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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Zéphyr C. Bonnet Dom Jul 12, 2015 10:55 pm

"Porque ya estoy cansado
de seguir vagando sin descanso
durante las noches sin lunas."




Nuevamente, sus manos estaban manchadas con sangre y no, no se trataba por la influencia del plenilunio, muy al contrario, estaba en sus cabales cuando le quitó la vida a aquel sujeto. Zéphyr tenía la mirada perdida en la corriente de agua carmesí que se dispersaba por una de las vertientes de agua más cercanas a la ciudad. Guillaume estaba a sus espaldas, fumando un cigarrillo con completa naturalidad, como si no le afectara el hecho de que hace un par de minutos atrás estaban llevando el cadáver de un hombre a hundirse en lo más profundo del Sena. Pero muy al contrario, Zéphyr parecía estar ligeramente irritado, pues a él le había tocado la parte difícil, por así decirlo. Dejó caer su saco a un lado al igual que su camisa y se colocó prendas nuevas para levantar sospechas cuando se dirigiera a las zonas concurridas de París.

Su compañero lo observaba en completo silencio, pues conociendo al licántropo, sabía que aquel, en varias ocasiones, no se sentía tan cómodo con el hecho de ser un asesino a sueldo. Quizás, el recuerdo permanente de su madre era lo que lo atormentaba una que otra vez, pero, ¿qué iba a hacer? Ya era demasiado tarde para arrepentirse. Refregó sus manos una última vez hasta que la sangre había desaparecido por completo y camufló el olor como se lo hubo enseñado Ernest hace un tiempo.

Zéphyr le dirigió una mirada cansada a su amigo, quien simplemente esbozó una sonrisa ladina y negó. Tras haber compartido algunas palabras, dejó caer los atavíos viejos a una pequeña fogata que había preparado para la ocasión. Al cabo de unos minutos, ya se veía caminando al lado de Guillaume, perdiéndose nuevamente entre las callejuelas de París, dando pasos calmados como dos hombres comunes. Hubo silencio en casi todo el recorrido, pues Zéphyr estaba de un humor menos soportable que veces anteriores y el hechicero no dudó en recalcárselo con alguna de sus bromas. Bonnet sólo viró los ojos y lo mandó al diablo en el tono acostumbrado; aquel sólo terminó riéndose y dándole unas fuertes palmadas en la espalda. Guillaume conocía perfectamente la situación por la cual había pasado su amigo hace un tiempo, que su vida simplemente cambió de la noche a la mañana y que además,  no supo nunca más de su hermano. El brujo se sintió ligeramente extrañado con la idea de un gemelo, pues él tampoco conocía sobre su verdadera familia, salvo lo poco que le contó en algún momento Ernest.

Sus pasos le guiaron a través de las extensas calles de la zona comercial; la noche empezaba a cernirse lentamente, volviéndose más fría a medida que se aproximaba el invierno. Ya el cielo no mostraba el característico rojizo de verano, sino, más bien, se veía opaco, vestido de tonos descoloridos. Zéphyr se llevó la mano a la parte baja de la nuca, hundiendo los dedos en su piel, presionándola suavemente; terminó liberando una exhalación y observó a Guillaume enarcando ambas cejas.

— ¿De verdad tenemos que ir? ¿Por qué no simplemente me dejas en paz? Necesito descansar, no tengo ganas de hacer más nada —replicó ante la insistencia de su compañero a que lo acompañara a un club conocido de la zona.

