Era verdad que la magnificencia de aquella, no tenía una comparación con ésta, que aunque limpia y pulcra, no tenía el estatus social de la que recordaba en aquellos momentos. Una voz masculina, llegó desde lo más profundo de sus borrosos recuerdos, - Ella es la signorina Chiara Di Moncalieri, mi prometida -, había dicho. El corazón dio un vuelco en mitad de su pecho, y la palidez se apoderó de su cuerpo, - ¿quien era ese hombre que causaba tantos sentimientos en mi alma? - caviló, mientras aferraba con fuerza el abrigo que le prestaran. Con sus manos, intentó detener el escalofrío que se apoderaba de su cuerpo y le hacía castañetear los dientes. - esa voz - susurró mientras cerraba los ojos e intentaba retener aquel efímero recuerdo. Mas le fue imposible, nuevamente la imagen del dueño de aquella voz se esfumaba apenas comenzar a recordar.
Perdida en sus recuerdos se encontraba, cuando Ralston volvió a buscarla para conducirla hasta un sillón cercano al calor de la chimenea. Cuando por fin se sentó, su mirada se perdió en los brillantes destellos de las llamas. La voz del caballero, logró traerla nuevamente al presente, llevando sus orbes acuosos y grises como las nubes de tormenta, a los azules ojos del dueño de casa. Saber, que aquel que la contemplaba, se casaría en pocas horas, le provocó sentimientos dispares. Por un lado, se preguntó, si aquella unión sería por amor, ya que el tono de voz que usara para expresar semejante noticia, había sido, como mínimo, desinteresado. Por otra parte, ¿como podía ser que no tuviera preparado todo en ese lugar, para un acontecimiento tan importante? ¿acaso no llegarían invitados, familiares, amigos? ¿donde estaba el servicio? todas aquellas preguntas las acalló en el interior de su pecho, solo sonrió con sinceridad antes de acotar un suave, - lo felicito - ¿pero en verdad le importarían aquellas palabras a ese hombre que sentado frente a ella, parecía estar hablando de cualquier cosa, menos de un hecho tan importante en la vida de cualquier pareja? - no es de tu incumbencia sacar semejantes conclusiones - se reprendió.
Siguió atenta las palabras del señor Burgess, asintiendo con suaves movimientos de cabeza a todo lo que decía, hasta que le oyó ofrecerle un empleo. Sus orbes se clavaron, asombrados, en los ajenos, aquel caballero no solo le había protegido con su compañía, allí en el jardín botánico, Sino que ahora le ofrecía un trabajo digno y un lugar donde vivir, ¿pero, acaso Chiara, sabía algo de lo que se suponía debería hacer una doncella? bien sabía que no, podía no conocer que había sido de ella años atrás, pero al solo ver sus manos, a pesar de los trabajos temporales en los que se desempeñara desde su llegada a París, de algo estaba segura, y eso era que no sabía nada de servir. Pero la verdad era, que el invierno se había apoderado de la ciudad, y si no encontraba algún lugar donde pasar las noches y los días, por lo que si no aceptaba dicho empleo, pronto terminaría en una fosa común. Tragó saliva y asintió con la cabeza, varias veces. - si, acepto... pero debo advertirle que no sé mucho de servir, espero que tanto su esposa y usted, sean comprensivos con mis torpezas, por lo menos hasta que aprenda como debo servir correctamente - dijo sonrojándose de vergüenza al tener que admitir que de seguro sería una de las peores doncellas, por lo menos por un tiempo.
Perdida en sus recuerdos se encontraba, cuando Ralston volvió a buscarla para conducirla hasta un sillón cercano al calor de la chimenea. Cuando por fin se sentó, su mirada se perdió en los brillantes destellos de las llamas. La voz del caballero, logró traerla nuevamente al presente, llevando sus orbes acuosos y grises como las nubes de tormenta, a los azules ojos del dueño de casa. Saber, que aquel que la contemplaba, se casaría en pocas horas, le provocó sentimientos dispares. Por un lado, se preguntó, si aquella unión sería por amor, ya que el tono de voz que usara para expresar semejante noticia, había sido, como mínimo, desinteresado. Por otra parte, ¿como podía ser que no tuviera preparado todo en ese lugar, para un acontecimiento tan importante? ¿acaso no llegarían invitados, familiares, amigos? ¿donde estaba el servicio? todas aquellas preguntas las acalló en el interior de su pecho, solo sonrió con sinceridad antes de acotar un suave, - lo felicito - ¿pero en verdad le importarían aquellas palabras a ese hombre que sentado frente a ella, parecía estar hablando de cualquier cosa, menos de un hecho tan importante en la vida de cualquier pareja? - no es de tu incumbencia sacar semejantes conclusiones - se reprendió.
