AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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En Términos Legales ~Privado~
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En Términos Legales ~Privado~
Trabajo. Mi propia rutina impuesta por el simple placer de hacerlo, mi capricho, mi deseo. Es verdad. No necesito dinero, tengo tanto que me parece obsceno, pero aquí estoy, ocupando un espacio que otro podría usar, que pena que yo también sea competencia. Me gusta estar aquí, revisando papeles ajenos, sentado frente a un escritorio simple, muy diferentes a los de casa, dando una fachada que te tragas fácilmente. Porque la vida se trata de eso, de fingir, de que me veas y te creas la mentira que te estoy contando. Pero puede que lo que esté buscando sea algo más. Puede que desee que por la puerta entre un cliente, un futuro y prometedor cliente que me diga “¡Ha, sí, yo sé lo que eres! Pero está bien. No pasa nada.” Sería divertido ¿no les parece? Dejar de fingir un rato. ¿Quién no quiere eso?
Pero, ¿Por qué habría de pasar algo? El problema está que la gente cree que por ser uno diferente no puedo trabajar o no me importan tus papeles. Todo lo contrario. Soy alguien bien responsable. Trabajo de ocho a nueve y a veces quizás más tarde. Como está noche. Sí, hoy pasan de las nueve pero no he podido acabar algunos asuntos. La puerta de mi pequeña oficina personal sigue abierta. En el exterior, a un lado de la misma, está la placa que mandé hacer con mi nombre y mi número de licencia. Metal labrado con un ligero baño de oro. Es una placa más grande y robusta que la que tengo en mi escritorio, pero básicamente las dos dicen lo mismo. No hay sociedad de abogados, no hay buffet, soy sólo yo encargándome de mi terreno. Yo sólo, teniendo el control de los asuntos. Y soy muy bueno llevándolos. Me entretienen y me intrigan. Misterios que requiero resolver.
Aquella noche corre una brisa suave, una brisa que entra por la puerta abierta, que atraviesa le puerta de fierro que está cerrada, pero no con llave. Si esto crece quizás cambie mi local, me gustaría tener un pequeño recibidor con una pequeña pero elegante sala y unas cuantas glicinas y claveles de colores en floreros sobre una mesa. Y una secretaria… una secretaria comprada para que no le parezca raro que su jefe cierre unos cuatro días seguidos al mes. Por poner un ejemplo. Me gustaría algo así. Pero como decía, el viento entraba por la ventana, esa que no mencione antes, y la puerta de verja. La luz de mis lámparas de aceite se reflejaba en la banquetilla contra la pared junto a la entrada y en el trozo de suelo del exterior, e iluminaba apropiadamente el escritorio donde estaban esparcidos mis papeles.
Me encontraba recostado en mi silla de cuero, con unos cuantos papeles que sostenía con mi mano izquierda. Un par de pisapapeles labrados en piedra y metal, mantenían los demás documentos en su sitio. Mis pies descansaban en una de las orillas del escritorio, doliéndome un poco dentro de los apretados zapatos. Había sido un día largo, pero no me encontraba falto de energía aún. Mis ojos no divagaban en la lectura, la seguían con concentración y cada palabra creaba un espacio en mi mente donde se acomodaba según su significado. Simplifica, enuncia, reacomoda, comprende. A veces me siento más como un interpretador de textos antiguos que como un abogado. Pero así es. Más de la mitad de lo problema legales se deben a malas interpretaciones de documentos oficiales. Escrituras de una casa, traspaso de un negocio, costos, pagos de impuestos. Yo interpreto y corrijo. Arreglo las cosas en el idioma que debe ser reparadas y te lo explicó a ti en un idioma que puedas entender. Los francos por ese servicio van a una cuenta aparte. Cuentas claras.
Pero, ¿Por qué habría de pasar algo? El problema está que la gente cree que por ser uno diferente no puedo trabajar o no me importan tus papeles. Todo lo contrario. Soy alguien bien responsable. Trabajo de ocho a nueve y a veces quizás más tarde. Como está noche. Sí, hoy pasan de las nueve pero no he podido acabar algunos asuntos. La puerta de mi pequeña oficina personal sigue abierta. En el exterior, a un lado de la misma, está la placa que mandé hacer con mi nombre y mi número de licencia. Metal labrado con un ligero baño de oro. Es una placa más grande y robusta que la que tengo en mi escritorio, pero básicamente las dos dicen lo mismo. No hay sociedad de abogados, no hay buffet, soy sólo yo encargándome de mi terreno. Yo sólo, teniendo el control de los asuntos. Y soy muy bueno llevándolos. Me entretienen y me intrigan. Misterios que requiero resolver.
Aquella noche corre una brisa suave, una brisa que entra por la puerta abierta, que atraviesa le puerta de fierro que está cerrada, pero no con llave. Si esto crece quizás cambie mi local, me gustaría tener un pequeño recibidor con una pequeña pero elegante sala y unas cuantas glicinas y claveles de colores en floreros sobre una mesa. Y una secretaria… una secretaria comprada para que no le parezca raro que su jefe cierre unos cuatro días seguidos al mes. Por poner un ejemplo. Me gustaría algo así. Pero como decía, el viento entraba por la ventana, esa que no mencione antes, y la puerta de verja. La luz de mis lámparas de aceite se reflejaba en la banquetilla contra la pared junto a la entrada y en el trozo de suelo del exterior, e iluminaba apropiadamente el escritorio donde estaban esparcidos mis papeles.
