AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Buenas noches, a quien no nacerá +18 (Tariq Marquand)
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Buenas noches, a quien no nacerá +18 (Tariq Marquand)
"Soñé que crecía una flor y se marchitaba de golpe en mis manos.
En el aire flotaba una especie de polen oscuro. Se oían sirenas lejanas."
En el aire flotaba una especie de polen oscuro. Se oían sirenas lejanas."
La vida con Tariq había sido peor de lo que cualquiera pudiese imaginar. Él no sólo había mentido durante la época de cortejo, sino que además, ya estando casados, la obligaba a usar las ropas de su ex esposa muerta, a mantener todas sus cosas al día y a no quejarse cada vez que a él se le diera la gana de tomarla para satisfacer los deseos de su carne. Era completamente salvaje, sobre todo cuando bebía. Jamás aceptaba un no como respuesta, porque sabía bien que la herencia de los padres de Karla sólo aparecería cuando hubiese un heredero, uno que a pesar del paso de los meses y las múltiples relaciones sexuales a las que ella era obligada, no parecía hacer acto de presencia.
Los maltratos a los que ella era sometida, le obligaban a mantener en silencio la mayoría de las quejas, pero además, desde hace un tiempo, ella había optado por no emitir ni un solo sonido durante el coito, evitando que esto le generara placer a él. Evidentemente ella no se sentía complacida nunca, y él tampoco se preocupaba por ello, pero el dolor tampoco emitiría nada, no al menos desde que se hubo acostumbrado a sus constantes abusos.
No obstante y pese a todos los pronósticos de infertilidad familiar, Karla estaba embarazada. Lo sabía desde hace más de dos meses, cuando los mareos se volvieron frecuentes al igual que las náuseas, en el momento justo de haber presentado un retraso que Tariq jamás notaría ¿Por qué habría de hacerlo? Ella no le importaba en lo absoluto y jamás estaba pendiente de lo que realmente le pasaba. Cuando ella no estuviera, otra ocuparía su cama y quizás su suerte, al igual que lo hacía ahora ella en ausencia de Mina. La situación de su embarazo era difícil, el alimento escaseaba y ella a duras penas comía. La carne presente en casa al igual que los alimentos más decentes eran exclusivamente para él, como lo había dispuesto, y era Karla misma la que había tenido que aprender a cocinar a las malas con tal de evitar los maltratos por parte de su esposo. En el proceso se había quemado un par de veces, pero eso tampoco lo había notado él. Lo único que podía observar, era cuando las cosas no se hacían a su modo.
Y fue precisamente el poco alimento que consumía lo que le permitió callar el embarazo. Estaba delgada, sin muestras demasiado visibles de un abdomen inflamado, aunque sufría horrores cada vez que Tariq le apretaba los pechos sin ninguna misericordia. Ahora dolían más, y se hacía peor cada cosa con los días.
Para los cálculos de Karla, debía tener unos tres meses, y las cosas no mejoraban. Ese día sentía que el cuerpo entero le dolía y prácticamente no podía permanecer mucho tiempo de pie. La comida que intentara preparar había quedado medio cruda, porque su estado le impedía seguir allí, haciendo algo que le generaba aún más náuseas. Tampoco había limpiado nada y, por primera vez, no le importaba en lo absoluto, se sentía demasiado mal como para pensar en Tariq.
Sin tener otra opción diferente que el reposo, se acostó y a los pocos minutos ya se encontraba profundamente dormida. No podría calcular el tiempo en que permaneció así, pero sí supo que despertó cuando un estruendo resonó por toda la casa. Él había vuelto, y el miedo a ella le había llegado.
Los maltratos a los que ella era sometida, le obligaban a mantener en silencio la mayoría de las quejas, pero además, desde hace un tiempo, ella había optado por no emitir ni un solo sonido durante el coito, evitando que esto le generara placer a él. Evidentemente ella no se sentía complacida nunca, y él tampoco se preocupaba por ello, pero el dolor tampoco emitiría nada, no al menos desde que se hubo acostumbrado a sus constantes abusos.
No obstante y pese a todos los pronósticos de infertilidad familiar, Karla estaba embarazada. Lo sabía desde hace más de dos meses, cuando los mareos se volvieron frecuentes al igual que las náuseas, en el momento justo de haber presentado un retraso que Tariq jamás notaría ¿Por qué habría de hacerlo? Ella no le importaba en lo absoluto y jamás estaba pendiente de lo que realmente le pasaba. Cuando ella no estuviera, otra ocuparía su cama y quizás su suerte, al igual que lo hacía ahora ella en ausencia de Mina. La situación de su embarazo era difícil, el alimento escaseaba y ella a duras penas comía. La carne presente en casa al igual que los alimentos más decentes eran exclusivamente para él, como lo había dispuesto, y era Karla misma la que había tenido que aprender a cocinar a las malas con tal de evitar los maltratos por parte de su esposo. En el proceso se había quemado un par de veces, pero eso tampoco lo había notado él. Lo único que podía observar, era cuando las cosas no se hacían a su modo.
Y fue precisamente el poco alimento que consumía lo que le permitió callar el embarazo. Estaba delgada, sin muestras demasiado visibles de un abdomen inflamado, aunque sufría horrores cada vez que Tariq le apretaba los pechos sin ninguna misericordia. Ahora dolían más, y se hacía peor cada cosa con los días.
Para los cálculos de Karla, debía tener unos tres meses, y las cosas no mejoraban. Ese día sentía que el cuerpo entero le dolía y prácticamente no podía permanecer mucho tiempo de pie. La comida que intentara preparar había quedado medio cruda, porque su estado le impedía seguir allí, haciendo algo que le generaba aún más náuseas. Tampoco había limpiado nada y, por primera vez, no le importaba en lo absoluto, se sentía demasiado mal como para pensar en Tariq.
Sin tener otra opción diferente que el reposo, se acostó y a los pocos minutos ya se encontraba profundamente dormida. No podría calcular el tiempo en que permaneció así, pero sí supo que despertó cuando un estruendo resonó por toda la casa. Él había vuelto, y el miedo a ella le había llegado.
Karla Marquand- Humano Clase Alta
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Re: Buenas noches, a quien no nacerá +18 (Tariq Marquand)
Cualquiera creería que tras visitar a su amante, Tariq llegaría a casa de un humor excelente, pero aquello era imposible. Últimamente, Juliette se quejaba sobre la falta de obsequios. Insistía que su cuerpo estaba hecho para ser adornado como una diosa, con hermosas joyas. Si la mujer fuese más inteligente, habría evitado fastidiarlo. Un poco más y terminaría citándola en su cabaña, donde el sexo y la muerte follaban. Mientras tanto, el rumano culpaba a Karla por su inutilidad en la cama. Su esposa actuaba con estoicismo durante el coito, como si de esa forma creyese que lo estaba castigando. ¿Cuándo demonios aprendería que lo único que al cazador le importaba, era llenarla de su simiente una y otra vez, hasta que quedara encinta? Y era eso último lo que le hacía estallar en ira. Ninguno de sus esfuerzos parecía dar fruto. Si Karla diese a luz a un heredero, entonces él podría tener acceso a la fortuna de los Sartre. ¿La culpaba por las disputas con su amante? Por supuesto que sí. A ella y a toda su maldita familia. Había contraído matrimonio para salir de la ruina, no para continuar en la misma situación por culpa de una jodida cláusula. Debería estar despilfarrando su fortuna, llevando la vida a la que estaba acostumbrado con mujeres, alcohol y apuestas; sin ninguna preocupación. No es que aquello le robase el sueño. Antaño, había contraído una deuda y ni la muerte de uno de sus hijos, ni la desaparición del otro, le había hecho escarmentar. Estaba claro que a Tariq solo le importaba él. Además, la dote que los Sartre habían aportado en ese contrato, había sido suficiente para que sobrevivieran los próximos meses. Al ritmo que apostaba, pronto se quedaría sin nada. Furioso con Karla por no poder concebir y ahorrarle las desavenencias con Juliette, entró a la mansión, exigiendo que le sirvieran la cena. Mientras esperaba, su mirada recayó en el lugar vacío que pertenecía a su mujer. – ¿Dónde está la Señora? – Demandó, con una voz glacial, desanudando el pañuelo que llevaba atado a su cuello. Se había vestido demasiado rápido para abandonar la cama de su amante y así evitar escuchar más de sus quejas; por lo que su presentación, no era la que se esperaba de un hombre de su posición.
