AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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When it is dark enough, I can see you -FB En los muelles de Londres (Liam)
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When it is dark enough, I can see you -FB En los muelles de Londres (Liam)
Miró por la ventanilla del carruaje mientras sentía el oscilante traqueteo al pasar por las calles empedradas de Londres. Sus irises color chocolate miraron aquella oscuridad que engullía la ciudad en mitad de la noche. Un escalofrío recorrió su columna, antes de retirar los delicados y finos dedos femeninos de la cortina. Había abandonado Escocia junto a su padre, durante una temporada, para dar oportunidad a sus pretendientes de conocerla. Idea de él, algo que a ella no terminaba de agradarle. Pero había consentido, a sabiendas de que continuaría dando largas para no casarse.
Una de sus manos rozó el colgante de cristalinas piedras que llevaba, antes de bajarla al regazo del vestido. Bajo sus dedos pudo notar la suave tela color jazmín con delicados bordados en hilo de oro por la falda. Se mantuvo tranquila, pensando en diferentes frases ambiguas para pronunciar aquella noche, durante la fiesta de botadura de un barco en los muelles. Por un momento pensó en que podrían haberla hecho de día. Aunque quizá no querían miradas curiosas de las personas que trabajaban allí. Lo cual le parecía ridículo de parte de un grupo que no habían trabajado en su vida. Si no fuese por todos aquellos que mantenían los astilleros en actividad, no habría barco nuevo ni ceremonia que realizar. ¿En entre aquellas absurdas mentes tenía que escoger esposo?
Muchas dudas se acumulaban en su psique en referencia al matrimonio. Igual que una larga lista de inconvenientes. ¿Su padre se quedaría solo? ¿De tener que irse, podría visitarlo con frecuencia? ¿O podría llevárselo consigo? ¿Su esposo la trataría con respeto o sería un mero jarrón decorativo? ¿Podría seguir encargándose de ciertas tareas o de algunos hobbies… o sólo serviría para parir y ser trofeo de aquel con quien se casase? Frunció los labios un instante. ¿Y si le deparaba el mismo destino que su madre?
El vehículo se detuve de repente, interrumpiendo el hilo de sus pensamientos. Escuchó al cochero bajar. La puerta se abrió. Una de sus manos tomó la que el hombre le ofrecía. La otra, recogió parte de su falda para dejar ver los botines blancos al bajar la escalinata. Finalmente, su calzado tocó suelo y el vestido pudo volver a pegarse contra sus largas piernas. Su cabeza, giró un poco. Su cabello, del mismo color que el trigo maduro en tiempo de cosecha, estaba recogido con un conjunto de horquillas de las cuales sólo se veía el extremo con una piedrecita brillante que daba la sensación de ser pequeñas estrellas. Frunció el entrecejo y miró al varón.
-Esto… está demasiado oscuro. ¿Está usted seguro que aquí es la fiesta? –preguntó con aparente calma.
-Fue la dirección que se me proporcionó –fue la excusa que obtuvo.
-Bien, lo buscaré sola –declaró ella.
-Señorita, deje que la acompañe.
-No es necesario… -fingió una sonrisa que no se reflejó en sus irises-. Gracias –agregó, antes de empezar a andar por los oscuros muelles.
Después de quince minutos andando sola, levantó una de sus manos para frotar uno de sus brazos desnudos, sintiendo el frío en su piel. La bajó después, recobrando la compostura y reanudando sus pasos con seguridad renovada. Antes de escuchar un ruido que la hizo girarse y mirar, sin ver en la oscuridad.
-¿Hay alguien ahí? –inquirió, no pudiendo evitar un temblor en su voz. Oscuridad, sumada a ruidos extraños y vete a saber quién podía haber. Tenía miedo. Sólo quería conseguir llegar a un lugar con luz… con suerte la ceremonia.[/color]
Una de sus manos rozó el colgante de cristalinas piedras que llevaba, antes de bajarla al regazo del vestido. Bajo sus dedos pudo notar la suave tela color jazmín con delicados bordados en hilo de oro por la falda. Se mantuvo tranquila, pensando en diferentes frases ambiguas para pronunciar aquella noche, durante la fiesta de botadura de un barco en los muelles. Por un momento pensó en que podrían haberla hecho de día. Aunque quizá no querían miradas curiosas de las personas que trabajaban allí. Lo cual le parecía ridículo de parte de un grupo que no habían trabajado en su vida. Si no fuese por todos aquellos que mantenían los astilleros en actividad, no habría barco nuevo ni ceremonia que realizar. ¿En entre aquellas absurdas mentes tenía que escoger esposo?
Muchas dudas se acumulaban en su psique en referencia al matrimonio. Igual que una larga lista de inconvenientes. ¿Su padre se quedaría solo? ¿De tener que irse, podría visitarlo con frecuencia? ¿O podría llevárselo consigo? ¿Su esposo la trataría con respeto o sería un mero jarrón decorativo? ¿Podría seguir encargándose de ciertas tareas o de algunos hobbies… o sólo serviría para parir y ser trofeo de aquel con quien se casase? Frunció los labios un instante. ¿Y si le deparaba el mismo destino que su madre?
El vehículo se detuve de repente, interrumpiendo el hilo de sus pensamientos. Escuchó al cochero bajar. La puerta se abrió. Una de sus manos tomó la que el hombre le ofrecía. La otra, recogió parte de su falda para dejar ver los botines blancos al bajar la escalinata. Finalmente, su calzado tocó suelo y el vestido pudo volver a pegarse contra sus largas piernas. Su cabeza, giró un poco. Su cabello, del mismo color que el trigo maduro en tiempo de cosecha, estaba recogido con un conjunto de horquillas de las cuales sólo se veía el extremo con una piedrecita brillante que daba la sensación de ser pequeñas estrellas. Frunció el entrecejo y miró al varón.
-Esto… está demasiado oscuro. ¿Está usted seguro que aquí es la fiesta? –preguntó con aparente calma.
-Fue la dirección que se me proporcionó –fue la excusa que obtuvo.
-Bien, lo buscaré sola –declaró ella.
-Señorita, deje que la acompañe.
-No es necesario… -fingió una sonrisa que no se reflejó en sus irises-. Gracias –agregó, antes de empezar a andar por los oscuros muelles.
Después de quince minutos andando sola, levantó una de sus manos para frotar uno de sus brazos desnudos, sintiendo el frío en su piel. La bajó después, recobrando la compostura y reanudando sus pasos con seguridad renovada. Antes de escuchar un ruido que la hizo girarse y mirar, sin ver en la oscuridad.
-¿Hay alguien ahí? –inquirió, no pudiendo evitar un temblor en su voz. Oscuridad, sumada a ruidos extraños y vete a saber quién podía haber. Tenía miedo. Sólo quería conseguir llegar a un lugar con luz… con suerte la ceremonia.[/color]
Última edición por Sybil Findair el Sáb Jul 25, 2015 4:35 pm, editado 1 vez
Sybil Findair- Realeza Escocesa
- Mensajes : 45
Fecha de inscripción : 21/07/2015
Re: When it is dark enough, I can see you -FB En los muelles de Londres (Liam)
- Hoy es mi día, Liam. -me soltó mi amigo galés, Dylan, a la hora del almuerzo-. Estoy trabajando como un cabrón. Y esta noche hay evento. Hoy pillo. -dijo todo orgulloso, antes de llevarse otra cucharada a la boca.
- Vaya, menuda conclusión, campeón. ¿Has llegado hasta ella tú solo? -interrumpió Rob, picándolo. Aquellos dos se la pasaban así la mayoría del tiempo de cada jornada. Y así trabajar, era mucho más liviano, sobre todo en días como aquel, con tanto movimiento y preparativo de última hora para la celebración de la noche-. Lamento decirte que apuntas demasiado alto, porque hoy estará la crème de la crème de la sociedad. No pintamos nada ahí.
- Mifa, Rob. No me calienftef. Me merefco un respiro...
- Va, chicos. Aún nos queda mucha tarde por delante. -interrumpí antes de que se enzarzaran en un intercambio de reproches escondidos en comentarios jocosos que generalmente, acababan con el humor de ambos-. Dylan, luego necesito que me ayudes a llevar los tablones que usarán para la tarima de botadura. -casi suspiré. Nos llevaría horas.
- Uf, en serio. ¿Sólo estamos nosotros? -se quejó Dylan-. ¿Por qué tienen que esperar siempre al último día?
- No repliques tanto, galés. Por lo menos no te tienes que encargar de los adornitos y farolillos. -ambos miramos a Rob tras ese comentario, con confusión en nuestro gesto-. Eh, eh, que a mí tampoco. Pero no podéis negarme que es un trabajo de chinos. -se explicó enseñando las palmas, con una sonrisa ladeada y divertida.
Acabamos riendo ante la idea de vernos a cualquiera de los tres en aquella ardua tarea que nada tenía que ver con nuestro trabajo, en una jornada laboral normal como no era aquella. Pronto volvimos a nuestros quehaceres, en cuanto uno de los capataces sonó una campana, indicando el final del descanso.
Durante la tarde, Dylan y yo perdimos de vista a Rob, mientras movíamos la madera y hasta llegamos a montar la estructura que soportaría a todos los invitados que asistieran. Al caer la noche, aquello empezó a iluminarse con faroles de cera, dándole un aspecto más estable, más humano. Fuera de esa zona, los muelles se volvían oscuros, fríos, nada acogedores para quien no los conociera. Pero nosotros ya teníamos experiencia en andar por allí, así que no tuvimos problema en volver a nuestro hangar, casi al otro lado del evento, para recoger nuestros enseres. Con la celebración, nos pedían que saliésemos por la puerta más próxima a éste, pues querían evitar esa mezcla de clases que tanto apuro les causaba. Con un pequeño farol, que Dylan se agenció, iluminaba parcialmente nuestra salida, deteniéndonos momentáneamente en una fuente para lavarnos la cara y las manos, antes de enfilar a casa.
- Eh, mirad lo que tenemos ahí. -murmuró el galés con un pequeño codazo a mi costado, mientras era mi turno de perderme en el chorro de agua. Me giré siguiendo sus indicaciones para ver una mujer vagando por los muelles. Me quedó claro que por su porte, su forma de caminar y su vestimenta, estaba buscando algo que no le pillaría cerca precisamente, y menos si su rumbo seguía pareciendo tan errático.
- Seguramente sea una de las asistentes a la botadura. Igual se ha perdido... -musité.
- Déjame, yo la ayudo. -la sonrisa maliciosa y hasta predadora de Dylan interrumpió ese ofrecimiento que yo iba a hacer. Sin esperar más el muchacho se acercó a ella.
Y, también por el lenguaje corporal de mi compañero, pues no conseguía ver a la muchacha al estar Dylan en medio, algo me dijo que no estaba siendo del todo cortés con ella. Podríamos escudarnos en que el chico era rural, criado en medio del campo inglés, pero eso era un detalle que aquella fémina no sabría. Tenía mis dudas en que mi amigo consiguiese algo más que un bofetón, viendo el postureo que se traía. Y tuve mi pequeña corazonada: o actuaba ahora o aquello no iba a acabar nada bien. Y mi compañero es el que se llevaría la peor parte. Con esto, me acerqué a la pareja-. Dylan, no seas grosero o acabarás llevándote una bofetada. -le palmeé el hombro, como si quisiera reconfortarlo después de haber interrumpido esa conversación que, por la cara de la dama, no parecía ir a buen puerto-. Y no tengo tan seguro si será mía o suya. -moví mis pupilas claras a la mujer, por fin. Y por un momento creí quedarme sin habla. No había tenido ocasión de estar tan cerca de la clase alta. Ni en mis mejores sueños, había visto algo tan bello-. Milady. -agaché la cabeza, en queda reverencia. Bendito Rob y sus tonterías y chistes del protocolo de clase alta, que recordaba justo para poder hacer una burda imitación-. Por favor, acepte mis disculpas por él. No está acostumbrado a la vida de ciudad. -Dylan no tardó en mirarme con los ojos bien abiertos, a lo que respondí con un simple levantamiento de cejas, antes de volver a mirar a la mujer, parada delante de nosotros. Aún en la oscuridad nocturna, con la simple luz del farolillo que portaba el galés, aquella rubia tenía unos rasgos finos, proporcionados y suaves. Un rostro que no distaba de las níveas estatuas que podían adornar el interior de cualquier edificio londinense de prestigio: tan majestuoso como hermoso. Y a la vez, tan inalcanzable para mis ásperas y manchadas manos de astillero-. ¿Podemos ayudarla en algo?
- Vaya, menuda conclusión, campeón. ¿Has llegado hasta ella tú solo? -interrumpió Rob, picándolo. Aquellos dos se la pasaban así la mayoría del tiempo de cada jornada. Y así trabajar, era mucho más liviano, sobre todo en días como aquel, con tanto movimiento y preparativo de última hora para la celebración de la noche-. Lamento decirte que apuntas demasiado alto, porque hoy estará la crème de la crème de la sociedad. No pintamos nada ahí.
- Mifa, Rob. No me calienftef. Me merefco un respiro...
- Va, chicos. Aún nos queda mucha tarde por delante. -interrumpí antes de que se enzarzaran en un intercambio de reproches escondidos en comentarios jocosos que generalmente, acababan con el humor de ambos-. Dylan, luego necesito que me ayudes a llevar los tablones que usarán para la tarima de botadura. -casi suspiré. Nos llevaría horas.
- Uf, en serio. ¿Sólo estamos nosotros? -se quejó Dylan-. ¿Por qué tienen que esperar siempre al último día?
- No repliques tanto, galés. Por lo menos no te tienes que encargar de los adornitos y farolillos. -ambos miramos a Rob tras ese comentario, con confusión en nuestro gesto-. Eh, eh, que a mí tampoco. Pero no podéis negarme que es un trabajo de chinos. -se explicó enseñando las palmas, con una sonrisa ladeada y divertida.
Acabamos riendo ante la idea de vernos a cualquiera de los tres en aquella ardua tarea que nada tenía que ver con nuestro trabajo, en una jornada laboral normal como no era aquella. Pronto volvimos a nuestros quehaceres, en cuanto uno de los capataces sonó una campana, indicando el final del descanso.
Durante la tarde, Dylan y yo perdimos de vista a Rob, mientras movíamos la madera y hasta llegamos a montar la estructura que soportaría a todos los invitados que asistieran. Al caer la noche, aquello empezó a iluminarse con faroles de cera, dándole un aspecto más estable, más humano. Fuera de esa zona, los muelles se volvían oscuros, fríos, nada acogedores para quien no los conociera. Pero nosotros ya teníamos experiencia en andar por allí, así que no tuvimos problema en volver a nuestro hangar, casi al otro lado del evento, para recoger nuestros enseres. Con la celebración, nos pedían que saliésemos por la puerta más próxima a éste, pues querían evitar esa mezcla de clases que tanto apuro les causaba. Con un pequeño farol, que Dylan se agenció, iluminaba parcialmente nuestra salida, deteniéndonos momentáneamente en una fuente para lavarnos la cara y las manos, antes de enfilar a casa.
