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Le peor de mis noches, la peor de las bodas (+18 | Tariq Marquand) 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Karla Marquand Vie Ene 23, 2015 11:53 pm

"Y aquí terminaba yo, justo donde creí mi nacimiento"

Había pasado más o menos un mes desde aquella despedida con Dorian. Fue difícil, recordaba ella y lo sentía todavía, pero había sido necesario para que su cuerpo eliminara las marcas de los colmillos ajenos en su cuello y muñecas y para que también los moretones que habían dejado sus manos en el cuerpo de Karla desaparecieran. Y todo eso lo había hecho para esconder de su prometido cada escapada nocturna, sobre todo porque su energía flaqueaba bastante por las pérdidas de sangre y ya en casa sus abuelos empezaban a notarla enferma.

Pero esa noche lucía distinta, se había recuperado bastante y su semblante era más radiante. Cosa distinta sucedía con su espíritu, pero se esforzaba en no demostrar nada por mero respeto al hombre con el que se casaba esa noche. Él era bueno, apacible, de buena familia y de apariencia paciente. Y era por lo mismo que en los pocos encuentros que habían tenido antes de la boda, ella se había esforzado por ser dulce y educada y ganarse el favor de él para asegurar lo más posible un matrimonio agradable ¿Tenía otra opción? Realmente no. Karla debía casarse con quien sus padres eligieran para no ser desheredada. Ellos le habían permitido rechazar dos compromisos de manera previa pero los años avanzaban y la angustia de sus padres y abuelos por asegurarle un hogar se acrecentaba conforme pasaba el tiempo. Ella era joven, pero no lo suficiente como para dejar que el tiempo siguiera corriendo mientras Karla se quedaba sola. O así lo veía su familia.

Como regalo de bodas, los padres de Karla habían costeado todo lo necesario, como era la costumbre. Y sus abuelos les heredaban una enorme casa en la que tendrían la privacidad requerida para un matrimonio nuevo y joven. Aquella estaba amoblada completamente e incluso disponía de criados para que desde el principio ellos estuvieran atendidos. La noche de bodas no estarían más que unos pocos para recibirlos y luego partirían para que ellos se sintieran tranquilos. Pero eso no ocurriría, o no al menos para Karla que estaba hecha un manojo de nervios.

La ceremonia se llevó a cabo con bombos y platillos. Sus padres llegaron desde Inglaterra para hacer los preparativos y disfrutar de la ceremonia mientras sonreían creyendo haber encontrado el mejor de los partidos para su única hija. Ella mientras tanto saludaba, se mostraba feliz, pero buscaba entre la multitud a Dorian, al vampiro al que alimentara durante un largo tiempo y del que se despidiera entre súplicas y confesiones. Quizás no lo volvería a ver más. Tal vez debiera dedicarse a ser la esposa ejemplar para la que la habían educado y nada más.

La comida y bebida estuvieron disponibles de sobra en el banquete nupcial y ella apenas si probó bocado. No tenía apetito, tampoco estaba rebosante de dicha como para hacerlo  e incluso pensar en la noche de bodas la ponía peor. Pero por su parte, el que ya fuera su esposo parecía disfrutar de todo aquél evento y en ningún momento le vio soltar la copa de su mano. Sin embargo, él seguía tan respetuoso y benigno como siempre y eso, en medio de todo, alentaba a la Sartre. Aunque a decir verdad acababa de perder su apellido, como era costumbre.

Las horas pasaron y el momento llegó. Debían partir. La realidad a la que ella temía ingenuamente, llegaba tan inmisericorde como la primera vez que alimentó a un vampiro.


Última edición por Karla Marquand el Sáb Mar 28, 2015 10:29 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Tariq Marquand Sáb Ene 24, 2015 3:35 am

Tariq había creído que, pasar por segunda vez ese maldito infierno, sería sencillo. No lo había sido. Fingir ante los Sartre una dicha que no sentía, no había sido tan desagradable como ser el receptor de las felicitaciones por parte de los invitados. Lo único que podía rescatar del banquete, era el finísimo whisky escocés que le ayudaba a sobrellevarlo. Había perdido la cuenta de la cantidad de tragos que había ingerido, pero realmente, le importaba un bledo. El contrato matrimonial se había cerrado. Todo lo que tenía que hacer, era llevar a su ahora afortunada esposa a una cama, y reclamarla. Ella no sabría qué esperar. Una mujer de su clase social, apenas y estaría versada sobre lo que sucedía durante el coito. Le recordaba a Mina en muchas maneras. Las dos, habían sido tan ingenuas. Mientras esbozaba una sonrisa con ese pensamiento en mente, levantó su copa en señal de salud hacia la nueva señora Marquand. Su vida, estaba a punto de cambiar. Bebió durante el resto de la velada, aunque siempre cuidando sus modales de caballero afable. El rumano, estaba acostumbrado a las noches de juerga, así que cuando llegó el momento de partir, aún podía mantenerse en pie. Tuvo un momento con el cochero para darle sus nuevas instrucciones. Serían llevados a su mansión, no a la que los abuelos de su mujer, habían dispuesto. Mejor enseñarle la primera regla de oro, siempre se hacía lo que él ordenase y cómo ordenase. Si bien la propiedad estaba hipotecada, ahora disponía de la dote de Karla para recuperarla. Ella solaparía todos sus vicios. Amantes, juegos de apuestas, alcohol. No tenía nada por qué preocuparse. Había asegurado su comodidad por los próximos años.

El trayecto se hizo en un pesado silencio, solo roto por el sonido que producía el carruaje y los cascos de los caballos, al aplastar los guijarros. Vivirían en las afueras de la ciudad. Ella no necesitaba saber de la cabaña que poseía entre los bosques. Allí era donde sus demonios salían a jugar y donde podría pasar más que un par de noches. La quería apartar de todo lo que conocía, volverla asustadiza, dependiente de él. Era completamente necesario. Mientras esbozara un plan para deshacerse de sus familiares, Karla debía aprender a tenerle miedo. Los Sartre confiaban en que su hija estaba en buenas manos y así sería hasta el final de sus días. Cuando el cochero finalmente se detuvo, Tariq salió como si el diablo le persiguiese. Ladró un par de órdenes para que prepararan a su mujer para la inminente noche de bodas. Se encerró en su despacho, para vaciar la licorera y cualquier botella que encontrase en su camino. En algún momento de la noche, una sirvienta le anunció que la señora estaba lista, pero él la ignoró. ¡Terminaría el puto trabajo más tarde! Todos en la mansión dormían para cuando Tariq salió de aquélla habitación. El rumano apenas y podía mantenerse en pie. Tuvo que agarrarse de la barandilla para no caer y romperse el cuello. Conforme subía las escaleras, la sonrisa encantadora había mutado en un rictus cruel. Pronto estuvo en los aposentos de su mujer. Karla estaría desnuda bajo las sábanas, así que optó por desprenderse de su ropa para acompañarla. Unos minutos después, estuvo claro que no podía hacerlo. Estaba completamente ebrio. – Ven aquí y ayúdame a quitarme esto. – Ordenó, arrastrando las palabras. Por el tono de voz que utilizaba, era evidente que estaba impaciente.


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Mensaje por Karla Marquand Sáb Ene 24, 2015 9:05 am

"La vida no es tan fácil princesa, ha llegado la hora de quitarte la corona"

La primera sorpresa que se llevó la antes Sartre no fue lo mucho que bebió su nuevo esposo, ni tampoco lo bien que parecía mantenerse a pesar de ello. La sorpresa fue llegar a donde estaba el cochero e indicarle una ubicación que ella desconocía completamente. Sin embargo no dijo nada, se limitó a permanecer en silencio mientras creía que quizás él prefería sus propios aposentos e incluso que podía estar preparando algo. No se le podía culpar, las sorpresas eran parte importante y vigente en todos los matrimonios y eso Karla lo tenía muy claro.

