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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Mina Marquand Miér Ene 18, 2012 7:43 pm


Cuando nuestro odio es demasiado vivo
nos coloca por debajo de lo que odiamos.
François De La Rochefoucauld


Siempre había pensando que aquello que me desagrada era la adulación en sí misma, ahora comenzaba a darme cuenta que era la adulación a mi persona aquella que irritaba a mi espíritu. Y aun en mi desazón, escuchaba con solemnidad a la visita que por descuido presencio la forma en la que erguía el arco y lanzaba la flecha con precisión a un viejo tablero de tiro. Era alrededor de las seis de la tarde, el cielo comenzaba a incendiarse convirtiendo su azul en cenizas oscuras, la proximidad de las tinieblas me hicieron reparar con sorpresa que habían pasado bastantes horas desde el comienzo de mi entrenamiento a este que sería su cierre. El visitante continuaba una perorata sobre su niñez en los verdes bosques franceses y un viejo cazador a quien reconocía como su padre, luego me hablo del deber de los hombres de llevar el pan a la mesa y el deber de las mujeres… que era servirlo. Se esforzó por ser amable, pero aún no se daba cuenta que hablaba con la señora de la casa. No podía suponer que pensaba el hombre de la mujer con arco y pantalones de entrenamiento que hacia sus ejercicios en los jardines de la acaudalada familia de Transilvania. Quizás pensara que era algún familiar excéntrico y por ello tenía que quedar bien de alguna forma. Recogiendo mis cosas le sugerí regresar mañana, el señor Marquand probablemente no llegaría a pasar la noche en casa, los negocios que hubiesen traído al hombre a dar su visita no podrían ser atendidos. Antes de despedirse, quiso saber mi identidad sin embargo no le di tiempo a nada cuando ya había hecho llegar a los sirvientes y estaban próximos a escoltarlo a la salida.

Desabroche mis guantes de cuero y regrese al interior de la mansión. “¡Preparen el baño!” ordene a un sirviente, “¿Quién dejo entrar a ese hombre?” le pregunte a otro. No me detuve a esperar respuestas de nadie en mi transitar a la habitación, sabía que estas llegarían tras de mí a manera de suplicas piadosas. No me había tomado el tiempo de conocer a la nueva servidumbre, no porque no tuviera las oportunidades sino mas bien para no hacer recordar a los sirvientes, pero ante todo eran viejos amigos que había perdido al abandonar Transilvania. Una fría distancia hacia ellos además del fuerte carácter de mi marido, hacían creer a los nuevos sirvientes de la suave Francia que nosotros los rumanos éramos fríos, despiadados y poco considerados. Sentía su miedo al momento de servirme el plato de cena y dar el primer bocado. Llegada a la habitación tome asiento en un taburete para quitarme los zapatos y posteriormente los calentadores, no tardo en aparecer a la puerta el guardia de la reja explicándome que un comerciante ya había concordado el entregarle un pedido privado a Tariq, y se le había dejado entrar para que este le esperara dentro. Arreglos secretos, respetos de privacidad....

--- Esta bien, hacedlo saber al señor cuando llegue--- Respondí desviando mi mirada de su rostro mortificado y percatándome del espejo que estaba frente a mí. En él, un individuo de aspecto polvoriento me devolvía la mirada---. Puedes retirarte… --- Me incorpore unicamente para cerrar la puerta y echar mis armas al armario. Recogi las prendas posteriores y marche a la habitacion de baño, esperando que la bañera estuviera lista y pudiera borrar con el agua la suciedad de mi cuerpo. Era esto un consuelo, por desgracia no existian aun baños para el alma o la memoria.



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Mensaje por Tariq Marquand Dom Feb 05, 2012 4:24 am