Siguió atenta las palabras del señor Burgess, asintiendo con suaves movimientos de cabeza a todo lo que decía, hasta que le oyó ofrecerle un empleo. Sus orbes se clavaron, asombrados, en los ajenos, aquel caballero no solo le había protegido con su compañía, allí en el jardín botánico, Sino que ahora le ofrecía un trabajo digno y un lugar donde vivir, ¿pero, acaso Chiara, sabía algo de lo que se suponía debería hacer una doncella? bien sabía que no, podía no conocer que había sido de ella años atrás, pero al solo ver sus manos, a pesar de los trabajos temporales en los que se desempeñara desde su llegada a París, de algo estaba segura, y eso era que no sabía nada de servir. Pero la verdad era, que el invierno se había apoderado de la ciudad, y si no encontraba algún lugar donde pasar las noches y los días, por lo que si no aceptaba dicho empleo, pronto terminaría en una fosa común. Tragó saliva y asintió con la cabeza, varias veces. - si, acepto... pero debo advertirle que no sé mucho de servir, espero que tanto su esposa y usted, sean comprensivos con mis torpezas, por lo menos hasta que aprenda como debo servir correctamente - dijo sonrojándose de vergüenza al tener que admitir que de seguro sería una de las peores doncellas, por lo menos por un tiempo.
Última edición por Chiara Di Moncalieri el Lun Mayo 01, 2017 4:08 pm, editado 1 vez
Corradine Grimaldi- Humano Clase Alta
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Re: Fragmentos de las almas destrozadas - Privado
Felicidades, escuchó, y a Ralston se le ensombreció el semblante. Era demasiado evidente que tales palabras no significaban nada para él. Y aunque sabía que lo correcto era agradecer los buenos deseos de la gente, en especial si se trataba de alguien como Chiara, decidió no responder y tener que fingir que le importaba. Simplemente ejecutó un leve movimiento de cabeza y torció el gesto en un intento de sonrisa que en sus labios pareció demasiado amarga. Se produjo un silencio que él decidió romper antes de que se volviera incómodo.
—Eso no es un problema, Chiara —dijo entonces con voz decidida, retomando la conversación—. Si usted desea quedarse, esta es su casa. Su falta de conocimientos no será un inconveniente para mí. Admito que soy un patrón exigente, y en mi afán de procurar sacar siempre lo mejor de mis empleados, puedo llegar a ser algo severo. Pero teniendo en cuenta que conozco de antemano su situación, le aseguro que le tendré muchas consideraciones.
Eso pareció tranquilizar a la joven, lo que le hizo suponer que ya era un hecho que se quedaría. Eso lo complació y casi se permitió sonreír, esta vez con autenticidad. Tenía razones para hacerlo, después de todo. Ella era amable, y considerada, no dudaba que también honrada. Pensó en lo bueno que iba a ser contar con alguien así. Quizá con el paso del tiempo, si Chiara demostraba ser alguien digna de su confianza, él consideraría mostrarse mucho menos reservado con ella. No obstante, dudaba algún día poder volver a abrir su corazón. En su alma cargaba cosas, penas que sólo le correspondían a él y a su familia. Penas de las que culpaba a Viktóriya, para él la total y absoluta autora de todas las desgracias en su familia. Su nombre trajo de nueva cuenta la amargura a su rostro. La odiaba. De verdad la odiaba. De algún modo tenía que empezar a hacerla pagar.
