AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Remordimiento póstumo || Privado
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Remordimiento póstumo || Privado
Para iluminarme en aquella hora de cansancio,
Y en su oscurecimiento ninguna conjetura podría
Atormentarme con los días perdidos que deseamos,
¡Después de ellos mis recuerdos fueron destrozados!
—Ernest Christopher Dowson.
Y en su oscurecimiento ninguna conjetura podría
Atormentarme con los días perdidos que deseamos,
¡Después de ellos mis recuerdos fueron destrozados!
—Ernest Christopher Dowson.
Se acomodó los guantes en las manos y entonces se dirigió al segundo nivel de aquel lugar de fachada antigua y descuidada. Ese sitio estaba destinado a ser el refugio del grupo de mercenarios al que pertenecía Zéphyr. Al momento en que se establecieron en París, debieron crear vidas falsas y eso incluía un negocio “falso”. Habían escogido la parte menos concurrida de la zona comercial de la ciudad, así no levantarían demasiadas sospechas, ni tampoco tendrían que lidiar con los típicos curiosos. Una tienda de artesanías y antigüedad era, sin duda, el negocio perfecto.
Ernest, el líder del grupo, había dejado a Zéphyr y a Guillaume a cargo del local mientras él y los otros estaban realizando un pequeño trabajo a las afueras de la ciudad. Ninguno objetó nada y desde luego, Zéphyr, estaba más que satisfecho con la decisión de Ernest, pues tenía otras cosas que hacer en París durante esa temporada; aunque eso lo distrajera un poco de su venganza.
Dejó a Guillaume en el aparador del local, mientras él se encargaba de dejar en perfecto orden el armamento que habían adquirido hace poco. El hechicero, entre bromas, se burló de Zéphyr diciéndole cosas como: Cuidado con la plata, perrito o procura no mirar demasiado las balas de plata, pueden tener vida propia y atacarte. A lo que el licántropo respondió con un bufido. Odiaba esas bromas; pero Guillaume era su amigo, un muy burlista amigo. Al fin y al cabo tenía que aguantarlo o mejor, luego se vengaría de él de alguna manera. Pero en esos momentos no estaba para juegos infantiles. Quizás la cercanía del plenilunio era lo que estaba causando su mal humor, pero eso era algo que no podía asegurar.
— ¡No te distraigas demasiado! Y mucho menos andes de coqueto —exclamó desde el piso de arriba. Pues ya conocía lo despreocupado que podía ser Guillaume algunas veces.
Se dedicó a revisar cautelosamente todas las armas que habían logrado obtener con un cliente de confianza. Zéphyr había aprendido todo acerca del manejo de las mismas gracias a Friedrich, un cambiante y soldado retirado de la armada germánica. Un pesado suspiro salió de sus labios al ver el desastre en el que se convirtió el lugar de un momento a otro, ni siquiera se molestó en cerrar la puerta de aquella habitación, pues era poco común que alguien ajeno al grupo subiera al segundo piso. Normalmente, el depósito de mercancía que se vendía en la tienda estaba abajo, al final del salón detrás del aparador.
Zéphyr se dedicó con paciencia desmedida a su labor, pensando en que Guillaume no se distraería con nada y se quedara abajo atendiendo a la posible clientela. Pero en realidad, el brujo, al notar que no había hecho unos pequeños cambios en el mostrador, se fue al almacén a cerciorarse de algunas cosas, descuidando, como era de esperarse, la entrada principal. Arriba, el licántropo estaba tan concentrado en lo suyo, que perdió la noción del tiempo, sobre todo cuando se trataban de rifles antiguos. Los tomaba como lo haría un niño con un juguete nuevo; los contemplaba con infantil emoción y dejaba escapar uno que otro silbido al ver todo lo que habían logrado obtener.
Ernest, el líder del grupo, había dejado a Zéphyr y a Guillaume a cargo del local mientras él y los otros estaban realizando un pequeño trabajo a las afueras de la ciudad. Ninguno objetó nada y desde luego, Zéphyr, estaba más que satisfecho con la decisión de Ernest, pues tenía otras cosas que hacer en París durante esa temporada; aunque eso lo distrajera un poco de su venganza.