Nadie había advertido su llegada. En cuanto la Luna había amenazado con reclamar el trono para comandar sus tropas, Tariq había abandonado la taberna en la que había pasado las últimas diez horas. El olor a alcohol no se limitaba a su aliento. El cazador alegaba que su adicción a ese exquisito líquido en proporciones inconcebibles era el equivalente a un vampiro sediento, desesperado por hacerse con una vena que calmara el fuego que crecía con cada movimiento del segundero. No importaba que se tratase de solo un vaso para mitigar la ansiedad o una botella para honrar la muerte de uno de esos fascinantes seres que se había acostumbrado a cazar, los pretextos habían dejado de importar desde que su padre había muerto, convirtiéndolo en el líder de la familia Marquand. Mina, al igual que cada uno de los sirvientes, se engañaban a sí mismos compadeciendo al señor de la casa por la pérdida de sus herederos. La ironía solo provocaba en él una de esas sonrisas torcidas. Si tan solo lo hubiesen visto brindando por el silencio ensordecedor que reinaba en cada una de las habitaciones tras ese “fatídico” suceso. Jamás había dormido con tal tranquilidad, exceptuando aquéllas noches en que la locura tocaba a la puerta, haciéndolo ansiar la inmortalidad con una pasión irrefutable y audaz. Era una lástima tener que fingir incluso con sus compañeros de juerga, ¿qué clase de monstruo sería si no lo hiciera? Ser listo era la clave para el éxito. Necesitaba a Mina – la carnada – para atraer a enemigos potenciales a su encuentro. Tariq le había dado una razón para levantarse y luchar. Los vampiros solo necesitaban creer que se hallaban ante una mujer indefensa y bastante dispuesta para bajar sus defensas. Sin embargo, la excitación que le embargaba cuando se encontraba admirando la fuerza de esos seres se veía opacada por la demencia de provocar el peor daño. Además, no se podía confiar en aquéllos que conocían su identidad como verdugo para darle lo único que buscaba, la inmortalidad. La paciencia era una virtud de la que el cazador podía hacer gala pero el tiempo se estaba encargando de mancillarlo.

Cerró la puerta con fuerza, anunciando su presencia a todo sirviente que estuviese en los alrededores. La espesa neblina y el manto nocturno extendían sus tentáculos como en un baile inaugural, espectral. Los Hijos de la Noche estaban despertando, moviéndose en los bosques, camuflándose entre los espectadores del teatro, localizando una presa en callejones solitarios. Su voz aletargada por el licor ingerido no tardó en hacerse escuchar. Exigía que una bandeja de comida fuese llevada a sus aposentos mientras él se cambiaba. Acababa de pedir que preparasen su baño cuando al llegar al primer escalón vio a un par de sirvientas descender. Eso solo significaba que... – Olvídenlo. Tomaré el baño con mi esposa. Tariq ya subía las escaleras, así que los asentimientos fueron apenas tomados en cuenta. Entró sin detenerse a tocar. En lo que a él concernía, una esposa debía estar siempre dispuesta a satisfacer los deseos del hombre. Tiró la gabardina al suelo, sin importarle donde cayese. Dos veces intentó desabotonarse la camisa, pero ante su malhumor optó por ir en busca de Mina. Se detuvo en el marco de la puerta, observando la espalda desnuda, la forma en que el paño acariciaba la suave y tersa piel. – Ven aquí. Exigió con fuerza. El bulto en su entrepierna pedía ser liberado. Su señora solo necesitaba mirarlo para saber que, quisiese o no, la tendría. El cazador esperaba que decidiese no obedecer. El miedo era un afrodisiaco. No sería la primera vez que lo hiciese y ni la última que ella lo atribuyese a su estado. Sabía sobre su temor de volver a concebir. Los dos eran jóvenes, fértiles – como los mellizos habían hecho saber – así que era solo cuestión de tiempo que la naturaleza decidiese darles otro heredero, uno que podría encontrar el mismo destino que los primeros.


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Mensaje por Mina Marquand Lun Feb 06, 2012 6:00 am

Uno a uno fui desabrochando los botones de mi cazadora, desprendiéndome del trapo viejo como las serpientes que se desprenden de su antigua piel… en soledad, con parsimonia y ceremoniosa actitud fúnebre. De la tina de mármol emanaba un vapor tenue que llenaba la habitación creando una atmosfera apacible, me atrevo a decir que hasta seductora, pues seducida fui a la relajación que prometían sus aguas perfumadas al momento de desasirme de toda la armadura de tela que día a día usaba. Camisa tras camisa, sujetador tras sujetador, ni siquiera los corset con varillas de hueso de ballena pesaban tanto como toda la indumentaria que se esmeraba en ocultar a la mujer, a Mina, y dejaban solo a la cazadora sin nombre, sin pasado pero con un único futuro. Ahora ya no tenía nada en que ocultarme, con la desnudez con la que el mundo me dio la bienvenida fui sumergiéndome en las aguas que eran tibias, soportables hasta para la lengua de un gato. Los músculos tensos y cansados se estremecieron deseando relajarse del todo… cuanto deseaba de verdad un día sencillamente cerrar los ojos y no sentir. El pensamiento fue escuchado y mi mirada se oculto en la oscuridad bajo mis parpados… pero todo seguía a mí alrededor…. El murmullo de los sirvientes que bajaban, el olor a esencias, a pétales de rosa en la bañera, el sabor de los resquicios de sangre que habían quedado en una herida interna de mi labio tras los entrenamientos fallidos.

