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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Venance Carpaccio Sáb Jun 27, 2015 1:11 am

Florencia, Italia, 1495


Era el nuevo nacimiento de la pintura, la época estaba lista para ser amaestrada con las actuales dotas de los humanos y no tanto y agraciadamente me vi en la necesidad de levantarme de la tierra una vez más. No eran los frescos sonidos de música e instrumentos sumamente nuevos que podía escuchar, más eran los chismeríos los que terminaron por hacerme despertar de mi letargo. En principio, pensé que solo serían algunos simples rumores y tardé algunos años en aceptar salir de mi escondite tranquilo e inamovible, pero la realidad era que el mundo estaba comenzando una nueva etapa, una llena de pasiones que antes, jamás habían sido habladas fácilmente. Y fue para mi asombro, que cuando pude terminar de integrarme, la pintura real estaba allí, frente a mí, magnífica y gratificante.

Fueron casi tres meses largos los que tuve que utilizar para acomodarme en la región, aquella ilustre edificación que en algún momento había creado ahora era solo un montón de escombros, vender el oro por bienes y servicios no era tan sencillo como en su momento había sido y aunque fue tedioso luchar contra los pequeños hombres que ahora dedicaban sus vidas a trabajar por los días. Terminé pudiendo asentarme en la ciudad, palpándome de la vigorosidad con que todos vivían. Y una vez más, me dejé caer en aquel Dios misericordioso que me daba la bienvenida. ¿Y por qué no dársela yo mismo con una gran fiesta? Deseé entonces poder tomar los lienzos en mis manos, las pinceladas se blandirían como una espada en mis garras una vez más y pensé entonces que quizá podría llegar a mostrar mi arte a todos y no esconderlo como siglos atrás había sido obligado a hacer. Las primeras veces fue extraño, no sentía esa emoción por plasmar lo que en mi mente estaba apareciendo. Pensé que quizá la eternidad había acabado conmigo. Pero encontré que faltaba algo, la inspiración que había huido es lo que tenía que encontrar.

La busqué en largos recorridos por los puentes de Florencia, las construcciones hermosas y estrafalarias salían por todos lados y con ello las iluminaciones amarillas me hacían de guía para el nuevo mundo que estaba por embeberme. El Renacimiento había sido sin duda, mi época favorita en el mundo. Las ciencias humanas y naturales habían crecido a gran escala y los conocimientos se hacían cada vez más globales. Así mismo y como siempre, eso seguía dividiendo a las grandes clases sociales. Agradecía de poder encontrarme algunos desnutridos y pobres diablos en el camino; pues eran mis principales raciones; ya que no fue hasta cien años después que comencé a disfrutar el sabor de matar a los asesinos y déspotas. Me las arreglaba para disfrutar de la existencia y no mal lograrla llamando la atención con escandalosas muertes. Fue así como aquella ciudad había comenzado a ser un nuevo hogar, uno que pronto desearía no volver a pisar, o quizá quedarme en él por siempre.

Las sombras de las cabelleras acomodadas de las mujeres siempre me habían sido de curiosidad, pero fue aquel paso refinado y sobrenatural el que terminó por hacerme voltear la vista en aquella recóndita noche de luna menguante. Pensé entonces que el tiempo era muy injusto, pero una vez más, el raciocinio me llevó a determinar que la justicia la hacía uno mismo. Traté de visualizarla correctamente, con aquella tranquilidad que siempre llevaba conmigo, como si nada pudiese destemplarme. Y en realidad, así lo era, pocas cosas hacían que mi rostro saque la expresión de paz. En aquel momento tan solo se me alzaron las cejas intentando buscar alguna relación con la actualidad misma. Pero tardé en reaccionar, me había acercado lo suficiente como para dar la pauta de que quería entablar una conversación, lo difícil era, ¿cuál? Mi libido, por supuesto, no era emocionado en lo absoluto, mis deseos sexuales habían muerto junto con mi creadora y ahora mis anhelos se basaban en aquel entorno que me rodeaba. — Florencia le da la bienvenida, años han pasado de no ver otro eterno. Me pregunto, si la estoy importunando con mi presencia; soy un simple pintor y me gusta hablar con el arte cuando éste tiene labios de verdad. — Fue una explicación casi chistosa, porque, ¿qué otra cosa podía decirle para explicarle que solo me había acercado a hablarle porque de repente, como si fuese una señal, las ansias de pintar un cuerpo con oleo sucedieron sin más? Eran los empedrados del piso los que dieron la indicación de que me había terminado de acercar, con los rechinidos de los zapatos y el pequeño sonar de las carretas que por detrás pasaban por caballos esplendorosos. Todo en nuestro alrededor se trataba de talento, de diseños y de pasiones que sin duda yo quería ejemplificar y no tenía incertidumbre alguna, que era con su escultura con la que llegaría a ser un implacable pintor como así antes había ocurrido.
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Mensaje por Invitado Lun Jul 06, 2015 11:41 am

La caprichosa alternancia entre mármoles veteados en blanco, verde y rojo paseaba bajo mis dedos, que recorrían la superficie del pequeño Baptisterio florentino de San Juan, situado frente a la Catedral, y que suponía que ardería de vida por el día, cuando yo no podía salir a las calles bulliciosas de la ciudad para verla. Mas cada noche, como movida por un embrujo que ni siquiera recordaba haber recibido, me acercaba a la pequeña construcción, más sobria en apariencia que el magnífico duomo, y trataba de aprehender cada una de las líneas que componían su superficie ortogonal. Se había corrido el rumor, hacía ya algún tiempo, de que el Baptisterio había sido construido sobre un antiguo templo romano, y dado que no había visitado nunca Florentia en mi época como mortal, arrastrada como lo había sido directamente a la caput mundi, no podía confirmarlo. No era, no obstante, el misterio de su origen lo que atraía mi atención, sino que se trataba, el canto de sirena definitivo, de la extraña armonía que formaban los mármoles de Siena, Prato y, sobre todo, Carrara con el bronce esculpido hasta la perfección que decoraba las puertas de acceso al edificio. El talento del maestro Ghiberti, que había logrado convertir placas de metal en historias ricas y vivas, alcanzaba un parangón que solamente había conocido yo durante mi tiempo en la domus como una mercancía más para la familia a la que pertenecía. Durante largos siglos, las esculturas habían abandonado la mímesis de la realidad tal y como la percibían los sentidos adormilados de los humanos en pos de una mayor simpleza, que permitiera la contemplación mística y siempre religiosa de las tallas. En algunas regiones como aquella en la que me encontraba, no obstante, el salto había sido menor, y por ello el talento que otrora había reinado por doquier parecía haber resucitado en las manos de algunos elegidos, cuyas obras parecían brillar con luz propia.

Tal combinación de talento nuevo y de reminiscencias que conocía bien era el principal aliciente que me conducía cada noche al Baptisterio, el primer lugar al que siempre me dirigía en mis largas caminatas nocturnas. A partir de ahí, modificaba mis pasos para no repetir jamás ningún recorrido de la misma manera que la noche anterior, pues la monotonía se había demostrado hacía siglos la peor enemiga de las criaturas como yo, y seguir los mismos patrones era una manera casi segura de terminar llamando la atención de personajes como Girolamo Savonarola. Pese a que confiaba en mis instintos, una mujer caminando sola entre las calles, algunas pavimentadas y otras con tierra aplastada, nunca provocaba una buena impresión, y jamás lo haría si tal comportamiento se producía por las noches. No deseaba formar parte de una de las cada vez más extendidas hogueras de las vanidades, en las que quemaba todo lo que consideraba opuesto a él, y si bien me encontraba bajo los nichos ornamentados de la iglesia de Orsanmichele, mis paseos debían reducirse en la medida de lo posible. Aun así, me demoré unos instantes más frente a la construcción, que derrochaba tanta magnificencia pese a su discreto tamaño y aún más sobria decoración, plagada de estatuas de santos y diversos miembros de las Escrituras, y aquel momento fue el que consiguió que el encuentro se provocara.
– No importunáis, signore, y menos cuando en vuestros dedos aún puedo percibir restos del óleo que me demuestra que decís la verdad. Por si vuestra voz no fuera suficiente, quiero decir. – repuse, con un asomo de sonrisa en los labios e inclinando la cabeza con cordialidad. Frente a la obra estática y muerta que tenía detrás, la iglesia, una obra de arte real y dinámica se abría paso frente a mí, con rasgos esculpidos con el mismo talento que en los tiempos donde yo había tenido la suerte o la desgracia de habitar.

Su aspecto, pálido y con hebras de oro enmarcando su rostro angelical, no me recordaba al de aquellos que eran oriundos del Mare Nostrum. Aunque había algo, y me sentía incapaz de decir qué exactamente, que me decía que no provenía de la misma isla de la que yo había sido arrancada, su aspecto entonaba una canción antigua, propia de pueblos que los romanos habrían considerado como bárbaros, extranjeros. Tal vez mi mente me estaba jugando una mala pasada, mas me recordó por un instante a aquellos germanos que comenzaron a atacar el territorio romano cuando yo aún era demasiado ingenua para darme cuenta de ello. ¿Sería, ciertamente, germano? Su aspecto lo parecía sugerir, desde luego, pero la curiosidad por su origen no era ni mucho menos tan acuciante como lo era la curiosidad por el resto de rasgos que lo configuraban.
– Os ruego que disculpéis si no cumplo alguna norma de cortesía impuesta en esta bella ciudad, mas considero que, dadas nuestras naturalezas, recurrir a artificios propios de mortales resulta un tanto... poco apropiado. – añadí, aunque después rompí el vínculo con sus ojos para ladear mi rostro en dirección al lejano crepitar de las llamas, al ruido de los objetos siendo arrojados al fuego y al de los molestos arrabbiati que intentaban derrotar al dominico Savonarola. – De hecho, tal vez sea un tanto directa, pero escucharéis tan bien como yo que las calles están a punto de comenzar a arder por la escaramuza entre el gobernante de la ciudad y sus opositores. Os sugeriría acudir a mi palazzo, o tal vez al vuestro, si os interesara mantener una conversación sobre vuestro campo. – le propuse, volteando de nuevo mi rostro hacia el suyo y con la tranquilidad dibujada a pulso en todos mis gestos. Tarde o temprano, estaba segura, Savonarola caería, y Florencia se asemejaría en cuanto a sus gobernantes al Ducado de Milán, donde Ludovico Il Moro apoyaba los trabajos de un joven artista, un hombre llamado Leonardo, que mostraba grandes posibilidades. El momento, pese a mi certeza, no llegaba, y hasta entonces lo más seguro sería buscar refugio hasta que la tormenta amainara.
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Mensaje por Venance Carpaccio Lun Jul 20, 2015 11:40 pm

Allí pude distinguir los rasgos especiales, dados por las cuidadosas sombras de las puertas de bronce que yacían a su espalda. Eran tres, alejadas unas de otras, pero todas parecían darle un aura un poco más perfecta a la fémina que con elegancia yacía mirándome. Era notable como podía hacerse pasar por una italiana ordinaria, con sus ropajes y la auténtica forma de caminar y hablar; pero no había dudas de que se trataba de una extranjera, sus cabellos, su pequeña nariz alzada y la forma de sus cejas. Había vivido tantos años que era difícil no reconocer nacimientos. E innegablemente, era eso lo que me había llamado la atención. Aquel edificio religioso detrás de ella era una evocación perfecta de parsimonia. Conjunto con su habla, estaba allí mismo el retrato que mis dedos querían dibujar. Y le dediqué una sonrisa amena; de esas que estaban entrelazadas con la serenidad y calma en la que me encontraba, ahora más que antes. Como si hubiese hallado aquello que estaba buscando al despertar y es que, en realidad, así lo era. — ¿Es de ese modo? Parecía cautivada con la belleza del edificio, el Baptisterio es mítico, siempre he creído que se siente la fuerza energética que emana, como si algo estuviese empujando desde la tierra. — Me refería, en efecto, a aquellas leyendas que por Dante habían sido cada vez más difundidas. Mi opinión era que realmente los romanos estaban debajo, venerando a su propio Dios, esperando a que éste pueda derrotar al auténtico. Pero aquel pensamiento sería guardado por el momento; la idea de hablar sobre mi propia historia invadiendo los territorios que ahora pisaba era casi una pesadilla para mí.