Pero ninguna de sus excusas convenció a Guillaume. Zéphyr terminó resignándose a asistir al susodicho local, que bien no parecía tan de mal aspecto, sin embargo, las auras que ahí se concentraban daban a entender todo lo contrario. El licántropo no hizo más que hacer una mueca de fastidio y se dirigió a la barra en el momento que el brujo simplemente desapareció. Había entendido todo, aquel se encontraría con algún cliente en dicho lugar y Zéphyr era algo así como una especie de comodín. Guillaume era astuto, sin duda alguna, aprendió todo cuanto le enseñó Ernest desde niño. ¿Y qué mejor maestro que aquel hombre? Ernest no sólo era un hombre entrenado por la vida. Su pasado de inquisidor tenía un peso considerable. Zéphyr jamás supo porque su líder abandonó el bando de los inquisidores y se dedicó a hacer negocios un poco más oscuros, tampoco era como si le interesara demasiado. Se quedó sentado en la barra, esperando quién sabe qué cosa. Su mirada permanecía aún pérdida entre el mar de pensamientos que lo atacaban en ese momento.

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Mensaje por Imara Rákóczi Mar Jul 21, 2015 1:00 am

Por fin la vida normal podía volver a sentirse en mí, luego de largos días de estar en cama, semanas de sentir los huesos aún rotos; ya podía moverme con completa libertad, seguía teniendo heridas de agua bendita en una de las mejillas, llegaba justo hasta el borde de la clavícula y me daba una apariencia un poco más brusca de lo que solía tener. Me había ganado varios apodos gracias a la paliza que la inquisición me otorgó. Sin embargo estaba viva y eso me daba un poco de crédito cuando de respeto se trataba. Varios de los cotidianos del bar me habían visto desde que había llegado hecha pedazos. Me había escapado aún con una pierna quebrada en cuatro partes por uno de los aparatos que mil veces había visto usar, el poder de la fortaleza era de temer, pero más lo era el dolor en la reconstrucción. Y era justamente aquello lo que me había hecho más cerrada que antes. Seguía gerenciando el bar, por supuesto, mi capacidad de dividirme y organizarme jamás desaparecía ni se mitigaba, nacer para ser una líder y dócil soldado, de tener que ser ese el caso, era mi destino y moriría siendo eso. Y como no era de otra manera aquella mañana había hecho cada uno de los deberes que tenía, tales como vigilar a dos cuadras a la redonda, cerciorarme de que no haya muertes cercanas y que tampoco levantaran sospechas las idas y venidas de las personas. Cuando eso terminaba de esclarecerse me dedicaba a atender en la barra, limpiaba los vasos pesados de cerveza y controlaba el dinero que entraba y salía. Solía parecer un hombre, con vestimentas flojas e incluso camisas algo abiertas que siquiera hacían notar la mínima elevación de pechos que podía llegar a tener. Pero aquella vez se notaba de alguna forma el sexo que llevaba. La razón era que mis cabellos habían crecido y aún no los había cortado, se notaban revueltos pero lacios sobre mis hombros, con raya al medio y algo desmechados, bastante desprolijos para ser verdad.


Cuando llegó la noche el frío inundó y aunque no solía ser necesario ninguna calefacción por ser todos sobrenaturales, había decidido prender la chimenea, teníamos que levantar la menor cantidad de sospechas posibles, no soportaría tener que pelear otra vez, las articulaciones aún dolían y necesitaba que terminasen de sanar para volver a las cargas. La venta era buena, no podía quejarme, podía pagar siempre los suelos al día, incluyendo el mío. Y no solía haber el tipo de problemas que se encontraba en las tabernas de humanos. Ahí tenían prohibido matar y aunque en principio los errores se encontraron en varias ocasiones, ahora no sucedían y le daban algo de paz a mi inquieta mente.