Durante el camino quiso hablar, preguntarle cómo se sentía y cosas por el estilo. Pero se contuvo porque esas preguntas no tenían respuesta para ella misma y no caería en el absurdo de preguntar algo que también debía responder. Tariq lucía increíble en esa noche, era un joven bastante atractivo y con unos ojos tan azules como el mismo cielo. Pero ella no lo amaba y eso era suficiente como para no verlo como vería a Dorian. Los recuerdos del vampiro se le colaron en la mente durante todo el camino, pensando absurdamente el cómo hubiera sido si él fuera humano y esa noche contrajera las nupcias con él. Incluso creía que su naturaleza de vampiro no importaría, finalmente la boda había sido de noche y para el tema de disimular los años se las arreglarían más adelante. Pero eso no estaba pasando y no pasaría, y Karla se vino a dar cuenta cuando se apartaron cada vez más y al llegar al desconocido destino, Tariq sencillamente se limitó a bajarse del carruaje para empezar a gritar órdenes con un tono que ella antes no escuchara.

Tras un suspiro y segundos dentro del carruaje, el cochero fue quien le ayudó a bajarse del mismo y luego una mujer de edad avanzada y en extremo silenciosa, la llevó al interior de la mansión y la llevó derecho a la habitación que parecía ser la principal. Karla desconocía la ubicación exacta de su nuevo esposo y tampoco sabía lo que estaba haciendo, sin embargo obedeció lo que le pidieron y permitió que la mujer que la acompañara le ayudara a retirar el aparatoso vestido de bodas. Ella misma le ayudó con el corsé, le soltó el cabello, le retiró cada hebilla, lo cepillo y le perfumó el cuerpo como se suponía que harían sus propias criadas. Alistó luego la cama y le indicó casi en susurros a Karla que se pusiera cómoda, que cubriera su cuerpo apenas con las sábanas y que aguardara a que su Señor llegara. Y eso hizo, aunque en vez de pasar minutos, pasaron aparentemente horas.

La recién casada estuvo nerviosa todo el tiempo, pero para cuando llegó él, ella prácticamente ya se estaba quedando dormida. Permaneció inmóvil cuando lo sintió entrar e incluso le dio la impresión que casi iba a tumbos. Ella se sentía incómoda, no tenía nada qué ponerse porque allí no tenía sus cosas, tampoco sentía que esa era su cama y él, tampoco era suyo. Cuando él habló con tono imperioso pero evidentemente ebrio, ella se incorporó, agarrando la sábana y envolviéndola alrededor de su desnudez. Ató la misma sobre el busto y casi a tientas se paró a su lado y le ayudó a quitarse el saco y la camisa
—Ven, siéntate aquí— pidió ella con ese tono de voz dulce y comprensivo que usaba siempre mientras lo intentaba acercar a la cama. Para ella, lo que sucedía es que el matrimonio tampoco había sido fácil para él y por eso bebía de ese modo. No conocía la maldad en él y caía en justificarlo inventando para sí cuanta teoría pudiera. Quizás él también estaba obligado a casarse y no lo podía culpar por eso. Pero lo que sí podía hacer, era intentar quererlo y hacerse querer para evitar los malos días, creía. Era una completa ingenua.


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Mensaje por Tariq Marquand Sáb Ene 24, 2015 9:32 pm

– ¿Por qué demonios intentas esconder tu cuerpo de mí? Ahora me pertenece. – La tímida Señora Marquand, no parecía entender lo que estaba a punto de suceder. Tariq arrancó la sábana de un fuerte tirón. El provisional nudo que se había hecho, no podría detenerlo. Ante él, quedaron expuestas las suaves curvas y los turgentes senos. Su miembro no tardó en reaccionar ante la desnudez de la mujer. Lo podía sentir llenándose de vida, presionando contra la bragueta en su inútil intento por ir a su encuentro. Para el rumano, su esposa no era más que un objeto, la hembra que calentaría su cama siempre que quisiese. Mientras forcejeaba con el botón del pantalón, su mirada apenas y se apartaba de su cuerpo; especialmente, de su monte de Venus. Saber que sería el primero y el último en la vida de ella, le producía un retorcido placer. Durante su primer matrimonio, había tardado en descubrir las ventajas de estar casado. A pesar de que disfrutaba del sexo con sus amantes y de presumir con sus amigos sobre las experiencias, su esposa siempre había sido excluida de esos temas. Era tremendamente posesivo con lo suyo y Karla, no estaría exenta. Podría tratarla y hacerle lo que quisiera. Ignoró su petición de sentarse, en cambio, la cogió fuertemente de la barbilla para besarle. Le obligó a separar los labios ejerciendo más fuerza en su agarre. Su cálido aliento se mezclaba con el suyo, ardiente por la exorbitante cantidad de whisky que había estado consumiendo durante el banquete y, posteriormente. Comenzaba a quedar claro que entre ellos, no existiría ningún maldito romanticismo. Su boca descendió a su cuello, mordiendo todo su camino para reclamar uno de sus pechos.

Incapaz de mantenerse en pie, la tiró en la cama sin ninguna delicadeza, siguiéndola enseguida. Sus dedos tiraron del cabello de la hembra para que sus miradas se encontrasen. El rostro de Tariq parecía inescrutable. – Abre las piernas, esposa. Quiero ver lo que es mío. – Había dicho la palabra ‘esposa’ con un deje de burla. Ese era su castigo por creerse más lista que él. Ella estaba allí para brindarle placer. Si quería verla desnuda, tenía todo el derecho de hacerlo. A partir de esa noche, dejaba de pertenecerse a sí misma. – Ahora. – Sentenció, soltando las sedosas hebras de su cabello para arrodillarse entre las piernas de la mujer. Su mano, parecía arder sobre la rodilla de Karla. El rumano, era un hombre violento. Sus demonios parecían estar en vigilia, esperando el momento para actuar. Todas esas tardes jugando a ser alguien que no era, estaban a punto de llevarlo a colisionar. - ¡Maldita sea! ¿Estás sorda? – Rugió, unos escasos segundos después. Si su Señora se negaba a cooperar por las buenas, él le haría entender por las malas. Ya no tenía más paciencia qué entregar para los Sartre. Era su pequeña venganza. La habían entregado a su cuidado, sin duda creyendo que la trataría con la delicadeza que normalmente se les mostraba a las de su clase. Desde luego que su primera vez, sería inolvidable, aunque no por las razones adecuadas. Cogió ambos muslos con sus manos y la abrió para sí. Quien sea que hubiese dispuesto la habitación para los recién casados, se había asegurado de mantenerla lo suficientemente iluminada. Por supuesto, ellos sí conocían al Señor de la casa. Ante él, quedó expuesta la tierna carne. – Intenta negármelo de nuevo. – Le amenazó, levantando la mirada para desafiarla.  


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Mensaje por Karla Marquand Sáb Ene 24, 2015 10:56 pm

"El no sería su nuevo comienzo. Él sería morir constantemente"

“¿Qué?” quiso decirle de inmediato. Y no era porque no entendiera lo que sucedía, era que comprendía demasiado bien que sería tratada como un objeto más. Otra vez. La sábana fue retirada sin sutilezas de su cuerpo y por mero acto reflejo quiso cubrirlo con sus manos. Sin embargo estas se abrieron y cerraron en el aire y finalmente se entrelazaron a la altura del vientre, jugando con sus dedos, controlando sin éxito el nerviosismo que sentía frente a aquél hombre que era más desconocido que esposo.

La mirada de él sobre su femineidad mientras se abría con afán el pantalón, era absolutamente incómoda. Era la primera vez que un hombre la veía desnuda y no era realmente del modo que imaginaba o que hubiera querido. Pero ¿A quién le importaba lo que ella quería? Sus padres la habían vendido al “mejor” postor, Dorian sólo buscaba su sangre y ahora, aparentemente Tariq sólo quería su cuerpo sin reproches y ya está. En eso se resumía la vida de Karla, ni más ni menos.

Sus labios fueron reclamados con prontitud y violencia. Era un beso opuesto al que él le diera luego de ese maldito “Sí, acepto”. Ella respondió de mala gana, pero frunciendo el ceño a ese horrible sabor a licor que emanaba él. Sus labios fueron a su cuello y entre esas mordidas que le daba de nuevo le recordó al vampiro. Pero ninguno había logrado encender ninguna pasión en ella, por lo contrario, les temía. Y tampoco es que ninguno la tratara con algún cariño como para lograr algo como eso. Sin mencionar, que el tiempo que duró Tariq sobre uno de sus pechos fue mínimo. El equilibrio no era su amigo y aunque Karla pensó que tampoco lo sería la fuerza, supo que se equivocaba cuando fue empujada sobre la cama.

