Nevermore ⱡ Privado

Esperó pacientemente cuando los rayos del sol apenas se colaran entre los ventanales del recinto para vigilar más de cerca a uno de sus mensajeros negros. Graffiacane había despertado un poco antes del amanecer, contemplando como la luna llena iba desdibujándose lentamente en el horizonte, siendo devorada por los primeros halos del astro rey. Sin embargo, no podía adelantarse a surcar los cielos sin antes recibir noticias, aguardó un poco más hasta que el sonido del cristal siendo golpeado tres veces la guió hasta una de las habitaciones del segundo nivel de la mansión Seidmadr, lugar en donde residía ahora junto con Calcabrina.

Su figura se internó por el amplio corredor, evadiendo las sombras que rondaban en cada paso que daba. Así pues, al llegar a la última puerta, la abrió con cuidado, evitando causar algún ruido que pudiera delatarla. Sobre el marco de una de las ventanas, al otro lado del vidrio, reposaba un ave negra, que al notar la presencia de la mujer, golpeó el cristal una vez más. Graffiacane se acercó al lugar en donde se hallaba el cuervo permitiéndole adentrarse en la habitación, éste sacudió su plumaje y posó sus garras en las manos de su ama, quien acarició el dorso del animal con delicadeza.

—Ya habías tardado mucho, Hugin. Cuéntame, ¿qué hallaste en los alrededores? —Interrogó al pájaro, como si aquel fuera capaz de comprenderla y evidentemente era así.

El ave se inclinó hacia adelante y liberó un graznido; era una respuesta afirmativa hacia Graffiacane, quien sonrió ante la confirmación del cuervo. Estas criaturas, más allá de ser sus sirvientes en este mundo, eran sus mensajeros, poblaban los cielos recolectando información que ayudaba al demonio a mover los hilos de sus pensamientos. Eran terribles alimañas que se alimentaban de las memorias de los hombres cuando éstos dormían y devoraban sus recuerdos para llevárselos al mensajero espectral, el gran Graffiacane. Pero esta vez, aquellos seres no estaban tan interesados en hombres mortales, sino en uno al mismo nivel de su líder. Tenían que vigilar a los otros demonios.

El gran perro del infierno reposa en su hogar, la luna llena le ha traído malestar a su cuerpo y a su mente. El causante del vacío de sus recuerdos es aquel que guarda el tercer círculo… Ciriatto ansía regresar. Se halla más allá de los bosques, en donde cayó la luna la última vez.

Rezó Hugin antes de elevar sus enormes alas y perderse de nuevo en el horizonte. Erinnia se sentó en el borde de la ventana y contempló una vez más los tristes colores del amanecer, el otoño iba consumiendo lentamente la arboleda en todo lugar y los cielos vestían de grises que anunciaban la proximidad del invierno. En su mente repitió la oración de su heraldo, era algo que ya se esperaba y el cuervo no hizo más que confirmar sus sospechas, sin embargo, estando en aquella situación y sabiendo lo que ocurría entre su gemelo y Ciriatto, no podía quedarse a esperar a la nada. Si algo tenía Graffiacane en su dominio era el poder de la mente, de hurgar en las memorias y arrancarlas con pico de plata.

Su cuerpo descendió en caída libre a través de la ventana y antes de poder tocar el suelo sus alas oscuras cortaron el aire y elevaron su minúscula figura hacia los lugares más apartados de París, allí en donde pocos llegan. Esquivaba las ramas de los árboles con elegante habilidad, tal y como lo hacía el séquito de aves negras que le seguían a la distancia. Sólo detuvo su vuelo cuando finalmente reconoció a Ciriatto y a su nueva encarnación. Estaba en el abandono de la luna; Graffiacane la observaba en silencio, reconociendo la legitimidad de su ouroboros. Pero no podía esperar a que se alejara más; la información que le llegaba de sus alimañas le hizo saber que Ciriatto luchaba por salir y era la oportunidad que esperó para dirigirse directamente al otro demonio, llamándolo por su nombre.

—Ciriatto —Susurró casi con voz espectral, perforando la mente de su par—. Ciriatto… —Repitió como si fuera una oda lúgubre.

Las aves oscuras decoraban las copas de los árboles como si fueran sombras voraces que querían borrar la luz del día, observaban fijamente al contenedor de Ciriatto y de sus afilados picos surgían ruidos extraños, como susurros en un idioma extinto. Graffiacane tenía su mirada fija en la figura de su cercano. El demonio había adoptado la forma del gran cuervo del mundo onírico, reconociendo todas las memorias marchitas en la mente de Ciriatto, pues como el mensajero de averno, su habilidad telepática para hurgar en los pensamientos ajenos era excepcional y a este punto, sus dones estaban despiertos casi por completo. Entre todos los mayores, Graffiacane, poseía el don de despertar sus recuerdos casi con la aparición del ouroboros en su piel, pues éste tenía poder sobre las tierras de la memoria.