Dejó a Guillaume en el aparador del local, mientras él se encargaba de dejar en perfecto orden el armamento que habían adquirido hace poco. El hechicero, entre bromas, se burló de Zéphyr diciéndole cosas como: Cuidado con la plata, perrito o procura no mirar demasiado las balas de plata, pueden tener vida propia y atacarte. A lo que el licántropo respondió con un bufido. Odiaba esas bromas; pero Guillaume era su amigo, un muy burlista amigo. Al fin y al cabo tenía que aguantarlo o mejor, luego se vengaría de él de alguna manera. Pero en esos momentos no estaba para juegos infantiles. Quizás la cercanía del plenilunio era lo que estaba causando su mal humor, pero eso era algo que no podía asegurar.
— ¡No te distraigas demasiado! Y mucho menos andes de coqueto —exclamó desde el piso de arriba. Pues ya conocía lo despreocupado que podía ser Guillaume algunas veces.
Se dedicó a revisar cautelosamente todas las armas que habían logrado obtener con un cliente de confianza. Zéphyr había aprendido todo acerca del manejo de las mismas gracias a Friedrich, un cambiante y soldado retirado de la armada germánica. Un pesado suspiro salió de sus labios al ver el desastre en el que se convirtió el lugar de un momento a otro, ni siquiera se molestó en cerrar la puerta de aquella habitación, pues era poco común que alguien ajeno al grupo subiera al segundo piso. Normalmente, el depósito de mercancía que se vendía en la tienda estaba abajo, al final del salón detrás del aparador.
Zéphyr se dedicó con paciencia desmedida a su labor, pensando en que Guillaume no se distraería con nada y se quedara abajo atendiendo a la posible clientela. Pero en realidad, el brujo, al notar que no había hecho unos pequeños cambios en el mostrador, se fue al almacén a cerciorarse de algunas cosas, descuidando, como era de esperarse, la entrada principal. Arriba, el licántropo estaba tan concentrado en lo suyo, que perdió la noción del tiempo, sobre todo cuando se trataban de rifles antiguos. Los tomaba como lo haría un niño con un juguete nuevo; los contemplaba con infantil emoción y dejaba escapar uno que otro silbido al ver todo lo que habían logrado obtener.
Zéphyr C. Bonnet- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 12/03/2015
Localización : París
Re: Remordimiento póstumo || Privado
“Una inquietud sin finalidad en el presente y un sacrificio continuo y estéril en el porvenir: he aquí todo lo que le quedaba sobre la tierra.”
Fiódor Dostoyevski
Fiódor Dostoyevski
El viaje a Inglaterra había sido revelador. Tras indagar, una y otra vez, en los cientos de recuerdos familiares, diarios personales y archivos que podían juzgarse como clasificados, había encontrado un breve intercambio de misivas entre su padre y su abuela. Allí, el líder de los Wyn, le declaraba a la matriarca la existencia de un bastardo por nacer y una romántica frase de amor hacia la madre de éste, a la que la mujer había rotulado como una “ramera abusiva” y le ordenaba volver inmediatamente, dejando atrás los deseos de la carne; su familia no sería manchada con la deshonrosa existencia de un ilegítimo, y si algo se sumaba al escándalo era el origen gitano. Bronwen podía imaginar la forma en que su abuela se había dirigido a su padre cuando éste volvió de su misión. Había sonreído suavemente, sonrisa que se borró de sus labios cuando se fijó en la fecha. La conversación se había dado en el año 1782, ¡cuando tenía doce años! Tenía un medio hermano, menor, y que seguramente vagaba por el continente con aquellos grupos de mala muerte que eran los gitanos. Imaginó a su padre enredado en los brazos de una mujer de piel dorada y cabellos oscuros, con aires misteriosos, tales como la muchacha que se le aparecía en sueños, y estuvo a punto de vomitar. Él, que se jactaba de la moral y las buenas costumbres, había abandonado a una embarazada que llevaba en su vientre a su propio hijo. Claro, no se había sentido en posición de juzgarlo, ella misma había cometido el mayor crimen sin culpa alguna, pero eso no evitaba la desilusión que le había provocado lo descubierto.
