AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Une saison en enfer... [Privado]
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Une saison en enfer... [Privado]
Presentimiento es esa larga sombra sobre el césped
que indica el hundimiento del sol;
la noticia corre por la hierba temerosa:
la oscuridad está a punto de pasar.
—Emily Dickinson
que indica el hundimiento del sol;
la noticia corre por la hierba temerosa:
la oscuridad está a punto de pasar.
—Emily Dickinson
"Nunca te dejes engañar por el brillo de la plata, es precioso como el de las gemas preciosas. Pero te encandilará tanto al punto de que tu irá arda como las heridas que es capaz de causar en tu piel. Brünhilde, nunca bajes la guardia ante el enemigo que agita la plata en su mano o hallarás una muerte segura…"
Si tan sólo hubiera recordado las palabras de su padre en aquel enfrentamiento, si tan sólo no se hubiera dejado llevar nuevamente por sus impulsos, no estaría condenada al dolor de una herida en su brazo derecho. Brünhilde se confió demasiado de aquel cazador. Era apenas un mozalbete de dieciocho años, pero logró confinarla a un dolor terrible en su piel. ¿Cómo podía permitirse haber quedado en aquella situación? Si bien la herida en su brazo no era grave, estaba tardado en cicatrizar y claro, todo a causa de la daga que había rasgado su dermis. Estaba hecha de la más pura plata, capaz de hacer estallar el corazón de un licántropo en plena transformación.
Se había negado ir al hospital en un principio, pero el hombre que la encontró en aquel deplorable estado insistió tanto en quererla ayudar, que la cambiante terminó aceptando de mala gana su ayuda. Sus ropas estaban sucias y manchadas de sangre, aunque al final terminó dándole muerte a aquel idiota, el enfrentamiento no fue nada fácil. Daba gracias a su padre por haberla entrenado en el combate cuerpo a cuerpo, sino, probablemente estaría muerta. No le gustaba el hospital, le estresaba estar ahí, pero aquel hombre de edad avanzada, un campesino de las cercanías probablemente, estaría esperando porque “curaran” sus heridas. Brünhilde rió para sí misma. Como si en ese lugar fueran capaces de hacer semejante cosa por ella. Tenía que regresar con los demás inquisidores, ellos si sabrían como asistirla. Si no fuera tan terca no habría terminado en aquella situación. A la inquisidora no le gustaba la compañía y menos cuando se trataba de cumplir los dictámenes de Cagnazzo.
Por suerte, estaba sola en una de las habitaciones del recinto, quería quitarse el torniquete que cubría su herida. No era la primera vez que le pasaba algo así y en vista de que ningún médico o enfermera llegase en ese momento, decidió tratarse ella misma la herida. Dejó a un lado el abrigo que cargaba encima y empezó a buscar en la habitación algunas medicinas, pero antes de poder continuar, unos pasos la distrajeron. Alguien se estaba acercando. Trastabilló con una pequeña mesa de la cual no había reparado minutos antes, lo que causó que la bandeja de metal que estaba en la superficie de ésta cayera irremediablemente al suelo.
— ¡Maldita sea! —Masculló al momento en que se dirigió nuevamente a una de las camillas con prisa, haciendo el inútil esfuerzo de acomodarse entre las sabanas. Brünhilde no pensaba en otra cosa sino en poder irse de aquel lugar cuanto antes, ella no sospechaba de las jugarretas que le había preparado el destino en ese momento.
Si tan sólo hubiera recordado las palabras de su padre en aquel enfrentamiento, si tan sólo no se hubiera dejado llevar nuevamente por sus impulsos, no estaría condenada al dolor de una herida en su brazo derecho. Brünhilde se confió demasiado de aquel cazador. Era apenas un mozalbete de dieciocho años, pero logró confinarla a un dolor terrible en su piel. ¿Cómo podía permitirse haber quedado en aquella situación? Si bien la herida en su brazo no era grave, estaba tardado en cicatrizar y claro, todo a causa de la daga que había rasgado su dermis. Estaba hecha de la más pura plata, capaz de hacer estallar el corazón de un licántropo en plena transformación.
Se había negado ir al hospital en un principio, pero el hombre que la encontró en aquel deplorable estado insistió tanto en quererla ayudar, que la cambiante terminó aceptando de mala gana su ayuda. Sus ropas estaban sucias y manchadas de sangre, aunque al final terminó dándole muerte a aquel idiota, el enfrentamiento no fue nada fácil. Daba gracias a su padre por haberla entrenado en el combate cuerpo a cuerpo, sino, probablemente estaría muerta. No le gustaba el hospital, le estresaba estar ahí, pero aquel hombre de edad avanzada, un campesino de las cercanías probablemente, estaría esperando porque “curaran” sus heridas. Brünhilde rió para sí misma. Como si en ese lugar fueran capaces de hacer semejante cosa por ella. Tenía que regresar con los demás inquisidores, ellos si sabrían como asistirla. Si no fuera tan terca no habría terminado en aquella situación. A la inquisidora no le gustaba la compañía y menos cuando se trataba de cumplir los dictámenes de Cagnazzo.