Se quedó en una rama cercana a la figura de la mujer, guardó silencio luego de haber dejado escapar como un canto de muerte su verdadero nombre. Al parecer, el último encuentro de aquella con su hermano, Cagnazzo, revolvió un tanto su mente y con el plenilunio, todo parecía volverse una gran tempestad de recuerdos. Eso era lo que Graffiacane aprovecharía para ayudar escapar al guardián del tercer círculo. No era tarea sencilla, pero siendo el demonio gemelo del “Gran Perro”, no podía quedarse simplemente a observar.

—No es lo que yo quiero, Ciriatto… Es lo que tú deseas, ¿cuánto tiempo llevas encerrada en tu propia mente? —Susurró—. ¿Por qué curioso? Ellos no son pájaros… ¿No los escuchas rezando? Es un recital al sueño del tiempo. Cierras tus ojos y déjate guiar al onírico rincón de los recuerdos, ¿no deseas recordar? ¿No deseas saber porque la presencia de “él” te estigmatiza la razón?

Las palabras de Graffiacane parecían socavar en lo más recóndito de las memorias del licántropo, hurgando como lo haría un ave carroñera. Y es que la carroña de Graffiacane y los suyos no era nada más que las evocaciones de un psiquis perdido. Parecían alimentarse de lo que encontraban en los sueños de aquellos a quienes seguían, sin embargo, en esta ocasión no iban con el propósito de burlarse de su víctima, al contrario, el objetivo estaba en querer despertar a la criatura que dormitaba en las profundidades del lobo. El cuervo mayor voló de una rama a otra, rasgando con el pico la superficie de la madera, dibujaba un círculo incompleto, imitaba la figura del ouroboros. Al terminar de hacer esto lanzó un graznido al aire, las demás aves parecieron alertarse ante este sonido y alzaron vuelo, no para huir; todas empezaron a volar en forma circular sobre la figura de la mujer, como si se tratara de una danza oscura y al dar exactamente tres vueltas volvieron a posarse en las copas de los árboles.

—Ciriatto, sé que estás ahí, confundida por no saber quién eres ni lo que eres… Demonio del tercer círculo, domador del can Cerbero el devorador de hombres, tu marca se halla justo en tu hombro, ¿puedes sentirla arder? Es la brea del infierno recorriendo tus venas, porque tu sangre ya no es sangre. Fluye como las aguas del Caronte en tu interior —volvió a hablarle, recitando pausadamente cada palabra.

Aquellas almas marchitas se posaban en las ramas de árboles, con sombrías figuras de aves negras, que observaban fijamente a la bestia del tercer círculo, mientras su líder, continuaba expectante ante las reacciones de su igual. No se retiraron ni siquiera cuando el árbol en donde reposaban se agitó con violencia, ellas regresaron nuevamente a sus posiciones, pues mientras Grafiiacane continuara ahí, su séquito no la abandonaría. Ese día tenía una misión importante y no iba a desistir tan fácilmente, por alguna razón, los asuntos de su hermano también se volvían personales y al enterarse de lo complicado que le resultó a Cagnazzo despertar a Ciriatto la primera vez que se vieron en esta nueva vida, Erinnia supo que ahora le correspondía a ella hacer su jugada para facilitarle las cosas a su gemelo. Como la mensajera entre Los Custodios y por poseer la figura del cuervo, era capaz de abrir esa cajita de Pandora que era la memoria de los nueves demonios mayores.

Le observó treparse por aquel árbol, con una calma que pondría a dudar a cualquiera, pero Graffiacane conocía a Ciriatto, pese a toda la confusión del momento, al escuchar como pronunciaba su nombre, el cuervo supo que había logrado su cometido. Sacudió su oscuro plumaje y afirmó su mirada carente de brillo en aquellos ojos centelleantes de la licana. Se tentó a tomar su forma humana, sin embargo, se negó de inmediato a hacerlo, era innecesario en una situación como esa. Su deber era liberar al tercero de la prisión de la mortalidad a la que todos fueron condenados hacía siglos.

—He venido a traer respuestas y a sacarte de tu vacío existencial. Ya ha pasado demasiado tiempo lidiando con lo mismo ¿no es así? —Le habló a su mente—. Son noches eternas de sueños tormentosos, de tener que cargar con la maldición de la luna y que a diferencia de otros licanos, tú sufras más porque es ahí cuando intentas escapar de tu prisión. Él espera por ti y ha esperado por mucho...