Miró hacia donde pudo buscando con qué cubrirse, pero era inútil, la siguiente exigencia de Tariq era tan clara que le heló la sangre.
—Espera, las copas han hecho demasiado efecto en ti. Descansa y luego veremos— dijo casi en una súplica mientras su mentón se elevaba por el tirar de su cabello. Pero no funcionaba, él replicó de inmediato y ese “Ahora” le dio a entender que hablaba en serio. Sin embargo quiso intentar de nuevo —Ahhh. Por favor, estás muy ebrio. Deja que te ayude con la ropa y te acomode para descansar— susurró sintiendo que empezaba a temblar por completo. Él se arrodilló al final de sus piernas dobladas y a pesar de la presión que ella ejercía por mantenerlas unidas, se vio prácticamente obligada a ceder.

La maldición que profesara fue suficiente y no tuvo otra opción que ceder a la presión de las manos ajenas abriéndole los muslos y dejándola más expuesta frente a él. Quiso llorar, pero no iba a hacerlo a pesar de sentirse completamente humillada. Ahora entendía el motivo por el que Tariq eligió sus propios territorios. Allí nadie iba a ayudarla y tampoco iba a poder huir de entregarse a él por siempre. Era su obligación, le habían dicho. Aunque nadie le había advertido lo traumático que eso podría llegar a ser.

Tariq estaba demasiado llevado por el alcohol y del modo en que la trataba parecía odiarla. Karla se mordió los labios con fuerza, con la suficiente para ocultar que hasta la mandíbula le castañeaba por el miedo que tenía. Así que con las piernas abiertas, como él tanto pedía, negó con la cabeza a la última amenaza.
—No voy a negarme de nuevo. Pero, por favor, te suplico que no lo hagas de esta manera…— se atrevió a decir sin pensar, pero tampoco cedió a ocultarle su cuerpo de nuevo. Aquello no lucía bien y, quizás, sólo era el abrebocas de lo que sería su matrimonio.


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Mensaje por Tariq Marquand Sáb Mar 28, 2015 1:56 am

Tariq no había escuchado su última queja, un punto a favor de su nueva esposa, pues seguramente habría estallado de rabia. Incentivado por lo que veía, esa vez logró bajar su pantalón hasta las rodillas. Su miembro saltó a la vida. Estaba tan malditamente duro, que ni siquiera se preocupó en preparar a su mujer para deslizarse en su interior. Desde esa posición, podía apreciar su belleza; pero sobre todo, sentirse su amo y Señor. Le levantó una de las piernas en forma vertical, de modo que no pudiese moverse y empujó. A pesar del estado de ebriedad en que se encontraba el cazador, éste no tuvo problemas en ejercer fuerza para abrirse paso en la cálida entrada de la fémina. Solo había logrado pasar el glande pero, la forma en que le hacía sentir su estrecha cavidad, le volvía loco de deseo. Estaba seguro que, de seguir así, no duraría demasiado. No es que le importase que la señora Marquand encontrase también su placer. Mejor que aceptase de una jodida buena vez, cuál sería su función durante ese matrimonio. Uno que esperaba, durase igual de poco que el anterior. Tariq simplemente, no había sido creado para estar atado. Solo su maldita necesidad de riquezas, le había llevado a esa unión. Sin embargo, estaba redescubriendo las ventajas de tener una mujer solo para él. Mientras su excitación iba en aumento, no así en su pareja. No solo no estaba lubricada lo suficiente como para albergar su grosor, sino que entre sus movimientos y, lo que sea que pasase por su cabeza en esos momentos, su cuerpo intentaba rechazarlo. El rumano sonrió con maldad, sus dedos cerrados alrededor de su tobillo se apretaron más. Acarició con rudeza la pelvis de la hembra, solo para descender y encontrar ese punto en donde sus cuerpos se encontraban. – ¿Ni siquiera vas a mojarte para mí? – Le cuestionó con burla, embistiendo hasta entrar completamente en ella.

– El contrato ha sido sellado. Eres, oficialmente, la nueva señora Marquand. – Las palabras le salían entrecortadas. Sus paredes le mantenían prisionero. En contra de su voluntad, ella estaba a punto de hacerle terminar. Como había hecho al empezar, no esperó a que la joven se adaptara a la invasión de su miembro. Tampoco, se preocupó por el dolor que le había causado al romper la barrera que le aseguraba que había llegado virgen hasta su lecho. Las sábanas eran ahora la prueba de que la unión había sido consumada. Salió de su cuerpo, sin hacerlo completamente, solo lo suficiente para empezar un vaivén que era todo menos suave. Tariq estaba frenético. Su respiración era cada vez más errática. Solo se escuchaba el sonido del chocar de las carnes y los gemidos que provenían de ella. Si eran de placer o dolor, no le puso atención. En esa posición, sus estocadas se hacían más certeras y profundas. Durante algún interludio, puso su mano sobre el vientre de la fémina; como si de esa forma, pudiese sentir cuán lejos llegaban sus embestidas. Incapaz de aguantar durante más tiempo, el cazador se dejó llevar, vaciándose completamente en su interior. Cayó sobre Karla, exhausto y ebrio. No intentó abandonar el cuerpo de su mujer. Sentía algo retorcido por la manera en que estaba clavado, a pesar de que su erección había bajado. Quizás el saber que ahora llevaba su marca, que había sido él quien profanara el santuario. – Aún no hemos terminado. Todavía tienes que limpiar tu desastre. – Le amenazó, con una media sonrisa instalada en su boca. Pronto, lo haría. Realmente, no creería que eso era todo, ¿o sí?


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Mensaje por Karla Marquand Sáb Abr 04, 2015 12:41 am

Su luz se volvió sangre eclipsada, por el cuerpo de un sol candente, siniestro

La pronta visión del miembro ajeno no le generó el nerviosismo esperado, ni tampoco curiosidad o excitación. Sentía temor, pánico de lo que el efecto de su extensión pudiera lograr en su inexperiencia, mezclada del estado de embriaguez de Tariq, de esa faceta que ella desconocía y frente a la que se sentía indefensa.

No sólo había bastado con hacerle abrir las piernas del modo más humillante posible, sino que tomaba su cuerpo como si le perteneciera en todo el sentido de la palabra, y cerraba fuerte la mano en el tobillo de Karla hasta extenderle la pierna y entrar en ella sin sutileza alguna. La nueva señora Marquand quiso contener un gemido del dolor que le provocó aquello, pero prácticamente no pudo evitarlo. No sólo no podía moverse demasiado en esa posición, sino que además su interior no se había humedecido en lo absoluto para recibirlo. El temor y la repulsión se lo impedían, sin mencionar que Tariq actuaba como si no importara más que satisfacer su deseo de sexo en aquella noche. Como fue Karla, pudo ser cualquiera.


—Por favor, para ya— pidió en un susurro, con el ceño fruncido y retorciéndose lo poco que podía como acto reflejo, para repeler el daño que causaba esa posición y la falta de delicadeza de quien fuera su esposo. Ni siquiera sus palabras alentaban a nada y mucho menos cuando apretó con más fuerza su pierna y pasó la mano desde la pelvis hasta su sexo, confirmando que no se detendría. Su miembro, aunque con dificultad, entró en ella completamente y ella se mordió los labios con fuerza y aunque no quiso llorar le fue imposible contener las lágrimas. Estaba siendo violada y lo sabía muy bien, aunque el hecho de saberlo su esposo hacía de sus padres los cómplices de aquél acto y de ella la principal benefactora. Con o sin consciencia lo eran y eso ya no importaba. La antes Sartre sintió como si pequeños pellizcos le recorrieran el interior, desde la entrada de su femineidad hasta el interior que violentaba Tariq hasta donde podía.