— Eso me temo, pero son los pasos que tienen que dar para comenzar a escalar. Italia está pasando por cambios, siendo sincero, los estoy esperando con ansias. Pero no me interesa que el fuego me alcance y vuestra belleza reflejada en la iglesia ha avivado mi curiosidad, aceptaré su morada si está más a gusto en ella; la mía se encuentra indispuesta de cuadros obsoletos. Lamentablemente no he podido ponerme a la altura de las normas de esta ciudad. Así que no tiene que preocuparse por las vuestras, estás están perfectas. Aunque estaría agradecido si pudiese llegar a remarcarlas en un cuadro. — Me encontré hablando mucho más de lo habitual y la razón estaba fuera de mi alcance, claro que podía otorgárselo a aquel semblante de mesura que ella cargaba, dilatado con una fuerza extraordinaria. Era muy diferente a la de las mujeres sumisas o las que terminaban en la hoguera por no cumplir los requisitos suficientes; ella se hallaba justo en donde era adecuado y suavemente entremezclado con una curiosidad embriagante. Me pregunté si por dentro sería más transgresora de lo que superficialmente parecía por andar sola en las calles. Así que me dejé guiar, si ella aceptaba ir a donde yo estaba o si íbamos a su residencia; el encanto sería el mismo ya que respondía con soltura, como si la conociera de antes, aunque esto era completamente imposible debido a mi largo letargo en las profundidades de la tierra. — Aquel edificio parecía de su agrado, ¿el arte, la religión o quizá ambas? — Consulté en el paso hacía el lugar. Podía escuchar de fondo los gritos y pensé que sería preciso que empezáramos a correr como si humanos asustados fuésemos. De no ser así levantaríamos sospechas de dos maneras, siendo seres de artes oscuras o quizá pareciendo líderes de aquellos opositores que cada vez se levantaban más en voz y voto. Obviamente, la última era la mejor. No creía posible que nos consideraran inmortales, pero no había deseos de levantar recelo justo en aquella etapa de la época, en la que cualquier cosa alteraba a los grandes mandatarios de la religión y el gobierno.


Aunque me consideraba una persona religiosa, nada de eso tenía que ver con la muerte de seres sobrenaturales, pues estos han existido desde el mismo momento de los hombres. Fueron creados juntos, a la par de la maldad y los pecados. Y aunque en un principio la idea de un Jesús conquistando pueblos y grandes continentes no me agradaba, poco a poco fui considerando de que sería más adecuado que el mundo entero estuviese regido por una sola religión. Claro que eso no indicaba mi odio hacía los desertores de ésta. Por el contrario, no tenía ningún interés por impartir mi forma de pensar. Pero no dejaría que por aquellos tercos que en el nombre de Dios asesinaban, yo terminara hecho cenizas. Quería reservarme, para conocer por siempre la eternidad y alimentar mi curiosidad hasta que ésta fuese finalmente saciada por completo. — ¿Cree que ganarán? Yo espero que así sea. Pero quiero volver a verme reflejado en mis pinturas antes de que eso suceda. Es lamentable que los años dormidos hayan asesinado mi inspiración. Pero puede que esté encontrándola. Así lo fue hace un momento. — Mis palabras, suaves, muy amenas, eran espolvoreadas con una dulcificación gratificante. No se trataba de un coqueteo, siquiera lo consideraba realmente como un halago, era simplemente el despertar del cosquilleo en mis dedos que quería terminar de provocar. Y entonces esperé llegar al lugar elegido por la fémina, dejando de lado los alaridos que momentos atrás habíamos escuchado.
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Mensaje por Invitado Sáb Oct 03, 2015 1:37 pm

De sus ojos emanaba una fuerza que sólo podía ser propia de un vampiro antiguo, de un guerrero como aquel que me había convertido hacía auténticos siglos y que después se había marchado sin dejar rastro alguno, salvo su idea en encuentros fortuitos con otros seres semejantes a mí. No había nada de dócil en sus rasgos, marcados como si los hubieran cincelado con mimo, ni tampoco en su mandíbula, cuadrada y tan afilada que estaba tentada de acariciarla con los dedos para comprobar, puerilmente por supuesto, si mi idea era cierta o era una simple fantasía producida por el fuego contrastando con su piel. Pese a ello y a que mi instinto me dijera que se trataba de un guerrero, algo de lo que no tenía pruebas reales pero que se me antojaba sumamente apropiado, había en él una especie de tranquila placidez que no me hizo dudar de sus palabras ni siquiera un instante. Curioso que un ser tan desconfiado como solía considerarme yo no tuviera el menor problema en aceptar el testimonio de un extraño, pero me encontraba en un tiempo en el que lo curioso estaba a la orden del día y lo monótono brillaba por su ausencia de forma semejante a las llamas de las que nos estábamos alejando, en dirección a mi palacete. Si bien él había hablado y esperaba una respuesta, me tomé unos instantes para poner en orden mis pensamientos, al margen del frenesí en el que seguían mis ideas tras la larga exposición al edificio que habíamos abandonado hacía apenas unos pasos. Un ser como él, que había capturado mi atención sin siquiera pretenderlo, o a lo mejor sí, merecía una respuesta sosegada en vez de las palabras bruscas que podrían salir de mis labios en caso de que no las pensara, un resto arcaico de la Amanda que una vez había sido y que ya nunca creía que volvería a ser. Su presencia me estaba tornando reflexiva, como sabía que podía ser aunque no ejercitara tal rasgo a menudo, y sólo por eso había demostrado ser un acompañante, cuando menos, fascinante.
– Admiraba el edificio en sí, no la fe para la que fue construido. Entre nosotros, y espero que confesar este secreto no pese como una losa en mi conciencia posteriormente, la religión para la que fue construido no es una de mis preferidas, y desde luego no la profeso. – afirmé, con sumo respeto.

Dado que ignoraba si mi inmortal compañero compartía mis pensamientos o no y no ansiaba incomodarlo, sino al contrario, mi actitud fue cuidadosa, como alguien que se aproxima con lentitud a un animal para no sobresaltarlo y, ante todo, no enfadarlo. Buscaba su comodidad con tanta intensidad como buscaba la mía propia en un encuentro que ninguno de los dos habíamos auspiciado pero que, contra todo pronóstico, estaba teniendo lugar con nosotros en el papel protagonista.
– Mi experiencia dice que los hombres como Savonarola no suelen aguantar demasiado tiempo sin que su propia locura los arrastre hasta lo que están condenando, en este caso la muerte. Florencia es sólo una ciudad, y el Sumo Pontífice no está en absoluto de acuerdo con los dictados del fraile, así que pienso que seguramente terminará cayendo. La pregunta, pues, no es si sucederá... sino cuándo lo hará. – añadí, razonando con mis gestos al igual que lo había hecho con mis pensamientos, y en ese instante llegamos a la gran puerta de madera maciza de mi palacete, que se encontraba bastante cerca del río. Por si ser inmortal no tenía suficientes ventajas, el hecho de que los mosquitos no se sintieran atraídos en lo más mínimo por nosotros convertía lugares que los florentinos despreciaban, como las orillas del Arno. En cualquier caso, el palacete, construido a la manera típica de la ciudad, no destacaba en el exterior respecto a sus vecinos, y sólo el interior, desde el patio central que organizaba el espacio, a la romana, hasta sus decoradas habitaciones, daban algún dato fehaciente de la personalidad de quien lo poseía: yo. Con soltura, abrí la puerta y lo conduje al interior, donde nos recibió el silencio, roto únicamente por el crepitar de las llamas de las velas que se encontraban en candelabros dispuestos en puntos estratégicos para que la casa en su totalidad revelara sus ricas decoraciones al fresco, a la manera romana. Tímidamente al percibir que tal era el hilo conductor de mi hogar, incliné el rostro y me mordí el labio inferior, por un momento lamentando que las esculturas, los relieves y la artesanía que lo rodeaba le revelaran más de mí de lo que había deseado inicialmente.
– Mi hogar es vuestro hogar. Y si deseáis algo, sólo tenéis que pedirlo. – ofrecí, como la perfecta anfitriona, si bien era más una cortesía ante la ausencia de sangre entre mis paredes que un ofrecimiento real.
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Mensaje por Venance Carpaccio Lun Nov 16, 2015 10:17 am

Y la clara mirada que yo podía llegar a emanar se formaba en un área periférica a su alrededor. Contemplando sus palabras, mitigando una sonrisa a medias que apenas se esforzaba en relucir por las comisuras. Era un león intentando no asustar a una planta. Completamente absurdo en algún punto, pues para mí era imposible temer o sentir algún mal estar. Por supuesto que su lengua suave me dejaba en calma, me explicaba que le había llamado la atención tanto como ella a mí. ¿La razón? La mía era simplemente la belleza que la inmortalidad puede llegar a emanar. El marfilado de una estatua nunca podría ser tan perfecto como el de un muerto viviente. Y cualquier artista lo sabía mejor que yo. Más que nada aquellos de la época, en donde el dibujo se había vuelto política expresiva para que la libertad comience a estallar. Y era entonces cuando notaba que su hablar era un corazón palpitante y vivo, como si la muerte no pudiese terminar de tocarla. Y mis parpados se entrecerraban, mis brazos cruzados sobre mi pecho, -siempre como una fortaleza para expulsar a los desconocidos- se bajaban con lentitud y sorna. — ¿Cuándo? No creo que tengamos mucho apuro nosotros. Los años se saborean, los añejos siempre son mejores. Aunque no creo que falte demasiado, me alegra haber despertado en ésta época, parece que el mundo está cambiando cada vez más rápido. — Medité durante un segundo, pensando entonces en cómo las cosas iban evolucionando cada vez con más fuerzas. En aquellas épocas pasadas, los descubrimientos se daban en largos lapsos de tiempo. Los derechos habían tardado mucho en siquiera aparecer en escritos. Y era ahora en donde de un golpe querían traer a todos. Sin duda la tierra era algo extraño, un plano diferente al de todos los demás. En donde lo malo y lo bueno se juntaba para formar una perfección difícil de apreciar. Solo unos ojos calculadores y experimentados podían notar como el refinamiento se hacía cada vez más excelente.

Y me detuve un segundo para contemplar la palidez ajena, como si de repente me diera cuenta que había algo que ella estaba esperando. ¿Qué podría ser? ¿Qué era lo que estaba buscando alcanzar con tanta fuerza? Imposible saberlo a simple vista, quizá serían las decodificaciones de la charla las que me abrirían la puerta a conocerla un poco más.
Era extraño, era curioso. Verme ensimismado ante el deseo de conocer a alguien era una anomalía completa. Algo desconocido en mis terrenos. Su aura de interior puro y metafóricamente, era oscuro y siniestro. Parecía esconder un disfrute por una maldad que yo no era capaz de conocer por culpa de aquel camino que había optado. Uno en donde me aseguraba que el equilibrio siempre se diera, esa balanza entre el bien y el mal que me gustaba poseer como aquel rey que cuida de sus tierras.