La hechicera estaba decidida a dar con el paradero de la bastarda, ya no le cabían dudas de que era ella con quien había conectado. Se había obsesionado con su existencia, y aunque al principio detestaba los sueños misteriosos, durante el día deseaba el momento que llegase la noche para poder recibir un mensaje que nunca llegaba. Siempre era la misma escena; se encontraba a varios metros de distancia y la muchacha estaba con su ropa raída y sucia, mientras las lágrimas le surcaban el rostro golpeado. Sin embargo, el anhelo de encontrarla había surgido pocas noches atrás, cuando las lágrimas se habían convertido en sangre. No le cabían dudas de que ella se encontraba en peligro, que algo oscuro la acechaba. Había aprendido a hacer uso de sus poderes, aún en una situación en la que no tenía el control como los sueños, y había detectado su aura pura, los débiles poderes que poseía –seguramente herencia gitana- y una sombra erigiéndose a su alrededor. No era casual que se hubieran buscando, aún de forma inconsciente. Contactar a un detective hubiera supuesto un camino fácil, pero necesitaba gente entrenada para enfrentar peligros, su instinto le dictaba que había algo más poderoso detrás de todo aquello y no iba a correr riesgos innecesarios. Sus conexiones en el círculo político le dieron una dirección, de alguien de confianza.
—No deberías jugar con eso —Bronwen había entrado cubierta, sin ser percibida en el piso inferior, donde funcionaba la fachada de aquel grupo, y donde un muy distraído muchacho atendía desde atrás de un mostrador. —Puedes hacerte daño a ti mismo —agregó, apoyándose en el marco de la puerta, tras quitarse la capucha que le había tapado la cabeza. Percibió que se trataba de una criatura sobrenatural, y le agradó que su búsqueda no quedara en manos de simples humanos.
La hechicera estaba decidida a dar con el paradero de la bastarda, ya no le cabían dudas de que era ella con quien había conectado. Se había obsesionado con su existencia, y aunque al principio detestaba los sueños misteriosos, durante el día deseaba el momento que llegase la noche para poder recibir un mensaje que nunca llegaba. Siempre era la misma escena; se encontraba a varios metros de distancia y la muchacha estaba con su ropa raída y sucia, mientras las lágrimas le surcaban el rostro golpeado. Sin embargo, el anhelo de encontrarla había surgido pocas noches atrás, cuando las lágrimas se habían convertido en sangre. No le cabían dudas de que ella se encontraba en peligro, que algo oscuro la acechaba. Había aprendido a hacer uso de sus poderes, aún en una situación en la que no tenía el control como los sueños, y había detectado su aura pura, los débiles poderes que poseía –seguramente herencia gitana- y una sombra erigiéndose a su alrededor. No era casual que se hubieran buscando, aún de forma inconsciente. Contactar a un detective hubiera supuesto un camino fácil, pero necesitaba gente entrenada para enfrentar peligros, su instinto le dictaba que había algo más poderoso detrás de todo aquello y no iba a correr riesgos innecesarios. Sus conexiones en el círculo político le dieron una dirección, de alguien de confianza.
—No deberías jugar con eso —Bronwen había entrado cubierta, sin ser percibida en el piso inferior, donde funcionaba la fachada de aquel grupo, y donde un muy distraído muchacho atendía desde atrás de un mostrador. —Puedes hacerte daño a ti mismo —agregó, apoyándose en el marco de la puerta, tras quitarse la capucha que le había tapado la cabeza. Percibió que se trataba de una criatura sobrenatural, y le agradó que su búsqueda no quedara en manos de simples humanos.
Magdala Đurić- Gitano
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Fecha de inscripción : 21/01/2013
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Re: Remordimiento póstumo || Privado
Recuerdos que hacen del corazón su tumba,
Lamentos que se deslizan sobre la penumbra,
Susurrando con horribles voces
Que la felicidad sentida se convierte en dolor.
—Percy Bysshe Shelley.