Con los ojos aun cerrados busque el paño que usaría para comenzar a tallar mis brazos, el cuello, la nuca, y en toda esa quietud, como siempre, algo vino a arruinarlo. Las puertas del primer piso se azotaron, una voz vociferando órdenes en un tono agresivo y rasposo. No era “algo” precisamente, sino un alguien. Escuche todo su escándalo aun cuando llego a la habitación, seguido al cuarto de baño… dios santo, ¿es que no tendría descanso? Con toda la calma del mundo continúe frotándome los brazos para luego abrir mis ojos y dedicarle una mirada evaluativa, en ningún momento pretendí mostrar reproche, enfado o miedo, mucho menos entusiasmo, los años me habían hecho acostumbrarme a sus llegadas bruscas, o a esa creciente adicción a la bebida que lo hacía perder horas y horas en bares de mala muerte para terminar con las pintas de un pordiosero.

--- Mira en qué estado has llegado, Tariq --- Comente con suavidad, reprimiendo un suspiro y continuando mi aseo al momento de hundir la esponja con elegancia en las aguas, pretendiendo no haber comprendido las connotaciones eróticas de su demanda. Como buena dama, aun cuando esta fuera casada y conociera mas allá de los confines de su hogar, era mejor fingir no comprender de albures ni perfidias---. Quítate esa ropa y acompáñame en la tina ¿sí? El agua aun esta tibia, te agradara. --- Gire el rostro para verle a los ojos, los cuales no tardaron en bajar al suelo, incapaces de sostenerle la mirada por demasiado tiempo pero regalándole una sonrisa amable antes de caer vencidos. Realmente no deseaba en lo mas mínimo intimar con mi marido, mucho menos su aliento alcohólico y su agresividad eran un aliciente para hacerlo, pero como la primera vez que había compartido el lecho como la señora Marquand, había comprendido que para algunas cosas no se puede tener opción… sin embargo los años te regalan experiencia, astucia y quién sabe, con suerte estuviera lo suficientemente alcoholizado para no poder hacerlo. No sería la primera vez, ni la ultima, que tuviera que lidear con ello. --- ¿Vendrás?


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Mensaje por Tariq Marquand Lun Mar 12, 2012 10:59 pm

“Pagarás por tu insubordinación.” La ira centelleó fugazmente en sus orbes en un brillo metálico que se apoderaba de sus profundidades, intensificando el tono azul de su mirada mientras las palabras le taladraban. El instante que duró el fulgor fue suficiente para mostrar una milésima parte de la violencia que se ocultaba en su interior, burlándose de la inocencia o mejor dicho ignorancia, de aquéllos que creían en el disfraz que portaba. Mina era solo el epítome de su fachada. ¿De verdad creía que el alcohol le haría pasar por alto sus actos de rebeldía? ¿Y qué demonios era ese tono suave que usaba como si estuviese hablándole a un niño berrinchudo? Tariq frunció el ceño, como si intentase deducir si era el efecto del alcohol lo que le llevaba a imaginárselo todo. Eso era. Tenía que serlo. Su esposa no sobresalía por su inteligencia. No había visto venir su adicción al juego o al alcohol, se había tragado la actuación del hombre enamorado y atento. Su ceño se suavizó. Sus labios que, desde que había dado la orden de que se acercara habían estado estáticos, se curvaron con lentitud en una media y socarrona sonrisa. Era evidente que su invitación de unírsele en su baño le había complacido. Una vez más, intentó desabotonarse la camisa. El primer y segundo botón cedió pero demasiado prontamente, se detuvo. ¿No había llamado a su esposa para que le ayudase a quitarse toda esa maldita ropa? – Mina. Gruñó, dando un paso en su dirección. Las velas que jugaban a crear sombras sobre las paredes iluminó la mitad de su rostro. – No tengo que recordarte el papel que juegas como mi señora. Su voz sonaba exageradamente ronca. Su cuerpo estaba rígido, sus músculos tensos, su mirada filosa. Por supuesto, esa no sería la primera vez que Tariq perdía los estribos. Las peleas entre ellos habían empezado desde que se había asegurado contar con los bienes para cubrir sus deudas. ¿Quién diría que su acreedor se conformaría con las vidas de sus parientes? ¿Toda esa cantidad de dinero y había preferido a unas estúpidas mujeres? El tipo debería ser todo un imbécil.