El plato había sido servido al mismo tiempo que le ofrecían una vaga respuesta. – ¿Indispuesta? – Sarcasmo era todo lo que destilaban sus palabras. – ¿Se supone que debo creerme su absurda excusa y cenar solo? Podría disculparla de encontrarse a las puertas de la muerte. Como no creo tener tanta suerte, sonrió con fastidio, ve a buscarla. – Había pronunciado esas tres últimas palabras con parsimonia, dejando entrever que si no obedecía, todos ellos lo pagarían. Cogió el tenedor y cortó un trozo de carne. Tariq no se privaría de llevar alimento a su boca, solo porque su mujer creía que podría pasar de su compañía. Había adquirido una esposa por su fortuna, pero si no podía tener eso aún, bien podría tener todo lo demás que eso conllevaba: su disposición para satisfacer cada una de sus necesidades. No tuvo que probar el bocado para saber que la comida estaba malhecha. Ciertamente, Karla no era tan tonta como para olvidar cómo demonios le gustaba. El ruido que hizo el tenedor al golpear con el plato, fue opacado por su deslizar de la silla. Lanzó la servilleta con ira apenas contenida sobre la mesa, a la par que la sirvienta aparecía, ¡sin su mujer! ¿Se atrevía a desobedecerlo? Tariq cogió el pañuelo que se había quitado hacía apenas unos instantes y subió los escalones rezumando furia. Se dirigió a la habitación de Karla, pues a pesar de que le obligaba a permanecer en la suya tras sus encuentros sexuales, ella parecía haber creado un santuario en aquél sitio. ¡Qué jodida lástima que ahora se viese obligado a romper esa insulsa ilusión! – Me pregunto, esposa mía, ¿para qué demonios eres buena? No sabes cocinar, ni obedecer. Mi mano es capaz de darme más placer que tu cuerpo y, como si eso no fuese terriblemente suficiente, parece ser que eres incapaz de llevar en tu vientre un hijo mío. – Se acercó hasta ella, quien parecía no escucharlo. La cogió fuertemente del tobillo, jalándola hasta el borde de la cama y más allá. El cuerpo de Karla cayó sobre la alfombra, que apenas y amortiguó la caída. – Toda mi simiente desperdiciada en ti y, ¿para qué? Sigo en la misma situación antes de atarme a ti. – El rumano se puso de cuclillas, solo para cogerla de la barbilla y obligarla a mirarlo. – No. Ahora es incluso peor. Tengo que cargar contigo, una tonta incapaz de seguir instrucciones. – Tariq se inclinó un poco más, solo para susurrarle en el oído, como si de dos amantes se tratasen. – Escucha lo que harás. Bajarás y cocinarás algo decente para tu marido. Entonces, cenaremos y después, follaremos. – La soltó con desgana, sin siquiera preocuparse en ayudarla a levantarse. – ¿He sido lo suficientemente claro? –
El plato había sido servido al mismo tiempo que le ofrecían una vaga respuesta. – ¿Indispuesta? – Sarcasmo era todo lo que destilaban sus palabras. – ¿Se supone que debo creerme su absurda excusa y cenar solo? Podría disculparla de encontrarse a las puertas de la muerte. Como no creo tener tanta suerte, sonrió con fastidio, ve a buscarla. – Había pronunciado esas tres últimas palabras con parsimonia, dejando entrever que si no obedecía, todos ellos lo pagarían. Cogió el tenedor y cortó un trozo de carne. Tariq no se privaría de llevar alimento a su boca, solo porque su mujer creía que podría pasar de su compañía. Había adquirido una esposa por su fortuna, pero si no podía tener eso aún, bien podría tener todo lo demás que eso conllevaba: su disposición para satisfacer cada una de sus necesidades. No tuvo que probar el bocado para saber que la comida estaba malhecha. Ciertamente, Karla no era tan tonta como para olvidar cómo demonios le gustaba. El ruido que hizo el tenedor al golpear con el plato, fue opacado por su deslizar de la silla. Lanzó la servilleta con ira apenas contenida sobre la mesa, a la par que la sirvienta aparecía, ¡sin su mujer! ¿Se atrevía a desobedecerlo? Tariq cogió el pañuelo que se había quitado hacía apenas unos instantes y subió los escalones rezumando furia. Se dirigió a la habitación de Karla, pues a pesar de que le obligaba a permanecer en la suya tras sus encuentros sexuales, ella parecía haber creado un santuario en aquél sitio. ¡Qué jodida lástima que ahora se viese obligado a romper esa insulsa ilusión! – Me pregunto, esposa mía, ¿para qué demonios eres buena? No sabes cocinar, ni obedecer. Mi mano es capaz de darme más placer que tu cuerpo y, como si eso no fuese terriblemente suficiente, parece ser que eres incapaz de llevar en tu vientre un hijo mío. – Se acercó hasta ella, quien parecía no escucharlo. La cogió fuertemente del tobillo, jalándola hasta el borde de la cama y más allá. El cuerpo de Karla cayó sobre la alfombra, que apenas y amortiguó la caída. – Toda mi simiente desperdiciada en ti y, ¿para qué? Sigo en la misma situación antes de atarme a ti. – El rumano se puso de cuclillas, solo para cogerla de la barbilla y obligarla a mirarlo. – No. Ahora es incluso peor. Tengo que cargar contigo, una tonta incapaz de seguir instrucciones. – Tariq se inclinó un poco más, solo para susurrarle en el oído, como si de dos amantes se tratasen. – Escucha lo que harás. Bajarás y cocinarás algo decente para tu marido. Entonces, cenaremos y después, follaremos. – La soltó con desgana, sin siquiera preocuparse en ayudarla a levantarse. – ¿He sido lo suficientemente claro? –
Tariq Marquand- Cazador Clase Alta
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Re: Buenas noches, a quien no nacerá +18 (Tariq Marquand)
La inocencia siempre muere del mismo modo: Gritando
A ese matrimonio se le podría llamar infierno, porque no había una pizca de felicidad en nadie. Los empleados estaban allí por poco dinero y se mantenían en silencio, ocultando los secretos de un amo vulgar y egoísta que explotaba a un par de ancianos que nadie más contrataría. Karla, había sido tratada más como esclava que como señora y vivía por pura inercia. Y Tariq, seguramente tampoco era feliz. El humor de aquél hombre delataba lo inconforme que era con absolutamente todo. Era desagradecido, borracho y sin aspiraciones reales. Quería el dinero para apostarlo, pero era un completo imbécil que perdía herencias ajenas al no saber invertir en nada. En cierto modo, era una suerte que el matrimonio con Karla le tuviese reservadas sorpresas y acertijos para poder obtener el dinero. Y él, aún no sabía todo lo que se escondía.
A esas alturas, ella ya se cuestionaba el paradero de los suyos, que hasta la fecha no parecían hacer acto de presencia, como si ni siquiera se estuviesen esforzando por ubicar a una hija y nieta desaparecida luego de las fatídicas y teatrales nupcias con el Marquand. Lástima, porque ella daría la vida por huir de ese lugar y de ese hombre.
En la cama, sentía temblar su cuerpo, presa del pánico y de un tremendo frío provocado por la fiebre. Tenía la frente perlada en sudor y las frazadas no le eran suficientes para atenuar el malestar que sentía. Jamás se había sentido peor, sobre todo porque sabiendo a Tariq allí, tenía claro que subiría en cualquier momento a la habitación para empezar con los castigos y reclamos por todo. La puerta sonó, pero demasiado suave para tratarse de su esposo. Una voz femenina la llamó atemorizada, indicando que el señor de la casa pedía la presencia de su desgraciada mujer. Pero Karla cerró los ojos, fingió seguir dormida y mantuvo su silencio hasta que ella se retiró. No obstante, ella sabía que eso podría ser peor, y no se equivocaba, porque la tormenta se hizo presente en apenas unos minutos, aunque de nueva cuenta, ella mantuvo su silencio. Como pago, terminó en el suelo, halada por Tariq que la trataba de nuevo como su malcriada mascota. Sus brazos intentaron pronto encontrar apoyo, puesto que el suelo había recibido su vientre y el dolor se acrecentó hasta que ella soltó un gemido y se puso de rodillas, tomando como apoyo la cama. —Por favor, hoy no— suplicó sin mirarlo, intentando controlar el llanto y dejando su rostro caer sobre la cama. Se sentía demasiado débil y las punzadas en el vientre aumentaron en menos de un minuto. Tariq, por su parte, la tomó del mentón, obligándola a verlo y a escuchar con claridad sus indicaciones ¿Notaría entonces en esa cercanía la palidez y el verdadero malestar de su esposa? Para ella, era obvio que no, pero debía intentar de nuevo, por su hijo. —No puedo ponerme en pie, deja que descanse sólo por hoy, te lo suplico— los ojos a medio abrir desbordaban lagrimones y una de sus manos se aferró a la muñeca de su verdugo —Haré lo que me pidas después, pero pide que me traigan algo de beber que me calme el dolor, te lo ruego Tariq— la voz le sonaba entrecortada y el llanto parecía ir en aumento. Pero no era el llanto de siempre. En ese momento, a Karla no le importaba demostrar otra vez que sentía, se estaba mostrando frágil ante la mismísima destrucción y el dolor no podía ser oculto. Era imposible que Tariq no lo notara, pero de ahí a que le importara, había demasiado camino. Él no sabía la razón de los dolores de ella, y de los labios de la mujer, tampoco saldría el verdadero motivo, no aún.
A esas alturas, ella ya se cuestionaba el paradero de los suyos, que hasta la fecha no parecían hacer acto de presencia, como si ni siquiera se estuviesen esforzando por ubicar a una hija y nieta desaparecida luego de las fatídicas y teatrales nupcias con el Marquand. Lástima, porque ella daría la vida por huir de ese lugar y de ese hombre.
En la cama, sentía temblar su cuerpo, presa del pánico y de un tremendo frío provocado por la fiebre. Tenía la frente perlada en sudor y las frazadas no le eran suficientes para atenuar el malestar que sentía. Jamás se había sentido peor, sobre todo porque sabiendo a Tariq allí, tenía claro que subiría en cualquier momento a la habitación para empezar con los castigos y reclamos por todo. La puerta sonó, pero demasiado suave para tratarse de su esposo. Una voz femenina la llamó atemorizada, indicando que el señor de la casa pedía la presencia de su desgraciada mujer. Pero Karla cerró los ojos, fingió seguir dormida y mantuvo su silencio hasta que ella se retiró. No obstante, ella sabía que eso podría ser peor, y no se equivocaba, porque la tormenta se hizo presente en apenas unos minutos, aunque de nueva cuenta, ella mantuvo su silencio. Como pago, terminó en el suelo, halada por Tariq que la trataba de nuevo como su malcriada mascota. Sus brazos intentaron pronto encontrar apoyo, puesto que el suelo había recibido su vientre y el dolor se acrecentó hasta que ella soltó un gemido y se puso de rodillas, tomando como apoyo la cama. —Por favor, hoy no— suplicó sin mirarlo, intentando controlar el llanto y dejando su rostro caer sobre la cama. Se sentía demasiado débil y las punzadas en el vientre aumentaron en menos de un minuto. Tariq, por su parte, la tomó del mentón, obligándola a verlo y a escuchar con claridad sus indicaciones ¿Notaría entonces en esa cercanía la palidez y el verdadero malestar de su esposa? Para ella, era obvio que no, pero debía intentar de nuevo, por su hijo. —No puedo ponerme en pie, deja que descanse sólo por hoy, te lo suplico— los ojos a medio abrir desbordaban lagrimones y una de sus manos se aferró a la muñeca de su verdugo —Haré lo que me pidas después, pero pide que me traigan algo de beber que me calme el dolor, te lo ruego Tariq— la voz le sonaba entrecortada y el llanto parecía ir en aumento. Pero no era el llanto de siempre. En ese momento, a Karla no le importaba demostrar otra vez que sentía, se estaba mostrando frágil ante la mismísima destrucción y el dolor no podía ser oculto. Era imposible que Tariq no lo notara, pero de ahí a que le importara, había demasiado camino. Él no sabía la razón de los dolores de ella, y de los labios de la mujer, tampoco saldría el verdadero motivo, no aún.
Karla Marquand- Humano Clase Alta
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Re: Buenas noches, a quien no nacerá +18 (Tariq Marquand)
Ignat Dragosi Marquand, era un hombre muy orgulloso y ambicioso que había nombrado a su único hijo y heredero, con el nombre de un Rey, criándolo en consecuencia. No era de extrañar que Mircea – nombre de pila de Tariq – creciese con la firme creencia de que el mundo no estaba preparado para un hombre de su talle, pero que era su deber; dar lecciones a quien quiera que se cruzara en su camino, sobre cuán afortunados eran por respirar su mismo aire. Ese porte de superioridad con que desdeñaba a terceros, estaba impreso en su rostro mientras miraba la poca cosa que era su mujer. No es que Karla no fuese atractiva. Su esposa era hermosa. El rumano podría haber sido la envidia de muchos hombres si no pensara que era ella, la que había corrido con la suerte de que se fijara en su existencia. – No tienes derecho a pedirme nada. ¡Nada! – le escupió, con todo el malhumor que la experiencia con su amante y el recién episodio de la cena, había despertado en su interior. – ¿Alguna vez te he dado motivos para creer lo contrario? – La pregunta era retórica. Por supuesto que no requería una respuesta. El cazador no era conocido por su amabilidad. Sentía un placer enfermo al despertar temor en las personas a su alrededor. Se sentó en la cama, con una sonrisa de fastidio curvando sus comisuras. – Puedes pensar que la cláusula que pesa en la herencia de tu familia te ha dado ventaja en este matrimonio, querida, pero eso es tan falso como que tú y yo nos amamos. – Hubo un tiempo en que la convivencia entre ellos pudo ser llevadero. Su anterior esposa y él, habían llegado a un tácito acuerdo. Tariq controlaba hasta la última moneda de los Wickham y ella, solo debía preocuparse por complacerlo cuando se encontrase en casa. Maldita sea, incluso le había contratado a un entrenador para que jugase al cazador. Pero los padres de Karla, le habían engañado. No importaba que ellos no supieran el daño que le causaban a su hija. Para él, todos eran culpables de la infelicidad que reinaba en la mansión Marquand. – Si no puedes darme un hijo, bien puedes atenderme. – Señaló, quitándose la chaqueta, solo para detenerse cuando empezó a desabotonar la camisa.
