AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La muerte: El preludio a otra vida | Privado
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La muerte: El preludio a otra vida | Privado
Tap, tap, tap. La mansión, aún daba muestras de estar de luto por su desaparición. Solo el sonido de sus pasos, se atrevía a romper el silencio que se concentraba en el interior de tan extravagante lugar. Las paredes, se lamentaban. Habían perdido cada uno de los retratos que las decoraban. Lucern recordaba haber dado la orden de que las empacaran y enviaran a su castillo en Inglaterra. Sin embargo, en las últimas semanas, había descubierto que las piezas de colección nunca llegaron a tierras inglesas. Con una ira apenas controlada, su mano derecha, que estaba guardaba en el interior del bolsillo de su pantalón, se cerró con fuerza. ¿Quién demonios se había atrevido a traicionarle? Cualquiera que lo conociera, sabría cuán invaluable era cada retrato para él. Algunos tenían tantísimos años. Personajes ilustres, habían sido coaccionados para que pintasen cada una de sus obras. Quien estuvo a cargo del traslado, habría sabido sin duda, que una colección como la suya, requeriría más de una persona para resguardar su seguridad. Y esa era, quizás, una de las principales razones por las que decidiese reclamar su propiedad. El vampiro a cargo, tenía una deuda que pagar. Tap, tap, tap. Hacia el final del pasillo, un enorme espejo le dio la bienvenida. Sus orbes azules, le devolvieron la mirada sombría. No solo en sus profundidades se podía ver la crueldad. Estaba allí, en la superficie, esperando a que alguien lanzase el anzuelo para tirar de la cuerda y mostrarle que era el cazador, no la presa. Y lo harían. Aún nadie se había resistido a su atractivo, uno que iba más allá del físico. Ralph era un imán. Había descubierto que podía tener a quien quisiera sobre sus rodillas, jurándole lealtad y respeto. Obligada o voluntariamente. El cómo no importaba si al final el resultado, era el que deseaba. – Draco está en su despacho, milord. – A pesar de que ya no ostentaba el título de conde, Lucern seguía recibiendo el mismo trato. ¿Y quién no lo haría? Muchos habían muerto por menos que una falta de respeto. El vampiro no se giró, a través del espejo clavó la mirada en su lacayo, otro de los suyos bajo su mando.
La autoridad que se cernía en sus ojos, debió hipnotizar al recién llegado, porque tardó unos segundos en descubrir que Ralph, había levantado una de sus cejas en señal de que se estaba impacientando. – Y ella está al llegar. Las órdenes eran explícitas. Tanto si quería, como si se resistía, debían traerla. – Un ligero, apenas perceptible movimiento de cabeza por parte del líder de Los Oscuros, dio por finalizada la reunión entre ellos. El nombre de Mina Valentine, arreglista y fotógrafa Post Mortem, no había tardado en llegar hasta sus oídos. Después de todo, su clan, se había comprometido en una lucha para resguardar el secreto de la existencia de los vampiros. Lo cual incluía, hacer desaparecer los cuerpos de las víctimas que los rebeldes no se molestaban en ocultar. Dado que no siempre llegaban a tiempo, la policía de París, comenzaba a meter sus narices donde no debían. Sin duda, éstos no eran tan idiotas como para mostrarles a las familias de los difuntos, la verdad tras la muerte de sus seres queridos. Mina, habría hecho uno u otro trabajo para ellos. Y él, quería saber cuánto sabía la humana sobre el mundo que tanto buscaba gobernar. Además, tenía una colección que recuperar. Estaba decidido a comenzar una nueva moda. En el pasado, Lucern siempre se había quedado fuera de los escenarios que los pintores retrataban para él. Disfrutaba siendo un espectador de lo exótico. Ahora, las tornas habían cambiado. Mina iba a pintar como nunca antes lo había hecho. Oh, desde luego que serían cuadros que detallasen la belleza de la muerte, pero no de la manera en que los muertos querrían ser retratados. Sus cuadros, mostrarían el verdadero rostro del vampiro. Del narcisismo. Él era un no-muerto, que caminaba entre los vivos. ¿Qué mejor manera de demostrar su poder, que congelando en pinturas sus castigos? De modo que cuando entró a su despacho y vio a Draco sentado frente a su escritorio, su ira se desató. Un segundo estaba colocando una de sus manos sobre el hombro del neófito, haciendo un viaje a través de sus memorias; y en el otro, arrancando el corazón de su pecho. El órgano ensangrentado, que había dejado de palpitar un par de años atrás, era el preludio de que ese encuentro sería todo, menos casual.
La autoridad que se cernía en sus ojos, debió hipnotizar al recién llegado, porque tardó unos segundos en descubrir que Ralph, había levantado una de sus cejas en señal de que se estaba impacientando. – Y ella está al llegar. Las órdenes eran explícitas. Tanto si quería, como si se resistía, debían traerla. – Un ligero, apenas perceptible movimiento de cabeza por parte del líder de Los Oscuros, dio por finalizada la reunión entre ellos. El nombre de Mina Valentine, arreglista y fotógrafa Post Mortem, no había tardado en llegar hasta sus oídos. Después de todo, su clan, se había comprometido en una lucha para resguardar el secreto de la existencia de los vampiros. Lo cual incluía, hacer desaparecer los cuerpos de las víctimas que los rebeldes no se molestaban en ocultar. Dado que no siempre llegaban a tiempo, la policía de París, comenzaba a meter sus narices donde no debían. Sin duda, éstos no eran tan idiotas como para mostrarles a las familias de los difuntos, la verdad tras la muerte de sus seres queridos. Mina, habría hecho uno u otro trabajo para ellos. Y él, quería saber cuánto sabía la humana sobre el mundo que tanto buscaba gobernar. Además, tenía una colección que recuperar. Estaba decidido a comenzar una nueva moda. En el pasado, Lucern siempre se había quedado fuera de los escenarios que los pintores retrataban para él. Disfrutaba siendo un espectador de lo exótico. Ahora, las tornas habían cambiado. Mina iba a pintar como nunca antes lo había hecho. Oh, desde luego que serían cuadros que detallasen la belleza de la muerte, pero no de la manera en que los muertos querrían ser retratados. Sus cuadros, mostrarían el verdadero rostro del vampiro. Del narcisismo. Él era un no-muerto, que caminaba entre los vivos. ¿Qué mejor manera de demostrar su poder, que congelando en pinturas sus castigos? De modo que cuando entró a su despacho y vio a Draco sentado frente a su escritorio, su ira se desató. Un segundo estaba colocando una de sus manos sobre el hombro del neófito, haciendo un viaje a través de sus memorias; y en el otro, arrancando el corazón de su pecho. El órgano ensangrentado, que había dejado de palpitar un par de años atrás, era el preludio de que ese encuentro sería todo, menos casual.
