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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lorian de Bordeaux Lun Abr 27, 2015 5:55 pm

“La muerte no será fingida cuando las cenizas se esparzan en tu nombre”


Siglos eran los que habían pasado desde que mi corazón se hubiese detenido. La albina que había determinado mi destino seguía a mi lado como así estaba previsto. El disfrute de mi alma y cuerpo muertos no tenía comparación alguna con una sensación de ser vivo. Su piel, sus labios, sus ojos, la forma de hablar, de pedir y de exigir. Torturaba mi mente y provocaba que con cualquier cosa terminara a sus pies blancos, casi transparentes. Era antigua, era fuerte y podía destruirme si así lo quería, sin embargo y muy por el contrario, jamás me había lastimado al grado de asesinarme. Le gustaba, así como ella me agradaba a mí. Pero mi esencia violenta y humana aún no se apagaba, era un guerrero, un hombre que había nacido con habilidades mágicas pero que realmente no las había apreciado, las espadas eran lo mío, avanzar y dominar es lo que me enseñaron y Vibeke no se dejaba. Era una musa incapaz de ser enjaulada, iba y volvía cuando quería, así como tomaba de mí lo que se le daba la gana y me dejaba segundos, más tardes. Me volvía loco, me estresaba al punto que no podía contener mis celos y mi odio infinito ante su actuar. ¿Por qué me hacía eso? Me había quitado todo, me había obligado a dejar a un lado a mi familia, engatusado con sus poderes, cuerpo y habla. Y ahora me manejaba como si no sirviese para nada más que para su diversión.

Así que decidí que le devolvería todo ese favor desapareciendo dos o tres noches. Si había algo que a Vibeke le molestaba es que las cosas no salieran como ella quería. Lo había aprendido con algunos errores que inconscientemente había cometido. Pero ahora, estaba haciendo las cosas adrede. Me retiré para ir con aquella mujer que desde hacía meses hablaba conmigo en una de las tabernas de piedras de Grecia. Un lugar que nos había gustado a ambos, tenía luchas a muerte, cacerías infernales y los muertos por las calles no eran algo realmente preocupante, simplemente los barrían y todo volvía a ser normal. Y aunque a mí no me gustaba hablar demasiado, había expuesto bastantes palabras con una rubia de cabellos trenzados que atendía dándole de beber a los bárbaros de la zona. Sabía que me deseaba, pero jamás se me hubiese ocurrido dejar que mis deseos salieran con otra persona que no fuese mi creadora. Pero ahora, con la ira en popa, me dejé ser. Caímos sobre los bloques de heno y la tomé, sin beber ni una gota de su sangre, saboreé su cuerpo empujando con fuerzas, pensando en que le quería verle la cara a Vibeke, pagarle con la misma moneda. Pues la verdad, con aquella muchacha, no recibía siquiera una pequeñísima parte del placer que la inmortal me daba. Lo había supuesto desde el principio, pero me dediqué a esconderlo entre mis pensamientos y a enfocarme en la humana. Y cuando la segunda noche de visitarla terminó, volví a aquel lugar donde nos habíamos asentado por tan solo unos años y que pronto abandonaríamos. Siquiera pensé en bañarme, el aroma se podía sentir, así como yo sentía el suyo noche tras noche.

Busqué entonces un hombre que estuviese no demasiado lejos y de un girón le desmayé para llevarlo a la casa. No tenía tiempo para andar buscando alguien especial de quien alimentarme. Lo abracé como aquella fiera que desgarra a su presa y con lentitud empecé a beberlo. No busqué la presencia ajena, sabía que aparecería en algún momento. Ella siempre volvía, aunque fuese en el momento menos inesperado, su aura cansina se lograba sentir y con ello la destrucción de todo a su paso. Las ropas blancas y delgadas no hacían más que provocarme nuevas erecciones y su sonrisa combinada con los maquillajes de la época siempre hacía que los hombres se dieran vuelta a saborear su estructura. Y no tenía ninguna duda de que muchos terminaban disfrutándola. La tocaban, la penetraban, hacían que llegue de alguna u otra manera al orgasmo. Y el pensamiento hizo que mis colmillos se hundieran tan profundamente que la muerte de aquel hombre estuvo a punto de ser demasiado precoz. Necesitaba que durara un poco más. Beberlo hasta la última gota y luego matarlo con un simple crack. A ese tendría que enterrarlo y esconderlo, porque lo dejaría seco. Ya que tenía un odio impresionante. Era curioso, había hecho mi venganza y no había satisfacción alguna. Me daba cuenta que no importaba que tanto intentara ganarle, ella siempre terminaba con la corona sobre su cabeza. Y me reí, quizá esa sería la última de mis risas.
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Mensaje por Vibeke de Bordeaux Dom Mayo 03, 2015 2:53 pm