“La nueva Señora Marquand” decía él y sonaba a la peor burla, porque Karla no podía quejarse al haber firmado su sentencia luego de unos votos en los que él mentía ¿Qué más ocultaba?
—Basta, te lo ruego…— suplicó de nuevo, como si culpara al alcohol de lo que pasaba ella. Aunque esa sonrisa socarrona en Tariq lucía consciente, tanto como el dolor de Karla cada vez que volvía a entrar en ella. Por lo mismo se negó a mirarlo, volteó el rostro a un costado, gimió inconteniblemente por el ardor que sentía pero no quiso verlo sonreír mientras la poseía como si fuera una cualquiera. Las manos de Karla temblaban al igual que su cuerpo e incluso se crisparon, una contra la sábana, otra en su boca al ser presionada por sus propios dientes intentando callarse.

Los minutos parecieron horas, aunque en realidad él no estaba dispuesto a extender un orgasmo ¿Con qué fin lo haría? Si el propósito era llegar a su clímax, le daría igual si eran cinco minutos o incluso media hora. No así para ella se sintió eterno, el dolor no mermó, pero intentaba hacerse a la idea conforme la embestía una y otra vez. Tendría que terminar en algún momento, pero para desgracia de esa noche lo hizo en su interior. Su cuerpo cayó sobre el suyo y el aliento a licor unido al sudor de su cuerpo, resultaron más desagradables aún para Karla. Y aunque esperó que se durmiera de inmediato, sus palabras no terminaban de fluir como veneno para el enemigo.

Con la rabia provocada lo empujó hacia un costado de la cama y se levantó. Dudaba que luego del licor y el agotamiento pudiese siquiera buscarla. Le importó poco su desnudez, porque finalmente había sido profanada, y caminó airada hacia el baño, cerrando a medias la puerta e intentando controlar cualquier deseo de destrozarlo todo, sobre todo a ella misma, porque se odiaba de nuevo por crédula. Por lo mismo había contenido sus palabras, porque de no hacerlo, todo seguramente daría un giro mucho peor. Además ¿Qué podría decir? Él no comprendía nada.


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Mensaje por Tariq Marquand Lun Abr 27, 2015 1:42 am

El sueño no tardó en sumergirlo en sus embravecidas olas. Su cuerpo había sido saciado y las incontables copas de whisky antes, durante y después de su boda; finalmente, lo habían vencido. Cualquier otro cazador, habría sido más cuidadoso con la cantidad de licor que bebía; pero Mircea Tariq Marquand no era en absoluto como ninguno de ellos. Había entrado en el mundo sobrenatural con una mentira y la seguiría sosteniendo hasta el último momento, siempre que las mujeres, los juegos y el alcohol estuviesen primero. No solo no fue consciente de que su esposa lo hacía a un lado, sino tampoco sintió, cuando ésta se marchó. Para todos los efectos, al rumano le importaba un reverendo bledo lo que ella hiciera. La mujer había demostrado no tener ninguna oportunidad bajo su yugo, del mismo modo que Mina tampoco lo había tenido. Como les había dicho alguna vez a sus compañeros de juerga, para su casa, había que buscarse a una mujer maleable y sumisa. Fuera de ésta, cualquier hembra salvaje que les sirviera para pasar un rato agradable. Ningún hombre que se respetara dentro de aquélla taberna, se había negado a participar en el brindis con que selló sus sabias palabras. Con el primer rayo de luz que atravesó la ventana, un gruñido proveniente de su pecho, retumbó en sus aposentos. ¿Quién demonios había olvidado correr las cortinas? Se extendió completamente sobre su espalda, mientras con su brazo intentaba cubrirse los ojos. Debió haberse dormido de nuevo, porque cuando volvió a abrir los ojos, el Sol se había alzado completamente. Los acontecimientos del día anterior no tardaron en dispararse en su mente. El inevitable matrimonio, la innegable farsa y la inolvidable noche de bodas. Una sonrisa maldita curvó sus comisuras ante ese último trágico acontecimiento. La prueba estaba allí, en las sábanas y en su propio cuerpo. Karla, era oficialmente suya.

Si bien el espacio a su lado estaba vacío, su primera pregunta esa mañana no fue dedicada para localizarla. Su prioridad estaba puesta en encontrar la jodida licorera. Los sirvientes sabían que siempre debían rellenarlas. Se levantó sin ápice de vergüenza por su desnudez. En su forma de caminar solo se podía leer arrogancia y seguridad. El cazador era demasiado consciente de su buen físico. Maldijo sonoramente cuando encontró lo que buscaba completamente vacío. El vaso que había cogido lo lanzó contra la pared en su rabia, haciéndolo añicos. ¡Bien! Si no podía satisfacer esa necesidad, entonces podía preocuparse por la segunda. Ahora tenía una mujer que podía servir perfectamente para eso. - ¡Ven aquí, Karla! – Gritó, consciente, por los ruidos; de que su mujer estaba en el baño. ¿Había pasado allí toda la jodida noche?  Su miembro estaba completamente rígido, como era común durante las mañanas y, si recordaba, antes de quedarse dormido le había amenazado con que ‘tendría que limpiar su desastre’. Evidentemente, había sido desobedecido. La maldad que tiñó sus orbes, dejaba claro que pondría una solución inmediata a ese problema. De paso, eso le serviría para enseñarle cómo debía darle placer. Estaba seguro que esos labios, harían maravilla en su falo con la guía correcta. – Cada minuto que tardes, hará más fuerte el castigo. Anoche, me desobedeciste. Sigo cargando con la evidencia de que tomé tu virginidad. Tú las has puesto allí y tú la tienes que quitar. – Tariq iba hacerle la vida imposible. Sonrío con odio al verla aparecer. – Acércate y arrodíllate. Voy a instruirte en tu nuevo rol de esposa. Aprenderás a complacerme y, puede que así, no traiga a mis amantes aquí. – La burla en sus palabras, dejaba en claro que eso último era una mentira. Si él quería, lo haría. – Yo soy tu dueño. Dilo. Quiero oírte reconocerlo. –  


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Mensaje por Karla Marquand Lun Abr 27, 2015 11:22 am

"Nunca es la misma lluvia, pero las primeras gotas son la clave para huir de la tormenta."

Frente al espejo, supo que la que tenía que estar ebria para esa noche debió haber sido ella, no él. Ojalá el licor se hubiese deslizado por su garganta durante horas, mutando sus pensamientos y dejando vacíos en su mente en lugar de recuerdos. De haber sabido lo fácil que podría haber hecho las cosas, hubiese bebido hasta quedar inconsciente…

No pasó la noche en vela, sin embargo cuando salió del baño la primera vez, se quedó durante un rato de pie, al final de la cama y observando a Tariq dormir plácidamente. Como antes de la boda, lucía tranquilo, lejos de la bestia que había parecido durante horas anteriores. Pero la maldad estaba cuando abría los ojos ¿Amanecería distinto cuando el alcohol terminara su efecto sobre él? La antes Sartre suspiró, le retiró una de las frazadas y durmió en el sillón de la habitación, lejos de aquél cuerpo que parecía rezumar licor por cada poro y a quien no quería tener cerca.

Como era de esperarse despertó más temprano, habría dormido al menos unas tres o cuatro horas y al abrir los ojos, observó a Tariq aún dormido, aunque en otra posición. Las cortinas estaban abiertas y ella no tenía intención alguna de cerrarlas. Quizás prefería de algún modo que él siguiera durmiendo, porque temía descubrir la verdad en su esposo estando sobrio. Pero también sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarse a ello y no tenía ningún sentido retrasarlo. Se levantó en silencio y dejó la frazada de nueva cuenta sobre la cama. Caminó desnuda al baño y permaneció en el agua durante al menos media hora, a ojos cerrados, intentando quitar de sí cualquier recuerdo de esa maldita noche de bodas y tratando de hacer lo mismo con sus pensamientos. Aunque eso último le fue completamente imposible, y menos aun cuando Tariq empezó a gritar, llamándola como si mereciera ser reprendida quien sabe por qué. Quiso salir de prisa, pero se obligó a hacer todo sin acelerarse, pese a que el corazón le latía a mil por hora. Una vez fuera de la bañera, envolvió su cuerpo en una toalla y salió así, descalza y con los cabellos goteando a medida que avanzaba.


