Meu Négo ► Privado

«Odette, eres una mala persona. No debiste actuar de esa manera»

Claro, si hubiera hecho caso a su conciencia, probablemente no estaría en aquella situación y sinceramente, poco le importaba. Odette se aferraba a la idea de que había hecho el bien, que era una justiciera, aunque para eso tuvo que separar a un padre y a su pequeña hija con la excusa de que aquel hombre era una amenaza para la niña. El hecho de que Kirian Stendhal fuera un cambiante despertaba la desconfianza de la cazadora, quien no hacía más que sacarle en cara que él no era la persona adecuada para encargarse de la pequeña Neliel, a quien le había tomado suficiente cariño como para decidir que sería ella quien se haría cargo de la brujita. Una idea completamente descabellada.

Estaba consciente que Neliel estaba bien al lado de Kirian y él cuidaba de la infanta. Pero los pequeños descuidos del cambiante le habían costado caro, pues fue en ese momento cuando Odette se aprovechó y se llevó a la niña consigo. Aunque fuese engañándola para que ésta no se aferrara a la idea de que quería ver a su padre. Por suerte, Neliel no era de aquellos niños que se aferraban demasiado a sus padres, sino que solía distraerse fácilmente y eso sumaba puntos a favor de Odette.

Sabía que si permanecía en la ciudad, el cambiaformas podía dar fácilmente con ella, así que la mejor opción era que ella y la niña se trasladaran al campo. La familia Bourgeois tenía una pequeña propiedad en el campo en donde solían pasar los fines de semana y fue a ese lugar en donde llevaría a Neliel. La mantendría alejada de Kirian y estaría más tranquila.

Todo indicaba que se había salido con la suya y que según ella “le había hecho un bien al mundo”. A pesar de que Fréderic no concordaba en lo absoluto con las acciones de Odette. Estaba mal secuestrar una niño, pero para la cazadora no era secuestro, simplemente era una adopción sin papeles de por medio. Tras varios días de estar en el campo, la niña parecía adaptarse bastante bien y jugueteaba feliz por los rincones de la residencia y eso para Odette estaba más que bien. Sin embargo, la idea de que Kirian estuviera rondando por alguna parte la desconcertaba un poco. Tenía que hacer algo con el cambiante, debía deshacerse de él de alguna manera antes de que fuera demasiado tarde.

Quizás la conciencia ya le estaba reclamando por sus malos actos y por eso era que al cabo de los días no pudo conservar la calma que poseía desde un principio. Se quedaba observando por los ventanales de la propiedad, como si esperara a alguien y antes de irse a dormir se encargaba de recorrer los alrededores para asegurarse de que todo estuviera en orden. Aquella vez no era la excepción, justo cuando el ocaso se hacía presente, ensillaba uno de sus corceles y salía a hacer su recorrido de rutina. Dejaba a las criadas encargadas de la pequeña bruja mientras ella protegía su propiedad de algo que en sí no era una amenaza. Porque Kirian no lo era, lo sabía, pero su terquedad jamás se lo haría ver así.

Abandonó la enorme casa para adentrarse en los bosquecillos que circundaban el lugar; galopaba con cierta monotonía hasta que el aburrimiento y el silencio la alentaban a regresar. Pero en eso momento no hizo caso a nada de eso, prefirió continuar para toparse con ese algo que la alentaba continuar.

¿De verdad estaba bien lo que había hecho? ¿Era lo correcto? Según su orgullo, sí. Pero había una parte de conciencia, de sensatez que le decía que no y despertaba un inevitable malestar en ella. Como lo hace la culpa en las personas que cometen alguna falta grave y ésta les persigue hasta la locura. Empezaba a sentirse nerviosa, como si a sus espaldas pudiera aparecer Kirian en cualquier momento, acusándole de cosas terribles, señalándola de mala persona y arrebatándole de su lado a Neliel, a la que supuestamente había salvado de una vida pésima. Sí, pésima según Odette, porque ella jamás vio alguna inconformidad en la niña, muy al contrario, la veía feliz y no paraba de hablar de las aventuras que vivía día a día con el cambiante, al que se empeñaba en llamarle padre.

