AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El brillo de la astucia ( Castiglione)
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El brillo de la astucia ( Castiglione)
Saber llevar nuestra porción de noche
O de mañana pura;
Llenar nuestro vacío con desprecio,
Llenarlo de ventura.
O de mañana pura;
Llenar nuestro vacío con desprecio,
Llenarlo de ventura.
Las puertas del Palacio Royal se abrieron con un suave crujido, empujadas por aquellos sirvientes contratados para tal evento social, permitiéndole el acceso a la fiesta que se sucedía en el interior. La oleada de calor y ruido le golpeó el rostro, como si de repente se hubiesen abierto las puertas del infierno y hubiesen creado toda aquella escena de opulencia.
Las lámparas brillaban, colgando del techo como arañas de cristal gigante, iluminando la estancia hasta el punto de crear una esfera cálida en la que podía verse perfectamente hasta el último detalle dejado en toda la habitación para sorprender a los invitados y hablar de la riqueza de aquellos que celebraban aquel baile. Todos parecían haber encontrado un lugar en el que conversar, bailar e incluso coquetear abiertamente, lo cual indicaba que había llegado lo suficientemente tarde como para que todos notasen su presencia, en lo alto de las escaleras, escudriñando todo antes de descender cada uno de los peldaños. Pero no lo suficiente temprano como para tener que aguantar las presentaciones inútiles que poco le importaba. Llegar tarde a las fiestas más importantes de la temporada, era solo un lujo para aquellos que no tenían nada que perder, así que él solo estaba reafirmando su supremacía sobre todos los invitados.
Normalmente no solía asistir a muchas fiestas de sociedad, solo acudía a las más importantes para mantener un cierto grado de sociabilidad con aquellas personas con las que mantenía tratos comerciales. Sabía que eso solo causaba intrigas sobre quién era, cómo sería hablar con él o a cuáles fiestas acudiría. Así que se había convertido en un juego el invitarlo a numerosos eventos, causando un silencio cargado de emociones ocultas cuando llegaba a aparecer en algunos. Sus hermanos no comprendían el porqué seguía rodeándose de humanos, pero él siempre mantenía la misma respuesta; “Porque puedo y quiero”.
Descendió las escaleras con lentitud, sin prisas, deslizándose como una pantera por la larga escalinata que le llevaba directamente a la boca abierta de aquella moqueta roja. Algunos ya miraban hacia él, comenzando a extender la noticia de su presencia, lo cual atraería a muchos inversores a buscarle. Así que su rostro era una perfecta máscara de indiferencia absoluta, como si estuviese entrando a algún lugar con el aire de un niño que se preguntaba el motivo por el que sus padres le obligaban a asistir allí.
Sabía perfectamente que su apariencia destacaba entre los demás por la pulcritud y perfección de todas sus prendas sobre el cuerpo. Desde sus zapatos perfectamente lustrados, pasando por su traje inglés adornado con una corbata blanca en la que estaba prendida el pendiente con una gota azul tan brillante como sus ojos, una joya sencilla y pura creada con oro y un pequeño diamante que imitaba la tonalidad de su mirada. Y su cabello, ondas oscuras azabaches que enmarcaban un rostro salpicado ligeramente por una barba cuidada. Lo único que hacía que su imagen de caballero centrado en las letras y los negocios, fuera ligeramente insostenible, era precisamente su físico dotado de músculos que las prendas trataban de suavizar y que solo conseguían hacer patente la forma de sus brazos y piernas al tensarse con cada uno de sus movimientos.
Al llegar al final de las escaleras, miró sus pies, concentrándose durante unos segundos para meterse tras aquella máscara que había construido para que nadie fuera capaz de llegar a conocer realmente qué sentía o pensaba. En un momento muy oscuro de su vida, tuvo que meter su parte más inocente y pura tras ella para sobrevivir y ahora no podía siquiera recordar cómo se sentía el ser él mismo. Sólo Brönte.
Levantó lentamente su rostro, irguiéndose con una seguridad propia de aquellos que no tienen nada a lo que temer. Sus ojos azules se estremecieron bajo la luz que emitían las velas de las grandes lámparas, creando una marea mecida en medio de una tempestad, solo una ligera advertencia de que su dueño era una persona peligrosa y desequilibrada. Aunque, cuando parpadeó, todo desapareció, haciendo que el último vestigio de su verdadera esencia desapareciera tras una ligera y minúscula sonrisa cordial. Adentrándose así, entre aquella marea de personas, preparado para buscar al anfitrión y conocer por fin a quien sería el sucesor de sus negocios.
Brönte d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 18/04/2014
Re: El brillo de la astucia ( Castiglione)
Era otra de esas fiestas que me gustaban, pero que odiaba al mismo tiempo. Las odiaba porque debía comportarme como el chico de alta sociedad que soy, aparentando ser alguien que no me gustaba ser. Ya saben: Siempre correcto, formal... Las odiaba también porque mi padre estaba empecinado en que yo me hiciera cargo de sus negocios (para cuando el ya no estuviera en condiciones) y de los cuáles sabía nimiamente lo necesario. En pocas palabras, deseaba con todas mis fuerzas que mi progenitor se convirtiera en Matusalen para que viviera unos 300 años mínimo. Y me gustaban porque había buena comida, bebida a raudales, y buenas compañías. Ésto último sobre todo. Mis últimas conquistas y subsecuentes polvos, los había conseguido en una reunión como ésta, así que no esperaba que las cosas fueran a cambiar.
En la soledad de mi habitación, sonreí observándome al espejo de pies a cabeza. Vestido de aquella manera, no podía estar más complacido conmigo mismo, yo me encontraba gallardo y atractivo, jugando un doble papel, porque podía ser el caballero más cortés y educado de todo el país, pero también el más rebelde y desfachatado si me lo proponía. Por algunos instantes sometería todas aquellas cualidades- si es que podría llamarles así- en una balanza, el justo equilibrio. Ya vería yo, a qué lado acogerme. Eché un último vistazo a mi atuendo cerciorándome de que todo estuviera en su lugar y sin mayor dilación, salí hacia mi encuentro con lo desconocido, esperando que mi padre y su "cita" no se tardaran más de lo esperado. Yo quería divertirme y la noche se me hacía corta para tal menester.
Cuando penetré al salón, la música y la bebida corrían a mares por todas partes. Seguro estaba, que en aquel sitio – el centro del salón para ser exactos- podría encontrarme con uno o más conocidos, así que trataría de mostrar la mejor de mis sonrisas galantes y falsas, que nunca fallaban. Observé por encima de los cuatro escalones que me separaban del salón y la entrada. Este punto estratégico favorecía mi visión periférica. Nada podría escaparse de mi escrutinio. Ningún recoveco pasaría desapercibido. Personas gallardas yendo y viniendo, risas, música, bocadillos... Hermosas damiselas, hombres atractivos. ¡Estaba en la gloria!