Mientras esperaba que Mina siguiese sus órdenes decidió castigarla con su silencio. En realidad, el cazador no hacía más que pensar en cómo usar toda esa nueva información obtenida tras su tarde de juerga. Lo más sensato habría sido esperar a que el letargo se despejara de su mente, pero la adrenalina de saberse un paso más cerca de obtener la inmortalidad apelaba a su demencia. Josef, uno de sus compañeros de juegos que había trabajado de agente de la corona en Inglaterra, disfrutaba de los acertijos y, una vez que fue puesto al tanto de la existencia de vampiros, licántropos y demás especies; éste había sentido una camaradería inmediata con Tariq, asegurándole que no dormiría tranquilo hasta dar con el culpable de la tragedia que había matado a sus hijos. El desgraciado estaba lejos de saber que el futuro heredero probablemente continuaba con vida, sirviendo de esclavo de sangre para el vampiro que le había arrancado de su familia. ¿No era irónico que una tragedia resultase ser un beneficio? Así había sido siempre y, al menos que consiguiera pronto su meta... Una mirada hacia donde se encontraba Mina le indicó que ésta no se había movido. Su ira volvió con mayor fuerza. “No me provoques. No me provoques.” La frase burlesca se anticipó a las palabras que su boca escupió con la única intención de recordarle su fallo. – Tarde o temprano tendrás que darme un heredero. ¿Por qué no ponernos a ello? Dicho esto, se aventuró a ir a su encuentro. El dolor que cruzó en el rostro de su esposa solo sirvió para su regodeo. ¿No podía ver la indiferencia que sentía hacia ese tema? Maldición. Que buen actor era pero sobre todo, que placer encontraba en su indefensa.


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Mensaje por Mina Marquand Sáb Abr 07, 2012 12:19 am

Hay ocasiones que mis perros quedan por accidente enganchados en las trampas para osos que los otros cazadores dejan, generalmente permiten que acuda en su auxilio y cure la herida que han sufrido sin ningún problema pero… el macho de mis labrados siempre ha tenido un muy especial carácter cuando el dolor lo abruma. Pese a su condición comúnmente dócil, si no tengo alguna especie de tacto al momento de acercármele no vacila en lanzarme una buena mordida. Así mismo es mi marido. Pienso con cautela como reaccionar a su desplante, porque no se le puede llamar de otra forma a su exagerada entrada. Puedo reconocer en sus ojos azules la indignación, el desagrado, la furia confundidas con una bruma alcohólica. Mi antigua y agria institutriz, Agatha, solía decirme que con el tiempo una aprende a ser esposa, llevo muchos años siéndolo y la mera verdad es que aun no lo sé: la mujer, la cazadora y la esposa son posiciones confusas desde que la madre perdió a sus hijos, desde que mis brazos se quedaron vacios… sea de la manera que fuese, no sabía ser la cónyuge pero cuando menos sabia ser la compañera de Tariq, a la mala manera aprendí a seguirle el ritmo y desde entonces jamás me he quedado atrás.

Mis respuestas a sus exigencias fueron silencio tras silencio… no era conveniente rebatirle a los ladridos pero cuando se acerco mis movimientos no vacilaron en dejar el paño en la orilla de la tina y ponerme de pie, mi cuerpo totalmente desnudo y cubierto de agua y residuos de espuma se mostro tal cual era, no había cabida para el pudor cuando era Tariq, el único hombre en la tierra que conocía hasta la última de sus curvas, quien me miraba. Un corte superficial surcaba la cara externa de mi muslo derecho… gajes del oficio. El hielo de mi rostro se derritió cuando lanzo ese comentario hiriente. “Tarde o temprano tendrás que darme un heredero…” Otra vez esa punzada de aguja fina en el pecho… otra vez la mueca vulnerable en mi rostro ante el recuerdo de las travesuras de Demyan y las sonrisas de mi niña. Mis niños perfectos, lo mejor que pudiese haber hecho en la vida. Tener más hijos no significaba nada, ni siquiera lo quería, nada podría reemplazarlos, mi vida se reducía a hacerles justicia. Aun así, vino a mí la irresolución, el vacilar errante que existiese la remota posibilidad que mi cuerpo ya no pudiera engendrar. Mucho tiempo había pasado ya, muchos intentos también pero nada ocurría. A estas alturas Tariq debería haberlo pensando, quizás se negaba a considerarlo. Una mujer que es incapaz de concebir no tiene utilidad alguna... y no estaba segura de que tanto interés podría existir en el conyugue si la mujer desapareciera y solo quedara su vengativo acompañante lleno de sangre y polvo. No, la idea no podía ser admitida ni siquiera por mí. El dolor y el miedo serian aun más magnánimos, Tariq era lo último y lo único que me quedaba, perderlo no era… no era una posibilidad. Fuertes debilidades que no deberían existir, al menos no en las ánimas que consuman su existencia para perseguir a los demonios de las sombras y en un esfuerzo por recuperar la autosuficiencia deslice mis dedos por los botones de la camisa de Tariq, mi ojos buscaron los suyos y sin perderlos deslice lentamente las palmas de mis manos por su torso plano, impreso en su abdomen los músculos delatores de los terribles entrenamientos. Llegue a sus hombros e hice caer por sus brazos la camisa. Tariq se lucia cuan gallardo era, siempre había sido un hombre terriblemente apuesto… “el amor de los jóvenes no está en el corazón, sino en los ojos” quizás, pero yo ya no era una jovencita, era la señora Marquand y podía decir que lo amaba, o algo muy semejante a ello.