Última edición por Lucern Ralph el Vie Feb 26, 2016 5:48 pm, editado 1 vez
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Re: La muerte: El preludio a otra vida | Privado
Claro, la muerte no era para todos igual. Pero eso ya lo sabía ella
Mina se dedicaba a fijar el paso de otros por la vida, a dejar un último recuerdo físico que no se deshiciera tan pronto, y que pagara con creces cada franco que costaba su dedicado trabajo. Cada cliente que llegaba a su puerta era diferente, algunos eran más excéntricos o paranoicos que otros y, así mismo, solicitaban diferentes servicios. Mina ofrecía tres técnicas en particular (Aparte del arreglo mortuorio habitual): Retratar al difunto en el cajón, retratarlo como si estuviera durmiendo… y la más compleja (y costosa) que era fotografiarlo dando la impresión que estuviera vivo. Esto incluía poner al cadáver de pie, mediante un arnés de metal que se fijaba en la cintura del difunto y se ocultaba con la ropa, abrirle los ojos (o pintárselos sobre los parpados), vestirlo con su ropa habitual y armar una escena familiar, donde el difunto aparecía rodeado de sus seres queridos.
Como era de esperarse, no siempre trabajaba en su casa, puesto que muchos clientes preferían que las escenas fueran recreadas en sus propias moradas, donde sus parientes fallecidos habían caminado o permanecido horas atrás, perteneciendo de modo completo a sus familias y rutinas, a una vida que se había desvanecido en el transcurrir de algunas horas. Los servicios de la inglesa eran llevados a cabo lo más rápido posible, evitando así que el proceso natural de descomposición le ganara tiempo; por no mencionar la rigidez, que era lo más difícil de lidiar a la hora de hacer parecer a un muerto como si todavía estuviera vivo.
Esa noche, apenas oscureció, un hombre llamó a su puerta y al abrirla, supo que no sólo trabajaría con la muerte, sino también para ella. Mina conocía la palidez de los muertos, había hecho trabajos para la policía de París y reconocía esa tez que sólo daba la parca cuando tocaba a cualquiera. El hombre solicitó que fuera de inmediato con él, argumentando que quien fuera su señor, la requería con urgencia. Para su desgracia, Mina tuvo que negarse y lo hizo de modo rotundo, puesto que en al menos una hora, pasarían a llevarse un cadáver para conducirlo a su última morada, el cementerio de Montmartre. No obstante, sólo indicó que se tardaría un poco, pero que en cuanto se llevaran el cuerpo se dirigiría a donde era solicitada. Aunque no le mencionó nada al hombre de preocupado semblante, en el fondo sabía que ese “Señor” del que hablaba él, también se trataba de un vampiro, que seguramente tendría los años suficientes como para poner a su sirviente tan nervioso, al punto que casi le suplicó a Mina que partiera de inmediato con él. La respuesta de nuevo fue no. Tardaría un poco.
El vampiro partió y unos cuarenta y cinco minutos después, ella quedó libre. Alistó bastantes cosas y salió con un maletín que el cochero que había solicitado le ayudó a llevar. El camino hacia la mansión Ralph –Como se llamaba el lugar a donde iba- no era un lugar de fácil acceso, pero cuando estuvo cerca, notó que todo parecía dispuesto, como si la estuvieran esperando y realmente se tratara de algo importante.
Sin más, neutralizó todos sus pensamientos en cuanto hubo llegado para evitar predisponerse, llamó a la puerta, que se abrió a los pocos minutos por otro inmortal, que la invitó a seguir utilizando apenas las palabras necesarias y sin mostrar el más mínimo atisbo de sonrisa en su rostro. Quizás se debía al asunto de la muerte, pensó ella, aunque estaba lejos de atinarle a la realidad de su llamada. Por supuesto, ella actuaba con toda la seriedad que representaba la muerte, obedecía instrucciones y mantenía el silencio durante prolongado tiempo. Eso no era nada complicado para Mina, puesto que vivía sola, sus parientes vivían en otras ciudades y países y además de todo, no conocía verdaderamente a nadie en ese lugar. Ella prestaba un servicio, todos eran clientes. Y mientras pensaba esto, el señor que habían anunciado los sirvientes hizo acto de presencia en lo alto de la escalera. Su aparición fue totalmente imponente, a pesar de permanecer callado. Pero lo que delató quién era él, fue el tremendo respeto y etiqueta con la que pareció actuar cada uno de sus empleados. Por lo mismo, Mina se puso de pie mientras él bajaba las escaleras, manteniendo el rostro con gesto adusto y mirándola fijamente —Señor Ralph, soy Mina Valentine. He venido porque me ha citado ¿Verdad? —.
Como era de esperarse, no siempre trabajaba en su casa, puesto que muchos clientes preferían que las escenas fueran recreadas en sus propias moradas, donde sus parientes fallecidos habían caminado o permanecido horas atrás, perteneciendo de modo completo a sus familias y rutinas, a una vida que se había desvanecido en el transcurrir de algunas horas. Los servicios de la inglesa eran llevados a cabo lo más rápido posible, evitando así que el proceso natural de descomposición le ganara tiempo; por no mencionar la rigidez, que era lo más difícil de lidiar a la hora de hacer parecer a un muerto como si todavía estuviera vivo.
Esa noche, apenas oscureció, un hombre llamó a su puerta y al abrirla, supo que no sólo trabajaría con la muerte, sino también para ella. Mina conocía la palidez de los muertos, había hecho trabajos para la policía de París y reconocía esa tez que sólo daba la parca cuando tocaba a cualquiera. El hombre solicitó que fuera de inmediato con él, argumentando que quien fuera su señor, la requería con urgencia. Para su desgracia, Mina tuvo que negarse y lo hizo de modo rotundo, puesto que en al menos una hora, pasarían a llevarse un cadáver para conducirlo a su última morada, el cementerio de Montmartre. No obstante, sólo indicó que se tardaría un poco, pero que en cuanto se llevaran el cuerpo se dirigiría a donde era solicitada. Aunque no le mencionó nada al hombre de preocupado semblante, en el fondo sabía que ese “Señor” del que hablaba él, también se trataba de un vampiro, que seguramente tendría los años suficientes como para poner a su sirviente tan nervioso, al punto que casi le suplicó a Mina que partiera de inmediato con él. La respuesta de nuevo fue no. Tardaría un poco.
El vampiro partió y unos cuarenta y cinco minutos después, ella quedó libre. Alistó bastantes cosas y salió con un maletín que el cochero que había solicitado le ayudó a llevar. El camino hacia la mansión Ralph –Como se llamaba el lugar a donde iba- no era un lugar de fácil acceso, pero cuando estuvo cerca, notó que todo parecía dispuesto, como si la estuvieran esperando y realmente se tratara de algo importante.
Sin más, neutralizó todos sus pensamientos en cuanto hubo llegado para evitar predisponerse, llamó a la puerta, que se abrió a los pocos minutos por otro inmortal, que la invitó a seguir utilizando apenas las palabras necesarias y sin mostrar el más mínimo atisbo de sonrisa en su rostro. Quizás se debía al asunto de la muerte, pensó ella, aunque estaba lejos de atinarle a la realidad de su llamada. Por supuesto, ella actuaba con toda la seriedad que representaba la muerte, obedecía instrucciones y mantenía el silencio durante prolongado tiempo. Eso no era nada complicado para Mina, puesto que vivía sola, sus parientes vivían en otras ciudades y países y además de todo, no conocía verdaderamente a nadie en ese lugar. Ella prestaba un servicio, todos eran clientes. Y mientras pensaba esto, el señor que habían anunciado los sirvientes hizo acto de presencia en lo alto de la escalera. Su aparición fue totalmente imponente, a pesar de permanecer callado. Pero lo que delató quién era él, fue el tremendo respeto y etiqueta con la que pareció actuar cada uno de sus empleados. Por lo mismo, Mina se puso de pie mientras él bajaba las escaleras, manteniendo el rostro con gesto adusto y mirándola fijamente —Señor Ralph, soy Mina Valentine. He venido porque me ha citado ¿Verdad? —.