No había bebido ni un trago desde que dejase a Juliette y el escozor en su garganta parecía incrementarse a cada minuto que pasaba en compañía de su mujer. – Ayúdame a desvestirme. – Replicó, cogiéndola del brazo para levantarla lo suficiente y meterla entre sus piernas. – Mientras más rápido cumplas con tus deberes, más pronto podrás descansar y hacerte un ovillo en cualquier lugar. – Sus dedos recorrieron la mejilla ajena, sin pizca de ternura, pero con gran posesión. Tariq podía disfrutar del sexo con sus amantes, pero saberse el único hombre en la vida de su esposa, era algo completamente distinto. Le volvía un ser primitivo. El dolor en la mirada de Karla no podía conmoverlo. Llevaban meses inmersos en una guerra y no se detendría hasta ganar todas las batallas. Su boca tocó los labios pálidos, pero no hizo el intento de besarla. – Me estoy cansando, Karla. De ti y de esta maldita situación. No quería una esposa, pero la busqué. No puedo esperar más tiempo y si pudiera, tampoco lo deseo. No voy a prescindir de mis placeres solo porque no puedes concebir. – En su voz, se detectaba que la encontraba como un juguete defectuoso. Qué jodida suerte había tenido al cortejar a una mujer infértil. – Te dejaría ir, pero no quiero. – Agregó con malicia, sus manos ahuecándole los pechos. – ¿Qué clase de hombre sería si faltara a mi palabra de que estaremos juntos hasta que la muerte nos separe? – Y allí estaba la amenaza de siempre, que solo sería libre cuando ella soltase el último aliento. Tariq jamás permitiría que su mujer le abandonara. Podría ser un hombre atado a mil demonios, pero seguía siendo un hombre y no sería el hazmerreír de sus amigos. Su lengua salió como un látigo para hacerle separar los labios y permitir su invasión. – Aprenderás a amar a un hijo mío como si lo hubieses parido. – No es que le importara. Cuando el heredero naciera, él podría poner sus manos en la fortuna. Su mano ahuecó la entrepierna de su mujer, solo para notar algo húmedo. Maldijo. Por mucho que se creyese un experto en las artes amatorias, eso no era el deseo de Karla por compartir su cama.
No había bebido ni un trago desde que dejase a Juliette y el escozor en su garganta parecía incrementarse a cada minuto que pasaba en compañía de su mujer. – Ayúdame a desvestirme. – Replicó, cogiéndola del brazo para levantarla lo suficiente y meterla entre sus piernas. – Mientras más rápido cumplas con tus deberes, más pronto podrás descansar y hacerte un ovillo en cualquier lugar. – Sus dedos recorrieron la mejilla ajena, sin pizca de ternura, pero con gran posesión. Tariq podía disfrutar del sexo con sus amantes, pero saberse el único hombre en la vida de su esposa, era algo completamente distinto. Le volvía un ser primitivo. El dolor en la mirada de Karla no podía conmoverlo. Llevaban meses inmersos en una guerra y no se detendría hasta ganar todas las batallas. Su boca tocó los labios pálidos, pero no hizo el intento de besarla. – Me estoy cansando, Karla. De ti y de esta maldita situación. No quería una esposa, pero la busqué. No puedo esperar más tiempo y si pudiera, tampoco lo deseo. No voy a prescindir de mis placeres solo porque no puedes concebir. – En su voz, se detectaba que la encontraba como un juguete defectuoso. Qué jodida suerte había tenido al cortejar a una mujer infértil. – Te dejaría ir, pero no quiero. – Agregó con malicia, sus manos ahuecándole los pechos. – ¿Qué clase de hombre sería si faltara a mi palabra de que estaremos juntos hasta que la muerte nos separe? – Y allí estaba la amenaza de siempre, que solo sería libre cuando ella soltase el último aliento. Tariq jamás permitiría que su mujer le abandonara. Podría ser un hombre atado a mil demonios, pero seguía siendo un hombre y no sería el hazmerreír de sus amigos. Su lengua salió como un látigo para hacerle separar los labios y permitir su invasión. – Aprenderás a amar a un hijo mío como si lo hubieses parido. – No es que le importara. Cuando el heredero naciera, él podría poner sus manos en la fortuna. Su mano ahuecó la entrepierna de su mujer, solo para notar algo húmedo. Maldijo. Por mucho que se creyese un experto en las artes amatorias, eso no era el deseo de Karla por compartir su cama.
Tariq Marquand- Cazador Clase Alta
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Re: Buenas noches, a quien no nacerá +18 (Tariq Marquand)
Para él, el dinero era su mundo,
Para ella, la peor de sus ruinas.
Para ella, la peor de sus ruinas.
Hablar de derechos con Tariq constituía un absurdo. Para él, el simple hecho de ser hombre le otorgaba el dominio absoluto sobre su mujer. Pero la realidad es que si todo se movía por el dinero, la que debía llevar la batuta era Karla. El matrimonio les había dado una casa llena de empleados útiles y pagos, además de una cantidad de dinero considerable para vivir bien mientras procreaban. Pero Tariq se había resistido a irse a vivir allí y Karla aún no le diría que el vivir en ese lugar, sería lo que les permitiría tener acceso al dinero. —Lo necesito. No me obligues hoy, te lo ruego— suplicó de nuevo, como si pudiese presentir que algo malo, peor que lo de siempre, pasaría —Tengo claro que eres incapaz de amar a nadie diferente a ti mismo. Esa es tu ruina, a la que nos arrastras— farfulló, desesperada por el malestar que la sobrecogía. Hace mucho tiempo ella había dejado de replicarle, pero necesitaba que él no se llegase a ella esa noche, porque lo lamentaría. Incluso, ese "nos" la incluía a ella y al bebé. Pero él tampoco notaría eso y creería que el par al que ella hacía referencia, era el matrimonio en sí.
A la larga, a pesar de los maltratos, cada cláusula que Tariq no había leído, le favorecía a ella. Si ella sufría, él también lo haría desde lo económico. Si Karla moría, el Marquand no heredaría ni un sólo centavo. Inclusive, si ella fallecía y quedaba un hijo, éste tendría la fortuna tazada por abogados hasta que cumpliera la mayoría de edad. Los Sartre habían tomado medidas con respecto a los intereses de la fortuna de su hija. El problema radicaba en que la soberbia de Tariq lo cegaba a tal punto, que había sido incapaz de leer el contrato de matrimonio. Firmó, pero ya nada podía echar para atrás algo como eso. Estaba condenado a soportarla o a perderla junto con toda su fortuna. Y Karla no diría nada, él no merecía ni un sólo franco y no lo haría a menos que cambiara. Cosa que ella bien sabía que sería imposible. Entonces ¿Para qué responder y aclararle algo que podía lograr la muerte de ella de inmediato? Si no tuviera una criatura dentro de su vientre, se lo hubiese escupido a la cara, como si el sólo peso de la verdad pudiera quemarle. No obstante, ella sólo pensaba en el bebé, porque poco influía el padre cuando seguía siendo hijo suyo.
Pero el problema en ese preciso momento, radicaba en que él estaba tan obstinado como siempre con ser atendido por ella, aunque más bien, era que le sirviera como objeto para desfogar sus necesidades de hombre. Con fuerza la levantó y Karla sintió que algo dentro de sí, se desprendía. Era absurdo que ella misma lo definiera así en su mente, pero el terror la sobrecogió al tiempo que la debilidad y efectivamente fue a terminar en las piernas de Tariq. En la camisa, él tenía la marca de las traiciones que le jugaba a ella en cada salida, pero las ganas de decir nada se le fueron a Karla cuando le presionó los pechos y el dolor se hizo agudo allí, en medio de su sensibilidad. Del mismo modo la besó, pero ella era como una especie de objeto inanimado que es incapaz de responder a estímulos de ese tipo. Como pudo, liberó sus labios y lo miró con los ojos llenos de lágrimas —No puedo, no puedo, déjame hoy. Déjame siempre, no me quieres, no tienes de mí lo que querías. Déjame ir por favor, te daré dinero cuando vuelva a tener acceso a él estando separada— soltó, con las palabras una encima de la otra, con un estrés tal, que era claro que sólo podía ponerla peor. — ¡Déjame! — le gritó, como no se había atrevido a hacer antes ¿Cómo podía mencionar el traer otro hijo cuando Karla tenía uno en ese mismo momento en su vientre? Estaba ciego, y también idiota, porque siempre le retiraba la ropa allí donde era necesario para complacerse. Su vientre lo había dado por inútil y jamás había notado nada. O quizás ahora notaba algo, porque cuando su mano se internó en el sexo de su esposa, cambió la mirada. Y ella también supo lo que eso significaba: estaba sangrando. Aun así, lo más probable es que Tariq confundiera esa primera alarma con el ciclo habitual de su mujer. Por lo mismo, Karla se echó hacia un lado, sobre la cama antes de poder levantarse e ir al baño. Era su hijo, bajo ninguna circunstancia deseaba perderlo, aunque eso pudiese costarle la libertad para siempre. El miedo a Tariq desaparecía ante la sola idea de perder a su primer hijo.
A la larga, a pesar de los maltratos, cada cláusula que Tariq no había leído, le favorecía a ella. Si ella sufría, él también lo haría desde lo económico. Si Karla moría, el Marquand no heredaría ni un sólo centavo. Inclusive, si ella fallecía y quedaba un hijo, éste tendría la fortuna tazada por abogados hasta que cumpliera la mayoría de edad. Los Sartre habían tomado medidas con respecto a los intereses de la fortuna de su hija. El problema radicaba en que la soberbia de Tariq lo cegaba a tal punto, que había sido incapaz de leer el contrato de matrimonio. Firmó, pero ya nada podía echar para atrás algo como eso. Estaba condenado a soportarla o a perderla junto con toda su fortuna. Y Karla no diría nada, él no merecía ni un sólo franco y no lo haría a menos que cambiara. Cosa que ella bien sabía que sería imposible. Entonces ¿Para qué responder y aclararle algo que podía lograr la muerte de ella de inmediato? Si no tuviera una criatura dentro de su vientre, se lo hubiese escupido a la cara, como si el sólo peso de la verdad pudiera quemarle. No obstante, ella sólo pensaba en el bebé, porque poco influía el padre cuando seguía siendo hijo suyo.
Pero el problema en ese preciso momento, radicaba en que él estaba tan obstinado como siempre con ser atendido por ella, aunque más bien, era que le sirviera como objeto para desfogar sus necesidades de hombre. Con fuerza la levantó y Karla sintió que algo dentro de sí, se desprendía. Era absurdo que ella misma lo definiera así en su mente, pero el terror la sobrecogió al tiempo que la debilidad y efectivamente fue a terminar en las piernas de Tariq. En la camisa, él tenía la marca de las traiciones que le jugaba a ella en cada salida, pero las ganas de decir nada se le fueron a Karla cuando le presionó los pechos y el dolor se hizo agudo allí, en medio de su sensibilidad. Del mismo modo la besó, pero ella era como una especie de objeto inanimado que es incapaz de responder a estímulos de ese tipo. Como pudo, liberó sus labios y lo miró con los ojos llenos de lágrimas —No puedo, no puedo, déjame hoy. Déjame siempre, no me quieres, no tienes de mí lo que querías. Déjame ir por favor, te daré dinero cuando vuelva a tener acceso a él estando separada— soltó, con las palabras una encima de la otra, con un estrés tal, que era claro que sólo podía ponerla peor. — ¡Déjame! — le gritó, como no se había atrevido a hacer antes ¿Cómo podía mencionar el traer otro hijo cuando Karla tenía uno en ese mismo momento en su vientre? Estaba ciego, y también idiota, porque siempre le retiraba la ropa allí donde era necesario para complacerse. Su vientre lo había dado por inútil y jamás había notado nada. O quizás ahora notaba algo, porque cuando su mano se internó en el sexo de su esposa, cambió la mirada. Y ella también supo lo que eso significaba: estaba sangrando. Aun así, lo más probable es que Tariq confundiera esa primera alarma con el ciclo habitual de su mujer. Por lo mismo, Karla se echó hacia un lado, sobre la cama antes de poder levantarse e ir al baño. Era su hijo, bajo ninguna circunstancia deseaba perderlo, aunque eso pudiese costarle la libertad para siempre. El miedo a Tariq desaparecía ante la sola idea de perder a su primer hijo.