—Hay algo más —añadió de pronto, poniéndose de pie. El tono de su voz había cambiado, parecía más enérgico, casi como si estuviera molesto, aunque no lo demostró—. Sus deberes serán única y exclusivamente atender la casa, y a mí. No le facilitará absolutamente nada a ella, a mi esposa. Así lo he decidido —mientras andaba por la sala, lanzó una mirada de soslayo a Chiara. Parecía algo confundida, como si no terminara de comprender a qué se refería él, o con qué fin le hacía semejante petición. Decidió que quizá debía ser un poco más específico con su condición, y añadió—: Si a ella le apetece una taza de té, que se lo prepare ella misma. Si necesita ropa limpia, tendrá que lavarla con sus propias manos. Usted no moverá un solo dedo a su favor. ¿Me escuchó? Es importante, Chiara. No le exijo nada más que seguir al pie de la letra mis instrucciones.
—Eso no es un problema, Chiara —dijo entonces con voz decidida, retomando la conversación—. Si usted desea quedarse, esta es su casa. Su falta de conocimientos no será un inconveniente para mí. Admito que soy un patrón exigente, y en mi afán de procurar sacar siempre lo mejor de mis empleados, puedo llegar a ser algo severo. Pero teniendo en cuenta que conozco de antemano su situación, le aseguro que le tendré muchas consideraciones.
Eso pareció tranquilizar a la joven, lo que le hizo suponer que ya era un hecho que se quedaría. Eso lo complació y casi se permitió sonreír, esta vez con autenticidad. Tenía razones para hacerlo, después de todo. Ella era amable, y considerada, no dudaba que también honrada. Pensó en lo bueno que iba a ser contar con alguien así. Quizá con el paso del tiempo, si Chiara demostraba ser alguien digna de su confianza, él consideraría mostrarse mucho menos reservado con ella. No obstante, dudaba algún día poder volver a abrir su corazón. En su alma cargaba cosas, penas que sólo le correspondían a él y a su familia. Penas de las que culpaba a Viktóriya, para él la total y absoluta autora de todas las desgracias en su familia. Su nombre trajo de nueva cuenta la amargura a su rostro. La odiaba. De verdad la odiaba. De algún modo tenía que empezar a hacerla pagar.
—Hay algo más —añadió de pronto, poniéndose de pie. El tono de su voz había cambiado, parecía más enérgico, casi como si estuviera molesto, aunque no lo demostró—. Sus deberes serán única y exclusivamente atender la casa, y a mí. No le facilitará absolutamente nada a ella, a mi esposa. Así lo he decidido —mientras andaba por la sala, lanzó una mirada de soslayo a Chiara. Parecía algo confundida, como si no terminara de comprender a qué se refería él, o con qué fin le hacía semejante petición. Decidió que quizá debía ser un poco más específico con su condición, y añadió—: Si a ella le apetece una taza de té, que se lo prepare ella misma. Si necesita ropa limpia, tendrá que lavarla con sus propias manos. Usted no moverá un solo dedo a su favor. ¿Me escuchó? Es importante, Chiara. No le exijo nada más que seguir al pie de la letra mis instrucciones.
Ralston Burgess- Humano Clase Media
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Re: Fragmentos de las almas destrozadas - Privado
No pudo ocultar la tranquilidad que le produjo saber que su nuevo patrón, tendría un poco de comprensión hacia su falta de conocimientos, la que se evidenció en la tímida sonrisa que mostró su delgado rostro. El calor del fuego le estaba provocando ganas de dormir, más debía estar atenta a lo que el señor Burges le decía. Especificaciones de su trabajo que no dejaron de asombrarla, -¿no debo servir a la señora? – pensó, hubiera querido preguntarle en voz alta, más el semblante de aquel hombre le revelaba que era un tema del que no estaba dispuesto a cuestionar, - Lo que usted desee – respondió aunque la duda y la curiosidad atacaban su cabeza.
Le contempló caminar por el salón, se notaba su incomodidad sobre el tema, y aunque intentó no sacar conclusiones, no pudo más que sacar en limpio que se trataba de un compromiso en el que las partes no estaban de acuerdo, o en que el amor se había esfumado. La tristeza, la desilusión también se contagió a su rostro. Si un hombre así, que era independiente, que no debía darle cuentas a nadie, debía unir su vida a una persona a la que no amaba, ¿Qué podía espera de lo que ocultaba su pasado? Su mirada le seguía, de un lugar a otro, como si se tratara de un péndulo que podría hipnotizarla, más la joven italiana, pensaba en ese pasado que no le permitía ser descubierto. Si no podía descubrirlo, solo podía ser que hubiera algo en ese ayer, que le causaba una gran tristeza, un trauma que la desequilibró. Inspiró profundo, y aunque no quiso hacerlo, un suspiro se escapó por su garganta.