"El huracán contra mí. Puedo.
El terremoto contra mí. Resisto.
El reflejo de la tu traición ante mí…
Y me destrozo."

Había hecho con Lorian lo que había querido durante años. Lo había sometido a ella desde el preciso momento en que su cuerpo cayó en una cama, con ella sobre él y el corazón palpitándole a toda velocidad. La noruega se llevó sus últimos latidos y el último aliento de su vida, depositados ambos en un orgasmo. Él no se opuso a que ella lo drenara, porque en ningún momento Vibeke había dejado de buscar placer mientras lo desgastaba por pocos, en todo sentido. Aún débil, él no retiró sus ojos de ella y casi parecía suplicar que se repitiera esa noche, sin importar que sus energías mermaran hasta casi quitarle la vida. Vibeke lo alimentó con su propia sangre, le otorgó una maldición enorme y ponzoñosa que el bárbaro bebió con avidez y sin preguntas. Y desde entonces su condena había sido no sólo su sangre, sino también ella, que no toleraba ser subestimada ni muchos menos cambiada en ningún aspecto de la vida de Lorian. Ella lo consideraba suyo, y lo declaraba tras sonrisas que siempre planeaban su bienestar aun superponiéndose a aquél que decía que amaba. Aunque jamás se lo decía a él, aquello era siempre un pensamiento para sí misma.

Por lo mismo, casi había declarado que el destino de aquél hombre era permanecer a su lado, con su sangre y su cuerpo dispuestos para complacer a Vibeke cada vez que a ella se le diera la gana. Si él desaparecía por un par de noches, ella se encargaba de dejarle claro cuáles eran sus límites y lo condicionaba de nuevo como si fuese su mascota. Ella no daba lo que exigía, y Lorian no era un ingenuo como para evitar darse cuenta que Vibeke era absolutamente infiel. Tenía sus motivos, claro, unos que iban más allá de declararse ninfómana. En realidad lo hacía en cada molestia con Lorian, aunque fuese pequeña. Poco le costaba encontrar a alguien que quisiera complacerla y sus deseos eran prácticamente insaciables, egoístas y desinteresados en la medida que su compañero de cama le importaba poco o nada. Podía matarlos luego de haber sido complacida. O quizás sólo dejarlos heridos y abandonados como si fueran simples objetos gastados y agotados. Ella iba y venía sin detener sus pensamientos en nadie distinto a Lorian, al que destrozaba aún más que a cualquiera por el mismo motivo. Y él aún seguía allí, a su lado.

Para entonces, pasaron unas tres noches en que no supo nada de Lorian. En su orgullo no se molestó en buscarlo, sino que sencillamente se limitó a esperar a que se le diera la gana de volver. No era la primera vez que lo hacía, aunque a diferencia de la primera, para ahora sí sabía lo mucho que Vibeke detestaba que él partiera sin aviso y tan libre. En la tercera noche salió de cacería, se alimentó sin buscar otra cosa diferente, dado que mientras Lorian desaparecía, ella se sentía casi imposibilitada para buscar placer en otros. Tenía la mente centrada en él, en si estaba vivo y en lo que lo haría pagar una vez regresara.