Me encontraba con el codo sobre la barra, limpiando cuidadosamente un vaso para servirlo luego, mirando con recelo a quienes entraban y salían. No era amigable, siempre eran hombres los que estaban; entablaba conversaciones absurdas con algunos que terminaban riéndose de mí o queriendo humillarme y como pasaba de ellos terminaban yéndose a sentarse a sus lugares. Así una y otra vez, era una mujer tranquila mientras que no terminaran por propasarse. — ¿Qué quiere tomar? — Consulté sin más cuando un dúo de hombres se separó al entrar en el negocio. Eso no me gustaba, significaba que estaban por algún tipo de trato y aquella no era ninguna oficina para tratar temas extraños. Sin embargo no dije nada, simplemente me mantuve atenta, intentando escuchar la conversación que el otro tipo tendría, en lo que me acercaba al solitario que hacía varios minutos se había sentado sin hacer seña ni ninguna otra característica que me pudiese indicar qué es lo que quería. — ¿O va a sentarse a mirar? Es solo para clientes. — Realmente mi tono era amigable, casi divertido cuando presioné de una vez la válvula de escape para la cerveza y ésta llenó el vaso ancho hasta lo alto. Lo entregué de una vez, no sabía si era eso lo que deseaba, pero por su apariencia no parecía ser de los que tomaban vino; es decir, era un licántropo, podía verlo en su aura y por simple rutina, éstos tomaban cerveza y los engreídos inmortales; grandes copas de líquido carmesí que hacían pasar por sangre. Algunas veces me daba gracia, pero intentaba no reírme de sus ridiculeces, tenía que mantener el ejemplo. Caminé a un costado y volví a mirar al ajeno que estaba alejado, en lo que sacaba de debajo de la barra un pequeñísimo plato hondo para el maní. Y lo deposité en un costado, si no lo quería él sin duda lo tomaría yo. — Está prohibido matar en éstas zonas, tus manos están impecables y tu ropa parece recién comprada, más hueles a sudor. Tengan cuidado, mi jefe es escandaloso. — Me burlé con la mirada de ojos celestes cansada, observando al muchacho con nulo interés, no me gustaba hacerle la vida imposible a la gente, pero cuando se trataba de cuidar mi territorio, lo hacía de la mejor forma posible.
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Mensaje por Zéphyr C. Bonnet Vie Ago 14, 2015 12:56 am

"Aunque la desgracia ha llamado
a mi puerta, no he estado solo para enfrentarme
a su horrible máscara."




No era muy común ver a Zéphyr molesto o incluso quejarse por algo, sin embargo, siempre estaban aquellas ocasiones en la que simplemente el cansancio lo superaba, ni siquiera el plenilunio, sino cansancio puro. Justo esa vez estaba algo decaído, a pesar de que habían pasado años, no superaba la muerte de su querida madre y que a esas alturas, dedicándose a ser mercenario, no sabía nada de su hermano. Probablemente aquel se dedicó a viajar, pues de niño, siempre había sido su más preciado sueño. Pero muy al contrario, Zéphyr sólo se preocupaba por el bienestar de su progenitora, por eso, desde el momento que la mujer dejó este mundo, para él sólo hubo un enorme vacío. Estaba agradecido con Ernest, pues a pesar de las circunstancias, ese hombre le brindó apoyo al igual que los otros miembros del grupo. Tanto así, que Guillaume se había convertido como en un hermano.

Permaneció sentado junto a la barra con la mente pérdida en cualquier cosa, observaba de reojo a Guillaume y a su supuesto cliente desde su posición, mientras una exhalación escapaba de sus labios. ¿Qué había hecho para merecer semejante castigo? La imagen del hombre que había asesinado horas atrás invadió su mente como si fuera la respuesta a su interrogante. Sin embargo, continuaba quejándose internamente; entre tantos días que había para hacer negocios, a su compañero se le ocurrió escoger justo ese y para más colmo lo llevó consigo. Zéphyr pensaba seriamente en vengarse por haberlo colocado en aquella situación. Necesitaba relajarse, dejar a un lado su actual vida por unos minutos.

Justo cuando creyó que las cosas no podían ir peor, alguien se le acercó. Se trataba de la persona que atendía la barra, era de su misma raza; pocas veces había visto mujeres licántropo, pero no era como si le extrañara, en París había de todo. Le miró y sólo forzó la sonrisa cuando aquella le habló. De verdad, sólo quería irse del maldito lugar.