Mina Valentine- Humano Clase Media
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Re: La muerte: El preludio a otra vida | Privado
Sombrío. Macabro. Aterrador. Los rasgos esculpidos de su rostro, el rictus cruel en sus labios y el silencio que acompañaba a cada uno de sus pasos; ahora amortiguados por la alfombra que le daba la bienvenida a su estado de ánimo, arrastraba consigo a la oscuridad y tinieblas. Su lengua parecía vibrar contra sus afilados colmillos, una forma de recordarse que hacía tan sólo unos instantes, las había enterrado en el órgano sin vida del vampiro bajo su servicio. A pesar de que la sangre de los suyos, no les proporcionaba ningún nutriente, el placer que les ocasionaba beberla era incomparable. Lucern podía jurar que los gritos de sus víctimas, estaba impresa en ese elixir que les insuflaba vida y entre más viejo fuese el inmortal, más poderosas se volvían aquéllas voces, envolviéndolos en un éxtasis embriagador. En lo alto de las escaleras, había hecho acto de presencia el líder del clan, ansioso por manipular a cada uno de sus títeres. Si bien su regreso había impresionado a más de uno, aquéllos leales, habían permanecido en sus puestos; aguardando, esperando. Sin embargo, habían olvidado una regla muy importante, que la impuntualidad era sinónimo de insubordinación para él. – Llegas tarde. – Profirió. Su voz, haciéndose eco en cada rincón de esa lúgubre mansión, mientras que su mirada se clavaba en los orbes de su invitada. No había forma de que la liberara. – ¿Qué les ha tomado tanto tiempo para venir a mi encuentro? – Gruñó, evidentemente molesto por la espera a la que se había visto sometido. La cuestión, no era más que una trampa para los recién llegados, pues Lucern consideraba que ninguna excusa sería suficiente para aplacar su deseo de castigarlos. – Tu tarea era sencilla, sólo debías traerla. – No. Ni siquiera porque estaba dirigiéndose al inmortal que la había escoltado hasta su propiedad, apartó su intensa mirada de ella.
– Nada ha cambiado en estos últimos meses. – Amenazó o, al menos, eso pareció. Cualquiera podía creer que Ralph actuaba con indiferencia, pero quienes no se dejaban engañar por esa fría máscara; sabrían que en un abrir y cerrar de ojos, la escena podía dar un giro de trescientos sesenta grados. Además, estaba absolutamente seguro que el avance de Los Oscuros contra los Rebeldes, era tema de conversación en el mundo sobrenatural. – Sigo estando al mando y mis deseos, siempre deben satisfacerse primero. – Cierto era que seguía siendo el mismo, si se ignoraba la demencia que ahora oscurecía sus pupilas. Su hambre por el poder, por gobernar a toda la raza vampírica e incluso más allá, estaba consumiéndolo inmisericorde. Justo cuando se detuvo frente a la humana, un miembro de su clan hizo acto de aparición. La manera en que sus sirvientes se pusieron en tensión, provocó que una sonrisa cargada de soberbia se extendiera por sus comisuras. Licántropos y vampiros, no solían trabajar en conjunto pero él, había logrado lo imposible a base de mentiras. El hecho de que nadie aún lo había descubierto, hablaba de lo bueno que era como titiritero. “Está hecho.” Dos simples, pero importantes palabras. A esas alturas, París sabría la buena nueva, que el conde de Inglaterra había regresado de entre los muertos. El doble sentido de las palabras, provocó que una rica carcajada brotara de su garganta. Quien suplantara su puesto, pronto estaría deseando poder regresar el tiempo. – Tal parece que aún tenemos un motivo de celebración, Señorita Valentine. Habría odiado que un talento como el suyo, se desperdiciase sólo porque ignorase que la paciencia no forma parte de mi repertorio de cualidades. Acompáñenme. – Su mente ya había naufragado por los pensamientos superfluos de la joven, sin adentrarse lo suficiente a ellos. El conde, se negaba a devorar sus entrañas hasta satisfacer su curiosidad. La escena que encontrarían en su despacho, hablaba de alguien que había buscado entretenerse esparciendo miembros y órganos sobre su escritorio.
– Nada ha cambiado en estos últimos meses. – Amenazó o, al menos, eso pareció. Cualquiera podía creer que Ralph actuaba con indiferencia, pero quienes no se dejaban engañar por esa fría máscara; sabrían que en un abrir y cerrar de ojos, la escena podía dar un giro de trescientos sesenta grados. Además, estaba absolutamente seguro que el avance de Los Oscuros contra los Rebeldes, era tema de conversación en el mundo sobrenatural. – Sigo estando al mando y mis deseos, siempre deben satisfacerse primero. – Cierto era que seguía siendo el mismo, si se ignoraba la demencia que ahora oscurecía sus pupilas. Su hambre por el poder, por gobernar a toda la raza vampírica e incluso más allá, estaba consumiéndolo inmisericorde. Justo cuando se detuvo frente a la humana, un miembro de su clan hizo acto de aparición. La manera en que sus sirvientes se pusieron en tensión, provocó que una sonrisa cargada de soberbia se extendiera por sus comisuras. Licántropos y vampiros, no solían trabajar en conjunto pero él, había logrado lo imposible a base de mentiras. El hecho de que nadie aún lo había descubierto, hablaba de lo bueno que era como titiritero. “Está hecho.” Dos simples, pero importantes palabras. A esas alturas, París sabría la buena nueva, que el conde de Inglaterra había regresado de entre los muertos. El doble sentido de las palabras, provocó que una rica carcajada brotara de su garganta. Quien suplantara su puesto, pronto estaría deseando poder regresar el tiempo. – Tal parece que aún tenemos un motivo de celebración, Señorita Valentine. Habría odiado que un talento como el suyo, se desperdiciase sólo porque ignorase que la paciencia no forma parte de mi repertorio de cualidades. Acompáñenme. – Su mente ya había naufragado por los pensamientos superfluos de la joven, sin adentrarse lo suficiente a ellos. El conde, se negaba a devorar sus entrañas hasta satisfacer su curiosidad. La escena que encontrarían en su despacho, hablaba de alguien que había buscado entretenerse esparciendo miembros y órganos sobre su escritorio.
Última edición por Lucern Ralph el Vie Feb 26, 2016 5:51 pm, editado 1 vez
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Re: La muerte: El preludio a otra vida | Privado
El único lugar al que podía huir, estaba en su mente
—Lo lamento, por lo general asisto con citas previas. He venido lo más pronto que me ha sido posible— le respondió con la suavidad que creía necesaria para no alterar su imponencia. Él la miraba fijo, con el mentón en alto y sin necesidad siquiera de bajar la mirada a los escalones que descendía tan firme, demostrando a cada paso su poder. Era sorprendente cómo se sentía una increíble tensión en su presencia. Él no era cualquier vampiro y Mina no necesitaba más señales para saber que debía ir con cautela. No obstante, debía aclarar su modus operandi, como si esa explicación pudiera dar a entender entre líneas que si desaparecía, tal acto no pasaría desapercibido. No era que ella le importara a sus clientes, o a nadie, pero al menos la policía la echaría de menos para mantener y arreglar sus secretos. Sin mencionar que no mentía y que incluso, estaba sacrificando su sueño por la insistencia de ese vampiro que la buscara desesperado, pero que aun así le respetara sus tiempos.