La cazadora se sintió tentada en ir al hospital en donde Neliel le había contado que estaba la señora Gretchen, quien la cuidó mientras su padre estaba ausente y su madre se despediría para “irse al reino de las hadas”.  No era una historia nada conmovedora para Odette, pero admiraba a la infanta por demostrar tal valentía ante todo lo que le había ocurrido. Por un momento creyó que Kirian había hecho bien en cuidar a la brujita, pero no terminaba de confiar en lo absoluto y dándole tantas vueltas al asunto la confundían una y otra vez. Se llevó a Neliel en un arrebato de ¿idiotez? Sí. No podía negarlo.

Se paseaba ansiosa por los rincones de la propiedad, observando de vez en cuando a la pequeña jugar y extasiarse con todos los libros de relatos de seres fantásticos que la misma Odette le había obsequiado. Al menos agradecía que la niña estuviera cómoda en aquel lugar y aunque preguntara frecuentemente por su padre, parecía estar tranquila, como si confiara plenamente en las palabras de la mujer o porque quizás, la brujita sabía, gracias a los espíritus benévolos que le rodeaban, que su papá aparecería tarde o temprano. Esas palabras fueron las que desconcertaron completamente a Odette y despertaron su insana ansiedad, más que enfrentarse con Kirian, se vería como una mentirosa ante una pequeña a la cual no quiso dañar nunca. Eso era algo terrible para ella que tanto se preocupara en mantener intacta su buena reputación y conociendo el pasado del cambiante, lo menos que deseaba era enfrentarse a éste delante de Neliel.

Después de haberse percatado que nada ni nadie perturbarían su paz esa noche, decidió que lo mejor era regresar de nuevo a la residencia, dejando a un lado sus miedos absurdos. Acarició la crin del caballo y jaló con suavidad de las riendas para así poder regresar finalmente. Pudo haberlo hecho antes cuando algo le insistió en hacerlo y quizás no arriesgaría a su suerte tan estúpidamente. Justo cuando creía que todo estaría medianamente bien, las cosas tomaron un rumbo diferente.

—Pero qué demonios… —Masculló al ver lo que se había revelado ante sus ojos.

Ante ella y el corcel apareció, entre la arboleda, un can. No era cualquier can común, sino un husky que mostraba sus colmillos ferozmente, dispuesto a atacarla. Odette sostuvo las riendas de su caballo con fuerza antes de que éste alzara sus patas delanteras, completamente alarmado ante la presencia del cánido. La cazadora intentó calmar al animal para evitar que la terminara tumbando al suelo, pero su esfuerzo fue en vano; Odette cayó del caballo, aunque maniobró para aminorar el impacto, se golpeó tan fuerte la cabeza quedando inconsciente.

¿Acaso la aparición de ese can era una forma de decirle que había errado? ¿Qué por primera vez en su vida estaba equivocada? No le dio demasiado tiempo pensar en la respuesta correcta, pues más importaba hacer el intento de salvar su vida controlando los nervios de su caballo, que dejarse guiar por incertidumbres innecesarias, que terminaron abatiendo su mente cuando su cuerpo descendió repentinamente hacia el suelo al liberarse accidentalmente del agarre de las riendas.

Todo había ocurrido demasiado rápido, de un momento a otro, su visión fue arrastrada a sombras y ya no hubo más nada sino silencio  a su alrededor. Se hallaba inconsciente, tirada en el suelo como si estuviera muerta. Pero Odette era terca y si tenía que desafiar a la misma muerte, lo haría, pues aún tenía demasiados pendientes en este mundo como para caer abatida por una caída absurda. Debía despertar, liberarse de la oscuridad de su mente, pues Neliel estaba en su casa y no debía dejarla sola, no de esa manera; no se dejaría derrotar por aquel cambiante que le causaba tanta recelo. Intentó moverse, pero fue inútil; su cuerpo pesaba demasiado y no reaccionaba ante la necesidad que tenía Odette de liberarse de aquel mal. ¿Estaba realmente muerta? ¡Claro que no! Jamás a permitirse eso, no se iba a rendir.