Y al volver al lugar en el que vivían, lo sintió allí, apagando una vida en su intento de alimentarse ¿Por qué demonios no lo había hecho en las calles? La idea de un cadáver tirado en su casa no le gustaba en absoluto. No obstante, ingresó en aquella casa sin siquiera mirar a Lorian, lo sabía allí, alimentándose, pero no emitió ni una sola palabra. Avanzó vestida como estaba, de un blanco inmaculado que no hacía más que ceñirle la delgada cintura y marcar la redondez de tus turgentes senos. Y nada de eso importaba ahora, porque se sentía tan molesta por todo que evadirlo le pareció la mejor de sus cartas. Una vez en la habitación de ambos, se quedó de pie frente a la ventana, observando lo que quedaba de anochecer hasta que la aparición de la luz la obligara a retirarse. De haber sabido cómo iban a sucederse las cosas, quizás preferiría quedarse en otro lugar, en uno distinto a ese donde había un cadáver que empezaría a descomponerse, mezclado con el aroma a licor y a sexo de Lorian, uno que le disgustaba en absoluto y que se encargaría de cobrar con creces.

No obstante cuando lo sintió acercarse se mantuvo impávida, manteniendo un sepulcral silencio al que, si la conocía bien, debería temer.
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Mensaje por Lorian de Bordeaux Miér Mayo 13, 2015 12:56 am

“Incluso si la que ha pisado la línea delgada del límite eres tú”


De a momentos mis brazos se entumecían al esforzarse en no matar a aquel hombre que tenía entre manos, mis colmillos afilados y ruines estaban tan hundidos que me costaba quitarlos. Mi tiempo como vampiro había sido ya dentro de todo largo, pero aún no me acostumbraba a aquel pequeño momento en donde debía alejarme de la sangre muerta y tóxica. Y mucho menos cuando el odio estaba carcomiendo mi alma bárbara. Estaba seguro de que si ambos siguiésemos siendo humanos, esta clase de cosas no pasarían, las mujeres no tenían esa libertad que Vibeke hacía notar tan febrilmente. Por el contrario, el sexo femenino siempre estaba al placer de los esposos que una familia escogía. ¿Por qué no podía ser igual? ¿Por qué no podía tenerla solo para mi disfrute? Mis ojos que comenzaban a tomar un color brillante al reflejo con la muerte, se agazaparon de tal modo que antes de terminar de dejar aquel cuerpo seco le terminé arrancando un pedazo, matándolo antes de lo esperado. El pequeño charco en el suelo estaba bajo mis pies y sabía perfectamente que la albina no estaría contenta con eso. No le gustaba que ensuciara la casa, mucho menos que desobedeciera sus órdenes o hiciera las cosas a mi parecer. Era egoísta, la persona más caprichosa que había conocido y me hastiaba cuando intentaba tomarlo todo por la fuerza. Sí, la amaba, me había enamorado de su mente, de sus estrategias y de cómo podía manejar todas las situaciones a su antojo. Pero aquel halo de orgullo que alguna vez había tenido en lo alto, ahora estaba caído, pero no había terminado de morir.

Y fue entonces, cuando dejé caer al suelo el cadáver y con ello el alma se separaba y la escuché entrar. Era exactamente como podía recordarla en la mente. Hasta los detalles más insólitos estaban en el retrato que tenía tatuado en mi cerebro. Su aura fúnebre me atacó sin palabras, pero quise seguir. Me estaba sujetando a aquel último lazo de soberbia que me quedaba. Relamiendo mi boca, el exceso de sangre era tragado y mi cuerpo volvía a tener un color espectacularmente moreno. Mis ropas de época dejaban ver mis brazos torneados y aquella tosquedad que había quedado en la inmortalidad. — ¿Tuviste un buen inicio de noche? — Consulté manteniendo una distancia prudente, pues bien sabía que provocarla era tocarle la cola al diablo. Y ella podía matarme si así lo quería. Es decir, lo había hecho una vez ¿por qué no dos? El pensamiento revoloteaba como queriendo ser expulsado de mis labios, pero no me atrevía a tanto. Sabía que su humor estaba horrible, que tenía que temerle, que quizá lo mejor sería salir huyendo de allí. Pero por unos segundos las miles de veces que ella había aparecido con olores de hombres y mujeres diferentes, estaba haciendo un acto de presencia total en contra de mis deseos de bajar brazos. Incluso con los fluidos aún en sus adentros se había aparecido. Todo eso era lo que me impulsaba a querer despreciarla, quizá con eso pasaría a odiarla de verdad. Y ese sentimiento que no era nada preciso, desaparecería. Como un vacío que incondicionalmente esta agarrado a lo repleto. Un sí y un no que eran incontrolables. Gruñí débilmente y pasé una mano por la madera de la silla, mientras mis pasos se disponían a ir, a acortar la distancia hasta quedar a apenas medio metro.