Me encontraba recostado en mi silla de cuero, con unos cuantos papeles que sostenía con mi mano izquierda. Un par de pisapapeles labrados en piedra y metal, mantenían los demás documentos en su sitio. Mis pies descansaban en una de las orillas del escritorio, doliéndome un poco dentro de los apretados zapatos. Había sido un día largo, pero no me encontraba falto de energía aún. Mis ojos no divagaban en la lectura, la seguían con concentración y cada palabra creaba un espacio en mi mente donde se acomodaba según su significado. Simplifica, enuncia, reacomoda, comprende. A veces me siento más como un interpretador de textos antiguos que como un abogado. Pero así es. Más de la mitad de lo problema legales se deben a malas interpretaciones de documentos oficiales. Escrituras de una casa, traspaso de un negocio, costos, pagos de impuestos. Yo interpreto y corrijo. Arreglo las cosas en el idioma que debe ser reparadas y te lo explicó a ti en un idioma que puedas entender. Los francos por ese servicio van a una cuenta aparte. Cuentas claras.
Drazel Sarbu- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 59
Fecha de inscripción : 21/04/2015
Localización : Por aquí, por allá
Re: En Términos Legales ~Privado~
Ya casi era de noche. El sol acababa de hundirse en el horizonte, y el cielo aún presentaba una clara luz azul cuando salí a caballo en solitario y emprendí mi camino. Estaba hambriento, así que mientras las horas transcurrían deambule por los callejones y los deplorables barrios de París hasta que finalmente mi víctima apareció; Un bandido que surgió de entre de las sombras con una velocidad asombrosa para su edad. Se instaló orgulloso ante mí, a pocos pasos de la yegua y profirió una larga carcajada cuando disparó. Su pistola lanzó un fogonazo y vi literalmente cómo la bala salía del cañón y me rasguñaba la mejilla. Luego una más que hirió mi brazo y rasgo el abrigo.
Reparé en él. Lo miré con el desprecio del corazón. Su aparente falta de civismo, su irrespetuosidad, su mirada engreída y sus ademanes ufanos… Todo eso, para mí, fue peor que un insulto. Salté del caballo y me lancé contra él. Me asombró la fuerza de sus puños al golpearme cuando lo acorralé contra la esquina de un edificio. Pero todo acabo pronto. Se quedó inmóvil cuando hundí los colmillos en la artería, y, cuando la sangre emano de ella. Le chupé la sangre con tal avidez que no me retiré hasta que el corazón se detuviera. En pocos segundos yacía muerto a mis pies mientras yo sostenía mi cuerpo apoyando la palma de la mano contra el edificio. Por un instante, no pude dejar de contemplarlo, con la mirada de quien olvida que posee un corazón.
De momento, todo iba bien. Me sequé los labios y arrastre el cuerpo hasta que lo arrojé sobre la yegua. Volví a montar ágilmente. Le quité cualquier seña de identificación que llevará y vagabundeé por callejones desiertos, a trote a través de la húmeda oscuridad. Recorrí casi tres manzanas hasta hallar un oportuno callejón, provisto de una elevada verja para impedir la entrada de los pordioseros por la noche. En aquel lugar, arrojé los restos de mi víctima. Por fin me había desecho de él.
Una hora más tarde ya recorría la zona comercial en busca de un competente abogado. Había urdido la típica historia del marido o hijo de alguna heredera multimillonaria. Sonreí. Aquello era mucho más fácil que interpretar el papel de Lelio. Sin embargo, pasé un rato horroroso tratando de localizar un bufete de abogados abierto, algún despacho u oficina habilitada para atender a alguien a esas horas de la noche. Finalmente, bajo la tenue luz del reflejo de unas lámparas de aceite hallé lo que buscaba.
Me detuve en la entrada. Tengo mi yegua cerca de la verja.
Una brisa trajo consigo un aroma, el olor de una criatura con la que hace más de un año no había tenido la necesidad de tropezar. Eso no me detuvo. La puerta principal estaba abierta y al cruzar la verja vi una placa con un nombre; Dario Sarbu. Quedé a la espera mientras la luz trémula danzaba lentamente en el interior, en mi rostro, jugueteando con mis cabellos y en mis fríos ojos grises que absorben los tonos azules o violáceos de aquello que los rodea.
Y bien, me atrevo a decir que estaba sorprendido.
Que este hombre, de cuya raza apenas conozco un par de leyendas, desempeñe una labor como abogado era de admirar. Su puerta estaba abierta y yo sabía que él definitivamente ya debió captar mi presencia. Un vampiro merodeando por su territorio. Porque, bien pensado ¿Cuántas veces un vampiro ha tenido que ir en busca de un abogado? Espero que pocas, no solía ser del agrado de las antiguas criaturas en París y, según recuerdo, era el propio Armand quien se encargaba de los asuntos legales del teatro. En mi caso requería vender varias joyas, hacer traspaso del dinero de un banco a otro y lo más importante, adquirir una mansión en la ciudad. Demasiado papeleo que no estaba dispuesto hacer. Cuentas bancarías y letras de cambio. Un fastidió. Así que, no me importó su raza mientras el joven estuviera dispuesto a ayudarme y fuera codicioso, listo, concienzudo. Pronto descubriría si le podía o no leer los pensamientos…
Reparé en él. Lo miré con el desprecio del corazón. Su aparente falta de civismo, su irrespetuosidad, su mirada engreída y sus ademanes ufanos… Todo eso, para mí, fue peor que un insulto. Salté del caballo y me lancé contra él. Me asombró la fuerza de sus puños al golpearme cuando lo acorralé contra la esquina de un edificio. Pero todo acabo pronto. Se quedó inmóvil cuando hundí los colmillos en la artería, y, cuando la sangre emano de ella. Le chupé la sangre con tal avidez que no me retiré hasta que el corazón se detuviera. En pocos segundos yacía muerto a mis pies mientras yo sostenía mi cuerpo apoyando la palma de la mano contra el edificio. Por un instante, no pude dejar de contemplarlo, con la mirada de quien olvida que posee un corazón.
