When an angel deserves to die [Roth]

Han pasado ya varios meses desde que me encuentro en el colegio, las clases se han convertido en el predicado de una oración sin fin, y sin embargo las matemáticas, como talantes anuncian epifanías sordas… El colegio día tras día se ha metido en mis entrañas, absorbiendo cada instante que me queda de libertad, cada gota de cordura; no es un reproche, quizás todo lo contrario, es una agradecimiento, puesto que esto que hago es lo que en el pasado anhelaba hacer…

Las paredes de aquel edificio se yerguen inmensas sobre las calles parisenses, demostrando cuan importantes y cultas son, diferenciando clases sociales de una forma que la economía jamás podrá, y allí soy yo una reina, de manos pobres y semblante apagado; solo los números encienden las flamas aguamarinas de mis ojos. Y el tacto de mis dedos ha comenzado a conocer a ciegas cada uno de los recovecos que este edificio ofrece, cada aula, biblioteca y jardín, se ha convertido en mi hogar, el santuario en el que eximo mis pecados…

Hubo noches que devoré enteras leyendo libro tras libro, esperando el alba para impartir las materias que me correspondían, olvidando de tanto en tanto vivir, dormir, comer… Dejando los escasos momentos libres a deambular acompañada de sombras por los corredores del colegio, que caprichosos se adentraban en la antigüedad de este, la antigüedad de la misma ciudad, mostrando entradas al pasado de una ciudad desolada y devastada en cuantiosas ocasiones por plagas y guerras…

Llegó la noche en la que, los corredores, uno más sombrío que el anterior me llevaron hasta una puerta, en lo más profundo del recinto… Intenté abrirla con todas mis fuerzas, pero parecía sellada para no ser abierta nunca más… Si algo malo encuentro en mi propio carácter es la falta de límites y la incapacidad de recibir un no como respuesta… Así que pasando un par de noches, regresé a aquel funesto lugar cargada de cincel y martillo y con la convicción de no salir de aquel lugar sin respuestas, de preguntas que yo no había formulado aún…

Pasaron un par de horas hasta que escuché la bisagra de la puerta ceder apesadumbrada, dejando tras de mi una pila de escombros que se erguía como advertencia de lo que estaba por ver. Terminé mi labor y, tomando una vela con la mano zurda, comencé a adentrarme con cautela a aquel rincón que se abría después de, quizás, cientos de años de permanecer cerrado… Un olor a muerte se desprendía de aquel pasillo mortecino que se iniciaba a mis pies, un aire seco acarició la flama de la vela, amenazando con apagarla, un presagio que cualquier creyente hubiera considerado seriamente; pero no yo, soy una hija de la ciencia, de la iluminación, no creo en cuentos de hadas ni tampoco en leyendas de monstruos…

Suspiré y me encaminé con paso cauto por aquel pasillo, perdiéndome en una oscuridad que poco tenía que ver con el corredor que precedía a aquella puerta, la luz ambarina me mostraba rocas apiladas que formaban una entrada a las catacumbas de la ciudad… de aquellas catacumbas que tantas veces había escuchado hablar… el tacto de mis dedos acariciaba las ásperas rocas que interminables me conducían por un laberinto que poco a poco me tragaba. De pronto las paredes dejaron de ser de piedra, y mis manos tocaban ahora los cráneos apilados de los moribundos de la peste negra y disentería, pobres almas apiladas una sobre otra, anónimas y testigos de historias que hasta hoy creería son simplemente ficción…

Continué adentrándome en la oscuridad de aquel lugar donde el silencio solo era roto por mis pisadas…

Un pie siguió al otro, como si poseyeran voluntad propia; mis ojos reflejaban la flama ambarina que la vela dejaba escapar al tiempo que las yemas de mi diestra acariciaban la calcita de los muertos; de pronto un ruido me sacó de mi pensamiento, obligándome a mirar hacia atrás, la puerta del colegio se había cerrado tras de mí, sentí como el corazón me dio un vuelco y el estómago se escondió en mi garganta… pero aquella emoción poco a poco se mitigó, desplazada por la curiosidad que las catacumbas parisinas despertaban en mí, tantos años, tantas historias calladas…

Lo único que se podía escuchar era el profundo silencio que los muertos emanaban, el aire pesado por la poca corriente dentro del lugar hacia complicada la tarea de respirar, pero pronto me vi absorta por una frase esculpida en latín en una de las columnas que se erguían entre los bien formados cráneos que flanqueaban los pasillos… Dejé que mi mano recorriera los surcos que las letras dibujaban en la piedra, pudiendo escuchar la breve fricción que ellos producían… Pero hubo una corriente de aire que acarició mi piel, obligándome a mirar más allá de lo que había ya recorrido, la profunda oscuridad que tragaba todo vestigio de luz.