Olvidándome de todo, bajé los escalones, abriéndome paso entre la multitud. Tres, cuatro, diez, quince pasos, quizás un poco más llevaron hacia uno de los meseros que llevaba una charola rebosante de copas espumosas. Champaña indudablemente. Así que lo asalté por el camino y tomé una, dándole un gran sorbo para remojar mis labios. Estaba deliciosa y al punto. Tomé una más - observando de que mi padre no estuviera rondando todavía por ahí - y la apuré de un solo trago. Un par de mujeres se acercaron y me saludaron con dos besos en cada mejilla; después se alejaron quedando en regresar más tarde para charlar. Por compromiso acepté la invitación inesperada, pero no iba a ocurrir tal cosa, ¡yo no las soportaba! y ellas tenían fama de "ligeras", yo también lo era pero nadie lo sabía así que podría darme el lujo de despreciarlas. Me aparté al rincón más alejado desde donde podía pasar un tanto desapercibido y ahí esperaría a mi padre mientras tanto.
En la soledad de mi habitación, sonreí observándome al espejo de pies a cabeza. Vestido de aquella manera, no podía estar más complacido conmigo mismo, yo me encontraba gallardo y atractivo, jugando un doble papel, porque podía ser el caballero más cortés y educado de todo el país, pero también el más rebelde y desfachatado si me lo proponía. Por algunos instantes sometería todas aquellas cualidades- si es que podría llamarles así- en una balanza, el justo equilibrio. Ya vería yo, a qué lado acogerme. Eché un último vistazo a mi atuendo cerciorándome de que todo estuviera en su lugar y sin mayor dilación, salí hacia mi encuentro con lo desconocido, esperando que mi padre y su "cita" no se tardaran más de lo esperado. Yo quería divertirme y la noche se me hacía corta para tal menester.
Cuando penetré al salón, la música y la bebida corrían a mares por todas partes. Seguro estaba, que en aquel sitio – el centro del salón para ser exactos- podría encontrarme con uno o más conocidos, así que trataría de mostrar la mejor de mis sonrisas galantes y falsas, que nunca fallaban. Observé por encima de los cuatro escalones que me separaban del salón y la entrada. Este punto estratégico favorecía mi visión periférica. Nada podría escaparse de mi escrutinio. Ningún recoveco pasaría desapercibido. Personas gallardas yendo y viniendo, risas, música, bocadillos... Hermosas damiselas, hombres atractivos. ¡Estaba en la gloria!
Olvidándome de todo, bajé los escalones, abriéndome paso entre la multitud. Tres, cuatro, diez, quince pasos, quizás un poco más llevaron hacia uno de los meseros que llevaba una charola rebosante de copas espumosas. Champaña indudablemente. Así que lo asalté por el camino y tomé una, dándole un gran sorbo para remojar mis labios. Estaba deliciosa y al punto. Tomé una más - observando de que mi padre no estuviera rondando todavía por ahí - y la apuré de un solo trago. Un par de mujeres se acercaron y me saludaron con dos besos en cada mejilla; después se alejaron quedando en regresar más tarde para charlar. Por compromiso acepté la invitación inesperada, pero no iba a ocurrir tal cosa, ¡yo no las soportaba! y ellas tenían fama de "ligeras", yo también lo era pero nadie lo sabía así que podría darme el lujo de despreciarlas. Me aparté al rincón más alejado desde donde podía pasar un tanto desapercibido y ahí esperaría a mi padre mientras tanto.
Castiglione- Prostituto Clase Alta
- Mensajes : 58
Fecha de inscripción : 05/03/2014
Re: El brillo de la astucia ( Castiglione)
Sus pies se deslizaron por el pulido suelo del Palacio Royal, dejando que sus zapatos perfectamente lustrados brillasen sobre aquel mármol blanco, sintiendo que se adentraba en una hermosa jaula de oro, pero jaula al fin y al cabo. Era divertido pensar en sí mismo como un gato acercándose sigilosamente a los hermosos y gruesos pajarillos que cantaban inocentemente, pues no podía pensar en todos aquellos humanos como otra cosa que no fueran aves de distintas especies. Engalanados con vestidos de colores claros entre las mujeres, pero oscuros en los hombres. Con aquellas pesadas joyas colgando de los cuellos que él ansiaba morder, muñecas rodeadas con pulseras de costosos materiales que sólo le provocaban interés cuando las luces lanzaban destellos sobre los diamantes y esmeraldas. Había inclusos hombres lo suficientemente extravagantes como para añadirle diamantes a sus botones. Podría reír de su mal gusto, pero prefería seguir avanzando con una sonrisa divertida en su rostro, buscando con su mirada al hombre que había ido a buscar.
Durante unos segundos se detuvo entre todas aquellas personas, ignorando a todo el que lo miraba con curiosidad por haberse adentrado sin saludar aún a nadie por más de unos minutos. Sabía que debían estar intentando adivinar por quién había asistido al evento social, ya que pocas veces abandonaba la caprichosa persecución a la que sometía a los miembros de su familia. Él era sólo un perro sin dueño, una criatura hecha para tener un dueño al que someterse voluntariamente, satisfaciendo cada capricho para obtener unas cadenas que le ayudasen a no perderse de nuevo.
Sus ojos se detuvieron en la figura de un hombre de avanzada edad que conversaba en un rincón junto a otros caballeros, por la postura de sus cuerpos estaba claro que trataban algún tema del que no querían que nadie tuviera conocimiento, así que se acercó lentamente hacia ellos, sabiendo que el hombre que buscaba estaba entre ellos. Al parecer no había sido el único invitado para una reunión de trabajo, algo le decía que terminaría soportando a más personas de las que deseaba. Era frustrante que algunos humanos utilizasen sus reuniones para presentarle a más comerciantes necesitados de dinero, era un inversor con mucho dinero no un alma caritativa. Si tenía que volver a escuchar cosas como que tenían hijas en edad casadera sin posibilidad de obtener un buen matrimonio por culpa de no poseer una buena dote para ellas, probablemente se suicidaría. Aunque era una soberana exageración, nunca se mataría por una conversación aburrida, lo más probable es que perdiese la calma y comenzase a abrir gargantas a su alrededor, disfrutando de la locura que provocaba la sed de sangre. Quizás debería hacerlo en alguna ocasión, invitar a las personas más aburridas que conocía y hacer un festival sangriento.
- Buenas noches caballeros, mis disculpas por el ligero retraso. - Comentó a modo de saludo cuando llegó junto a los hombres que hablaban entre sí. Procedieron varios saludos corteses, con estrechones de manos enérgicas por parte de todos, siéndole presentados aquellos jóvenes que aún no conocía. Por sus apellidos podía situarlos como herederos de distintos negocios bastante lucrativos, incluso sabía que el padre de alguno de ellos era el principal inversor de un burdel bastante frecuentado por la clase alta, motivo suficiente para que la mayoría de las madres alejasen a sus hijas de hombres como aquel que tenían una " mala reputación ".