El escalofrío de pensar que la reprenderían hizo que contuviera el aliento y elevara sus ojos, para encontrar los ajenos, - lo siento – susurró, avergonzada por ese mal comportamiento. Pero la verdad era que su alma estaba partida, que intentaba llevar adelante una vida que era como un rompecabezas a l que le faltaban la mayoría de las piezas, y cada vez que aparecía una, destruía todo lo que había armado hasta el momento. Bajó la mirada al piso, para terminar en sus manos, - Disculpe mi pregunta, pero, si usted va a casarse mañana, digo en pocas horas, ¿cree que estaré en condiciones de hacerme cargo de todo lo que implica el manejo de vuestra casa en tan poco tiempo? - Enrojeció pensando que en ese mismo instante, el señor Burges la pondría en la calle, pues ¿Cómo podía cuestionar su conducta? Mas se suponía que si era una boda, la familia llegaría, los invitados, deberían estar listas las diferentes comidas que se servirían, al igual que los cuartos donde los huéspedes se alojarían.
Su cabeza maquinaba en todos esos detalles que debería tener en cuenta, – Un casamiento es un trabajo importante, recuerdo que el de Giulia, nos costó prepararlo meses enteros, para que todo saliera simplemente magnifico – dijo sonriendo, como si estuviera hablando con un amigo o un familia. Fue entonces que sus ojos, buscaron los ajenos, intentando entender que le estaba pasando, - ¿Giulia? – susurró, mientras nuevamente la imagen de aquel hombre de ojos azules, voz profunda y cariñosa, se presentaba ante ella. El recuerdo de una mañana de cielos límpidos y sol refulgente, se presentó ante ella como una bofetada, Aquel hombre caminaba hacia ella, junto a un niño de diez años aproximadamente, un jovencito que le sonreía y llamaba mamá, un angel de ojos de azules y cabellos dorados, - Cedric… mi querido Cedric – susurró, bajando su mirada al suelo, llevando sus manos al pecho, sintiendo que su corazón se quebrara en mil pedazos y lágrimas descendían por las mejillas, sin poder contenerlas.
Le contempló caminar por el salón, se notaba su incomodidad sobre el tema, y aunque intentó no sacar conclusiones, no pudo más que sacar en limpio que se trataba de un compromiso en el que las partes no estaban de acuerdo, o en que el amor se había esfumado. La tristeza, la desilusión también se contagió a su rostro. Si un hombre así, que era independiente, que no debía darle cuentas a nadie, debía unir su vida a una persona a la que no amaba, ¿Qué podía espera de lo que ocultaba su pasado? Su mirada le seguía, de un lugar a otro, como si se tratara de un péndulo que podría hipnotizarla, más la joven italiana, pensaba en ese pasado que no le permitía ser descubierto. Si no podía descubrirlo, solo podía ser que hubiera algo en ese ayer, que le causaba una gran tristeza, un trauma que la desequilibró. Inspiró profundo, y aunque no quiso hacerlo, un suspiro se escapó por su garganta.
El escalofrío de pensar que la reprenderían hizo que contuviera el aliento y elevara sus ojos, para encontrar los ajenos, - lo siento – susurró, avergonzada por ese mal comportamiento. Pero la verdad era que su alma estaba partida, que intentaba llevar adelante una vida que era como un rompecabezas a l que le faltaban la mayoría de las piezas, y cada vez que aparecía una, destruía todo lo que había armado hasta el momento. Bajó la mirada al piso, para terminar en sus manos, - Disculpe mi pregunta, pero, si usted va a casarse mañana, digo en pocas horas, ¿cree que estaré en condiciones de hacerme cargo de todo lo que implica el manejo de vuestra casa en tan poco tiempo? - Enrojeció pensando que en ese mismo instante, el señor Burges la pondría en la calle, pues ¿Cómo podía cuestionar su conducta? Mas se suponía que si era una boda, la familia llegaría, los invitados, deberían estar listas las diferentes comidas que se servirían, al igual que los cuartos donde los huéspedes se alojarían.