- Eh, mirad lo que tenemos ahí. -murmuró el galés con un pequeño codazo a mi costado, mientras era mi turno de perderme en el chorro de agua. Me giré siguiendo sus indicaciones para ver una mujer vagando por los muelles. Me quedó claro que por su porte, su forma de caminar y su vestimenta, estaba buscando algo que no le pillaría cerca precisamente, y menos si su rumbo seguía pareciendo tan errático.
- Seguramente sea una de las asistentes a la botadura. Igual se ha perdido... -musité.
- Déjame, yo la ayudo. -la sonrisa maliciosa y hasta predadora de Dylan interrumpió ese ofrecimiento que yo iba a hacer. Sin esperar más el muchacho se acercó a ella.
Y, también por el lenguaje corporal de mi compañero, pues no conseguía ver a la muchacha al estar Dylan en medio, algo me dijo que no estaba siendo del todo cortés con ella. Podríamos escudarnos en que el chico era rural, criado en medio del campo inglés, pero eso era un detalle que aquella fémina no sabría. Tenía mis dudas en que mi amigo consiguiese algo más que un bofetón, viendo el postureo que se traía. Y tuve mi pequeña corazonada: o actuaba ahora o aquello no iba a acabar nada bien. Y mi compañero es el que se llevaría la peor parte. Con esto, me acerqué a la pareja-. Dylan, no seas grosero o acabarás llevándote una bofetada. -le palmeé el hombro, como si quisiera reconfortarlo después de haber interrumpido esa conversación que, por la cara de la dama, no parecía ir a buen puerto-. Y no tengo tan seguro si será mía o suya. -moví mis pupilas claras a la mujer, por fin. Y por un momento creí quedarme sin habla. No había tenido ocasión de estar tan cerca de la clase alta. Ni en mis mejores sueños, había visto algo tan bello-. Milady. -agaché la cabeza, en queda reverencia. Bendito Rob y sus tonterías y chistes del protocolo de clase alta, que recordaba justo para poder hacer una burda imitación-. Por favor, acepte mis disculpas por él. No está acostumbrado a la vida de ciudad. -Dylan no tardó en mirarme con los ojos bien abiertos, a lo que respondí con un simple levantamiento de cejas, antes de volver a mirar a la mujer, parada delante de nosotros. Aún en la oscuridad nocturna, con la simple luz del farolillo que portaba el galés, aquella rubia tenía unos rasgos finos, proporcionados y suaves. Un rostro que no distaba de las níveas estatuas que podían adornar el interior de cualquier edificio londinense de prestigio: tan majestuoso como hermoso. Y a la vez, tan inalcanzable para mis ásperas y manchadas manos de astillero-. ¿Podemos ayudarla en algo?
Liam Hawthorne- Humano Clase Media
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 21/07/2015
Re: When it is dark enough, I can see you -FB En los muelles de Londres (Liam)
Se llevó un momento la mano delante del rostro, cuando un farolillo la cegó en medio de aquella oscuridad. Achicó los ojos, antes de parpadear y poco a poco acostumbrarse a la luz… bajando la mano con suavidad. Un hombre se acercaba a ella. Estuvo tentada a suspirar de alivio. ¿Uno de los invitados? ¿O quizá un trabajador de los muelles? Si así era. ¿Qué hacía tan tarde aún allí? Todo por la ceremonia… ¿podría ser? Sintió el aguijón de la culpabilidad picando en su interior. Que estuviesen hasta por la noche por allí, ultimando los detalles para que otros disfrutasen, haciendo esperar a sus familias en casa… era bastante injusto y explotador.
-Buenas noches, ¿podría…? –empezó a decir ella, pero fue interrumpida por el varón.
-Vaya, vaya, qué tenemos aquí. ¿Qué pasa, preciosa? ¿Me buscabas? ¿Qué tal si nos vamos a mi casa y nos damos un garbeo? –soltó con todo el descaro él.
-¿Dis-cul-pe? –marcó la fémina, frunciendo los labios y el entrecejo, con marcado acento escocés.
¿Y si lo tiraba al Támesis? Lo miró como si quisiera asesinarlo con sus irises marrones. Sintió la ira creciendo exponencialmente. No sabía pelear, pero podía intentar darle un merecido golpe. Lástima que no llevase un paraguas o una sombrilla, porque se lo hubiera roto en la cabeza una y otra vez.
-Disculpada por no aparecer antes. Dame paz y dame guerra, rubia –no se calló él, no. Encima hizo un movimiento obsceno de caderas.
Los puños de la baronesa se cerraron, con los nudillos poniéndose blancos. Estaba a punto de decidir si darle un puñetazo o una buena bofetada que le hiciera girar la cabeza, cuando sintió que se acercaba otro hombre. Se mantuvo en tensión hasta que lo vio a la luz del farolillo. Sin saber cómo, sus manos dejaron de apretar. Y cuando habló, la profunda, susurrante y grave voz masculina fluyó hasta sus oídos. Sintió un pequeño estremecimiento por el atractivo sonido.
Lo que, finalmente, logró calmarla del todo fue saber que él también estaba dispuesto a golpear a su compañero por su grosería. Los dos pares de pupilas chocaron de repente, haciendo que olvidase momentáneamente al hombre que se llamaba Dylan. Sus labios se curvaron en una relajada y suave sonrisa cuando él agachó la cabeza. Ella movió la suya en una inclinación, más leve, pero en claro signo de respeto y agradecimiento por cómo se comportaba él.
-Gentleman –susurró, suavizando de nuevo el acento escocés. Pensó que no se merecía menos por haberla salvado de semejante engendro.
Entonces, cayó en la cuenta de que el primer hombre continuaba allí. Frunció el entrecejo. Por un lado, le gustaría aceptar las disculpas de parte de aquel cuyo nombre no sabía. Por el otro… aún le daban ganas de hacerlo desaparecer en las aguas del río que cruzaba la ciudad. Volvió a mirar a quien le hablaba y se acercó unos pasos para acortar la distancia que los separaba, con la gracia de una grulla. Observaron los rasgos varoniles, sus ojos que parecían brillar en azul intenso con la luz del farolillo. Le tomó un instante volver a hablar, esbozando una sonrisa.
-Sí, mi señor. En dos cosas –elevó una mano y descargó una rápida y fuerte bofetada contra la cara de Dylan-. La segunda es pedirle, si no es mucha molestia, que me indique el lugar de la ceremonia de botadura. Si es que conoce su ubicación. Por favor –habló con suavidad al hombre más educado, mirándolo tras bajar su mano. En la cual, por cierto, sentía los pinchazos de dolor tras haber golpeado al otro con todas sus ganas. La abrió y la cerró con suavidad varias veces, intentando recuperarse. No supo por qué, pero antes siquiera de pensarlo, su voz se escuchó de nuevo-. Si pudiese acompañarme... -agregó en petición, mirando a los ojos azules del varón, sin romper el contacto.
-Buenas noches, ¿podría…? –empezó a decir ella, pero fue interrumpida por el varón.
-Vaya, vaya, qué tenemos aquí. ¿Qué pasa, preciosa? ¿Me buscabas? ¿Qué tal si nos vamos a mi casa y nos damos un garbeo? –soltó con todo el descaro él.
-¿Dis-cul-pe? –marcó la fémina, frunciendo los labios y el entrecejo, con marcado acento escocés.
¿Y si lo tiraba al Támesis? Lo miró como si quisiera asesinarlo con sus irises marrones. Sintió la ira creciendo exponencialmente. No sabía pelear, pero podía intentar darle un merecido golpe. Lástima que no llevase un paraguas o una sombrilla, porque se lo hubiera roto en la cabeza una y otra vez.
-Disculpada por no aparecer antes. Dame paz y dame guerra, rubia –no se calló él, no. Encima hizo un movimiento obsceno de caderas.
Los puños de la baronesa se cerraron, con los nudillos poniéndose blancos. Estaba a punto de decidir si darle un puñetazo o una buena bofetada que le hiciera girar la cabeza, cuando sintió que se acercaba otro hombre. Se mantuvo en tensión hasta que lo vio a la luz del farolillo. Sin saber cómo, sus manos dejaron de apretar. Y cuando habló, la profunda, susurrante y grave voz masculina fluyó hasta sus oídos. Sintió un pequeño estremecimiento por el atractivo sonido.
Lo que, finalmente, logró calmarla del todo fue saber que él también estaba dispuesto a golpear a su compañero por su grosería. Los dos pares de pupilas chocaron de repente, haciendo que olvidase momentáneamente al hombre que se llamaba Dylan. Sus labios se curvaron en una relajada y suave sonrisa cuando él agachó la cabeza. Ella movió la suya en una inclinación, más leve, pero en claro signo de respeto y agradecimiento por cómo se comportaba él.
-Gentleman –susurró, suavizando de nuevo el acento escocés. Pensó que no se merecía menos por haberla salvado de semejante engendro.
Entonces, cayó en la cuenta de que el primer hombre continuaba allí. Frunció el entrecejo. Por un lado, le gustaría aceptar las disculpas de parte de aquel cuyo nombre no sabía. Por el otro… aún le daban ganas de hacerlo desaparecer en las aguas del río que cruzaba la ciudad. Volvió a mirar a quien le hablaba y se acercó unos pasos para acortar la distancia que los separaba, con la gracia de una grulla. Observaron los rasgos varoniles, sus ojos que parecían brillar en azul intenso con la luz del farolillo. Le tomó un instante volver a hablar, esbozando una sonrisa.
-Sí, mi señor. En dos cosas –elevó una mano y descargó una rápida y fuerte bofetada contra la cara de Dylan-. La segunda es pedirle, si no es mucha molestia, que me indique el lugar de la ceremonia de botadura. Si es que conoce su ubicación. Por favor –habló con suavidad al hombre más educado, mirándolo tras bajar su mano. En la cual, por cierto, sentía los pinchazos de dolor tras haber golpeado al otro con todas sus ganas. La abrió y la cerró con suavidad varias veces, intentando recuperarse. No supo por qué, pero antes siquiera de pensarlo, su voz se escuchó de nuevo-. Si pudiese acompañarme... -agregó en petición, mirando a los ojos azules del varón, sin romper el contacto.
Sybil Findair- Realeza Escocesa
- Mensajes : 45
Fecha de inscripción : 21/07/2015
Re: When it is dark enough, I can see you -FB En los muelles de Londres (Liam)
Su gesto se destensó ligeramente, ante mis formas con ella. ¿Era aquello un intento de sonrisa? Sin duda, mucho mejor que aquella ambarina mirada atravesándote. Había sido sólo por un segundo, y no conmigo, pero aquellos ojos habían sido realmente esclarecedores. De no tener que guardar compostura, Dylan ya se habría llevado alguna contundente respuesta por parte de la chica. Imité su gesto, complacido y hasta orgulloso de mí mismo, por conseguir que la situación -o que ella, más bien- se relajase. A ninguno nos venía demasiado bien perder los papeles, pues era tremendamente fácil que acabaramos en la calle. Al parecer, esa noche Dylan no parecía ser consciente de ello. Aún en una palabra, me pareció escuchar un acento extraño al pronunciarla. Extranjero, quizá. Razón de más para pararle los pies a mi compañero y no le diese por fastidiar algo más que la velada.
Me inquieté levemente cuando se acercó a nosotros. No por lo que pudiera hacer o decir, en realidad. Podía admitir que, en lo que tardé en contener a mi amigo galés, aquel semblante femenino me había encandilado de verdad. Pero, ¿a quién iba a engañar? Aquel encuentro fortuito terminaría tan rápido como empezó, seguramente. Tan pronto como volviera con los de su status y yo con mis amigos, regresando al mundo trabajador donde no encontraría una belleza así ni aunque pusiera el mayor empeño y dedicación en buscarla.
No obstante, para lo recatadas que eran las mujeres de clase alta, según el experto Rob, ella no dudó en cruzarle la cara a Dylan, haciéndome elevar ambas cejas en clara señal de asombro. Miré al galés, quién no tardó en llevarse la mano a la cara también, para masajearse el pómulo, lanzándole una mirada intensa, mientras hacía de sus labios una fina línea blanca-. Eh, Dylan. -lo llamé para que acabara desviando su mirada de la mujer-. Venga, dame eso. -intenté cambiarle de tema, mientras le señalaba el farolillo-. Antes de que digas nada más... -la rubia habló entonces, interrumpiéndome. Mis azules, ya de forma instintiva, volvieron a ese rostro que no me cansaría de observar si me dieran la oportunidad de pasarme años pudiendo contemplarlo-. Claro, señorita. Aunque he de advertirle que está a un paseo de aquí. Al otro lado de los muelles pero... -ella volvió a interrumpirme, en un murmullo que me pareció hasta cohibido. Acabé sonriendo amplia pero lentamente por aquella última petición suya. Agaché la cabeza de nuevo con un par de asentimientos, junto con mi mirada, al suelo. Antes de levantar sólo mis azules-. Se adelantó a mi ofrecimiento, milady. -admití, justo antes de escuchar la réplica de mi compañero:
- Estás de broma, Liam, ¿verdad? ¿Qué hay de... -Dylan miró a la rubia por un momento, molesto, antes de volverse a mí- ... lo que íbamos a hacer ahora? ¿Vas a dejarme tirado después de lo que ha pasado?
- Sigue en pie. Al menos, por mi parte. -volví a palmearle el hombro-. Tan sólo me retrasaré un rato. Vosotros empezad sin mí.
- Ya, claro. Un rato.
- Dylan, basta. Bastante has liado ya, ¿eh? -agarré con suavidad el farol que aún sostenía el gales-. He dicho que iré y es lo que voy a hacer. Lo que ha pasado esta noche es lo que te has ganado tú solo. Vete anda, luego os alcanzo. -El galés gruñó antes de volver sobre sus pasos, perdiéndose en la oscuridad. Sabía que por dejarlo tan mal delante de ella, me comería una temporada de comentarios sibilinos, y más de un filoso reproche por su parte. Pero en parte, me daba igual, si con ello arañaba minutos en compañía de aquella chica. Aunque no pudiera aspirar a más.
Regresé mis orbes azulados a su figura, con una sonrisa cálida a medio camino. En un único movimiento le cedí el brazo, para que se agarrara, si lo veía conveniente-. ¿Me permite? -susurré, antes de comenzar a andar, justo en el sentido contrario al que estaban mis amigos.
- ¿Se encuentra bien? -inquirí una vez me aseguré que la distancia a la que estábamos del grupo, impedía que nos escucharan según nos alejábamos de ellos, en una burbuja de privacidad totalmente involuntaria-. Porque juraría que su bofetada bien podría haber hecho eco en el lugar de la celebración. -bromeé con suavidad, o hice el intento, al menos. Era capaz de filtrar y quitar toda la burla y movimientos jocosos de Robert al imitar los protocolos de los nobles pero, a partir de ahí, no tenía ni la más remota idea de cómo comportarme en su compañía. Me veía sorprendentemente abrumado en su presencia. Y no conseguía descifrar por qué. A lo mejor, era el hecho de saber que ella estaba muy por encima de mí. O que había llamado terriblemente mi atención.