—Bueno, sólo estaba pensando en... —Observó el vaso lleno de cerveza. No era su bebida favorita, pero no quería ser despreciativo y menos causar problemas—. Gracias, pero... ¿Qué cosa? —Masculló al mismo tiempo en que fruncía su entrecejo. Tenían que ser una broma las palabras de la mujer—. No se preocupe madame, mis intenciones están muy lejos de hacer semejante estupidez. Y lamento estar maloliente, es inevitable cuando se es profesor de deportes —respondió con calma, no tenía intenciones de iniciar una discusión innecesaria—. ¿Qué otra bebida tiene? Verá, la cerveza no es muy de mi gusto. No se vaya a ofender.

Forzó la sonrisa, tratando de que sólo se viera como un gesto cordial. Zéphyr era el típico personaje que a pesar de estar amargado, mantenía una compostura firme y educada hacia las demás personas, en especial con aquellas que no buscaban de agredirlo. Sin embargo, siempre se mantenía bien alerta ante cualquier movimiento, era desconfiado y cómo no, su oficio le había dado lecciones valiosas. No podía ser benevolente con los desconocidos, no hasta determinado punto.

Tomó unos cuantos maníes y se los llevó a la boca, esperando que la mujer no se hubiera tomado a mal sus palabras. Pero lo que ocurriría luego, lo dejaría sin muchos ánimos de beber siquiera agua. Al levantar su mirada para centrarse en Guillaume, el licántropo se quedó más que extrañado al notar que alguien conocido acababa de ingresar al local. Se trataba de Ernest, quien al verlo, le hizo una seña, pero luego terminó "saludando" a alguien más. Sí, a la mujer a sus espaldas. Luego de eso se dirigió en donde estaba Guillaume y Zéphyr, impresionado, se giró de inmediato.

— ¿Lo conoces? —Inquirió sin poder creerlo del todo.

¿Qué tanto  escondía Ernest? Ese hombre realmente estaba lleno de sorpresas.

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Mensaje por Imara Rákóczi Mar Ago 25, 2015 9:35 am

Como inquisidora y como bestia salvaje, era capaz de hacerme con lo que me rodeara, de mimetizarme a tal punto de encontrarme a mí misma donde sea. Así fue con aquel lugar, lo había acogido como mi propio nido y lo cuidaba tal como un lobo protege el territorio de su manada. Nadie se atrevía a matar en mi zona y aunque estaba segura de que ellos habían llegado de bastante más lejos, la idea no me hacía ninguna gracia. Pero aquel licántropo parecía estar un tanto anonado, casi pensando que mis palabras eran disparatadas. Mas yo jamás me confundía en ese tipo de ecuaciones, podía errarle a muchas cosas, pero la investigación era una de mis mejores cualidades incluso como humana. Entrecerré los ojos celestes, casi pardos, apretándolos en lo que el borde de piel se inflaba curiosamente. Probablemente lo mejor hubiese sido callarme y atenderlo como a cualquiera de los demás que estuviesen en el bar, el problema era que la curiosidad siempre me había resultado difícil de controlar en situaciones donde no era realmente necesario contenerme. Después de todo, él no resultaba una amenaza para mí, ni tampoco para el negocio. — Me imagino que sí es inevitable. Whisky, vino: tinto, blanco, café, té, jugo; ¿quiere otra cosa?, seguro la tenemos — Corté en un principio la obvia tontería de sus frases, sonriendo de lado en lo que dejaba el vaso de cerveza bajo la barra a un costado. Realmente no me molestaba, por lo que ninguna pizca de disgusto se formó en mi rostro. Si había algo que podía aceptar que había rescatado de mis años bajo el mando de la religión, es que me había formado con la capacidad de enojarme solo en los momentos cruciales, cuando mi vida o la vida de un humano corrían riesgo. En parte esa era la razón por la cual me encontraba casi siempre en estado de cuidado, pero también era por lo que no necesitaba fastidiarme por banalidades toscas como haberme confundido de bebida cuando siquiera conozco a la persona.