El modo en que se sucedían las cosas en tan pocos minutos empezaba a ponerla un poco tensa. El amo de aquella mansión ya no se dirigía directamente a ella, pero de algún modo, Mina sentía que la amenazaba como quien utiliza eufemismos de modo constante. Sus empleados le tenían miedo, eso era lo más evidente allí y, aunque el hombre del carruaje era allí el menos culpable, la inglesa guardó silencio, sabiendo que poco podría hacer para defender a alguien que podía hacerlo solo. Todos eran vampiros, era ella en apariencia la débil, aunque quizás mentalmente era diferente.
Pronto, los pies del vampiro quedaron frente a ella, que tenía que mirarlo hacia arriba dada su elevada estatura. El inmortal casi llegaba a los dos metros, cosa difícil de superar incluso en zapatos altos. Pareció querer decir algo, pero alguien, por fin, de apariencia humana, hizo acto de presencia en el lugar. Para ese momento Mina ya se sentía incómoda y se cruzó de brazos, como si eso le permitiera aguantar un poco más allí, sin saber qué podría pasar, intentando no imaginar que cualquier cosa podría suceder en ese lugar, tan grande en apariencia pero tan pequeño en sensación. Mina estaba acostumbrada a no encajar, pero esa situación se les salía de las manos, de las historias raras y de su haber en lo post mortem.
— ¿Celebración? — preguntó con el gesto de duda muy claro en su rostro. Esa, era la primera vez que alguien le decía eso cuando la llamaba por trabajo. Las cosas seguían girando de un modo poco predecible, pero lo suficientemente claro como para saber que debía terminar el trabajo y desaparecer de inmediato. —Bueno, lo que sé, lo tiene en sus manos esta noche— afirmó, soltando los brazos y dispuesta a seguirlo, a obedecerlo, a satisfacer sus expectativas al haberla llamado. “Seguramente está demente” pensó, y de inmediato cambió esa idea en su cabeza.
“Ellos leen la mente, así que más te vale ser prudente si quieres seguir en esto” le habían dicho cuando empezó a descubrir que lo sobrenatural era aún más frecuente que cualquier peste en toda Francia. Los vampiros eran un peligro, desde todo punto de vista. No tenían la sangre a salvo porque se la bebían, ni la mente porque la leían, ni tampoco el corazón porque eran capaces de conquistar a quien fuera con un par de palabras y dones bien puestos. Por lo mismo, tenía un arsenal de cosas en las que pensar cuando sabía que sus ideas se desviaban y, a partir de ese momento, sólo se podía ver una cosa en su mente: un rostro y otro, un cuerpo lastimado diferente de otro, un muerto, distinto a otro. Para quien fuera, en su pensamientos sólo existiría una cosa: muerte.
El modo en que se sucedían las cosas en tan pocos minutos empezaba a ponerla un poco tensa. El amo de aquella mansión ya no se dirigía directamente a ella, pero de algún modo, Mina sentía que la amenazaba como quien utiliza eufemismos de modo constante. Sus empleados le tenían miedo, eso era lo más evidente allí y, aunque el hombre del carruaje era allí el menos culpable, la inglesa guardó silencio, sabiendo que poco podría hacer para defender a alguien que podía hacerlo solo. Todos eran vampiros, era ella en apariencia la débil, aunque quizás mentalmente era diferente.
Pronto, los pies del vampiro quedaron frente a ella, que tenía que mirarlo hacia arriba dada su elevada estatura. El inmortal casi llegaba a los dos metros, cosa difícil de superar incluso en zapatos altos. Pareció querer decir algo, pero alguien, por fin, de apariencia humana, hizo acto de presencia en el lugar. Para ese momento Mina ya se sentía incómoda y se cruzó de brazos, como si eso le permitiera aguantar un poco más allí, sin saber qué podría pasar, intentando no imaginar que cualquier cosa podría suceder en ese lugar, tan grande en apariencia pero tan pequeño en sensación. Mina estaba acostumbrada a no encajar, pero esa situación se les salía de las manos, de las historias raras y de su haber en lo post mortem.
— ¿Celebración? — preguntó con el gesto de duda muy claro en su rostro. Esa, era la primera vez que alguien le decía eso cuando la llamaba por trabajo. Las cosas seguían girando de un modo poco predecible, pero lo suficientemente claro como para saber que debía terminar el trabajo y desaparecer de inmediato. —Bueno, lo que sé, lo tiene en sus manos esta noche— afirmó, soltando los brazos y dispuesta a seguirlo, a obedecerlo, a satisfacer sus expectativas al haberla llamado. “Seguramente está demente” pensó, y de inmediato cambió esa idea en su cabeza.
“Ellos leen la mente, así que más te vale ser prudente si quieres seguir en esto” le habían dicho cuando empezó a descubrir que lo sobrenatural era aún más frecuente que cualquier peste en toda Francia. Los vampiros eran un peligro, desde todo punto de vista. No tenían la sangre a salvo porque se la bebían, ni la mente porque la leían, ni tampoco el corazón porque eran capaces de conquistar a quien fuera con un par de palabras y dones bien puestos. Por lo mismo, tenía un arsenal de cosas en las que pensar cuando sabía que sus ideas se desviaban y, a partir de ese momento, sólo se podía ver una cosa en su mente: un rostro y otro, un cuerpo lastimado diferente de otro, un muerto, distinto a otro. Para quien fuera, en su pensamientos sólo existiría una cosa: muerte.
Mina Valentine- Humano Clase Media
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Re: La muerte: El preludio a otra vida | Privado
Ralph nunca pensó que llegaría el día – o la noche – en que echaría en falta su título y aunque ciertamente no lo hizo, dado que ser conde y vampiro traía más problemas de los deseados cuando decidía aparecer en el Parlamento, la Isla de Wight – condado que le había pertenecido desde la muerte de su primo – valía cada uno de sus sacrificios. Cualquier ser que se preciara, habría dado cualquier cosa por poner sus manos en sus propiedades. Si a eso se le añadía todas las mansiones, castillos y negocios que había ido coleccionando durante sus más de seiscientos años, no le sorprendía en absoluto que uno de los suyos se armase de valor para tomar un lugar que jamás podría llenar. Era un bastardo, sí, pero nadie jamás lo podía siquiera sospechar. Las voces de los sirvientes que sirvieron a su padre, se habían apagado hacía mucho tiempo y, aunque el eco de sus susurros parecían haberse grabado en las paredes, solo él podía entenderlas y burlarse de ellas. La crema y nata de la sociedad veía solo lo que quería ver y, enfundado en un traje confeccionado a la medida, era tan buen partido como cualquier otro caballero. ¿Quién podía imaginar que tras esa fachada se escondía un ser corrompido por la sangre, el poder y el vicio? Pero allí, en ese lugar alejado de la ciudad, abierta a que los curiosos se adentraran a sus dominios, no había máscara que portar. Todo era real o, tan real como lo pueden ser las más terribles pesadillas que el ser humano puede inventar cuando se dejan arrullar por los brazos de un demente Morfeo. Lucern era un cazador, pero no de víctimas – aunque siempre las había – sino del éxtasis que le producía un momento, una escena, un encuentro. No había forma de almacenar ese placer culminante porque de haberlo, ¿qué habría tenido de gratificante? Mina Valentine no lo sabía, pero cuando había cruzado el umbral de esa puerta, le había dado la bienvenida a ese otro yo que escondía bajo llave en su personal Caja de Pandora. Uno simplemente no coquetea con la muerte sin caer en sus redes.