Karla Marquand- Humano Clase Alta
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Re: Buenas noches, a quien no nacerá +18 (Tariq Marquand)
La dejó ir. Ahora que sabía que estaba indispuesta, no tenía nada más que hacer en ese maldito cuarto. De no estar de tan malhumor, habría hecho exactamente eso; pero la culpa de que esa relación no fuese según sus planes, era únicamente de ella. Bien podía soportarlo. – ¿Y qué jodida historia vas a hilar, Karla? ¿Qué demonios contarás si te dejo marchar? ¡¿De verdad me crees tan estúpido?! Solo hay una forma de que vuelvas con tus padres y es muerta, en una hermosa caja de madera. – Cogió el pañuelo que había tirado sobre la cama para limpiarse los dedos. Lo hacía con ira, como si estuviese luchando internamente, para no irse en su contra. Ignat, había golpeado a su esposa en incontables ocasiones y Tariq no era diferente. Se le había enseñado que sus mujeres debían complacerlos y que, cuando se equivocasen, la mejor forma de aleccionarlas, era marcándolas físicamente. Cuando se miraran en el espejo, recordarían que habían hecho enojar al hombre que les había brindado su protección y apellido. La mano que podía enseñarles qué era el afecto, era la misma que podía mostrarles lo que el odio podía hacer en los momentos más inoportunos. – ¿Es eso lo que intentas provocar? ¿Tu maldita muerte? – El rumano, lanzaba las preguntas con la misma temeridad que se veía en su rostro cuando jalaba el gatillo, a sabiendas de que entrarían limpiamente en su objetivo. – No sabía que la convivencia conmigo era tan insoportable, al punto de que preferirías abandonarme. – Por supuesto que se burlaba. Ella no necesitaba mirarlo para ver la sonrisa descarada en su rostro. En el tono de su voz se oía oscuridad y malicia. Cuando Marquand nació, le fueron arrebatados los escrúpulos y los sentimientos. Karla tenía razón. Solo sentía amor hacia sí mismo. Se sabía apuesto, inteligente y merecedor de toda pleitesía. Terminó por desabotonarse la camisa y la tiró al suelo. En su espalda, se podían apreciar diversos arañazos, mismas que su amante había dejado allí, hacía solo unos instantes. Hizo lo mismo con sus demás prendas, hasta quedar completamente desnudo. No había ninguna erección en esa ocasión. El deseo se había ido ante el conocimiento de que esa noche, la calidez de su mujer, no le envolvería.
Tariq podría obligarle a que le atendiera de otras formas, pero estaba cansado de esa lucha que no lo llevaba a ningún lado. – ¿Quieres morir esta noche? – ¡Maldición! Si hasta parecía que estaban hablando del clima. Él nunca le había dicho que, ser cazador de criaturas sobrenaturales, era otro de sus pasatiempos. Realmente, ni siquiera tenía idea de si Karla conocía de la existencia de esos seres, y tampoco le importaba. Si se quedaba en casa, como lo había ordenado, no corría el riesgo de que se topara con ellos. Desde que eso no ocurriría hasta que él consiguiera, lo que había buscado al contraer matrimonio con ella, su mujer estaba relativamente protegida. Subió a la cama, justo a su lado. Con su mano, obligó a su rostro a girarse hacia el suyo. Quería que viese que no estaban más jugando. En la mirada del rumano, se podía apreciar una cruel verdad, que no se necesitaba ser un vampiro para hacer gala de maldad. Ser uno de ellos, solo lo haría más vil y astuto. No usaría sus armas para matar, podría hacerlo solo con sus manos, pues la fuerza que ganaría, sería suficiente para continuar alimentando a sus demonios. – ¿Sabes cuántas veces he hecho esa pregunta, querida? – Su dedo índice, recorrió la mejilla de la fémina en una caricia. Tariq podía darle eso, actuar civilizado, dándole muestras de lo que podría haber sido si él, hubiese sido el prometido que había fingido ser. – Tengo curiosidad por saber si suplicarás hacia el final, como todas. Solo tú, causarás tu ruina, no la nuestra. No hay un nosotros, ni jamás lo habrá. Si tú mueres, otra más ocupará tu lugar. Reemplazarte en la cama, no es lo único que puedo hacer. – Y luego, porque requería cambiar de conversación antes de hacer volar su imaginación, añadió. – Visité a tus padres, ¿sabes? Estaban ansiosos por tener noticias de cómo nos iba. Nunca recaí en el gran parecido que tienes con tu madre. ¿Crees que ella disfrutaría más que tú de mis atenciones? – ¿Necesitaba ser más claro? Habiendo dejado en evidencia que mataría a sus suegros de ser necesario, añadir que violaría a la madre de su esposa, hacía todo más retorcido. – Ella te vendió conmigo. ¿No sería justo que la hiciéramos pasar por lo mismo? Ahora, ¿volverás a pedir que te deje? Porque puedo arrebatarte más que la voluntad. No me pongas a prueba. – En esa ocasión, se inclinó para besarla, pero era Karla quien debía dar el último paso.
Tariq podría obligarle a que le atendiera de otras formas, pero estaba cansado de esa lucha que no lo llevaba a ningún lado. – ¿Quieres morir esta noche? – ¡Maldición! Si hasta parecía que estaban hablando del clima. Él nunca le había dicho que, ser cazador de criaturas sobrenaturales, era otro de sus pasatiempos. Realmente, ni siquiera tenía idea de si Karla conocía de la existencia de esos seres, y tampoco le importaba. Si se quedaba en casa, como lo había ordenado, no corría el riesgo de que se topara con ellos. Desde que eso no ocurriría hasta que él consiguiera, lo que había buscado al contraer matrimonio con ella, su mujer estaba relativamente protegida. Subió a la cama, justo a su lado. Con su mano, obligó a su rostro a girarse hacia el suyo. Quería que viese que no estaban más jugando. En la mirada del rumano, se podía apreciar una cruel verdad, que no se necesitaba ser un vampiro para hacer gala de maldad. Ser uno de ellos, solo lo haría más vil y astuto. No usaría sus armas para matar, podría hacerlo solo con sus manos, pues la fuerza que ganaría, sería suficiente para continuar alimentando a sus demonios. – ¿Sabes cuántas veces he hecho esa pregunta, querida? – Su dedo índice, recorrió la mejilla de la fémina en una caricia. Tariq podía darle eso, actuar civilizado, dándole muestras de lo que podría haber sido si él, hubiese sido el prometido que había fingido ser. – Tengo curiosidad por saber si suplicarás hacia el final, como todas. Solo tú, causarás tu ruina, no la nuestra. No hay un nosotros, ni jamás lo habrá. Si tú mueres, otra más ocupará tu lugar. Reemplazarte en la cama, no es lo único que puedo hacer. – Y luego, porque requería cambiar de conversación antes de hacer volar su imaginación, añadió. – Visité a tus padres, ¿sabes? Estaban ansiosos por tener noticias de cómo nos iba. Nunca recaí en el gran parecido que tienes con tu madre. ¿Crees que ella disfrutaría más que tú de mis atenciones? – ¿Necesitaba ser más claro? Habiendo dejado en evidencia que mataría a sus suegros de ser necesario, añadir que violaría a la madre de su esposa, hacía todo más retorcido. – Ella te vendió conmigo. ¿No sería justo que la hiciéramos pasar por lo mismo? Ahora, ¿volverás a pedir que te deje? Porque puedo arrebatarte más que la voluntad. No me pongas a prueba. – En esa ocasión, se inclinó para besarla, pero era Karla quien debía dar el último paso.
Tariq Marquand- Cazador Clase Alta
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Re: Buenas noches, a quien no nacerá +18 (Tariq Marquand)
«Y si tienes miedo, contenlo hasta que te beba la última gota de sangre.
No antes. O tendrá el regusto amargo del espanto».
No antes. O tendrá el regusto amargo del espanto».
—La misma historia que les dije siempre, que no me quería casar sin amor— lloriqueó, trayendo a colación la excusa que usó siempre con sus padres cada vez que intentaban casarla. Debió haber hecho lo mismo con Tariq, pero fue lo suficientemente ingenua como para dejarse convencer de un rostro hermoso y de un par de palabras ladinas que sólo procuraban mentiras. Por supuesto, al comprender la amenaza de su esposo, rompió en llanto. La angustia la volvía incontrolable, al punto que no pensaba ni sus palabras ni sus movimientos. Esa misma noche, ella misma podría procurar su muerte en un ataque de nervios. No sabía qué hacer, sobre todo porque no contaba ni siquiera con el padre de su hijo como para poder salvarlo. Él, se burlaba de ella, de su sufrimiento, de lo que él bien sabía que le hacía padecer. Era más que obvio que no le importaba en lo absoluto. Ratificaba que era un completo egoísta, y a la vez tan recio como descarado. Era probable que en esa situación, Karla descontrolada cometiera cualquier estupidez.
Como si nada pasara, él se limpió las manos y procedió a desvestirse. Para él, la vida continuaba normal, su objeto hoy rechinaba un poco pero no parecía merecer atención alguna. Total, él ya había logrado satisfacerse un poco con cualquier otra mujer. Karla, su esposa, venía a ser más bien como una especie de bocadillo luego de comer con ansias el plato fuerte, alguien que, seguramente, sí sabía cómo debía complacer a un hombre en la cama ¿Sería eso lo que lo ponía tan mal? Si era así, no era culpa de Karla. Tariq debió moldearla a su antojo, enseñarle cómo debía hacer las cosas, hacerla conforme a sus deseos. Pero lo que había hecho, era prepararla para temer, para quedarse inmóvil para que él le hiciera lo que se le viniera en gana, para abusarla.
Pero, teniendo tan claro todo eso ¿No quería realmente morir? Si perdía el bebé, seguramente intentaría hacerlo. Y claro que podía sola, no lo necesitaba a él para que la asesinara, aunque, quizás, sería lo mejor, porque sus padres averiguarían la causa de su muerte con exhaustivo detalle y entonces, en el mejor de los casos, él iría a prisión —Aguantarte es morir un poco cada día— Susurró entrecortado a causa del llanto, ocultando el rostro entre la cama como si con eso pretendiera consolarse. Pero Tariq no iba a dejarla en paz. Así, desnudo, se puso a su lado y le movió el rostro a las malas, buscando la respuesta al tema de su muerte. Como era él, sería capaz de cerrar allí mismo sus manos alrededor del cuello de su esposa, y de presionar con la fuerza suficiente para terminar con su respiración en un dos por tres. El cuerpo de Karla se estremeció al mirarlo, con los ojos perdidos y la frente aún perlada del sudor, producto del malestar y la angustia. —Si me matas, no tendrás ni un solo franco. Pero te perseguirán, como no tardan en hacer luego de tanta ausencia— la voz le sonó débil, pero hizo todo lo posible por mantenerle la mirada en ese par de ojos frívolos y burlones ¿Qué más daba? Todo no debía salirle a él a pedir de boca. Con cada empujón al abismo, ella intentaría halarlo un poco. Aunque ¿No habrían intentado las anteriores hacer lo mismo? ¿Cuántas habían sido? Ella sabía de Mina, pero prefirió no preguntar nada más con respecto a las otras. A veces, lo mejor es no saber demasiado. —Atenciones…— repitió, retirándole el rostro y girando hasta quedar fuera de la cama. Hizo lo posible por caer suavemente, pero a pesar de alejarse de él, no olvidaba lo que tenía todavía por decir —No atiendes a nadie, porque la palabra placer es algo que no se puede lograr contigo— agregó, poniéndose de pie y dirigiéndose al baño, esperando herirle de alguna manera ese maldito ego destructor que se desquitaba como siempre con ella. Ignoraba lo que hacía referencia a su madre, porque difícilmente tendría acceso a ella. Incluso, si era verdad que había visto a sus padres, no tardarían en buscarla. Ellos vivían en Inglaterra. Karla, no le creía a Tariq y veía más allá de sus palabras. Él, de nuevo, veía apenas lo necesario y volvía a perder. —Ya has hecho más que eso…— respondió, dejando caer su cuerpo sobre una silla que estaba en la habitación, de cara a la cama, como para verle la expresión del rostro. No le había importado detener su rumbo, porque por una vez, quería ver cómo reaccionaba él cuando realmente se le provocaba. Si se le acercaba demasiado para herirla, entonces diría algo más que pudiere salvarle por esa noche el pellejo. A ella, y al bebé. Pero ¿Realmente lo lograría?
