J'enseigne | Privado.

por **Carlisle Rubicante** Mar Abr 14, 2015 3:14 pm

“¿Dónde fluye el poder? Habilidad, destino o derecho divino.”

Sin lugar a dudas la paciencia no era una cualidad destacable en la hechicera, ni mucho menos cuando era algo que debía tener por cumplir una obligación, más que por un gusto propio. Y lo que era peor, el sentirse comprometida por lo que fuera, le provocaba un rechazo inmediato. Por lo que todo parecía indicar que tendría como concentrar fuerzas más adelante, basándose en su incomodidad.

Malacoda había sido muy astuto al encomendarle su "misión", finalmente, servía a forma de práctica, reforzar sus habilidades -que aunque estaban a un punto bastante alto - nunca estaría demás. Era eso lo que Carlisle pensaba mientras cómodamente recostada en el diván, aguardaba la llegada del demonio. Nunca había compartido con él, más que unas cuantas miradas, aunque éstas no pasaban inadvertidas cuando venían de ella. Conocía sus ventajas y encantos sobre los demás, aunque era con sus pares con quienes menos debía usarlos. Sencillamente no le causaba la misma diversión.

Estaba retrasado y eso había aumentado su molestia. No aprobaba perder el tiempo ahí, ya que bien podría usarlo para sus macabros trabajos con los humanos, aunque no con cualquier ser humano, si no con aquellos que estaban a "su altura"; Seres de clase alta y en ocasiones su ambición le ayudaba a conseguir personas directamente de realeza. No importaba la categoría, si eran hombres estaban sentenciados. Después de todo la carne es débil.

Le daría unos pocos minutos más y si el muy altanero no aparecía, estaría agradecida de retirarse y atender sus propios asuntos.
El cuerpo femenino se alzó del diván, haciendo que el delicado vestido que portaba acentuara su figura. Su forma de vestir siempre se encontraba al límite de la elegancia. Gozaba de atraer miradas curiosas, codiciosas que buscarían ver más allá del amplio escote en su espalda, uno que por poco cubría el Ouroboros ubicado ahí. Sin embargo, eso era algo que resguardaba sólo para ella.

Dio un par de vueltas por la amplia habitación, una que lamentablemente no contaba con al decoración que ella consideraría prudente, ni adecuada. El tono claro de ésta daba incluso la sensación de ser más amplia de lo habitual, aunque sin dudas espacio había bastante y era justamente el necesario, ya que debían contar con él para actuar ahí.
El lugar sólo contaba con el diván en donde Rubicante había descansado antes, un escritorio con unos cuantos papeles esparcidos y sobre éstos una copa de vino, la cual fue a parar directo entre los labios de la mujer.
— Te doy sólo un minuto más. Se termina mi copa y con ella mi espera, Calcabrina.— susurró con una voz serena, misma que no alcanzaba a transmitir su completo fastidio, pero el mismo estaba muy presente.

Así esperó mientras los segundos se desvanecían. Observando la puerta frente a sus pupilas, mientras degustaba el agridulce sabor del vino.

por **Calcabrina** Dom Mayo 03, 2015 9:55 pm

“No osarás decir no, cuando el saber es lo que se presenta en frente”

El odio estaba encarnado en mi interior, había cosas que podía tolerar, en realidad, mi rostro jamás mostraba una pisca de sentimientos, me bastante con cumplir mis misiones y volver a mi lecho a enjuagarme de nuevas y potentes frases que me ayudarían a encontrar mi pasado. Pero tenía que ser franco y los demás ya lo habían dicho. No estaba encontrando mis anteriores vidas. No podía recordar nada de lo que en aquel tiempo había sucedido y eso, estaba empezando a volverme loco. Como portador de la herejía, en cualquier momento podía traicionar a cualquiera. Podía ir y pedirle al mismísimo Dios que me ayudara y eso, era algo que los demonios no nos podíamos permitir, no me podían; permitir. Por ello mismo me obligaron a ir con una de las hechiceras de los círculos, la que estaba más pegada a Malacoda y con quien pocas veces había intercambiado palabras. Pues no era un hombre de tales, no me gustaba dialogar y menos el hecho de tenerme que encontrar con ella en ese momento. Frente a frente e incluso a solas, no hacía más que perturbar mis sentidos al grado que una mueca asqueada se formaba en mi rostro. Aquella desgraciada, sabía que buscaría todos los momentos para hacerme de menos. Que se burlaría hasta el grado de humillarme y que quisiera romperle el cuello. Pero no podía, varias cosas tenía en mi contra y la principal es que no tenía mis poderes tan en lo alto como ella. Aún me faltaba, tenía que terminar de aprender, de controlar las alimañas para que jamás puedan siquiera osar escapar de mi lado.

El día estaba escrito, el horario también. Pero mis ganas no. Éstas estaban muy profundamente dormidas y acorraladas. La voz de Graffiacane en mi mente me picoteaba como el maldito pájaro mensajero que era. Me obligaba a ir sea como sea. Y antes de que pasaran cinco minutos luego de haberse cumplido el horario, me puse en marcha. Tenía la esperanza de que no hubiese llegado o se hubiese ido y entonces volvería a mi tranquilidad habitual. Pero no tenía tanta suerte. Siquiera la ubicación del Ouroboros había jugado a mi favor cuando emanó justo en el costado donde el corazón era resguardado. Como un sello que me mantenía atado y me obligaba a permanecer siempre en las sombras, en cuerpo, alma y espíritu.

Llegué a la residencia con el semblante asqueado. Sentía su aura emanar desquiciadamente por los bordes de la puerta, apreté el mango de ésta y la dejé fluir hacia adentro, encontrándome con la rubia de ojos claros. Temerosamente esbelta y con ropas que denotaban lo que ella era. Varias eran las historias que me habían dicho, muchos eran los comentarios sarcásticos que hacían referencia a su refinada forma de ser. La realidad es que era cruel, sádica y arrogante. Características similares a las mías, con la diferencia de que yo, no tenía ningún interés en compartir mis gustos o disgustos. Pero tampoco era un ser antipático o sarcástico. Por el contrario, mis palabras siempre escribían la realidad sin ninguna clase de problemas. Y por sobre todo, me gustaban las cuentas claras, si ella me ayudaría tendría que acoplarse a mi sentidos. Y sino, las cosas terminarían siendo un tanto incomodas, pues la sangre terminaría por correr. Observé sus ojos y cerré los míos unos segundos, en lo que pasaba más dentro del lugar. — Haz venido al final. Pensé que no te encontraría, Carlisle. Entonces, ¿harás que pueda manipular la magia hasta encontrar con mis propias manos mi pasado? — La pregunta salió esporádicamente desde mis labios. Fue algo corto, seco y completamente real. Siquiera dije algo por el vino o por el olor mundano que había en el lugar. Mucho menos me preocupe por su aspecto, el cual era demasiado sofisticado como para estar cómodos para poder practicar el arte de los poderes. Si bien yo llevaba un saco, éste era clásico y lo suficientemente cómodo para permitirme incluso pelear físicamente si eso fuese necesario. Aunque sin duda no era algo que hiciera normalmente. Los hechiceros, servíamos para algo mucho más importante que la simple destruición material. Podíamos tomar almas y ultrajarlas hasta que nuestras marcas fuesen impuestas y así, el pecado se repartía uno a uno, de ciudad en ciudad hasta que al final, podríamos dominar el terreno humano, como así Lucifer lo quería.

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