— ¿Me extrañaste? Dudo que lo hayas hecho, seguro estuviste pasándola tan bien como yo. — Quería sacar algún sentimiento, por escaso que fuese. Estaba buscando algo más que furia o diversión. Quería dañarla. Sí, eso es lo que estaba buscando, empujar su tristeza, conocer si en ella seguía existiendo algo o si realmente estaba muerta por todos los lugares que yo conocía. ¿Habría alguna posibilidad de verla algún día llorar? Pensarlo me dio risa y negué para mí mismo. No, era como una de esas estatuas que estaban en medio de las plazas. Perfectas, simétricas y amadas. Pero así también eran de piedra. Insensibles, despreciables. Y por mucho que me disgustara aquello, seguía amándola. Y necesitaba saber que había algo dentro que aún podía llegar a tener. Limpié unas gotas de sangre que estaban en mis dedos, entrecerrando los ojos en lo que me quedaba contemplándola. ¿Se movería? ¿Sería quizá su próximo movimiento el que terminara con mi existencia vampírica? Estaba bien si era así, ya había vivido bastante, había disfrutado la inmortalidad y aun así, para nada me interesaba seguir viviendo si no era para estar con ella. Mi mente estaba calcinada, estaba revuelta completamente. Por un lado, el increíble entusiasmo por poder llegar a herirla y en otro lado, estaba la desesperación de pensar que ella estaría libre por completo, que ni siquiera se divertiría al ver mi rostro frustrado. — Ayer me pregunté, si quizá tendrías más como yo. Más vástagos que están a tu disposición cuando quieres… — Estaba lentamente pasándome, arañando la herida fresca, hundiendo mí uña, pues desde allí quería llegar al corazón. Pero estaba ciego, no me daba cuenta que me encontraba lejos, en los extremos. Y que el camino era uno que no podía atravesar. Sin embargo, el odio seguía ahí, esperando para ser alimentado o partido.
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Mensaje por Vibeke de Bordeaux Dom Jun 14, 2015 1:33 pm

"Y ahí estaba columpiándome en mi cordura, despacito"

El sonido del cuerpo impactando contra el suelo en su caída, fue la primera señal para saber que Lorian había terminado su cena y que se acercaba a ella. Era imposible describir con palabras lo que la noruega sentía, pero era válido resumir que se sentía molesta, intranquila y al tiempo agitada mientras decidía el paso a seguir con aquél único y por entonces rebelde amante.

La pregunta que el bárbaro formuló no obtuvo respuesta, por el contrario, Vibeke se cruzó de brazos, como si de ese modo le respondiera que no era de su incumbencia si la noche había sido buena o no. Además, era claro que no lo había sido, él llevaba tres días desaparecido y al regresar, no sólo aparecía con cinismo, sino con toda la molestia que podía generar tener un muerto a escasos metros de su presencia. Ellos también estaban muertos, sí, pero no se descomponían como los humanos y el hedor característico de ellos era lo que tanto le irritaba a Vibeke. Todo era una mezcla de olores que ella odiaba: El de la muerte, el del sexo de Lorian aún envuelto en fluidos ajenos e incluso el de la rebeldía de él que parecía bullir a través de pensamientos inquietos y sed recién saciada. Por el contrario, ella no había sido capaz de hacer nada distinto a alimentarse mientras él estuvo ausente. Pese a su naturaleza, no había sentido el deseo de llenar la cama con alguien distinto para satisfacerla mientras Lorian regresaba, pero parecía que la ira del bárbaro había regresado con él, a tal punto que no era capaz de discernir aquello.


