Hijo de Éride [Privado]

por **Evangeline Di Nigro** Vie Abr 03, 2015 9:52 pm

Podía apreciarse en el comedor, en la descomunal mesa, la soledad de una dama. Pero también la paz de esta. Por supuesto, sería esta efímera, y no había nada que hacerle, sino que se debía aprovechar la quietud que estos pocos días iban a brindarle. Siendo la mujer soñadora de antaño, había que destacar su odio por la soledad; pero en estos casos era la única excepción a la regla. Christopher había partido de viaje repentinamente hacia el sur, y no había dado muchos detalles al respecto. Y tampoco iba a darle explicaciones a ella, su fiel muñeca de trapo, la más atesorada, la más humillada en intentos de contenerla a su lado. Seguramente iría por negocios.
Su hija y única esperanza, Emily, descansaba escaleras arriba en su dormitorio. La joven sirvienta se había encargado de recostarla, mientras ella intentaba relajarse con un baño caliente. Su anhelo principal siempre había sido -y siempre sería- conseguir la felicidad de su hija, y no se cansaría en conseguirlo, no importaba cómo. Se sentía algo culpable por no estar compartiendo verdadero tiempo con ella, siendo que estos momentos eran escasos, y de valor insuperable. Pero esta noche quería dedicársela, ¿y esto cuántas veces sucedía? Nunca, y por eso tenía planes, aunque bastantes sencillos, para esa noche.
Volviendo a la escena, ella se encontraba comiendo algunos bocados de la elaborada cena que le habían preparado. Había desviado su mirada a su anillo en el dedo anular, observándolo como si de una aberración se tratara. Si su familia supiera de esta desdicha, tal vez no tendría que pasar por esto. Pero el peso caería sobre los hombros ajenos, y en ese caso era ella quien prefería correr el riesgo. Y así, al menos esa noche, se dispuso a terminar de consumir su comida con un particular sabor amargo en la boca.

Pero no podía desaprovechar las estrellas del firmamento, como lo hacía siempre, encerrada en la mansión de su esposo. No se había tardado demasiado en llamar a la joven sirvienta.
—Lily, saldré unos instantes. Por favor atiende de Emily, sabes que hacer…El carruaje sigue afuera, ¿cierto? —apresuró en enunciar, en preguntar. La muchacha asintió, y con palabras dulces la despidió. Por suerte la tenía a ella como alguien de confianza.
Buscó entonces uno de sus abrigos, y enfundando sus pequeñas manos en aquellos guantes delicados miró en dirección al cuarto de su pequeña princesita. Luego de unos segundos absorta en pensamientos, dejando ir un suspiro, salió de la residencia, indicándole el hombre el destino elegido.
El puerto esa noche se encontraba solitario. No había señal de nuevas embarcaciones, y siendo que los días de verano habían concluido, la gente por lo general disfrutaba más el calor de lugares cerrados. Y ella por eso lo había escogido, porque era un respiro de todo y de todos.
Su nariz había enrojecido a causa del frío clima, y de pronto se veía con los brazos abrazando su propio cuerpo. Existía en ese momento la típica niebla marina que impedía ver más allá de unos pocos metros.
—¿Cómo harían los barcos para guiarse en la bruma? —Habló al aire con la vista hacia el mar. Su único acompañante esa noche había sido el cochero, a quien le pidió que le acompañara. Se había dispuesto a caminar por el embarcadero, donde detuvo sus pasos a unos centímetros de la orilla, y cerró sus ojos, dejando que el viento le acariciara el rostro. La falta de respuesta del hombre le había extrañado.
—¿Charles?

por **Guillaume de Beaune** Vie Mayo 22, 2015 9:55 pm

Aquí la falda de la tierra escondida
un joven sin fama y sin riqueza;
su humilde cuna vio la ciencia oculta
y lo marcó como suyo la tristeza.
—Thomas Gray.

—Pobre infeliz, no debió retarme de esa manera —se burló mientras avanzaba hacia la salida de su residencia en París en compañía de tres servidores suyos—. Más les vale que esto sea cierto, no les pago para que hagan mal su trabajo… O tendrán que pagarme con su sangre.

Los hombres se quedaron estáticos ante las advertencias de Erik y en silencio caminaron a sus espaldas. Su amo no vacilaba con sus dictámenes y algo que odiaba era que sus planes se arruinaran por culpa de otros. Se aseguraba que sus servidores fueran lo suficiente buenos y astutos para que cada plan que trazara se llevara a cabo de manera impecable, sin muchos inconvenientes. A pesar de ser un vampiro, prefirió viajar en coche, ¿la razón? Quería asegurarse de perder suficiente tiempo para tener ventaja sobre su próxima víctima y esa era la mejor alternativa. Aparte de que llevaba a sus hombres consigo.

Era inapropiado entrar en una residencia en aquellas circunstancias. Aunque claro, ya alguno de quienes trabajaban para él le había llevado la información necesaria como para que Erik tuviera bastante clara la situación en la que se encontraba. De un momento a otro, el destino del carruaje que lo traslada se desvió hacia el puerto de la ciudad. Al vampiro le causaba cierta gracia lo descuidados que resultaban ser los mortales en algunas ocasiones, tanto, que a veces no reparaban si alguien seguía sus pasos entre las sombras y eso era precisamente lo que estaba haciendo Erik en esos momentos.
Se acomodó los guantes oscuros en sus manos y esperó un par de minutos más dentro del vehículo para luego descender de este. Dio las instrucciones pertinentes a sus ayudantes y como una sombra más, se escabulló entre la bruma del lugar, siendo sus pasos imperceptibles para el oído humano.

Su intención no era ser descubierto tan pronto. Siguió con cautela a su víctima, no iba sola. Era evidente que la mujer no saldría de su casa sin que su perro guardián la siguiera. Debía deshacerse del hombre y tratándose de un simple mortal, fue bastante sencillo. En especial porque aquel se había quedado demasiados pasos atrás de la fémina y fue cuando Erik aprovechó para hacerlo a un lado. Ya sus lacayos se encargarían del cadáver. Se detuvo entonces a un par de pasos cercanos a la dama, podía escuchar perfectamente sus palabras y siendo él como era, se atrevería a responder las interrogantes de aquella.

—Obviamente se guían por la luz de los faros y las brújulas, madame. En otro tiempo, preferían usar las estrellas como si fueran un mapa —dijo con aparente calma, sin moverse de su posición. Alerta a cualquier movimiento ajeno—. Oh, ¿su compañero se llamaba Charles? Lástima que ya no tendrá que usar más nunca ese buen nombre.

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