Estaría acostumbrada a causar esa impresión. O bien, no tendría costumbre en absoluto de verse con gente de nuestro nivel. Y aún menos, con semejante desvergüenza como la del galés-. Lamento lo ocurrido, de verdad.
Me inquieté levemente cuando se acercó a nosotros. No por lo que pudiera hacer o decir, en realidad. Podía admitir que, en lo que tardé en contener a mi amigo galés, aquel semblante femenino me había encandilado de verdad. Pero, ¿a quién iba a engañar? Aquel encuentro fortuito terminaría tan rápido como empezó, seguramente. Tan pronto como volviera con los de su status y yo con mis amigos, regresando al mundo trabajador donde no encontraría una belleza así ni aunque pusiera el mayor empeño y dedicación en buscarla.
No obstante, para lo recatadas que eran las mujeres de clase alta, según el experto Rob, ella no dudó en cruzarle la cara a Dylan, haciéndome elevar ambas cejas en clara señal de asombro. Miré al galés, quién no tardó en llevarse la mano a la cara también, para masajearse el pómulo, lanzándole una mirada intensa, mientras hacía de sus labios una fina línea blanca-. Eh, Dylan. -lo llamé para que acabara desviando su mirada de la mujer-. Venga, dame eso. -intenté cambiarle de tema, mientras le señalaba el farolillo-. Antes de que digas nada más... -la rubia habló entonces, interrumpiéndome. Mis azules, ya de forma instintiva, volvieron a ese rostro que no me cansaría de observar si me dieran la oportunidad de pasarme años pudiendo contemplarlo-. Claro, señorita. Aunque he de advertirle que está a un paseo de aquí. Al otro lado de los muelles pero... -ella volvió a interrumpirme, en un murmullo que me pareció hasta cohibido. Acabé sonriendo amplia pero lentamente por aquella última petición suya. Agaché la cabeza de nuevo con un par de asentimientos, junto con mi mirada, al suelo. Antes de levantar sólo mis azules-. Se adelantó a mi ofrecimiento, milady. -admití, justo antes de escuchar la réplica de mi compañero:
- Estás de broma, Liam, ¿verdad? ¿Qué hay de... -Dylan miró a la rubia por un momento, molesto, antes de volverse a mí- ... lo que íbamos a hacer ahora? ¿Vas a dejarme tirado después de lo que ha pasado?
- Sigue en pie. Al menos, por mi parte. -volví a palmearle el hombro-. Tan sólo me retrasaré un rato. Vosotros empezad sin mí.
- Ya, claro. Un rato.
- Dylan, basta. Bastante has liado ya, ¿eh? -agarré con suavidad el farol que aún sostenía el gales-. He dicho que iré y es lo que voy a hacer. Lo que ha pasado esta noche es lo que te has ganado tú solo. Vete anda, luego os alcanzo. -El galés gruñó antes de volver sobre sus pasos, perdiéndose en la oscuridad. Sabía que por dejarlo tan mal delante de ella, me comería una temporada de comentarios sibilinos, y más de un filoso reproche por su parte. Pero en parte, me daba igual, si con ello arañaba minutos en compañía de aquella chica. Aunque no pudiera aspirar a más.
Regresé mis orbes azulados a su figura, con una sonrisa cálida a medio camino. En un único movimiento le cedí el brazo, para que se agarrara, si lo veía conveniente-. ¿Me permite? -susurré, antes de comenzar a andar, justo en el sentido contrario al que estaban mis amigos.
- ¿Se encuentra bien? -inquirí una vez me aseguré que la distancia a la que estábamos del grupo, impedía que nos escucharan según nos alejábamos de ellos, en una burbuja de privacidad totalmente involuntaria-. Porque juraría que su bofetada bien podría haber hecho eco en el lugar de la celebración. -bromeé con suavidad, o hice el intento, al menos. Era capaz de filtrar y quitar toda la burla y movimientos jocosos de Robert al imitar los protocolos de los nobles pero, a partir de ahí, no tenía ni la más remota idea de cómo comportarme en su compañía. Me veía sorprendentemente abrumado en su presencia. Y no conseguía descifrar por qué. A lo mejor, era el hecho de saber que ella estaba muy por encima de mí. O que había llamado terriblemente mi atención.
Estaría acostumbrada a causar esa impresión. O bien, no tendría costumbre en absoluto de verse con gente de nuestro nivel. Y aún menos, con semejante desvergüenza como la del galés-. Lamento lo ocurrido, de verdad.
Liam Hawthorne- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 21/07/2015
Re: When it is dark enough, I can see you -FB En los muelles de Londres (Liam)
Ladeó un poco la cabeza, contemplando un esbozo de sonrisa que se dibujó en los labios de aquel hombre que había interrumpido las groserías de su compañero. No supo por qué, aquel gesto, hizo que su propia sonrisa se ampliase un poco más. Enarcó una ceja dorada cuando Dylan la miró para nada contento con la bofetada. Si quería más, le podía satisfacer. Sin embargo, la atractiva voz ronca masculina llamó de nuevo su atención. Sus almendrados ojos se posaron en él, como si pudiese atraer su mirada únicamente con aquel sonido que brotaba de sus labios.
¿Un paseo desde allí? ¿Al otro lado? Su cuerpo tembló de forma apenas perceptible ante la idea de perderse en aquella oscuridad. Pero la sonrisa amplia la envolvió de forma cálida. Sus propios rasgos de nuevo se suavizaron. El asentimiento ayudó a que se sintiese mejor, antes de separar los labios sin llegar a hablar, al ver los impactantes irises azules impactar contra sus pupilas cuando él alzó la mirada.
Bajó la suya propia al suelo, cohibida por aquella sensación. Quizá por aquella casualidad de haberse adelantado a él. ¿O quizá era algo más? Sabía que no podía detenerse a darle más vueltas. No volvería a verlo. No podía permitirse el lujo de pensar más en ello. Se sintió un poco culpable, no obstante, de fastidiarle los planes con sus compañeros. Aunque, si por Dylan era, que se fastidiase. Iba a pasar ese rato con él. Un estremecimiento la recorrió al escucharlo decir que iba a ir con ella, que iba a cumplir con lo que había dicho. No pudo evitar un esbozo de sonrisa que se amplió un poco por decirle a otro hombre que se lo había ganado. Ni que decir que se sintió protegida.
Alzó de nuevo la mirada cuando los dejó solos. Le dedicó una encantadora sonrisa y alzó su brazo para entrelazarlo con el ajeno. Las yemas de sus dedos se posaron con suavidad pero firmeza sobre el antebrazo masculino. Lo miró a los ojos un momento, mientras ladeaba la cabeza un poco y le sonreía. Volvió la mirada al frente, empezando a caminar con una gracia y elegancia femeninas. No supo qué decirle. Se sentía extrañamente cohibida. Se mordió el costado del labio inferior, pensando varias frases que decir pero ninguna le pareció lo suficientemente buena.
Entonces, él rompió el silencio. Lo miró, a punto de responderle, pero su broma la pilló desprevenida. Una suave risa hizo que se agitase ligeramente su pecho. La sonrisa se marcó, dejando ver sus blancos dientes. Ladeó la cabeza y luego la bajó, divertida, justo un momento antes de volver a posar sus irises sobre el varonil rostro.
-Supongo que se me fue la mano –jugó con la expresión. Movió un poco su mano izquierda mientras se serenaba-. Me duele un poco. ¿Cómo es el dicho? No queda crimen sin castigo. No debe ser costumbre de las damas inglesas ser tan pasionales. Supongo que soy algo violenta –contestó antes de volver su vista al frente, sin decirle que también había jugado en contra que estuviese asustada en mitad de la noche-. Le agradezco su ayuda y su resolución. Es usted el primer respiro amable de esta velada. ¿Puedo saber el nombre de mi ángel de la guarda? –le preguntó, aún pensando cómo presentarse a sí misma. No quería sonar presuntuosa ni fría ni demasiado cercana. Podía pensar cualquier cosa de los extremos. No que usualmente le importase, pero en aquella momento sí.
¿Un paseo desde allí? ¿Al otro lado? Su cuerpo tembló de forma apenas perceptible ante la idea de perderse en aquella oscuridad. Pero la sonrisa amplia la envolvió de forma cálida. Sus propios rasgos de nuevo se suavizaron. El asentimiento ayudó a que se sintiese mejor, antes de separar los labios sin llegar a hablar, al ver los impactantes irises azules impactar contra sus pupilas cuando él alzó la mirada.
Bajó la suya propia al suelo, cohibida por aquella sensación. Quizá por aquella casualidad de haberse adelantado a él. ¿O quizá era algo más? Sabía que no podía detenerse a darle más vueltas. No volvería a verlo. No podía permitirse el lujo de pensar más en ello. Se sintió un poco culpable, no obstante, de fastidiarle los planes con sus compañeros. Aunque, si por Dylan era, que se fastidiase. Iba a pasar ese rato con él. Un estremecimiento la recorrió al escucharlo decir que iba a ir con ella, que iba a cumplir con lo que había dicho. No pudo evitar un esbozo de sonrisa que se amplió un poco por decirle a otro hombre que se lo había ganado. Ni que decir que se sintió protegida.
Alzó de nuevo la mirada cuando los dejó solos. Le dedicó una encantadora sonrisa y alzó su brazo para entrelazarlo con el ajeno. Las yemas de sus dedos se posaron con suavidad pero firmeza sobre el antebrazo masculino. Lo miró a los ojos un momento, mientras ladeaba la cabeza un poco y le sonreía. Volvió la mirada al frente, empezando a caminar con una gracia y elegancia femeninas. No supo qué decirle. Se sentía extrañamente cohibida. Se mordió el costado del labio inferior, pensando varias frases que decir pero ninguna le pareció lo suficientemente buena.
Entonces, él rompió el silencio. Lo miró, a punto de responderle, pero su broma la pilló desprevenida. Una suave risa hizo que se agitase ligeramente su pecho. La sonrisa se marcó, dejando ver sus blancos dientes. Ladeó la cabeza y luego la bajó, divertida, justo un momento antes de volver a posar sus irises sobre el varonil rostro.
-Supongo que se me fue la mano –jugó con la expresión. Movió un poco su mano izquierda mientras se serenaba-. Me duele un poco. ¿Cómo es el dicho? No queda crimen sin castigo. No debe ser costumbre de las damas inglesas ser tan pasionales. Supongo que soy algo violenta –contestó antes de volver su vista al frente, sin decirle que también había jugado en contra que estuviese asustada en mitad de la noche-. Le agradezco su ayuda y su resolución. Es usted el primer respiro amable de esta velada. ¿Puedo saber el nombre de mi ángel de la guarda? –le preguntó, aún pensando cómo presentarse a sí misma. No quería sonar presuntuosa ni fría ni demasiado cercana. Podía pensar cualquier cosa de los extremos. No que usualmente le importase, pero en aquella momento sí.
Sybil Findair- Realeza Escocesa
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Fecha de inscripción : 21/07/2015
Re: When it is dark enough, I can see you -FB En los muelles de Londres (Liam)
Estúpido. Aquella comisura curvada en su rostro me dejaba terriblemente idiotizado. Como había dicho, de poder olvidarme de clases sociales, realidad, trabajo y tener la opción de vivir en un universo alternativo, sólo querría vivirlo con ella. Pero por desgracia, nuestras familias y origen marcaban dos caminos totalmente diferentes para cada uno. Contando con que... ¿Qué esperanzas podría tener yo de que no le fuera indiferente a aquella mujer? Se me antojaba una rubia capaz de tener comiendo de su mano a cualquiera, sin impedimento alguno para hacer lo que se propusiese. ¿Había algo en lo que ella no fuera perfecta? ¿Para cuantos hombres más se asemejaba a un ángel caído del cielo, tan intocable como hermoso? Y, de todos ellos, yo tan sólo podría contemplarlo en la lejanía que me ofrecían las sombras de los astilleros.
Sus dedos se deslizaron con tanta suavidad y dedicación por la piel de mi brazo cuando se lo tendí, que me dio un escalofrío. Seguía preguntándome cómo era posible que esa muchacha de melena dorada y recogida tuviese tal capacidad para, en apenas unos momentos, hacerse dueña y señora de mi entereza, gusto y entrega. Podría seguirla al fin del mundo si me lo pidiera.
Sacudí mi cabeza rápidamente, aplacando mi naturaleza soñadora. Volviendo a los muelles. A aquella noche peculiar en la que nuestras sendas tan dispares se rozaban, consintiéndome el lujo de poder andar a su lado, iluminando con aquel farol, el suelo malempedrado de aquel lugar. Hasta que llegásemos al evento y ella se perdiera entre la gente de su mundo de luces, pomposidad y riqueza... y yo en la fría oscuridad londinense.
Ese melodioso sonido que hizo al reírse por mi comentario me pareció del todo encandilador, junto con el dulce gesto de ladear y agachar la cabeza. Tragué saliva, por el hecho de ser consciente -y capaz- de tener un diálogo con ella. Aunque fuese sobre la bofetada a mi amigo-. No se castigue más. -murmuré, con una sonrisa que no llegaba a mis ojos, observándola de perfil durante un momento, cuando ella volvió su mirada al frente-. Dylan juntó todas las papeletas para que le fuera inevitable el querer cruzarle la cara como lo ha hecho. -encogí los hombros con cierto ensombrecimiento cubriendo mis azules por un momento-. Uno recoge siempre acorde con lo que siembra. -la verdad, llegaba a resultarme algo incómodo hablar del galés cuando lo único que había hecho era propiciar que yo pudiera acompañar a aquella dama. Era lo único que podía agradecerle, pues su comportamiento obsceno había sido hasta insultante. Desde que lo había conocido, no le había visto comportarse así. Sin embargo, no era ni momento ni lugar para entretenerse en pensar en lo que no fuera aquel paseo, esa armoniosa voz femenina, lo que pudiera decir y aquellas pupilas pardas que me acompañaban- Pero no tema. Prometo quedarme con el secreto de su recién descubierta violencia. -añadí, como si quisiera tranquilizarla al respecto. Dudaba mucho que algo así llegara a preocuparla sobremanera. No obstante, de tan fácil que hacía la conversación, o tan sencillo que me resultaba a mí, siendo introvertido como era, consideraba ese sutil agradecimiento. Pese a lo cohibido que ella me hacía sentir, había algo que me hacía ganar naturalidad tácita en lo que osaba decirle-. Puede que sea el primero... pero no el último esta noche. -alcé ambas cejas, totalmente seguro de que, estando tan radiante, en aquella ocasión no pasaría desapercibida-. Cualquier hombre daría todo lo que tiene por salvaguardar a una mujer tan hermosa. -no quería pecar de descarado, ni osado. Ni faltarle al respeto, ni mucho menos. Pero tampoco podía evitar ser franco con lo que tenía delante de mí, magnetizando mi clara mirada a su figura, a su rostro, de una manera que no había experimentado antes con ninguna mujer. Me hizo gracia su calificativo. Ángel de la guarda. Bajé la mirada así como la cabeza, mientras me reía quedamente-. Hawthorne, Liam Hawthorne, milady. Diría que para servirle, pero creo que ya se tomó esa libertad. -sonreí ampliamente, antes de volver a su femíneo semblante, cubierto de esas trémulas sombras que el farolillo intentaba ahuyentar pero aún así, resplandeciente de una manera que no podía describir.