Intentó mover sus manos y éstas apenas reaccionaron. Creyó escuchar repetidas veces su nombre, como un eco lejano, en donde no podía reconocer voces, sólo sonidos. Todo le resultaba confuso y al verse incapaz de moverse, le resultaba más complicado. Sus sentidos apenas iban reaccionando al golpe, de manera lenta y progresiva hasta que finalmente, luego de largos minutos, que parecían una eternidad, iba recuperándose progresivamente. Primero su respiración, luego sus musculos y así sucesivamente hasta que pudo tomar el control de sí misma.

Al abrir los ojos, Odette no se esperaba aquella escena y hubiera preferido quedarse inconsciente en vez de haber presenciado eso. A pesar de la pesadez de su cuerpo y de su vista, que quedó borrosa por unos segundos, pudo reconocer aquel rostro que le observaba en suspenso. Frunció el ceño, pero al intentar largar una palabrota, sólo soltó un quejido. La cabeza le dolía y cuando hizo el intento de moverla, pesaba como nunca. Observó al hombre horrorizada, molesta, indignada... ¿Qué rayos hacía? ¿Sería él quien causó que su caballo se altera haciéndola caer súbitamente? Eso no le agradó en lo más mínimo.

— ¿Querías matarme? ¿Eso buscabas, verdad? —Masculló intentando levantar su torso apenas un poco, usando de apoyo sus antebrazos—. Eres un hombre ruín ¡Eres un peligro...! —Su frase fue interrumpida de momento por el malestar de su cabeza, obligándola a cerrar sus ojos de inmediato.

Por un momento se sintió mareada, cansada. Todo daba vueltas y su cuerpo parecía ser de plomo, sin embargo, la presencia de Kirian hizo que ignorara esos detalles, él de seguro vendría por Neliel y no iba a entregársela. Ahora menos, que intentó matarla, o al menos eso pensaba Odette.

—Santo cielos, ni pudor tienes... ¡Cúbrete! —Exclamó al instante en que, como pudo, le lanzó aquel abrigo que llevaba encima—. Desvergonzado, ¿qué pretendes? Primero me atacas y luego haces una escenita como esta. Si has venido por Neliel, ahora menos pienso dejar que se vaya contigo, ¡Pervertido!

—Ya cállate —gruñó mientras se masajeaba las sienes. El dolor de cabeza empezaba a ser insoportable—. Esas no son excusas para quitarte culpabilidad. Casi me mato por tu culpa. —Le miró con desprecio—. Sigues siendo un animal.

Odette tenía una lengua afilada cuando se molestaba, aparte de que su orgullo podía más que su sensatez. Cuando se empeñaba en algo, no había forma ni manera de hacerla cambiar de opinión. Era testaruda, terriblemente testaruda.

Sabía el porque aquel hombre estaba ahí y eso de cierta manera la descolocó y el golpe en la cabeza no hizo sino que agravar las cosas. Pero no debía demostrar nada que delatara su actual situación; Odette no era de ese tipo de mujeres. Desde pequeña había demostrado poseer un carácter fuerte y desarrolló una gran independencia, por lo que, a esas alturas, ni siquiera se había molestado en tener pareja. Mucho menos pensaba en una familia. Le daba más importancia a su oficio que a sus propias necesidades. Y no parecía importarle mucho.

—No seas descarado, si lo que buscas es excusarte, has fallado... Eso puedes ir a contárselo a otra, no a mí, ser del Averno —respondió de mala manera mientras hacia el intento de ponerse de pie. Pero fue inútil y más cuando escuchó la risa burlona del cambiante—. Oh sí, ¿y se supone que por eso, tengo que verte desnudo? Ve a un prostíbulo y posa para todos ahí si te da la gana, pero a mí me respetas, desvergonzado.