El conde no respondió a su cuestión. No había necesidad de hacerlo. Ella no entendería la burla de su juego de palabras. Nadie lo haría sin conocer al humano que una vez había sido. El hombre que había olvidado porque ya no valía la pena recordarlo. El nuevo Ralph tenía un propósito, pero mientras lo conseguía, no cesaría de satisfacer sus macabros placeres. Su ceja se elevó, un gesto característico que denotaba reconocimiento, fastidio, advertencia y muchas cosas más; según lo ameritaba una situación pero, en esa ocasión, se debía a algo que no solía sentir a menudo: interés. La fotógrafa había despertado su curiosidad antes siquiera de hacerla parecer ante su presencia; así que añadir aquello, la podía hacer una muñeca coleccionable. Era una lástima que los juguetes nuevos no le fuesen duraderos, pero tenía la intención de averiguar cuánto podía ella soportar. Entró a su despacho como el Rey que era, como si sus espaldas estuviesen bien cuidadas y señaló las paredes vacías con malhumor. – El tiempo que le lleve restaurar cada una de mis pinturas, será mía. – Declaró. Como si él fuese el dueño de su vida y, además, como si en su escritorio no hubiese un cuerpo derramando su sangre. No era el primero, ni sería el último. – No necesitará trabajar para nadie más durante ese interludio. No volverá a hacerlo nunca si usted así lo decide. Le pagaré el doble de lo que habría ganado retratando toda su vida y, si es tan buena como dicen, yo mismo la haré famosa entre los aristócratas. – No mentía. No del todo. Él no era el único con gustos particulares. El que quisiera compartirla, en cambio, era totalmente distinto. – Entenderá – dijo, sentándose tras su escritorio, mientras servía dos copas de vino. El torso de Draco, interpuesto entre ellos, desde luego no ofendía al vampiro pero, ¿la ofendería a ella? – Que no estoy en busca de simples fotografías. No busco que retrate a muertos como si aún estuvieran con vida. Quiero que capture a la muerte como realmente es, fría, tentadora, lasciva. – Ofreció el vino por encima del cuerpo roto, a la par que sus dedos se enterraban en el rostro del traidor, solo para arrancar uno de sus orbes plateados. Lo miró con una ligera sonrisa torcida y lo echó en el interior de su propia copa. Antes de que ella pudiese coger la copa, la miró directamente a los ojos y agregó "No se equivoca, estoy demente." De esa forma le reconocía que leía mentes.
El conde no respondió a su cuestión. No había necesidad de hacerlo. Ella no entendería la burla de su juego de palabras. Nadie lo haría sin conocer al humano que una vez había sido. El hombre que había olvidado porque ya no valía la pena recordarlo. El nuevo Ralph tenía un propósito, pero mientras lo conseguía, no cesaría de satisfacer sus macabros placeres. Su ceja se elevó, un gesto característico que denotaba reconocimiento, fastidio, advertencia y muchas cosas más; según lo ameritaba una situación pero, en esa ocasión, se debía a algo que no solía sentir a menudo: interés. La fotógrafa había despertado su curiosidad antes siquiera de hacerla parecer ante su presencia; así que añadir aquello, la podía hacer una muñeca coleccionable. Era una lástima que los juguetes nuevos no le fuesen duraderos, pero tenía la intención de averiguar cuánto podía ella soportar. Entró a su despacho como el Rey que era, como si sus espaldas estuviesen bien cuidadas y señaló las paredes vacías con malhumor. – El tiempo que le lleve restaurar cada una de mis pinturas, será mía. – Declaró. Como si él fuese el dueño de su vida y, además, como si en su escritorio no hubiese un cuerpo derramando su sangre. No era el primero, ni sería el último. – No necesitará trabajar para nadie más durante ese interludio. No volverá a hacerlo nunca si usted así lo decide. Le pagaré el doble de lo que habría ganado retratando toda su vida y, si es tan buena como dicen, yo mismo la haré famosa entre los aristócratas. – No mentía. No del todo. Él no era el único con gustos particulares. El que quisiera compartirla, en cambio, era totalmente distinto. – Entenderá – dijo, sentándose tras su escritorio, mientras servía dos copas de vino. El torso de Draco, interpuesto entre ellos, desde luego no ofendía al vampiro pero, ¿la ofendería a ella? – Que no estoy en busca de simples fotografías. No busco que retrate a muertos como si aún estuvieran con vida. Quiero que capture a la muerte como realmente es, fría, tentadora, lasciva. – Ofreció el vino por encima del cuerpo roto, a la par que sus dedos se enterraban en el rostro del traidor, solo para arrancar uno de sus orbes plateados. Lo miró con una ligera sonrisa torcida y lo echó en el interior de su propia copa. Antes de que ella pudiese coger la copa, la miró directamente a los ojos y agregó "No se equivoca, estoy demente." De esa forma le reconocía que leía mentes.
Última edición por Lucern Ralph el Vie Feb 26, 2016 5:55 pm, editado 1 vez
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Re: La muerte: El preludio a otra vida | Privado
"Más fácil es callar contra la soberbia, que vencerla"
La prudencia de Mina, no sólo podía medirse en mantener cerrada la boca. Lo suyo era un asunto más complejo que implicaba gestos en presencia de todos, y pensamientos delante de los vampiros. Seguramente seguir trabajando sólo por y para humanos sería más sencillo, pero en París, a esas alturas, no podía evitarse tener un toque con lo sobrenatural. Era un riesgo, claro, y era por lo mismo que a Mina le merecía cada trabajo un doble esfuerzo. Ahora, se limitaría a seguirlo, a callar y a poner el empeño necesario para terminar el trabajo pronto.
— ¿Restaurar pinturas? — cuestionó, volviendo la mirada al vampiro mientras lo seguía ¿Acaso se había equivocado de persona? Mina disimulaba el paso de la muerte en otros, pero lo que él solicitaba estaba separado de lo que conocía. A menos, que se tratara de alguna broma personal que por ahora sólo él entendía —Mis habilidades son otras, Señor…— las palabras fueron perdiendo su tono cuando reconoció un cuerpo deshaciéndose tan cerca de ellos. Pero el asunto no era su muerte, sino de quién se trataba y de cómo había fallecido. Ahora entendía, y de paso, deducía que cuando hablaba de pinturas se refería a varios cuerpos, todos malogrados por él. —Mmm ya veo. Sin embargo no es la fama lo que busco. Haré el trabajo que requiera y de acuerdo a eso solicitaré mi paga. Después, partiré hasta que vuelva a necesitarme— respondió firme pero sin soberbia. Ya era sabido que ella manejaba esos asuntos como una frialdad impropia para un humano, pero era eso lo que le gustaba y lo que le daba de comer. Era su trabajo y como tal, debía comportarse, más allá de lo excéntrico de la mayoría de sus clientes. Además, la sola idea de permanecer allí como una posesión le resultaba inconcebible, sin mencionar, que el hecho de trabajar para uno sólo que le ofrecía fama no tenía sentido ¿Para qué ser reconocida sino podía tener más que un cliente que pretendía ser amo? No, era imposible. Debía terminar y partir como siempre, al menos si por las buenas era eso posible.