—No entiendo entonces para qué regresas si la estabas pasando tan bien. Tienes unos minutos antes que amanezca, lárgate de nuevo— respondió con voz impetuosa, amenazante a su modo, de despedida por otro. A su manera, tenía claro que compartir a Lorian no estaba dentro de sus planes, y mucho menos ver como él se levantaba buscándole el talón de Aquiles, como si planeara usar lo que él representaba para ella para hacerla caer. Pero Vibeke era más orgullo que amor o cualquier otro sentimiento, se ponía por encima de cualquier circunstancia y desde el inicio ondeaba el estandarte de ganar cualquier guerra por más que pareciera todo lo contrario. Por lo mismo, creyó que la mejor despedida era verlo darse la vuelta en busca de su teórico placer, mientras ella partía un instante siguiente para darlo luego por perdido o por muerto.

Pero para Lorian nada era suficiente y de nuevo presionó el dedo en la llaga. Fue entonces cuando Vibeke, sin soltar los brazos, se giró para mirarlo a los ojos, con tal firmeza que no parecía que estaba con ganas de destruirlo completo y luego destruirse ella misma ¿En qué momento permitió que aquél se le clavara tan profundo dentro de sus emociones? Había sobrevivido sola durante demasiado tiempo, pero había caído bajo el embrujo de un bárbaro al que se había ligado sin planearlo, o al menos no de ese modo. Aun así, seguiría sin demostrar nada hasta donde le fuera posible
—No, aún no, pero debería. De hecho lo haré cuando te vayas y te lleves al muerto que dejaste en la otra habitación. O quizás no, tal vez no quiera repetir molestias. Como sea, lárgate de una vez, sigue haciendo lo que te provoque. No voltees a ver el pasado que rechazas porque entonces te arrancaré los ojos antes que el corazón— amenazó avanzando hacia él, soltando los brazos y pareciendo más el peor enemigo que Lorian podría encontrarse. El amor de ella no se reflejaba en nada aparentemente, aunque lo hacía dejándolo vivir mientras se iba. No iba a repetir esa decisión, la única oportunidad de él para alejarse de ella, de quien tanto se quejaba, era esa, la única, para siempre.

Y la noruega lo dio por hecho, tanto así que continuó su camino, pasándole por el lado y dirigiéndose a cualquier otro lugar de ese terreno en el que por última vez vivirían juntos. Lo afirmaba para sí porque si él no se largaba esa noche, ella lo haría la siguiente, sin mediar palabra, sin avisos o términos, sin pactos para mejorar nada y sin detenerse a charlar segundas oportunidades. Él había tomado su determinación, porque no era en sí el hecho de estar con otras, sino de regresar a ella tirándole a la cara lo poco que ya le importaba y lo decidido que estaba a vengarse.
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Mensaje por Lorian de Bordeaux Sáb Jun 27, 2015 7:25 pm

Jamás pensé que aquellas ilustres manos pálidas terminarían por encarcelarme, para así doblegarme como quisieran. Por el contrario, el deseo de rebelarme contra ella se encendía todo el tiempo, se trataba de una mujer y las mujeres debían estar bajo el dominio del hombre. ¿Por qué ella insistía en ser la que llevara el ritmo? Sus ojos claros como un cristal estaban esquivándome y por dentro me estaba empezando a desesperar. Claramente, ni la sangre que acababa de beber, ni el traqueteo del cuerpo dando contra el suelo, estaba calmando mi extremadamente obvia insatisfacción ante los sucesos. Me sentía pesado, los parpados estaban bajando, pero me centraba en la existencia ajena. Me incendiaban sus respuestas despreciables y con fuerzas fue que apreté aquella madera de la silla, conteniéndome a no romperla, a no hacer más que poner mis frustraciones en ella. — ¿Eso es lo que quieres? ¿Acaso piensas que fue “demasiado” lo que hice? — La pregunta era obviamente irónica, pues en ningún momento se me ocurrió pensar que estaba haciendo algo realmente bravo. Darle apenas una gota de su veneno no era nada comparado con nadar en él. Pero yo no lo entendía, no sabía que tendría que hundirme en aquella laguna y tragarme todo su cianuro hasta hacerme uno con él. Jamás me iba a imaginar que en mi futuro me encontraría deplorablemente sumiso a las toxinas que ella era capaz de emanar. Mas no necesite de eso en aquel instante cuando ella se volteó para enfrentarme y el aura poderosa que sentía sobre mí me ahogaba como si realmente necesitara respirar.