La sangre se había acumulado en el rostro de Odette, sonrojando completamente sus mejillas, no era porque se sintiera avergonzada; estaba molesta, mareada, con el dolor taladrándole la cabeza y la presencia de Kirian no hacía sino aumentar más su malestar. Pero no iba a cambiar de parecer, no iba a permitir que aquel hombre se llevara a la pequeña bruja. Odette se sentía destinada a cuidarla y para ella, aunque no lo fuera, Kirian era una amenaza para la niña, sólo por el hecho de ser un cambiante. Desde que era una chiquilla se le había inculcado el desprecio hacia los sobrenaturales, incluso a los mismísimos brujos, de los cuales, algunas veces, se les podía sacar algún beneficio. Odette aún se mantenía muy arraigada a dichas enseñanzas y muy poco cambiaba de opinión.

Con Kirian pasaba exactamente lo mismo, a pesar de que Neliel hablara maravillas del hombre, al que consideraba su padre, Odette se negaba a creerle. Hacía el mayor esfuerzo para evitar que la infanta pensara lo menos posible en el cambiante, pero era inútil. Sin embargo, la cazadora jamás se rendía.

—Pidas permiso o no, ella no se irá contigo y deja de llamarla de esa manera, Neliel no es tu hija —le refutó—. Eres una amenaza, entiéndelo de una buena vez.

Miró de mala gana al cambiante cuando éste le extendió la mano; no pensó en ningún momento en hacerle caso y tampoco pensaba hacerlo, pero una idea maliciosa se cruzó por su mente. Odette había sido entrenada tanto en manejo de armas como en defensa personal, pues, ante todo, tendría que lidiar con criaturas con mejores capacidades que las de un ser humano común. Pero no siempre eran tan todopoderosos, con el entrenamiento adecuado se podrían doblegar sin problema. Aunque ahora la cabeza parecía que iba a estallarle, algo tenía que hacer, no podía permitir que el hombre se saliera con la suya.

Finalmente, después de debatirse un poco si era adecuado tomar medidas tan pronto, estrechó la mano de Kirian. Él de seguro se confiaría en aquel acto de la cazadora, pero muy al contrario, Odette aprovechó para jalarlo hasta derribarlo en el suelo, dejándolo boca abajo, para así sentarse sobre él y colocar en su cuello el filo de una daga de plata que llevaba oculta entre sus prendas.

—Te daré dos opciones... Te largas o te largas. Créeme, cualquiera de las dos resultará beneficiosa para ti.

Cuando un Bourgeois se empeñaba en alguna cosa, no había poder alguno que lo hiciera cambiar de opinión. Parecía que llevaban la terquedad y el orgullo en sus venas. Eran obstinados y de mal genio, pero no todos tenían mal corazón. Odette no era la excepción; había heredado todas aquellas actitudes y se sentía orgullosa de ser quien era. Estaba conforme consigo mismo. Sin embargo, cuando Neliel y Kirian apaecieron en su vida, muchas cosas empezaron a salirse de su cauce natural y eso era algo a lo que no lograba adaptarse completamente. Hacía su mejor esfuerzo para no dejar a un lado su orgullo, a pesar de que, en varias ocasiones, quería tirar la toalla.

Y justo en ese momento se preguntaba si lo mejor era dejar ir a aquella niña con ese hombre y quitarse un peso de encima. Pero por otra no quería hacerlo, tenía que ser perseverante y desistir de sus objetivos no era lo indicado. Odette estaba entre la espada y la pared. Se aferraba a sus ideales de querer el bien para todos, sin darse cuenta de que ella misma estaba obrando mal; intentaba separar a una pequeña de aquel que le había brindado afecto y protección. Lo entendía, muy en el fondo lo hacía. Sin embargo, aplacar su genio significaba perder y ella odiaba perder.

¿Quién de los dos es más idiota? ¿Él o tú? O quizás... Tú seas la única idiota.

Aquellas palabras en su mente, acabaron con toda su fortaleza. ¿Qué diablos estaba haciendo? ¿En qué clase de ser se había convertido? Había escuchado atentamente al cambiante, pero todo lo que aquel había dicho no tuvo sentido hasta que algo en su interior le habló de esa manera tan... sincera. El corazón de Odette dio un salto en su pecho y por impulso, terminó hundiendo más la daga en el cuello del hombre.