Como si nada pasara, él se limpió las manos y procedió a desvestirse. Para él, la vida continuaba normal, su objeto hoy rechinaba un poco pero no parecía merecer atención alguna. Total, él ya había logrado satisfacerse un poco con cualquier otra mujer. Karla, su esposa, venía a ser más bien como una especie de bocadillo luego de comer con ansias el plato fuerte, alguien que, seguramente, sí sabía cómo debía complacer a un hombre en la cama ¿Sería eso lo que lo ponía tan mal? Si era así, no era culpa de Karla. Tariq debió moldearla a su antojo, enseñarle cómo debía hacer las cosas, hacerla conforme a sus deseos. Pero lo que había hecho, era prepararla para temer, para quedarse inmóvil para que él le hiciera lo que se le viniera en gana, para abusarla.
Pero, teniendo tan claro todo eso ¿No quería realmente morir? Si perdía el bebé, seguramente intentaría hacerlo. Y claro que podía sola, no lo necesitaba a él para que la asesinara, aunque, quizás, sería lo mejor, porque sus padres averiguarían la causa de su muerte con exhaustivo detalle y entonces, en el mejor de los casos, él iría a prisión —Aguantarte es morir un poco cada día— Susurró entrecortado a causa del llanto, ocultando el rostro entre la cama como si con eso pretendiera consolarse. Pero Tariq no iba a dejarla en paz. Así, desnudo, se puso a su lado y le movió el rostro a las malas, buscando la respuesta al tema de su muerte. Como era él, sería capaz de cerrar allí mismo sus manos alrededor del cuello de su esposa, y de presionar con la fuerza suficiente para terminar con su respiración en un dos por tres. El cuerpo de Karla se estremeció al mirarlo, con los ojos perdidos y la frente aún perlada del sudor, producto del malestar y la angustia. —Si me matas, no tendrás ni un solo franco. Pero te perseguirán, como no tardan en hacer luego de tanta ausencia— la voz le sonó débil, pero hizo todo lo posible por mantenerle la mirada en ese par de ojos frívolos y burlones ¿Qué más daba? Todo no debía salirle a él a pedir de boca. Con cada empujón al abismo, ella intentaría halarlo un poco. Aunque ¿No habrían intentado las anteriores hacer lo mismo? ¿Cuántas habían sido? Ella sabía de Mina, pero prefirió no preguntar nada más con respecto a las otras. A veces, lo mejor es no saber demasiado. —Atenciones…— repitió, retirándole el rostro y girando hasta quedar fuera de la cama. Hizo lo posible por caer suavemente, pero a pesar de alejarse de él, no olvidaba lo que tenía todavía por decir —No atiendes a nadie, porque la palabra placer es algo que no se puede lograr contigo— agregó, poniéndose de pie y dirigiéndose al baño, esperando herirle de alguna manera ese maldito ego destructor que se desquitaba como siempre con ella. Ignoraba lo que hacía referencia a su madre, porque difícilmente tendría acceso a ella. Incluso, si era verdad que había visto a sus padres, no tardarían en buscarla. Ellos vivían en Inglaterra. Karla, no le creía a Tariq y veía más allá de sus palabras. Él, de nuevo, veía apenas lo necesario y volvía a perder. —Ya has hecho más que eso…— respondió, dejando caer su cuerpo sobre una silla que estaba en la habitación, de cara a la cama, como para verle la expresión del rostro. No le había importado detener su rumbo, porque por una vez, quería ver cómo reaccionaba él cuando realmente se le provocaba. Si se le acercaba demasiado para herirla, entonces diría algo más que pudiere salvarle por esa noche el pellejo. A ella, y al bebé. Pero ¿Realmente lo lograría?
Karla Marquand- Humano Clase Alta
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Re: Buenas noches, a quien no nacerá +18 (Tariq Marquand)
Lo excitaba. El miedo que veía en su mirada, calentaba su sangre y encendía su cuerpo. No era sólo por la herencia de los Sartre que la mantenía a su lado. No completamente. Tariq había descubierto que le gustaba erigirse como su Amo y Señor, en la cama y fuera de ella. Tampoco mentía cuando decía que podría reemplazarla sin siquiera pensárselo. Karla era su juguete. Tenía que romperse primero para que lo desechara, o aburrirlo del todo, para que la olvidara. Eso sí, jamás podría darle su libertad. Las cadenas que le había puesto, aunque invisibles, eran irrompibles. Sólo él tenía las llaves para abrir el candado y, otorgarle aquello que con tan desapasionada voz le imploraba, estaba lejos de pasar por su mente. Su mujer tenía un cuerpo en el que le gustaba hundirse, aun cuando ella no participase activamente durante el encuentro. Cierto era que el rumano, no había mostrado ningún interés en enseñarle cuán placentero podrían llegar a ser esas noches. Tocarla en los lugares correctos para hacerla arder de deseo o lograr que jadeara su nombre mientras se corriera, eran imágenes con las que podría haberse sentido satisfecho en otro momento. ¡Pero ella le había mentido! ¡Se merecería sufrir cualquier castigo! Marquand pudo haber limitado sus enfermos placeres a las mujeres que encerraba en su cabaña, no muy lejos de casa; pero la familia de su esposa – y ella misma – habían utilizado una máscara, tal como había hecho él, y eso le jodía de maneras que apenas podía controlar sus arranques de ira. Ese amor que Karla nombraba no existía. El asco que le producía oír esa estúpida palabra, se mostraba con vileza en sus facciones. Que ella hubiese fantaseado con encontrarlo alguna vez, le provocaba un tumulto de emociones, burlescas y dañinas. ¿Creía que él derrocharía esa clase de afectos? ¡Joder! ¿Tan buen actor estaba hecho? Esos primeros meses como pareja, podrían haber sido memorables, un escape para la joven cuando la cruda realidad le golpease. Ahora, sólo podía conocer ese lado monstruoso de él. La parte que sus demonios reclamaban. Mientras que ella no encontraba placer en esa clase de sexo, pues era la víctima, Tariq lo hacía.
– ¿Me estás amenazando? – Cuestionó, cerrando su mano sobre la erección que comenzaba a tener. – ¿Crees que tengo miedo o que debería tenerlo? – Un gruñido escapó de sus fauces, a la par que su mano subía y bajaba con brío. – No vine aquí huyendo de Rumanía. Ser y actuar como un cobarde, no está en mi sangre. – Sonrió pagado de sí mismo, a sabiendas de que ella, pensaría lo contrario. ¿Quién demonios le había lavado el cerebro sobre que las parejas se casaban por otra cosa, además de posición y riquezas? ¿Su hermosa suegra? Tariq había nacido en una familia bien acomodada. Incluso su hermana, estaba seguro, había sido instruida sobre qué se esperaba de una mujer cuando se casara. La educación que recibiera Karla, no debía ser distinta. Dejó de masturbarse cuando la vio alejarse. Al diablo cualquier idea de dejarla en paz por esa noche. Se ganaba a pulso que la tratase como una prostituta, y no como la mujer que llevaba su apellido. – Te equivocas.– Agregó, con sorna. – Mi amante ha quedado bastante satisfecha. Puedo dar y recibir placer, querida, siempre que mi pareja sepa mantener mi interés y no aburrirme hasta el punto de dejarme dormido. – Cada vez que llegaba a los brazos de su mujer, lo hacía después de beber hasta el cansancio, malhumorado y con el único propósito de sembrar su semilla. Necesitaban un hijo, y eso era todo lo que buscaba lograr yendo a su cama. No miró en su dirección, aunque sus ojos, ahora clavados en el techo; refulgían molestos. Estar en una persecución se le antojaba menos. – Si no te conociera, diría que te gusta que te lo haga a la fuerza, Karla. ¿Es eso? Las mujeres suelen correrse en mis manos. No importa cuánto veneno escupan sus bocas, su cuerpo las traiciona. La próxima vez, si te comportas, te enseñaré. – Su promesa, no era vacía. Tanto como ella lo negaba, su cuerpo cantaría por sus atenciones, ansiando su toque. – Ahora vuelve aquí y no me obligues a ir por ti. No te di permiso para que abandonaras la cama. ¿No decías que no podías ponerte en pie? Tal vez necesites ayuda con eso. – La golpearía, estaba seguro de eso. Sus puños querían dar ese tipo de caricias. Si no obedecía, lo lamentaría hasta el fin de sus días.
– ¿Me estás amenazando? – Cuestionó, cerrando su mano sobre la erección que comenzaba a tener. – ¿Crees que tengo miedo o que debería tenerlo? – Un gruñido escapó de sus fauces, a la par que su mano subía y bajaba con brío. – No vine aquí huyendo de Rumanía. Ser y actuar como un cobarde, no está en mi sangre. – Sonrió pagado de sí mismo, a sabiendas de que ella, pensaría lo contrario. ¿Quién demonios le había lavado el cerebro sobre que las parejas se casaban por otra cosa, además de posición y riquezas? ¿Su hermosa suegra? Tariq había nacido en una familia bien acomodada. Incluso su hermana, estaba seguro, había sido instruida sobre qué se esperaba de una mujer cuando se casara. La educación que recibiera Karla, no debía ser distinta. Dejó de masturbarse cuando la vio alejarse. Al diablo cualquier idea de dejarla en paz por esa noche. Se ganaba a pulso que la tratase como una prostituta, y no como la mujer que llevaba su apellido. – Te equivocas.– Agregó, con sorna. – Mi amante ha quedado bastante satisfecha. Puedo dar y recibir placer, querida, siempre que mi pareja sepa mantener mi interés y no aburrirme hasta el punto de dejarme dormido. – Cada vez que llegaba a los brazos de su mujer, lo hacía después de beber hasta el cansancio, malhumorado y con el único propósito de sembrar su semilla. Necesitaban un hijo, y eso era todo lo que buscaba lograr yendo a su cama. No miró en su dirección, aunque sus ojos, ahora clavados en el techo; refulgían molestos. Estar en una persecución se le antojaba menos. – Si no te conociera, diría que te gusta que te lo haga a la fuerza, Karla. ¿Es eso? Las mujeres suelen correrse en mis manos. No importa cuánto veneno escupan sus bocas, su cuerpo las traiciona. La próxima vez, si te comportas, te enseñaré. – Su promesa, no era vacía. Tanto como ella lo negaba, su cuerpo cantaría por sus atenciones, ansiando su toque. – Ahora vuelve aquí y no me obligues a ir por ti. No te di permiso para que abandonaras la cama. ¿No decías que no podías ponerte en pie? Tal vez necesites ayuda con eso. – La golpearía, estaba seguro de eso. Sus puños querían dar ese tipo de caricias. Si no obedecía, lo lamentaría hasta el fin de sus días.