Sentí un escalofrío, como he dicho antes, me considero una hija de la ciencia, una creyente de la iluminación, ajena a fantasías y cuentos de fantasmas; pero en aquel instante sentí que me observaban, de una forma voraz y malvada. Mi mente trató de razonar, “Seguramente se trata de un vagabundo que usa las catacumbas como morada” suspiré tratando de creerme eso, ya había vivido años en la corte de los milagros, ningún humano sería capaz de amedrentarme, eso se los puedo asegurar…

Di un paso en dirección a aquello que sentía me podía observar “quizás comenzaba a sugestionarme a mí misma, el lugar se prestaba para aquello…”, pero cuando la luz avanzó sobre las paredes subterráneas escuché un gruñido, algo parecido a un murmuro gutural que destilaba sorna… Tragué saliva y pensé en salir corriendo, pero no; no era digno de mí huir de lo desconocido, más aún cuando estaba casi segura para ese momento de que se trataba de un hombre jugando conmigo…

Di un par de pasos más en su dirección, titubeando en cada uno de ellos -¿Quién eres?...- hice una pausa y proseguí –Demando ver vuestro rostro…- las palabras se desvanecían en el pesado aire mientras me arrepentía de haberlas dicho…

La candela de la vela se había esfumado, no estaba segura de que había sido, si las corrientes que existen en las catacumbas, o el aliento de aquel de quien no podía ver su rostro, pero estaba segura que la luz de la luna que apenas se filtraba no era suficiente para que yo lograra orientarme, sabía que había caminado a la izquierda después de cerrar la puerta del colegio, más no tenía certeza de cuantos pasos había dado en aquella dirección antes de toparme con aquel sujeto, porque no me animaba a decirle humano, que me hablaba en un dialecto gutural que no lograba entender.

Mi único apoyo se convirtió en los cráneos y osamentas que flanqueaban las interminables paredes que conformaban las catacumbas parisinas, aquellos testigos silenciosos de lo que allí ocurría, y en un instinto de supervivencia comencé a recorrer los pasos que había dado, sin darle la espalda a lo que fuera que ello fuera… Pero de pronto comencé a sentir piedras que resonaban con el hueco de los huesos, pequeñas piedras que no buscaban mi cuerpo como objetivo de primera mano; pero de pronto me convierto en objeto de tal agresión, por un instante a mi mente vuela la idea de que se trata de un humano tan asustado como yo… Pero esa idea se difumina rápidamente al escuchar de nuevo aquel dialecto gutural, casi como un rugido que hace un eco por todas las cavernas de las que se componen las catacumbas -¿Qué deseas de mí?- un grito desesperado emana de mi boca.

Un sonido nuevo taladra mis oídos, el filo de unas uñas, unas garras que laceran las osamentas que reposan en paz, trastabillo irremediablemente, una osamenta que aún huele a putrefacción me hace perder la vertical, y parece que nada más importa “No tiene caso averiguar quién o qué es él, es mi ejecutor…” pensamientos funestos comienzan a invadir mi mente, mi templo secular, mi escondite más sagrado…  Mi corazón late frenético, no rezo, nunca he creído en la religión, sin embargo sé que mi fin está cerca cuando sus pasos se aceleran, comenzando un trote que logra retumbar todo lo que allí se encuentra.

Como puedo me incorporo, siento como la piel de mi rodilla se desgarra a través de la tela del vestido con una piedra filosa, más aquello no me importa en aquel momento, giro mi cuerpo y comienzo a correr entre la oscuridad, pero no importa que tanta velocidad imprima a mi huida, puedo escuchar que él se acerca a mí, y cuando está lo suficientemente cerca, me dice algo en un idioma que no conozco, seguido por una carcajada que podría jurar provenía de los infiernos “si creyera en ellos” , después siento sus manos heladas tirar de mi cabello despeinado, que se escapa de su mano como suave seda… Vuelve una repentina calma, “una prueba tal vez, o quizás se prepara para una estocada final…”. En todo caso, miré a mi alrededor, me encontraba perdida en el laberinto que formaban las catacumbas de París, sin la menor idea de cómo salir de ella y con el corazón saliendo de mi pecho con cada latir…