Lamentos que se deslizan sobre la penumbra,
Susurrando con horribles voces
Que la felicidad sentida se convierte en dolor.
—Percy Bysshe Shelley.
Examinaba entretenido cada una de las armas que había logrado consignar su jefe; Zéphyr a veces se cuestionaba cómo Ernest era capaz de conseguir tan buen armamento, pues todo aquello parecía un arsenal digno de un inquisidor, incluso, de un cazador profesional, pero al recordar algunas cosas sobre el pasado de aquel hombre, sólo esbozó una sonrisa. Sin duda alguna, Ernest era un tipo audaz en los negocios, dejaba al clan en buena posición y eso era lo único que verdaderamente importaba.
De un momento a otro, y estando tan concentrado, se olvidó que Guillaume hiciera bien su trabajo de custodio abajo en el mostrador. El licántropo pulió algunos rifles y los guardó en sus fundas correspondientes, tenía unos deseos enormes de poder probar aquellos juguetes nuevos, pero ya tendría tiempo de hacerlo, ahorita simplemente debía hacer de mucama y organizar todo el desastre para evitar futuros inconvenientes. Estuvo bastante ocupado arriba, moviendo cajas y sacudiendo polvo; tenía que dejar todo impecable para cuando regresara su jefe. Confiaba en que las cosas marcharían bien, jamás habían lidiado con problemas en aquel sitio y la gran mayoría de las veces pasaba por desapercibido, así que Zéphyr no tenía mucho de que preocuparse mientras cumplía con su tarea. Su faena se volvía cada vez más entretenida por cuanta arma nueva pasaba por sus manos, sin embargo, una vez femenina lo alejó de su labor y maldijo internamente a Guillaume.
Mantuvo una postura firme a pesar de estar a espaldas de la puerta de aquella habitación. Aún así un suspiro pesado emergió de sus labios y sin soltar el rifle, se giró hacia su nueva visita. Observó a la mujer y luego al rifle, esbozando una sonrisa, negando ligeramente con la cabeza. Esperaba que aquella no estuviera simplemente husmeando en el local, pero al juzgar por su apariencia, era lo menos probable. Zéphyr no bajó la guardía en ningún momento, sin embargo, su actuación siempre fue serena.
—Tengo entrenamiento especializado en armas. Hacerme daño no está en mi inventario —dijo con tono monótono—. Pero eso no es lo que realmente le interesa, ¿verdad que no?
Zéphyr dejó el arma a un lado sin dejar de fijar su atención en la dama, por su aura, supo que era hechicera. Usualmente, los brujos tenían ciertas tonalidades que los delataban con otros sobrenaturales y digamos que ya estaba muy familiarizado con esto. Sacó un pañuelo de su bolsillo y limpió sus manos para quitarse el polvo; su aspecto en ese momento no era el mejor, pero al menos haría el intento de estar presentable.
— ¿Qué la ha traído por aquí? Si ha llegado hasta este punto es porque está interesada en algo más que simples baratijas antiguas, ¿cierto? O es que mi compañero es demasiado distraído para dejar pasar a los clientes al segundo piso —Inquirió al momento en que dejaba el pañuelo a un lado para extenderle la mano—. Zéphyr Bonnet, para servirle...
De un momento a otro, y estando tan concentrado, se olvidó que Guillaume hiciera bien su trabajo de custodio abajo en el mostrador. El licántropo pulió algunos rifles y los guardó en sus fundas correspondientes, tenía unos deseos enormes de poder probar aquellos juguetes nuevos, pero ya tendría tiempo de hacerlo, ahorita simplemente debía hacer de mucama y organizar todo el desastre para evitar futuros inconvenientes. Estuvo bastante ocupado arriba, moviendo cajas y sacudiendo polvo; tenía que dejar todo impecable para cuando regresara su jefe. Confiaba en que las cosas marcharían bien, jamás habían lidiado con problemas en aquel sitio y la gran mayoría de las veces pasaba por desapercibido, así que Zéphyr no tenía mucho de que preocuparse mientras cumplía con su tarea. Su faena se volvía cada vez más entretenida por cuanta arma nueva pasaba por sus manos, sin embargo, una vez femenina lo alejó de su labor y maldijo internamente a Guillaume.