Tariq Marquand- Cazador Clase Alta
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Re: Buenas noches, a quien no nacerá +18 (Tariq Marquand)
Qué absurdo, firmaba sentencias de muerte como quien firma seguros de vida.
—Siempre es difícil amenazar a un monstruo— farfulló, con la mirada cansada pero aún muy fija en los ojos de su detestable esposo. Era increíble que un rostro tan favorecido pudiese albergar unas muecas tan tiranas como sus palabras. El corazón de Tariq estaba completamente negro y, a esas alturas, ya Karla creía imposible lograr cualquier cambio. Él era caso perdido, y como tal debía tratarlo. Además ¿Cómo más podría tratar a alguien que discutía mientras se masturbaba? Lo que producía placer en él era completamente enfermo, al punto, que Karla llegó a cuestionarse en varias ocasiones lo que él hacía con sus amantes. Probablemente ellas tampoco sentían placer, quizás, la mayoría de esas mujeres también eran abusadas. O sencillamente se trataba de prostitutas, dispuestas a hacer y tolerar lo que sea a cambio de un par de francos.
—Tú me hiciste lo que soy ¿No te das cuenta? No puedo darte placer porque no me enseñaste cómo, y tampoco siento nada porque no te importa. Y tú no sabes obtenerlo porque llegas aquí como si nada te fuera suficiente. Búscate una amante mejor, alguien que sea capaz de hacer que no vengas a casa en días y que tampoco desees verme— las palabras de Karla salieron a trompicones, mientras lloraba con desespero. A esas alturas, los pocos empleados de la casa ya debían de saber lo que en la habitación principal sucedía, pero nadie se atrevería a meterse pese a que la mujer que hacía las veces de cocinera y ama de llaves, sí que sabía del embarazo de ella, aunque Karla lo hubiese negado cada vez que le preguntaban. Lo curioso era el motivo por el que no le habían dicho nada a su señor. Tariq no sabía nada, eso era evidente. Entonces ¿Serían capaces de asesinarlo un día si se les pagara lo suficiente? Karla debió obligarse a retirar de su mente una idea tan perversa. Sin querer, él también la estaba cambiando, y no precisamente para bien.
Pese a todo, la situación continuaba empeorando. Tariq se burlaba de ella una vez más y, en el desespero de saberse sangrando, escupía todo lo que tenía desde el principio guardado. Si perdía a su hijo, poco le importaba perderse también a sí misma, más de lo que él había logrado ya. —No voy a ir, no voy a pedirte permiso para ir al baño ni tampoco para morirme. Tú puedes gritarme y reducirme a cenizas, pero entre más violencia utilices, menos dinero tendrás. Asimila eso, Tariq Marquand, me engañaste para que me casara contigo y ahora tu farsa se vuelve en tu contra. Si yo muero o desaparezco, ni un solo franco de mis herencias pasará a tus manos. Si hubieses sido más inteligente, habrías logrado de buena gana que te diera acceso a mi fortuna. Ahora debes mantenerme viva, porque si algo me pasa, van a meterte preso, te lo aseguro— cada detalle fue pronunciado por Karla con una firmeza muy mal fingida. Debía esforzarse demasiado mientras intentaba controlar los temblores que sentía recorrer su cuerpo. Temía por todo, no sólo por lo que le estaba sucediendo, sino también porque él había dejado de masturbarse y parecía que pronto se pondría de pie. Ella había hablado pretendiendo que cada palabra hiciera las veces de seguro de vida; pero para él, sus órdenes debían cumplirse contra viento y marea. Nada le importaba, si debía matarla, lo haría y después se largaría a engañar a alguien más. El rumano no tenía escrúpulos y, en el fondo, ella lo sabía. De hecho ¿No habría sido mejor decirle que sangraba y que estaba tan mal porque podría perder a su bebé? —No debes tocarme hoy. Más te vale que no lo hagas— agregó de la nada, buscando dejar una advertencia en lugar de lo que hacía realmente: provocarlo, como nunca lo había hecho y, probablemente, como nunca lo volvería a hacer.
—Tú me hiciste lo que soy ¿No te das cuenta? No puedo darte placer porque no me enseñaste cómo, y tampoco siento nada porque no te importa. Y tú no sabes obtenerlo porque llegas aquí como si nada te fuera suficiente. Búscate una amante mejor, alguien que sea capaz de hacer que no vengas a casa en días y que tampoco desees verme— las palabras de Karla salieron a trompicones, mientras lloraba con desespero. A esas alturas, los pocos empleados de la casa ya debían de saber lo que en la habitación principal sucedía, pero nadie se atrevería a meterse pese a que la mujer que hacía las veces de cocinera y ama de llaves, sí que sabía del embarazo de ella, aunque Karla lo hubiese negado cada vez que le preguntaban. Lo curioso era el motivo por el que no le habían dicho nada a su señor. Tariq no sabía nada, eso era evidente. Entonces ¿Serían capaces de asesinarlo un día si se les pagara lo suficiente? Karla debió obligarse a retirar de su mente una idea tan perversa. Sin querer, él también la estaba cambiando, y no precisamente para bien.
Pese a todo, la situación continuaba empeorando. Tariq se burlaba de ella una vez más y, en el desespero de saberse sangrando, escupía todo lo que tenía desde el principio guardado. Si perdía a su hijo, poco le importaba perderse también a sí misma, más de lo que él había logrado ya. —No voy a ir, no voy a pedirte permiso para ir al baño ni tampoco para morirme. Tú puedes gritarme y reducirme a cenizas, pero entre más violencia utilices, menos dinero tendrás. Asimila eso, Tariq Marquand, me engañaste para que me casara contigo y ahora tu farsa se vuelve en tu contra. Si yo muero o desaparezco, ni un solo franco de mis herencias pasará a tus manos. Si hubieses sido más inteligente, habrías logrado de buena gana que te diera acceso a mi fortuna. Ahora debes mantenerme viva, porque si algo me pasa, van a meterte preso, te lo aseguro— cada detalle fue pronunciado por Karla con una firmeza muy mal fingida. Debía esforzarse demasiado mientras intentaba controlar los temblores que sentía recorrer su cuerpo. Temía por todo, no sólo por lo que le estaba sucediendo, sino también porque él había dejado de masturbarse y parecía que pronto se pondría de pie. Ella había hablado pretendiendo que cada palabra hiciera las veces de seguro de vida; pero para él, sus órdenes debían cumplirse contra viento y marea. Nada le importaba, si debía matarla, lo haría y después se largaría a engañar a alguien más. El rumano no tenía escrúpulos y, en el fondo, ella lo sabía. De hecho ¿No habría sido mejor decirle que sangraba y que estaba tan mal porque podría perder a su bebé? —No debes tocarme hoy. Más te vale que no lo hagas— agregó de la nada, buscando dejar una advertencia en lugar de lo que hacía realmente: provocarlo, como nunca lo había hecho y, probablemente, como nunca lo volvería a hacer.
Karla Marquand- Humano Clase Alta
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Re: Buenas noches, a quien no nacerá +18 (Tariq Marquand)
– ¿No te he enseñado que debes acudir a mí cuando te llamo? – La ira se arremolinaba en sus ojos, jugando con el color de éstos. El azul parecía desaparecer, para dar albergue a la oscuridad que emanaba de sus poros. – No estamos en un enfrentamiento de voluntades. – Farfulló, levantándose y avanzando hacia ella, de manera completamente amenazadora. Su furia aumentó aún más, cuando le escuchó darle una orden. – ¡¿No debo tocarte hoy?! ¡¿Más me vale que no?! – ¿Cómo demonios se atrevía? Sin pensarlo, Tariq levantó la mano y la abofeteó. Un hilo de sangre corrió desde la comisura de la boca de su mujer, pero eso estaba lejos de frenarlo. Sus demonios, habían sido provocados hasta el cansancio. Le había dado muchas oportunidades desde que se casaron. ¡Se la había dado esa noche! Todo lo que tenía que haber hecho, era ir a su cama y quizás entonces, la habría dejado en paz. – Si quieres morir, Karla, que así sea. – La cogió de la barbilla, haciéndole daño, levantándole el mentón con fuerza. – Mientras te estés pudriendo y llenando de gusanos, yo voy a seguir por aquí, buscando a otra niña tonta para hacerme con su fortuna. Hubo una antes que tú y habrá otra después de ti, si es necesario. No eres especial, ni más inteligente que yo. ¿Qué hay de ello si terminas bajo tierra? ¿De qué demonios te habrá servido? Para mí, ni siquiera serás un recuerdo. – Su voz, cargada de odio y amargura, resonaban por la habitación. Nadie entraría a ayudarla, no esa noche y, no durante el día, si él así lo exigía. ¡Ese sería su castigo! Lamerse las heridas en un rincón, lamentando su osadía. Soltó su rostro sin delicadeza, para inmediatamente, cogerla del brazo y aventarla a la cama. – ¡Sólo tenías que complacerme! Es tu culpa que lleguemos a ésta situación. – No había burla en sus palabras. Marquand creía verdaderamente eso. Si alguna vez golpeó a Mina, había sido porque estaba completamente ido en el alcohol; pero Karla, ¡Karla no hacía más que provocarlo! Si ella disfrutaba haciéndolo explotar, con su lengua venenosa, debía estar preparada para lo que se avecinaba. Por la forma en que el rumano tensaba la mandíbula, estaba claro que nada en el mundo lo detendría. Sus pulmones ardían. El fuego recorría sus venas y cada inhalación que hacía, era como remover leña, para alborotar las llamas dentro de su pecho. Sus manos, sin duda, estaban más que dispuestas a causar destrucción.
Si su mujer pronunció algún quejido, Tariq no escuchó. Estaba encerrado en su propia cúpula. Se escuchaba así mismo gruñendo y maldiciendo. Tampoco sintió su lucha cuando la obligó a ponerse sobre su estómago. La mantenía en su sitio con una de sus manos sobre la parte trasera de su cuello, hundiéndole sus dedos. La tela que se oponía a romperse, la apartó furibundo, enrollándosela en la cintura. Sólo se vio satisfecho cuando le vio el trasero desnudo. La acarició con su mano libre aunque, lejos de ser suave, apretaba la carne con malicia. Llegó tan lejos como para deslizar, superficialmente, sus dedos entre la separación de los glúteos. – Si creías que nuestra noche de bodas, fue una experiencia horrible, estás por cambiar de opinión. – Sentenció, con su boca sobre el lóbulo de la joven. El cazador la aplastaba con su cuerpo. Su erección, caliente y pesada, se acomodaba para la intromisión. – Grita todo lo que quieras, que nadie puede ayudarte. Eres mía, de cualquier forma en que yo exija. Por las buenas o por las malas, querida, pero siempre obtendré lo que quiero. – Después de eso, no hubo tiempo para más conversación. Tariq la sodomizó, buscando, como ella le había acusado anteriormente, sólo su placer. No se detuvo hasta que terminó y abandonó su cuerpo. Satisfecho, con una sonrisa arrogante mostrándose en su rostro, se limpió y acostó. – No tiene que ser así siempre, Karla. Si me das lo que busco, cuando vengo a la cama, podrías llegar a disfrutarlo. Te enseñaré a darme placer y a cambio, obtendrás el tuyo. Pero si insistes en llevarme la contraria, esto es todo lo que obtendrás. ¿Entiendes? – Con sus demonios apaciguados, Marquand acarició la espalda de la joven, como lo haría cualquier amante que ha disfrutado de sus atenciones. – Puedo tener todas las mujeres que desee y aun así, insistiré en tomarte. Soy el único hombre que has conocido y el que conocerás, así que eres diferente a ellas. Además, aún tienes que tener un hijo mío. ¿O al final aceptarás que traiga a casa un bastardo? – Sus movimientos no cesaron, aunque en su voz, sí que podía oírse la risa.