Tomó una de las copas de champán que le fue ofrecida por uno de los camareros y comenzó una charla bastante amena sobre inversiones, sintiéndose sorprendido al ver que nadie sacaba el tema de falta de recursos, sino que trataban conversaciones más centradas en nuevas técnicas de producción con la maquinaria que habían atraído a sus centrales. Asintió con seriedad, escuchando sus alegatos mucho antes de que las palabras emergiesen de su boca gracias al poder vampírico que poseía, leer mentes era algo bastante positivo en alguien como él, aunque a veces le obligaba a tener varias conversaciones grotescas por el contenido que podía llegar a averiguar. Podía ser incómodo si se llegaba a tener conocimiento de algún secreto vergonzoso, aunque solía aparentar no saber nada de ello siempre que ocurría.
Fue precisamente por su poder que supo de la presencia del heredero de su conocido, mucho antes de que el anciano elevase la voz para llamar al joven. Al igual que los demás, deslizó sus ojos hacia la figura a la que se había referido el padre del muchacho. Acercó la copa a sus labios y tomó un corto sorbo del contenido, deslizando una de sus manos hacia el bolsillo de su pantalón, para rescatar el reloj de oro que tenía en su interior. Lo abrió y miró la hora para asegurarse de controlar que aquel encuentro no durase más de lo necesario. Tenía que tener cuidado con las fiestas que se extendían hasta el amanecer. Sobretodo aquellas como la que iba a tener lugar, ya que los hombres de negocios cuando presentaban a sus herederos a los demás jóvenes que heredarían las empresas de sus aliados en los comercios, solían asegurarse de que sus hijos obtendrían el mismo apoyo que ellos tenían antes de que se cediesen las empresas. Y aquello podía durar a veces incluso varios encuentros.
Cuando volvió a alzar sus ojos hacia el joven que se acercaba a ellos, no pudo evitar centrar su interés en la tonalidad azulada de sus ojos, como si hubiese visto las aguas más puras que hubiera podido encontrar. Era extraño percibir algo tan contradictorio en aquel rostro juvenil que parecía disfrutar de la atención de los demás. Pero aquello no eran más que divagaciones absurdas. Cerró su reloj y volvió a guardarlo en su bolsillo, liberándose así de aquel encuentro de miradas.
Durante unos segundos se detuvo entre todas aquellas personas, ignorando a todo el que lo miraba con curiosidad por haberse adentrado sin saludar aún a nadie por más de unos minutos. Sabía que debían estar intentando adivinar por quién había asistido al evento social, ya que pocas veces abandonaba la caprichosa persecución a la que sometía a los miembros de su familia. Él era sólo un perro sin dueño, una criatura hecha para tener un dueño al que someterse voluntariamente, satisfaciendo cada capricho para obtener unas cadenas que le ayudasen a no perderse de nuevo.
Sus ojos se detuvieron en la figura de un hombre de avanzada edad que conversaba en un rincón junto a otros caballeros, por la postura de sus cuerpos estaba claro que trataban algún tema del que no querían que nadie tuviera conocimiento, así que se acercó lentamente hacia ellos, sabiendo que el hombre que buscaba estaba entre ellos. Al parecer no había sido el único invitado para una reunión de trabajo, algo le decía que terminaría soportando a más personas de las que deseaba. Era frustrante que algunos humanos utilizasen sus reuniones para presentarle a más comerciantes necesitados de dinero, era un inversor con mucho dinero no un alma caritativa. Si tenía que volver a escuchar cosas como que tenían hijas en edad casadera sin posibilidad de obtener un buen matrimonio por culpa de no poseer una buena dote para ellas, probablemente se suicidaría. Aunque era una soberana exageración, nunca se mataría por una conversación aburrida, lo más probable es que perdiese la calma y comenzase a abrir gargantas a su alrededor, disfrutando de la locura que provocaba la sed de sangre. Quizás debería hacerlo en alguna ocasión, invitar a las personas más aburridas que conocía y hacer un festival sangriento.
- Buenas noches caballeros, mis disculpas por el ligero retraso. - Comentó a modo de saludo cuando llegó junto a los hombres que hablaban entre sí. Procedieron varios saludos corteses, con estrechones de manos enérgicas por parte de todos, siéndole presentados aquellos jóvenes que aún no conocía. Por sus apellidos podía situarlos como herederos de distintos negocios bastante lucrativos, incluso sabía que el padre de alguno de ellos era el principal inversor de un burdel bastante frecuentado por la clase alta, motivo suficiente para que la mayoría de las madres alejasen a sus hijas de hombres como aquel que tenían una " mala reputación ".
Tomó una de las copas de champán que le fue ofrecida por uno de los camareros y comenzó una charla bastante amena sobre inversiones, sintiéndose sorprendido al ver que nadie sacaba el tema de falta de recursos, sino que trataban conversaciones más centradas en nuevas técnicas de producción con la maquinaria que habían atraído a sus centrales. Asintió con seriedad, escuchando sus alegatos mucho antes de que las palabras emergiesen de su boca gracias al poder vampírico que poseía, leer mentes era algo bastante positivo en alguien como él, aunque a veces le obligaba a tener varias conversaciones grotescas por el contenido que podía llegar a averiguar. Podía ser incómodo si se llegaba a tener conocimiento de algún secreto vergonzoso, aunque solía aparentar no saber nada de ello siempre que ocurría.
Fue precisamente por su poder que supo de la presencia del heredero de su conocido, mucho antes de que el anciano elevase la voz para llamar al joven. Al igual que los demás, deslizó sus ojos hacia la figura a la que se había referido el padre del muchacho. Acercó la copa a sus labios y tomó un corto sorbo del contenido, deslizando una de sus manos hacia el bolsillo de su pantalón, para rescatar el reloj de oro que tenía en su interior. Lo abrió y miró la hora para asegurarse de controlar que aquel encuentro no durase más de lo necesario. Tenía que tener cuidado con las fiestas que se extendían hasta el amanecer. Sobretodo aquellas como la que iba a tener lugar, ya que los hombres de negocios cuando presentaban a sus herederos a los demás jóvenes que heredarían las empresas de sus aliados en los comercios, solían asegurarse de que sus hijos obtendrían el mismo apoyo que ellos tenían antes de que se cediesen las empresas. Y aquello podía durar a veces incluso varios encuentros.
Cuando volvió a alzar sus ojos hacia el joven que se acercaba a ellos, no pudo evitar centrar su interés en la tonalidad azulada de sus ojos, como si hubiese visto las aguas más puras que hubiera podido encontrar. Era extraño percibir algo tan contradictorio en aquel rostro juvenil que parecía disfrutar de la atención de los demás. Pero aquello no eran más que divagaciones absurdas. Cerró su reloj y volvió a guardarlo en su bolsillo, liberándose así de aquel encuentro de miradas.