Mantuvo una postura firme a pesar de estar a espaldas de la puerta de aquella habitación. Aún así un suspiro pesado emergió de sus labios y sin soltar el rifle, se giró hacia su nueva visita. Observó a la mujer y luego al rifle, esbozando una sonrisa, negando ligeramente con la cabeza. Esperaba que aquella no estuviera simplemente husmeando en el local, pero al juzgar por su apariencia, era lo menos probable. Zéphyr no bajó la guardía en ningún momento, sin embargo, su actuación siempre fue serena.
—Tengo entrenamiento especializado en armas. Hacerme daño no está en mi inventario —dijo con tono monótono—. Pero eso no es lo que realmente le interesa, ¿verdad que no?
Zéphyr dejó el arma a un lado sin dejar de fijar su atención en la dama, por su aura, supo que era hechicera. Usualmente, los brujos tenían ciertas tonalidades que los delataban con otros sobrenaturales y digamos que ya estaba muy familiarizado con esto. Sacó un pañuelo de su bolsillo y limpió sus manos para quitarse el polvo; su aspecto en ese momento no era el mejor, pero al menos haría el intento de estar presentable.
— ¿Qué la ha traído por aquí? Si ha llegado hasta este punto es porque está interesada en algo más que simples baratijas antiguas, ¿cierto? O es que mi compañero es demasiado distraído para dejar pasar a los clientes al segundo piso —Inquirió al momento en que dejaba el pañuelo a un lado para extenderle la mano—. Zéphyr Bonnet, para servirle...
Zéphyr C. Bonnet- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 12/03/2015
Localización : París
Re: Remordimiento póstumo || Privado
Era guapo, mucho más de lo que habría esperado de alguien que llevase una vida como aquella. Lo estudió sin el decoro que se demandaba para una dama de su clase. Su cuerpo se notaba ágil, tenía los músculos firmes, y le agradó que la mirase a los ojos, no confiaba en aquellos que no lo hacían. El joven le pareció perspicaz y educado, le agradó la mezcla entre ambas cualidades. Decidió, rápidamente, que podía depositar en ese caballero el secreto mejor guardado de su padre, el tormento que había logrado resolver con su viaje relámpago a Londres. Se había tomado muchas molestias para descubrir la identidad de la muchacha que aparecía en sus sueños, especialmente, alejarse de su pequeña Elizabeth, por lo que no dejaría pasar la oportunidad de poner sobre la mesa, las cartas que, tan curiosamente, había jugado su padre. Éste último no podía enterarse de la llama caliente que tenía entre sus manos, al menos, no por el momento. Temía lo que el líder de los Wyn podía hacer, y de lo que sus enemigos podían utilizar.
Los gitanos no eran bien vistos en ningún círculo social, mucho menos entre la organización que celosamente custodiaba y encabezaba su familia, organización a la cual ella era funcional. No le sorprendía el hecho de que alguien supiese sobre ese gran secreto y estuviese utilizándola para llegar a su media hermana. ¡Qué extraño resultaba pensarla de esa manera! Barajaba la posibilidad de una emboscada que mancillase el apellido para siempre y que lanzase al vacío la tarea que hacía tantos años que llevaban a cabo. La propia Bronwen había cometido pecados imperdonables para proteger el círculo selecto y para escudar el buen nombre de Stephen. A pesar de que no sentía remordimiento, convivir con esa realidad, desde el descubrimiento de la bastarda, le comenzaba a resultar, de cierta forma, incómodo, le estaba costando comprender que su padre no confiase en ella, como Brownen sí lo había hecho.
—No descarto la posibilidad de llevarme alguna antigüedad —respondió con una sonrisa suave y una nota de picardía en la voz. —Encantada de conocerlo, Monsieur Bonnet. Bronwen —se adelantó un paso y estiró su mano enguantada, para apretar la del licántropo. Había abandonado el primer trato informal con el cual se había dirigido. —Bonito y curioso lugar, debería reprender a su compañero, me fue muy fácil escabullirme hasta aquí —entró al cuarto sin pedir permiso, y recorrió con la mirada una de las armas que aún no había sido guardada en su estuche. —Imagino que si Ernest le permite estar aquí, es porque puedo hablar con usted y, por supuesto, confiar —habló del jefe de aquel grupo como si lo conociera, pero lo cierto era que sólo tenía algunas referencias con respecto a él. Claro, ese detalle podía obviarse, al menos, por el momento.