Alcé entonces la mirada al portón, observándola de reojo con una clara comodidad que no parecía ser recíproca por un instante. Y cuando la vista del interior se hizo presente me guardé una sonrisa de diversión para mis adentros. Florencia había quedado enterrada junto con todas las obras de arte. Y una antigüedad un poco más venenosa se hacía presente. No fue en ese entonces que dije algo, más bien me llamé al silencio, observando su obvia frustración al notar el camino que me había mostrado. — Esconderé mi sorpresa si me permite hacer su perfil en papel. Han pasado siglos desde que no siento esta cosquilla casi humana en mis manos. Supongo que su belleza es algo que conoce usted mejor que los demás. — Añadí entonces con un esparcimiento y regocijo encantador, dejando caer mis pasos hacia delante, observando con un pequeño disimulo los arreglos que había en el lugar. Los insectos volaban alrededor de las plantas y el precioso aroma se podía sentir perfectamente, como una especie de sabor y caricia en la lengua. Y alcé mis brazos, cruzándolos una vez más por sobre mi pecho, ignorando la incomodidad que apenas se hizo presente en un instante, moviendo la cabeza para prácticamente invitarla a caminar a mi lado. No había nada que pudiese perturbar mi calma, siquiera una roma aterradora de mis pasados. Y me di cuenta que era sorprendente como la inmortalidad quitaba toda la pasión que alguna vez había tenido. Todo era transformado, incluso el odio se podía mezclar hasta convertirse en un amor enfermo y glorioso. — La historia es siempre interesante, incluso cuando uno quiere enterrar el pasado, éste siempre está con uno intentando vanagloriarse. Pero el presente siempre empuja lo demás. No importa que tan centrado esté uno en la historia, pisamos otro mundo. Uno diferente. — Explicaba sin decir nada específico y al mismo tiempo, me daba a entender en el más utópico de mis léxicos. La realidad es que nada de eso me importaba, pues no podía pensar en otra cosa que grabar su esencia en un papel.
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Mensaje por Invitado Mar Dic 01, 2015 2:10 pm

Ni siquiera el abrumador aroma que emanaba de los arreglos florales que se esparcían por las ricas porcelanas del palacete conseguía distraerme de la presencia del inmortal, que parecía ser aún más bárbaro de origen que yo misma. Pese a que había terminado por identificar como mía la cultura del Imperio que me había arrancado de los brazos de mi primer hogar, lo cierto era que aún me sentía habitante de aquella pequeña tribu en Britannia de la que había salido a regañadientes, y de la que ya no quedaba nada. Mi afán por aferrarme a la Historia, como él había insinuado ante la vista claramente arcaizante de mi palazzo, especialmente comparado con el nuevo aire que se respiraba en la ciudad. Aquel era un remanso de paz para los eruditos que ansiaban conocer las vidas de los Césares más allá de lo que afirmaba Suetonio, con su visión limitada por la época en la que había vivido. Mi hogar era una pequeña isla que permanecía quieta en el mar del tiempo, que siempre avanzaba movido por la marea y en el que él se había zambullido de pleno, mientras que yo permanecía a la deriva. No renunciaba al presente, no se encontraba en mi naturaleza hacerlo, mas tampoco era capaz de renunciar a un pasado que aún despertaba grandes pasiones en mí y del que los camafeos y las distintas obras que atesoraba en mi palacio daban viva muestra a todo aquel que las quisiera observar. El desafío, entonces, era tratar de fusionar dos realidades que, aunque estaban relacionadas por pertenecer a una misma realidad, permanecían separadas por tantos siglos que casi era inconmensurable. No obstante, sus palabras se me antojaban guías y consejos que podía seguir para llevarlo a cabo, y su presencia se asemejaba a un ancla con la que poder aferrarme a un espacio y tiempo concretos.

– Por supuesto, el presente es lo que nos atrapa y en lo que nos desenvolvemos, pero ¿cómo explicar el presente sin el pasado? ¿Cómo se entiende la religión que ha generado todas las maravillas que podemos contemplar aquí donde nos hallamos si no nos retrotraemos a sus orígenes? Opino que no hay que vivir anclado en el ayer, pero no conviene olvidar de dónde venimos para comprender a dónde nos dirigimos. – repliqué, desplazándome después desde mi posición hasta otra donde tenía plena iluminación gracias a uno de los candelabros que se encontraban dispersos por la habitación para poder contemplar mejor los frescos de mi palacio. Aunque yo hubiera sido la comitente, los artistas se habían superado a sí mismos a la hora de seguir mis indicaciones y de cumplir con los caprichos visuales que al instante supieron que a mí me fascinaban. Eran auténticas obras de arte que permanecían ocultas porque no respondían a los gustos que imperaban, los mismos que iban desde Savonarola hasta los de mente más abierta, más receptores a las influencias de un pasado del que habían elegido renegar, en parte al menos, durante demasiados siglos. ¿Y él consideraba que yo era digna de pasar por sus láminas? Era hermosa, sí, desde el punto de vista de la pura observación estética y tanto para mortales como para sobrenaturales, pero ¿elevarme a la categoría de obra de arte, lo cual estaba segura de que era cada línea que saldría de sus dedos? Tal decisión se me antojaba audaz y atrevida, perteneciente a un espíritu diferente al mío, que ejercía tal fascinación sobre mí que no pude por menos que dedicarle una sonrisa algo traviesa, pero permisiva.

– Tenéis mi permiso, por supuesto. Soy conocedora de mis rasgos, mas siento curiosidad por ver cómo los reflejáis vos. – acepté, con curiosidad y, por qué no decirlo, también algo de orgullo, inevitable ante otro inmortal agasajándome con palabras hermosas y cumplidos que, aunque sabía, siempre satisfacía escuchar de otro. ¿Por qué la edad no me había librado de ser, en cierto modo, dependiente de las alabanzas de los demás? Fueran mortales o inmortales, las loas no me parecían en absoluto indiferentes, y alimentaban una soberbia que sólo aparecía en determinadas ocasiones, pero que podía ser tan peligrosa como mis colmillos o como la fuerza más que humana que me había otorgado mi espartano creador. Tal vez con él mi invitado no hubiera encontrado un vínculo como había simulado hallar conmigo… Mi creador, al que había perdido el rastro hacía siglos, era un hombre egocéntrico y que no coleccionaba arte por pasión, sino por los beneficios pecuniarios que las piezas de oro, plata y piedras preciosas podían arrojar a sus arcas. Aunque hermoso, su crueldad era aún más patente que la mía, si bien estaba segura de que él podía captar a la perfección, aún sin hacer mi retrato, que poseía una faceta oculta que no enseñaba y que se caracterizaba, precisamente, por su inhumanidad. ¿Plasmaría aquel rasgo en el dibujo o, por el contrario, se limitaría a retratar lo más bello de mi ser? Las dudas como aquella empezaban a atenazarme, y se convirtieron en el motivo que me hizo mirarlo a los ojos de nuevo y sonreírle para que comenzara cuando quisiera a representar lo que él veía y lo que yo conocía, pero quería aprehender a través de sus ojos.
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Mensaje por Venance Carpaccio Mar Feb 09, 2016 7:57 pm

“[…] ¿Cómo explicamos el presente sin el pasado?” ¿Acaso había pregunta más perfecta que esa? Mi pensamiento quedó nulo por unos instantes, era correcto en todas las medidas que pudieran hacerse, sin embargo había algo en mí mismo que me decía que no era tan así. Quizá era mi propia razón de haber estado dormido durante tantos años, ya mi pasado no tenía ninguna clase de relación con mi propio presente, mas eso era, quizá, una extrema excepción. Y sonreí, casi inmutablemente con los brazos cruzados sobre el pecho, suspirando con pesar y asintiendo a medida que mis pasos me iban guiando por un retórico museo de arte. Tanta belleza estaba provocando que un símil de calor se apaciguara en mi frente. — Encuentro sorpresiva su manera de hablar, supongo que no me confundí al sentir un aura añeja cuando la vi. Sumamente interesante y acertada la respuesta. Aunque no creo que se aplique siempre, no en nosotros al menos. ¿Acaso nunca ha dormido bajo tierra durante algunos siglos? Ahí es cuando el tiempo deja de tener importancia, como si se destripara una parte de él y ya deja de tener correlación con la existencia propia. Así es como me siento ahora, sin pasado al cual mirar. Pero ésta especie es lo de menos, nada tenemos que ver con la realidad de la tierra misma. — Alegué asegurando entonces que era ella la acertada, que lo mío no era más que una simple visión subjetiva de todo lo que nos rodeaba. Estábamos tan separados de la verdad y a la vez tan cerca que incluso podíamos sentir el calor, pero nunca ser parte del mismo. Una etérea razón sin final.

Me hallé entonces desequilibrado una vez que la observé, como si de repente hubiese cambiado mi perspectiva sobre ella. Su belleza era tenebrosa al punto que la muerte estaba en sus ojos, así como en sus manos. Acuné mi frente paseando por los alrededores hasta sentarme sutilmente en una de las sillas que rodeaba a la larga mesa. Rápidamente me decidí a sacar un carboncillo envuelto en papel madera, de punta afilada. — Parece que realmente nunca haz dormido un letargo, me sorprende la fuerza con la cual puedes seguir. Sumamente interesante en lo que a mí respecta. Aunque aún no pasas el milenio, ¿no es así? — Alcé la vista en el momento que saqué la hoja dura pegada sobre una madera fina. No era demasiado grande, quizá de unos veinte centímetros de alto, lo suficiente para poder retratar su rostro de porcelana fría. Comencé por el perfil de sus ojos, siempre había sido de los dibujos calculadores, perfectos milimétricamente, desde el carbón vegetal hasta la sanguina. Expuse mis pensamientos sobre el papel, la mirada penetrante pero algo violenta, escondiendo los colmillos pues me parecía que de eso se trataba, de esconder todo para atacar por lo bajo. Una depredadora que sin duda hubiese sido desmantelada por mis manos si no fuese que hacía demasiado poco tiempo que había abierto los ojos. Mi verdadera esencia era cuidar a los mortales, era algo que había dispuesto yo mismo y tenía muy en claro que en los dedos ajenos corría la sangre inocente. Y sin embargo, no me importaba en lo absoluto, era quizá su aura en calma la que me daba esa sensación de equilibro completo y busqué por unos momentos su propia visión helada. — ¿Ha cenado ya? La encuentro envuelta en muchos pensamientos, ¿acaso le recuerdo a alguien o es la simple curiosidad de ver otro como tú? — Susurré arrastrado las palabras, en lo que detallaba sus labios curvos en las pequeñas arrugas rosadas que recubrían su manjar. Incluso sentí tentador el propio dibujo. Los siglos habían pasado desde hacía mucho, cuando de verdad me agradaba disfrutar de lo carnal. Eso se había destruido en mi interior, no había quedado nada similar o quizá era esa situación, la más parecida al deseo que recordaba haber conocido. Y asentí, más para mí que para ella, cual si me hubiera dado cuenta de lo obvio. Pensé que sería abrumador decirlo, empero estiré la mano unos instantes, con los orbes caídos y mostrando un nulo interés en mis expresiones. — ¿Acaso no crees que la eternidad es especialmente hermosa cuando no tienes temores ni rencores? ¿No te parece que tu expresión es la imagen de quien sabe sus deseos y motivos, sin penas ni vergüenzas? — Espeté con tanto sosiego que no sentí nada más que placidez al verla, dejando una sonrisa muy seca en mi rostro, que se decidió en volver al papel, halando la cerilla por lo que pronto sería un tumulto de cabello refinado y lustroso.
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Mensaje por Invitado Jue Feb 11, 2016 6:34 am

Durante mi larga vida, había sentido en ocasiones la llamada de la fría y húmeda tierra que él había mencionado, ese instinto que lleva a los más antiguos de nosotros a dormir por varios siglos hasta que la mente alcanza un estado de paz y espiritualidad superior al que se poseía antes de llevar a cabo tal hazaña. Pese a la irresistible, algunas veces, atracción que ejercía la idea sobre mí, jamás me había decidido a ponerla en práctica, en parte por pura desconfianza hacia la posibilidad de elección de un lugar apropiado, y en parte porque sin aquellas emociones que me conducían, me volvían apasionada y me guiaban yo no era yo. Era la base de mi personalidad, al menos en tanto a lo que yo consideraba mío, una vitalidad impropia de un vampiro, algo distinto a seres que, como él me confirmó apenas unos instantes después, sí habían tomado una pausa del mundanal ruido y se habían abandonado a la paz del silencio y del sueño casi eternos. Aquel rasgo me diferenciaba de seres como él, pero me volvían un ejemplar de vampiro diferente a aquellos que solía conocer, bien demasiado dados a dejar salir esa clase de emociones en forma de brutalidad, a la que yo incluso algunas veces me abandonaba también, o bien demasiado estoicos y serenos, absolutamente impropio de mí. Se trataba de un rasgo que me acercaba, aunque hubiera avanzado mucho desde entonces, a mi etapa como mortal, aquella en la que había despertado el interés de un vampiro lo suficientemente demente para transformarme sin pensar en las consecuencias o en si sería una buena criatura de la noche. De haberlo hecho, quizá no me habría dado el beso de las tinieblas, aunque conociendo a mi creador y su también innegable pasión, aunque en él fuera más bien bestialidad matizada, quizá lo había visto desde el principio y ese rasgo era lo que lo había llevado a transformarme.