Brönte d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 18/04/2014
Re: El brillo de la astucia ( Castiglione)
Ya la música comenzaba a vibrar en el palacete y mis pies inquietos como eran, comenzaban a moverse de un lado hacia otro, buscando alguna víctima que llevar hacia el centro del recinto para acallar dudas, o darme anotar como ya era mi costumbre y lo que más me gustaba en una reunión como aquella. No me importaba nada más que pasarla bien, comer, beber, y si tenía suerte -como yo esperaba- llevarme a algún incauto o incauta, a algún rincón oscuro para portarnos mal. Los cortinajes y los oscuros salones alejados del bullicio de la sociedad, eran unos muy buenos lugares para intimar con aquellas almas aventureras que gustaban, al igual que yo, de los placeres carnales que la vida nos ofrecía.
Lástima que a mi padre se le ocurriera mandarme llamar en ese instante a viva voz, haciendo que algunas de las personas concurrentes voltearan hacia mí y hacia el respectivamente. Ahí ahí van mis posibilidades de echar un buen polvo esta noche. Ya podía verme aburrido, en medio de aquellos hombres entrados en años, que no hacìan más que hablar de negocios y de las ganancias sustanciosas que estos podrían ofrecer a largo o mediano plazo. Eran esa clase de situaciones las que me hacían preguntarme, el por qué había nacido en cuna de oro. Todo habría sido más fácil si hubiera sido cualquier persona, cualquier residente de París que no tenía más nada que hacer, salvo comer, dormir, vivir, reír, follar y todo lo demás. ¡Eso sí que era vida! y no ése círculo vicioso en el cuál se movía mi "respetable familia". Odiaba con todas mis fuerzas ser hijo único y encima varón.
-Rainer, ven, ven hijo, que quiero presentarte a Philipe Aupé, empresario de establecimientos cárnicos del centro de París, Pierrot Rimbaud, dueño de una cadena de telares con sedas preciosas, Marcel Duchamps gerente comercial bancario y a nuestro joven amigo y futuro socio comercial, si todo marcha a la perfección, el caballero Brönte d'Auxerre.
Fingiendo interés en cada uno de ellos, les saludé con un fuerte apretón de manos, mirándole directamente a los ojos. Esta sencilla pero efectiva lección, la había aprendido de mi padre, quien era todo un experto en estos menesteres. Yo solamente cumplía con ser cordial y nada más. Todos aquellos hombres me representaban la viva imagen de una vida aburrida, ya saben: Esposa, hijos...etc. Sin embargo el caballero Brönte era demasiado joven y galán. Contrastaba contra aquel tercio de hombres que le doblaban la edad. Estaba impresionado de que un hombre tan joven, estuviera ya en esta clase de ligas superiores, en lo que han negocios se refería. Por un momento me sentí un completo inútil, porque yo era un vago total; claro que mi padre no lo sabía; ante sus ojos era un hijo respetable estudioso y muy obediente que algún día se haría cargo de sus negocios. ¡Qué lejos estaba de la realidad! Ah, mi pobre padre tan anciano, tan inteligente, pero tan estúpido.
-Un placer conocerlos caballeros. Mi padre me ha hablado maravillas de ustedes. No hace otra cosa más que hablar de las virtudes y bondades de sus socios.
Como cabía esperar, los tres sujetos sonrieron y se abrazaron. Sí, esperaba que hicieran algo como eso, eran tan predecibles e hipócritas… No así, el hombre más joven. Parecía estar cumpliendo con un compromiso, más que estar disfrutando de la reunión en sí. Observaba cada tanto su reloj de bolsillo, como si tuviera prisa por irse. Yo, mientras tanto, me dedicaba observarle de pieza cabeza con disimulo. Ya que yo no perdía el tiempo tampoco. Mis negocios también estaban allí, aunque eran muy diferentes de los otros. Me complacía observar, que tal vez debajo de ese pantalón negro del señor Brönte, se encontraran unas piernas fuertes, y un poco más arriba -si tenía suerte- un buen paquete entre las mismas. Sonreí ante mi pensamiento, desviando la mirada hacia otro sujeto que pasó a mi lado, y que tenía un buen trasero. Demonios... Y yo ahí perdiendo mi maldito tiempo.
Lástima que a mi padre se le ocurriera mandarme llamar en ese instante a viva voz, haciendo que algunas de las personas concurrentes voltearan hacia mí y hacia el respectivamente. Ahí ahí van mis posibilidades de echar un buen polvo esta noche. Ya podía verme aburrido, en medio de aquellos hombres entrados en años, que no hacìan más que hablar de negocios y de las ganancias sustanciosas que estos podrían ofrecer a largo o mediano plazo. Eran esa clase de situaciones las que me hacían preguntarme, el por qué había nacido en cuna de oro. Todo habría sido más fácil si hubiera sido cualquier persona, cualquier residente de París que no tenía más nada que hacer, salvo comer, dormir, vivir, reír, follar y todo lo demás. ¡Eso sí que era vida! y no ése círculo vicioso en el cuál se movía mi "respetable familia". Odiaba con todas mis fuerzas ser hijo único y encima varón.
-Rainer, ven, ven hijo, que quiero presentarte a Philipe Aupé, empresario de establecimientos cárnicos del centro de París, Pierrot Rimbaud, dueño de una cadena de telares con sedas preciosas, Marcel Duchamps gerente comercial bancario y a nuestro joven amigo y futuro socio comercial, si todo marcha a la perfección, el caballero Brönte d'Auxerre.
Fingiendo interés en cada uno de ellos, les saludé con un fuerte apretón de manos, mirándole directamente a los ojos. Esta sencilla pero efectiva lección, la había aprendido de mi padre, quien era todo un experto en estos menesteres. Yo solamente cumplía con ser cordial y nada más. Todos aquellos hombres me representaban la viva imagen de una vida aburrida, ya saben: Esposa, hijos...etc. Sin embargo el caballero Brönte era demasiado joven y galán. Contrastaba contra aquel tercio de hombres que le doblaban la edad. Estaba impresionado de que un hombre tan joven, estuviera ya en esta clase de ligas superiores, en lo que han negocios se refería. Por un momento me sentí un completo inútil, porque yo era un vago total; claro que mi padre no lo sabía; ante sus ojos era un hijo respetable estudioso y muy obediente que algún día se haría cargo de sus negocios. ¡Qué lejos estaba de la realidad! Ah, mi pobre padre tan anciano, tan inteligente, pero tan estúpido.
-Un placer conocerlos caballeros. Mi padre me ha hablado maravillas de ustedes. No hace otra cosa más que hablar de las virtudes y bondades de sus socios.