—Ya, no grites que no estoy sorda— musitó con la mayor calma que le fue posible, intentando con eso moderarse a sí misma antes de ver lo que ahora se le antojaba al “Señor”. Se contuvo cuando mencionó lo del castigo, pero eso no impidió que se notara lo enojada que se sentía cuando avanzó hacia la cama y retiró de un solo tirón las sábanas, creyendo que la evidencia de su virginidad yacía allí y no en otro lugar. Las dobló de mala gana y las tiró a la entrada de la habitación, antes de volver sus ojos a él, pero manteniendo la distancia —Me haría más feliz que trajeras amantes, si es que eso me libra de tus abusos. Puedes acostarte con ellas aquí si prefieres, pero déjame en paz, no soy de tu maldita propiedad aunque un papel me haya condenado como tu esposa— farfulló entre los dientes pero dejándolo claro. Era una osadía lo que estaba haciendo, pero si algo había aprendido al ser el alimento de un vampiro, era eso, que no quería ser pisoteada de nuevo y que estaba dispuesta a correr los riesgos necesarios. No quería sentirse presa de nuevo y su rebeldía era la única carta que tenía para probar a Tariq y ver hasta donde era capaz de llegar. Eran sólo él y ella, porque sus sirvientes apoyarían a su amo y Karla estaba lejos de casa. No podía ir a Dorian, porque eso sólo agrandaría los problemas y los yugos. Y hablarlo con su familia sería aún más doloroso para ellos. Intentaba mostrarse dura, pero lo cierto es que no podía huir.


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Mensaje por Tariq Marquand Dom Mayo 03, 2015 3:05 am

El rumano enarcó una ceja cargada de intenciones cuando su mujer le pidió que moderara su maldito tono de voz. A pesar de que Karla hablaba con calma, bien podría estar atizando el fuego que comenzaba arder por sus venas y, si como eso no fuera suficiente, lo desafiaba a que cumpliese su amenaza y metiese a sus amantes en su cama. En un santiamén, Tariq había cruzado la distancia que los separaba. Su mano se envolvió en sus cabellos, de modo que no habría manera de que pudiese librarse de su agarre sin lastimarse. La acercó a su rostro hasta que ningún jodido centímetro les separó. Su mirada colérica, completamente azulada, capturó la ajena. Saboreó su miedo y su miembro, poderoso, se irguió ante la descarga de excitación que le recorrió. – ¿Te crees valiente, querida? – La cogió con la mano que mantenía libre de la barbilla. Sus dedos se clavaron en la piel, haciendo todo el daño que era capaz. – Cuando termine contigo, ni siquiera te reconocerás en el puto espejo. – Le soltó el rostro, pero no así la suave melena. La arrastró hasta el centro de la habitación y, una vez allí, la hizo arrodillarse. – Reconocerás que eres mía. Mía para tocar. Mía para marcar. Mía para adiestrar. – En esa posición, resultaba imposible que la mujer no viese su erección, y la sangre que se había secado allí desde que habían consumado su matrimonio. El cazador ni siquiera le daba tregua, pues tenía su rostro cerca de su pelvis. Cogió su miembro y tras acariciarlo una vez de arriba hacia abajo, puso la roma punta sobre los labios. – Abre la boca. – Exigió, aunque, ni siquiera esperó a que la joven procesara la orden; pues hacía presión en la separación para introducirse en sus fauces. Tiró de las hebras de su cabello con fuerza hasta hacerle gritar para entrar en ella. – Si me muerdes, te arrepentirás. – Medio amenazó, medio gruñó. – Y será mejor que aflojes, o te ahogarás. – Dicho eso, empujó hasta que no quedó ni un centímetro fuera de su garganta.

– Mírame mientras te follo. – Se regocijó en sus orbes, que se volvían cristalinos, amenazando con dejar escapar las lágrimas. – Tócame los testículos. – Evidentemente, al rumano le costaba ir guiándola a través de sus palabras, cuando el placer que le recorría estaba volviéndole loco. Las venas en su cuello se marcaban, aunque seguramente, no tan fuertes como las de su miembro. Salió de la boca de Karla, dándole tregua para que respirara. – Dilo ahora, di que soy tu dueño. – Pero no quería una respuesta. Ya no. Su mujer le había desobedecido en primera instancia y ahora merecía ser castigada. Volvió a entrar en su calidez, excepto que esta vez, se movió una y otra vez. Las arcadas de la fémina era todo el sonido que se escuchaba dentro de esas cuatro paredes, acompañadas de los gruñidos que salían de lo profundo de su pecho. Si bien Tariq tenía más control del que había demostrado en su noche de bodas, humillarla de ese modo, lo llevaba a saborear el éxtasis. Aplastando su rostro contra su pelvis, con su falo llenando su boca, se corrió. Su cabeza se echó hacia atrás, mientras, con un rugido de victoria, la obligaba a recibir su caliente semen. – Vas a tener que tragártelo o no te soltaré, así la próxima vez, te lo piensas dos veces antes de responderme y desobedecerme. – Sus palabras salían en medio de la agitación. Su pecho subía y bajaba con brío. Pocas veces como esa, se había corrido en tremenda cantidad. – No eres más una Sartre, ahora eres una Marquand. Mientras más pronto lo asimiles, mejor te irá. Aquí nadie te ayudará. Mis empleados te escucharán, pero jamás intervendrán. Me temen. – Y por la forma en que lo decía, parecía que estaba bien con eso. Después de todo, lo prefería al respeto.


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Mensaje por Karla Marquand Sáb Mayo 09, 2015 9:28 pm

Hasta que la muerte los separe, condenó el juez

Todo pareció ir más deprisa que el propio corazón de Karla. Tariq eliminó la distancia entre ambos en un par de pasos, pero ella jamás pudo predecir que tendría sus cabellos enredados en los dedos ajenos y que sería sometida en apenas un movimiento. Sus manos se fueron a la raíz de su larga cabellera, intentando disminuir el dolor del tirón que la acercaba al rostro de su brutal esposo, recién levantado pero igual de fiero que la noche anterior. Incluso era peor, porque a pesar de sentirle aún el aliento a trago, estaba sobrio, con los pensamientos claros y sobre todo, mostrando la realidad que le había ocultado a ella entre sonrisas cada vez que se vieron antes de las nupcias. — ¡Suéltame! ¿Estás demente acaso? — alcanzó a quejarse sin la tener la más mínima intención de ocultar que cada tirón le dolía. No obstante cuando le sujetó la cara con fuerza y la amenazó, ella no le retiró la mirada, sino que por el contrario abrió bien los ojos como si lo retara de nuevo con eso.

No era la primera vez que tendría un par de dedos marcados en el cuerpo, Dorian también lo había hecho aunque en la zona del cuello, los brazos y la cintura. Él no se medía al beber de ella, Tariq tampoco lo haría al consumirla. Sintió un enorme nudo en la garganta, como si las ganas de responderle se le quedaran atoradas en la laringe y le impidieran hasta el poder respirar correctamente. Las mejillas se le enrojecieron producto del dolor y de la ira y antes de responder nada, estaba siendo llevada casi a rastras a donde Tariq se le antojaba, poniéndola de rodillas a las malas y aclarándole como quien doma a un animal quién es el que manda.
— ¡Ya me condena un maldito papel ¿Qué más quieres?! — dijo con la voz entrecortada, con evidentes ganas de llorar pero conteniéndose por orgullo y también por consternación. La noche anterior había tenido excusa, pero ¿Y ahora? En esa posición no era dueña ni de la dirección que tomaba su mirada, y por lo mismo la erección que antes evitara observar, se enfrentaba a ella amenazante, declarando que no había terminado. La violencia lo excitaba, notó la antes Sartre.

Tariq se acarició el miembro en un momento, y ojalá lo hubiera seguido haciendo, que bastara con humillarla al bañar su cuerpo o incluso el rostro recientemente limpio con su propio semen, con eso que lo enorgullecía aunque no lo dijera a viva voz. Pero él no era un hombre de medias tintas a la hora de ser complacido. La punta de su masculinidad se posó sobre los labios de Karla y ella los frunció más, girando el rostro, evitándolo aunque sabía bien que no pasarían más de unos segundos en los que terminaría su resistencia. Y así fue, porque cuando tiró de nuevo de su cabello, fue lo suficientemente fuerte para que ella abriera la boca en el grito y este fuera ahogado por el miembro de quien fuera su esposo, su condena. Ya no pudo decir nada, ni siquiera echarse para atrás era posible por la presa que Tariq ejercía sobre ella, obligándola a mantenerse como estaba. Y aunque ganas no le faltaba para cerrar la boca y morder con una fuerza que le mermara la ira, tuvo cuidado de no hacerlo. Ya le temía.