Sus dedos se deslizaron con tanta suavidad y dedicación por la piel de mi brazo cuando se lo tendí, que me dio un escalofrío. Seguía preguntándome cómo era posible que esa muchacha de melena dorada y recogida tuviese tal capacidad para, en apenas unos momentos, hacerse dueña y señora de mi entereza, gusto y entrega. Podría seguirla al fin del mundo si me lo pidiera.
Sacudí mi cabeza rápidamente, aplacando mi naturaleza soñadora. Volviendo a los muelles. A aquella noche peculiar en la que nuestras sendas tan dispares se rozaban, consintiéndome el lujo de poder andar a su lado, iluminando con aquel farol, el suelo malempedrado de aquel lugar. Hasta que llegásemos al evento y ella se perdiera entre la gente de su mundo de luces, pomposidad y riqueza... y yo en la fría oscuridad londinense.
Ese melodioso sonido que hizo al reírse por mi comentario me pareció del todo encandilador, junto con el dulce gesto de ladear y agachar la cabeza. Tragué saliva, por el hecho de ser consciente -y capaz- de tener un diálogo con ella. Aunque fuese sobre la bofetada a mi amigo-. No se castigue más. -murmuré, con una sonrisa que no llegaba a mis ojos, observándola de perfil durante un momento, cuando ella volvió su mirada al frente-. Dylan juntó todas las papeletas para que le fuera inevitable el querer cruzarle la cara como lo ha hecho. -encogí los hombros con cierto ensombrecimiento cubriendo mis azules por un momento-. Uno recoge siempre acorde con lo que siembra. -la verdad, llegaba a resultarme algo incómodo hablar del galés cuando lo único que había hecho era propiciar que yo pudiera acompañar a aquella dama. Era lo único que podía agradecerle, pues su comportamiento obsceno había sido hasta insultante. Desde que lo había conocido, no le había visto comportarse así. Sin embargo, no era ni momento ni lugar para entretenerse en pensar en lo que no fuera aquel paseo, esa armoniosa voz femenina, lo que pudiera decir y aquellas pupilas pardas que me acompañaban- Pero no tema. Prometo quedarme con el secreto de su recién descubierta violencia. -añadí, como si quisiera tranquilizarla al respecto. Dudaba mucho que algo así llegara a preocuparla sobremanera. No obstante, de tan fácil que hacía la conversación, o tan sencillo que me resultaba a mí, siendo introvertido como era, consideraba ese sutil agradecimiento. Pese a lo cohibido que ella me hacía sentir, había algo que me hacía ganar naturalidad tácita en lo que osaba decirle-. Puede que sea el primero... pero no el último esta noche. -alcé ambas cejas, totalmente seguro de que, estando tan radiante, en aquella ocasión no pasaría desapercibida-. Cualquier hombre daría todo lo que tiene por salvaguardar a una mujer tan hermosa. -no quería pecar de descarado, ni osado. Ni faltarle al respeto, ni mucho menos. Pero tampoco podía evitar ser franco con lo que tenía delante de mí, magnetizando mi clara mirada a su figura, a su rostro, de una manera que no había experimentado antes con ninguna mujer. Me hizo gracia su calificativo. Ángel de la guarda. Bajé la mirada así como la cabeza, mientras me reía quedamente-. Hawthorne, Liam Hawthorne, milady. Diría que para servirle, pero creo que ya se tomó esa libertad. -sonreí ampliamente, antes de volver a su femíneo semblante, cubierto de esas trémulas sombras que el farolillo intentaba ahuyentar pero aún así, resplandeciente de una manera que no podía describir.
Liam Hawthorne- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 21/07/2015
Re: When it is dark enough, I can see you -FB En los muelles de Londres (Liam)
Lo sintió mover su cabeza mientras andaban. Sus ojos marrones lo contemplaron mientras caminaban, estando tentada a preguntarle sobre sus pensamientos. Pero era una osadía la mera idea de hacerlo. Sobre todo, siendo un desconocido y no sabiendo nada de él. Hasta el momento, sólo se había preocupado por lo que rondaba en la cabeza de su padre. ¿Podía, aquel hombre de ojos azules, llegar a inquietar su estado de ánimo con tan sólo unos minutos tras haberlo conocido?
Aminoró sus pasos, con el fin de tardar un poco más en llegar al lugar del evento. Aquello le daría más tiempo de conversar con el gentil varón. Sin embargo… ¿con qué propósito? Él, fácilmente, podía tener ya familia. Eran de clases distintas. Ella estaba limitada por su status, condenada a contraer matrimonio con algún otro noble, sólo para mantener el nombre de su familia. A compartir su vida con un corazón frío envuelto en oro. Pero, podía ver la riqueza del corazón de aquel hombre que estaba a su lado, algo que anhelaba más que cualquier comodidad en su existencia.
Las yemas de sus dedos ejercieron una ligera presión en la piel ajena, como si no quisiera que aquel trayecto tocase a su fin. Cuando la dura realidad era que nunca más se volverían a ver, como amanecer tras un buen sueño que se esfuma con los primeros rayos de sol. El alba no le daría la oportunidad de despertar y ver su rostro a su lado, para que sus labios formasen una sonrisa al acariciar aquella ensoñación de libertad. El nuevo día se tornaría tan frío como el invierno londinense, desprotegida, alejada de aquella sonrisa cálida de la que sabía que no se cansaría aún cuando la viese en incontables ocasiones.
-¿Le puedo pedir que no sea duro con su compañero cuando regrese con él? –le preguntó con voz suave, mirándolo un poco sin girar completamente su cabeza hacia él. Después de todo, ya había obtenido aquella bofetada. Supuso que era suficiente. Suspiró con una sonrisa incrédula al escuchar lo siguiente, bajando la cabeza-. Ojalá fuese cierto para todos –susurró sobre recoger lo que se sembraba.
¿Cuántas personas taimadas nunca habían sido castigadas por el tiempo ni por el destino? ¿Y toda aquella buena gente que había sido vapuleada y torturada por los golpes de la vida? Sentía que ese tipo de justicia no existía. Desterró esos pensamientos de su mente, para no desperdiciar el poco tiempo que tenía con él. Lo miró y le dedicó una adorable sonrisa.
-Será nuestro secreto –susurró, como si eso le diese un aire íntimo y compartido entre ellos dos… quizá en otra vida-. Creo que usted será el único –aseguró, aunque no se sintió mal porque no hubiese más.
El agregado la hizo detenerse, ruborizada. Alzó con inusual timidez en ella la mirada hacia el rostro masculino. Sus orbes lo miraron, alternando entre los zarcos irises que él poseía. “¿Dónde has estado toda mi vida?”, quiso preguntarle. Sin embargo, era una pregunta demasiado descarada para hacerle. Ladeó la cabeza y esbozó una sonrisa cohibida.
-No en mi status. Salvo mi padre, por razones obvias. Nací en la clase equivocada, me temo. No obstante, cualquier mujer daría todo por ser salvaguardada por usted –le devolvió.
Contempló cómo se reía. De forma tan adorable, magnética, encantadora. Sabía que no debía sentirse atrapada por aquellos ojos azules, ni por su sonrisa, ni por su ronca y profunda voz, ni por su risa. Pero, por primera vez, deseó perderse en mitad de la oscuridad y no acudir a la ceremonia.
-Por fin un nombre que puedo pronunciar sin tener que detenerme a tomar aire varias veces –comentó en un suave tono jocoso-. Es un placer conocerlo, señor Hawthorne. Me llamo Sybil Findair –se presentó con una sonrisa amplia, omitiendo el título. Luego ladeó la cabeza para mirarlo, frunciendo el entrecejo, pensativa-. ¿Es usted irlandés? –se interesó, antes de que algo hiciese click en su cabeza-. Hawthorne… -sus ojos se abrieron un poco más en sorpresa y una sonrisa de asombro intentó dibujarse en sus labios-. Es usted un McDonald… -susurró. Evidentemente, una rama de la familia que había sido desposeída de las tierras y títulos. Pero… se permitió soñar que eso los acercaba más-. My lord… -murmuró, inclinando la cabeza en suave y delicada reverencia. Antes de volver a mirarlo desde abajo-. Es usted el primero de sangre noble que encuentro con noble corazón. No le hace falta un título para esgrimirlo –halagó con una sonrisa-. ¿Qué otras libertades me permite tomarme? –susurró en pregunta.
Aminoró sus pasos, con el fin de tardar un poco más en llegar al lugar del evento. Aquello le daría más tiempo de conversar con el gentil varón. Sin embargo… ¿con qué propósito? Él, fácilmente, podía tener ya familia. Eran de clases distintas. Ella estaba limitada por su status, condenada a contraer matrimonio con algún otro noble, sólo para mantener el nombre de su familia. A compartir su vida con un corazón frío envuelto en oro. Pero, podía ver la riqueza del corazón de aquel hombre que estaba a su lado, algo que anhelaba más que cualquier comodidad en su existencia.
Las yemas de sus dedos ejercieron una ligera presión en la piel ajena, como si no quisiera que aquel trayecto tocase a su fin. Cuando la dura realidad era que nunca más se volverían a ver, como amanecer tras un buen sueño que se esfuma con los primeros rayos de sol. El alba no le daría la oportunidad de despertar y ver su rostro a su lado, para que sus labios formasen una sonrisa al acariciar aquella ensoñación de libertad. El nuevo día se tornaría tan frío como el invierno londinense, desprotegida, alejada de aquella sonrisa cálida de la que sabía que no se cansaría aún cuando la viese en incontables ocasiones.
-¿Le puedo pedir que no sea duro con su compañero cuando regrese con él? –le preguntó con voz suave, mirándolo un poco sin girar completamente su cabeza hacia él. Después de todo, ya había obtenido aquella bofetada. Supuso que era suficiente. Suspiró con una sonrisa incrédula al escuchar lo siguiente, bajando la cabeza-. Ojalá fuese cierto para todos –susurró sobre recoger lo que se sembraba.
¿Cuántas personas taimadas nunca habían sido castigadas por el tiempo ni por el destino? ¿Y toda aquella buena gente que había sido vapuleada y torturada por los golpes de la vida? Sentía que ese tipo de justicia no existía. Desterró esos pensamientos de su mente, para no desperdiciar el poco tiempo que tenía con él. Lo miró y le dedicó una adorable sonrisa.
-Será nuestro secreto –susurró, como si eso le diese un aire íntimo y compartido entre ellos dos… quizá en otra vida-. Creo que usted será el único –aseguró, aunque no se sintió mal porque no hubiese más.
El agregado la hizo detenerse, ruborizada. Alzó con inusual timidez en ella la mirada hacia el rostro masculino. Sus orbes lo miraron, alternando entre los zarcos irises que él poseía. “¿Dónde has estado toda mi vida?”, quiso preguntarle. Sin embargo, era una pregunta demasiado descarada para hacerle. Ladeó la cabeza y esbozó una sonrisa cohibida.
-No en mi status. Salvo mi padre, por razones obvias. Nací en la clase equivocada, me temo. No obstante, cualquier mujer daría todo por ser salvaguardada por usted –le devolvió.
Contempló cómo se reía. De forma tan adorable, magnética, encantadora. Sabía que no debía sentirse atrapada por aquellos ojos azules, ni por su sonrisa, ni por su ronca y profunda voz, ni por su risa. Pero, por primera vez, deseó perderse en mitad de la oscuridad y no acudir a la ceremonia.
-Por fin un nombre que puedo pronunciar sin tener que detenerme a tomar aire varias veces –comentó en un suave tono jocoso-. Es un placer conocerlo, señor Hawthorne. Me llamo Sybil Findair –se presentó con una sonrisa amplia, omitiendo el título. Luego ladeó la cabeza para mirarlo, frunciendo el entrecejo, pensativa-. ¿Es usted irlandés? –se interesó, antes de que algo hiciese click en su cabeza-. Hawthorne… -sus ojos se abrieron un poco más en sorpresa y una sonrisa de asombro intentó dibujarse en sus labios-. Es usted un McDonald… -susurró. Evidentemente, una rama de la familia que había sido desposeída de las tierras y títulos. Pero… se permitió soñar que eso los acercaba más-. My lord… -murmuró, inclinando la cabeza en suave y delicada reverencia. Antes de volver a mirarlo desde abajo-. Es usted el primero de sangre noble que encuentro con noble corazón. No le hace falta un título para esgrimirlo –halagó con una sonrisa-. ¿Qué otras libertades me permite tomarme? –susurró en pregunta.
Sybil Findair- Realeza Escocesa
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Fecha de inscripción : 21/07/2015
Re: When it is dark enough, I can see you -FB En los muelles de Londres (Liam)
Sentí que sus pasos reducían el ritmo, pero antes de preguntarla si estaba bien, opté por adecuarme a ellos. Se me pasó por la cabeza la falta de costumbre que pudiera tener de caminar por un lugar así, frente a la soltura que ya tenían mis pies tras años de paseos agotadores por la zona. Se me antojó que, por muy cómodos que fuera su calzado, no estaba hecho para algo tan irregular.
- En realidad... debería pedirle tal cosa a él en vez de a mí. -sonreí por un momento-. Conociéndole como le conozco, se pasará días reprochándome a base de comentarios filosos lo mal que he podido dejarle delante de usted. -una risa de resignación emergió de mi garganta entonces-. Supongo que sea ese mi castigo... -aquellos orbes color ámbar volvieron a llamar a los míos, de forma inherente, como si fuese capaz de oír esa canción que sólo ella podía tararear.
- Oh, yo diría que lo es. -encogí uno de mis hombros, así como la nariz, en una curiosa y divertida mueca de incertidumbre, casi vergüenza, mientras la miraba-. Tan solo hay que tener en cuenta que cada cosecha tiene su tiempo. Es lo que mi madre siempre me dice. -con ese optimismo que llamaba tanto la atención en ella. Un optimismo medido pese a todo. Cualidad extraña pues sí había conocido gente cuyo afán por centrarse en las cosas buenas era enfermizo y hasta pedante-. Aunque a veces, pueda hacerse eterno... todo lo bueno se hace esperar. -concluí con cierta satisfacción en mi mirada. Indirectamente, también podía estar refiriéndome a ese momento con ella, pues había estado esperándolo toda mi vida, sin saberlo.