Tuve la intención de dar más de un paso hacia atrás, pero mi aún existente orgullo no me lo permitía. Me enfrenté a su visión de mujer enfurecida con los brazos cruzados y las armas en popa. El escalofrío subió y cuando lanzó sus quejas mis dientes rechinaron para mis adentros, los colmillos se me habían hundido en la carne y unos desmesurados celos estaban cabalgando sin cesar. — No me iré, no quiero hacerlo. Vibeke. — El brazo derecho en algún momento se me movió, se aferró a su muñeca con una desesperación que no conocía. Y fue en ese momento en donde mis parpados se cerraron por completos una vez y cuando los abrí, supe que estaba embriagándome en algo peor que la resignación; era el arrepentimiento brutal. Eran pensamientos que no quería que se vieran, estaba avergonzado conmigo mismo, si tenía algún guardián familiar, éste seguro estaba retorciéndose en su tumba al ver a un primogénito querer sucumbir a los maltratos de una fémina. — ¿Piensas que tengo miedo de morir? Te dejé matarme una vez, ¿por qué no lo haría una segunda? ¿Acaso no entiendes que lo único que quiero es que seas solo mía? — Fueron las últimas palabras las que salieron casi con tono gutural, algo deformado por los movimientos que intentaba hacer contra ella. Arrinconarla de alguna manera contra la tosca pared que teníamos en aquello que, irónicamente, llamábamos hogar. Y forcejeé hasta lograrlo, hasta poder mirarla y apresarla, aunque fuese por un segundo, sabía que ambos teníamos casi las mismas dotas, yo las había heredado de ella y ahora las usaba en su contra por más escaso tiempo que pudiese hacerlo.

— Para ti debe ser muy fácil, crear otro vástago como yo y divertirte de la misma forma que lo haces conmigo, ¿no? ¿Por qué tengo que dejarte hacer eso? — Golpeaba sus brazos, la sacudía hasta que me di cuenta de que se trataba de ella y la solté con miedo, con terror. Buscándola una vez más, ¿qué hacía? ¿Realmente estaba fijándome si la había lastimado? El temblor estúpido y miserable estaba justo entrando en mi interior. Se trataba de esos instantes en donde podía notar que era un simple esclavo, uno como los que estaban afuera, rodeado de cadenas y siguiendo a un amo maltratador. Pero ella me estaba dando la oportunidad de irme, de no volver y de dejarme vivir. Negué despreciablemente y volví a intentar agarrarla, ésta vez con cuidado, con la molestia de dejar que ella me golpee o que me ignore. Ambas cosas me dolerían en casi la misma medida, quizá la segunda sería peor. No tenía sentido en absoluto intentar vivir la eternidad sin ella, ya había perdido todo, mi hermano estaba probablemente muerto, no tenía apellido que valiese para reintegrarme en alguna comunidad y por supuesto, nada de eso me interesaba en lo más mínimo. No cuando ella estaba presente. — Deja de mirarme de esa forma, deja de observarme como si solo quisieras verme desaparecer. — Susurré elocuente e inundado de pesares, buscaba detenerla y a su vez mantenerla conmigo, pero eran sus faroles incendiados en grises los que me alarmaban, me exigían que tema. Y yo lo hacía, porque lentamente, nada me impondría más respeto que ellos. 
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Mensaje por Vibeke de Bordeaux Dom Jul 12, 2015 9:11 pm

Dicen que el amor es ciego, pero en el caso de ella, lo era el orgullo.

Era obvio que ella escuchaba la madera crujir, aunque fuera en su mínima expresión. Lorian intentaba contenerse, pero Vibeke ya no le encontraba sentido a eso, no cuando él se había entregado a sus pasiones o a su deseo de venganza, al punto de casi lograr el quiebre de su relación de años. Vibeke había aportado gran parte del problema, pero para ese momento no pensaba admitirlo.

—Es obvio que eso quiero. Y a ti no te importa si fue demasiado o no, así que anda, lárgate— contestó sin tener la más mínima intención de admitirle nada ni ceder un ápice a él. Tampoco iba a responderle con detalle a la pregunta, porque sabía que él buscaba un argumento que le permitiera girar las culpas y poder así apuntar hacia la noruega. Pero claro, ella no iba a permitirlo y mucho menos luego de sentirse tan ofendida.