Por suerte, estaba sola en una de las habitaciones del recinto, quería quitarse el torniquete que cubría su herida. No era la primera vez que le pasaba algo así y en vista de que ningún médico o enfermera llegase en ese momento, decidió tratarse ella misma la herida. Dejó a un lado el abrigo que cargaba encima y empezó a buscar en la habitación algunas medicinas, pero antes de poder continuar, unos pasos la distrajeron. Alguien se estaba acercando. Trastabilló con una pequeña mesa de la cual no había reparado minutos antes, lo que causó que la bandeja de metal que estaba en la superficie de ésta cayera irremediablemente al suelo.
— ¡Maldita sea! —Masculló al momento en que se dirigió nuevamente a una de las camillas con prisa, haciendo el inútil esfuerzo de acomodarse entre las sabanas. Brünhilde no pensaba en otra cosa sino en poder irse de aquel lugar cuanto antes, ella no sospechaba de las jugarretas que le había preparado el destino en ese momento.
Brünhilde Vilhjalmsdottir- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 51
Fecha de inscripción : 04/03/2015
Re: Une saison en enfer... [Privado]
La sonrisa que había ido apareciendo conforme leía las líneas de aquélla misiva, se mostró en toda su jodida gloria cuando llegó hacia el final. El Papa lo había promovido. Si bien no se daba explicaciones sobre el destino del líder de la facción de los Tecnólogos, Thibault no se interesó ni se preocupó. Lo único verdaderamente importante, era que dejaba de estar bajo las órdenes de alguien. Finalmente, todo su maldito esfuerzo lejos de su país natal, se vería recompensado. Sabía que su primo Cagnazzo, había metido su cuchara en el asunto. Siendo el Consejero de la máxima autoridad dentro de aquélla Organización, tenía el poder de mover los hilos para su propio beneficio. Se dijo que más tarde encontraría algún momento para escribirle y agradecerle. “Así como le escribiste para contarle sobre tu momento de locura”, se burló una vocecilla que ignoró con demasiada rapidez. Varios meses habían pasado desde que eliminase la base donde se dedicaba a experimentar con los sobrenaturales. Se había encargado de destruir cualquier evidencia, haciéndoles creer a los suyos que el enemigo los había encontrado, que tal batalla se había librado y nada, excepto su vida, se había salvado. Una mentira que los inquisidores se habían tragado. Siendo quien era, los condenados no habían tenido permiso de ahondar en sus pensamientos para confirmar aquéllos hechos. Su palabra nunca había sido cuestionada y mucho menos lo sería ahora. Sin embargo, el maldito problema a resolver se volvía una prioridad. Necesitaba encontrar a Brün y terminar lo que había empezado, aunque terminar no significase, precisamente, acabar con la vida de la cambiante. Había estado pensando más en encerrarla en una habitación hasta que su obsesión por ella desapareciera. Se lo debía. Había destrozado todo su Imperio, para evitar que alguien que no fuera él, la tuviera. Cuando la encontrara, y lo haría, ajustarían cuentas.
Los pensamientos que cruzaban por su mente eran tan oscuros, que la sombra de un fantasma oscureció su mirada. Quemó la carta y mientras lo hacía, apareció una de las enfermeras para anunciarle que se le necesitaba. Desde que regresase a tierras francesas, con el bien recibido pretexto de que su padre había muerto, había entrado a trabajar al hospital para encontrar a los nuevos conejillos de india. Los sobrenaturales podrían sanar rápidamente, pero no así sus víctimas. Quienes sobrevivían a una experiencia cercana con la muerte, tenían mucho que decir sobre su atacante. Mientras los demás doctores los tachaban de locos o adjuntaban que se debía a un trauma, sus oídos estaban prestos para creer en lo que decían. Sintiéndose con mucha suerte ese día, fue en busca de su nuevo paciente. Escuchó el innegable sonido del choque de metal con el suelo con un placer bizarro. Muchas veces, durante las sesiones de tortura, habían ocurrido accidentes de ese tipo. Thibault se inclinó para recoger la bandeja y ponerla en su sitio. No fue sino hasta que se acercó a la camilla que la vio. Reconocería ese rostro incluso en medio de una multitud. Ese era el rostro que su mente había conjurado desde que la vio en esa sala, a merced de Wulfe. Hacía apenas unos instantes, también lo había hecho. Su mano se levantó inmediatamente para recorrer el contorno de su mejilla con un impecable aire de posesividad. En sus orbes se podía apreciar un fuego que no hacía más que incrementar. – Las sorpresas no cesan de llegar. – Puntualizó. – Y soy incapaz de decidir cuál me ha gustado más. – Si mentía o no, nadie jamás lo sabría. Su obsesión por el poder y esa fémina, bien podían rivalizar. – Una vez más, nos volvemos a encontrar. Esta vez, amenazó, no escaparás. –