De un momento a otro, voló a una rama más alta, se quedó un rato más en ese lugar, en completo silencio. Ya las otras aves no susurraban, no hacían nada más, sino observar. Graffiacane podía sentir arder su propia marca, invisible entre sus plumas, no estaba presente, pero la sentía. Era su esencia demoníaca imperante que se manifestaba aún más ante la presencia de Ciriatto. Daba la impresión de que ambos ouroboros estaban sincronizados, intentando entenderse el uno al otro. El ave rasgó el silencio con otro graznido que perforó la conciencia y esta vez, voló hacia lo alto, solo, dando exactamente tres vueltas antes de volver a reposar su minúsculo cuerpo ante la figura de la mujer.

—No te cuestiones a ti misma, eres lo que eres. Un demonio devorador de pecados y de hombres... La bestia hambrienta, el domador de Cerbero —volvió a recitar—. Y después está él, tu eterno amante, tu acompañante. —Alzó vuelo, descendiendo esta vez hasta quedarse sobre la hojarasca—. Deberías bajar si no quieres caer ante el ataque furtivo de tu mente... Ciriatto.

Sentenció. Las demás aves empezaron a susurrar palabras en un idioma antiguo, que no era más que un conjuro alquímico creado por el mismísimo líder de Los Custodios y entregado a Graffiacane cuando éste dispusiera abrir las puertas de la memoria, cosa que hacía mediante aquellos proféticos cuervos. Aquellas palabras eran magia en sí mismas, con sólo pronunciarlas, el mundo se dormía ante la tormenta de la mismísima razón.

—Ahora tus ojos duermen el sueño del mundo y las columnas de fuego son cada una respuestas que queman tu mente... Debes dejar que las llamas te devoren.

La vio derrumbarse en el manto de hojas secas cubriendo el suelo húmedo. Había cobrado a tres espectros de los suyos y eso no pareció molestar a Graffiacane, porque aquellos que Ciriatto desgarraba, volverían a renacer, una y otra vez, como lo hacía el ouroboros en los cuerpos de los nueves demonios elegidos para resguardar los nueves círculos del averno. El cuervo observó a la mujer con la mirada ausente, como la de un demonio que sueña, sabía que sus palabras habían resultado y eso era más que suficiente. Logró perturbar su razón y quien se ocultaba tras ese cuerpo, buscaba de resurgir entre los pensamientos, como si se tratase de un barco que intentara aferrarse al cielo y escapar de un mar turbulento.

Extendió sus largas alas y observó a su séquito de espíritus emplumados. Sólo esa mirada bastó para que todos aquellos volvieran a alzar un vuelo que parecía más bien una danza terrible, una apertura al mundo de los sueños y de la memoria. Graffiacane mantuvo su postura exquisita, su plumaje oscuro brillaba ante la luz y sus ojos eran como la noche.

El ritual estaba a punto de desvanecerse.

—Han sido muchas vidas, Ciriatto, todas ellas atadas a este mundo terrenal. Todas ellas atadas a nosotros y encadenadas a la bestia del octavo círculo —canturreó—. A partir de este momento, serás bienvenido al mundo de los hombres para devorar sus pecados y que se consuman en su gula. Que se consuman hasta el día del juicio en todo todos seremos uno con el universo para volver a caer como la primera estrella. Renaceremos con la primera mañana del mundo...

Agitó sus alas y emprendió vuelo a lo alto, manteniendo un perfecto equilibrio, mientras los demás cuervos volaban en círculo sobre la figura de la mujer. Al dar la novena vuelta, volvieron a sus ramas y volvieron a susurrar palabras en lenguas extintas.

Todo había concluido.

—Son nueve círculos, nueve ouroboros, nueve estrellas... Nueve puertas. La décima anunció el renacer y fue la primera en caer; le siguieron nueve más que la custodiaron —entonó Graffiacane mientras se posaba sobre una rama—. Somos nueve hermanos, nueve enemigos y nueve amantes. Somos nueve demonios, antiguos nueve ángeles en la morada del Altísimo. Alichino, Rubicante, Ciriatto, Malacoda, Graffiacane, Calcabrina, Malabranche, Cagnazzo y Draghignazzo. Somos el limbo... Lujuria, gula, avaricia, ira y pereza; herejía, violencia, fraude y traición —sentenció—. Bienvenida de nuevo Ciriatto.

Todo volvió a ser silencio y sólo en este momento las aves negras decidieron marcharse. Graffiacane observó un poco más a la mujer sumida en su letargo entre hojas muertas y tras soltar un graznido voló hacia el alto cielo, retirándose finalmente de aquel lugar. Su misión finalmente había terminado con el despertar de Ciriatto.