La presión del miembro ajeno llegó hasta su garganta y no sólo sintió ahogarse, sino la necesidad de expulsarlo de sí. Odiaba estar ahí, sentir algo como eso violentándola de todos los modos posibles, obligándola a sentir el sabor a óxido de su propia sangre, mezclada seguramente con los fluidos del sexo mal obtenido horas atrás. Obedeció torpemente y le tomó los testículos en una mano, y posando otra a la altura de su cintura para poder sostenerse, porque cada agarre no tenía otro propósito y por lo mismo no le miró. Pero lo que se suponía debía hacer con esa mano sobre los testículos, era algo de lo cual ella no tenía idea, como nada, porque al parecer nada sabía. La respiración volvió de nuevo en una bocanada cuando él sacó su miembro de ella con un solo propósito, una sola pregunta de la que ya sabía la respuesta.

“No” quiso decirle, pero cuando abrió la boca para responder volvió a introducirse en ella, llevando su pelvis adelante y atrás, pero asegurándose de mantener la cabeza de Karla fija para lograr su objetivo. En vez de palabras hubo arcadas, lágrimas enormes que empezaron a deslizarse por sus mejillas para también llegar a él. Allí sus inexistentes ganas de recibirlo no valían, porque su propia salivación parecía obedecer al Marquand, permitiéndole moverse más rápido y fácil y también más profundo, al punto de lograr que ella llorara aún más al sentir que la respiración le faltaba. Y fue peor cuando su semilla le hubo llenado la boca y se fue hacia su garganta al no tener espacio en la cavidad bucal. No tenía opción, o tragaba o se ahogaba y era obvio que a él no le importaba si moría. Por lo mismo, obedeció de nuevo.

Él había terminado complacido, ella de rodillas frente a él, humillada, con el cabello enredado y el cuerpo envuelto en una toalla. La flacidez que adquiriera el miembro de Tariq le permitió tener la boca libre para tomar aire, para llorar un poco y para limpiarse de mala gana la boca antes de volver a hablar, o mejor dicho, susurrar
—No debiste casarte conmigo si tanto te molestaba. A ti nadie te obligaba a nada e incluso eres libre de irte con quien te plazca...— sus palabras fueron sutiles, porque ya sabía que debía aprender a medirse, no obstante, lo que tenía en mente para él, era muy distinto de lo que ahora saliera de sus labios aún empapados en lágrimas, y peor aún, jamás debió formular esa pregunta disfrazada de afirmación.


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Mensaje por Tariq Marquand Mar Jun 02, 2015 2:05 am

El rumano esbozó una de sus sonrisas encantadoras. Con Mina, había tenido que emplearlas para enamorarla. Con Karla, había sido distinto. Oh, por supuesto que había tenido esos gestos, pero ella nunca fue realmente su objetivo. Fue al matrimonio Sartre, a quien siempre intentó convencer de que era el hombre indicado para proteger y cuidar de su única hija. La transformación que adquiría su rostro cuando adoptaba esa máscara, era tal, que cualquiera podría creer que lo que había pasado la noche anterior y esa mañana, había sido producto del alcohol o de la imaginación. Pero para un buen observador, en el tinte azulado de sus orbes, se podía apreciar la verdadera naturaleza del cazador. No había dudas de que Tariq, disfrutaba alzándose en toda su estatura delante de ella. Su pecho subía y bajaba con brío, como si acabase de terminar de hacer ejercicio. Salió de la boca de su mujer con delicadeza e incluso, se atrevió a limpiar las gotas cristalinas que caían sobre sus mejillas como si de verdad le importase haberla castigado. Solo su agarre, desmentía su trato. Continuaba cogiéndole con fuerza, obligándole a sostener su mirada. Su lengua chasqueó contra su paladar ante el derroche de placer que se vertió en su pecho al verla aceptar su derrota. – Ahora no eres tan valiente, querida. Creo que vamos entendiéndonos. ¿No fue tan difícil, cierto? Mírame, soy el mismo hombre con el que te casaste, el mismo al que te le entregaste. – Eso último, iba cargado con furioso sarcasmo. Marquand comenzaba a levantar la voz como un demente. – ¡¿Crees que quería pasar por esto una segunda vez?! – Explotó. – No habrás creído que me casé contigo por simple capricho. Dime que no fuiste tan tonta como para pensar que realmente me sentía atraído por unir mi vida contigo. Solo tuviste la maldita mala suerte, de ser la que eligiera para salir de la miseria en que las deudas y los juegos me han hundido. –

La soltó con crudeza, sin importarle que cayera sobre el suelo como si fuese cualquier cosa. – Esa, esposa, es la razón por la que ahora tengo que cargar contigo. A través de ti, podré continuar llevando una vida de lujos y comodidades. Y te advierto, será mejor que no corras a contarles a tus padres la clase de marido que te consiguieron, o me aseguraré de que heredes toda su fortuna antes de tiempo. – Frente al espejo, como si aquélla conversación fuese de lo más normal para una pareja recién casada, el rumano se tocaba la barbilla con el dorso de la mano. Estaba claro que decidía si necesitaba o no una afeitada. – No querrás cargar en tu conciencia sus prematuras muertes. Estoy seguro que si Mina hubiese podido hacer su elección, habría decidido complacerme ciegamente. Desafortunadamente, el señor Wickham era demasiado perspicaz para nuestro bienestar. Si tenemos suerte, sonrió con malicia, los Sartre seguirán creyendo que el respeto es la mejor base para que este matrimonio funcione. Ahora levántate y prepáranos un baño. No queremos darles una mala impresión a nuestros empleados. Anoche no pude presentarte como la nueva Señora de la casa. Mientras más rápido te familiarices con ellos, menos extrañarás a quiénes has dejado atrás. – Estaba claro que Tariq no buscaba que su mujer le respondiese. Actuaba como un dictador y así sería siempre. Karla aprendería a golpes que, mientras hiciera las cosas que él ordenaba, su prisión no sería tan mala. Porque hasta que no le temiese realmente, su mujer no podría abandonar la mansión Marquand. Mucho menos ahora, que acababa de revelar que matar le era algo tan fácil como respirar. Las criaturas sobrenaturales, no eran los únicos monstruos que rondaban durante las noches. También estaban los asesinos, aquéllos que disfrutaban dando muestras de su poderío.


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Mensaje por Karla Marquand Jue Jun 04, 2015 9:57 pm

Quizás él tenía mil vidas. Pero yo sólo tenía una bala que debía ser usada

¿Qué sentido tenía limpiarle las lágrimas que él mismo provocaba con tanto gusto? La mente del Marquand parecía no funcionar del modo convencional, porque la misericordia era algo completamente ausente en él y cuyo término le era tan inexplorado como el modo correcto de tratar a la que fuera su esposa.

Hablaba como si lo supiera todo, como si la verdad absoluta saliera siempre de sus labios y se hiciera carne en sus acciones, pero pese a ello, Tariq erraba en algo de manera importante, porque la valentía va más allá de levantar la voz para enfrentarse a otro. Si bien ella permanecería en silencio en algunos aspectos, sabía que su estrategia para mantenerse lo más sana posible debía tomar un rumbo diferente, uno que le requiriera mayor perspicacia y que le impidiera caer en la trampa de tan cruento cazador.


— ¿Entregarme? — murmuró aún de rodillas y sin ser del todo libre de él —Estoy segura que hasta la mujer más pobre de París ha sido más libre que yo. He sido vendida como mercancía y tratada como un objeto. Y nada, Tariq Marquand, nada, ha sido voluntario— se quejó, pero sin levantarle la voz, porque tenía claro que estando en esa posición, una sola bofetada bastaría para lograr que se arrepintiera durante un par de días. Y sí, era arrepentirse de cuestionarlo, porque finalmente sabía que a él le daría igual lo que ella le replicara. Sus palabras no trascenderían, el machismo de él jamás permitiría algo como eso.