Si su mujer pronunció algún quejido, Tariq no escuchó. Estaba encerrado en su propia cúpula. Se escuchaba así mismo gruñendo y maldiciendo. Tampoco sintió su lucha cuando la obligó a ponerse sobre su estómago. La mantenía en su sitio con una de sus manos sobre la parte trasera de su cuello, hundiéndole sus dedos. La tela que se oponía a romperse, la apartó furibundo, enrollándosela en la cintura. Sólo se vio satisfecho cuando le vio el trasero desnudo. La acarició con su mano libre aunque, lejos de ser suave, apretaba la carne con malicia. Llegó tan lejos como para deslizar, superficialmente, sus dedos entre la separación de los glúteos. – Si creías que nuestra noche de bodas, fue una experiencia horrible, estás por cambiar de opinión. – Sentenció, con su boca sobre el lóbulo de la joven. El cazador la aplastaba con su cuerpo. Su erección, caliente y pesada, se acomodaba para la intromisión. – Grita todo lo que quieras, que nadie puede ayudarte. Eres mía, de cualquier forma en que yo exija. Por las buenas o por las malas, querida, pero siempre obtendré lo que quiero. – Después de eso, no hubo tiempo para más conversación. Tariq la sodomizó, buscando, como ella le había acusado anteriormente, sólo su placer. No se detuvo hasta que terminó y abandonó su cuerpo. Satisfecho, con una sonrisa arrogante mostrándose en su rostro, se limpió y acostó. – No tiene que ser así siempre, Karla. Si me das lo que busco, cuando vengo a la cama, podrías llegar a disfrutarlo. Te enseñaré a darme placer y a cambio, obtendrás el tuyo. Pero si insistes en llevarme la contraria, esto es todo lo que obtendrás. ¿Entiendes? – Con sus demonios apaciguados, Marquand acarició la espalda de la joven, como lo haría cualquier amante que ha disfrutado de sus atenciones. – Puedo tener todas las mujeres que desee y aun así, insistiré en tomarte. Soy el único hombre que has conocido y el que conocerás, así que eres diferente a ellas. Además, aún tienes que tener un hijo mío. ¿O al final aceptarás que traiga a casa un bastardo? – Sus movimientos no cesaron, aunque en su voz, sí que podía oírse la risa.
Tariq Marquand- Cazador Clase Alta
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Re: Buenas noches, a quien no nacerá +18 (Tariq Marquand)
"Nunca nadie me dijo que el dolor se sentía como se siente el miedo...
La misma tensión en el estómago, el mismo desasosiego."
C.S. LEWIS
La misma tensión en el estómago, el mismo desasosiego."
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—Me has enseñado a portarme como tu mascota— susurró, como si él no lo supiera. Y era cierto, él quería obediencia absoluta, y que Karla llegara a él como el perro al que patean pero que sigue moviendo la cola cada día, como si creyera que con eso lo malo no se va a volver a repetir ¿Por qué se airaba tanto? ¿Por qué no toleraba la menor desavenencia por parte de otros? Algo había fallado en la crianza de Tariq, al punto de haber destruido casi por completo cualquier señal de bondad en él. Casi, se podría deducir que ni siquiera había tenido una adecuada figura materna, porque no sabía nada de mujeres, ni mucho menos de un sano matrimonio. Y ahora todo lo pagaba ella, que en apenas un minuto tuvo a su esposo de frente, golpeándola en el sentido estricto de la palabra por primera vez. Antes la había abusado, pero ahora cruzaba líneas que darían paso a eventos mucho peores. Era el primero que la abofeteaba, porque en casa ni siquiera fue necesario. Ninguno de los Sartré le levantó jamás la mano, pero ahora vivía como la hija de cualquier campesino que no tiene ningún tipo de apoyo, y que tiene que aguantar la vida y el marido que le toque.
Y ahí estaba, con la sangre manando de un labio que sentía palpitante. Sintió también estremecer su vientre y no volvió el rostro a él. No quería mirarlo de nuevo, aunque no quería tampoco callarse. La angustia la movía, el desorden de las hormonas por su estado de embarazo lo potenciaba. Pero era lo suficientemente estúpida para quedarse callada con lo que debía gritar. —No, espera, suéltame— le lloró — ¡Si muero nada tendrás de mí!— amenazó inútilmente, porque aunque era cierto que quizás Karla no había sido más inteligente que él, sus padres y abuelos lo habían sido por ella. La mayoría de cláusulas continuaban secretas, y para tal tirano, era lo más prudente de hacer. —Es tu culpa ¡Eres tú quien lo arruina todo! — los gritos eran demasiado audibles. Ella era un manojo de nervios, y él era uno de ira. Y ambos, eran una bomba en donde la víctima se reducía a una. Con fuerza, fue lanzada a la cama y obligada a girarse, dejando toda la presión sobre su estómago. Ella luchaba, pero él usaba su fuerza para reducirla. Descubrió a las malas lo que necesitaba y de nuevo la trató como a cualquier prostituta, con la diferencia, que en esta ocasión sí logró que ella llorara como nunca. Por ese momento que pareció eterno, sintió que no podía respirar, y hubiese preferido mil bofetadas como la anterior a ese modo de sodomizarla sin contemplación alguna. — ¡Basta, vas a matarlo! — gritó por fin cuando sintió un corrientazo en el vientre, que dolió aún más que lo que Tariq le hacía, aunque dudaba que realmente la escuchara ¿Acaso alguna vez lo hacía? No obstante, esta vez necesitaba saberlo todo para no seguir, aunque quizás ni siquiera le importara. Karla sintió que se deshacía y efectivamente eso hizo. Su cuerpo cayó completamente, sin fuerza para sostenerse más, aunque, en un último intento, y sin escucharlo tampoco a él, giró con toda la fuerza que le fue posible, librándose de él y cayendo de rodillas al piso.
De pronto, la luz empezó a perder fuerza y unas manchas negras aparecieron en su visión. El vientre se sintió comprimirse y algo descendió de sus entrañas, antes que ella empezara a llorar como jamás en la vida vería él, con un dolor que tampoco sería capaz de reconocer o sentir —Te odio, te odio con todas mis fuerzas. Acabas de matar a tu hijo— musitó la verdad por fin, retrociendo sobre sus rodillas y tomando en las manos lo que había perdido. No le importaba que la escena fuera desagradable, porque para ella, eso no era sólo sangre alrededor de una pequeña forma. Era su hijo, el primero y a quien a pesar de tener poco menos de tres meses, amaba. Él la había puesto sensible, y por eso todo lo de Tariq dolía. Ella lo había sentido aunque poco. Él ya tenía un rostro diminuto grabado. Él ya sentía, él vivía. Pero también se iba, a causa del mismo ser perverso que le había dado la vida. —Ahora ya puedes matarme…— agregó con la voz frágil, mientras sentía que realmente desfallecía. Quizás ella no era lo suficiente fuerte para tener un hijo, ni él para lograr cuidarlo.
Y ahí estaba, con la sangre manando de un labio que sentía palpitante. Sintió también estremecer su vientre y no volvió el rostro a él. No quería mirarlo de nuevo, aunque no quería tampoco callarse. La angustia la movía, el desorden de las hormonas por su estado de embarazo lo potenciaba. Pero era lo suficientemente estúpida para quedarse callada con lo que debía gritar. —No, espera, suéltame— le lloró — ¡Si muero nada tendrás de mí!— amenazó inútilmente, porque aunque era cierto que quizás Karla no había sido más inteligente que él, sus padres y abuelos lo habían sido por ella. La mayoría de cláusulas continuaban secretas, y para tal tirano, era lo más prudente de hacer. —Es tu culpa ¡Eres tú quien lo arruina todo! — los gritos eran demasiado audibles. Ella era un manojo de nervios, y él era uno de ira. Y ambos, eran una bomba en donde la víctima se reducía a una. Con fuerza, fue lanzada a la cama y obligada a girarse, dejando toda la presión sobre su estómago. Ella luchaba, pero él usaba su fuerza para reducirla. Descubrió a las malas lo que necesitaba y de nuevo la trató como a cualquier prostituta, con la diferencia, que en esta ocasión sí logró que ella llorara como nunca. Por ese momento que pareció eterno, sintió que no podía respirar, y hubiese preferido mil bofetadas como la anterior a ese modo de sodomizarla sin contemplación alguna. — ¡Basta, vas a matarlo! — gritó por fin cuando sintió un corrientazo en el vientre, que dolió aún más que lo que Tariq le hacía, aunque dudaba que realmente la escuchara ¿Acaso alguna vez lo hacía? No obstante, esta vez necesitaba saberlo todo para no seguir, aunque quizás ni siquiera le importara. Karla sintió que se deshacía y efectivamente eso hizo. Su cuerpo cayó completamente, sin fuerza para sostenerse más, aunque, en un último intento, y sin escucharlo tampoco a él, giró con toda la fuerza que le fue posible, librándose de él y cayendo de rodillas al piso.
De pronto, la luz empezó a perder fuerza y unas manchas negras aparecieron en su visión. El vientre se sintió comprimirse y algo descendió de sus entrañas, antes que ella empezara a llorar como jamás en la vida vería él, con un dolor que tampoco sería capaz de reconocer o sentir —Te odio, te odio con todas mis fuerzas. Acabas de matar a tu hijo— musitó la verdad por fin, retrociendo sobre sus rodillas y tomando en las manos lo que había perdido. No le importaba que la escena fuera desagradable, porque para ella, eso no era sólo sangre alrededor de una pequeña forma. Era su hijo, el primero y a quien a pesar de tener poco menos de tres meses, amaba. Él la había puesto sensible, y por eso todo lo de Tariq dolía. Ella lo había sentido aunque poco. Él ya tenía un rostro diminuto grabado. Él ya sentía, él vivía. Pero también se iba, a causa del mismo ser perverso que le había dado la vida. —Ahora ya puedes matarme…— agregó con la voz frágil, mientras sentía que realmente desfallecía. Quizás ella no era lo suficiente fuerte para tener un hijo, ni él para lograr cuidarlo.