Alcé el mentón, con cierta sorpresa, e incredulidad, sin apartar mis azules de ella-. Me cuesta creer que vaya a ser el único deslumbrado por su sonrisa esta noche. -fruncí el ceño por un instante, totalmente convencido de que ella estaba exagerando. Como quien no es -o no quiere ser- consciente de que, hiciera lo que hiciese, sería el centro de atención.
Esta vez, se detuvo. Y yo con ella. Un atisbo de preocupación se dejó ver en mis pupilas cristalinas, antes de que ladeara mi cabeza ligeramente, extrañado. Vi el brillo de sus ojos, acorde con todos esos centelleos aleatorios que adornaban su tocado, a la tenue luz del farol pero, no supe definir lo que vi en él. ¿Rubor? ¿Esperanza? ¿Contradicción? O, ¿acaso era molestia por mi atrevimiento? Sin embargo, ese bosquejo de sonrisa que me dedicó, calmó la inquietud que cerró mi estómago fugazmente. Una de mis cejas se enarcó, con interés, con lo que dijo a continuación-. ¿Por qué piensa que ha nacido en la clase equivocada, si me permite preguntar? -tenía curiosidad por saber lo que pensaba, mientras reanudaba ese paseo-. Tiene más voz y voto que cualquiera de nosotros, señorita. No dude eso. -le aseguré, por mucho que fuera mujer-. Tal vez sean los hombres quienes gobiernan, pero usted puede mover los hilos que promueven las convicciones de cualquiera de ellos, para obtener lo que usted quiera. -los hombres éramos así, por mucho que no quisiéramos admitirlo. Podíamos ser las cabezas pensantes de cara al público, pero no se podía negar que caíamos rendidos ante mujeres como ella. Más si destacaban por su carácter. No veía a la rubia precisamente como cualquier mujer noble, mojigata, superficial y despreocupada, que sólo mirase por agradar a los demás. Volví a sonreír, con cierto rubor antes de contestarle:- No se equivoque. Sus bonitos ojos ven sólo lo que las sombras no consiguen ocultar esta noche. -mantuve la sonrisa tras el murmullo. La verdad era que no me conocía más allá de aquel momento. Y quizás, viese la realidad distorsionada pues no era difícil tener una buena imagen frente a las groserías del galés-. Ha sido fácil quedar bien al lado del descaro de Dylan.-concluí, con las cejas alzadas, como si quisiera ayudarla a ver la triste realidad. Me tildé de idiota en aquel momento por ello.
Amplié la sonrisa, y hasta podría decir que me encantó ese acento suyo cuando pronunció mi apellido. Nunca antes lo había oído de esa forma. Con mis limitaciones, alcé el codo al que ella estaba agarrada, besando esos finos y tersos dedos con mis labios, antes de volver a bajarlo, como si en realidad, no lo hubiera movido de ahí-. Déjeme decirle que el placer es todo mío, señorita Findair. -Sybil. Un nombre que estaba convencido que no olvidaría en lo que me restase de vida. Negué como simple respuesta a mi origen-. Sólo mi abuelo lo fue... -la observé cavilar, repitiendo mi apellido una vez más. Fruncí mis labios, sin llegar a entender su conclusión-. Me dejo en evidencia con lo que voy a decir, pero no tengo muy claro de lo que me está hablando. -de haber podido, me habría llevado a la nuca, pero tenía ambos brazos ocupados. No obstante, ese título que me concedió, volvió a dibujar la sonrisa en mi semblante. Reí con suavidad. ¿Sangre noble? Quizás con aquellas palabras, alcancé a vislumbrar por dónde iba-. Despojado de todos mis títulos nobiliarios y yo sin saberlo. Qué vida más injusta, ¿no cree? -y aquella expresión suya, hasta ilusionada, me hizo ansiar que ese rango no fuera sólo entre ella y yo, si con eso conseguía aumentar mis posibilidades para con ella-. Hm... quizás, ya que no ha de perder la respiración como ha dicho, el repetir mi nombre tantas veces como guste, con ese tono tan peculiar que posee. Peco de obvio si me atrevo a afirmar que no es de aquí, ¿verdad?
Volví mi vista al frente para darme cuenta de que aquel camino tenía un considerable y brusco desnivel unos pasos delante de nosotros-. Vaya... No me acordaba de esto. -encogí mis labios a un lado, mientras contemplaba las opciones. Podríamos tomar otro camino, dando más rodeo, yo no tendría problema. Pero no quería que llegara tarde a la celebración, por mucho que deseara alargar ese paseo con ella. Cuando apenas estábamos a un par de pasos me adelanté, soltando su agarre, pudiendo afirmar que hasta me dolió hacerlo. Bajé ese escalón con la soltura de siempre, dejando el farolillo en el borde. Sus rodillas quedaban a la altura de mi cabeza ahora. No iba a dejarla que salvase ese obstáculo ella sola-. Permítame, Lady Sybil. Sólo será un momento. -alcé mis brazos hacia ella, como si ya de por sí, quisiera agarrar su cintura, haciéndole el suave gesto con los dedos para que se dejara llevar.
- En realidad... debería pedirle tal cosa a él en vez de a mí. -sonreí por un momento-. Conociéndole como le conozco, se pasará días reprochándome a base de comentarios filosos lo mal que he podido dejarle delante de usted. -una risa de resignación emergió de mi garganta entonces-. Supongo que sea ese mi castigo... -aquellos orbes color ámbar volvieron a llamar a los míos, de forma inherente, como si fuese capaz de oír esa canción que sólo ella podía tararear.
- Oh, yo diría que lo es. -encogí uno de mis hombros, así como la nariz, en una curiosa y divertida mueca de incertidumbre, casi vergüenza, mientras la miraba-. Tan solo hay que tener en cuenta que cada cosecha tiene su tiempo. Es lo que mi madre siempre me dice. -con ese optimismo que llamaba tanto la atención en ella. Un optimismo medido pese a todo. Cualidad extraña pues sí había conocido gente cuyo afán por centrarse en las cosas buenas era enfermizo y hasta pedante-. Aunque a veces, pueda hacerse eterno... todo lo bueno se hace esperar. -concluí con cierta satisfacción en mi mirada. Indirectamente, también podía estar refiriéndome a ese momento con ella, pues había estado esperándolo toda mi vida, sin saberlo.
Alcé el mentón, con cierta sorpresa, e incredulidad, sin apartar mis azules de ella-. Me cuesta creer que vaya a ser el único deslumbrado por su sonrisa esta noche. -fruncí el ceño por un instante, totalmente convencido de que ella estaba exagerando. Como quien no es -o no quiere ser- consciente de que, hiciera lo que hiciese, sería el centro de atención.
Esta vez, se detuvo. Y yo con ella. Un atisbo de preocupación se dejó ver en mis pupilas cristalinas, antes de que ladeara mi cabeza ligeramente, extrañado. Vi el brillo de sus ojos, acorde con todos esos centelleos aleatorios que adornaban su tocado, a la tenue luz del farol pero, no supe definir lo que vi en él. ¿Rubor? ¿Esperanza? ¿Contradicción? O, ¿acaso era molestia por mi atrevimiento? Sin embargo, ese bosquejo de sonrisa que me dedicó, calmó la inquietud que cerró mi estómago fugazmente. Una de mis cejas se enarcó, con interés, con lo que dijo a continuación-. ¿Por qué piensa que ha nacido en la clase equivocada, si me permite preguntar? -tenía curiosidad por saber lo que pensaba, mientras reanudaba ese paseo-. Tiene más voz y voto que cualquiera de nosotros, señorita. No dude eso. -le aseguré, por mucho que fuera mujer-. Tal vez sean los hombres quienes gobiernan, pero usted puede mover los hilos que promueven las convicciones de cualquiera de ellos, para obtener lo que usted quiera. -los hombres éramos así, por mucho que no quisiéramos admitirlo. Podíamos ser las cabezas pensantes de cara al público, pero no se podía negar que caíamos rendidos ante mujeres como ella. Más si destacaban por su carácter. No veía a la rubia precisamente como cualquier mujer noble, mojigata, superficial y despreocupada, que sólo mirase por agradar a los demás. Volví a sonreír, con cierto rubor antes de contestarle:- No se equivoque. Sus bonitos ojos ven sólo lo que las sombras no consiguen ocultar esta noche. -mantuve la sonrisa tras el murmullo. La verdad era que no me conocía más allá de aquel momento. Y quizás, viese la realidad distorsionada pues no era difícil tener una buena imagen frente a las groserías del galés-. Ha sido fácil quedar bien al lado del descaro de Dylan.-concluí, con las cejas alzadas, como si quisiera ayudarla a ver la triste realidad. Me tildé de idiota en aquel momento por ello.
Amplié la sonrisa, y hasta podría decir que me encantó ese acento suyo cuando pronunció mi apellido. Nunca antes lo había oído de esa forma. Con mis limitaciones, alcé el codo al que ella estaba agarrada, besando esos finos y tersos dedos con mis labios, antes de volver a bajarlo, como si en realidad, no lo hubiera movido de ahí-. Déjeme decirle que el placer es todo mío, señorita Findair. -Sybil. Un nombre que estaba convencido que no olvidaría en lo que me restase de vida. Negué como simple respuesta a mi origen-. Sólo mi abuelo lo fue... -la observé cavilar, repitiendo mi apellido una vez más. Fruncí mis labios, sin llegar a entender su conclusión-. Me dejo en evidencia con lo que voy a decir, pero no tengo muy claro de lo que me está hablando. -de haber podido, me habría llevado a la nuca, pero tenía ambos brazos ocupados. No obstante, ese título que me concedió, volvió a dibujar la sonrisa en mi semblante. Reí con suavidad. ¿Sangre noble? Quizás con aquellas palabras, alcancé a vislumbrar por dónde iba-. Despojado de todos mis títulos nobiliarios y yo sin saberlo. Qué vida más injusta, ¿no cree? -y aquella expresión suya, hasta ilusionada, me hizo ansiar que ese rango no fuera sólo entre ella y yo, si con eso conseguía aumentar mis posibilidades para con ella-. Hm... quizás, ya que no ha de perder la respiración como ha dicho, el repetir mi nombre tantas veces como guste, con ese tono tan peculiar que posee. Peco de obvio si me atrevo a afirmar que no es de aquí, ¿verdad?
Volví mi vista al frente para darme cuenta de que aquel camino tenía un considerable y brusco desnivel unos pasos delante de nosotros-. Vaya... No me acordaba de esto. -encogí mis labios a un lado, mientras contemplaba las opciones. Podríamos tomar otro camino, dando más rodeo, yo no tendría problema. Pero no quería que llegara tarde a la celebración, por mucho que deseara alargar ese paseo con ella. Cuando apenas estábamos a un par de pasos me adelanté, soltando su agarre, pudiendo afirmar que hasta me dolió hacerlo. Bajé ese escalón con la soltura de siempre, dejando el farolillo en el borde. Sus rodillas quedaban a la altura de mi cabeza ahora. No iba a dejarla que salvase ese obstáculo ella sola-. Permítame, Lady Sybil. Sólo será un momento. -alcé mis brazos hacia ella, como si ya de por sí, quisiera agarrar su cintura, haciéndole el suave gesto con los dedos para que se dejara llevar.
Liam Hawthorne- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 21/07/2015
Re: When it is dark enough, I can see you -FB En los muelles de Londres (Liam)
-Supongo que tendré que volver por los muelles para hacérselo saber a su compañero –comentó en tono como quien habla del aire.
Mas no era su interés mantener una conversación con aquel insolente hombre, más allá de salvar de la condena al ojiazul. El retorno a aquel lugar supondría robar unos minutos más de su compañía. Lo miró, sintiéndose culpable por haberlo puesto en un aprieto. Tuvo ganas de dedicarle una caricia, quizá rodearlo entre sus brazos. Pero no quería ser descarada ni que él pensase que lo fuese.
-¿Puedo hacer algo para aliviar su castigo? –susurró en ofrecimiento, al tiempo que sus ojos, tan marrones como la turba de las colinas de Escocia, se alzaban al rostro masculino.
Le pareció sumamente adorable aquella mueca, encogiendo su nariz. Ladeó la cabeza, observándolo durante unos momentos que le parecieron eternos. Y, cuando se dio cuenta, no pudo apartar la mirada porque la azulada se la había atrapado. Su optimismo se le contagió, esbozando una calmada sonrisa en sus labios.
-Su madre parece una sabia mujer. La mía decía que todo buen destino exige un largo y pedregoso camino. Básicamente es lo mismo… y… -sacudió un poco la cabeza, dibujándose una amarga sonrisa-… puede que tengan razón –agregó.
¿Cómo decirle que puede que se hubiera cumplido aquella noche? Tras perder a su madre y a su hermano, cuidar a su padre, en medio de la oscuridad perdida… hasta que él apareció. ¿Cómo decirle la crueldad que eso representaba también? Cuando sus clases los separaban. Sin saber si él tenía ya familia. Dentro de un rato, sus caminos volverían a separarse irremediablemente.
Iba a decirle que los demás la veían sólo como un medio, no en una persona. Que se fijaban en sus joyas y en su título y no en su sonrisa. Pero cayó en la cuenta en algo. Sus mejillas se ruborizaron un poco y dibujó una amplia sonrisa, cohibida al mismo tiempo. Él podría haber formulado aquel halago por cortesía, pero se jugaría esa carta.
-Así que está deslumbrado por mi sonrisa… ¿Y cómo me haría sonreír más a menudo? –inquirió, clavando sus pupilas en las ajenas.
No debería juguetear con él, lo sabía. Pero el tono utilizado había sido suave, para camuflarlo. Ni siquiera tendría permiso para hacerlo con un hombre de clase alta. Pero, había algo en aquel, que la hacía tomarse ciertas libertades. Y, cuando se detuvieron y le hizo la pregunta, tuvo el dilema de ser impactantemente franca o decir una obviedad.
-Porque sólo usted parece convencido de salvaguardarme –contestó a medio camino entre las dos opciones, antes de reanudar sus tranquilos pasos a su lado.
Siendo de clase media, podría hacer tantas cosas que en aquel momento le eran vedadas… Todas las que se le ocurrían, una larga lista, no la conducían a la ceremonia. Pero lo único que podía hacer era guardárselas para sí. En un silencioso cajón, del cual no podrían salir nunca. En cautividad, pero no olvidado. Dejándose llevar por la libertad que sólo su mente podía ofrecerle, perdiéndose en escenas que nunca podría compartir, tan sólo soñar.
-Lo que yo quiera… En asuntos de la psique puede que me venga bien su recordatorio, caballero –esbozó una sonrisa en suave agradecimiento. Él nunca sabría cuánto apoyo podía encontrar en aquellas palabras-. En ese caso, tendré que buscar la forma de ver durante el día qué era lo que me ocultaba la noche –respondió en un susurro-. Cierto es. Pero es usted el único hombre que he conocido al cual no considero un patán –agregó cuando Dylan volvió a entrar en la conversación, mostrándole una suave y encantadora sonrisa.