De momento, todo iba bien. Me sequé los labios y arrastre el cuerpo hasta que lo arrojé sobre la yegua. Volví a montar ágilmente. Le quité cualquier seña de identificación que llevará y vagabundeé por callejones desiertos, a trote a través de la húmeda oscuridad. Recorrí casi tres manzanas hasta hallar un oportuno callejón, provisto de una elevada verja para impedir la entrada de los pordioseros por la noche. En aquel lugar, arrojé los restos de mi víctima. Por fin me había desecho de él.
Una hora más tarde ya recorría la zona comercial en busca de un competente abogado. Había urdido la típica historia del marido o hijo de alguna heredera multimillonaria. Sonreí. Aquello era mucho más fácil que interpretar el papel de Lelio. Sin embargo, pasé un rato horroroso tratando de localizar un bufete de abogados abierto, algún despacho u oficina habilitada para atender a alguien a esas horas de la noche. Finalmente, bajo la tenue luz del reflejo de unas lámparas de aceite hallé lo que buscaba.
Me detuve en la entrada. Tengo mi yegua cerca de la verja.
Una brisa trajo consigo un aroma, el olor de una criatura con la que hace más de un año no había tenido la necesidad de tropezar. Eso no me detuvo. La puerta principal estaba abierta y al cruzar la verja vi una placa con un nombre; Dario Sarbu. Quedé a la espera mientras la luz trémula danzaba lentamente en el interior, en mi rostro, jugueteando con mis cabellos y en mis fríos ojos grises que absorben los tonos azules o violáceos de aquello que los rodea.
Y bien, me atrevo a decir que estaba sorprendido.
Que este hombre, de cuya raza apenas conozco un par de leyendas, desempeñe una labor como abogado era de admirar. Su puerta estaba abierta y yo sabía que él definitivamente ya debió captar mi presencia. Un vampiro merodeando por su territorio. Porque, bien pensado ¿Cuántas veces un vampiro ha tenido que ir en busca de un abogado? Espero que pocas, no solía ser del agrado de las antiguas criaturas en París y, según recuerdo, era el propio Armand quien se encargaba de los asuntos legales del teatro. En mi caso requería vender varias joyas, hacer traspaso del dinero de un banco a otro y lo más importante, adquirir una mansión en la ciudad. Demasiado papeleo que no estaba dispuesto hacer. Cuentas bancarías y letras de cambio. Un fastidió. Así que, no me importó su raza mientras el joven estuviera dispuesto a ayudarme y fuera codicioso, listo, concienzudo. Pronto descubriría si le podía o no leer los pensamientos…
Lestat De Lioncourt- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/01/2011
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Re: En Términos Legales ~Privado~
Lo escuché primero de manera inconsciente, produciendo aquel extraño sonido que, no siendo un sonido específicamente, nosotros podíamos escuchar. Era como un roce, una fricción en la atmosfera, un acomodo forzado en el espacio que los humanos no producían. Yo esperé, los ojos fijos aún en los papeles y mi pie derecho moviéndose apenas sobre el izquierdo, en un estado discreto de excitación. ¡Y pensar que hace un poco rato había estado deseado por este tipo de encuentro! Con los humanos hay que mentir, les gusta la normalidad, a veces es más como un necesidad. Enarqué la ceja; frente a mis ojos se encontraban las cifras que hasta hace un momento había estado leyendo. Representaciones en número de patrimonio, actas de matrimonio, cuentas bancarias, registros funerarios. Todo. La vida de gente desconocida en mis manos; los datos necesarios para que dejaran de ser unos desconocidos. Podías saber más de una persona viendo su estado financiero que charlando toda una tarde con ella.
Bajé los papeles a la mesa con un leve ademán de fastidio, el movimiento taciturno de la mano cuando las cosas no suceden en el orden deseado. Me irritaba un poco el hecho de no poder continuar con lo que hacía muy a pesar de lo mucho que la ocasión lo ameritara, como verán, soy muy estricto con mis tiempos. Sin embargo, escuchando el relinchar de un caballo que se encontraba demasiado cerca como para que su llegada fuera una coincidencia, me decanté con la idea de poner fin a mis elucubraciones, al menos por esta noche. Mi atención había sido desviada por el visitante inesperado que acercaba sus pasos a mis puertas. Yo podía sentirlo más de lo que lo escuchaba y no era que ninguna de las dos cosas fueran sencillas de lograr. Deseaba conocerlo, por supuesto. No he vivido lo suficiente para decir que he tenido todos los encuentros interesantes que la vida me deparaba.
Apilé mis papeles de una minuciosa y ordenada manera, como me gustaba tenerlos, dejando los más próximos hasta arriba. Una corta pausa para despejar la cabeza. La noche para ir a corretear por la ciudad aún se encuentra lejos y me sobraba tiempo para entregar los documentos y hacer todo lo que sea antes de esos días peculiares. Días en los que, por mi propia salud, prefiero no abrir mi despacho. Pase los dedos por mi pisapapeles, que ya cumplían con su labor. Aquel detalle en el escritorio que era un adorno ero no lo era tampoco, me gustaba. Una pieza pequeña de artesanía creada por el hombre. Aparté la mirada del escritorio, sus pasos demasiado cerca como para dejarlos pasar ahora. No con cierta desgana, eliminé aquella comodísima posición en la que reposaba después de un día largo. Mi traje de vestir se acomodaba a la perfección a mi cuerpo pues había sido hecho a mano, para mí, bajo estrictas instrucciones.
— Por favor, pase… —Invité en voz medida. Sé que no hay necesidad de hacer un derroche de voz con semejante invitado. Mi oído es excelente pero no hay criatura que escuche mejor que un vampiro. Pero ¿Qué era lo que en realidad me fascinaba de ellos desde muy pequeño? No lo sabía. A veces el interés me parecía más científico pero ello se contraponía con lo extraño pero ilusorios que siempre los creí. Me incliné hacía el frente, apoyando mis manos entrelazadas sobre el escritorio, pero no los codos. — Estoy seguro de que ya sabe algo de mí, pero me parece que nos entenderemos mejor con palabras de por medio. — Esperé, y su aroma pronto me alcanzó, una esencia de sangre, diferente a cualquier otra. Sí, era un intruso para mi lobo interior, pero para mí, era una oportunidad.