Como cabía esperar, los tres sujetos sonrieron y se abrazaron. Sí, esperaba que hicieran algo como eso, eran tan predecibles e hipócritas… No así, el hombre más joven. Parecía estar cumpliendo con un compromiso, más que estar disfrutando de la reunión en sí. Observaba cada tanto su reloj de bolsillo, como si tuviera prisa por irse. Yo, mientras tanto, me dedicaba observarle de pieza cabeza con disimulo. Ya que yo no perdía el tiempo tampoco. Mis negocios también estaban allí, aunque eran muy diferentes de los otros. Me complacía observar, que tal vez debajo de ese pantalón negro del señor Brönte, se encontraran unas piernas fuertes, y un poco más arriba -si tenía suerte- un buen paquete entre las mismas. Sonreí ante mi pensamiento, desviando la mirada hacia otro sujeto que pasó a mi lado, y que tenía un buen trasero. Demonios... Y yo ahí perdiendo mi maldito tiempo.
Castiglione- Prostituto Clase Alta
- Mensajes : 58
Fecha de inscripción : 05/03/2014
Re: El brillo de la astucia ( Castiglione)
El suave sonido del tic tac de su reloj llenaba el espacio entre cada una de las amables que salían de la boca de Castiglione, magia pura si se consideraba la deliciosa cadencia del idioma francés. Mucho más aún considerando las numerosas derivaciones por las que tenían lugar aquellas pablabras, pues era realmente increible considerar que la gran mayoría de los idiomas partían a su vez de otro más antiguo, estando todos relacionados por motivos indistintos al habla; como comercio, conquistas y guerras, o relaciones matrimoniales entre representantes de distintas dinastías.
Cada uno de aquellos vocablos danzaba en el aire, como notas musicales que se deslizaban por el pentagrama de unos labios rosados, pétalos de aspecto aterciopelado y angelical, creando una música digna de ser escuchada cuando las horas oscuras llegaban y dejaban la alcoba silenciosa y preparada para los suspiros de la "petite mort". O al menos así habría sido si no interfiriera la verdadera conversación que estaba teniendo lugar en el interior de la cabeza de Castiglione, una dominada por la astuta inteligencia que dominaba el territorio de su entrepierna.
- Permítame aconsejarle que se olvide de todas las hermosas palabras que su padre le ha dicho de nosotros, señor Castiglione.- Intentó restablecer el hilo de la conversación antes de que lanzase un gruñido que le dejase claro a aquel joven que no se sentía cómodo con la forma en la que sus ojos se fijaban en sus pantalones. Y eso por ser muy amable, ya que sabía perfectamente que lo último que aquel muchacho tenía en su mente era precisamente el trozo de tela que cubría su piel.
Había conocido muchos tipos de personalidades, pero indudablemente aquella era la primera vez que era tratado como un semental antes de ser alquilado para fecundar a alguna yegua. En el primer momento en que sus ojos se cruzaron, sólo pudo pensar en una palabra; puro. Pero ahora que lo oía, sabía que algo había afectado a su apreciación, lo cual lo intrigaba. Pues jamás su instinto le había fallado, siempre supo cuando alguien era autodestructivo, hiriente, sarcástico o temeroso cuando lo veía.
Durante mucho tiempo sobrevivió analizando a los demás, cada uno de sus movimientos, actos o palabras. De alguna forma, su poder de leer mentes parecía haberle acompañado incluso después de su conversión. Alguna vez algun vampiro le había dicho que una posibilidad para que cada vampiro tuviera distintos poderes a la hora de recibir el don oscuro, era precisamente que ciertas habilidades innatas e inherentes a la persona se desarrollasen de la misma forma en que lo hacían sus sentidos más básicos; oído, vista, gusto, tacto y olfato.
- Todos somos hombres de negocios, acostumbrados más a hablar de política, banca y demás cosas aburridas a los jóvenes. - Mantuvo su sonrisa, aunque la palabra joven era evidente que había sido entonada con una cadencia diferente a las demás, como si con ello se refirese exclusivamente a Castiglione, independientemente de que entre ellos hubiesen muchas más personas.
De forma sutil, una de sus manos se deslizó por la cadera, apartando su chaqueta para poder acariciar la cintura de su pantalón, antes de que la dejara descansar en el interior del bolsillo del mismo. Intentando así que el joven no tuviera la oportunidad de averiguar si cierta parte de su anatomía le era definitivamente agradable o no. Lo último que quería era atragantarse con el champán que estaba bebiendo, mientras uno de los miembros de la conversación atraía su atención de nuevo al nombrar un filósofo que encajaba, a su parecer, con la forma de hacer negocios de Brönte.
Sólo pudo soltar una carcajada descarada, llenando su rostro de una sonrisa abierta que permitía ver sus dientes perfectamente alineados y blancos. Aquel compañero de negocios acababa de nombrar a Maquiavelo, lo cual no dejaba de ser cierto, ambos tenían cierta similitud. Salvo que su carcajada no se debía a su comparación, sino a una de las frases célebres de aquel filósofo italiano. " Vale más hacer y arrepentirse, que no hacer y arrepentirse " Aquello parecía encajar perfectamente para el pequeño perspicaz de ojos azules que seguía devorando con sus ojos a los demás participantes del evento.
- Sin duda, tal como vos decís, mi pensamiento es maquiavélico, aunque no pretendo disculparme por ello. - Sonrió y con ello supo que había conquistado la mente de la gran mayoría de los que lo escuchaban. Era un " hombre de negocios " o así lo llamaban en sus mentes, pero lo cierto era que sólo actuaba como tal, aquello era sólo un juego. Un papel necesario para conservar la piel de cordero sobre su cuerpo de lobo, mientras continuaba comiéndose las ovejas del fundo vecino.
Cada uno de aquellos vocablos danzaba en el aire, como notas musicales que se deslizaban por el pentagrama de unos labios rosados, pétalos de aspecto aterciopelado y angelical, creando una música digna de ser escuchada cuando las horas oscuras llegaban y dejaban la alcoba silenciosa y preparada para los suspiros de la "petite mort". O al menos así habría sido si no interfiriera la verdadera conversación que estaba teniendo lugar en el interior de la cabeza de Castiglione, una dominada por la astuta inteligencia que dominaba el territorio de su entrepierna.
- Permítame aconsejarle que se olvide de todas las hermosas palabras que su padre le ha dicho de nosotros, señor Castiglione.- Intentó restablecer el hilo de la conversación antes de que lanzase un gruñido que le dejase claro a aquel joven que no se sentía cómodo con la forma en la que sus ojos se fijaban en sus pantalones. Y eso por ser muy amable, ya que sabía perfectamente que lo último que aquel muchacho tenía en su mente era precisamente el trozo de tela que cubría su piel.