Mientras el inmortal avanzaba hacia el escritorio como si allí nada pasara, Mina lo siguió, con los ojos fijos en aquél que viera caminando hace tan pocas horas. Podía preguntar algo, pero su ética le impedía cuestionar todo aquello que no fuera necesario para efectuar su labor. —Entonces no quiere que lo arregle en lo absoluto ¿Verdad? Si mal no lo entiendo, lo que pretende es que la fotografía enfoque la causa de la muerte, sin disimulo ni maquillaje— la voz de Mina sonaba demasiado baja, pero a un vampiro no era necesario hablarle fuerte. Por suerte, sus pensamientos estaban enfocados en el cadáver, observando el espacio por el que fluía sangre y en el que ya no había nada latiendo. Sin embargo, su mirada volvió al vampiro cuando le ofreció una copa —Se lo agradezco, pero no bebo mientras trabajo. — la última palabra se le dificultó mencionarla mientras rechazaba sutilmente la bebida, porque sin soltar la copa, el inmortal extraía uno de los ojos del cadáver. Era evidente que más que por aterrarla, tenía un enfermizo morbo por la muerte y sus manifestaciones. Todo le sería poco, él buscaba lo que para muchos representaba horror. Y era por lo mismo que Mina no mutaba la expresión de su rostro, incluso cuando supo que aquél pensamiento imprudente y fugaz acerca de él, no le había sido oculto. Él se lo hacía saber, invadiendo la mente de Mina. Lucern Ralph quería tener el control de todo, visible e invisible, vivos y muertos, el presente y el porvenir, todo — Dígame si quiere que el ojo que tiene en su mano y el corazón, aparezcan en la escena. También necesito saber si desea que el cuerpo permanezca en esta silla o lo prefiere tras su escritorio, o quizás en otro lugar. Dígame por favor lo que desea y lo haré— su mirada se clavó en los claros ojos del vampiro, que la miraba con una determinación impresionante, como si esperara que ella saliera corriendo de allí o suplicara cualquier cosa.
Uno, dos, tres, cuatro… Mina empezó a contar en su mente mientras esperaba las instrucciones. Estaba claro que no podía pensar en libertad. Estaba siendo invadida mentalmente y casi se sentía capturada por las indicaciones del otro. Pero iba a terminar el trabajo, esa era siempre su mayor determinación. — Por cierto ¿Dónde está el corazón?—.
— ¿Restaurar pinturas? — cuestionó, volviendo la mirada al vampiro mientras lo seguía ¿Acaso se había equivocado de persona? Mina disimulaba el paso de la muerte en otros, pero lo que él solicitaba estaba separado de lo que conocía. A menos, que se tratara de alguna broma personal que por ahora sólo él entendía —Mis habilidades son otras, Señor…— las palabras fueron perdiendo su tono cuando reconoció un cuerpo deshaciéndose tan cerca de ellos. Pero el asunto no era su muerte, sino de quién se trataba y de cómo había fallecido. Ahora entendía, y de paso, deducía que cuando hablaba de pinturas se refería a varios cuerpos, todos malogrados por él. —Mmm ya veo. Sin embargo no es la fama lo que busco. Haré el trabajo que requiera y de acuerdo a eso solicitaré mi paga. Después, partiré hasta que vuelva a necesitarme— respondió firme pero sin soberbia. Ya era sabido que ella manejaba esos asuntos como una frialdad impropia para un humano, pero era eso lo que le gustaba y lo que le daba de comer. Era su trabajo y como tal, debía comportarse, más allá de lo excéntrico de la mayoría de sus clientes. Además, la sola idea de permanecer allí como una posesión le resultaba inconcebible, sin mencionar, que el hecho de trabajar para uno sólo que le ofrecía fama no tenía sentido ¿Para qué ser reconocida sino podía tener más que un cliente que pretendía ser amo? No, era imposible. Debía terminar y partir como siempre, al menos si por las buenas era eso posible.
Mientras el inmortal avanzaba hacia el escritorio como si allí nada pasara, Mina lo siguió, con los ojos fijos en aquél que viera caminando hace tan pocas horas. Podía preguntar algo, pero su ética le impedía cuestionar todo aquello que no fuera necesario para efectuar su labor. —Entonces no quiere que lo arregle en lo absoluto ¿Verdad? Si mal no lo entiendo, lo que pretende es que la fotografía enfoque la causa de la muerte, sin disimulo ni maquillaje— la voz de Mina sonaba demasiado baja, pero a un vampiro no era necesario hablarle fuerte. Por suerte, sus pensamientos estaban enfocados en el cadáver, observando el espacio por el que fluía sangre y en el que ya no había nada latiendo. Sin embargo, su mirada volvió al vampiro cuando le ofreció una copa —Se lo agradezco, pero no bebo mientras trabajo. — la última palabra se le dificultó mencionarla mientras rechazaba sutilmente la bebida, porque sin soltar la copa, el inmortal extraía uno de los ojos del cadáver. Era evidente que más que por aterrarla, tenía un enfermizo morbo por la muerte y sus manifestaciones. Todo le sería poco, él buscaba lo que para muchos representaba horror. Y era por lo mismo que Mina no mutaba la expresión de su rostro, incluso cuando supo que aquél pensamiento imprudente y fugaz acerca de él, no le había sido oculto. Él se lo hacía saber, invadiendo la mente de Mina. Lucern Ralph quería tener el control de todo, visible e invisible, vivos y muertos, el presente y el porvenir, todo — Dígame si quiere que el ojo que tiene en su mano y el corazón, aparezcan en la escena. También necesito saber si desea que el cuerpo permanezca en esta silla o lo prefiere tras su escritorio, o quizás en otro lugar. Dígame por favor lo que desea y lo haré— su mirada se clavó en los claros ojos del vampiro, que la miraba con una determinación impresionante, como si esperara que ella saliera corriendo de allí o suplicara cualquier cosa.
Uno, dos, tres, cuatro… Mina empezó a contar en su mente mientras esperaba las instrucciones. Estaba claro que no podía pensar en libertad. Estaba siendo invadida mentalmente y casi se sentía capturada por las indicaciones del otro. Pero iba a terminar el trabajo, esa era siempre su mayor determinación. — Por cierto ¿Dónde está el corazón?—.