– Lamento importunar vuestro razonamiento, mas… sí. Supero el milenio. Aunque no contábamos el tiempo igual en mi época que actualmente, calculo que habré cumplido en torno a unos mil doscientos años, año arriba año abajo, y espero que disculpe la falta de educación que supone que una dama hable de su edad real… – repliqué, sonriendo con cierta picardía, aunque no en el sentido más sexual del término, sino en uno más intelectual. Aunque su hermosura fuera innegable, como siempre sucedía hasta en los humanos más vulgares tras la transformación en vampiro, él ejercía más una atracción platónica que carnal en mí, una especie de afán de descubrimiento de los entresijos de su mente, y de aquello que lo había llevado por un camino tan diferente al que había seguido yo, sin pausas de siglos de puro aislamiento. – Conozco mis deseos, mis sueños y mis anhelos; los conozco y los acepto, pero no los entierro bajo la serenidad que a vos os posee. Aunque he sentido el deseo de abandonarme a la paz de la tierra, jamás he llegado a hacerlo porque esa vitalidad que a vos os resulta tan curiosa en contraposición, a mí se me antoja indispensable para seguir considerándome yo misma. Y por mucho que haya cambiado desde mi vida mortal, seguir sintiéndome yo es algo a lo que no me gustaría renunciar, y a lo que probablemente jamás lo haga. Dormir durante siglos no es algo hecho para mí cuando el mundo a nuestro alrededor no se detiene y jamás deja de cambiar. – reflexioné, y en ese momento sostuve un mechón de mis cabellos rojos entre los dedos para juguetear con él, sin dejar de mirarlo a los ojos pese a que su dibujo me provocara la misma curiosidad que él. Al menos, en aquel instante; en los siguientes con toda seguridad la fascinación volvería al objeto que realmente la despertaba: él. – Pienso que parecéis un bárbaro, señor mío, y eso me resulta familiar. También pienso en la curiosidad de ver a alguien como yo… así que, respondiéndoos, ambas. – concluí, utilizando una acepción de bárbaro que ambos, él y yo, extranjeros de aquella tierra, comprenderíamos a la perfección.
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Mensaje por Venance Carpaccio Vie Abr 01, 2016 12:11 am

Apenas había despertado, pero podía leerla con una presencia casi devastadora, se notaba la bestialidad en su aura, la amenaza, la irritable muestra de sangre que había sobre sus manos. Una asesina camuflada en un perfecto traje de seda. Me sentí entonces un completo mundano, me basé en su exterior y me dejé cegar completamente por un aparente solsticio de verano. ¿Cómo decir que no? Si era algo que hacía tanto tiempo no veía en mi mundo. Había dejado que un Dios me guiara en mi camino, uno que antes no conocía y que al final me había terminado por convencer de su existencia y ahora, en unos segundos, me sentía en otro plano. ¿Sería que entonces el infierno y el cielo en realidad no existían? No había necesidad alguna de matar a aquella mujer, nada, absolutamente nada, me pedía hacerlo, aunque fuese más que claro que tenía las cualidades para ser despojada de su eternidad. Esculpirle su realidad sería lo que me terminaría por decir mis próximas acciones, pues simplemente el arte nunca se equivocaba. No había maneras de decirle que no a la vocación y mucho menos si eran acompañados por una sinfónica voz que terminara por hacer sentir viva a mi musa que, desde siempre, había estado muerta. — ¿Mmm? Supongo que hay cosas que no se pueden evitar decir, aun cuando sabemos que las manchas del tiempo no se ciñen sobre nosotros. Aunque los años pasan, uno quiere seguir con las costumbres, mas le diré que no existe falta alguna en su decir. — Alegué sin ningún apiste de burla o ironía; por supuesto, eso había desaparecido de mí hacía tanto tiempo que no recordaba la última vez que alguien había bromeado conmigo. Meramente, hablar de falta de educación o clichés de la vida humana no me daba sino un recordatorio de lo que realmente era y como no podía solucionarlo. Era quizá eso mismo lo que demostraba como ella le había huido a la tierra. Aferrándose a su mortalidad todo lo que pudiera, aun cuando había nacido antes de que los hombres supieran ser hombres.

— Imagino que sabrá, que se está deteniendo en una humanidad que no le concierne. No me creo superior a los humanos, al fin y al cabo, ellos mismos son inmortales en potencia. Pero tal como un lienzo no es árbol, un árbol tampoco es lienzo. ¿Para qué preocuparse por el correr del tiempo humano? Supongo que son criterios, no he escuchado uno ajeno en siglos, es curioso oír el de usted. Por la época en la que nació deduzco que su existencia se habría basado en esclavitud o concubinato. Tener las riendas de su vida en sus propias manos sin duda la llevó a ésta de ahora. No tiene errores, simplemente, es diferente. — Pude llegar a esa conclusión con la misma cautela que desde un inicio tenía, hablaba con una suavidad y singularidad que parecía que realmente no le daba importancia al tema a tratar. Claro que era todo lo contrario, simplemente el sonido se había vuelto casi monótono en algún punto de la existencia y solo algunas de mis expresiones mostraban disconformidad o felicidad. Y ésta, en ese momento, se forjaba en un papiro, el carboncillo retrataba cada rasgo y puntualidad, en principio me dejé caer en las partes, su barbilla, sus ojos, sus pómulos. Una completa simetría que podría romper los esquemas de cualquier físico. Y me alcé y quedé observando entonces su profunda mirada, alzando las cejas en una expresión de desconcierto. ¿Qué estaba buscando? Hubiese sonreído en otra ocasión, pero solo la vista se aflojó y apoyé el carbón sobre su cobertura de tela, entrelazando por un segundos los dedos, observando totalmente excéntrico su puntualidad. — Ya que mi apariencia nunca ha cambiado y en la Edad del Hierro los peinados eran demasiado obvios, no puedo negarle mi provenir. Y mi franqueza será; como usted decidió conservar su existencia -tan suya-, yo busqué cambiarla. ¿Qué sentido tiene ser un bárbaro si las cosas ya dejan de tener un enfoque material? En ésta existencia, no necesito de la proeza de mi fuerza y bestialidad para sobrevivir. Ni tampoco condenar inocentes para jurarle lealtad a un líder. — Observé su hermosa silueta un momento más, su expresión que intentaba enterrarse en la mía y que para una sorpresa mutua, estaba funcionando muy mínimamente. Era una sensación de diversión y excitación casi inexistente, que quizá sonaba como una tristeza para ella, no obstante, era algo inigualable para mí. Pues, ¿cuántos cientos de años habían pasado desde la última vez que un sentir tan dramático se dejó de censurar en mis pensamientos? La última vez que la pasión me había arruinado había sido con la muerte de mi creadora. Desde entonces, la curiosidad se había desvanecido y con ello, los sentimientos capaces de encender la muerte prematura. — Me sorprende su mirada, sin duda debe haber tenido años para practicar la intensidad. Quizá me termine atravesando la piel, ¿sabe? — Y fue una frase, sí, una picardía había terminado por escaparse de mí. La pequeña mofa se convirtió en una vergüenza sin igual, que no se dejó ver en absoluto, aunque estaba presente. Ninguna sonrisa o sorna se me escapó y al final terminé por volver al carbón vegetal, alzando una nueva hoja para hacer la presentación completa de su retrato, uno que era abrumadoramente idéntico al ajeno. Claro, cualquier vampiro podía recordar con tantos detalles a una persona, pero no todos tenían la habilidad de plasmarla sobre el papel.
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Mensaje por Invitado Vie Mayo 27, 2016 10:42 am

Pero ¿realmente no me concernía la humanidad a la que yo había pertenecido durante tanto tiempo? Había nacido de ella, había muerto en ella, y una vez muerta me alimentaba de ella; vivía en sus calles, me movía por sus palacios, nadaba entre las oleadas de personas que, ante mi mirada, vivían y morían con la rapidez de una flor marchitándose. Quisiera o no, la humanidad no me podía ser ajena, y en cierto modo me pertenecía, al igual que yo había decidido pertenecerle a ella por no haberme entregado al abrazo silencioso de la tierra como él había hecho. Yo era absolutamente partícipe, incluso si elegía mantener cierta distancia, de cada una de las emociones de las hordas entre las que me movía, mientras que él era absolutamente ajeno a algo de lo que yo me alimentaba, no solamente de forma literal. No podíamos ser más diferentes, cuando menos a simple vista, y aun así sentía que teníamos ciertos aspectos en común, más allá de una mutua pasión por el arte que yo exponía en la intimidad de mi palazzo y que él plasmaba con sus propias manos, al parecer alentado por mí y por las diferencias que nos separaban pero que habían contribuido a unirnos aquella noche, a la esclava y al bárbaro… Aunque sí consideraba útil, no como él, aquello a lo que parecía haber renunciado. La fuerza, la violencia, lo que había caracterizado a las gentes del Norte, los que habitaban más allá del Muro de Adriano, no caía totalmente en saco roto cuando los seres humanos entraban en religioso frenesí y deseaban quemarnos en la hoguera o exponernos al abrazo de la luz del sol. Si bien su vida no se basaba ya en la guerra, nadie era lo suficientemente pacífico para permanecer por siempre libre de todo tipo de conflictos, ni siquiera él, y ni siquiera yo, aunque ambos solamente mantuviéramos uno de tipo dialéctico y que ni siquiera cumplía con la oposición frontal y radical suficiente para denominarse como tal.