Bajé los papeles a la mesa con un leve ademán de fastidio, el movimiento taciturno de la mano cuando las cosas no suceden en el orden deseado. Me irritaba un poco el hecho de no poder continuar con lo que hacía muy a pesar de lo mucho que la ocasión lo ameritara, como verán, soy muy estricto con mis tiempos. Sin embargo, escuchando el relinchar de un caballo que se encontraba demasiado cerca como para que su llegada fuera una coincidencia, me decanté con la idea de poner fin a mis elucubraciones, al menos por esta noche. Mi atención había sido desviada por el visitante inesperado que acercaba sus pasos a mis puertas. Yo podía sentirlo más de lo que lo escuchaba y no era que ninguna de las dos cosas fueran sencillas de lograr. Deseaba conocerlo, por supuesto. No he vivido lo suficiente para decir que he tenido todos los encuentros interesantes que la vida me deparaba.
Apilé mis papeles de una minuciosa y ordenada manera, como me gustaba tenerlos, dejando los más próximos hasta arriba. Una corta pausa para despejar la cabeza. La noche para ir a corretear por la ciudad aún se encuentra lejos y me sobraba tiempo para entregar los documentos y hacer todo lo que sea antes de esos días peculiares. Días en los que, por mi propia salud, prefiero no abrir mi despacho. Pase los dedos por mi pisapapeles, que ya cumplían con su labor. Aquel detalle en el escritorio que era un adorno ero no lo era tampoco, me gustaba. Una pieza pequeña de artesanía creada por el hombre. Aparté la mirada del escritorio, sus pasos demasiado cerca como para dejarlos pasar ahora. No con cierta desgana, eliminé aquella comodísima posición en la que reposaba después de un día largo. Mi traje de vestir se acomodaba a la perfección a mi cuerpo pues había sido hecho a mano, para mí, bajo estrictas instrucciones.
— Por favor, pase… —Invité en voz medida. Sé que no hay necesidad de hacer un derroche de voz con semejante invitado. Mi oído es excelente pero no hay criatura que escuche mejor que un vampiro. Pero ¿Qué era lo que en realidad me fascinaba de ellos desde muy pequeño? No lo sabía. A veces el interés me parecía más científico pero ello se contraponía con lo extraño pero ilusorios que siempre los creí. Me incliné hacía el frente, apoyando mis manos entrelazadas sobre el escritorio, pero no los codos. — Estoy seguro de que ya sabe algo de mí, pero me parece que nos entenderemos mejor con palabras de por medio. — Esperé, y su aroma pronto me alcanzó, una esencia de sangre, diferente a cualquier otra. Sí, era un intruso para mi lobo interior, pero para mí, era una oportunidad.
Drazel Sarbu- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/04/2015
Localización : Por aquí, por allá
Re: En Términos Legales ~Privado~
Después de ser invitado por el abogado avancé hacia su oficina. Antes de entrar apoyé la mano izquierda en el umbral de la estrecha puerta y mi pie sobre el primer escalón. En cuanto mis ojos se posaron en Dario sentí un pequeño impulso de simpatía hacia él. Posiblemente era el profundo color verde de sus ojos, la veracidad en el tono de su voz o el significado de sus palabras. No lo sé. Examine el despacho, pero no lograba concentrarme. Cualquier cosa suponía una distracción aquella noche: la llama humeante de la vela, el acabado en madera de haya del escritorio, la silla con piel sintética negra o el semblante con fuertes facciones del abogado. Lo observé unos segundos hasta que finalmente seguí adelante y me instalé frente a su escritorio. En mi mano derecha sostenía el sombrero de copa en raso negro junto al bastón con asta negra y pomo acabado en oro. — Bien — dije al abogado mientras que captaba un pequeño destello de lo que pensaba. — Naturalmente. Será lo mejor. — Agregué.
Lo escruté con atención. Dario tenía sus manos entrelazadas y los brazos extendidos sobre el escritorio. Yo en cambio, llevé la mano izquierda hacia el bolsillo del pantalón de mi traje italiano barroco bordado marrón. Guardé silencio unos segundos mientras lo observaba con aire curioso. Me pareció un hombre velludo, pero la verdad era que el vello facial no alcanzaba a cubrir sus pómulos, ni su nariz. — Usted sabe lo que soy. No hay la más pequeña duda en su mente ¿No es así? — Dije. Di una ojeado al cuarto a mi entorno. Vi la diminuta escarcha en la ventana. En el exterior nada era visible, en absoluto. De pronto me invadió una sensación de tristeza, distinta a las noches anteriores. Pero pronto la deseche. Sólo era un vago reconocimiento de la amarga soledad que me había llevado hasta allí, de la necesidad por la cual había decidido entrar en este despacho, para estar dentro de aquella estancia y sentir sus ojos en mí, para oírlo decir que sabía que o quién era yo. Tragué saliva. No iba a perder mi compostura ahora, sería estúpido.
Y bueno, insisto en que esta noche me distraigo con mucha facilidad, a pesar de ser obvia mi visita me veo en la obligación de expresar mis necesidades en voz alta, pero ahí estaba mirando todo a mí alrededor sin hablar otra vez. Por costumbre evite extender mi mano hacia él y me limité a saludar con una afable sonrisa y leve inclinación. No me senté. No porque esperará una invitación sino porque mi cuerpo estaba en constante alerta debido a los últimos acontecimiento en París.