Mina Valentine- Humano Clase Media
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Re: La muerte: El preludio a otra vida | Privado
Si no podía hacer lo que él ordenaba que se hiciera, no había ninguna razón para alargar esa conversación. Mientras degustaba el vino, y su mirada la atravesaba, leyendo los pensamientos que corrían libremente por su mente, ansiosos por saltar a la suya en un evidente acto suicida; Lucern dejó que su imaginación viajara a terrenos más placenteros. Si Mina era incapaz de restaurar cada una de sus pinturas, merecía terminar en ese cuarto, haciéndole compañía al inmortal sobre su escritorio. Su sangre, tendría que ser tomada como pago por hacerle perder su valioso tiempo. La ilusión se construyó sobre ellos con una facilidad asombrosa, como una araña que teje sus hilos para atrapar y enredar, a su presa. Por lo general, los vampiros hacían uso de esa habilidad para confundir a las personas; pero el conde, prefería utilizarla como herramienta para volver realidad sus propios deseos. Con tan sólo manipular el espacio que lo rodeaba, podía crear un sinfín de escenarios que satisficiera a sus demandas. Una espada de doble filo. Cuando había empezado a desarrollarlo, muchas veces se encontró cambiando el entorno para revivir aquélla experiencia con su prometida humana. No era usual encontrar rostros como el de Astrid, pero su personalidad tranquila y, a la vez, atrevida, parecía ser más común en las mujeres de esa época. Detestó encontrar esa particularidad en la fotógrafa. Hacía un par de años que no se permitía recordar los errores de su pasado. Temas más importantes, clamaban por su atención. Tenía un reino que conquistar, un imperio que construir y enemigos que atacar. Cinco años atrás, esa parte de la mansión se había quemado, junto con la única pintura que habían plasmado aquéllas manos. Astrid había pintado un amanecer, como si hubiese sabido, que él no volvería a apreciar uno nunca más. Los malditos celos de una de los suyos, habían acabado con su obsequio, convirtiendo en cenizas el último lazo que poseía con su antigua vida. Todo parecía indicar que cuando perdía una pieza de incalculable valor, otras aparecían, oscuras y morbosas, para llenar el vacío. Después de ello, hacer que retrataran a sus amantes, abandonadas a su placer y caricias; se convirtieron en su nuevo pasatiempo. Grandes pintores, tuvieron la dicha de capturar el éxtasis y la esencia de la pasión. Ahora, con todos esos cuadros temporalmente perdidos, pues tenía la entera convicción de que las recuperaría sin importar el costo; su deseo por experimentar con la otra cara de la moneda, lo había llevado a buscar los servicios de Mina. Una Mina, que ahora yacía muerta, abrazada al inmortal.
Una mueca de desprecio curvó su boca, pues no se le pasó por alto la ironía. Astrid había despreciado su nueva condición, ¿qué pensaría la humana de ellos? Pero la ilusión se fragmentó cuando la joven, sin ápice de miedo, hizo la última pregunta. – Lo degusté, como usted debería haber hecho con el vino. – Señaló, con un gruñido. Sus vinos, estaban alterados, con sangre de vírgenes. Lucern no sabía cómo, pero sus sirvientes siempre se aseguraban de cumplir sus caprichos. Siendo que hacía mucho tiempo que un humano no era tan idiota como para meterse en sus dominios, se prometió que más tarde averiguaría cuál era la fuente que estaban utilizando para saciar sus apetitos. – Y se equivoca, Mina, no pretendo que la fotografía enfoque sólo la causa, sino también al causante. Es por eso que la necesito por tiempo indefinido. Usted me ha malinterpretado, no le estaba dando una opción. Trabajará exclusivamente para mí. Sus noches, a partir de ahora, son mías. – Lo que hiciera durante el día, sin embargo no le importaba. – Deberá acoplarse a mi horario e ir a dónde yo le exija, sin contratiempos ni demoras. Lo que pasó hace unos instantes, no volverá a repetirse. Así sea el Rey de Francia quien mande a llamarla, declinará, ¿entiende? – Especialmente si se trataba de éste, pensó con odio. Nigel, era tan sólo un niño entre los suyos que, como todos los recién nacidos, se creía invencible. Podría tener el país entero a su disposición, pero esa guerra que comenzaba a librarse desde las sombras, sólo aquél con más soldados vampiros y ases bajo la manga, vencería. – Draco se quedará dónde está. Siempre estaba hablando de cuánto le gustaba mi nuevo escritorio, digno de un Rey. ¿Está de acuerdo con esa valoración? – Dejó la copa a un lado, para llevar hasta su boca la que la joven había rechazado. Esa clase de vino era demasiado costoso para que se desperdiciase. No preguntaba porque sintiese curiosidad, en realidad, pensaba distraerla para que dejase de contar. No pasaría mucho tiempo antes de que bajase la guardia por completo. Los humanos, después de todo, eran libros abiertos y el conde, era un ávido lector. En cierta forma, quería que se sintiese cómoda a su alrededor, ya tendría mucho tiempo para horrorizarse por las escenas que le mostrase. Como líder de un clan, siempre estaba ocupado dando el ejemplo a los que osaban llevarle la contraria o, peor aún, traicionarlo.
Una mueca de desprecio curvó su boca, pues no se le pasó por alto la ironía. Astrid había despreciado su nueva condición, ¿qué pensaría la humana de ellos? Pero la ilusión se fragmentó cuando la joven, sin ápice de miedo, hizo la última pregunta. – Lo degusté, como usted debería haber hecho con el vino. – Señaló, con un gruñido. Sus vinos, estaban alterados, con sangre de vírgenes. Lucern no sabía cómo, pero sus sirvientes siempre se aseguraban de cumplir sus caprichos. Siendo que hacía mucho tiempo que un humano no era tan idiota como para meterse en sus dominios, se prometió que más tarde averiguaría cuál era la fuente que estaban utilizando para saciar sus apetitos. – Y se equivoca, Mina, no pretendo que la fotografía enfoque sólo la causa, sino también al causante. Es por eso que la necesito por tiempo indefinido. Usted me ha malinterpretado, no le estaba dando una opción. Trabajará exclusivamente para mí. Sus noches, a partir de ahora, son mías. – Lo que hiciera durante el día, sin embargo no le importaba. – Deberá acoplarse a mi horario e ir a dónde yo le exija, sin contratiempos ni demoras. Lo que pasó hace unos instantes, no volverá a repetirse. Así sea el Rey de Francia quien mande a llamarla, declinará, ¿entiende? – Especialmente si se trataba de éste, pensó con odio. Nigel, era tan sólo un niño entre los suyos que, como todos los recién nacidos, se creía invencible. Podría tener el país entero a su disposición, pero esa guerra que comenzaba a librarse desde las sombras, sólo aquél con más soldados vampiros y ases bajo la manga, vencería. – Draco se quedará dónde está. Siempre estaba hablando de cuánto le gustaba mi nuevo escritorio, digno de un Rey. ¿Está de acuerdo con esa valoración? – Dejó la copa a un lado, para llevar hasta su boca la que la joven había rechazado. Esa clase de vino era demasiado costoso para que se desperdiciase. No preguntaba porque sintiese curiosidad, en realidad, pensaba distraerla para que dejase de contar. No pasaría mucho tiempo antes de que bajase la guardia por completo. Los humanos, después de todo, eran libros abiertos y el conde, era un ávido lector. En cierta forma, quería que se sintiese cómoda a su alrededor, ya tendría mucho tiempo para horrorizarse por las escenas que le mostrase. Como líder de un clan, siempre estaba ocupado dando el ejemplo a los que osaban llevarle la contraria o, peor aún, traicionarlo.