– La fuerza y la bestialidad son talentos que nunca conviene dejar de lado. Yo los descubrí antes de pasar a esta vida, y los utilicé efectivamente entonces, pero hasta en los períodos de más paz descubrí que siempre existen motivos por los que hacer uso de ellos. – expliqué, acariciando uno de mis cabellos de forma pensativa. Así como el rojo de mi ser y de mi aura, estaba segura de ello, se expandía por los mechones de pelo que ordenaba en mi cabeza, la roja sangre de la batalla y del conflicto jamás dejaría de perseguirnos por nuestras naturalezas y mientras hubiera seres dispuestos a condenarnos por lo que éramos, incluso si no lo habíamos elegido. En mi caso, fui transformada parcialmente en contra de mi voluntad, y si bien aquello ya había sido de por sí violento, no había descubierto el significado auténtico de la bestialidad hasta después, cuando había sido una neófita muerta de sed. En ocasiones creía que jamás había abandonado esa primera fase por completo, pues mi actitud a la hora de alimentarme se asemejaba, muchas veces, a la de los animales de los que en otras ocasiones me sabía tan diferente que la comparación era odiosa. Aquellos eran momentos inconscientes, de liberación incontrolada, y por mucho que su actitud respondiera a una necesidad de cuidar cada uno de sus gestos, me costaba creer que la furia bárbara a la que él había hecho referencia antes no se encontrara en su interior, incluso si ésta estaba enterrada por capas y más capas de frialdad y alejamiento.
– Atravesaros la piel es algo que desearía si así consiguiera entrar en lo que se oculta en vuestra cabeza. Debo reconocer que no practico la intensidad, pero supongo que se deberá a que es la única manera en que se ve mi auténtica yo pese a que me comporte como una dama de sociedad. – le respondí, sonriendo con suavidad, y plenamente consciente de que efectivamente mi mirada se estaba clavando con ansia pura en la suya, arrollándolo y devorándolo como me habría gustado poder hacer en realidad pero sin llegar a llevarlo a cabo de una forma diferente a aquella tan sutil, tan lejana.
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Mensaje por Venance Carpaccio Lun Jul 04, 2016 8:28 pm

Alcé la vista ante la presuntuosa habla de la mujer, quien de pronto me llevó a las épocas en las que la sangre caía por las yemas de mis dedos. Momentos en los cuales podía atravesar un pecho y sacar un corazón con una rapidez casi inhumana, pero que ahora podía decir que era patéticamente lenta. Había ganado algo y perdido lo otro. Fuerza, coraje, orgullo y fiereza. Todo eso había terminado desvaneciéndose cuando las garras de esos sentimientos perdidos y avergonzados se clavaron como venenos en mi piel. Había perdido la batalla y con ello también mi propia guerra. En manos de quien luego terminaría con mi humanidad hasta que todo lo demás se evaporara. Era una simple existencia vacía, un cascarón que no encontraba su interior y que tampoco se hallaba desesperado por hacerlo. Por el contrario, los ojos de la mujer seguían clavándose, obligando a hacer salir esos pedazos perdidos que había dejado en la arena de la pelea, en las rejas de acero y en el féretro que me escondía del sol a la fuerza. La oscuridad siempre había rondado y la sed había sido tan difícil de contener que ahora mismo me daba cuenta de qué tan penosa había sido mi existencia sin lujos y sin deseos cumplidos. Me había salvado mi propia mente en la creación de un Dios que no existía en mis años, un Todopoderoso que había salido de las mentes de los humanos que supuestamente eran poseídos por un Espíritu Santo. Difícil de creer hasta para alguien que vivía de la sangre y que no podía morir. ¿Quién decía que no se trataba de un fantasma que había poseído a miles de personas hasta convertir la religión en algo verdadero? No podía negarlo y así mismo, alcé el rostro para sonreírle a la vampiresa que estáticamente seguía en su posición. — Tus palabras son dignas de quien ha sufrido en las épocas de corazón palpitante. Mas para mi es diferente, tampoco tengo nadie por quien luchar. Debido a que mi conversión fue entrenada, -aunque igualmente forzada- nunca sufrí lo que es en verdad la sed y venganza de sangre. Tampoco el odio, ni el remordimiento. ¿Qué estás buscando en mí que quieres despertar los sentimientos dormidos? Puedo notarlo un poco. — Consulté dando por finalizado el primer dibujo de su rostro. Siguiendo por el de sus brazos, hasta que en un término medio de rapidez me dispuse a dibujar su cuerpo entero, teniendo lo demás para observar en caso de que se moviera. La finura de sus labios por abajo y por arriba desbordaba seducción y no me intimidé en mirarlos profundamente, acumulando las grietas en cada espacio. Se sentía una vibra bastante “excitante”, ella buscaba aprovecharse de eso y lo lograba bastante bien. ¿Acaso la belleza física podía hacer algo contra mí?

— No estoy seguro de que quieres en realidad, pero puedes pedírmelo. Será casi inevitable decirte que sí. Aunque tus ambiciones están manchadas de sangre, tienes la clase de personalidad que me agradaría complacer. Lo sé, en tus ojos es evidente que has matado con odio y rudeza. Igualmente sigues siendo una dama a mi ver, una bastante hermosa. ¿Qué fuiste en tu mortalidad que te dejaron esa clase de pensamientos sobre la fuerza física y el equivalente salvaje? — Consulté ahora con más firmeza, manteniendo los dedos nadando en el lienzo pequeño. En verdad, eso era solo el principio, el deseo profundo de pintarla en un enorme mural era inexplicable y por supuesto que no iba a cortar esa inspiración, incluso si parecía algo despreciable o exagerado de mi parte. Como un artista, negarme a mis dotes era algo que no podía aceptar. Y para mi desgracia, mantuve una sonrisa bastante desconcertante, entre meticulosa y feliz. Era comparable con la de un niño que había recibido un dulce. — ¿Te gustaría verte? — Acomodé el pincel que hacía las sombras justo bajo su barbilla, dando la profundidad justa a esa parte de su rostro y de sus clavículas que se mantenían distantes de su cuello, en pronunciadas curvas de hueso y carne. Y me pregunté entonces si ella gustaría de mi propia sangre al sentir la presión que ejercía en mí. Por supuesto que era algo anormal en mi cotidianidad hacer algo como eso. No obstante, haberme levantado del sueño era algo que me traía un poco de libertad y curiosidad en los hombros.
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Mensaje por Invitado Mar Jul 12, 2016 2:00 pm

Su conversión fue entrenada, al menos eso era lo que sus palabras habían dejado entender, mas la mía no lo fue, fue un acto salvaje y rápido que se produjo por un capricho de mi creador, sin que yo hubiera tenido nada que ver. Con los ojos clavados en los suyos, de forma que pudiera captar mis pensamientos con todo el detalle posible, fui rememorando cada uno de los instantes que él quería conocer de los momentos de mi transformación, del dolor, de la rabia, de la ira, de la ceguera inicial y de la pérdida. Conduje a Venance a través de mis pasos dubitativos por Tesalónica, alejada de la familia a la que había pertenecido como esclava; lo guié hasta el grupo de bárbaros que él, el vampiro, lideraba y que me habían atrapado, no sin resistirme y sin responder como una desesperada a sus provocaciones. El vampiro que me acompañaba pudo ver, en la intimidad de mis pensamientos, los cuales proyectaba hacia él con fuerza e intensidad, cómo el líder de los bárbaros, el vampiro que yo entonces conocía como Pausanias, me acogía bajo su ala y una noche, sin que menos lo esperara, se coló en mi lecho y lo único que hizo fue desangrarme y convertirme. A continuación, tinieblas; el despertar fue duro y doloroso, con una sed como jamás había sentido nada en toda mi breve existencia, pues había sido arrebatada de la vida mortal cuando era una joven con toda la vida por delante. Venance viajó conmigo a través de los primeros días, de las enseñanzas certeras y a la vez laxas de mi sire, que terminó abandonándome cuando consideró que ya estaba lista y que me dejó sola. Lo último que le permití sentir de mí, antes de volver a cerrar mis pensamientos a su mirada curiosa (aunque menos que la mía), fue la enorme soledad que había sentido entonces y que seguramente continuaría sintiendo mientras no encontrara a nadie con quien pasar mi eternidad.

– Mi conversión fue distinta. Busco comprensión, algo que pueda asemejarse un tanto a esto. – respondí con voz suave, poniendo por palabras algo que él ya había podido comprobar de primera mano en su mente, en los pensamientos ocultos para mí a los que no podía acceder, pero que era lo que trataba de arrastrar a la superficie. Podía verlo a él, perfectamente calmado, con una apariencia estoica que me resultaba ajena, pero no sentía que lo estuviera conociendo por completo, con las pasiones que, aunque estuvieran mitigadas, debía de seguir sintiendo, o de lo contrario no pintaría como lo estaba haciendo. Si bien el retrato aún me era desconocido, asentí cuando me propuso verlo, y la imagen que él había plasmado de mí me hizo arquear la ceja, sorprendida por su visión, aunque el rostro que había representado fuera el mío y lo conociera a las mil maravillas. No había encontrado jamás, hasta aquel instante, a alguien que captara tan bien las pasiones ocultas, pues mis ojos parecían tan vivos que estarían a punto de parpadear si no se encontraran sobre el papel, aunque no tan vivos como los reales, que alcé hacia él de nuevo, sorprendida y traspuesta por él y su talento. – Al principio fui libre. Era la hija del líder de un clan guerrero, sólo se esperaba de mí que me casara con algún otro guerrero y muriera sin contratiempos. Mas los contratiempos me buscaron, los latinos se apoderaron de mi aldea y me esclavizaron en Roma, primero, y en Tesalónica después. Supongo que puedes decir que fui salvaje entonces, y en cierta medida continúo siéndolo ahora, aunque haya buscado ser libre de nuevo. – respondí, aprovechándome de la cercanía para seguir buscando sus ojos con los míos, aunque no pude evitar desviarme un instante a su cuello y fantasear con cómo sería morderlo y probar la sangre de un auténtico bárbaro como lo era él, pese a que estuviera domado por el peor de sus enemigos: él mismo.
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Mensaje por Venance Carpaccio Sáb Ago 06, 2016 5:13 pm

Era inevitable actuar como un residuo de momia, o quizá como un viejo que se estaba deshaciendo con los años, -aunque eso era bastante complicado, incluso sabía con exactitud qué había vampiros mucho más viejos-. De todos modos, también había conocido la ira, el odio, la manipulación y la deshonra. Había nacido como una bárbaro, peor que eso, como un animal. Quizá unos siglos más atrás y mi cuerpo hubiese tenido partes curvadas de quien aún no se ha desarrollado como persona. Por lo que las matanzas y las guerras no se habían alejado de mi mano. Había visto caer a cientos de reyes y me había encontrado con los sentimientos más intensos y más egoístas que cualquiera podría tener. Así que estaba seguro que ella tenía razón, aunque ésta estuviese un poco doblegada de la razón real, teñida por ser victima de la maldad. Le hacía falta entender algo que había perdido. Su propia humanidad y lo que ésta significaba. ¿Qué éramos los vampiros sino un dual de humano? No se trataba de un lado oscuro o de una maligna maldición. Encontrar la cura no era una posibilidad, así que adaptarse es lo único que puede quedar para nosotros. Por alguna razón, los vampiros sienten más, pero también perdonan con la misma intensidad, porque quedarse solos nos destruye de una forma penosa. Y ver pasar la vida de los humanos no es más que una herida, que a medida que crece y se alarga, comienza a romper partes de nuestra personalidad, hasta volvernos, en muchos casos, simples cascarones.