--- No deberías regresar a casa cuando estas así, renta un cuarto de posada. Los efectos de la bebida abruman tu juicio, tú no… no quieres realmente un hijo --- Respondí pretendiendo casualidad en el tema que no sentía pero se actuaba prodigiosamente, esa indiferencia ensayada la abalaban años y años de experiencia, y sangre rumana fría e incruenta corriendo por mis venas… sosteniendo sus ojos aun desabroche el cinturón, dejando que fuera el propio peso de la prenda quien la hiciera ceder. --- Necesitas un baño… ---Remarque, sujetándole de la cintura para ser en dado caso que sus piernas temblaran a la par de su mente--- Necesitas que te atienda... no fuerces las cosas y solo ponte en mis manos--- finalice acercándole a mi cuerpo, invitándole a unirse conmigo a la bañera.


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Mensaje por Tariq Marquand Lun Mayo 21, 2012 6:28 pm

Su mano capturó el elegante cuello en un claro gesto de posesividad antes de que le permitiese conducirle a la bañera. No importase cuánto odiase estar casado ni la razón por la cuál había decidido compartir su apellido, toda ella le pertenecía. Había sido el primero en su cama y sería el último. Incluso sus demonios estaban complacidos con poseer a una mujer que ningún otro hombre jamás podría tener. ¿Podría su cinismo tener un límite? Lo dudaba. Durante todos esos años de matrimonio, él la había engañado constantemente, con esa misma sonrisa arrogante en su boca, como quien puede obtener todo lo que desea sin consecuencias. La dulce Mina, quien antes había sido su contraparte en absolutamente todo; siempre demasiado optimista, demasiado ingenua, demasiado… Su boca se torció en una mueca al recordar cómo su esposa había encontrado una forma – cualquier forma – de expiarlo de sus culpas. Tenía que aceptar que el asalto de su hermana aquélla noche no solo le había mostrado que podía tener todo lo que quería convirtiéndose en uno de esos seres. Poder, dinero, belleza - si de algo estaba orgulloso el cazador era de su físico, incluso con esas cicatrices adornando su cuerpo -, vida eterna. Sí. Marishka le había enseñado la forma de conseguirlo - la maldita mujer ya poseía todo lo que él quería – pero también había hecho de su esposa una guerrera. Una guerrera que quería pretender tener el control sobre él. Haciendo caso omiso de sus últimas palabras, la atrajo con fuerza de la base del cuello. Su mano libre ya había atrapado la cintura de la hembra, se frotaba de arriba abajo, acariciando la curva de sus glúteos. Gotas transparentes jugaban a deslizarse sobre su piel, haciéndole una invitación para atraparlas con la boca. Sin aflojar su agarre, - incluso hizo más presión -, la miró. El tiempo pareció detenerse entre ellos.