Je m'appelle Lestat De Lioncourt — Formidable, me atreví a pronunciar ante un abogado mi verdadero nombre. — Para usted, más conocido como el vampiro Lestat. — Le revelé aquella verdad prohibida. Evidentemente la palabra «vampiro» no causo nada en él, no le resultaba nada nuevo. Sin embargo, mi presencia era cosa diferente. Resulta muy extraño que él deseará este tipo de encuentro, pero yo podía comprender su deseo. El anhelo de lo prohibido, de acabar con la rutina y romper las reglas establecidas. Por supuesto.
La última vez que tuve un encuentro con uno de su especie fue hace mucho tiempo ya. Ni siquiera lo recuerdo.
Finalmente logré concentrarme. Luego que echara una rápida mirada a la pila de carpetas y hojas sobre su escritorio que parecían estar ubicadas en el área correcta. — Dario, estoy aquí porque necesito de sus servicios y confidencialidad. ¿Está dispuesto a ayudarme? — La respuesta a esa pregunta podría significar una gran oportunidad y peculiar alianza. En caso contrario, sólo saldré de aquí y emprenderé una nueva búsqueda. Abogados hay muchos, pero como él, me será imposible hallar otro igual.
Lo escruté con atención. Dario tenía sus manos entrelazadas y los brazos extendidos sobre el escritorio. Yo en cambio, llevé la mano izquierda hacia el bolsillo del pantalón de mi traje italiano barroco bordado marrón. Guardé silencio unos segundos mientras lo observaba con aire curioso. Me pareció un hombre velludo, pero la verdad era que el vello facial no alcanzaba a cubrir sus pómulos, ni su nariz. — Usted sabe lo que soy. No hay la más pequeña duda en su mente ¿No es así? — Dije. Di una ojeado al cuarto a mi entorno. Vi la diminuta escarcha en la ventana. En el exterior nada era visible, en absoluto. De pronto me invadió una sensación de tristeza, distinta a las noches anteriores. Pero pronto la deseche. Sólo era un vago reconocimiento de la amarga soledad que me había llevado hasta allí, de la necesidad por la cual había decidido entrar en este despacho, para estar dentro de aquella estancia y sentir sus ojos en mí, para oírlo decir que sabía que o quién era yo. Tragué saliva. No iba a perder mi compostura ahora, sería estúpido.
Y bueno, insisto en que esta noche me distraigo con mucha facilidad, a pesar de ser obvia mi visita me veo en la obligación de expresar mis necesidades en voz alta, pero ahí estaba mirando todo a mí alrededor sin hablar otra vez. Por costumbre evite extender mi mano hacia él y me limité a saludar con una afable sonrisa y leve inclinación. No me senté. No porque esperará una invitación sino porque mi cuerpo estaba en constante alerta debido a los últimos acontecimiento en París.
Je m'appelle Lestat De Lioncourt — Formidable, me atreví a pronunciar ante un abogado mi verdadero nombre. — Para usted, más conocido como el vampiro Lestat. — Le revelé aquella verdad prohibida. Evidentemente la palabra «vampiro» no causo nada en él, no le resultaba nada nuevo. Sin embargo, mi presencia era cosa diferente. Resulta muy extraño que él deseará este tipo de encuentro, pero yo podía comprender su deseo. El anhelo de lo prohibido, de acabar con la rutina y romper las reglas establecidas. Por supuesto.
La última vez que tuve un encuentro con uno de su especie fue hace mucho tiempo ya. Ni siquiera lo recuerdo.
Finalmente logré concentrarme. Luego que echara una rápida mirada a la pila de carpetas y hojas sobre su escritorio que parecían estar ubicadas en el área correcta. — Dario, estoy aquí porque necesito de sus servicios y confidencialidad. ¿Está dispuesto a ayudarme? — La respuesta a esa pregunta podría significar una gran oportunidad y peculiar alianza. En caso contrario, sólo saldré de aquí y emprenderé una nueva búsqueda. Abogados hay muchos, pero como él, me será imposible hallar otro igual.
Lestat De Lioncourt- Vampiro Clase Alta
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Re: En Términos Legales ~Privado~
El sonido de sus pasos, que yo escuchaba suavemente y que no aseguraban la distancia real a la que se encontraba de la puerta de entrada, fue una distracción del tenue olor a sangre que manaba de su cuerpo. Un cuerpo limpio e incólume. De pronto allí estaba y puedo decir, sin ningún tipo de temor a equivocarme, que era lo que estaba esperando. Sin lugar a dudas. Lo observé hasta el punto de la insolencia, mis ojos fijos en todo él. Observé su cabello y la caída de este sobre sus hombros, observé la agudeza de sus ojos azules y la pequeña marca de corte en sus ropas. ¿Un mal momento antes de llegar aquí, por casualidad? Sentí curiosidad, claro, pero no pregunté. Entonces… entonces caminó hasta estar dentro del halo de luz de mis lámparas y vi lo que la luz le hacía. El reflejo de la luz llegó al bastón e hizo que mi atención se desviara hacía allí unos instantes. No intenté esconderlo, la curiosidad, el interés, era algo muy normal en mí. El bastón me interesó a pesar de saber que era un adorno. Uno muy elegante. ¿Un aristócrata? Como fuera, se trataba de un auténtico francés.
Yo continuaba con mis manos juntas, el cuerpo inclinado hacia adelante, respirando lentamente. Miré de nuevo la marca en su ropa y tranquilamente observé su rostro. Cuando habló, lo hizo con una voz que aparentaba normalidad, pero que no era en absoluto ordinaria. El timbre de un vampiro podría compararse con el de un cantante profesional de ópera, pero modulado para que sea escuchado sólo por quien el vampiro lo desea. No puedo describirlo de otra forma. No era la primera vez que yo escucha a un vampiro, metafóricamente hablando, me había pasado mi vida entera escuchándolos, pero siempre sucede que es como si fuera siempre la primera vez ¿Comprenden? De alguna manera, el espectro del sonido se desvanece de tu memoria con el tiempo y cuando lo escuchas de nuevo, vuelve a tomarte desprevenido. Sonreí; está noche estaba siendo más metódico de lo que mi propio carácter soportaba.