Sintió que elevaba su codo y aquellos cálidos labios del varón acariciaban el dorso de sus finos dedos. Un estremecimiento se adueñó de ella, que la hizo neutralizar su expresión y clavar sus irises en el rostro ajeno. No era la primera vez que le besaban la mano como cortesía. Y, sin embargo, era diferente. Volvería a presentarse a él sólo por sentir aquel roce en su piel.
-No importa, la sangre irlandesa es espesa –resolvió con una sonrisa-. Ahm… no quiero aburrirle con un montón de historia. Le diré que Hawthorne es una de las divisiones del clan McDonald. Y en este clan ha habido reyes, duques y barones. Grandes señores de las tierras altas de Escocia. Por sus antepasados, señor Hawthorne, tendría que ser yo quien estuviese para servirle –le aclaró en un resumen, inclinando con gracia la cabeza-. Muy injusta, desde luego. La ironía de la vida –respondió.
Injusta, sí. Porque de continuar siendo un noble, sólo tendría que señalárselo a su padre para que consintiese. Y, sin embargo, si le hablase de él a su progenitor, dudaba mucho que no pusiese el grito en el cielo. Irónica, porque él había conseguido una libertad que el dinero no lograba comprar. Y ahí estaban los dos, con antepasados nobles pero con las restricciones de clase.
-Mmm... está bien… -él le había pedido que dijese su nombre, no su apellido, así que se tomó aquella libertad-. Liam –pronunció con marcado acento escocés mientras lo miraba-. No lo soy, en efecto. Soy de Roxburgh, Escocia –le contó con orgullo escocés.
Miró hacia delante, cuando se detuvieron, frente a un desnivel. Frunció los labios, pensando que, de tener una vestimenta más apropiada, podía bajarlo con facilidad. Benditos pantalones. Sus dedos se quedaron un poco en el aire, echando en falta el agarre con el brazo masculino. Lo vio bajar con una admirable habilidad y, juraría que, su corazón se detuvo en el instante que lo miró desde arriba. Tardó un par de segundos en reaccionar, antes de avanzar con la confianza de que él la agarrase y no le permitiese caer.
Se deslizó con suavidad hasta que sus botines tocaron el suelo. Las manos se movieron desde los varoniles hombros hasta el inicio de sus brazos. Sus cuerpos quedaron pegados. Alzó la mirada, encontrándose con su rostro a un par de centímetros. Se perdió en el mar de sus irises, sintiendo su propio pulso acelerarse. Sus labios se entreabrieron, olvidándose momentáneamente de respirar, hasta que miró los ajenos. Tan próximos.
Exhaló de una forma un poco más marcada. Deseando olvidarse del resto del mundo, de las prohibiciones, de la diferencia de clases. Anhelando probar esos labios por primera vez y sin atreverse a hacerlo. Inclinó la cabeza hacia delante, de modo que la punta de su nariz rozó la del hombre. Tragó saliva, antes de humedecer sus labios.
-Liam… -murmuró su nombre.
Queriendo decirle que sabía el lío en que se iban a meter si ambos daban el paso. Queriendo decirle que lo deseaba pero que se resistía a hacerlo por razones obvias. Dejó caer los párpados, apretándolos con fuerza por el dilema frente al cual se encontraba. Obedecer los marcados status o dejarse llevar. No quería que él pensase tampoco que era una mujer de licenciosa moral. Porque ella no iba besándose con todos los que se encontraba. Y, sin embargo, ¿por qué aquellos labios la llamaban tanto? Y, en ese momento, el dilema se vio interrumpido en forma de gruesa voz masculina.
-¡Hey! ¡Vosotros!
Mas no era su interés mantener una conversación con aquel insolente hombre, más allá de salvar de la condena al ojiazul. El retorno a aquel lugar supondría robar unos minutos más de su compañía. Lo miró, sintiéndose culpable por haberlo puesto en un aprieto. Tuvo ganas de dedicarle una caricia, quizá rodearlo entre sus brazos. Pero no quería ser descarada ni que él pensase que lo fuese.
-¿Puedo hacer algo para aliviar su castigo? –susurró en ofrecimiento, al tiempo que sus ojos, tan marrones como la turba de las colinas de Escocia, se alzaban al rostro masculino.
Le pareció sumamente adorable aquella mueca, encogiendo su nariz. Ladeó la cabeza, observándolo durante unos momentos que le parecieron eternos. Y, cuando se dio cuenta, no pudo apartar la mirada porque la azulada se la había atrapado. Su optimismo se le contagió, esbozando una calmada sonrisa en sus labios.
-Su madre parece una sabia mujer. La mía decía que todo buen destino exige un largo y pedregoso camino. Básicamente es lo mismo… y… -sacudió un poco la cabeza, dibujándose una amarga sonrisa-… puede que tengan razón –agregó.
¿Cómo decirle que puede que se hubiera cumplido aquella noche? Tras perder a su madre y a su hermano, cuidar a su padre, en medio de la oscuridad perdida… hasta que él apareció. ¿Cómo decirle la crueldad que eso representaba también? Cuando sus clases los separaban. Sin saber si él tenía ya familia. Dentro de un rato, sus caminos volverían a separarse irremediablemente.
Iba a decirle que los demás la veían sólo como un medio, no en una persona. Que se fijaban en sus joyas y en su título y no en su sonrisa. Pero cayó en la cuenta en algo. Sus mejillas se ruborizaron un poco y dibujó una amplia sonrisa, cohibida al mismo tiempo. Él podría haber formulado aquel halago por cortesía, pero se jugaría esa carta.
-Así que está deslumbrado por mi sonrisa… ¿Y cómo me haría sonreír más a menudo? –inquirió, clavando sus pupilas en las ajenas.
No debería juguetear con él, lo sabía. Pero el tono utilizado había sido suave, para camuflarlo. Ni siquiera tendría permiso para hacerlo con un hombre de clase alta. Pero, había algo en aquel, que la hacía tomarse ciertas libertades. Y, cuando se detuvieron y le hizo la pregunta, tuvo el dilema de ser impactantemente franca o decir una obviedad.
-Porque sólo usted parece convencido de salvaguardarme –contestó a medio camino entre las dos opciones, antes de reanudar sus tranquilos pasos a su lado.
Siendo de clase media, podría hacer tantas cosas que en aquel momento le eran vedadas… Todas las que se le ocurrían, una larga lista, no la conducían a la ceremonia. Pero lo único que podía hacer era guardárselas para sí. En un silencioso cajón, del cual no podrían salir nunca. En cautividad, pero no olvidado. Dejándose llevar por la libertad que sólo su mente podía ofrecerle, perdiéndose en escenas que nunca podría compartir, tan sólo soñar.
-Lo que yo quiera… En asuntos de la psique puede que me venga bien su recordatorio, caballero –esbozó una sonrisa en suave agradecimiento. Él nunca sabría cuánto apoyo podía encontrar en aquellas palabras-. En ese caso, tendré que buscar la forma de ver durante el día qué era lo que me ocultaba la noche –respondió en un susurro-. Cierto es. Pero es usted el único hombre que he conocido al cual no considero un patán –agregó cuando Dylan volvió a entrar en la conversación, mostrándole una suave y encantadora sonrisa.
Sintió que elevaba su codo y aquellos cálidos labios del varón acariciaban el dorso de sus finos dedos. Un estremecimiento se adueñó de ella, que la hizo neutralizar su expresión y clavar sus irises en el rostro ajeno. No era la primera vez que le besaban la mano como cortesía. Y, sin embargo, era diferente. Volvería a presentarse a él sólo por sentir aquel roce en su piel.
-No importa, la sangre irlandesa es espesa –resolvió con una sonrisa-. Ahm… no quiero aburrirle con un montón de historia. Le diré que Hawthorne es una de las divisiones del clan McDonald. Y en este clan ha habido reyes, duques y barones. Grandes señores de las tierras altas de Escocia. Por sus antepasados, señor Hawthorne, tendría que ser yo quien estuviese para servirle –le aclaró en un resumen, inclinando con gracia la cabeza-. Muy injusta, desde luego. La ironía de la vida –respondió.
Injusta, sí. Porque de continuar siendo un noble, sólo tendría que señalárselo a su padre para que consintiese. Y, sin embargo, si le hablase de él a su progenitor, dudaba mucho que no pusiese el grito en el cielo. Irónica, porque él había conseguido una libertad que el dinero no lograba comprar. Y ahí estaban los dos, con antepasados nobles pero con las restricciones de clase.
-Mmm... está bien… -él le había pedido que dijese su nombre, no su apellido, así que se tomó aquella libertad-. Liam –pronunció con marcado acento escocés mientras lo miraba-. No lo soy, en efecto. Soy de Roxburgh, Escocia –le contó con orgullo escocés.
Miró hacia delante, cuando se detuvieron, frente a un desnivel. Frunció los labios, pensando que, de tener una vestimenta más apropiada, podía bajarlo con facilidad. Benditos pantalones. Sus dedos se quedaron un poco en el aire, echando en falta el agarre con el brazo masculino. Lo vio bajar con una admirable habilidad y, juraría que, su corazón se detuvo en el instante que lo miró desde arriba. Tardó un par de segundos en reaccionar, antes de avanzar con la confianza de que él la agarrase y no le permitiese caer.
Se deslizó con suavidad hasta que sus botines tocaron el suelo. Las manos se movieron desde los varoniles hombros hasta el inicio de sus brazos. Sus cuerpos quedaron pegados. Alzó la mirada, encontrándose con su rostro a un par de centímetros. Se perdió en el mar de sus irises, sintiendo su propio pulso acelerarse. Sus labios se entreabrieron, olvidándose momentáneamente de respirar, hasta que miró los ajenos. Tan próximos.
Exhaló de una forma un poco más marcada. Deseando olvidarse del resto del mundo, de las prohibiciones, de la diferencia de clases. Anhelando probar esos labios por primera vez y sin atreverse a hacerlo. Inclinó la cabeza hacia delante, de modo que la punta de su nariz rozó la del hombre. Tragó saliva, antes de humedecer sus labios.
-Liam… -murmuró su nombre.
Queriendo decirle que sabía el lío en que se iban a meter si ambos daban el paso. Queriendo decirle que lo deseaba pero que se resistía a hacerlo por razones obvias. Dejó caer los párpados, apretándolos con fuerza por el dilema frente al cual se encontraba. Obedecer los marcados status o dejarse llevar. No quería que él pensase tampoco que era una mujer de licenciosa moral. Porque ella no iba besándose con todos los que se encontraba. Y, sin embargo, ¿por qué aquellos labios la llamaban tanto? Y, en ese momento, el dilema se vio interrumpido en forma de gruesa voz masculina.
-¡Hey! ¡Vosotros!
Sybil Findair- Realeza Escocesa
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Fecha de inscripción : 21/07/2015
Re: When it is dark enough, I can see you -FB En los muelles de Londres (Liam)
- No se preocupe... -su suposición me encantó, como todo en ella conforme hablábamos y alcanzaba a conocerla. ¿Conocerla? Era imposible hacerlo en una noche. Qué digo una noche, un mísero paseo. Ese camino que no volvería a ser el mismo para mí, por mucho que irónicamente no cambiara. Un sueño del que era consciente, que sabía perfectamente que acabaría y que, sin embargo, no quería que llegara ese final-. Aunque tengo que admitir que la idea de volver a verla no me desagrada en absoluto. -confesé. De seguro un comentario como aquel no la sorprendería. Ni sería el primero que le hicieran de esa índole.
La miré con un deje tierno en mis azules, ante su pregunta-. Ya lo está haciendo, milady. -por pasar un rato con ella, no me importaba estar sufriendo las bromas de Dylan por años si hacía falta. Y aunque no la hiciera. Por esa peculiar compañía que ella suponía, me sentía capaz de aguantar cualquier cosa. Ridículo, ¿verdad? Ella de la nobleza, y yo un simple trabajador. Tan sólo en un mundo paralelo, o ni siquiera, yo podría llegar a implicar algo más que un simple acompañante momentáneo para ella. Busqué de nuevo esa mirada ambarina, atrayente y adictiva como ella sola, y me sorprendió verla observándome. Amplié la sonrisa cuando habló de mi madre-. Sabia o no, sabe disfrutar lo que la vida le ha podido dar. -agregué, teniendo en mente lo entregada que era Julianne. No obstante, denoté aflicción en sus palabras, no pasándome por alto que hablaba de su madre en pasado. Suspiré por la nariz, al ser consciente de esa falta en su vida que sin duda había aflorado por mi comentario. No lo había hecho adrede y, aún así, no pude evitar sentirme culpable-. Tuvieran razón o no, la elección de recorrer ese camino que menciona, ya es cosa de cada uno. -templé esas ganas terribles que me asaltaron de reconfortarla con una simple caricia en su mejilla. Frené así, mi mano, deseando tocar aquella piel que se me antojaba suave, sedosa, algo frágil que podría romper con la aspereza de las yemas de mis dedos.
Ninguna mujer antes que ella había conseguido provocarme la risa, con tanta facilidad ni tan seguido. No obstante, no fue estridente, más allá de aquel murmullo que empezaba a ser mayor, por el jaleo de la celebración. Quizás, estaba cohibido por la noche. Por respeto a no montar escándalo. O, lo más probable, por ella. Finalmente, me giré para mirarla, una vez más, viendo cierto coqueteo en esa gesto que cruzaba su cara en ese momento-. Remarcando lo mucho que puede iluminar su sonrisa a todo aquel que se detenga a verla. -contesté, con total sinceridad.
Encogí la nariz de nuevo, en total desacuerdo con su contestación. No obstante, acabé por percatarme de una cosa-. Hm... pues me va a permitir una réplica a sus razones. -enarqué ambas cejas, antes de seguir hablando-. De no ser de su clase, no habría tenido que asistir a la celebración, no se habría perdido y yo no habría tenido el gusto de poder ser su ángel de la guarda particular esta noche. -comenzaba a pensar que tanta honestidad empezaba a ser ya descarada. Y quizás, sólo quizás, pudiera incomodarla de alguna forma, cosa que no quería. ¿Cómo iba a querer ofenderla? Eso implicaba alejarla de mí antes de tiempo. Y tenía verdadero.. ¿miedo? a que eso pasara.
Sonreí, no obstante, sin llegar a enseñar mis dientes, agachando mi mirada una vez más. Pasé saliva, mientras volvía al ámbar encerrado en sus iris-. Podría asustarse, señorita. -murmuré en respuesta, con aire divertido. En realidad, me halagaba que quisiera verme de día. Pues eso implicaría volver a verla, después de todo-. No estoy tan seguro de ser el único. Los hombres tendemos a perder la cabeza cuando algo... o alguien nos gusta en exceso. Como la luz que nos ciega... como las sonrisas que iluminan noches como ésta. -musité, haciendo alusión a mis propias palabras, instantes antes. ¿Por qué no pecaba yo de patán y no me metía en el grupo de esos hombres que habían perdido la cabeza? ¿Podía excluirme? Porque empezaba a pensar que no.