Su aliento golpeaba contra su boca. El odio latía en la yugular del cazador mientras que su mirada ardía con fiereza y determinación. - ¿No debería? ¡¿No debería regresar a mi casa?! El tono de su voz subía un decibel con cada palabra. – ¿Cómo demonios te atreves a decirme lo que debo y no debo? Su mano jamás le habría permitido abandonar su mirada, aunque tras ese comentario, sospechaba que ella tampoco lo habría permitido. La violencia era como un dragón en su interior, lanzaba fuego, propagándolo por cada una de sus terminaciones nerviosas. Sus músculos se encontraban con seda, ella era toda suavidad donde él era dureza. Había escuchado – estaba seguro que no se trataba de su imaginación, producto del alcohol – el titubeo en sus palabras. Una carcajada siguió con su malhumor. La había visto con los niños en algunas ocasiones, ocasiones en las que se veía obligado a salir de casa porque simplemente no podía soportar estar cerca de ellos. Ella los amaba. Él no. Si su padre hubiese estado vivo, seguramente habría estado orgulloso de que a su edad ya contara con un heredero, quien continuaría con el apellido Marquand cuando ya no estuvieran. Bueno, en eso se equivocaba, en cuanto se convirtiese en vampiro, Ignat podría dejar de retorcerse en su tumba porque el apellido se conservaría… con él, por supuesto. – Pareces saber bien lo que quiero, esposa. Dime entonces, ¿por qué no querría un heredero? ¿Por qué crees que me casé, entonces? ¿Para tener solo una mujer? No hacía más que molestarla. Cuando sus amigos se habían casado lo habían hecho solo como último recurso, porque había llegado el momento de encontrar el varón, su heredero. Él en cambio, se había casado porque había quedado en quiebra y necesitaba desposar una heredera. Jah. Que maldita ironía. – Oh sí, me pondré en tus manos para que hagas lo que es tu deber. Antes de que ella abriese sus labios para contestarle, su boca y lengua la reclamó. Tariq no solía tener conversaciones con Mina “la mujer”, solo con Mina “la esposa” cuando recurría a ella para su placer.


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Mensaje por Mina Marquand Lun Jun 18, 2012 10:34 pm

Hace años, cuando se originaron las bodas, todo mundo aplaudió a la joven y feliz pareja. Incluso mi agria institutriz mando pedir a un pintor para que con sus artes inmortalizara el momento, la unión de una pareja presuntamente perfecta. Qué bueno que lo hizo, puesto que todo por servir se acaba y en el servir a los propios y amargos placeres de la vida que nos toco vivir, muy poco quedaba de aquel par de jovencitos que una vez brillaban en lozanía. Mis manos acariciaban los músculos tensos, pero la piel ya no era suave, sino rasposa, con varias insinuaciones de antiguas cicatrices de guerra. Cuando Tariq atrapo mi cuello y mi cintura rozándose lúbrico, recordándome cual era el lugar de la mujer con su marido, supuse que él podría acariciar la misma piel de serpiente que yo apreciaba. Dos depredadores desconcertados, recordando que son humanos y a la vez consortes.

--- No son ordenes sino consejos, hablo por tu bien cuando sugirió que tengas cuidado --- Acariciaba los labios mientras hablaba en un beso accidental. Sostuve su mirada aun en los reclamos, sin delatar en una mueca lo desagradable de su aliento a bebida, odio y traiciones, muy probablemente con el sabor de otras mujeres. Su inclinación hacia ellas era algo que había conocido siempre, también las de ellas a él. Tariq era sumamente apuesto, aun un adulto joven, por el reflejo de sus ojos podía verme a mí misma, aun más joven que él, pero nuestras almas eran de ancianos y en sombras bajo los parpados o arrugas en las muecas podía notarse el cansancio, el fastidio e incluso el rencoroso desprecio. Aun así, impasible lo toleraban mis gestos y furtivamente mis manos trataban de adormecerlo. Las yemas de mis dedos viajaban por los costados sensibles de su cuerpo en caricias relajantes, masajeando los músculos del hombre, recordándole que no había razón aun de rendirse ante los instintos de la bestia. --- Se lo que quieres, pero es mi deber saber lo que te conviene…

Frio era el aire que se deslizaba por la puerta y rozaba su piel húmeda… gélidas eran las palabras de Tariq cuando hablaba sobre tener nuevos hijos. Entrecerré la mirada fingiendo que me pensaba que responder mientras mis manos se deslizaban a su espalda, subiendo por esta en caricias hasta sus omoplatos, oprimiendo la piel crispada, midiendo con el contacto el nivel de su descontrol. Otra señal era su insistente hombría que se frotaba contra mi vientre plano. Frio era lo que sentía, pero la piel de Tariq ardía en justa medida como sus pensamientos. Nada bueno auspiciaba esto… el reclamo lo que era su derecho, y tuve que recordarme como era devolver un gesto como esos, el cómo presionar los labios exigentes y el abrir los propios para dejarlo dirigir, un gesto que en primera instancia me provoco asco, pero si la situación lo ameritaba, seguramente el cuerpo terminaría en ceder… Sujetándole de los hombros le hizo bajar por la tina, aprovechando de la distracción de los labios furiosos, solo un momento me aparte de estos para hacerlo sentar dentro de las aguas que pretendían apagar el fuego. Antes que la cólera le subyugara, hice lo propio sentándome sobre sus piernas, con mis rodillas flexionadas a cada costado de su cuerpo. La superficie de la tina rozaba mis pechos, lo mismo hacían estos contra su torso. Reclame sus labios con mas suavidad y atrapando el paño de agua lo frote contra su cuello, deslizándolo hasta la nuca.