— Así es. — Manifesté con mesura, encontrando de pronto mi vena profesional. Ya desde que ingresó me había dado cuenta de que algo, -mi oficina, las cosas que había en esta o yo mismo-, había incitado su curiosidad. Yo esperé, con una paciencia que siempre me rescataba cuando de trabajo se trataba. Podía esperarte el tiempo que hiciera falta, manteniendo una escueta y bien trabajada sonrisa en el rostro que se mostraba oportuna cuando, casualmente, me mirabas. Pero algunas pocas y contadas ocasiones, la espera resultaba incluso, atractiva. — Se exactamente quién y que es usted, señor De Lioncourt. — Respondí. Por un instante estuve muy tentado a extender mi mano. Era algo que hacía ya que lo exigía la etiqueta, pero en está ocasión no fue así. Él no lo hizo, y yo tampoco. Pero estuve tentado, lo desee.
He de declarar que lo de “vampiro Lestat” me pareció, y cito tácitamente, tremendamente vulgar para el caballero que tenía enfrente de mí y el que yo mismo era, así que, de una manera tanto consciente como inconsciente, sellé en mi conducta cognitiva, el llamarlo únicamente por su apellido, ignorando el apelativo que hacía referencia a su raza.
— Sí. — Asentí con un interés peculiar. Sabía mi nombre y ese hecho hizo que fuera completamente inútil presentarme. Y eso mismo fue muy extraño. Nunca había sido inútil presentarme, aunque mi nombre estuviera en la placa de la entrada y en mi escritorio. Trate de ignorar ese hecho que violaba mis modales y le ofrecí asiento para compensar. — Por favor, señor De Lioncourt, siéntese. No tengo la costumbre de hablar de negocios si mi cliente no puede verme bien a la cara y yo a él. — Expliqué tranquilamente, señalando uno de mis principios más arraigados. Esté cliente peculiar podría saber todo de mí dando un rápido vistazo a mi mente. Pero yo no quería hacer las cosas así, pretendía ser un anfitrión lleno de modales. — ¿Ayudarle? Por supuesto. Cuénteme, ¿Qué desea que haga por usted?, creo que mis aptitudes lograran satisfacerle apropiadamente. — Como ya he dicho antes, mi interés aquí era de muchos tipos, menos monetario.
Yo continuaba con mis manos juntas, el cuerpo inclinado hacia adelante, respirando lentamente. Miré de nuevo la marca en su ropa y tranquilamente observé su rostro. Cuando habló, lo hizo con una voz que aparentaba normalidad, pero que no era en absoluto ordinaria. El timbre de un vampiro podría compararse con el de un cantante profesional de ópera, pero modulado para que sea escuchado sólo por quien el vampiro lo desea. No puedo describirlo de otra forma. No era la primera vez que yo escucha a un vampiro, metafóricamente hablando, me había pasado mi vida entera escuchándolos, pero siempre sucede que es como si fuera siempre la primera vez ¿Comprenden? De alguna manera, el espectro del sonido se desvanece de tu memoria con el tiempo y cuando lo escuchas de nuevo, vuelve a tomarte desprevenido. Sonreí; está noche estaba siendo más metódico de lo que mi propio carácter soportaba.
— Así es. — Manifesté con mesura, encontrando de pronto mi vena profesional. Ya desde que ingresó me había dado cuenta de que algo, -mi oficina, las cosas que había en esta o yo mismo-, había incitado su curiosidad. Yo esperé, con una paciencia que siempre me rescataba cuando de trabajo se trataba. Podía esperarte el tiempo que hiciera falta, manteniendo una escueta y bien trabajada sonrisa en el rostro que se mostraba oportuna cuando, casualmente, me mirabas. Pero algunas pocas y contadas ocasiones, la espera resultaba incluso, atractiva. — Se exactamente quién y que es usted, señor De Lioncourt. — Respondí. Por un instante estuve muy tentado a extender mi mano. Era algo que hacía ya que lo exigía la etiqueta, pero en está ocasión no fue así. Él no lo hizo, y yo tampoco. Pero estuve tentado, lo desee.
He de declarar que lo de “vampiro Lestat” me pareció, y cito tácitamente, tremendamente vulgar para el caballero que tenía enfrente de mí y el que yo mismo era, así que, de una manera tanto consciente como inconsciente, sellé en mi conducta cognitiva, el llamarlo únicamente por su apellido, ignorando el apelativo que hacía referencia a su raza.
— Sí. — Asentí con un interés peculiar. Sabía mi nombre y ese hecho hizo que fuera completamente inútil presentarme. Y eso mismo fue muy extraño. Nunca había sido inútil presentarme, aunque mi nombre estuviera en la placa de la entrada y en mi escritorio. Trate de ignorar ese hecho que violaba mis modales y le ofrecí asiento para compensar. — Por favor, señor De Lioncourt, siéntese. No tengo la costumbre de hablar de negocios si mi cliente no puede verme bien a la cara y yo a él. — Expliqué tranquilamente, señalando uno de mis principios más arraigados. Esté cliente peculiar podría saber todo de mí dando un rápido vistazo a mi mente. Pero yo no quería hacer las cosas así, pretendía ser un anfitrión lleno de modales. — ¿Ayudarle? Por supuesto. Cuénteme, ¿Qué desea que haga por usted?, creo que mis aptitudes lograran satisfacerle apropiadamente. — Como ya he dicho antes, mi interés aquí era de muchos tipos, menos monetario.