Todo parecía apuntar a que Karla había sido una tonta, porque incluso había llegado a pensar en convertirse en la esposa devota para la que había sido educada, una que viviera por complacer a su esposo, que viera por él desde que abría los ojos en la mañana y regresara agotado a la noche. Una que se esmerara para tenerlo a gusto en absolutamente todo, dándole hijos bien educados y que hicieran sentir orgulloso a su padre. Pero todos esos sueños tan formados por la ventajosa sociedad masculina, habían partido con cada sonido de placer que emitiera Tariq Marquand esa noche de bodas, donde decidió tomar por la fuerza algo que ella entregaría mejor voluntariamente.

Aun así, la pregunta simple de ella logró que él volviera a levantar la voz, como parecía gustarle tanto. A leguas se notaba que odiaba el matrimonio con ella y, en el fondo, le destrozaba el autoestima desde los cimientos. Ella se consideraba hermosa, al menos lo suficiente como para poder atraer a cualquiera, pero él, en apenas pocas horas, la trataba como si fuera la mujer más desagradable que pudiera vivir en Francia por aquellos días. Y quizás no lo decía, pero se le notó cuando estuvo libre del agarre de su esposo y quedó de rodillas, con el rostro bajo y apoyando las manos en el suelo con las palmas abiertas, como si con eso declarara por esa noche su derrota
— ¿Mataste a tu primera esposa? — cuestionó sin darse mucho espacio a pensarlo, de hecho ni siquiera lo miraba. Aún temía, y eso se acrecentaba cuando pensaba que podría morir por la misma mano que le había puesto con fingida emoción el anillo. Anillo que ahora le pesaba tanto como si fuera una cadena. No así, crispó las manos sobre la alfombra, como si pretendiera descargar toda su ira allí, sin dejar que le pasara a la lengua para reclamar finalmente el hecho de ser tratada ahora como una especie de banco, de salvavidas para la quiebra.

Pero contrario a cualquier emoción negativa que pudiera esperarse de ella, soltó una risita, corta pero al fin risa.
—No soy la heredera de la fortuna de mis padres. Sólo me es posible heredar la de mis abuelos, que es menor. Me casaron porque consideraron que mi edad rebasaba el límite, no por creer ciegamente que tu dinero podría ser un buen proyecto para mí— musitó con calma, como si valiera la pena el riesgo que corría al confesar una verdad que él no había sido capaz de leer en los papeles que había firmado. Las herencias de los Sartre las heredaban nietos y no hijos, porque así se aseguraban que el legado continuaba su rumbo. Pero no tenía que explicar tanto a Tariq, porque lo dejaría devanarse el cerebro intentando entender lo que ella intentaba describirle.

Por lo mismo, Karla se puso de pie, obedeciendo su petición de alistar un baño. Fingió que no pasaba nada y caminó hacia el baño, llenando la bañera y con una sonrisa en los labios que no le llegaba del todo a los ojos
—Iré con gusto a que me presentes a esos pocos empleados. De hecho puedes elegir entre todo lo que tengo para llevar puesto: un vestido de novia arrastrado, las sábanas sucias o una toalla húmeda. No me quejaré, mi señor esposo no tiene la culpa de no leer la letra menuda en nuestro contrato y haber elegido vivir menos elegantemente y con pocos empleados por no usar la casa que proviene de mi fortuna. No nuestra, mía—.


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Mensaje por Tariq Marquand Lun Jun 29, 2015 1:21 am

Unos segundos. Solo bastaron unos malditos segundos para que la ira destruyese cualquier resquicio de raciocinio que quedase en su mente. ¡¿Cómo se atrevía?! ¡¿Cómo?! ¡¿Cómo demonios lo hacía?! Los Sartre se habían reído de él todo ese maldito tiempo. Un gruñido inhumano vibró de su pecho al rememorar las palabras de Karla. ¿Solo podía heredar la fortuna de sus abuelos? ¿Qué significaba eso? Se pasó la mano por sus cabellos, tirando de ellos en su afán por tranquilizarse. Si iba hacia ella en esos momentos, la mataría. Sin embargo, fue la condescendencia en el tono de su voz, lo que le orilló a dar esos pasos. La fémina estaba terminando de llenar la bañera cuando él la cogió, de nuevo, de su melena. El cuerpo desnudo del cazador, se amoldaba perfectamente a las curvas de su mujer. Dureza contra suavidad, pecho contra espalda. Cuando dio el tirón con su mano, Karla no tuvo más opción que arquear el cuello hacia atrás para encontrarse con su demente mirada. – Este fue tu último acto de rebeldía. –  Musitó con furia. – No volverás a hablarme así nunca. –  Dicho eso, hundió la cabeza de la hembra en la bañera. Para Tariq, jugar con la vida de los inocentes, le producía un placer retorcido. Incluso antes de que la sacase del agua para que respirase el oxígeno que tanta falta le hacía, su miembro se había endurecido en respuesta al castigo infligido. El rumano, jamás había sentido la necesidad de defender a los más débiles. Él se regodeaba haciendo gala de su fuerza y musculatura. – Cada vez que quieras señalar mis errores con esa falta de humildad, recuerda esta mañana y muérdete la lengua. Los accidentes ocurren, Karla. Grábalo en tu cabeza. Solo basta con inventarse una buena y trágica historia para no levantar sospechas. Con Mina fue fácil fingir su suicidio. Ella jamás se había repuesto de la pérdida de nuestros hijos. –  Los ojos enrojecidos de su mujer se clavaron en su mirada cuando él volvió a tirar de su melena hacia atrás.

– ¿No sientes curiosidad por saber qué historia haría circular sobre tu repentina desaparición? Sería tal, que el apellido Sartre caería en la deshonra y la desgracia. Tu cuerpo solo ha conocido y conocerá a un hombre, agregó con posesividad, rozando su miembro contra la piel ajena, pero puedo hacerles creer a tus padres que no eras más que una furcia esperando por el momento para escaparse con su amante. –  Estaba claro que el cazador no tenía ningún escrúpulo. No le importaba quedar como un cornudo ante la sociedad parisiense si con eso lograba satisfacer el hambre voraz de sus demonios. Si al final el matrimonio con Karla resultaba ser inútil para sus planes, no había más necesidad de continuar atado a ella. – Así que ahora puedes irme explicando por qué no eres la heredera de la fortuna de tus padres. –  Tariq usaba las mismas palabras que ella para expresarse. Excepto que él lo hacía con rencor y un profundo odio. – No hay más familiares e, incluso si los hubieran,  estalló, ellos no te dejarían en la miseria. Te adoran. Eres su única hija. –  Marquand se negaba a creer que todos sus esfuerzos para concretar ese matrimonio, resultasen en vanos. Maldita sea. ¿Realmente había pasado por alto esa jodida cláusula? No importaba, los Sartre lo habían insultado al hacerle creer que confiaban en él, pero no lo suficiente como para esclarecer dichos términos. Entonces, volvió a repasar las palabras que había soltado su esposa antes de abandonar la habitación con porte de reina. Soltó su agarre, solo para hacerla girar y quedar frente a frente. Levantó una de sus piernas, anclándola a su cadera, dejándola expuesta. Su erección, pedía ser atendida. ¿Por qué no utilizar a su mujer, si la había adquirido también para tales efectos? – Si vas a ocupar el mismo lugar que Mina, en mi cama y en mi vida, también puedes hacer uso de sus prendas. Quizás de esa forma, puedas tener algo de consuelo. Solo ella podría entender que acabas de entrar al mismísimo infierno. Si no quieres sufrir su mismo destino, habla ahora o calla para siempre. – A pesar de que la burla estaba impresa en su sonrisa, la advertencia era la que sentenciaba cada una de sus palabras.


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Mensaje por Karla Marquand Dom Jul 05, 2015 3:01 pm

"Las revoluciones se dan cuando los humillados pierden el miedo o no les queda nada que perder"

Decirle a Tariq algo que no quería oír, era como poner un gran telón de color rojo frente a un toro furioso. Era como ponerse tras aquél color y esperar angustiado a que la bestia arremetiera. Era suicidio, desde cualquier punto de vista.