¿De verdad se pondría en mis manos? Era poco probable, la suerte corría siempre en favor de sus garras.


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Mensaje por Tariq Marquand Miér Jul 04, 2012 10:25 pm

El gruñido vibró en su boca cuando su miembro se frotó insistentemente contra los suaves pliegues. Sus manos, siempre insistentes, apretaban con fuerza las caderas de su esposa, instándola a moverse para mantener esa fricción entre sus pelvis. El paño de agua que había deslizado sobre su cuello ahora viajaba sobre su pecho. La detuvo con brusquedad cuando la estrechó más contra su cuerpo, sus caderas embestían, reclamando confort, el calor de su interior. Los tendones de su cuello destacaron cuando se deslizó hacia adelante para morderle en la garganta. Su boca se cerró con fuerza, alternando con su lengua para aliviar el escozor que con tanto ímpetu provocaba. Atrás quedó la cuestión que atrevidamente le había hecho. Nunca había estado en su naturaleza ceder el control. Podía fingir durante ciertos interludios pero, ciertamente, los demonios en su interior siempre terminaban por gobernarlo. En ese momento, exigían que la mujer entre sus brazos – su mujer – sollozara de placer. Su renuencia le molestaba a niveles que apenas empezaba a comprender. Las mujeres suplicaban por sus atenciones, más de una se había ofrecido descaradamente en los lugares que frecuentaba y Mina, quien era suya y debía responder a cada una de sus exigencias, no tenía porqué ser diferente a ellas. Su boca la marcó en varios lugares del cuello, ¿un castigo? ¿Un recordatorio de que era a él a quien siempre estaría atada y que por lo tanto debía mostrarle más devoción? ¿Menos intransigencia? Ascendió hasta su mandíbula, repitiendo el proceso. Sus manos, que habían abandonado su sujeción, se recreaban en la suavidad de su piel. Encontró los pequeños nudos adoloridos en sus pechos con los dedos. Una sonrisa áspera torció su boca cuando se alejó para mirarle, su mano libre se encargó de enterrarse en su cabello para obligarle a torcer la cabeza en un ángulo que lo hacía ver dominante.

- ¿Estás lista para mí, Mina? El tono sarcástico que destilaba su pregunta era el mismo que usaba para con sus criados, quienes habían aprendido a mantener la boca cerrada cuando su temperamento explotaba. - ¿No? Haló hacia atrás su cabeza, obligándola a arquear la espalda. El era el dios pagano que reclamaba su ofrenda. Con una última mirada a sus pechos, - mismos que parecían implorar por su atención -, su cabeza descendió. Atrapó uno de las aureolas en su boca, la lamió, succionó y mordió. Una y otra vez. Su insistencia rayaba en la obsesión. La tensión que ella había provocado en su cuerpo desde que la vio desnuda a unos cuantos pasos, lo había puesto caliente y duro. Tariq quería la misma necesidad cubriéndola, que la excitación la abrumara tanto que pidiera clemencia. Atormentó su otro pecho, negándole cualquier espacio. Su cuerpo había dejado de ser de ella desde que había aceptado ser suya, estaba ahí para su merced, siempre esperando velar por sus necesidades. La sangre hervía en su cuerpo, bombeando con fuerza hasta su miembro. Pareció pasar una eternidad hasta que se separó de los senos, una última lamida lo envío a reclamar la boca sedienta de su esposa. Su lengua se enroscó con avaricia contra la suya, demandando una respuesta. – No sabes nada de lo que quiero. Retomó las palabras que había pronunciado antes en su defensa. – Pero si sabes lo que me conviene, aprende a seguir mis instrucciones. No es un consejo, es una orden. Susurró las palabras sobre su lóbulo, la amenaza estaba impresa sutilmente, pero no lo suficiente. Sus dedos encontraron el núcleo de su deseo, comprobando la humedad que sus caricias provocaron, abriéndole para su invasión. – Móntame, esposa. La última palabra la dijo con toda la malicia que ocultaba en su interior, una que Mina nunca había visto en su totalidad. Uno de esos días, quizás…



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Mensaje por Mina Marquand Dom Ago 05, 2012 4:21 am