Por otro lado, la entrada cotidiana de un antiguo conocido me hizo arquear una ceja y despejarme de los pensamientos que estaban rodeando por mi cabeza. No es que estuviese sorprendida, por el contrario Ernest solía pasearse por el lugar. Él parecía que sabía que podía estar tranquilo dentro de la taberna, era el principal lugar para esconderse de los peligros. Las medidas de seguridad eran calculadas a la perfección, contaban con la ciencia de la iglesia y la fuerza de la sobrenaturalidad y contra eso, poco se podía llegar a hacer. No por nada los mayores temores de todos eran los condenados del clero, aunque muchos de éstos no contaban con la misma astucia y logística que yo. Levanté la mano con los labios apretados, ¿qué se traería entre manos aquel tipo con ese otro que estaba frente a mí? El último parecía un cordero incomprendido. Era su visión mucho más sorpresiva que la mía, por lo que una risa divertida salió de mi garganta, negando en lo que apoyaba los codos sobre la barra, dejando caer mi peso allí. — Conoces poco de las personas para quienes trabajas. Puedo notar un chico nuevo cuando lo tengo en frente. Aunque bastante serio para estar con esos, ¿no crees? — Bromeé muy secamente, esperando a que me indicara qué bebida desearía, para así servirla y dejarla frente a él de una vez. La clientela estaba tranquila y realmente poco más es lo que tenía para hacer. Dormir me era imposible en las horas de trabajo fijo y así mismo estar ahí mirando sin hacer nada me incomodaba. — ¿Cómo llegaste a parar con ellos? Parece que no estás del todo acostumbrado a esta situación. — Comenté, estirándome hacía atrás, dejando así la espalda sobre la pared en lo que secaba el vaso que antes había sido servido de la bebida incorrecta. Ya había sido lavado, por supuesto, y ahora volvía al mismo lugar de antes. Observé con curiosidad donde estaban sentados los compañeros de piso del muchacho y con sorna intenté escuchar apenas flotes de lo que hablaban. No había nada que realmente me incumbiera pero mi desconfianza me obligaba a tener todo controlado. Nunca sabía cuándo aquel hombre podría volver con la iglesia a darle toda nuestra información. Claro que en realidad, sabía que eso era imposible, yo misma jamás podría volver al encierro total luego de haber probado la verdadera libertad. Aun cuando las creencias sobre Dios no se habían difumado y seguían asustándome cuando los pecados eran cometidos por mi mano, tenía muy claro que no podía pertenecer a la congregación nunca más.
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Mensaje por Zéphyr C. Bonnet Lun Oct 12, 2015 1:23 am

"Y puede resultar que
aquella persona que crees conocer
sea una ilusión de otra que desconoces."




—Un whisky estaría bien, muchas gracias —dijo sin pensárselo mucho.

La presencia de Ernest lo inquietaba un poco, debía admitirlo, pero ¿qué hacer? Igualmente era su jefe y prácticamente estaban juntos en el trabajo, que aunque no era nada digno, al fin y al cabo era lo que había escogido hacer. Quejarse a estas alturas no tenía sentido alguno.

En segundos, una escena en donde se veía conversando con Ernest, invadió su mente. Recordó cuando éste le dijo que ahora que poseía un trabajo estable en el College de Francia, siempre podía optar por quedarse ahí, igual, su misión en París había terminado con la desaparación de esa mujer a la que tanto aborrecía. Zéphyr sólo bajó la mirada y guardó silencio, en ese momento se dio cuenta que si dejaba al clan, lo dejaría todo y volvería a estar, inevitablemente, solo. Él no quería eso, aquellos hombres se habían convertido en la única familia que tenía en los años que había estado conviviendo con ellos. Sin embargo, también tenía que estar consciente que si se quedaba a su lado, debía continuar apegado a la idea de ser un asesino a sangre fría. Zéphyr terminó aceptando, porque quizás, ese miedo a estar solo, lo impulsaba a quedarse con lo inevitable y deshonesto.