—¿Éste es un lugar seguro para hablar o prefiere que nos retiremos a otro sitio? Tengo un asunto delicado que tratar con usted, y no querría que nos interrumpiesen ni, por supuesto, llegase a otros oídos que no fuesen los suyos —con gran elegancia, se quitó la capa. El ambiente estaba cálido y su temperatura corporal comenzaba a acusar recibo de ello.
Los gitanos no eran bien vistos en ningún círculo social, mucho menos entre la organización que celosamente custodiaba y encabezaba su familia, organización a la cual ella era funcional. No le sorprendía el hecho de que alguien supiese sobre ese gran secreto y estuviese utilizándola para llegar a su media hermana. ¡Qué extraño resultaba pensarla de esa manera! Barajaba la posibilidad de una emboscada que mancillase el apellido para siempre y que lanzase al vacío la tarea que hacía tantos años que llevaban a cabo. La propia Bronwen había cometido pecados imperdonables para proteger el círculo selecto y para escudar el buen nombre de Stephen. A pesar de que no sentía remordimiento, convivir con esa realidad, desde el descubrimiento de la bastarda, le comenzaba a resultar, de cierta forma, incómodo, le estaba costando comprender que su padre no confiase en ella, como Brownen sí lo había hecho.
—No descarto la posibilidad de llevarme alguna antigüedad —respondió con una sonrisa suave y una nota de picardía en la voz. —Encantada de conocerlo, Monsieur Bonnet. Bronwen —se adelantó un paso y estiró su mano enguantada, para apretar la del licántropo. Había abandonado el primer trato informal con el cual se había dirigido. —Bonito y curioso lugar, debería reprender a su compañero, me fue muy fácil escabullirme hasta aquí —entró al cuarto sin pedir permiso, y recorrió con la mirada una de las armas que aún no había sido guardada en su estuche. —Imagino que si Ernest le permite estar aquí, es porque puedo hablar con usted y, por supuesto, confiar —habló del jefe de aquel grupo como si lo conociera, pero lo cierto era que sólo tenía algunas referencias con respecto a él. Claro, ese detalle podía obviarse, al menos, por el momento.
—¿Éste es un lugar seguro para hablar o prefiere que nos retiremos a otro sitio? Tengo un asunto delicado que tratar con usted, y no querría que nos interrumpiesen ni, por supuesto, llegase a otros oídos que no fuesen los suyos —con gran elegancia, se quitó la capa. El ambiente estaba cálido y su temperatura corporal comenzaba a acusar recibo de ello.
Magdala Đurić- Gitano
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Re: Remordimiento póstumo || Privado
Allí pasa la gente indiferente,
aquellos que llaman a sus almas propias,
allí por el camino donde vago
como un solitario y ocioso espíritu.
—A.E.Housman.
aquellos que llaman a sus almas propias,
allí por el camino donde vago
como un solitario y ocioso espíritu.
—A.E.Housman.
Maldito y distraído Guillaume.
Esas fueron las primeras palabras que se le vinieron a la mente, el hechicero a veces era un tanto descuidado y quizás, muy distraído, eso disgustaba un poco a Zéphyr. Las distracciones de Guillaume podrían traerles problemas y el mismísimo Ernest también estaba cansado de repetirle lo mismo, pero el hechicero parecía hacer caso omiso a esta realidad o eso pensaban. Lo cierto es que Guillaume tampoco era tan estúpido, él sabía cómo debía actuar en el momento preciso y tal vez eso era lo que tranquilizaba al cabo de unos minutos al licántropo. Sin embargo, en ese instante no corrió con tanta suerte, alguien se había colado al segundo nivel de la tienda y justo en las circunstancias menos oportunas. Él estaba guardando todo el armamento que utilizaban durante sus trabajos de rutina y aquella mujer apareció tras el umbral, por suerte, ella no parecía pertenecer al clero o al menos eso intuyó Zéphyr.