Drazel Sarbu- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/04/2015
Localización : Por aquí, por allá
Re: En Términos Legales ~Privado~
Actualmente la única forma de "enterarse" de algo es saliendo a las calles, ir a espectaculares bailes privados o encontrarse con la gente. En especial los vendedores o pregoneros de periódicos. Sin embargo, no hay nada más efímero que las noticias, ya que poco tiempo después de ser lanzada, es cubierta por otro millar de información que llega. Y son más una fuente de divulgación de ideas editoriales con algunas pocas noticias locales que una fuente de información fresca. Sin duda mi mejor alternativa eran los mensajes personales, aquellos que son entregados en propia mano y verificados con sellos lacrados.
Dario manejará todos mis asuntos y va proporcionarme el poder de la información. Él deberá recibir en su despacho mi correspondencia o retirarla en las oficinas públicas de la zona. — Bien —Dije y luego añadí— Debe evitar perturbarme a menos sea estrictamente necesario. Incluso si pasan años sin tener noticias mías, aún así, usted continuará administrando permanentemente las propiedades que conservo. — Algunos problemas resultan insignificantes y me aburré pensar en tener que lidiar con todos ellos. Me gusta ir y venir a mi antojo, por eso merodeo por las ciudades, rondo los burdeles y los garitos de juego y los lugares donde los marineros beben y se pelean. Además me gusta recorrer todas las ciudades y frecuentar las tabernas donde mi ropa y cabello se impregnaban de aquellos olores mortales.
Y, cuando no estoy fuera deambulando de ese modo, me encuentro en algún hotel o en mi château de París, esa mansión digna de la aristocracia o la alta burguesía. En ese lugar, leo los periódicos de todas las ciudades y viajo por el reino de los libros.
Necesitaré que se haga responsable de mi correspondencia. — Mi rostro era una máscara que ocultaba mis auténticos pensamientos. Lo importante ahora era que consiguiera toda la información que él necesita para empezar. Más tarde nos ocuparemos de otros detalles. — Debe saber que mi fortuna está repartida en varios bancos. — Este es uno más de los motivos por lo que necesitaba tener un abogado. Continuamente viajo a otros países de Europa, como Londres. Los británicos siempre tienen novedades y es divertido ver que allá donde van, siempre llevan consigo su maldito té indio y su Times de Londres.
Soy un inmortal que repasa los periódicos, habita en palacios, lleva oro en los bolsillos o escribe cartas a la familia mortal que había dejado atrás. Actitud que no era del agrado de Gabrielle, mi madre.
Dario pareció profundamente silencioso. Me pregunté «¿Qué debe parecerle trabajar para mí?» — Esto será sencillo y muy conveniente. Le pagaré el triple de lo que cualquiera le daría — Añadí. Aunque desde el primer momento supe que el dinero no significa mucho para él. Sin embargo, era necesario hablar sobre un salario máximo "ético" — Yo acudiré a su puerta. Le doy de plazo una semana y entonces volveré... — Dije tranquilamente, él debía saber que no puedo permitir que nadie conozca mi ubicación, sino me vería en la obligación de buscar otro refugio.
Naturalmente, aquello era exigir demasiado al abogado, pero no se me ocurría nada más. Así pues esta parte de mis planes quedaba, por tanto, cumplida.
Dario manejará todos mis asuntos y va proporcionarme el poder de la información. Él deberá recibir en su despacho mi correspondencia o retirarla en las oficinas públicas de la zona. — Bien —Dije y luego añadí— Debe evitar perturbarme a menos sea estrictamente necesario. Incluso si pasan años sin tener noticias mías, aún así, usted continuará administrando permanentemente las propiedades que conservo. — Algunos problemas resultan insignificantes y me aburré pensar en tener que lidiar con todos ellos. Me gusta ir y venir a mi antojo, por eso merodeo por las ciudades, rondo los burdeles y los garitos de juego y los lugares donde los marineros beben y se pelean. Además me gusta recorrer todas las ciudades y frecuentar las tabernas donde mi ropa y cabello se impregnaban de aquellos olores mortales.
Y, cuando no estoy fuera deambulando de ese modo, me encuentro en algún hotel o en mi château de París, esa mansión digna de la aristocracia o la alta burguesía. En ese lugar, leo los periódicos de todas las ciudades y viajo por el reino de los libros.
Necesitaré que se haga responsable de mi correspondencia. — Mi rostro era una máscara que ocultaba mis auténticos pensamientos. Lo importante ahora era que consiguiera toda la información que él necesita para empezar. Más tarde nos ocuparemos de otros detalles. — Debe saber que mi fortuna está repartida en varios bancos. — Este es uno más de los motivos por lo que necesitaba tener un abogado. Continuamente viajo a otros países de Europa, como Londres. Los británicos siempre tienen novedades y es divertido ver que allá donde van, siempre llevan consigo su maldito té indio y su Times de Londres.
Soy un inmortal que repasa los periódicos, habita en palacios, lleva oro en los bolsillos o escribe cartas a la familia mortal que había dejado atrás. Actitud que no era del agrado de Gabrielle, mi madre.
Dario pareció profundamente silencioso. Me pregunté «¿Qué debe parecerle trabajar para mí?» — Esto será sencillo y muy conveniente. Le pagaré el triple de lo que cualquiera le daría — Añadí. Aunque desde el primer momento supe que el dinero no significa mucho para él. Sin embargo, era necesario hablar sobre un salario máximo "ético" — Yo acudiré a su puerta. Le doy de plazo una semana y entonces volveré... — Dije tranquilamente, él debía saber que no puedo permitir que nadie conozca mi ubicación, sino me vería en la obligación de buscar otro refugio.
Naturalmente, aquello era exigir demasiado al abogado, pero no se me ocurría nada más. Así pues esta parte de mis planes quedaba, por tanto, cumplida.