Era con esos pensamientos en mi mente que estaba observando, con las manos reposando sobre el lienzo pintado, sus memorias. Podía ver su belleza de azules ojos y unos cabellos que se hacían intensamente rojizos con el sol. Su tristeza se hacía propia al sentir la empatía rebosando dentro de mí. Y una sonrisa tenue y de lado se presentó. Casi inexistente en mi rostro de símil piedra. — ¿En verdad la buscas, a la comprensión? Sabes, la inmortalidad no tiene sentido cuando nunca la compartes con nadie. — Había algo oscuro que me estaba susurrando al oído, un pasado que había hundido por milenios. Controlar todo lo que tenía dentro no había sido fácil, al final no se trataba sino cadenas las que me enredaron hasta que se hicieron unas con mi perfil. No las consideraba una molestia, eran las que me proporcionaban seguridad en cada paso que daba, entendimiento y por sobre todo, eran las mismas rejas en mi mente las que me la habían abierto a toda clase de posibilidades, desde las más retorcidas teorías científicas, hasta el sencillo hecho de que la manipulación terrenal existía y yo mismo podía hacer mella de ella. — ¿Qué has hecho en éste tiempo para encontrar la libertad? En mis años me he dado cuenta que usualmente los seres como tú y como yo, nunca podemos encontrar esa verdad tan fascinante. Sucede que teniendo más de mil años, muchos no han siquiera podido saborear el amor o la felicidad. Vivimos sin familia en un mundo que se adelanta sin esperarnos. Tu esclavitud es una clara muestra de ello. Sin embargo ahora eres inmortal y todos aquellos que hicieron de tu vida alguna vez, imposible, ahora ya no están. — Se me había soltado la lengua, quizá la razón había sido tenerla lo suficientemente cerca como para tomar apenas sus dedos, muy suavemente, casi como un lienzo a punto de quebrarse. No obstante incluso allí no pude sonreírle enteramente, había perdido esa facilidad, la verdad es que nunca había creído necesitar sonreír hasta ese momento. En el que casualmente se escapó mueca de curiosidad, que se incrementó al soltar la palma de sus dedos. Me figuré entonces que su vista se había desviado, ya no me miraba fijamente, tampoco al dibujo, sino que sentía la intensidad de su visión en donde la sangre seguía moviéndose a mi corazón. Era un cuerpo negro, que palpitaba por la sangre humana en mi sistema, que se mezclaba con lo añejo de la biología. — Supongo que no se puede evitar. Domar el salvajismo tarda demasiado tiempo hasta para nosotros. ¿Te has alimentado alguna vez de vampiros? — Con tal obviedad de su mirada no me paré a consultarme si sería la mejor opción de pregunta. Simplemente lo hice, curvando la cabeza a un lado, más como un acto de indagación que como una invitación. En realidad no me gustaba en absoluto que un simple inmortal bebiera de mí, jamás lo había aceptado, pero con Amanda simplemente parecía abrirse mi paz, no había sentido tal confianza en al menos dos mil años y medio, la última vez que sentí compasión por un asesino. Ahora era la segunda y no se trataba de cualquiera, sino de una mujer que disfrutaba con el sufrimiento, como si pusiera en esas personas el dolor que le hicieron pasar y lo repitiera una y otra vez en su mente. Me pregunté si quizá algo podría curarla, aunque el tiempo me había dicho que no. Aún así, eso no me estaba deteniendo a mis propias y egoístas acciones. Si había algo que estaba deseando por ese entonces, era sentir su frialdad como un baño de hielo seco en el mundo nuevo en el que había despertado.
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Mensaje por Invitado Vie Ago 12, 2016 7:25 am

¿Era cierto que no tenía sentido no morir si no iba a compartir mi existencia con alguien? Tal vez. Durante un milenio había sido feliz en soledad, con ocasionales contactos con otros seres, mortales e inmortales, y a priori mi mente me empujaba a refutar sus argumentos como si nos encontráramos en plena discusión filosófica, mas no podía negar que, en cierto modo, tal vez estaba de acuerdo. Jamás había sentido amor por nadie que no hubiera sido mi familia, e incluso ellos me habían sido arrebatados con brutalidad para no serme devueltos jamás. Me encontraba vacía, excepto por aquellas pasiones que desarrollaba y a las que me aferraba para no convertirme en una estatua de sal; la brutalidad, en mí, si acaso a mi ocasional crueldad podía denominársele así, era una respuesta a la necesidad de sentirme viva, aunque técnicamente no lo estuviera desde hacía varios siglos. No podía negar, por tanto, que buscara la comprensión, del mismo modo que buscaba el sentido a una existencia que me había sido otorgada sin que yo la hubiera pedido ni, al principio, deseado, ni siquiera habiendo visto de lo que mi creador era capaz sin despeinarse siquiera un poco. Y hablando de él, la última pregunta de Venance vino acompañada con un gesto absolutamente explícito, un gesto que se me antojaba una invitación completamente agradable pero a la que trataba de resistirme cuanto podía, como mínimo hasta que tuviera su permiso expresado con aquellas palabras que no daban lugar a ninguna duda. Suficiente bestial debía de parecerle, primaria incluso, a aquel ser que se antojaba más a un ángel que cualquier representación de la jerarquía celestial que hubiera podido disfrutar en toda mi existencia, y dada mi antigüedad, mi experiencia en el campo era considerable y notable, tal vez no a nivel de experta, pero desde luego bien podía defenderme. Qué curioso, cuando ni siquiera resultaba creyente, que supiera más de teología que muchos que dependían de Dios para cualquiera de sus movimientos...

– He buscado el arte, creo que es lo más similar a la libertad que se puede encontrar cuando se ignora realmente lo que ésta supone. Lo busco en todo, en los oficios manuales que nadie reconoce salvo los propios artesanos y en los maestros que son capaces de decorar un lienzo con un fragmento de realidad y que lo dotan de vida como si fueran el Creador. – repliqué, aunque mi vista se desvió de nuevo, esta vez a su cuello, que permanecía expuesto para mi muda contemplación. Durante un instante me planteé que la obra de arte verdadera era él, su piel marmórea atrapando la tráquea y ocultando de la vista la sangre que le corría por las venas y que era similar a la mía, pero a la vez distinta, mucho más embriagadora por tratarse de un ser cuya antigüedad yo solamente podía atisbar, ni siquiera comprender por completo. – Sí. En un par de ocasiones, con dos vampiros a los que hace siglos que no veo. El primero fue mi sire, él... odiaba derramar su sangre, pero para educarme a veces se veía obligado a hacerlo, y yo la probaba para hacerlo rabiar. El segundo... fue hace tiempo. Fue un vampiro que estaba harto de pasar la inmortalidad solo, me pidió que lo matara, y yo no acepté al principio. Él se vio obligado a utilizar su sangre para convencerme, y lo hizo, pero no la he vuelto a probar desde entonces. Es algo... íntimo, creo, no se hace con cualquiera. – respondí, con la mirada a regañadientes volviendo a sus ojos fríos y azules, tal vez con la esperanza de que me transmitiera algo de esa frialdad suya y pudiera controlar mis pensamientos. Esa intimidad me parecía una nimiedad cuando se trataba de él, de quien incluso dejaría que bebiera toda la sangre que portaba en mi interior salvo la necesaria para subsistir una noche, y ni siquiera comprendía bien por qué.

– Te seré franca, me atrae la idea de beber tu sangre, pero eso ya lo sabes. No creo que convenga andarnos con medias tintas ahora mismo, sobre todo porque mis cartas ya están sobre la mesa y tú eres más consciente de mis intenciones que yo misma, incluso. Si no lo estoy haciendo ya es porque no estoy segura de que lo desees, pero si lo hicieras... Sólo podría ofrecerte lo mismo a cambio. – expuse, acariciando mi cuello con las uñas de forma distraída, pues cuando realmente recuperé la concentración la aparte hasta la cara interior de mi muñeca, donde las venas eran más finas y el flujo de sangre sería más continuado e implicaría menos placer sensual, algo que estaba fuera de toda discusión... ¿No? Eso creía, al menos; todo lo que él hacía daba a entender que sus intereses se encontraban lejos de lo carnal, y que sus reacciones eran más puramente intelectuales que físicas, mas era una sorpresa constante el vampiro que tenía frente a mí, y no podía estar completamente segura de nada con él, como estaba empezando a descubrir en nuestro breve encuentro. Por ello, me arriesgué a subir un tanto la manga que cubría mi muñeca, blanca como el mármol de Carrara más fino, y a acariciar el recorrido de las venas con la uña, esta vez deliberadamente, y no con la distracción anterior. – Si quisieras... Si realmente lo desearas, pese a que soy salvaje, pese a que no tengamos muchas cosas en común, pese a que quizá dudes pero hay parte de ti que lo desea, sólo tendrías que decírmelo. Te permitiría hacer lo que quisieras. – admití, y realmente ¿hacía falta siquiera expresarlo en voz alta? Lo había conducido a mi hogar, o al menos al lugar físico al que llamaba así durante mi estancia en la ciudad; le había abierto mi mente, mi pasado y mi vida, y lo único que faltaba realmente para solidificar la relación era el paso que, quizá, diéramos, pero que quizá no lo hiciéramos y pudiéramos quedar como simples ideales en la mente del otro, no como algo totalmente real.
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Mensaje por Venance Carpaccio Mar Sep 27, 2016 11:39 pm

Noté con una simple percepción que mis palabras se habían perdido, que quizá ella me había confundido con algún romántico ante la idea de amor. Se confundía con la sensación de compañía. La idea de sentir las presencias humanas a mí alrededor es lo que me hacía contemplar el compartir como algo casi celestial. Atrapado entre el mudo infierno de la eternidad y la claridad pacifica de conocerlo todo. Aun así podía equivocarme, lo había hecho miles de veces y claramente podía volver a constatarlo. Con ella, con su bestialidad, con su manera indomable de ser que me llevaba a estar a secas de garganta. Por supuesto que gracias a insufribles torturas que había presenciado en la misma guerra, me sentía seguro de controlar todos los deseos, desde los más bajos hasta aquellos que quemaran mi interior como era ese el caso de Amanda. Que no hacía más que intentar meterse en mi mente retorciéndola a su placer. Casi conmovido por la mirada que la chica de cabellos turbulento me regalaba fue que asalté una media sonrisa. — Me gusta pensar que el arte es la pureza de los años. Refleja todo lo bueno, aunque se esté pintando una gran guerra, al final uno idolatra la imagen. Es curioso, vemos la pasión y destreza del artista y no lo terrible de la imagen.— Me encontraba ansioso como hacía muchos siglos no lo estaba, no podía hablar de años, porque había estado dormido unos cuantos. Pero sí de enormes siglos que antes me enloquecían de pasión y que lentamente se habían ido apagando para hacerse repetitivos. Si algo tenía el tiempo que me molestaba era que las historias se hacían monótonas, nadie nunca aprendía de los errores del pasado.

— Es interesante, la sangre de vampiro es algo mucho más que íntimo, guarda recuerdos. Y poder según de quien la tomas. Hace mucho tiempo bebí continuamente de alguien. Parecía que me pasaba alguna especie de conocimiento, era como leer los recuerdos. Nosotros, como inmortales tenemos la facilidad de aprender de nuestros errores tarde o temprano. — Contemplé entonces con las manos apoyadas sobre los retazos de su rostro y las manos en otro costado, todos los pedazos de ella estaban en cada hoja, uniéndose en el último que adornaba una belleza ilusamente conceptual. Pues yo podía ver mucho más que eso, estaba ese sadismo y su manera brutal de ser en los ojos. Fácilmente notable para cualquiera que haya pasado por eso al menos una vez en la vida. Así mismo le sonreí con calidez, dejando un momento las cosas a un lado para poder levantarme de la silla en la que me encontraba, buscando entonces la mano de la vampiresa que tocaba el contorno de sus venas, invitándome de alguna manera a esa emoción en la cual realmente no quería meterme. No obstante ya mi mente y cuerpo había decidido que quería probarlo y disfrutar el sabor de hacer el mal sin provocar daño a nadie. Algo que, aunque mis ideales eran bastante abstractos, no me negaba a disfrutar siempre que estuviesen siendo controlados por mis ánimos de cuidado. — Imagino la constante de tu vida, siendo la dama que tortura y hace el mal. Supongo que era de esperarse que mis intenciones terminaran contaminadas por las tuyas. Te mentiría si dijera que no me entusiasma acariciar esa extraña mente que mantienes. — No tenía vergüenza, ni miedo, muchos menos asco o negación. Había existido continuamente en el camino que yo mismo me armaba, en ese caso no era diferente. No había nadie que pudiera obligarme, aun cuando me sentía infantilmente forzado a cometer mis actos, pero se trataba de su misma esencia que me obligaba, no de un físico. Así que sin más acerqué la muñeca de ella, oliéndola con tanto cuidado que no podía aparentar ser algo sexual. Sino más bien se trataba de la apariencia de una pluma haciendo una caricia. Y la solté sin hacer nada allí, pasando a apoyar la palma sobre la angulosidad de su rostro, captando las mismas ondas que segundos atrás había estado dibujando. — ¿Qué es 'lo que quisiera'? No estoy seguro qué es lo que me hace contemplarte tanto. Anteriormente pensé que era la belleza de unos tiempos buenos de vida. Pero estoy seguro que es otra cosa. Ven, acércate más y bebe de mí sin miedos. — Invité con gusto, agachándome plenamente para que su menudo cuerpo se escalara sobre el mío. Mas su contextura era pequeña y la mía demasiado grande para mi rostro, era como un gran poder envolviéndome en deseos. Esperé sus colmillos con tanta aceptación que inevitablemente apoyé una mano sobre su cuello, solo para acariciarlo como si fuese un cristal que se podía romper, algo muy lejos de la realidad, pues ni el acero más poderoso era capaz de hacer daño, ni a ella, ni a mí.
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Mensaje por Invitado Dom Oct 09, 2016 6:50 am