Tenía que saber con quién trataba y qué era lo que ella estaba haciendo ahí. Algo le decía que no era pura casualidad; esa mujer los encontró porque había algo más que la motivaba, pero no podía indagar en ello de las buenas a las primeras. Ante todo debía mantener la calma y a pesar de que la fémina lo descubrió en el momento menos indicado, Zéphyr no se mostró incómodo, ni siquiera por la manera en que era observado. Estrechó la mano de la dama con firmeza, pero con especial cuidado; aquello no era un saludo convencional, en realidad, era la forma en la que Zéphyr se presentaba a un posible cliente.
—El placer es mío, madame Bronwen —dijo con una sutil sonrisa en los labios—. Oh bueno, sí, mi compañero tiende a distraerse cuando se aburre, ya sabe, falta de clientes y eso —mencionó entre risas—. Supongo que habrá alguna baratija antigüa que le guste entre tantas que se encuentran abajo. Pero el experto en eso es Guillaume, yo sólo me encargo de limpiar el local, como se habrá dado cuenta.
Zéphyr intentaba sonar lo más natural posible, incluso, relajó sus músculos y ni se inmutó cuando la dama atravesó la entrada para ingresar en aquella habitación. Cuando mencionó a Ernest, sólo terminó confirmando las sospechas del licántropo, ella iba por otra clase de negocios y posiblemente era Ernest quien la había enviado al lugar para que conversara con Zéphyr. Saber eso borró cualquier indicio de desconfianza, claro, eso no significaba que confiaría totalmente en ella. Nunca se sabía qué esperar de aquellas personas que contrataban el servicio de algún mercenario. Unos buscaban objetos, dinero, personas... Pero otros, simplemente querían que sus enemigos desaparecieran del mapa o incluso, otra clase de servicios más oscuros. No era el mejor oficio, aún así, tenía que ganarse la vida de alguna manera.
—Ernest... Claro —asintió ante las palabras de la hechicera—. Y sí, no se preocupe... —Echó un rápido vistazo a la habitación y se dirigió a la mujer, apoyando ligeramente la mano sobre su cintura—. Acompañeme.
Guió a su acompañante fuera de aquella habitación, cerrándola con llave al salir, luego volvió a dirigirse a la fémina y la condujo por el estrecho corredor en donde se hallaban varias puertas más que indicaban la presencia de otras habitaciones en el segundo piso de aquel módico local. Fue a parar frente a la última puerta y girando el cerrojo la abrió de par en par, desvelando el interior de aquel cuarto de proporciones reducidas, pero en el que cabían perfectamente un escritorio y otros muebles varios. Zéphyr invitó a la dama a que ingresara al pequeño estudio mientras él continuó un par de segundos más de pie en la entrada.
— ¿Me disculpa un momento? Es que quisiera evitar que nos interrumpieran. Por favor, tome asiento y si desea, puede servirse algo de beber... Agua, vino, whisky, lo que desee. Siéntase cómoda —agregó mientras le señalaba las bebidas ubicadas en un pequeño buró ubicado al fondo.
El hombre descendió como una flecha a través de las escaleras que lo conducían abajo, encontró a Guillaume en el almacén y tras intercambiar un par de palabras con él y dejarlo en el mostrador y con las puertas de la entrada principal cerradas, volvió a donde lo esperaba su "clienta".
—Espero no haber demorado demasiado, pero ya que estamos —entrecerró la puerta y se quedó de pie al frente de ésta—. ¿Qué asunto es ese que quiere tratar conmigo?