Su cabeza maquinaba en todos esos detalles que debería tener en cuenta, – Un casamiento es un trabajo importante, recuerdo que el de Giulia, nos costó prepararlo meses enteros, para que todo saliera simplemente magnifico – dijo sonriendo, como si estuviera hablando con un amigo o un familia. Fue entonces que sus ojos, buscaron los ajenos, intentando entender que le estaba pasando, - ¿Giulia? – susurró, mientras nuevamente la imagen de aquel hombre de ojos azules, voz profunda y cariñosa, se presentaba ante ella. El recuerdo de una mañana de cielos límpidos y sol refulgente, se presentó ante ella como una bofetada, Aquel hombre caminaba hacia ella, junto a un niño de diez años aproximadamente, un jovencito que le sonreía y llamaba mamá, un angel de ojos de azules y cabellos dorados, - Cedric… mi querido Cedric – susurró, bajando su mirada al suelo, llevando sus manos al pecho, sintiendo que su corazón se quebrara en mil pedazos y lágrimas descendían por las mejillas, sin poder contenerlas.
Última edición por Chiara Di Moncalieri el Lun Mayo 01, 2017 4:15 pm, editado 2 veces
Corradine Grimaldi- Humano Clase Alta
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Re: Fragmentos de las almas destrozadas - Privado
—Como he dicho, Chiara, mi esposa será asunto mío —rectificó con mucha más precisión, en caso de no haber sido lo suficientemente claro—. Eso también significa que no debe preocuparse por lo que ocurrirá mañana. Ya me he encargado de todo —aseguró, y enseguida echó una rápida ojeada a su alrededor. Allí no había nada que indicase el importante evento que estaba por ocurrir. Tal y como había expresado la joven Chiara, un matrimonio ameritaba un trabajo impecable; la casa sumamente aseada, la ropa de cama limpia y perfumada; arreglos florales esparcidos por doquier, como una ofrenda a la nueva señora. En la residencia Burgess no se había movido –ni se movería- un solo dedo por Viktóriya von Habsburg—. Será una boda sencilla, sin invitados, sin una cena especial. Un día como cualquier otro.
Pero aunque Ralston se empeñara en expresarlo así, restándole la importancia que se merecía, no sería un día cotidiano, y muy en el fondo él lo sabía. La unión que estaba por llevarse a cabo significaría un antes y un después. La vida de Viktóriya cambiaría, porque él así lo tenía resuelto, pero la suya también lo haría, porque no había forma de salir completamente airoso de aquel juego perverso que estaba por iniciar.
Las palabras de Chiara lo regresaron a la realidad. Giró el rostro y la sorprendió llorando, sintiendo de nueva cuenta esa extraña necesidad de confortarla. No lo hizo, porque no sabía cómo dar consuelo a las personas. Todo lo que atinó a hacer fue tomar una manta y colocársela sobre los hombros, abrigándola, aunque algo le hizo suponer que si temblaba no era porque tuviera frío, sino por la ansiedad y el desconsuelo que conllevaba su situación.
—¿Por qué no se toma unos días? —Le propuso, y sin quitarle las manos de los hombros, la condujo suavemente hasta un pasillo, por el cual comenzaron a andar—. Después, cuando se sienta mejor, podrá iniciar con el trabajo. Debe saber que no hay prisa, así que tómese su tiempo.
Se detuvieron frente una puerta. Ralston se adelantó y del bolsillo de su pantalón sacó un juego de llaves, eligiendo la que les daría paso a la habitación. Una vez adentro, la ayudó a sentarse. Ella no reflejaba menos aflicción, pero quería pensar que con un baño caliente y una noche reparadora de sueño, al día siguiente las cosas estarían mejor.
—Descanse, le hará bien. Siéntase como en su casa —expresó cortésmente y se alejó. Tres segundos más tarde se detuvo en el umbral de la puerta y sin girarse por completo añadió—: Y Chiara… Ha sido muy amable de su parte aceptar mi oferta a pesar de su inexperiencia y de todo lo que conlleva. Se lo agradezco. Y ojalá sepa que esto es tan solo un pretexto. Mi verdadera intención es socorrerla en este oscuro momento por el que está pasando. Buenas noches.