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Re: Buenas noches, a quien no nacerá +18 (Tariq Marquand)
Tariq era un hombre inteligente o, al menos, estaba absolutamente seguro de serlo. Por ello, se sorprendió cuando, al cabo de varios minutos, comprendió que las lágrimas que derramaba su esposa, no estaban relacionadas directamente con su manera de poseerla. Ciertamente, éste había jugado un factor muy importante, pero no era la razón del estado tan sensible y agónico de Karla. Decir que nunca había visto a una mujer en su situación, sería mentirse. Mina, se había deshecho frente a él cuando descubrieron el pequeño cuerpo de su hija. Natalya, de sólo tres años de edad, había encontrado la muerte a manos de un vampiro. Así era como el rumano, había confirmado la existencia de esos seres, obsesionándose por encontrar el abrazo eterno a manos de uno de ellos. Lo único en lo que había pensado esa trágica noche, no había sido en el dolor de la madre de éstos, ni en que el destino de Demyan, podría ser el mismo que su melliza; sino en cómo alcanzar la inmortalidad. ¿Por qué habría de importarle uno que ni siquiera había logrado formarse por completo? Lo único que lamentaba, sin duda, era tener que esperar a que su mujer, volviese a quedar encinta. Más importante, ¿en qué demonios había estado pensando ella, para ocultarle su embarazo? De saberlo, quizás la habría tratado con menos rudeza. Era su maldita culpa que el hijo que había engendrado, el que iba a sacarlo de esa jodida miseria que les envolvía, a causa de esas cláusulas; terminara siendo poco más que sangre bajo sus pies. Marquand soltó un gruñido, mezcla repudio y maldición, al ser testigo de la escena. – Llama a alguien para que limpie el desastre que has ocasionado. Lo has matado tú, Karla. Tu desobediencia, tu falta de cooperación, ¡el que hayas olvidado mencionármelo! ¡Mira lo que has logrado con tu estúpido acto de rebeldía! ¿Crees que me he metido a tu cama cada puta noche sólo por placer? Querías un hijo y como tu esposo, iba a dártelo. Al menos, ahora estamos seguro de que puedes concebir, sólo es cuestión de seguir intentándolo. –
Tras decidir que nada podía hacerse, el cazador volvió a acomodarse en la cama. Cada palabra que pronunciara, destilaba cinismo, malhumor y fastidio. – Puedes ir olvidándolo, no voy a matarte. – Agregó, con una sonrisa extendiéndose por sus comisuras. – Una vez que te recuperes, señaló con aspereza, como si el mal que aquejara a Karla fuese una nimia enfermedad y no un aborto producto de sus malos tratos, me darás un hijo que sea fuerte. No uno que muera con facilidad. – Brutal, áspero, inconforme. Tariq era todo lo negativo que se puede encontrar en un ser, mucho más de lo que su padre lo fue. Había aprendido a tener lo que quisiera, chasqueando los dedos, con pronta rapidez. Le enloquecía soberanamente cuando era cuestionado. El que su mujer no lo hubiese conocido en ese entonces, con los Marquand en toda su gloria, no la justificaba. Para él, nada había cambiado. Ella estaba allí, a su lado, para que no tuviese que dejar los placeres que el dinero y la reputación, podían brindarle. – Deja de llorar, maldita sea, soy yo quien lo lamenta. Ahora, ve a despertar a la criada para que te ayude. Necesito dormir. Me has dejado exhausto. – La provocaba, lo disfrutaba. Esa parte insana que lo gobernaba, encontraba un retorcido placer en recordarle lo que hacían en la cama. El éxtasis que lo consumía cuando estaba con ella, no podía compararse al que sentía cuando violaba a sus víctimas. Karla Marquand era una más de esas pero, a diferencia de éstas, era un juguete que podía malear pero no romper. Habría tiempo para ponerle punto final a esa historia que inició cuando decidió volver a jugar al caza fortunas. Por el momento, sin embargo, debía mantenerla con vida. Sólo en algo estaba equivocada, que si se le provocaba hasta el cansancio, ni toda la fortuna del mundo, podría persuadirlo de frenar su ira.
Tras decidir que nada podía hacerse, el cazador volvió a acomodarse en la cama. Cada palabra que pronunciara, destilaba cinismo, malhumor y fastidio. – Puedes ir olvidándolo, no voy a matarte. – Agregó, con una sonrisa extendiéndose por sus comisuras. – Una vez que te recuperes, señaló con aspereza, como si el mal que aquejara a Karla fuese una nimia enfermedad y no un aborto producto de sus malos tratos, me darás un hijo que sea fuerte. No uno que muera con facilidad. – Brutal, áspero, inconforme. Tariq era todo lo negativo que se puede encontrar en un ser, mucho más de lo que su padre lo fue. Había aprendido a tener lo que quisiera, chasqueando los dedos, con pronta rapidez. Le enloquecía soberanamente cuando era cuestionado. El que su mujer no lo hubiese conocido en ese entonces, con los Marquand en toda su gloria, no la justificaba. Para él, nada había cambiado. Ella estaba allí, a su lado, para que no tuviese que dejar los placeres que el dinero y la reputación, podían brindarle. – Deja de llorar, maldita sea, soy yo quien lo lamenta. Ahora, ve a despertar a la criada para que te ayude. Necesito dormir. Me has dejado exhausto. – La provocaba, lo disfrutaba. Esa parte insana que lo gobernaba, encontraba un retorcido placer en recordarle lo que hacían en la cama. El éxtasis que lo consumía cuando estaba con ella, no podía compararse al que sentía cuando violaba a sus víctimas. Karla Marquand era una más de esas pero, a diferencia de éstas, era un juguete que podía malear pero no romper. Habría tiempo para ponerle punto final a esa historia que inició cuando decidió volver a jugar al caza fortunas. Por el momento, sin embargo, debía mantenerla con vida. Sólo en algo estaba equivocada, que si se le provocaba hasta el cansancio, ni toda la fortuna del mundo, podría persuadirlo de frenar su ira.
Tariq Marquand- Cazador Clase Alta
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Re: Buenas noches, a quien no nacerá +18 (Tariq Marquand)
"Me haces daño,
yo que sólo te quise hacer de dulce de leche.
No sé si sabré dar a luz a tus órganos de nuevo sin que alguno se rompa
y corras a cortarme con lo que te quede."
yo que sólo te quise hacer de dulce de leche.
No sé si sabré dar a luz a tus órganos de nuevo sin que alguno se rompa
y corras a cortarme con lo que te quede."
Karla ignoró la petición del tirano, del esposo que como siempre la culpaba de todo a ella ¿Qué carajos le pasaba por la cabeza a Tariq? Si alguien se atreviera a examinarlo un poco, de seguro lo encerraría o medicaría por demencia. El tipo estaba loco, de verdad, pero nadie se atrevía a decírselo por miedo a su reacción. Alrededor de él, todos huían, pero la vida del Marquand costaba muchas de las vidas de otros ¿Cuántas muertes representaba él por año? Tariq era una especie de peste, de maldad andante y llena de deseos por satisfacer, aunque siempre insatisfecho.
—Eres un maldito enfermo, estás loco de remate— lloriqueó ella, sin dejar de mirar al suelo y mezclar aquel desastre con lágrimas. Por fin había declarado la verdad, o al menos una de tantas que escondía, como débiles ases bajo la manga. Los contratos pendientes seguirían escondidos, y esperaba que murieran con ella pronto, para no tener que decirlos cuando necesitara un salvavidas. No obstante, sintió la necesidad de provocarlo más, de ponerle en esa cabeza caliente el deseo profundo de asesinar a su esposa ¿O sería mejor escapar? Sólo lo había intentado una vez, y había fallado por culpa de Dorian, que la esperaba en el camino para ser parte de su pesadilla. Y era en eso en lo que se resumía su vida. Cerrar los ojos era difícil, porque cada ruido, aunque diminuto, la alertaba sobre la presencia de Tariq. La mayoría de las veces era una falsa alarma, pero cada sonido era tan real para ella, que sus nervios estaban casi siempre destrozados. Despertar le producía la misma sensación. Por lo general, la gente abre los ojos a la mañana de manera inconsciente justo cuando despierta, pero ella, no era capaz de hacerlo tan velozmente, por el miedo de encontrar a su esposo a su lado, declarando con su sola presencia que la verdadera pesadilla comenzaba al abrir los ojos.
—Voy a matarte yo, una de estas noches— susurró. En sus labios, se cruzó una especie de sonrisa que él no alcanzaba a ver porque no la miraba, y porque los largos cabellos le tapaban a ella la cara. Quizás no fuera tan difícil, porque podría robar uno de los cuchillos de la cocina para rebanarle el cuello en cuanto estuviera profundo. Esa imagen se hizo tan real en la mente de la antes Sartre, que incluso se vio a sí misma acuchillándolo una y otra vez mientras él intentaba detener la sangre del cuello con las manos y se iba ahogando en el intento. Ojalá la mirara a los ojos mientras se desvanecía, mientras por fin se largaba de ese mundo al que quería destruir con fines inútiles y sin sentido. Los móviles de Tariq eran los de un niño: caprichos y juegos. Era incapaz de mantenerse por sí mismo, y mucho menos de poder cuidar de otros. Era un desastre formado por la falta de amor y corrección de unos padres aún más inútiles, era el resultado del descuido de otros, un remedo de ser humano a causa de una evidente pero silenciosa locura.
Era, después de todo, una completa lástima no poder arremeter contra él esa noche, aunque no fuera Karla quien ganara. El estado de salud en ella no era bueno, y venía volviéndose peor con cada día que pasaba en esa casa. Las fuerzas se le iban y con la cabeza recostada en el borde de la cama, los ojos se le iban cerrando entre lágrimas. No se iba a mover de allí esa noche, por más grotesca que luciera la escena. Nada importaba ya, de verdad, lo que más anhelaba era de una vez morir, o despertar, para darse cuenta que todo había sido parte de la más macabra de las pesadillas.
—Eres un maldito enfermo, estás loco de remate— lloriqueó ella, sin dejar de mirar al suelo y mezclar aquel desastre con lágrimas. Por fin había declarado la verdad, o al menos una de tantas que escondía, como débiles ases bajo la manga. Los contratos pendientes seguirían escondidos, y esperaba que murieran con ella pronto, para no tener que decirlos cuando necesitara un salvavidas. No obstante, sintió la necesidad de provocarlo más, de ponerle en esa cabeza caliente el deseo profundo de asesinar a su esposa ¿O sería mejor escapar? Sólo lo había intentado una vez, y había fallado por culpa de Dorian, que la esperaba en el camino para ser parte de su pesadilla. Y era en eso en lo que se resumía su vida. Cerrar los ojos era difícil, porque cada ruido, aunque diminuto, la alertaba sobre la presencia de Tariq. La mayoría de las veces era una falsa alarma, pero cada sonido era tan real para ella, que sus nervios estaban casi siempre destrozados. Despertar le producía la misma sensación. Por lo general, la gente abre los ojos a la mañana de manera inconsciente justo cuando despierta, pero ella, no era capaz de hacerlo tan velozmente, por el miedo de encontrar a su esposo a su lado, declarando con su sola presencia que la verdadera pesadilla comenzaba al abrir los ojos.
—Voy a matarte yo, una de estas noches— susurró. En sus labios, se cruzó una especie de sonrisa que él no alcanzaba a ver porque no la miraba, y porque los largos cabellos le tapaban a ella la cara. Quizás no fuera tan difícil, porque podría robar uno de los cuchillos de la cocina para rebanarle el cuello en cuanto estuviera profundo. Esa imagen se hizo tan real en la mente de la antes Sartre, que incluso se vio a sí misma acuchillándolo una y otra vez mientras él intentaba detener la sangre del cuello con las manos y se iba ahogando en el intento. Ojalá la mirara a los ojos mientras se desvanecía, mientras por fin se largaba de ese mundo al que quería destruir con fines inútiles y sin sentido. Los móviles de Tariq eran los de un niño: caprichos y juegos. Era incapaz de mantenerse por sí mismo, y mucho menos de poder cuidar de otros. Era un desastre formado por la falta de amor y corrección de unos padres aún más inútiles, era el resultado del descuido de otros, un remedo de ser humano a causa de una evidente pero silenciosa locura.
Era, después de todo, una completa lástima no poder arremeter contra él esa noche, aunque no fuera Karla quien ganara. El estado de salud en ella no era bueno, y venía volviéndose peor con cada día que pasaba en esa casa. Las fuerzas se le iban y con la cabeza recostada en el borde de la cama, los ojos se le iban cerrando entre lágrimas. No se iba a mover de allí esa noche, por más grotesca que luciera la escena. Nada importaba ya, de verdad, lo que más anhelaba era de una vez morir, o despertar, para darse cuenta que todo había sido parte de la más macabra de las pesadillas.
Karla Marquand- Humano Clase Alta
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