Lo siguió con la mirada, pero terminó dejándolo, igual estaba en compañía de Guillaume. No había mucho que pudiera hacer, sólo resignarse a esperar mientras cruzaba los brazos sobre la barra. Se le veía cansado, como alguien que pasaba una mala noche y prácticamente era así, sólo que en vez de noche, era de día.

—No es eso es que...  —Bajó la mirada resignado—. Quizás si tengas razón, no sé, sólo no me gusta meterme en la vida privada de los demás, aunque sean mis amigos más cercanos —agregó sin apartar la mirada de la barra.

Internamente le daba la razón a aquella mujer, desconocía tantas cosas sobre Ernest que en ese momento no hallaba qué pensar sobre él.  Pero no era porque el hombre no le era sincero, sino que algunas cosas de su pasado prefería mantenerlas bajo llave y Zéphyr perfectamente lo entendía, tal vez se trataban de malas experiencias que no quería recordar repetidas veces y tampoco quería que los demás cargaran con asuntos que sólo le incubían a él. A veces, las personas sólo quieren ocultar aquellas malas memorias bajo tierra, dejarlas ahí y hacerlas a un lado, para no volver a saber de ellas nunca más. Hablar de éstas es volver a revivir esos momentos oscuros y sólo se termina revolviendo ese fango el cual no se quiere volver a pisar. Eso era lo que. quizás, pasaba con Ernest.

Zéphyr alzó su mirada y observó a la mujer de la barra, estaba un tanto pensativo y de un momento a otro, el mal día que había tenido, sencillamente dejó de serlo, pero no para ser algo que le hiciera sentir bien, sino, apenado, melancólico. Indagar en memorias sólo consiguió en que volviera a recordar su pasado. Aquella infancia hermosa al lado de su madre y hermano. Pero ellos ya no estaban y no estarían más a su lado.

—Digame... ¿Alguna vez quiso cambiar algo de su pasado? ¿No ha sentido la necesidad de querer regresar el tiempo y recuperar lo perdido? —Preguntó sin apartar la mirada de la mujer—. Por eso me siento incapaz de juzgar a Ernest, no lo culpo y no es que sea por falta de costumbre, simplemente hay cosas que no se pueden cambiar y sólo nos queda recordar —sonrió—. Disculpe, ando un poco "filosófico" hoy.

O quizás, la conciencia empezaba a fastidiarle.

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Mensaje por Imara Rákóczi Mar Dic 08, 2015 9:52 am

Conversar no era una de las cosas que mejor se me daba, en realidad, me costaba hacerlo tanto como vivir el día a día. Había cambiado mi substancia por completo y me llevaba trabajo hacer mis deberes a la manera que debía. Y sin embargo, hablar con aquel muchacho, que parecía ensimismado en pensamientos, era increíblemente entretenido de un modo extraño. Quizá por la simple causa de buscar una información que no me hacía falta. Tener el nerviosismo en cero, pues las preguntas eran por curiosidad, más no por necesidad. No había una misión de por medio, ni nada que me estuviera presionando. Parecía que el puesto en la gerencia del bar, en la barra atendiendo a las personas, se había filtrado por mis venas hasta mantenerme en una sintonía que me apaciguaba y contenía. Me dejaba tranquila y a la vez, en cierta medida, me dirimía un deje de simpatía que pensaba había perdido desde hacía muchísimo tiempo. Alcé mi mano entonces, acercándome a donde el hielo con sal se encontraba, partiendo uno de los bloques con la yema de los dedos, para luego mojarlo en la canasta de agua, dejándolo caer en el vaso grande de vidrio grueso, empuñando el whisky sobre la candela fría, entregándoselo al poco tiempo. — ¿Vida privada? Eso se perdió en el momento que entraron al bar. En este lugar todos saben las conversaciones de los demás, aunque no salen de aquí. Es lo bueno, y lo malo. — Comenté, apoyando los hombros sobre la mesada de madera en tanto me disponía a secar las copas mojadas que iban llegando desde atrás, una rutina a la cual me había acostumbrado rápidamente. Y miré entonces a Ernest que más de una vez había pasado por el local, al cual conocía de una manera independiente y lejana. De haberlo deseado, bastaba con concentrarme mínimamente y podría escucharlos. No obstante, no me interesaba en absoluto, principalmente porque siempre eran cuestiones que me enfurecían. Matanzas o venganzas, contra humanos o sobrenaturales. Me importunaba, ya que allí estaba el espíritu de protector aún enfundado en mis adentros.