—No intentes persuadirme con tus palabras, porque no va a funcionar. Sabes que tengo razón... —Masculló, sin moverse de su lugar—. ¡Y no! Ella no es tu hija. Dices que lo es, pero no es así; además, ¿qué puedes ofrecerle? Parecen dos almas errantes y no puede ser así. Es una niña pequeña, necesita un hogar en donde vivir, en donde estar segura. Contigo no lo estará... No de esa manera. —Apartó la daga y se hizo a un lado. Su cordura empezaba a quebrarse—. ¿Acaso te es difícil entender eso? Si la quieres, deberías pensar en su bienestar y no en lo que tu egoísmo te dicta.

Las palabras simplemente surgieron por sí solas, como si fueran impulsadas por otra energía diferente a la suya. Odette lo asoció al cansancio que la consumía en esos momentos. Por primera vez, en tanto tiempo, se sentía derrotada... abatida. Alguna fuerza en su interior la estaba desviando de lo que siempre había sido y de lo que ella se planteó ser. Ya no tenía ganas de seguir luchando a causa de su orgullo. Ni siquiera sentía la necesidad de seguir inventando excusas para llevarle la contraria a Kirian. Ahora, lo único que quería, eran respuestas y verdaderas razones por las cuales, Neliel tenía que estar al lado de él y no de otra persona con la que estaría más segura.

—Sólo me preocupo porque esté bien, como lo hago por los niños del orfanato. Los cazadores no siempre somos los seres ruines que los sobrenaturales dicen que somos. Entiendo el odio que sientan hacia muchos cazadores... Pero, no todos somos iguales. No nos puedes meter en el mismo saco —mencionó con absoluta sinceridad—. Quizás, no todos los sobrenaturales sean malos. Pero, esto no es porque seas cambiante, es por... porque ella tiene que estar bien. Por más que sea una bruja, no significa que sea inmune a muchos males. ¿Te has puesto a pensar en ello alguna vez?

Había bajado la guardia ante la culpabilidad, con la conciencia marchita y con la baja moral apuñalándole el ego, permaneció en silencio. Contemplaba el pasado de su familia y sí misma, siendo juzgada por una criatura que se supone debía arrastrar a la muerte por el filo de su daga. Su orgullo e instinto, le pedían a gritos que dejara correr la sangre de aquel cambiante al que suponía, debía odiar. Pero una voz muy dentro de sí, como un murmullo suave, con voz ausente, le hablaba, le clamaba paciencia y que dejara a la sensatez hacerse espacio en su corazón. Las preguntas se amontonaban en su cabeza y eran creadoras de la duda que acallaba sus réplicas.

Sólo un pesado suspiro afloró de sus labios y con ojos cansados observó al hombre que tanta fe le pedía que lo llevara hasta donde estaba la pequeña que ella había decidido refugiar sin consultarle a nadie.

—Ella te eligió a ti y con más razón deberías pensar en lo mejor para su seguridad —murmuró, a pesar de comprender las palabras ajenas, seguía aferrándose a una justicia ciega—. ¿Cómo pudiste dejar que permaneciera a tu lado a sabiendas que no estabas en condiciones para asumir una responsabilidad tan grande? Me lo cuestiono una y otra vez porque mi terquedad no me deja comprender tus motivos. Ella es tan pequeña e inocente... No entiendo tus razones. Sencillamente no lo sé.

Se llevó las manos al rostro, notablemente frustrada por verse como una chiquilla que no era capaz de asimilar una situación con facilidad. Y sólo le asaltaba la ansiedad y se sentía incoforme por verse atrapada en un laberinto cuya salida estaba oculta entre murallas muy altas. No alcanzaba ver la luz y cada vez se arrastraba más en tinieblas. Luchaba internamente por no ceder a sus caprichos y cuando creyó que estaba siendo derrotada, algo tomó su mano y de nuevo esa voz en su interior le transmitió paz y la paz llevaba a una verdad que no podía silenciar.