—Le llamas rebeldía a la verdad y valentía a la rudeza— respondió ella de mala gana, yéndose hacia atrás y apretando los dientes furiosa. Estaba tan enojada, que en algún momento creyó que morir allí mismo sería mil veces mejor que padecer años o incluso meses al lado de un hombre como él, que se asemejaba más al mal encarnado que al protector que mencionaban los malditos votos matrimoniales. No obstante, no se imaginó que fuera a hundirle la cabeza en el agua, pretendiendo amenazar con ahogarla, como si ella fuera una delincuente en lugar de la víctima. Karla se asió con fuerza a los bordes de la bañera, pero poco podía hacer dada la fuerza de Tariq y la posición en la que se encontraba.

— ¡Puedes matarme si quieres, porque no heredaras ni un solo franco! — le gritó empapada cuando la tiró de nuevo hacia atrás. La antes Sartre había encontrado el motivo de aquella unión y no tenía una opción distinta que usarla a su favor, al menos hasta que hubiese un heredero. Pero a pesar de todo seguía sintiéndose aterrada, sobre todo porque la mención de hijos perdidos de Tariq, le daba un panorama aún más terrible ¿Qué podía esperar de alguien capaz de asesinar a su esposa y a sus hijos? Él no había dicho haberlos matado, pero Karla lo asumía como encajando ideas en un teoría donde ella seguía perdiendo. — ¿De verdad crees que mi familia aún no sabe que jamás llegamos a la casa donde viviríamos?— quiso amenazar, pasando por alto toda esa historia falsa que Tariq haría circular en cuanto la matara. Pero a un muerto poco le importa su reputación, y mucho menos a uno al que le esperaba una vida condenada. Sí, definitivamente sería más conveniente morir pronto sin darle hijos, que luego vivir con la angustia de proteger a un indefenso y terminar completamente sometida por amor a ese desdichado tercero.

—Me adoran, pero mi familia tiene problemas de fertilidad— respondió, burlándose de nuevo de él, aunque quizás le saliera caro y delatara la verdad oculta en el contrato, si es que él era lo suficientemente inteligente para captarlo. Cuando pudo, o más bien, cuando él la dejó, se giró y quedó de frente a él, para tirarle a la cara que ella no le llenaría los bolsillos tan fácil y que tendría que aguantar más para poder lograr algo. Se arriesgaba con cada reto, pero ser sumisa con él podría ser mucho peor. No así, cuando le levantó la pierna con fuerza y se la sujetó presionándola a su cadera del mismo modo, ella no mutó la expresión, aunque la incomodidad, además del temor, se hicieron presentes en su interior. —No soy Mina, no voy a usar sus cosas ni a repetir sus acciones. No voy a darte hijos, Tariq, aunque deba deshacerme de ellos antes que vengan al mundo. No los matarás cuando puedan entenderlo y tampoco te quedarás con lo que les corresponde— espetó.

Sin embargo la idea de matar a sus hijos le resultaba asquerosa, e incluso temía no cumplir con su palabra si es que no llegaba a ser infértil, como un par de las mujeres de la familia. Eso sería quizás una salvación, algo que le permitiría librarse de él, sin temer por un hijo que le cortara las posibilidades de huir o de hacer lo que sea para permanecer con vida. Tal vez quería el destino de su madre, que tardó casi diez años de matrimonio para poder concebir, luego de haber tenido antes un único embarazo terminado en aborto espontáneo. Eso explicaba porque ella era única hija, y era lo que usaba ella para autoconsolarse en medio de su nueva prisión.


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Mensaje por Tariq Marquand Lun Jul 06, 2015 12:59 am

El rictus cruel en su boca se transformó en una burda sonrisa, pero eran sus orbes azules los que lanzaban dardos con furia y excitación enfermiza. ¿Cuánto más le tomaría comprender que Tariq disfrutaba aplastar toda la voluntad de sus mujeres? ¿Quedaría algo de Karla cuando terminara? Él no deseaba que luchara ni que le cediera el control de su vida porque así estaba estipulado en un contrato. Lo que él verdaderamente deseaba, era demostrarle que no valía ni una mierda a su lado; que al recibir su apellido, había pasado a ser una esclava de sus deseos y de su tiempo. Su vida, había dejado de ser suya. Mientras que una de sus manos se negaba a liberarla de su anclaje, la otra viajó a través del perfil de su cuerpo para cogerle uno de sus pechos. La magreó como haría con una prostituta, sin delicadezas. Evidentemente, al rumano le complacía cómo el seno llenaba su palma. – Si al final resultarás ser una puta, esposa. Comienzo a creer que te gusta provocarme para que tenga que castigarte. – Cada palabra que escupía la lengua del cazador, golpeaba como un látigo, dejando tras de sí una promesa de que el dolor y el ardor llegarían inmisericordes. Su cabeza descendió para coger en su boca el pecho con que había estado jugando. Lo succionó por varios minutos y, finalmente, lo soltó tras dejar la marca de sus dientes sobre éste. – De modo que tienes razón. No eres Mina. – Su tono hiriente, dejaba en claro que la diferencia que hacía entre ellas, no era para sentir orgullo, sino todo lo contrario. – Ella no fue tan estúpida como tú. Aprendió rápidamente a verme como su Amo y Señor. Tú también lo harás. – Le amenazó, cogiéndole del rostro para acercarlo al suyo. Sus respiraciones se encontraron. Durante su noche de bodas, no hubo besos ni caricias y evidentemente, tampoco esa mañana las habría. Tariq iba a darle el trato que merecía. – Aprenderás a rogar por mi perdón, porque yo nunca, óyeme bien; yo nunca, jamás, perderé. Así que cuando terminemos, irás a tu nueva habitación y cogerás un elegante vestido entre la ropa de Mina y te lo pondrás. No caigas en el error de creer que tu opinión me es relevante, porque no lo es ni lo será. –

– Ahora que hemos esclarecido ese insignificante detalle, hablemos del hecho de que te niegas a darme hijos. – A pesar de que Tariq odiaba la idea de tener descendencia de nuevo, odiaba aún más el hecho de que a ella le repudiara la idea de llevarlos en su vientre. O quizás, simplemente eso último se debía al hecho de que quería hacerle tragar cada una de sus palabras. Tan cerca como estaban, al cazador nada le costó hundirse hasta la empuñadura en el interior de su cuerpo. Se quedó allí, enterrado, sin apartar la mirada de su rostro, leyendo así cada una de sus emociones. – Hijos herederos. – Agregó con frustración. No se le había pasado por alto lo que Karla había mencionado. Solo había sumado dos y dos para comprender cómo aseguraban la línea los Sartre. – Deberías agradecerle a tus padres por esa jodida cláusula. Ha salvado tu vida, por el momento. –  ¡Y lo había hecho! Solo eso último hacía que contuviera sus deseos de cometer homicidio. Sin embargo, antes de que ella volviera a rebatirle que se desharía de cualquier hijo que él le engendrara, Tariq sonrió con ese aire de suficiencia y prepotencia. – Si solo así puedo poner mis manos en la fortuna de los Sartre, será mejor que no volvamos a desperdiciar más de mi semilla en esa blasfema boca. – No lo decía en serio, por supuesto, solo ocurría que le gustaba recordarle la humillación que había sufrido hacía tan solo unos instantes. – Y mejor te sacas esas ideas absurdas de no querer tener un hijo mío, o será uno de mis bastardos el que yo traiga a esta casa para reclamarlo. Encerrada como estarás, diré a cualquiera que estás indispuesta. Nada de visitas ni salidas. Haremos creer a todos que solo sigues indicaciones de un médico porque corres el riesgo de perder a mi primogénito. – Hablaba con frialdad, atrayéndola por el trasero hacia su erección. Le importaba un comino que su cuerpo aún estuviese sensible por la forma en que le había arrebatado la virginidad. – ¿Todavía crees que puedes ganar? – Se mofó. – Tienes nueve meses a partir de ahora para cumplir con tu rol de esposa. – Hundió la cabeza en su cuello, inhalando el aroma que destilaba su piel, a la vez que salía de su cuerpo por completo para embestir de nuevo. – Solo para darte un pequeño incentivo, esta noche iré a visitar a una de mis amantes. O ella o tú, no me importa, me até a ti por tu fortuna y la conseguiré de una u otra forma. – Sus gruñidos fueron en aumento, solo ahogados por el sonido que provocaba el encuentro de sus cuerpos.


TEMA FINALIZADO


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