— ¿Cambiar? Me parece en vano. ¿Acaso conoces a alguien que controle el tiempo? Pensar en eso solo es dolor. Pero sí, quizá lo pensé alguna vez. Aunque, ¿sabes? De haberlo cambiado no estaría aquí. No puedo saber si eso es mejor o no, es lo que llegó. ¿Tú quieres cambiar las cosas? — Para mi persona, pensar en el pasado era algo que no me agradaba, tanto dolor y traición que era imposible poder llegar a alguna conclusión. Si no hubieran sucedido, habría estado viviendo una mentira, junto a personas que no se preocupaban por mí, que no buscaban un grupo y aliado. Egoístas como ellos solos, eran los inquisidores. A mí me habían vendido otra esencia, desde recién nacida me habían inculcado un profundo respeto y una sociedad siempre unida. Mentiras que no podía jamás olvidar. Sin embargo, ¿a qué se refería el joven de mirada perdida y ofuscada? Como si algo estuviese clavándole una estaca todo el tiempo en su cuerpo. Estiré el cuello entonces, haciéndolo sonar, hasta dejarme caer en la banqueta alta que estaba de mi lado. — No lo juzgues, no eres quién tampoco para hacerlo. Uno solo puede calificarse a sí mismo. Deberías solo pensar en si te gusta lo que estás haciendo. ¿Cómo es tu nombre muchacho? Escucharás muchos apodos de mí por estas zonas, mas me llamo Pavilion, soy quien manda en este lugar luego de mi jefe. Y sí, conozco a todos, es mi deber. — Comenté con la sonrisa torcida, apenas mostrando el refilón de los dientes. Sirviendo otra copa para los clientes que estaban en un costado. Ellos escuetamente miraban, especulaban con las situaciones. Pese a eso, sabían perfectamente que en mi zona no se cazaba, tampoco se mataba. Eran las leyes del bar de sobrenaturales. Nosotros proporcionábamos protección y una máxima confidencialidad. Y ellos se aseguraban que el lugar pase desapercibido sin ningún humano asustado, ni tampoco rumores que hicieran que algún policía, inquisidor o cazador se adentre. Por lo que les miré, alzando la ceja, casi curiosa por ver cómo estaban intentando escuchar la conversación, ¿quizá querían sacar información del grupo de Guillaume y Ernest que desde hacía mucho tiempo estaban por la región? No lo supe, pues los hombres se giraron al instante. — ¿Profesor de deportes dijiste antes, eh? ¿Fue una mentira o es cierto? ¿Cómo es aquello? Es raro que haya alguien que tenga un trabajo de verdad por aquí. — Aunque era evidente que tenía el oscuro empleo, el hecho de encontrar a alguien que fuese un profesor era una anomalía para mí. Jamás había visto uno. Las enseñanzas tanto de historia, como de deportes y artes de la ciencia que yo tenía, eran producto de largas horas de estudio con un sacerdote escoltándome, nada más diferente a una escuela normal y no podía negarlo, la curiosidad me embriagaba.
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Mensaje por Zéphyr C. Bonnet Jue Ene 14, 2016 11:45 pm

"Curiosidad... Eterna enemiga"