- Es curioso... -enuncié con tranquilidad ante toda esa información que ella compartió conmigo-. Sabe más de mi familia que yo mismo. -dirigí mi mirada al frente entonces. Una parte de mí no pudo evitar sentirse ignorante, pero en contraparte, era consciente de que yo no había tenido la facilidad para aprender sobre ello como las que había podido tener ella. Volví mis azules a ella, a esa mirada, a esa sonrisa, a ese rostro que quedaría grabado a fuego en mi mente para siempre, con el asombro brillando en mis cristalinas pupilas-. Interesante... Mal señor de mi tierra sería entonces, teniendo título sin ni siquiera haberla visto. -concluí, dejándola ver lo poco que me había movido de la capital-. Pero nunca permitiría que fuese usted, Lady Sybil, la que tuviera que servirme a mí. Y menos, por un rango que ya no pertenece a mi familia. -yo no había tenido ni voz ni voto en lo que fuera que hiciesen mis ancestros. Pero tal vez, si hubiese podido ser egoísta de alguna forma atemporal, me habría encantado tener ese rango, para poder disfrutar de la compañía que tenía esa noche... por muchas noches más.
Inspiré largamente cuando mis oídos sucumbieron a esa pronunciación tan singular de mi nombre. Una que no había escuchado nunca, no con ese acento, que me hizo cerrar los ojos, disfrutando del eco que hizo en mi cabeza. No con esa manera de alargar, de acariciar las sílabas. Por primera vez, caí en la cuenta y blasfemé internamente por tener un nombre tan corto. Llegue a la rápida conclusión de que podría despertarme con ese sonido cada día de aquí en adelante con esa mirada, al abrir la mía, desayunando esa sonrisa y bebiendo de aquellos labios. Un bendito sueño que me dejaría un regusto amargo por cada despertar en mi cuarto, solo, o acompañado con cualquier otra mujer. Porque no sería escocesa. No sería noble. No se apellidaría Findair, por mucho que se pudiera llamar Sybil. Porque no sería ella.
Pude admirarla desde la posición que me ofrecía aquel desnivel y, fue entonces cuando pensé que de ángel caído precisamente, no tenía nada. Finalmente, cedió, después de unos segundos de contemplación. Tomé con suavidad los costados de su cintura, tensé los brazos y cargué con su liviano cuerpo hasta que volvió a estar en el suelo, ya a mi nivel. Un escalofrío recorrió mi espalda entonces, conforme mis ojos delineaban aquella figura que descendía, para quedar frente a mí. Sentí el recorrido de sus manos por mis brazos, y aquella esencia floral llenó súbitamente mis pulmones, grabándose en mi cerebro como la esencia perfecta. Un aroma que tuvo el poder de paralizarme, dejándome con sentimientos encontrados. Una guerra interna brutal entre separarme o seguir estático. Sybil tampoco se apartó. ¿Por qué no se apartaba? ¿Por qué empezaba a marcar más la respiración como hacía yo? Mi pulso comenzó a golpear la parte posterior de mi cuello, dándome cuenta del poder que ejercía aquella mujer sobre mí.
Era de locos. Nos conocíamos de un paseo y una simple conversación.
Y, sin embargo, no lo quería de otro modo. Mi nombre en aquellos labios me hizo desearla más, propiciando ese acercamiento, cerrando mis azules un momento, pero sin tener el valor para besar sus labios. Para saciar mis ganas. Para decirle que me entregaba en cuerpo y alma a ella por muy descabellado que sonase, dadas las circunstancias... Para destrozar su vida, sus planes y su reputación.
Abrí los ojos entonces, sintiendo su aliento sobre mi piel, su nariz contra la mía, observando aquel gesto en su semblante que no supe definir. No supe concluir si se sintió obligada o estaba deseando dejarse llevar. Pero yo no podía ser tan egoísta. Y, sin embargo, se me hacía tremendamente duro apartarme. Finalmente, jugaría mis cartas. Ya me preocuparía después por las consecuencias. Por otro bofetón que la obligara a darme a mí, en esta ocasión, por mi atrevimiento, o por perderme de nuevo en esa sonrisa. Pero mi impulso de terminar de inclinar mi rostro sobre el suyo y sellar nuestros labios se vio interrumpido.
Aparté mi semblante, girándolo a un lateral, para ver a uno de mis capataces acercarse con impresionante rapidez hacia nosotros.
- ¡Maldito desesperado y pervertido! -espetó, agarrándome de la solapa de mi camisa para apartarme de ella. Yo cedí, sin fuerza. Tal vez con eso se calmara. Además, acabé elevando mis palmas, apaciguador.
- Espere, espere. No es lo que cree... -intenté explicarme, sin elevar la voz.
- No necesito que me expliques nada. Con lo que he visto me basta y me sobra. -me interrumpió, soltándome de un empujón para terminar de apartarme, quedando él entre Sybil y yo. Trastabillé ligeramente, aunque recuperé el equilibrio en un par de pasos-. Más te vale explicarle a tu padre cuando llegues a casa por qué te has quedado sin trabajo esta misma noche. -alzó un dedo señalándome, amenazador.
- Por favor, no se equivoque. La estaba ayudando... -su semblante congestionado se adivinó entre las luces del farolillo, aún posado en el desnivel.
- Calla. ¿Vas a negarme ahora lo que he visto? -se giró entonces a Sybil, sin llegar a darme la espalda-. ¿Se encuentra bien, señorita? -inquirió con un tono hosco, que me hizo cerrar uno de mis puños por su manera de tratarla-. No debería andar sola por los muelles a estas horas, con tanto sinvergüenza cerca.
La miré con un deje tierno en mis azules, ante su pregunta-. Ya lo está haciendo, milady. -por pasar un rato con ella, no me importaba estar sufriendo las bromas de Dylan por años si hacía falta. Y aunque no la hiciera. Por esa peculiar compañía que ella suponía, me sentía capaz de aguantar cualquier cosa. Ridículo, ¿verdad? Ella de la nobleza, y yo un simple trabajador. Tan sólo en un mundo paralelo, o ni siquiera, yo podría llegar a implicar algo más que un simple acompañante momentáneo para ella. Busqué de nuevo esa mirada ambarina, atrayente y adictiva como ella sola, y me sorprendió verla observándome. Amplié la sonrisa cuando habló de mi madre-. Sabia o no, sabe disfrutar lo que la vida le ha podido dar. -agregué, teniendo en mente lo entregada que era Julianne. No obstante, denoté aflicción en sus palabras, no pasándome por alto que hablaba de su madre en pasado. Suspiré por la nariz, al ser consciente de esa falta en su vida que sin duda había aflorado por mi comentario. No lo había hecho adrede y, aún así, no pude evitar sentirme culpable-. Tuvieran razón o no, la elección de recorrer ese camino que menciona, ya es cosa de cada uno. -templé esas ganas terribles que me asaltaron de reconfortarla con una simple caricia en su mejilla. Frené así, mi mano, deseando tocar aquella piel que se me antojaba suave, sedosa, algo frágil que podría romper con la aspereza de las yemas de mis dedos.
Ninguna mujer antes que ella había conseguido provocarme la risa, con tanta facilidad ni tan seguido. No obstante, no fue estridente, más allá de aquel murmullo que empezaba a ser mayor, por el jaleo de la celebración. Quizás, estaba cohibido por la noche. Por respeto a no montar escándalo. O, lo más probable, por ella. Finalmente, me giré para mirarla, una vez más, viendo cierto coqueteo en esa gesto que cruzaba su cara en ese momento-. Remarcando lo mucho que puede iluminar su sonrisa a todo aquel que se detenga a verla. -contesté, con total sinceridad.
Encogí la nariz de nuevo, en total desacuerdo con su contestación. No obstante, acabé por percatarme de una cosa-. Hm... pues me va a permitir una réplica a sus razones. -enarqué ambas cejas, antes de seguir hablando-. De no ser de su clase, no habría tenido que asistir a la celebración, no se habría perdido y yo no habría tenido el gusto de poder ser su ángel de la guarda particular esta noche. -comenzaba a pensar que tanta honestidad empezaba a ser ya descarada. Y quizás, sólo quizás, pudiera incomodarla de alguna forma, cosa que no quería. ¿Cómo iba a querer ofenderla? Eso implicaba alejarla de mí antes de tiempo. Y tenía verdadero.. ¿miedo? a que eso pasara.
Sonreí, no obstante, sin llegar a enseñar mis dientes, agachando mi mirada una vez más. Pasé saliva, mientras volvía al ámbar encerrado en sus iris-. Podría asustarse, señorita. -murmuré en respuesta, con aire divertido. En realidad, me halagaba que quisiera verme de día. Pues eso implicaría volver a verla, después de todo-. No estoy tan seguro de ser el único. Los hombres tendemos a perder la cabeza cuando algo... o alguien nos gusta en exceso. Como la luz que nos ciega... como las sonrisas que iluminan noches como ésta. -musité, haciendo alusión a mis propias palabras, instantes antes. ¿Por qué no pecaba yo de patán y no me metía en el grupo de esos hombres que habían perdido la cabeza? ¿Podía excluirme? Porque empezaba a pensar que no.
- Es curioso... -enuncié con tranquilidad ante toda esa información que ella compartió conmigo-. Sabe más de mi familia que yo mismo. -dirigí mi mirada al frente entonces. Una parte de mí no pudo evitar sentirse ignorante, pero en contraparte, era consciente de que yo no había tenido la facilidad para aprender sobre ello como las que había podido tener ella. Volví mis azules a ella, a esa mirada, a esa sonrisa, a ese rostro que quedaría grabado a fuego en mi mente para siempre, con el asombro brillando en mis cristalinas pupilas-. Interesante... Mal señor de mi tierra sería entonces, teniendo título sin ni siquiera haberla visto. -concluí, dejándola ver lo poco que me había movido de la capital-. Pero nunca permitiría que fuese usted, Lady Sybil, la que tuviera que servirme a mí. Y menos, por un rango que ya no pertenece a mi familia. -yo no había tenido ni voz ni voto en lo que fuera que hiciesen mis ancestros. Pero tal vez, si hubiese podido ser egoísta de alguna forma atemporal, me habría encantado tener ese rango, para poder disfrutar de la compañía que tenía esa noche... por muchas noches más.
Inspiré largamente cuando mis oídos sucumbieron a esa pronunciación tan singular de mi nombre. Una que no había escuchado nunca, no con ese acento, que me hizo cerrar los ojos, disfrutando del eco que hizo en mi cabeza. No con esa manera de alargar, de acariciar las sílabas. Por primera vez, caí en la cuenta y blasfemé internamente por tener un nombre tan corto. Llegue a la rápida conclusión de que podría despertarme con ese sonido cada día de aquí en adelante con esa mirada, al abrir la mía, desayunando esa sonrisa y bebiendo de aquellos labios. Un bendito sueño que me dejaría un regusto amargo por cada despertar en mi cuarto, solo, o acompañado con cualquier otra mujer. Porque no sería escocesa. No sería noble. No se apellidaría Findair, por mucho que se pudiera llamar Sybil. Porque no sería ella.
Pude admirarla desde la posición que me ofrecía aquel desnivel y, fue entonces cuando pensé que de ángel caído precisamente, no tenía nada. Finalmente, cedió, después de unos segundos de contemplación. Tomé con suavidad los costados de su cintura, tensé los brazos y cargué con su liviano cuerpo hasta que volvió a estar en el suelo, ya a mi nivel. Un escalofrío recorrió mi espalda entonces, conforme mis ojos delineaban aquella figura que descendía, para quedar frente a mí. Sentí el recorrido de sus manos por mis brazos, y aquella esencia floral llenó súbitamente mis pulmones, grabándose en mi cerebro como la esencia perfecta. Un aroma que tuvo el poder de paralizarme, dejándome con sentimientos encontrados. Una guerra interna brutal entre separarme o seguir estático. Sybil tampoco se apartó. ¿Por qué no se apartaba? ¿Por qué empezaba a marcar más la respiración como hacía yo? Mi pulso comenzó a golpear la parte posterior de mi cuello, dándome cuenta del poder que ejercía aquella mujer sobre mí.
Era de locos. Nos conocíamos de un paseo y una simple conversación.
Y, sin embargo, no lo quería de otro modo. Mi nombre en aquellos labios me hizo desearla más, propiciando ese acercamiento, cerrando mis azules un momento, pero sin tener el valor para besar sus labios. Para saciar mis ganas. Para decirle que me entregaba en cuerpo y alma a ella por muy descabellado que sonase, dadas las circunstancias... Para destrozar su vida, sus planes y su reputación.
Abrí los ojos entonces, sintiendo su aliento sobre mi piel, su nariz contra la mía, observando aquel gesto en su semblante que no supe definir. No supe concluir si se sintió obligada o estaba deseando dejarse llevar. Pero yo no podía ser tan egoísta. Y, sin embargo, se me hacía tremendamente duro apartarme. Finalmente, jugaría mis cartas. Ya me preocuparía después por las consecuencias. Por otro bofetón que la obligara a darme a mí, en esta ocasión, por mi atrevimiento, o por perderme de nuevo en esa sonrisa. Pero mi impulso de terminar de inclinar mi rostro sobre el suyo y sellar nuestros labios se vio interrumpido.
Aparté mi semblante, girándolo a un lateral, para ver a uno de mis capataces acercarse con impresionante rapidez hacia nosotros.
- ¡Maldito desesperado y pervertido! -espetó, agarrándome de la solapa de mi camisa para apartarme de ella. Yo cedí, sin fuerza. Tal vez con eso se calmara. Además, acabé elevando mis palmas, apaciguador.
- Espere, espere. No es lo que cree... -intenté explicarme, sin elevar la voz.
- No necesito que me expliques nada. Con lo que he visto me basta y me sobra. -me interrumpió, soltándome de un empujón para terminar de apartarme, quedando él entre Sybil y yo. Trastabillé ligeramente, aunque recuperé el equilibrio en un par de pasos-. Más te vale explicarle a tu padre cuando llegues a casa por qué te has quedado sin trabajo esta misma noche. -alzó un dedo señalándome, amenazador.
- Por favor, no se equivoque. La estaba ayudando... -su semblante congestionado se adivinó entre las luces del farolillo, aún posado en el desnivel.
- Calla. ¿Vas a negarme ahora lo que he visto? -se giró entonces a Sybil, sin llegar a darme la espalda-. ¿Se encuentra bien, señorita? -inquirió con un tono hosco, que me hizo cerrar uno de mis puños por su manera de tratarla-. No debería andar sola por los muelles a estas horas, con tanto sinvergüenza cerca.