Lestat De Lioncourt- Vampiro Clase Alta
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Edad : 264
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Re: En Términos Legales ~Privado~
Aquella única palabra no fue más que la iniciación de los negocios entre ambos. Que fuera al grano de inmediato no fue nada sorpresivo, pero consiguió que dentro de mí se comenzara a acuñar un pequeño deseo, un anhelo a esa eternidad que leían entre líneas, con la facilidad de estarlo viendo a través de un cristal. Fue casi como una invitación, empero, de una forma u otra, no era más que una simple ficción, un suspiro que se desvaneció tan fácil como había llegado. Nada más lejos de la realidad.
Mientras hablaba, me estiré suavemente hacia una de mis gavetas, a la derecha de mi escritorio, filigranas y flores de lis adornaban el cajón del que extraje, con la debida calma y parsimonia y siempre acompañado del melodiosos siseo del papel cuando se roza uno contra otro, una pequeña carpeta que contenía una hoja de registro con los datos que yo necesitaba de mi cliente. Era el principio de un archivo privado que no tenía otra función más que la de orientarme a mí como el encargado que era de la oficina.
El señor De Lioncourt, dado lo que pedía, pero sobre todo por mi propio escrupuloso deseo de llevar un orden, requeriría de uno también. Abrí la carpeta de papel tullido, el clásico papel endurecido y de tacto rugoso, y coloqué la hoja pergamino encima. Lisa y gruesa para aguantar la tinta que caería sobre esta. Esperé a que terminara de hablar, con la pluma fuente ya lista para desempeñar su labor, esperando en el tintero hasta que, una vez terminó de hablar, no tuve más que comenzar a escribir.
—Es curioso que vengan a mí, pidiéndome algo que por lo regular ya no me solicitan. —Comencé con suavidad, escribiendo en las hojas con el debido cuidado. Mi letra era tosca pero no deforme y menos desagradable a la vista. Los datos que llene eran simples, cosas como la edad o nacionalidad estaba fuera de lugar. Lo que más me atañía eran mis responsabilidades con su persona. —Lo haré, yo mismo puedo solicitar el cambio de domicilio si le parece bien. No es algo difícil de hacer, pero necesitaré una carta poder para hacerlo, o que haga usted mismo el cambio de domicilio.
Asentí, escuchándolo con atención, sin dejar de escribir. No pude evitar sentirme identificado cuando la situación de los bancos salió a la luz en la mesa.
—Sí, comprendo la situación. Yo mismo tengo mi fortuna repartida en varios países y bancos diferentes; hace que uno pague menos impuestos… —Sisee en voz baja, anotando esa parte también. Baje la pluma, devolviéndola a su cojín sin derramar ni una gota. Traté de no hacerlo pero acabé negando. —No hace falta el dinero, pero si le parece correcto, recibiré la cantidad que desee darme. No pondré objeciones al respecto. —Anoté mi nombre al final del papel y finalmente lo dejé a un lado, secarse. —En una semana tendré listos los papeles necesarios, pero deberé pedirle unos documentos también.
Me levanté, haciendo un leve ruido al empujar la silla a un lado, y me encaminé a mi archivero, para buscar la lista de papeles que necesitaría para poder hacer todo esto. Parecía mucho trabajo, pero con los debidos permisos, no sería complicado en realidad. No es algo que fuera a afectar mi tiempo o a mis otros clientes.
Mientras hablaba, me estiré suavemente hacia una de mis gavetas, a la derecha de mi escritorio, filigranas y flores de lis adornaban el cajón del que extraje, con la debida calma y parsimonia y siempre acompañado del melodiosos siseo del papel cuando se roza uno contra otro, una pequeña carpeta que contenía una hoja de registro con los datos que yo necesitaba de mi cliente. Era el principio de un archivo privado que no tenía otra función más que la de orientarme a mí como el encargado que era de la oficina.
El señor De Lioncourt, dado lo que pedía, pero sobre todo por mi propio escrupuloso deseo de llevar un orden, requeriría de uno también. Abrí la carpeta de papel tullido, el clásico papel endurecido y de tacto rugoso, y coloqué la hoja pergamino encima. Lisa y gruesa para aguantar la tinta que caería sobre esta. Esperé a que terminara de hablar, con la pluma fuente ya lista para desempeñar su labor, esperando en el tintero hasta que, una vez terminó de hablar, no tuve más que comenzar a escribir.
—Es curioso que vengan a mí, pidiéndome algo que por lo regular ya no me solicitan. —Comencé con suavidad, escribiendo en las hojas con el debido cuidado. Mi letra era tosca pero no deforme y menos desagradable a la vista. Los datos que llene eran simples, cosas como la edad o nacionalidad estaba fuera de lugar. Lo que más me atañía eran mis responsabilidades con su persona. —Lo haré, yo mismo puedo solicitar el cambio de domicilio si le parece bien. No es algo difícil de hacer, pero necesitaré una carta poder para hacerlo, o que haga usted mismo el cambio de domicilio.
Asentí, escuchándolo con atención, sin dejar de escribir. No pude evitar sentirme identificado cuando la situación de los bancos salió a la luz en la mesa.
—Sí, comprendo la situación. Yo mismo tengo mi fortuna repartida en varios países y bancos diferentes; hace que uno pague menos impuestos… —Sisee en voz baja, anotando esa parte también. Baje la pluma, devolviéndola a su cojín sin derramar ni una gota. Traté de no hacerlo pero acabé negando. —No hace falta el dinero, pero si le parece correcto, recibiré la cantidad que desee darme. No pondré objeciones al respecto. —Anoté mi nombre al final del papel y finalmente lo dejé a un lado, secarse. —En una semana tendré listos los papeles necesarios, pero deberé pedirle unos documentos también.
Me levanté, haciendo un leve ruido al empujar la silla a un lado, y me encaminé a mi archivero, para buscar la lista de papeles que necesitaría para poder hacer todo esto. Parecía mucho trabajo, pero con los debidos permisos, no sería complicado en realidad. No es algo que fuera a afectar mi tiempo o a mis otros clientes.
Drazel Sarbu- Licántropo Clase Alta
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