Esas fueron las primeras palabras que se le vinieron a la mente, el hechicero a veces era un tanto descuidado y quizás, muy distraído, eso disgustaba un poco a Zéphyr. Las distracciones de Guillaume podrían traerles problemas y el mismísimo Ernest también estaba cansado de repetirle lo mismo, pero el hechicero parecía hacer caso omiso a esta realidad o eso pensaban. Lo cierto es que Guillaume tampoco era tan estúpido, él sabía cómo debía actuar en el momento preciso y tal vez eso era lo que tranquilizaba al cabo de unos minutos al licántropo. Sin embargo, en ese instante no corrió con tanta suerte, alguien se había colado al segundo nivel de la tienda y justo en las circunstancias menos oportunas. Él estaba guardando todo el armamento que utilizaban durante sus trabajos de rutina y aquella mujer apareció tras el umbral, por suerte, ella no parecía pertenecer al clero o al menos eso intuyó Zéphyr.
Tenía que saber con quién trataba y qué era lo que ella estaba haciendo ahí. Algo le decía que no era pura casualidad; esa mujer los encontró porque había algo más que la motivaba, pero no podía indagar en ello de las buenas a las primeras. Ante todo debía mantener la calma y a pesar de que la fémina lo descubrió en el momento menos indicado, Zéphyr no se mostró incómodo, ni siquiera por la manera en que era observado. Estrechó la mano de la dama con firmeza, pero con especial cuidado; aquello no era un saludo convencional, en realidad, era la forma en la que Zéphyr se presentaba a un posible cliente.
—El placer es mío, madame Bronwen —dijo con una sutil sonrisa en los labios—. Oh bueno, sí, mi compañero tiende a distraerse cuando se aburre, ya sabe, falta de clientes y eso —mencionó entre risas—. Supongo que habrá alguna baratija antigüa que le guste entre tantas que se encuentran abajo. Pero el experto en eso es Guillaume, yo sólo me encargo de limpiar el local, como se habrá dado cuenta.
Zéphyr intentaba sonar lo más natural posible, incluso, relajó sus músculos y ni se inmutó cuando la dama atravesó la entrada para ingresar en aquella habitación. Cuando mencionó a Ernest, sólo terminó confirmando las sospechas del licántropo, ella iba por otra clase de negocios y posiblemente era Ernest quien la había enviado al lugar para que conversara con Zéphyr. Saber eso borró cualquier indicio de desconfianza, claro, eso no significaba que confiaría totalmente en ella. Nunca se sabía qué esperar de aquellas personas que contrataban el servicio de algún mercenario. Unos buscaban objetos, dinero, personas... Pero otros, simplemente querían que sus enemigos desaparecieran del mapa o incluso, otra clase de servicios más oscuros. No era el mejor oficio, aún así, tenía que ganarse la vida de alguna manera.
—Ernest... Claro —asintió ante las palabras de la hechicera—. Y sí, no se preocupe... —Echó un rápido vistazo a la habitación y se dirigió a la mujer, apoyando ligeramente la mano sobre su cintura—. Acompañeme.
Guió a su acompañante fuera de aquella habitación, cerrándola con llave al salir, luego volvió a dirigirse a la fémina y la condujo por el estrecho corredor en donde se hallaban varias puertas más que indicaban la presencia de otras habitaciones en el segundo piso de aquel módico local. Fue a parar frente a la última puerta y girando el cerrojo la abrió de par en par, desvelando el interior de aquel cuarto de proporciones reducidas, pero en el que cabían perfectamente un escritorio y otros muebles varios. Zéphyr invitó a la dama a que ingresara al pequeño estudio mientras él continuó un par de segundos más de pie en la entrada.
— ¿Me disculpa un momento? Es que quisiera evitar que nos interrumpieran. Por favor, tome asiento y si desea, puede servirse algo de beber... Agua, vino, whisky, lo que desee. Siéntase cómoda —agregó mientras le señalaba las bebidas ubicadas en un pequeño buró ubicado al fondo.
El hombre descendió como una flecha a través de las escaleras que lo conducían abajo, encontró a Guillaume en el almacén y tras intercambiar un par de palabras con él y dejarlo en el mostrador y con las puertas de la entrada principal cerradas, volvió a donde lo esperaba su "clienta".
—Espero no haber demorado demasiado, pero ya que estamos —entrecerró la puerta y se quedó de pie al frente de ésta—. ¿Qué asunto es ese que quiere tratar conmigo?
Zéphyr C. Bonnet- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 12/03/2015
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