Los pensamientos que cruzaban por su mente eran tan oscuros, que la sombra de un fantasma oscureció su mirada. Quemó la carta y mientras lo hacía, apareció una de las enfermeras para anunciarle que se le necesitaba. Desde que regresase a tierras francesas, con el bien recibido pretexto de que su padre había muerto, había entrado a trabajar al hospital para encontrar a los nuevos conejillos de india. Los sobrenaturales podrían sanar rápidamente, pero no así sus víctimas. Quienes sobrevivían a una experiencia cercana con la muerte, tenían mucho que decir sobre su atacante. Mientras los demás doctores los tachaban de locos o adjuntaban que se debía a un trauma, sus oídos estaban prestos para creer en lo que decían. Sintiéndose con mucha suerte ese día, fue en busca de su nuevo paciente. Escuchó el innegable sonido del choque de metal con el suelo con un placer bizarro. Muchas veces, durante las sesiones de tortura, habían ocurrido accidentes de ese tipo. Thibault se inclinó para recoger la bandeja y ponerla en su sitio. No fue sino hasta que se acercó a la camilla que la vio. Reconocería ese rostro incluso en medio de una multitud. Ese era el rostro que su mente había conjurado desde que la vio en esa sala, a merced de Wulfe. Hacía apenas unos instantes, también lo había hecho. Su mano se levantó inmediatamente para recorrer el contorno de su mejilla con un impecable aire de posesividad. En sus orbes se podía apreciar un fuego que no hacía más que incrementar. – Las sorpresas no cesan de llegar. – Puntualizó. – Y soy incapaz de decidir cuál me ha gustado más. – Si mentía o no, nadie jamás lo sabría. Su obsesión por el poder y esa fémina, bien podían rivalizar. – Una vez más, nos volvemos a encontrar. Esta vez, amenazó, no escaparás. –
Thibault Argeneau- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 14
Fecha de inscripción : 25/01/2015
Re: Une saison en enfer... [Privado]
Sin embargo ¡Y escuchen bien todos!
Todos los hombres matan lo que aman:
Unos con una mirada de odio,
Otros con una palabra acariciadora.
—Oscar Wilde.
Todos los hombres matan lo que aman:
Unos con una mirada de odio,
Otros con una palabra acariciadora.
—Oscar Wilde.
En ese momento sus ideas no se coordinaban tan bien como lo esperaba, entre el dolor que desgarraba la piel de su brazo y la inevitable incomodidad que sentía al estar en aquel lugar, Brünhilde desvariaba. Estaba a punto de lanzar una blasfemia al aire y de quejarse como siempre lo hacía, pero simplemente guardó silencio. No era momento de quejarse. Recordó que tenía una cita con Cagnazzo y que no debía fallar a ese encuentro, sin embargo, ella no se sentía en las mejores condiciones para asistir con aquel hombre y mucho menos podía llegar ante él con el brazo ensangrentado y con las fachas que cargaba. No tenía excusas. Al menos no había cedido completamente ante su contrincante y terminó dándole muerte, pero aún así no estaba completamente segura. Lo más sensato era huir de aquel maldito hospital, atender su herida por sí misma y así si podría presentarse con una digna sonrisa ante su líder.
Se había acomodado entre las sabanas, pero claro, igual terminó manchándolas. La inquisidora sólo viró los ojos al ver el desastre que hizo y gruñó por lo bajo mientras se refugiaba bajo aquellas telas. Esperaba que los pasos que antes había escuchado se alejaran de esa habitación, que ignoraran su presencia. Pero éstos siguieron acercándose aún más, Brünhilde se sintió nerviosa y reparó entre sus prendas si cargaba sus armas. Efectivamente, aún conservaba una de sus dagas. Sabía que no podía causar demasiado ruido en el lugar, pero si algo se salía de su natural equilibrio, ella tendría que actuar de muy mala manera. Era una lucha por la supervivencia y en ese momento se sentía como un animal acorralado. Vete, vete, vete… Se repetía en su mente. Pero fue inútil, quien sea que estuviera ahí, terminó acercándose a ella. Brünhilde sólo pudo hacer una mueca y quedarse consternada al descubrir de quien se trataba.