Por supuesto, él tenía razón: el arte que mostraba el dolor, la guerra tal y como era, la violencia que solamente algunos éramos capaces de ejercer contra otros, ese arte ya no existía, sino que se optaba por dulcificarlo, buscar una belleza ideal que no existía, pero que por ese carácter utópico servía de refugio para los artistas en su búsqueda eterna y constantemente infructuosa. En cierto modo, echaba de menos ese arte, pues me recordaba a lo que se había hecho durante mis tiempos como humana, cuando Roma no se había impuesto en mi existencia, absorbiendo modelos que ya se habían utilizado en las penínsulas helénicas simplemente para volverlo todo estático, quieto y bello, no doloroso. No me resultaba extraño, pues, que él se sintiera tan en relación con la belleza y con el arte: su falta de sentimientos era similar a la que se imponía en todas las ramas de la creación, donde las pasiones se abandonaban para mostrar su rostro más hermoso. Nada de la rojez del llanto, de las arrugas que se forman en un rostro cuando las lágrimas corren por las mejillas y falta la respiración: únicamente los surcos de las lágrimas singulares para demostrar expresividad, y una cierta tristeza contenida que debe hablar por sí misma para explicarlo todo. La contención, de la que él no hacía gala exactamente porque parecía haber superado ya todas las mundanales pasiones, era inexistente en mí, que era arrastrada por las pasiones y por los deseos, como lo era el ansia viva que me recorría por probar su sangre. Si bien él se había mostrado en inicio algo reticente, finalmente se había dejado convencer y me había permitido acomodarme en su cuerpo para buscar las palpitantes venas de su cuello, donde sabía que se escondía el elixir más puro que hubiera probado en mucho tiempo, salvo las ocasiones que había bebido de mi creador, tan escasas que apenas las recordaba.

– Del mismo modo que tú anhelas acariciar mi mente, yo deseo con todas mis fuerzas hundirme en tus pensamientos y ahogarme en tus razonamientos para tratar de entenderte, a ti y cómo alguien tan opuesto a mí es capaz de impresionarme cuando hace tiempo que nadie lo hace, no por sí mismo. – murmuré, en su oído, y solamente me aparté para mirarlo a los ojos y que contemplara, en mi expresión, la misma sinceridad que yo misma había sido capaz de percibir en mis palabras, apenas un susurro dedicado a él, que en cualquier otro ser se habría asemejado al intercambio con un amante, pero que con Venance tomaba una dimensión completamente diferente. Era plenamente consciente de que no existía nada de carnal en nuestro contacto, simplemente una curiosidad mutua que no podía solventarse de la manera habitual, con conversación, y ese era el motivo por el que iba a permitirme hurgar en sus recuerdos a través de su sangre, de ese elixir que estaba a apenas un roce de mi alcance. No obstante, no quise apresurarme, y preferí sonreírle como para pedirle permiso, aunque ya contara con él, antes de permitirme perder el control. – Te agradezco la confianza puesta en mí. No malgastaré ni una gota, y a cambio espero que tú hagas lo propio conmigo, no porque te lo deba, sino porque lo deseo. – le pedí, y solamente entonces elegí imitar su movimiento anterior y oler su esencia, en su cuello, con movimientos tan delicados que apenas si lo estaba rozando yo misma, únicamente el aire que inspiraba y espiraba, contaminado bellamente por su extraña y exótica esencia. Si bien gozaba de su permiso y de la invitación absolutamente explícita de sus palabras, algo me refrenaba, tal vez que aunque él quisiera participar un tanto de mi bestialidad ocasional, yo no quería herirlo, y me parecía un delito destruir, aunque fuera por un instante, la perfección de su tez angelical. Por ello, con calma y con una serenidad que solamente podía asemejarse a la suya, me acerqué a él y apenas le hice una rozadura con los colmillos en el cuello, a la cual me aferré desesperadamente cuando probé la primera gota de sangre y quedé extasiada, entre sus brazos e inundada de recuerdos.

Lo veía todo como él lo había visto en su día. Contemplaba las batallas, la barbarie, la guerra como solamente un guerrero podía contemplarlo, con la certeza de que tal vez moriría pero que debía luchar. Atisbé su pasado lleno de tantas pasiones que al instante comprendí por qué había renunciado ya a ellas, si bien jamás podría compartirlo por completo por lo distinto de mis circunstancias; lo vi a él entonces y lo comprendí mejor ahora, y únicamente cuando alcancé esa comunión me separé y me limpié la sangre que me caía por las comisuras, que sabía tan a él como su misma esencia. – Creo que no eres el único que ha quedado contaminado por el otro. – afirmé, y al instante sufrí un estremecimiento, que se debía únicamente al efecto que su sangre, sus recuerdos y su fuerte, fría pero etérea esencia había debajo en mí, un ser hecho de fuego que se había revolcado en el hielo y había sobrevivido para contarlo. – Pero no es malo. Aprender control y contención es una ventaja, y más si mi maestro tiene tu talento para ello. – concluí, esbozando una débil sonrisa, y elegí dicho instante para apartar mis cabellos de mi cuello y que él tuviera acceso a mí como yo lo había tenido a él hacía apenas un segundo, aunque ya me parecía una auténtica eternidad. Dada su antigüedad, superior a la mía, su sangre era como un licor que calentaba cada rincón del cuerpo y lo fortalecía hasta límites insospechados: me sentía llena de energía y de fuerza, pero a un tiempo de tal paz que jamás había conocido nada semejante. Así era como debía de sentirse, suponía, haberse separado por completo del mundanal ruido. – Adéntrate, por favor. Conoce mis secretos. – pedí, aunque sonó más como ofrecimiento, y ladeé el rostro para que el cuello quedara aún más expuesto, completamente disponible para él.
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Mensaje por Venance Carpaccio Mar Dic 27, 2016 1:09 pm

El sonido era dulce, con un toque de amargura en el corazón del eco. Era notable que me sentía perfectamente expuesto a su atenta mirada, a su obvio deseo. ¿Cuándo fue que había dejado de sentirlo? No estaba seguro, quizá luego de entender la bestialidad del hombre. No. Eso ya lo sabía, lo había experimentado en carne propia con los recuerdos de miles de niños, mujeres y hombres muriendo por mi propia mano en las guerras por la tierra que seguían sin terminar. Entonces, ¿por qué fue? Probablemente aburrimiento, monotonía hasta en lo más básico del vivir. Me había fastidiado y con ello había apagado la humanidad salvaje que alguna vez tuve. El cambio rotundo reconocía que había sido fructífero, habilitándome a otras ideas mucho más sanas y con causa, contrario a lo que vivía en esos instantes: Plagada de instintos y deseos que no estaba habituado a sentir. Y aun así le había permitido provocarme, porque era una vampiresa, añeja y por ende de perfecto sabor. — No te negaré que me entusiasma la idea de que quieras saber de mí. Pero no estoy seguro de que puedas entender lo que verá tu mente. Está tan manchada y deseosa de poder, puedo saberlo solo con ver tus ojos. — Susurraba con tanta paz, tanta intimidad que no estaba a más de unos centímetros de su piel, para ese entonces había alzado mi mano y la había dejado reposada en su mejilla, acariciando el dulce pómulo que resaltaba su belleza más de lo que era posible. No pude dejar salir la sonrisa que estaba sintiendo, simplemente mi rostro quedó petrificado como era costumbre. Y atiné a asentir a sus palabras, ¿no iba a desperdiciar una gota? No podía imaginarme la manera de succionar mi sangre que ella tendría, era algo sedante solo pensarlo. Era un maldito pecado que estaba dispuesto a cumplir. ¿Desde cuándo? Sin duda una parte de mí sabía que desde el momento en que le había hablado, había caído como una mosca en una gran telaraña. Impulsé una de mis manos a desprender los primeros botones de la camisa, estirando la tela para dejar que tanto la vena como los huesos de mi clavícula se notaran. Sabía que mi ropa no se mancharía, pero era como un ritual, desnudar parte de mi piel para que se fundiera con un pedazo de mi alma. — Con calma, no te sacaré, puedes disfrutarla. — Sentí su propia desesperación cuando sintió el elixir, podía entender cómo se sentía porque yo mismo lo había sabido cuando una vampiresa de muchos años había hecho lo propio con el latir de mi corazón. Probablemente, si ella aún viviera, sería una especie de monstruo por la cantidad de tiempo que pasó por su alma. Mis parpados se apretaron, apenas, por los recuerdos que ella misma estaba succionando de mi cuerpo. Casi como si quisiera revivir alguna parte de mi turbulento pasado, era como sentir el brillo de los sentimientos al borde de mi rostro. Para mi suerte, con el despegar de sus colmillos cayeron por un acantilado hasta volver a la oscuridad en donde las había sumergido desde el principio.

— ¿Qué cosa será de la que te habrás corrompido? ¿Pena, satisfacción? Deja que lo descubra. — Acepté enseguida su dulce ofrecimiento, la manera en la que se abría ante mí y ese reticente aroma apacible y tenebroso que emanaba de sus poros. No era igual a los demás vampiros de mente impura que había conocido e incluso asesinado, se trataba de algo maquiavélico. E inevitablemente me tenía encandilado al punto que no me permití detenerme y sujeté su nuca y parte de sus cabellos, firmemente aunque procurando no dañar su absoluto aire. Observé sus venas, disfruté notando mi propia sangre fluir por su interior hasta que atisbando a una parte puramente de ella me dejé hundir hasta sentir la cremosidad que emanaba. Extrañamente me era mucho más difícil controlarme de lo que habría pensado. Era iluso de mi parte haber olvidado que en miles de años no había probado ni una gota de sangre disímil. Siempre era la fosca y la putrefacta, la que estaba manchada enteramente. Ésta, por el contrario, tenía un sabor amargo al principio y blando al final, como un caramelo con relleno de licor, escocía. En breves noté su pasado y su turbulenta infancia, había amado y adorado a una familia. Era una sobreviviente de las penas de tiempos remotos, la esclavitud se notaba en cada engullida. Pensé que quería devorarla, pero antes de lo previsto me encontré separándola apenas un milímetro. Distancia justa para poder lamer su herida hasta que terminó de sanar. Con un cuidado tan sofocante que resultó una sensación similar a la de los humanos cuando les faltaba el aire. No había quedado nada en mis labios, siquiera en las comisuras, de alguna manera succionaba la sangre lo suficientemente rápido pero abombado para que fluya en hilos para dentro. — ¿Tu maestro? Lo he disfrutado, pero no es un habitué que esté dispuesto a aceptar. Conocer la profundidad de la humanidad de un inmortal es doloroso. ¿Por qué? Porque cambiamos, lo hacemos de maneras trascendentales y aunque el principio siempre está ahí, nunca se puede retornar a él. Ahora eres lo que veo frente a mí. No me malinterpretes, tu perfección es difícil de asimilar. — Suspiré algo atontado aunque con el rostro tan tosco y duro como de costumbre. Quizá podía verse el deseo en mi mirada, no estaba muy seguro al respecto, tan solo tomé sus cabellos y los acomodé cuidadosamente a los lados de sus hombros, pasando la yema de los dedos por allí hasta que sentí que era el momento apropiado para alejarme y como si fuese para verla de lejos me encaminé a hacer pasos hacia atrás. — Ya será hora de que me vaya, ¿lo sabes no es así? Esto ha sido una aventura para mí.—
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Mensaje por Invitado Mar Ene 03, 2017 5:55 pm