—Ella me pidió que la llevara a un lugar seguro porque un "Señor Azul" se lo dijo; me habló de que estaría bien conmigo según lo que le decía esa criatura. No te estoy mintiendo, son las palabras que Neliel me ha dirigido y sé que no son inventos... Los hechiceros tienen un don para ver cosas que otros seres no; eso debes saberlo tú que has estado a su lado durante todos estos meses —dijo, guiándose únicamente por lo que le pedía su conciencia—. Después de eso, no me atrevo a dejar que vaya contigo. Me atormenta pensar que luego de aquella confesión, le falle y si algo malo les ocurriera a ambos, no me lo perdonaría. Sé que es difícil para ti no poder desapegarte de ella, pero, ¿qué tal si lo que me contó es cierto? Me advirtió de un peligro que aún no alcanzo a comprender y aunque siendo una niña, se tome esas frases como si fuese un cuento de hadas, sé que está en lo cierto. Algo me lo dice...

Las palabras hicieron eco en su interior; algo la estaba conduciendo al hablar, pero carecía de sentido, a pesar de poder sentir esa fuerza colmando sus sentidos y dominando su razón.

—Deja que se quede unos días aquí. Podrás venir a verla cuando quieras, pero por favor... Permite que se quede hasta que el peligro pase.

Nunca se había sentido tan derrotada como en ese momento; su orgullo se había quebrado por completo, desplomándose y haciéndose trizas como lo haría el cristal al estrellarse contra el suelo, volviéndose añicos. Se había aferrado a su ego, a lo que ella quería que fuera, y no a lo que el destino dictaba; sabía que estaba mal, que no podía continuar con aquel comportamiento estoico, pero le costaba admitirlo por completo. Su terquedad, motivada por su necesidad de proteger a otros, la tenían ciega, como si sus ojos tuvieran una gruesa venda, que ahora había sido arrebatada por la realidad. Ya era demasiado tarde para arrepentimientos y no conservaba la misma fortaleza de veces anteriores; no tenía deseos de continuar luchando. Sin embargo, tampoco era capaz de romperle una promesa a Neliel.

Por primera vez había mirado a Kirian directamente a los ojos, reconociendo algo familiar en aquel brillo, como si lo conociera de alguna parte. ¿Estaba volviéndose loca o sólo sería por el golpe que se llevó en la cabeza?

—Sólo te estoy diciendo lo que ella me dijo. Tampoco entiendo a qué se refería... También me comentó que su amigo, ese Señor Azul, le habló sobre alguien peligroso y que debías cuidarte —respondió con seguridad, sin apartar la vista de los ojos del cambiante—. Por eso no quiero dejarla ir, ¿qué tal si es verdad? Es una bruja, tiene talentos que otros no poseemos y... no sé. Le prometí que la protegería. También me pidió que viera de ti, pero eso no será necesario, supongo. —Encogió los hombros con indiferencia, haciéndose a un lado—. Yo no sé qué es lo que está ocurriendo en este momento, Stendhal. Pero, sea lo que sea, me he visto involucrada de manera inevitable. Soy testaruda, como has visto; orgullosa y tosca. Pero cuando prometo algo, lo hago con el corazón. Sé cuando ofrecer mi lealtad sin dudarlo, y justo ahora, puedo decir que... los ayudaré.

Esas últimas palabras fueron como un golpe en el estómago; una dolorosa bofetada... algo que la había hecho declinar. Pero era más por su constante riña con el cambiante, por la manía de llevarle la contraria, que por desconfianza. Neliel le había enseñado, en poco tiempo, que las apariencias engañaban, que muchas veces las personas solían dejarse llevar por una máscara y no por lo que se ocultaba tras ésta.  Con Kirian se había dado cuenta de ello y por más que se mordiera la lengua y la soberbia le rasgara por dentro, admitió lo que en otra ocasión no hubiera hecho.

—Bien... entonces te llevaré con ella, es lo que deseas y ya he perdido esta batalla —admitió finalmente, dispuesta a dejar a un lado todo rencor en su corazón.