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Re: La muerte: El preludio a otra vida | Privado
"El que ha superado sus miedos será verdaderamente libre."
-Aristóteles.
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No era necesario permanecer demasiado tiempo en su presencia, como para notar que Lucern Ralph no era un vampiro que mantuviese principios. Si bien la mayoría de inmortales poseen un ego que sobrepasa su propio entendimiento, el de él se sobreponía a cualquier circunstancia, suponiendo incluso que cualquier ser existente, tendría que someterse a su ciega y soberbia voluntad. Tenía sus amenazas para lograr sus deseos, pero también sus acciones y como factor sorpresa, su don de la ilusión. Mina era afortunada al conocer el mundo sobrenatural como lo hacía, porque de lo contrario, podría estar arrodillada en el piso llorando y suplicando por una misericordia temprana, causada únicamente por una amenaza dibujada con crueldad en su mente. Caso contrario, seguía contando números en su mente a pesar de observar la escena proyectada para deleite de uno, y temor del otro. Si el vampiro creía que la idea de verse muerta podría aterrarla, se equivocaba, porque el trabajo de Mina le hacía pensar en su propio deceso y en el modo en el que este se daría practicamente a diario. La muerte no era nada nuevo para la inglesa, que despertaba y se acostaba tan cerca de ella cada día, que vivía, comía y vestía a partir de sus aciertos o estragos y, eso, sin duda, era algo que debía entender él por sus propias deducciones y medios.
—Lamento de nuevo haber rechazado su copa, pero como comprenderá, garantizo estar en mis cinco sentidos para cumplir a cabalidad con mi trabajo— respondió con absoluta educación, pese a que no creía que realmente debiera excusarse de nuevo por algo tan banal. No obstante, esa frase de “El cliente siempre tiene la razón” estaba presente todo el tiempo en su memoria. Ella tenía claro que no era cierta, pero el verdadero significado de aquello, es que siempre se le debe responder al cliente como éste espera, como una especie de placebo mientras todo termina y él desaparece medianamente satisfecho y sin objetar demás. —Según entiendo, ésta no será su primera víctima. Lo que usted desea es que yo esté aquí cada noche para dejar un registro gráfico de lo que es capaz de hacer ¿Me equivoco? — Mina era hábil leyendo entre líneas y, aunque Lucern Ralph no tenía problema en dejar muy claro lo que quería, quizás había cosas en las que era algo sutil sin haberlo deseado. —De todos modos, debo declinar, Señor Ralph. No es un amo lo que busco, ni el dinero mi mayor anhelo. Si así lo dispone, haré lo que ha querido para esta noche y luego partiré. Asistiré a sus llamados de acuerdo a mi disponibilidad, porque usted es uno más de mis clientes y no planeo tratarlo de una manera distinta, porque no sería justo. Si lo que quiere es mi silencio, lo obtendrá, pero no a cambio de una cárcel— espetó de la misma manera tranquila, aunque a él eso podría resultarle desafiante. No así, Mina prefería una tumba antes de verse sometida a una prisión tan horrenda, a pesar de estar decorada con oro, y mucho más teniendo en cuenta al tirano que pretendía gobernar lo que ella era capaz de hacer con las manos. Amaba lo que hacía, pero ser parte del asesinato de otros no era algo que le apasionara. Quizás había tomado un riesgo demasiado alto dadas las circunstancias, pero nada, podría compararse con el valor de su libertad.
Como si nada, se acercó al cuerpo un poco más y miró al cadáver a los ojos, o al ojo que aún le quedaba y a la cuenca vacía junto a él. El iris parecía empezar a hundirse, y los restos de una mirada absorta declaraba lo terrible que sería vivir bajo la voluntad de aquél vampiro. Seguramente le arrancaría los dedos si es que algo no le gustaba. Probablemente la mataría al primer error que considerara grave, o la torturaría de maneras que ella no era capaz de imaginar. Necesitaba terminar pronto y escapar de allí, aunque no tuviera idea el cómo. —El horror que planea quedará plasmado, ahora necesito que se acomode como mejor le parezca, y que se quede inmóvil hasta que yo haya terminado— solicitó. Debía dejar que su mente sólo se concentrara en términos de luces y enfoques, en el cómo acertar a lo que le solicitaban, en el mantenerse atenta para no dejar pensamientos libres y, sobre todo, en el hecho de poder salir de allí con vida, dejando de tentar demasiado a la muerte.
—Lamento de nuevo haber rechazado su copa, pero como comprenderá, garantizo estar en mis cinco sentidos para cumplir a cabalidad con mi trabajo— respondió con absoluta educación, pese a que no creía que realmente debiera excusarse de nuevo por algo tan banal. No obstante, esa frase de “El cliente siempre tiene la razón” estaba presente todo el tiempo en su memoria. Ella tenía claro que no era cierta, pero el verdadero significado de aquello, es que siempre se le debe responder al cliente como éste espera, como una especie de placebo mientras todo termina y él desaparece medianamente satisfecho y sin objetar demás. —Según entiendo, ésta no será su primera víctima. Lo que usted desea es que yo esté aquí cada noche para dejar un registro gráfico de lo que es capaz de hacer ¿Me equivoco? — Mina era hábil leyendo entre líneas y, aunque Lucern Ralph no tenía problema en dejar muy claro lo que quería, quizás había cosas en las que era algo sutil sin haberlo deseado. —De todos modos, debo declinar, Señor Ralph. No es un amo lo que busco, ni el dinero mi mayor anhelo. Si así lo dispone, haré lo que ha querido para esta noche y luego partiré. Asistiré a sus llamados de acuerdo a mi disponibilidad, porque usted es uno más de mis clientes y no planeo tratarlo de una manera distinta, porque no sería justo. Si lo que quiere es mi silencio, lo obtendrá, pero no a cambio de una cárcel— espetó de la misma manera tranquila, aunque a él eso podría resultarle desafiante. No así, Mina prefería una tumba antes de verse sometida a una prisión tan horrenda, a pesar de estar decorada con oro, y mucho más teniendo en cuenta al tirano que pretendía gobernar lo que ella era capaz de hacer con las manos. Amaba lo que hacía, pero ser parte del asesinato de otros no era algo que le apasionara. Quizás había tomado un riesgo demasiado alto dadas las circunstancias, pero nada, podría compararse con el valor de su libertad.
Como si nada, se acercó al cuerpo un poco más y miró al cadáver a los ojos, o al ojo que aún le quedaba y a la cuenca vacía junto a él. El iris parecía empezar a hundirse, y los restos de una mirada absorta declaraba lo terrible que sería vivir bajo la voluntad de aquél vampiro. Seguramente le arrancaría los dedos si es que algo no le gustaba. Probablemente la mataría al primer error que considerara grave, o la torturaría de maneras que ella no era capaz de imaginar. Necesitaba terminar pronto y escapar de allí, aunque no tuviera idea el cómo. —El horror que planea quedará plasmado, ahora necesito que se acomode como mejor le parezca, y que se quede inmóvil hasta que yo haya terminado— solicitó. Debía dejar que su mente sólo se concentrara en términos de luces y enfoques, en el cómo acertar a lo que le solicitaban, en el mantenerse atenta para no dejar pensamientos libres y, sobre todo, en el hecho de poder salir de allí con vida, dejando de tentar demasiado a la muerte.
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