Una corta risa burlona se quedó en sus labios, que no se despegaron mientras negaba con la cabeza. Lo creía cínico y, aunque esa era una característica típica de ella, no era capaz de verla igual cuando se reflejaba en otros. Ese era su problema y uno de los principales motivos de la posible ruptura de ambos.
— ¿Y crees que de verdad me importa lo que quieras? Casi creí que podías estar a gusto de poder buscar tu libertad anhelada sin que yo te cortara las alas. Ahh, suéltame— dijo cuándo la agarró de la muñeca y la sacudió intentando librarse del agarre —Mejor vete, deja que medio mundo te cabalgue si es eso lo que deseas. Sólo quiero una cosa y es que desaparezcas de mi vista. Me importa un bledo lo que hagas después— declaró intentando fingirse tranquila, burlona y desprendida como aparentara siempre. No obstante, el recuerdo y hasta el olor de la noche de Lorian eran como un aguijón que se le clavara en la carne, uno que le recordaba que seguía ahí en cada movimiento o incluso palabra. Quizás quería preguntarle a él los motivos de su traición, pero eso no borraría la ofensa. Por lo mismo, calló, manteniendo la postura que sólo amenazaba un final.

Pero le quedaba algo en la garganta que no podía contener, que definitivamente declaraba la realidad de lo que pasaba por su mente —Y más te vale no volver a tocarme, aleja esas manos que fueron capaces de acariciar a alguien más y que huelen a la traición con la que te engalanaste para venir a mí— musitó entre dientes, justo antes de levantar la mano y darle una bofetada lo suficientemente fuerte como para hacerse entender — ¿Cómo te atreves a decir que quieres que sea solamente tuya luego de lo que hiciste? — se quejó mientras él, haciendo caso omiso de todo, buscaba acorralarla contra alguna pared cualquiera.

—Quizás no te mate, pero te arranque los brazos si sigues intentando mantenerme cerca. — le dijo con ira mientras él golpeaba y sacudía sus brazos sin que ella se lo impidiera lo suficiente — ¡No te quiero cerca de mí, Lorian, entiende eso en vez de pensar en que te reemplace! — le gritó a la cara —Haz tú lo mismo, ve y maldice a tu amante y lárgate. Voy a olvidarme que existes, deberías estar agradecido. Ahora largarte ya, en vez de seguir intentanto no sé qué estupidez ¿Eres tonto acaso? — estaba realmente furiosa y, aunque debería matarlo, algo se lo impedía. La tonta, era ella, o eso se dijo para sí misma mientras intentaba controlarse y liberarse de quien fuera su amante.

El corazón le latía con fuerza, con una velocidad propia de lo sobrenatural. Los brazos tenían marcas que desaparecerían pronto, pero que no eran otra cosa distinta a un último recuerdo de él sobre su cuerpo. Con la ira más marcada que su piel, lo empujó con fuerza, obligándolo a chocar contra la pared de al frente para poder sentirse libre de nuevo. Pero a pesar de todo, caminó hacia él de nuevo, con la determinación de las palabras acumulándose en su lengua
—Eres un completo imbécil. Te odio con la misma intensidad con la que te amaba— declaró en un susurro, cruzando el umbral de la puerta y con la firme determinación de ser ella quien partiera.
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Mensaje por Lorian de Bordeaux Mar Jul 21, 2015 4:19 pm