Había conocido muchos tipos de personalidades, pero indudablemente aquella era la primera vez que era tratado como un semental antes de ser alquilado para fecundar a alguna yegua. En el primer momento en que sus ojos se cruzaron, sólo pudo pensar en una palabra; puro. Pero ahora que lo oía, sabía que algo había afectado a su apreciación, lo cual lo intrigaba. Pues jamás su instinto le había fallado, siempre supo cuando alguien era autodestructivo, hiriente, sarcástico o temeroso cuando lo veía.
Durante mucho tiempo sobrevivió analizando a los demás, cada uno de sus movimientos, actos o palabras. De alguna forma, su poder de leer mentes parecía haberle acompañado incluso después de su conversión. Alguna vez algun vampiro le había dicho que una posibilidad para que cada vampiro tuviera distintos poderes a la hora de recibir el don oscuro, era precisamente que ciertas habilidades innatas e inherentes a la persona se desarrollasen de la misma forma en que lo hacían sus sentidos más básicos; oído, vista, gusto, tacto y olfato.
- Todos somos hombres de negocios, acostumbrados más a hablar de política, banca y demás cosas aburridas a los jóvenes. - Mantuvo su sonrisa, aunque la palabra joven era evidente que había sido entonada con una cadencia diferente a las demás, como si con ello se refirese exclusivamente a Castiglione, independientemente de que entre ellos hubiesen muchas más personas.
De forma sutil, una de sus manos se deslizó por la cadera, apartando su chaqueta para poder acariciar la cintura de su pantalón, antes de que la dejara descansar en el interior del bolsillo del mismo. Intentando así que el joven no tuviera la oportunidad de averiguar si cierta parte de su anatomía le era definitivamente agradable o no. Lo último que quería era atragantarse con el champán que estaba bebiendo, mientras uno de los miembros de la conversación atraía su atención de nuevo al nombrar un filósofo que encajaba, a su parecer, con la forma de hacer negocios de Brönte.
Sólo pudo soltar una carcajada descarada, llenando su rostro de una sonrisa abierta que permitía ver sus dientes perfectamente alineados y blancos. Aquel compañero de negocios acababa de nombrar a Maquiavelo, lo cual no dejaba de ser cierto, ambos tenían cierta similitud. Salvo que su carcajada no se debía a su comparación, sino a una de las frases célebres de aquel filósofo italiano. " Vale más hacer y arrepentirse, que no hacer y arrepentirse " Aquello parecía encajar perfectamente para el pequeño perspicaz de ojos azules que seguía devorando con sus ojos a los demás participantes del evento.
- Sin duda, tal como vos decís, mi pensamiento es maquiavélico, aunque no pretendo disculparme por ello. - Sonrió y con ello supo que había conquistado la mente de la gran mayoría de los que lo escuchaban. Era un " hombre de negocios " o así lo llamaban en sus mentes, pero lo cierto era que sólo actuaba como tal, aquello era sólo un juego. Un papel necesario para conservar la piel de cordero sobre su cuerpo de lobo, mientras continuaba comiéndose las ovejas del fundo vecino.
Brönte d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/04/2014
Re: El brillo de la astucia ( Castiglione)
Había presentado reticencia de asistir a una de esas reuniones - en un principio -porque mi padre hablaría de negocios; sería de lo único y lo último que charlaría con sus amigos más cercanos y futuros inversionistas. Como supuse, trataría de presentarme ante todos ellos, y quizás, les hablaría de sus atributos como futuro jefe inmediato de sus jugosas ganancias. Pero lejos estaba de hacer caso a todos los comentarios después de mi animada presentación. Yo estaba concentrado en los ojos de aquel hombre, que había tomado la palabra después de mí. Reflejaban seguridad, inteligencia, y quizás - muy probablemente - fogosidad. Era como un imán para mí, lo supe desde el primer instante en que sonrió y fue como si el sol saliera a media noche. Son esa clase de eventos o situaciones que se presentan cuando menos lo esperas, y te dejan una grata sorpresa.
Era un hombre bastante atractivo, como los que usualmente acostumbraba a recibir en mi apartamento y... Demonios. No podía despegarle la vista. Las voces circundantes se fueron alejando lentamente, hacia un rincón; ese donde el subconsciente mandaba todo lo irrelevante directamente, por considerarlas de poco importancia o utilidad. Deseaba saber su nombre, sin embargo, ésto me obligaba a conocer el de los demás y seguir pasando un rato desagradable entre vejestorios; no quería parecer obvio y centrarme única y exclusivamente en él. Me vería descubierto y no convenía a mis intereses. Necesitaba una táctica más sutil, aunque me llevara toda la maldita noche.
-Si me disculpan un momento caballeros, creo que mi cita de ésta noche ha arribado, del brazo de su distinguido padre. Es una preciosidad. - me ajusté el corbatín.
Me deslicé hacia un lado con total tranquilidad sin voltear a mirar al sujeto, para mi fortuna llegaba al salón, una de las señoritas más prominentes de la ciudad -y en edad casadera- con quien había tenido algunos encuentros nada significativos, pero los suficientes para no llamarle "señorita". Ahí le besé la mano y le aparté de su padre, quien observaba con buenos ojos mi petición. Fue justo el momento en donde mi mirada volvió a buscar la oscura, sonriendo en el trayecto, mordiéndome el labio inferior. Una clara invitación...
Era un hombre bastante atractivo, como los que usualmente acostumbraba a recibir en mi apartamento y... Demonios. No podía despegarle la vista. Las voces circundantes se fueron alejando lentamente, hacia un rincón; ese donde el subconsciente mandaba todo lo irrelevante directamente, por considerarlas de poco importancia o utilidad. Deseaba saber su nombre, sin embargo, ésto me obligaba a conocer el de los demás y seguir pasando un rato desagradable entre vejestorios; no quería parecer obvio y centrarme única y exclusivamente en él. Me vería descubierto y no convenía a mis intereses. Necesitaba una táctica más sutil, aunque me llevara toda la maldita noche.
-Si me disculpan un momento caballeros, creo que mi cita de ésta noche ha arribado, del brazo de su distinguido padre. Es una preciosidad. - me ajusté el corbatín.
Me deslicé hacia un lado con total tranquilidad sin voltear a mirar al sujeto, para mi fortuna llegaba al salón, una de las señoritas más prominentes de la ciudad -y en edad casadera- con quien había tenido algunos encuentros nada significativos, pero los suficientes para no llamarle "señorita". Ahí le besé la mano y le aparté de su padre, quien observaba con buenos ojos mi petición. Fue justo el momento en donde mi mirada volvió a buscar la oscura, sonriendo en el trayecto, mordiéndome el labio inferior. Una clara invitación...