Pero aunque Ralston se empeñara en expresarlo así, restándole la importancia que se merecía, no sería un día cotidiano, y muy en el fondo él lo sabía. La unión que estaba por llevarse a cabo significaría un antes y un después. La vida de Viktóriya cambiaría, porque él así lo tenía resuelto, pero la suya también lo haría, porque no había forma de salir completamente airoso de aquel juego perverso que estaba por iniciar.
Las palabras de Chiara lo regresaron a la realidad. Giró el rostro y la sorprendió llorando, sintiendo de nueva cuenta esa extraña necesidad de confortarla. No lo hizo, porque no sabía cómo dar consuelo a las personas. Todo lo que atinó a hacer fue tomar una manta y colocársela sobre los hombros, abrigándola, aunque algo le hizo suponer que si temblaba no era porque tuviera frío, sino por la ansiedad y el desconsuelo que conllevaba su situación.
—¿Por qué no se toma unos días? —Le propuso, y sin quitarle las manos de los hombros, la condujo suavemente hasta un pasillo, por el cual comenzaron a andar—. Después, cuando se sienta mejor, podrá iniciar con el trabajo. Debe saber que no hay prisa, así que tómese su tiempo.
Se detuvieron frente una puerta. Ralston se adelantó y del bolsillo de su pantalón sacó un juego de llaves, eligiendo la que les daría paso a la habitación. Una vez adentro, la ayudó a sentarse. Ella no reflejaba menos aflicción, pero quería pensar que con un baño caliente y una noche reparadora de sueño, al día siguiente las cosas estarían mejor.
—Descanse, le hará bien. Siéntase como en su casa —expresó cortésmente y se alejó. Tres segundos más tarde se detuvo en el umbral de la puerta y sin girarse por completo añadió—: Y Chiara… Ha sido muy amable de su parte aceptar mi oferta a pesar de su inexperiencia y de todo lo que conlleva. Se lo agradezco. Y ojalá sepa que esto es tan solo un pretexto. Mi verdadera intención es socorrerla en este oscuro momento por el que está pasando. Buenas noches.
Ralston Burgess- Humano Clase Media
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Re: Fragmentos de las almas destrozadas - Privado
- Como usted diga - logró articular, aunque no comprendía muy bien, aquella reticencia, esa sencillez casi monacal, ¿pero acaso estaba en condiciones de decir alguna palabra? claro que no, era en verdad afortunada que un caballero, como el señor Burgess, la aceptara en su hogar, le permitiera quedarse, y hasta le diera empleo, siendo una total desconocida y un poco desequilibrada, si se tenia en cuenta que no recordaba casi nada de su pasado, apenas fragmentos, chispazos de una memoria que se negaba a volver. Tan parecido a esos sueños confusos, en noches de vigilia.
Las lagrimas continuaban bañando sus mejillas, mientras el retumbar de esa voz se hacía cada vez mas clara, trayendo a su mente, la memoria de una relación, que parecía haber sido importante. Si un niños de diez años le llamaba madre, ¿quería decir que estaba casada? y si era eso cierto, ¿donde se suponían que estaban tanto su esposo, como ese niño? aquellos pensamientos, en vez de provocar calma, aliviando la desesperante situación de haber olvidado su pasado, solo lograban angustiarle mas el alma.
El señor Burgess, con solo mirarla, pudo intuir que poco y nada podría ayudar en los quehaceres de aquella casa, mientras estuviera tan confundida. ¿hacía cuanto que no dormía? ¿cuanto que no intentaba simplemente calmar sus pensamientos? Tenía suerte si aquel generoso caballero le permitía comer algo, antes de pedirle que se retirara, de su casa y de su vista. ¡quien querría a una mujer desquiciada dando vueltas por su hogar, y mas, cuando su esposa, estaba a horas de llegar al hogar?
Su mente era un caos, en donde imágenes, frases, recuerdos, se arremolinaban entorno a ella, haciendo que temblara, sin poder parar de llorar. Fue entonces cuando, Chiara, fue consciente de que el señor, le había abrigado. Sintió el calor de aquella manta cubriendo su cuerpo y en verdad lo agradeció, aunque seguía en un estado de incertidumbre y espanto. Cruzó las manos sobre su pecho, tomando la manta con fuerza. Sonrió como una niña, cuando algún familiar al que en verdad quería hacía algo tan cariñoso como cuidarla de esa manera. No se ruborizó, porque era como si le faltara sangre, como si el frío de la muerte la rodeara, ese frío, que se podía comparar con el frío del olvido. Instintivamente asintió con un leve gesto de cabeza, a las sugerencia del dueño del hogar, de tomarse unos días, antes de comenzar con sus labores de ama de llave, de mientras tendría tiempo para intentar calmar sus pensamientos, recordar y acomodarse a su nueva vida.