Quizás no debería haber estado ahí en un principio, quizás no era lo correcto. Eso fue lo que se cruzó por su mente al momento en que atravesó la entrada de aquel bar. Zéphyr no se sentía cómodo en el lugar y no porque fuera un sitio exclusivo de sobrenaturales y alguno que otro humano, sino, porque su cabeza era un verdadero lío en ese instante. No quería pensar... No quería nada. Sólo deseaba poder cerrar sus ojos y olvidarse de las marcas que el pasado había dejado en su corazón. Ni siquiera su venganza estaba animándolo como él consideró que lo haría. Una vez más, Ernest tenía razón y él se equivocó. De un momento a otro, todo se iría al garete si las cosas seguían así. Tal vez eso sería lo mejor, pero, no era la ocasión para pensarlo. Lo haría más adelante, con más tranquilidad, cuando estuviera en completa soledad. Por ahora, debía disfrutar, si quiera un poco, de la compañía. Eso, mientras Guillaume y Ernest estaban en lo suyo.

Terminó rodeando el vaso con sus dedos, observando el líquido en su interior y como los trozos de hielo parecían flotar en éste. Las palabras de la mujer sacaron una sonrisa de sus labios, porque de cierta manera, tenía razón. Bebió un poco de whisky y al cabo de un par de segundos, decidió responderle:

—Tiene razón, creo que este no sería el lugar más indicado para tratar asuntos tan privados —le observó, luego echó un vistazo a sus compañeros y volvió la mirada a su vaso—. Con los años se aprende a lidiar con el negocio y se sabe tratar todo lo referente a él en cualquier parte, de la manera más adecuada. Ernest tiene suficiente experiencia... Sabe que lo hace. O al menos eso espero.

Por un momento, aquellas últimas palabras parecieron perder interés, sólo se encongió de hombros y dejó escapar una exhalación. Sí, tenía que reconocerlo, su pasado lo perseguía, se odiaba a sí mismo por muchas cosas que había hecho. Pero él no pidió que el destino fuera de esa manera y tenía que hacer algo con los impulsos que le quemaban por dentro y lo mejor para apaciguar esas llamas, era, siguiendo lo que su mente le dictaba. Se iba a arrepentir, lo sabía y también se sentiría satisfecho. Nada era perfecto en esta vida... Nada.

—Hay hechos que me hubiera gustado cambiar, no lo niego. Pero de ser así, jamás hubiera conocido a Ernest, ni a Guillaume... Es lo único que en verdad lamentaría —dijo con completa sinceridad—. Sin embargo, yo no soy quien para exigir algo sí. Las cosas pasan porque tienen que pasar y uno no tiene el poder para pedir lo que debería ser y lo que no. —Alzó la mirada y una sonrisa ladina apareció en sus labios—. Es un buen tipo y si estoy en lo que estoy, es por decisión propia. Estamos en una época falaz y se tiene que aprender a sobrevivir como mejor se puede. —Bebió otro trago más, apoyando los antebrazos sobre la barra—. Zéphyr... Ese es mi nombre. Y no te preocupes por esos dos. Un hechicero es hábil para ocultar lo esencial.

La frase tenía la pinta de volverse un acertijo. Pero a lo que se refería Zéphyr era, evidentemente, a las cualidades de Guillaume y a las de su jefe. Ambos sabían en donde estaban y tenían cartas sobre la manga que aún no habían sacado.  Así que sólo los miró de reojo y rió un poco.

Se rascó la mejilla y enarcó ambas cejas.

—Pues, lo de profesor... Sí, es verdad. Necesitaba un trabajo honesto después de todo. Suelo dar clases un par de horas en el día y eso —mencionó, quedándose pensativo al poco tiempo—. Sé que sonará imprudente, pero, la curiosidad es un mal común en muchos. ¿De dónde se conocen usted y Ernest?

Ya la preguntaba le estaba rondando hacía rato y estando en mejor confianza con aquella muchacha, no quería perder ocasión de saber un poco más de Ernesto o al menos, de eso que él tanto se empeñaba en ocultar.
Zéphyr C. Bonnet
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