Sus labios se entreabrieron y sólo se quedó observando al hombre. Era Thibault. Sintió como su estómago se revolvía y su garganta se aprisionaba hasta dejarla sin aire por unos segundos. Entre todas las criaturas de la tierra, ¡justo tenía que toparse con ese! ¿Qué coño le pasaba al mundo ese día? ¿Y qué coño le pasaba a él? La mente de Brünhilde era una tormenta. En tanto sólo un abrir y cerrar de ojos recordó por todo lo que había pasado cuando el inquisidor la trató como si fuera una rata de laboratorio. Eso sin duda la hizo enojar. Mal nacido... Es un mal nacido y justo ahora tengo que verle la horrible cara que tiene.
— ¡No toques! Arruinas mi piel —Exclamó al momento en que apartaba la mano del hombre con un golpe—. Asco de sorpresas, debería agregar —masculló entre dientes—. ¿Ah sí? ¿Y quién lo dice? ¿Tú? JAH, NO ME HAGAS REÍR… Mira como me escapo. Observa y ahógate en tu propio veneno, maldita bestia del averno.
De un momento a otro y obviando el dolor en su brazo, Brünhilde se había lanzado al otro lado de la camilla. Se iba a ir de aquel lugar. Era el momento de hacerlo o de seguro terminaría infartada de tanto coraje. Retrocedió lentamente sin apartar la mirada de Thibault y antes de llegar a la entrada de la habitación alzó su mano mostrándole el dedo medio. Era una muy evidente seña obscena.
—Jódete, bastardo —dijo con una triunfal sonrisa. Pero nuevamente, el destino volvió a arruinarle los planes. Justo en el momento en que se giró para largarse de la habitación terminó tropezándose con una enfermera y otro médico que observaron horrorizados su herida—. ¿Qué? ¿Nunca han visto a una mujer herida con carácter y con mal vocabulario? Lo siento, tú y tú. Pero en la inquisición están mis médicos de confianza. Permiso…
Se había acomodado entre las sabanas, pero claro, igual terminó manchándolas. La inquisidora sólo viró los ojos al ver el desastre que hizo y gruñó por lo bajo mientras se refugiaba bajo aquellas telas. Esperaba que los pasos que antes había escuchado se alejaran de esa habitación, que ignoraran su presencia. Pero éstos siguieron acercándose aún más, Brünhilde se sintió nerviosa y reparó entre sus prendas si cargaba sus armas. Efectivamente, aún conservaba una de sus dagas. Sabía que no podía causar demasiado ruido en el lugar, pero si algo se salía de su natural equilibrio, ella tendría que actuar de muy mala manera. Era una lucha por la supervivencia y en ese momento se sentía como un animal acorralado. Vete, vete, vete… Se repetía en su mente. Pero fue inútil, quien sea que estuviera ahí, terminó acercándose a ella. Brünhilde sólo pudo hacer una mueca y quedarse consternada al descubrir de quien se trataba.
Sus labios se entreabrieron y sólo se quedó observando al hombre. Era Thibault. Sintió como su estómago se revolvía y su garganta se aprisionaba hasta dejarla sin aire por unos segundos. Entre todas las criaturas de la tierra, ¡justo tenía que toparse con ese! ¿Qué coño le pasaba al mundo ese día? ¿Y qué coño le pasaba a él? La mente de Brünhilde era una tormenta. En tanto sólo un abrir y cerrar de ojos recordó por todo lo que había pasado cuando el inquisidor la trató como si fuera una rata de laboratorio. Eso sin duda la hizo enojar. Mal nacido... Es un mal nacido y justo ahora tengo que verle la horrible cara que tiene.
— ¡No toques! Arruinas mi piel —Exclamó al momento en que apartaba la mano del hombre con un golpe—. Asco de sorpresas, debería agregar —masculló entre dientes—. ¿Ah sí? ¿Y quién lo dice? ¿Tú? JAH, NO ME HAGAS REÍR… Mira como me escapo. Observa y ahógate en tu propio veneno, maldita bestia del averno.
De un momento a otro y obviando el dolor en su brazo, Brünhilde se había lanzado al otro lado de la camilla. Se iba a ir de aquel lugar. Era el momento de hacerlo o de seguro terminaría infartada de tanto coraje. Retrocedió lentamente sin apartar la mirada de Thibault y antes de llegar a la entrada de la habitación alzó su mano mostrándole el dedo medio. Era una muy evidente seña obscena.
—Jódete, bastardo —dijo con una triunfal sonrisa. Pero nuevamente, el destino volvió a arruinarle los planes. Justo en el momento en que se giró para largarse de la habitación terminó tropezándose con una enfermera y otro médico que observaron horrorizados su herida—. ¿Qué? ¿Nunca han visto a una mujer herida con carácter y con mal vocabulario? Lo siento, tú y tú. Pero en la inquisición están mis médicos de confianza. Permiso…
Brünhilde Vilhjalmsdottir- Cambiante Clase Media
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Fecha de inscripción : 04/03/2015
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