Se dejó conducir por el pasillo de aquella construcción, deteniéndose detrás del señor Burgess, al momento de abrir la puerta que daba a un cuarto, una habitación, que desde ese momento podría llamar refugio. Contestó con mas movimientos de cabeza, a cada palabra del dueño de casa, al hombre que sería su patrón, pero que le hacía sentir que mas que jefe, era su amigo. Él, le ayudó a sentarse en un pequeño asiento frente a un delicado mueble con espejo, un rápido vistazo al reflejo que le devolvía la hizo asustar, ¿quien era esa mujer, de aspecto desalineado, ojerosa, que parecía a punto de colapsar?
- Señor, soy yo, quien debe agradecerle, y le prometo que he de recuperarme pronto, para devolver tan generosos y desinteresados actos. - susurro, casi sin aliento, temía desvanecerse en presencia del caballero, no deseaba que tuviera que cargar nuevamente con ella, pero en verdad, se encontraba exhausta.
Las lagrimas continuaban bañando sus mejillas, mientras el retumbar de esa voz se hacía cada vez mas clara, trayendo a su mente, la memoria de una relación, que parecía haber sido importante. Si un niños de diez años le llamaba madre, ¿quería decir que estaba casada? y si era eso cierto, ¿donde se suponían que estaban tanto su esposo, como ese niño? aquellos pensamientos, en vez de provocar calma, aliviando la desesperante situación de haber olvidado su pasado, solo lograban angustiarle mas el alma.
El señor Burgess, con solo mirarla, pudo intuir que poco y nada podría ayudar en los quehaceres de aquella casa, mientras estuviera tan confundida. ¿hacía cuanto que no dormía? ¿cuanto que no intentaba simplemente calmar sus pensamientos? Tenía suerte si aquel generoso caballero le permitía comer algo, antes de pedirle que se retirara, de su casa y de su vista. ¡quien querría a una mujer desquiciada dando vueltas por su hogar, y mas, cuando su esposa, estaba a horas de llegar al hogar?
Su mente era un caos, en donde imágenes, frases, recuerdos, se arremolinaban entorno a ella, haciendo que temblara, sin poder parar de llorar. Fue entonces cuando, Chiara, fue consciente de que el señor, le había abrigado. Sintió el calor de aquella manta cubriendo su cuerpo y en verdad lo agradeció, aunque seguía en un estado de incertidumbre y espanto. Cruzó las manos sobre su pecho, tomando la manta con fuerza. Sonrió como una niña, cuando algún familiar al que en verdad quería hacía algo tan cariñoso como cuidarla de esa manera. No se ruborizó, porque era como si le faltara sangre, como si el frío de la muerte la rodeara, ese frío, que se podía comparar con el frío del olvido. Instintivamente asintió con un leve gesto de cabeza, a las sugerencia del dueño del hogar, de tomarse unos días, antes de comenzar con sus labores de ama de llave, de mientras tendría tiempo para intentar calmar sus pensamientos, recordar y acomodarse a su nueva vida.
Se dejó conducir por el pasillo de aquella construcción, deteniéndose detrás del señor Burgess, al momento de abrir la puerta que daba a un cuarto, una habitación, que desde ese momento podría llamar refugio. Contestó con mas movimientos de cabeza, a cada palabra del dueño de casa, al hombre que sería su patrón, pero que le hacía sentir que mas que jefe, era su amigo. Él, le ayudó a sentarse en un pequeño asiento frente a un delicado mueble con espejo, un rápido vistazo al reflejo que le devolvía la hizo asustar, ¿quien era esa mujer, de aspecto desalineado, ojerosa, que parecía a punto de colapsar?
- Señor, soy yo, quien debe agradecerle, y le prometo que he de recuperarme pronto, para devolver tan generosos y desinteresados actos. - susurro, casi sin aliento, temía desvanecerse en presencia del caballero, no deseaba que tuviera que cargar nuevamente con ella, pero en verdad, se encontraba exhausta.
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