Castiglione- Prostituto Clase Alta
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Fecha de inscripción : 05/03/2014
Re: El brillo de la astucia ( Castiglione)
Las conversaciones entre sus compañeros de negocios siguieron, mientras intentaba no reaccionar con demasiada prontitud sobre aquellos turbulentos pensamientos que le atosigaban. Entre tantas personas, tener una habilidad como aquella, podía ser sin duda algo tormentoso. Estaba acostumbrado al enjambre de pensamientos que se sucedían a su alrededor, eligiendo a veces al azar alguno para poder evitar volverse loco. Sólo tenia que enfocarse en alguien o en varios a la vez, como sucedía con aquel grupo de inversores. Como si tomase varios hilos a la vez y tirase de ellos para comenzar una función que sólo él sabía interpretar.
Con lo que no contaba, era precisamente con la ausencia del señor Castiglione. En realidad, lo había incluido entre aquellos hilos de los que tiraba para poder comprender lo que transcurría en su mente. Había ganado ese privilegio, a diferencia de los otros hombres con los que hablaba, en el momento en que se cuestionó qué era lo que tendría en sus pantalones. El hecho de que lo hubiera confundido sólo aumentaba su interés en aquel humano. Así que, cuando se despidió para poder atender una cita concertada seguramente con anterioridad, no le fue difícil el mantener sus ojos al acecho de los movimientos que realizaba el muchacho.
Lo siguió con la mirada, quemando su espalda con aquellos iris acostumbrados a transmitir de manera muy eficaz, todos los pensamientos o sentimientos que el vampiro a veces no sabía hacer llegar a los demás con palabras.
Castiglione parecía un muchacho muy natural, como si no le importase en demasía el qué pensaban los demás. Gozaba de la habilidad de atraer la atención de todos los que le rodeaban, de manera imperceptible, sus movimientos transmitían aquella sensualidad abierta de la que parecía disfrutar. Podía adivinarse en él la astucia propia de las cortesanas, adelantándose a las posibles reacciones que podrían tener sus acompañantes. Y aún así, su instinto le seguía diciendo que aquel hombre tenía algo que aún no había sido corrompido por nadie. La intriga le estaba royendo las entrañas, necesitaba entender porqué su instinto y sus ojos le decían cosas tan contradictorias.
- Por supuesto, invertir en materias primas siempre es una buena decisión.- Respondió de forma distraída, mientras observaba a aquel joven junto a aquella hermosa mujer. Se veían bien juntos, como si hubieran salido de un cuadro; sonrientes, compenetrados, llenos de vida.
Bebió de su copa y esbozó una pequeña sonrisa, mientas el champán se deslizaba por su garganta. Burbujeante, como miles de pequeñas chispas acariciando su lengua, una deliciosa bebida que le abría el apetito de la misma forma en que Castiglione despertaba su instinto cazador.
Con lo que no contaba, era precisamente con la ausencia del señor Castiglione. En realidad, lo había incluido entre aquellos hilos de los que tiraba para poder comprender lo que transcurría en su mente. Había ganado ese privilegio, a diferencia de los otros hombres con los que hablaba, en el momento en que se cuestionó qué era lo que tendría en sus pantalones. El hecho de que lo hubiera confundido sólo aumentaba su interés en aquel humano. Así que, cuando se despidió para poder atender una cita concertada seguramente con anterioridad, no le fue difícil el mantener sus ojos al acecho de los movimientos que realizaba el muchacho.
Lo siguió con la mirada, quemando su espalda con aquellos iris acostumbrados a transmitir de manera muy eficaz, todos los pensamientos o sentimientos que el vampiro a veces no sabía hacer llegar a los demás con palabras.
Castiglione parecía un muchacho muy natural, como si no le importase en demasía el qué pensaban los demás. Gozaba de la habilidad de atraer la atención de todos los que le rodeaban, de manera imperceptible, sus movimientos transmitían aquella sensualidad abierta de la que parecía disfrutar. Podía adivinarse en él la astucia propia de las cortesanas, adelantándose a las posibles reacciones que podrían tener sus acompañantes. Y aún así, su instinto le seguía diciendo que aquel hombre tenía algo que aún no había sido corrompido por nadie. La intriga le estaba royendo las entrañas, necesitaba entender porqué su instinto y sus ojos le decían cosas tan contradictorias.
- Por supuesto, invertir en materias primas siempre es una buena decisión.- Respondió de forma distraída, mientras observaba a aquel joven junto a aquella hermosa mujer. Se veían bien juntos, como si hubieran salido de un cuadro; sonrientes, compenetrados, llenos de vida.
Bebió de su copa y esbozó una pequeña sonrisa, mientas el champán se deslizaba por su garganta. Burbujeante, como miles de pequeñas chispas acariciando su lengua, una deliciosa bebida que le abría el apetito de la misma forma en que Castiglione despertaba su instinto cazador.
Brönte d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/04/2014
Re: El brillo de la astucia ( Castiglione)
Sintió la mirada penetrante de aquel hombre con barba posarse sobre su espalda. Más no detuvo sus pasos. Con soltura y sintiéndose dueño de su propio espacio, llegó hacia donde la bella, noble e ingenua mujer, para depositar un breve beso sobre el dorso enguantado de su mano. Sonrió encantadoramente a ella primeramente, enseguida a su madre y padre, quienes miraban con buenos ojos aquella "relación". De ninguna manera era algo formal, pero tenía el terreno ganado y fríamente calculado. Siempre lograba salirse con la suya: Llevarlas a la cama sin compromisos. "No eres tú, soy yo" pronto he de irme del país, pero eres tan hermosa que no he podido resistirme a tus encantos. Hablaré de tus padres de éste acto carnal y asumiré las consecuencias". En ese momento ellas temían la ira de sus padres. "El qué dirán" por consiguiente le pedían callar y con esto, él ya estaba del otro lado. Jamás le volvìan a ver.
Le ofreció el brazo a la mujer y le llevó a un apartado rincón, donde inmediatamente un aconedido mesero les ofreció una copa. Entegó en mano a la dama, y enseguida el bebió de la suya. En éste instante, buscó los ojos del caballero d'Auxerre , relamiendo las gotas del precioso líquido ámbar. No le despegó la vista a que la mujerzuela reclamó su atención. Con desgano apartó la mirada de aquel Adonis y se ocupó de mantenerla tranquila hasta que se aburrió. A la primera oportunidad se desligó de ella con la tercera copa en mano.
Encaminó sus pasos hacia una solitaria terraza, donde se aflojó el corbatín. Aquellas prendas le picaban el cuerpo, ya que la mayoría de las veces se paseaba desnudo. Eran una auténtica pesadilla. La parte odcura decaparentar ser un jonbre común y corriente. Dejó la copa en el barabdal de piedra mientras dejaba que el aire circulara por su cuello. Estaba comenzando a hacer un calor de los mil demonios. El calor lo ponía de muy mal humor.