Los únicos dioses en los que había creído, y de eso hacía ya más de un milenio, eran los de mi aldea: divinidades naturales que los bárbaros, como nos denominaban los romanos, habíamos decidido consagrar como dioses, y que eran los responsables de cada uno de los fenómenos que sucedían a nuestro alrededor. Los dioses de las tormentas, del fuego o de los cultivos eran, a su modo, semejantes a Neptuno, Vulcano o Ceres, mas el cambio que había supuesto en mi mente haber sido robada de la tribu en la que me había criado me había vuelto descreída ante cualquier amago de debilidad, fuera el enorme Panteón romano, fuera Yahvé o fuera el Dios que proclamaban los cristianos con fuerza durante mis años de juventud. Temprano, quizá demasiado, había comprendido que nos encontrábamos solos, que todo tenía una explicación aunque aún no pudiéramos encontrarla ni comprenderla, así que la idea de la religión se me antojaba un engañabobos, un cúmulo de mentiras cuyo único objetivo era controlar, dominar y, en última instancia, tal vez pacificar. Así me había sucedido con todas, especialmente con la Cristiana, que ya había sufrido un enorme Cisma, y pese a ello no había podido permanecer al margen de su desarrollo y había aprendido, pues la existencia consistía en eso, aprendizaje, hasta de los sucesos más oscuros a los que alguien se tiene que enfrentar. Gracias a ello, conocía la idea del Purgatorio y la del Infierno, el concepto de los mártires y de los santos, así como toda la jerarquía angelical que, según ellos y pese a las eternas discusiones infructuosas sobre el sexo de los ángeles, acompañaban al Altísimo. Y si bien no creía, porque me era imposible, en ninguna de esas realidades, por un instante, cuando Venance me mordió, me descubrí pensando que debía de ser por lo menos un trono, encargado de sostener el trono de la Divinidad, mas a medida que mi sangre iba entrando en él y la dulzura se convirtió en una irremediable sensualidad, lo vi más próximo a Lucifer que a cualquier otra deidad buena y benevolente.

La sensación fue tan placentera, tan dolorosa y a la vez tan climática, que sentí que me derretía entre sus brazos, que solamente él, que se estaba apoderando de mi sangre como lo había hecho de mis pensamientos con anterioridad, podía salvarme de la caída infinita y en picado en la que había terminado por descalabrarme. Y aun así estaba tranquila, por algún motivo que no quería pensar demasiado (aunque sabía, perfectamente, que era una consecuencia natural del mordisco de un ser como lo éramos nosotros) confiaba plenamente en él, y sabía que no me mataría ni me drenaría por completo, aunque ganas no le faltaran. Podía sentir, en mis propias carnes (literalmente), su ansia por mi sangre y la fuerza con la que la tomaba, pero al mismo tiempo creía percibir cierta reticencia a perder el control, y en última instancia eso fue lo que lo hizo, para mi momentánea pena, separarse de mí. Con los ojos cerrados, algo que no noté hasta que no dejé de sentir sus colmillos perforando mi piel, recuperé el aire que no necesitaba, no realmente, y me trasladé de nuevo a la realidad, a mí artística y racional visión del mundo donde él era simplemente un vampiro, no una criatura mágica proveniente de los delirios de unos cuantos locos. Al convencerme finalmente de ello, abrí los ojos y lo atrapé con mi mirada; dibujé sus rasgos para asegurarme de que lo conservaría así, puro pese a acabar de cometer un acto de extrema intimidad conmigo, por los siglos venideros, pues no deseaba olvidarlo nunca, y mucho menos así. – El placer siempre es mayor si se tiene la certeza de que no se va a repetir fácilmente. Solamente así somos capaces de admirarlo en toda su intensidad, en vez de ir haciéndolo poco a poco, a medida que lo vamos volviendo a experimentar. Es por eso que, a veces, admiro a los humanos: al ser mortales, ellos disfrutan de la vida mucho más de lo que lo hacemos nosotros. Y lo que tú has hecho, se me ha antojado semejante: algo maravilloso, precisamente por lo único e irrepetible en lo que lo has convertido. – afirmé, asintiendo durante un instante.

Si bien mis pensamientos aún se encontraban un tanto revueltos, estaba segura de que él me había entendido a la perfección, pues aún sentía mis pensamientos y mis emociones dentro de él igual que yo sentía los suyos, de forma que me había invadido una apática placidez que había disminuido, en cierta medida, mi volubilidad habitual. No duraría, por supuesto, ya que el efecto de su sangre sería únicamente temporal y en cuanto volviera a consumir la humana se esfumarían sus últimos rastros para siempre; no obstante, durante los breves momentos en los que duraría, estaba dispuesta a disfrutarlo, precisamente porque sabía que lo perdería. Una vez más, el argumento que le había construido a Venance tomaba forma, y aunque él estuviera dispuesto a marcharse, lo dejaría ir en paz, ya que ninguno de los dos estaría dispuesto a continuar por la senda que habíamos iniciado pese a que ambos, a nuestra manera, lo deseáramos y no quisiéramos que terminara. – Pero debemos cambiar, no podemos ser iguales que al principio, porque, entonces, ¿qué sería de nosotros? Nos convertiríamos en una caricatura del humano que una vez fuimos pero con los poderes y dones de la inmortalidad; renunciaríamos a que la Historia nos forje con sus lecciones, y nos mantendríamos alejados del mundo exterior para que nada ni nadie nos modifique. No, debemos cambiar... Pero comprender el principio siempre es necesario para alcanzar a apreciar el producto final. – añadí, y entonces aproveché su alejamiento para rozar una de sus manos y, a continuación, su mejilla, con una sonrisa sincera dibujada en los rasgos y que poco tenía que ver con su estoicismo, pues ya empezaba a notar cómo él se iba alejando de mi interior de forma lenta pero inexorable.[b] – No te impediré que te marches, Venance. Sí que te pido, por favor, que te mantengas en contacto de cuando en cuando: allá donde encuentres arte, me encontrarás a mí, y me gustaría que si vuelves a encontrarte deseando algún tipo de aventura, recurras a mí. – le pedí, y le di un beso en la mejilla, muy suavemente, antes de separarme, preparada para la despedida que, esperaba, no sería definitiva.
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Mensaje por Venance Carpaccio Mar Feb 07, 2017 5:38 pm

Esa era la libertad de los hombres, el libre albedrio que había condenado a Moisés frente a la tierra prometida. Poder caer ante un pecado y levantarse en el mismo momento era una facilidad que solo los hábiles de mente podían conocer. Y tal parecía que por alguna razón yo mismo había llegado a hacerme con esa cualidad. Me encontraba disfrutando de una carne y sangre que no me pertenecía, amando un cáliz como un deudor de lo desconocido. Y aun así lo hallaba vigorizante a más no poder. Podía sentir todo su arrebato, la fuerza inmutable que ella mantenía en cada brazo y extremidad. Pensé entonces que era el elixir de un bárbaro de sangre tan limpia que en las profundidades de mi mente sabía que no había necesitado probarla para darme cuenta de ello. Todo en ella era inexorablemente real. La sonrisa quiso emerger de mi interior como el fuego de un volcán, pero se apagó con sus cenizas, con su expresión entre divina y alucinada. Sí, sus ojos se abrieron tan lentamente, pesados y encantadores, fue casi un incendio dentro de mí. Por supuesto que no podía ser de otra forma, lo que había aceptado hacer era probablemente mucho más peligroso que cuando un hombre y mujer mantienen el sexo sin amor ni compasión. Era infinitamente peor compartir la sangre, los recuerdos, las historias. Como la parca cuando navega en su propio mar de muerte. Una vieja amiga que pasaría por mi lado y nunca me agarraría.

Esos instantes luego del demencial pecado fueron los que pasé acariciando el borde de uno de sus mechones de cabello, casi como si intentara fugazmente registrar en mi memoria sus huellas. Y entonces la miré con una larga espera, pensando en sus palabras y notando que tenía tanta verdad que daba miedo. Daba miedo saber que lo había disfrutado con la tristeza de no poder volver a probarlo. Era semejante al borracho que es encarcelado. Esa droga no debía ser en absoluto buena, pues Amanda quemaba en la mismísima sangre, parecía que su elixir quería dejar marcas dentro de mí, palpitando desaforadamente por dentro. ¡Sabía perfectamente que se iría de mi interior cuando pasaran los días! Y eso me hacía odiar más a mi mente repugnante. — Eso es una pena, pero las memorias suelen ser más jugosas de lo que en verdad fue el accionar. Con lo cual, supongo que eso hará que el deseo se vuelva un poco más intenso a cada siglo. — Fue casi una broma, aunque salió inconscientemente de mi boca, parecía que ella me había trasferido un poco de todo ese júbilo. Y enmarqué una sonrisa siniestra y dubitativa, como si estuviese combatiendo una batalla en mi interior. Había un lado, uno bastante grande, que se quería ir y huir de ese lugar antes de ser lanzado a unas garras de las cuales siglos antes no me había podido soltar. Pues claramente no había nada tan hermoso e irreal que la astucia e inteligencia, especialmente en una mujer y peor si su belleza se empeñaba en opacar todo lo demás. ¿Acaso era posible? Ella me lo había hecho dudar demasiadas veces que pronto me encontraría intentando descifrarla. — Lo sé y el cambio, como casi todo en ésta vida tiene solo tres lugares, el malo, el bueno y el gris, en donde ninguna de las dos cosas puede distinguirse. Trata de escabullirte siempre en ese humo, porque me gustaría que existieras para volvernos a encontrar más adelante. Espero poder mostrarte un buen retrato de ti en ese entonces, Amanda. — Una ligera risa trato de escaparse, ¿aventura? Sí, podía decirse que era en gran parte eso. A mi modo mostré mi interés en ello, alzando las cejas como si insinuara a pensarlo. La realidad es que sabía que lo deseaba, mas, ¿qué tanto podía escarbar el veneno de aquella mujer? Vana y lo bastante exigente para asomar sus propios ojos en mi mente. Asentí y descubrí en sus caricias algo tan irreal como placentero, era un cosquilleo que había dejado de sentir hacía demasiado tiempo y le seguí los dedos con los propios hasta que cuando la conexión se terminó, me encaminé a la salida, casi como queriendo desaparecer en ese momento. Quería, dolorosamente sujetar su mano llena de sangre inocente en su aura. El deseo se derritió en pecado cuando me hube terminado de girar y suspiré tal cual un arrepentido. — Probablemente sea de ese modo, aunque algo me dice que no debería suceder, pero es inevitable que el tiempo haga travesuras. — Aseguré, marchándome entonces, no quería un saludo más prolongado, no quería seguir sintiendo su piel, el olor a su sangre y a la mía que irrealmente estaba aún en su boca, como una parte de mí que me había robado. Y así era, ya no podía cambiarlo y a decir verdad me preguntaba si no era eso lo que realmente quería: que se robara un pedazo, con la vana idea de que en algún momento me lo devolvería.



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