Tenía un incontrolable deseo de matar; la sangre estaba haciendo ebullición en mi interior y aunque me humillaba pensarlo, ella estaba doblegándome, haciendo que toda la culpa y la carga de errores estuviese en mis hombros. Si hubiese sido humano, la respiración se habría quedado atorada en mi garganta, luchando por matarme ahí mismo. El enojo, el aura de la inmortal y todo lo que estaba sucediendo me causaba pánico y hasta el momento nunca me había encontrado tan encarcelado como en ese instante. ¿Se me habían salido las cosas de control? Sí, probablemente. Y aún con eso me rehusaba a aceptar mi error, seguía aferrándome al pequeño hilo de esperanza. Uno fino, muy débil que me hacía creer que ella quizá podría cambiar si veía que de lo contrario yo me iría. Estaba muy equivocado; jamás tan errado como allí. — ¿Por qué no puedes doblegarte? Vibeke… ¡Vibeke! ¿Acaso al menos estás escuchándome? — Tironeé, la zamarreé con algo de fuerzas, sintiéndome dolido en cada parte de mi cuerpo, no quería soltarla, sus muñecas eran perfectas, la textura de su piel, los ojos que me estaban aniquilando. Se me quebraba la voz en lo que quería seguir hablando, pero no duré demasiado pudiendo controlar la situación, estaba claro que ella era mucho más fuerte, más poderosa en antigüedad y así mismo en las magias que la inmortalidad nos había otorgado. Me lanzó con fiereza, me golpeó para que no pudiese agarrarla; aun así yo volvía a ir, queriendo tomar sus mejillas pálidas y su cuerpo acelerado. Podía sentirlo, el mío estaba igual, como un latido constante y acribillado. Negué, varias veces fueron las que moví la cabeza; imposibilitado de comunicarme, las palabras no estaban saliendo como en mi mente se sugería.


“Pide perdón, dile que te equivocaste y besa sus pies una vez más” Me gritaba mi cerebro y yo lo ignoraba, gruñendo, sintiendo los colmillos estirados y ofuscados. — ¡Lo hice para buscar que entiendas el mismo dolor que siento yo cuando te vas con el que te place! — Estaba gritando, parecíamos dos dementes queriendo entablar una conversación, pero ninguno se daba cuenta de que hablábamos en distintos idiomas. Ella podía creer que tenía toda la razón del mundo y no estaba lejos de ello, era una inmortal y si quería tener un vástago era para hacer lo que quisiera con él. El problema era que yo no podía hacerlo, no hasta el momento, pues sería luego cuando comprendería que mantenerme en silencio sería el comodín principal para que los sentimientos ajenos no pudiesen volver a tocarme. Una vez más volví a intentarlo, a enjaularla entre mis dedos, toscamente, trastabillando en lo que la veía irse. El nudo en mi garganta bajaba hasta mi pelvis y me retorcía los intestinos. Mis extremidades estaban latiendo del nerviosismo en el que me hallaba. — ¿Te vas a ir? ¿Eres tan cobarde? No lo hagas, maldita seas. ¡Maldita seas! — Pateé con desdén la mesa grande de madera que estaba a un costado, ésta golpeó contra los troncos de la casa, destruyéndose a medias. La platinada se estaba yendo y con ello se estaba llevando mi cordura. Sabía muy bien que jamás se le había pasado por la mente la idea de darme otra oportunidad y eso me hacía pensar demasiadas cosas. Estaba loco, eufórico y al mismo tiempo quería cerrarme, que todo ese odio y la desesperación se maten entre ellas para devolverme aquel hombre que la vampiresa quería.


Buscaba un muñeco que la hiciera sentir bien, eso es lo único que podía comprender de entre todos sus vocablos, pues siquiera el amor profesado por sus labios hizo entontecer mis sentidos. Lo hacía porque de esa forma quizá yo terminaba por tirarme al sol y en realidad no sería una mala idea. La autodestrucción era uno de los manjares que más había probado durante el pequeño montón de años que había vivido. Pero algo me decía que ella me iría a buscar al infierno si hacía eso. Sus ojos, desde siempre me habían profesado autoridad y le pertenecía, solo ella podía matarme. — Hazlo, asesíname de una vez si vas a dejarme. Tsk… Condenada. — Balbuceé al ver su reflejo sin siquiera voltear a verme. Acababa de ser completamente exiliado de una vida que yo mismo había rogado tener y ahora estaba vacío. Sí, era de esa forma, no tenía nada. Había dejado a Dorian por esa mujer, abandonado todo y a todos para poder complacerla y ahora en mis manos no hallaba siquiera mi propia luz. Me reí, en seco, con el cadáver que hacía tiempo estaba allí, siendo el único testigo de mi estupidez. Y fue en ese momento donde el brillo de la rebeldía comenzó a desaparecer hasta encontrarse opaco, nefasto y despreciable. Si había algo que quería modificar en esa existencia era aquella noche, y como no era posible, viviría para remediarlo toda la eternidad.
[CERRADO]
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