-Malditas fiestas de etiqueta. Lo único agradable es la bebida. - la terminó de un solo trago, dejándola caer con toda premeditación, si todo iba bien, le caería a alguien en la cabeza.
Le ofreció el brazo a la mujer y le llevó a un apartado rincón, donde inmediatamente un aconedido mesero les ofreció una copa. Entegó en mano a la dama, y enseguida el bebió de la suya. En éste instante, buscó los ojos del caballero d'Auxerre , relamiendo las gotas del precioso líquido ámbar. No le despegó la vista a que la mujerzuela reclamó su atención. Con desgano apartó la mirada de aquel Adonis y se ocupó de mantenerla tranquila hasta que se aburrió. A la primera oportunidad se desligó de ella con la tercera copa en mano.
Encaminó sus pasos hacia una solitaria terraza, donde se aflojó el corbatín. Aquellas prendas le picaban el cuerpo, ya que la mayoría de las veces se paseaba desnudo. Eran una auténtica pesadilla. La parte odcura decaparentar ser un jonbre común y corriente. Dejó la copa en el barabdal de piedra mientras dejaba que el aire circulara por su cuello. Estaba comenzando a hacer un calor de los mil demonios. El calor lo ponía de muy mal humor.
-Malditas fiestas de etiqueta. Lo único agradable es la bebida. - la terminó de un solo trago, dejándola caer con toda premeditación, si todo iba bien, le caería a alguien en la cabeza.
Castiglione- Prostituto Clase Alta
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Fecha de inscripción : 05/03/2014
Re: El brillo de la astucia ( Castiglione)
La conversación continuó cómodamente sobre los negocios de los jóvenes que había a su alrededor, tratando algunas de las dificultades que se habían encontrado con las políticas del monarca Francés. Al parecer, los conflictos reales habían hecho que alguno de ellos no pudieran acercarse con sus barcos mercantes a algunos de los países con los que mantenían sus principales negocios. Escuchó con interés, hasta que detectó el movimiento de algunas damas hacia el grupo, predominantemente masculino.
Con una sonrisa y una inclinación amable se excusó de ellos con la rapidez de un atleta, abandonando a tiempo aquella reunión, antes de que se les unieran las jóvenes que parecían más interesadas en menear sus abanicos y pestañas que en entender la complejidad de los movimientos fluctuantes del mercado. Lo último que quería era verse sepultado entre numerosos vestidos de seda y sus maquillajes excesivamente recargados.
Era un vampiro, pero sobretodo, un hombre que jamás se había relacionado en una sociedad. En su juventud, las únicas mujeres que vio no usaban maquillaje alguno, aunque era difícil tener contacto con féminas por aquel entonces. De humano fue recluido en un manicomio, allí conoció el verdadero terror hacia la locura. Vio y experimentó cosas que le perseguirían, así como todo aquello que hizo después de ser inmortal. Su maestro no fue un hombre dado al altruismo, sino que se movía siempre por un interés personal. Lo hizo más fuerte, ágil y poderoso. Pero también lo dotó de su maldad, de sus enajenaciones exacerbadas y del erotismo en la tortura y posterior muerte de sus víctimas. No era un ejemplo, pero su conducta impoluta trataba de remediar todos sus defectos, bajo la fachada del joven D'Auxerre.
Ni siquiera se dio cuenta de que sus pasos lo alejaban de la multitud reunida para sociabilizar, sino que acudió a una de aquellas puertas que llevaban al exterior. Necesitaba un poco de aire, si hacía tiempo allí, seguramente podría huir de aquel evento sin quedar como el antisocial de siempre. Bebería la copa con tranquilidad y se iría.
- ¿Monsier Castiglione?- Su sorpresa le hizo deslizar su acento natal por encima del perfecto francés que solía usar siempre, provocando que su rostro se contrajera en una mueca de molestia al notar que acababa de cometer un error imperdonable. ¿Desde cuando era tan descuidado?.
- Lo lamento, no pretendía interrumpirle. Si me disculpa.- Le dirigió una breve mirada antes de girarse hacia la puerta, no quería tener que ver cómo aquel muchacho esperaba a que su dama se acerara a él con actitud íntima. Ya sabía que muchas parejas solía usar los jardines o balcones para dejar llevar sus pasiones más allá de lo que era correcto o decoroso. Era evidente que aquel joven iba a citarse con ella. ¿Sino que haría allí, solo, pudiendo estar con aquellas bellezas que había en el interior del salón?.
Con una sonrisa y una inclinación amable se excusó de ellos con la rapidez de un atleta, abandonando a tiempo aquella reunión, antes de que se les unieran las jóvenes que parecían más interesadas en menear sus abanicos y pestañas que en entender la complejidad de los movimientos fluctuantes del mercado. Lo último que quería era verse sepultado entre numerosos vestidos de seda y sus maquillajes excesivamente recargados.
Era un vampiro, pero sobretodo, un hombre que jamás se había relacionado en una sociedad. En su juventud, las únicas mujeres que vio no usaban maquillaje alguno, aunque era difícil tener contacto con féminas por aquel entonces. De humano fue recluido en un manicomio, allí conoció el verdadero terror hacia la locura. Vio y experimentó cosas que le perseguirían, así como todo aquello que hizo después de ser inmortal. Su maestro no fue un hombre dado al altruismo, sino que se movía siempre por un interés personal. Lo hizo más fuerte, ágil y poderoso. Pero también lo dotó de su maldad, de sus enajenaciones exacerbadas y del erotismo en la tortura y posterior muerte de sus víctimas. No era un ejemplo, pero su conducta impoluta trataba de remediar todos sus defectos, bajo la fachada del joven D'Auxerre.
Ni siquiera se dio cuenta de que sus pasos lo alejaban de la multitud reunida para sociabilizar, sino que acudió a una de aquellas puertas que llevaban al exterior. Necesitaba un poco de aire, si hacía tiempo allí, seguramente podría huir de aquel evento sin quedar como el antisocial de siempre. Bebería la copa con tranquilidad y se iría.
- ¿Monsier Castiglione?- Su sorpresa le hizo deslizar su acento natal por encima del perfecto francés que solía usar siempre, provocando que su rostro se contrajera en una mueca de molestia al notar que acababa de cometer un error imperdonable. ¿Desde cuando era tan descuidado?.
- Lo lamento, no pretendía interrumpirle. Si me disculpa.- Le dirigió una breve mirada antes de girarse hacia la puerta, no quería tener que ver cómo aquel muchacho esperaba a que su dama se acerara a él con actitud íntima. Ya sabía que muchas parejas solía usar los jardines o balcones para dejar llevar sus pasiones más allá de lo que era correcto o decoroso. Era evidente que aquel joven iba a citarse con ella. ¿Sino que haría allí, solo, pudiendo estar con aquellas bellezas que había en el interior del salón?.
Brönte d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
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