El agua era tan fría como el aire, pero cálida en balance con mi piel de serpiente helada, deslizante iba la cadera hacia su torso frotándose en el, cual dos rocas buscando encender la chispa del fuego. Tariq no era paciente, sus manos famélicas dictaminaban el ritmo, sus labios ardientes atacaban a la yugular como los hambrientos lobos en busca del tajo de carne de la víctima. Una amante, una presa, un sacrificio… un personaje secundario aunque eventual en la novela de sangre a la que llamábamos vida, a veces también matrimonio. Tuve que recordarle a la cazadora que no era su hora de salir, aunque involuntariamente mi instinto de sobrevivencia se rebela en un cosquilleo en las manos, un llamado a torcerle el cuello cada que las mordidas eran demasiado bruscas. Antes de que el autocontrol me traicionara mis brazos envolvieron su cuello, como las gotas que escurrían por la superficie de su espalda justo así mis manos bajaron, hundiendo los dedos en la piel cual zarpas curvas -sin filo- buscando donde asirse.

Una pregunta reverbero, causando eco cual si estuviese en una habitación vacía. No estaba lista, ambos lo sabíamos, él tampoco iba a esperarme, eso también ambos lo comprendíamos. Pese a cuan desconcertada era la posición sumisa de amante, obrar e improvisar no era difícil, Tariq tiraba de mis cabellos broncamente, recreando a mis labios un gesto adolorido mientras echaba los cabellos hacia atrás, contemplando en reojo el techo de mármol. Con una insinuación propia de la posición y de la naturaleza, el cuerpo se arqueo elevando los pechos, una invitación y una condena resignada a los apetitos de la bestia. No era difícil cuando el otro guiaba, exigía, ordenaba, obedecer no es un reto verdadero. Cerré los ojos recordando la impuesta sumisión, la blancura desapareció bajo la obscuridad tras mis parpados una vez su ávida lengua emprendió un paseo por los montes nevados, derritiendo la nieve según su obsesiona lujuria, mi brazo entornaba su cuello, colgada de su cuerpo, y el otro se sostenía de la superficie de la tina, remarcando el arco vibrante. Poco a poco la carne reaccionaba bajo la armadura… Poco a poco la “mujer” emergía de entre tantos nombres, suspirando de vez en vez. Después de todo hasta las criaturas mas ruines eran capaces de sentir placer, de olvidar, de abandonarse, al menos, unos breves instantes. Los labios se encontraron antes que las miradas, ahora con el pulso acelerado y las ansiosa danza de nuestras caderas, pude corresponderle de un mejor modo, aunque nunca tan desesperado como el parecía gobernarse siempre en sus deseos. Mis manos, en apariencia frágiles, se aferraron a su cuello envolviéndolo entre los dedos mientras dejaba a mis labios abrirse a la invasión furiosa. Así era él, se imponía a donde quiera que fuera y subyugaba al mundo a su alrededor, no importa cual o quien fuera este. Mi temple no debería ser una excepción.

Como el depredador mi rostro se ladeo para bosquejar una mejor visión del apuesto rostro ajeno… la crueldad de su tiranía contrastaba con su belleza. La fogosidad de su deseo contrastaba con sus ojos fríos. El peligroso pensamiento calculador de la cazadora dentro de mi afloro, recordándome cual era el punto de presión en la yugular que lo haría dormir. Cualquier enemigo, por grande que fuera, podía caer... pero comparar a mi marido con el enemigo era una blasfemia… deseche el pensamiento y avoque el flujo de mis intenciones a obedecer, como era mi deber. Le sostuve por la nuca mientras mis piernas se deslizaban hasta sostener el cuerpo del todo por las rodillas, elevando el cuerpo de las aguas al descubrir la mitad del vientre. Un escalofrió me recorrió, y no tenia nada que ver con el aire, sino con la atenta y amenazante mirada...

--- Las amenazas no son necesarias, Tariq --- Correspondió contra sus labios, sujetándole por los hombros para empujar su espalda del todo a la orilla. Presione mis labios contra los ajenos aceptando completamente su mandato, enalteciendo su lugar a mi lado. La mano bajo por su pecho, siguiendo el camino que marcaban las viejas heridas de guerra, hundiéndose como barco en naufragio en las aguas de la tina hasta encontrarse con el miembro que ya se encontraba desde hace tiempo duro, hirviente y amenazante. Era un leño hirviente, el agua no reducía su ardor, nada, salvo su propio fuego, podía consumirle. Sujetándolo en una caricia firme lo enfile mientras deslizaba las rodillas para hacerme bajar, la punta de su hombría rozaba mi sexo invadiendo apenas, llevando una descarga de tensión por la espina hasta los labios que dejaron de besarle para abrirse, musitando apenas una queja, un llamado al jinete para recordarle quien era.


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