Liam Hawthorne- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 21/07/2015
Re: When it is dark enough, I can see you -FB En los muelles de Londres (Liam)
La confesión de aquel hombre le hizo esbozar una sonrisa. Aún no siendo amplia, parecía capaz de iluminar los muelles con ella. Un suave rubor coloreó sus mejillas. Él quería volver a verla… igual que ella a él. Eso la hacía valorar varias excusas para regresar a los muelles y cruzar, aunque fuese, un par de palabras con el varón de ojos azules.
-Tengo que admitir que la idea de volver a verlo tampoco me desagrada –susurró en confesión.
Aunque, ¿cuántas mujeres se lo habrían dicho ya? Con su forma de ser tan amable, por su encantadora y contagiosa sonrisa, por aquellos irises color cobalto que desnudaban el alma. Y todas ellas tendrían más posibilidades que ella. Podrían verlo a la luz del día sin necesidad de pretextos, sólo por el placer de su compañía y de su conversación.
Cuando le dijo que ya estaba aliviando la condena, la sonrisa marcó unos pequeños hoyuelos bajo sus pómulos, cerca de las comisuras de los labios. Le hubiese gustado aliviar su condena durante años, algo más duradero que un pequeño trayecto. Le hubiese gustado ver aquellos orbes, perderse en su mar norteño, cada vez que sus irises se encontrasen. Le hubiese gustado escuchar su voz, inundando sus oídos, deleitándola hasta que tuviese que dejar aquel mundo. Y, sin embargo, la corriente la arrastraría lejos de él. En un naufragio que la haría sumergirse en oscuras aguas donde nunca más vería su luz.
-Lamento que no sea proporcional –contestó, por la evidente diferencia temporal entre aquel paseo y tener que soportar a su compañero día tras día-. Entonces es una mujer a la cual admirar. Muchos son capaces de existir, pero no de vivir –comentó respecto a la madre de él-. No le falta razón. Únicamente a veces hace falta valor para recorrerlo. Pues puede ser muy solitario si no hay nadie al lado con el cual caminar –susurró, mirando al oscuro horizonte, mientras la brisa de los muelles acarició los finos cabellos recogidos, haciéndolos vibrar con suavidad y delicadeza.
Llamó su atención aquella risa masculina que estuvo segura de desear volver a provocar. La celebración no debía de estar muy lejos ya, pudiendo escuchar el murmullo que originaba. Estuvo tentada en girarse y caminar en dirección contraria. Pero no lo hizo. En cambio, se quedó mirándolo. Su respuesta la desarmó. Sus labios mostraron una sonrisa, al tiempo que su mirada caía, cohibida, y sus mejillas se ruborizaban.
Esbozó, después, una sonrisa de asombro y diversión. Permitirle una réplica. Por ella, podía hablar tanto como quisiese. Quizá otra noble no lo haría, pero ella le daba aquella libertad sólo por el placer de escuchar su voz y saber lo que tenía que decir. La sinceridad que esgrimió él la hizo calmarse, de una extraña manera. Tomándola desprevenida, deseando que el calificativo de ángel de la guarda no fuese particular, sino personal.
-Entonces, mi señor, déjeme estar complacida por la clase a la que pertenezco. A fin de contabilizar este encuentro y su protección como razón para ello –contestó, deslizando la yema de sus dedos sutilmente por la piel del antebrazo ajeno-. No me asusto fácilmente. ¿Y usted? –le devolvió en un susurro, clavando sus irises en los ajenos, como si lo estuviese retando.
La siguiente respuesta del hombre, en forma de halago, la hizo sonrojarse abruptamente. Mentiría si dijese que no estuvo tentada a pedirle que lo repitiese una vez más. Pudo descifrar claramente el mensaje de haber perdido la cabeza por su sonrisa. Y aquello no le disgustó en absoluto.
-Puede ser que mi sonrisa haya empezado a brillar esta noche, con su presencia. Y me parecería cruel privarle de verla, tanto que le gusta. Permítame que siga iluminando su noche –murmuró, dedicándole una hermosa y tímida sonrisa.
Ladeó la cabeza. Ella había tenido siempre cierta curiosidad que la arrastraba a las bibliotecas que había en su casa. Había devorado las palabras que contenían los libros. Por esa misma inquietud por saber, había abierto la colección de libros de heráldica que poseía su padre. La mayoría de clanes escoceses. Aunque, había tenido que aprender sobre familias extranjeras de la aristocracia, algo tedioso pero necesario.
-Es que me llamaron la atención sus dos escudos de armas, señor Hawthorne. Sus colores inspiran calma. El árbol hace soñar con las hojas siendo acariciadas por la brisa, en libertad. El puño, el arrojo y la valentía. Y, por lo que llevo viendo de usted, reúne las cualidades que en ellos se quiso plasmar –le contó con una suave sonrisa al tiempo que lo miraba. Y no había mencionado todas las virtudes que en los escudos de armas se reflejaban.
Sin embargo, su sonrisa se borró al verlo mirar al frente. Sus finos dedos apretaron un poco contra el antebrazo, como si quisiera calmar esa inquietud por no saber sobre sus antepasados. No supo cómo arreglarlo, salvo…
-¿Le gustaría que... se los enseñase? –le ofreció. Al saber que nunca había viajado, se mordió el labio, pensativa, hasta que esbozó una sonrisa para mirarlo-. Permítame que lo invite a la tierra de sus antepasados si en alguna ocasión lo desea.
Podría presentarlo a su padre como un McDonald que venía a visitar a su familia y se detenía unos días en su casa. Quizá, podría poner de excusa ir a conocer a algún noble de las tierras altas y acompañarlo para conocer aquella agreste y bella zona. Se encontraba maquinando cuando aquella ronca y varonil voz volvió a colarse por sus oídos.
-¿Me permitiría, entonces, servirle por la nobleza de su corazón? –susurró en un suave ronroneo del que no fue consciente hasta que se escuchó a sí misma.
Una vez sortearon el desnivel, sus costados se habituaron con facilidad al contorno de las manos masculinas. Tan cerca… estuvo tentada a subir una mano hasta los cabellos del hombre, internar sus dedos en ellos, necesitando beber de sus labios. El aroma varonil inundó sus fosas nasales. A agua salada. Un suave toque de salitre. A madera recién cortada. A ese picante y caliente sudor, tostado con la luz del sol.
Él no parecía apartarse. Tuvo la sensación de que la iba a besar de un momento a otro, mandando al diablo todas las restricciones. La escocesa no quería separarse. Sabía que habría consecuencias. Pero… ¿y si nadie se enteraba? ¿Y si podían tener la libertad que sólo las sombras que los abrazaban les otorgaba?
Entonces la voz gruesa los hizo mirar en aquella dirección. Abruptamente, el recién llegado lo apartó de ella. Echó en falta la cercanía de Liam. Tuvo el impulso de llamarlo, pero se contuvo. No delante de aquella otra persona. Se recogió la falda y avanzó, intentando ponerse delante del señor Hawthorne, pero no pudiendo.
-Disculpe… -comenzó a decir en voz baja para no llamar la atención de otras personas que pudiesen estar por ahí. No le hizo caso, continuando despotricando contra quien la había salvado-. Disssculpe –marcó con claro acento escocés y un siseo de estar perdiendo la paciencia. Su pecho subía y bajaba, presa del mal humor y de la desesperación porque él estuviese pagando los platos rotos. Al final, logró ponerse entre los dos hombres, sirviendo de escudo al de ojos azules-. Me encuentro perfectamente –intentó calmarse para hablarle al capataz-. Sin duda alguna, no debería estar sola con tanto sinvergüenza por aquí. Por eso, el señor Hawthorne ha sido tan amable como para acompañarme. Estaba perdida, lejos de la fiesta, y le he pedido que me guiase. Hemos encontrado este desnivel en el camino y ha sido tan caballeroso como para ayudarme a bajarlo. Y ha sido cuando usted nos ha encontrado. Le sugiero que cambie de tono y no haga acusaciones falsas, si no quiere explicarle al dueño de los astilleros por qué tiene que renunciar a su empleo.
-Señorita, no tiene por qué defenderlo. Me encargo ahora mismo de este granuja.
-Insisto. Con lo que he podido observar, me sirve y me sobra. A menos, que prefiera que yo misma hable con el dueño para que tenga la carta de renuncia que firme usted por la mañana. ¿Está preparado para mantener su amenaza con una acusación falsa y afrontar las consecuencias? Permítame que, antes de contestar, me presente. Lady Sybil Findair, Baronesa de Roxburgh –clavó sus pupilas, retadoras, en el capataz, quien tragó saliva e inclinó la cabeza.
-Discúlpeme, baronesa, no la había reconocido –musitó el hombre.
No, claro, ¿cómo iba a reconocerla? Una frase hecha que no tenía ni pies ni cabeza. Enarcó una ceja dorada, esperando la resolución del hombre. Quien murmuró algo sobre que quizá se había equivocado, sumiso con ella. Al caminar para alejarse, vio que le echaba una mirada amenazadora a Liam y ella se movió para bloquearle la vista. Por si no había quedado claro. Vio que el capataz agachaba la cabeza y se iba, rumiando. Esperó hasta que no escuchó más sus pasos y se giró hacia el varón de ojos claros.
-Liam… -murmuró-. Lo siento. No quería meterle en un lío… ¿Podrá perdonarme? –susurró, mirándolo con carita de ruego y ganas de que la abrazase y le dijese que todo estaba bien-. Yo… entendería si no quisiera volver a estar en mi compañía. Pero, le pido que no me castigue de esa manera. Haré todo lo posible para que no pierda su trabajo. Puedo ir a hablar con su padre para explicarle lo ocurrido. Haré todo cuando esté en mi mano para salvaguardar su reputación y su vida, milord. Usted no merece menos.
Su voz quedó estrangulada y tuvo que guardar silencio, aún cuando le quedaban tantas cosas por decirle. Alargó una mano hacia él, pero quedó en el aire, a medio camino. Sus dedos se cerraron, temblando un poco, antes de bajar la mano de nuevo junto a su falda. Su cabeza se inclinó, manteniéndose agachada, mientras sus párpados cubrían sus ojos pardos. ¿En qué demonios había pensado? Hubiera podido arruinar la vida de él en una exhalación. No… más bien no había llegado a pensar… en nada. Sólo quería sentir su proximidad, unir sus labios a los suyos, olvidarse del resto del mundo.
Porque ojalá hubiese alguna forma de hacerlo sin las miradas posadas sobre ellos y ser juzgados por aquella… ¿conexión? que entre los dos había. Antes de echar la vida de aquel hombre a perder por una atracción que no menguaba.
-Tengo que admitir que la idea de volver a verlo tampoco me desagrada –susurró en confesión.
Aunque, ¿cuántas mujeres se lo habrían dicho ya? Con su forma de ser tan amable, por su encantadora y contagiosa sonrisa, por aquellos irises color cobalto que desnudaban el alma. Y todas ellas tendrían más posibilidades que ella. Podrían verlo a la luz del día sin necesidad de pretextos, sólo por el placer de su compañía y de su conversación.
Cuando le dijo que ya estaba aliviando la condena, la sonrisa marcó unos pequeños hoyuelos bajo sus pómulos, cerca de las comisuras de los labios. Le hubiese gustado aliviar su condena durante años, algo más duradero que un pequeño trayecto. Le hubiese gustado ver aquellos orbes, perderse en su mar norteño, cada vez que sus irises se encontrasen. Le hubiese gustado escuchar su voz, inundando sus oídos, deleitándola hasta que tuviese que dejar aquel mundo. Y, sin embargo, la corriente la arrastraría lejos de él. En un naufragio que la haría sumergirse en oscuras aguas donde nunca más vería su luz.
-Lamento que no sea proporcional –contestó, por la evidente diferencia temporal entre aquel paseo y tener que soportar a su compañero día tras día-. Entonces es una mujer a la cual admirar. Muchos son capaces de existir, pero no de vivir –comentó respecto a la madre de él-. No le falta razón. Únicamente a veces hace falta valor para recorrerlo. Pues puede ser muy solitario si no hay nadie al lado con el cual caminar –susurró, mirando al oscuro horizonte, mientras la brisa de los muelles acarició los finos cabellos recogidos, haciéndolos vibrar con suavidad y delicadeza.
Llamó su atención aquella risa masculina que estuvo segura de desear volver a provocar. La celebración no debía de estar muy lejos ya, pudiendo escuchar el murmullo que originaba. Estuvo tentada en girarse y caminar en dirección contraria. Pero no lo hizo. En cambio, se quedó mirándolo. Su respuesta la desarmó. Sus labios mostraron una sonrisa, al tiempo que su mirada caía, cohibida, y sus mejillas se ruborizaban.
Esbozó, después, una sonrisa de asombro y diversión. Permitirle una réplica. Por ella, podía hablar tanto como quisiese. Quizá otra noble no lo haría, pero ella le daba aquella libertad sólo por el placer de escuchar su voz y saber lo que tenía que decir. La sinceridad que esgrimió él la hizo calmarse, de una extraña manera. Tomándola desprevenida, deseando que el calificativo de ángel de la guarda no fuese particular, sino personal.
-Entonces, mi señor, déjeme estar complacida por la clase a la que pertenezco. A fin de contabilizar este encuentro y su protección como razón para ello –contestó, deslizando la yema de sus dedos sutilmente por la piel del antebrazo ajeno-. No me asusto fácilmente. ¿Y usted? –le devolvió en un susurro, clavando sus irises en los ajenos, como si lo estuviese retando.
La siguiente respuesta del hombre, en forma de halago, la hizo sonrojarse abruptamente. Mentiría si dijese que no estuvo tentada a pedirle que lo repitiese una vez más. Pudo descifrar claramente el mensaje de haber perdido la cabeza por su sonrisa. Y aquello no le disgustó en absoluto.
-Puede ser que mi sonrisa haya empezado a brillar esta noche, con su presencia. Y me parecería cruel privarle de verla, tanto que le gusta. Permítame que siga iluminando su noche –murmuró, dedicándole una hermosa y tímida sonrisa.
Ladeó la cabeza. Ella había tenido siempre cierta curiosidad que la arrastraba a las bibliotecas que había en su casa. Había devorado las palabras que contenían los libros. Por esa misma inquietud por saber, había abierto la colección de libros de heráldica que poseía su padre. La mayoría de clanes escoceses. Aunque, había tenido que aprender sobre familias extranjeras de la aristocracia, algo tedioso pero necesario.
-Es que me llamaron la atención sus dos escudos de armas, señor Hawthorne. Sus colores inspiran calma. El árbol hace soñar con las hojas siendo acariciadas por la brisa, en libertad. El puño, el arrojo y la valentía. Y, por lo que llevo viendo de usted, reúne las cualidades que en ellos se quiso plasmar –le contó con una suave sonrisa al tiempo que lo miraba. Y no había mencionado todas las virtudes que en los escudos de armas se reflejaban.
Sin embargo, su sonrisa se borró al verlo mirar al frente. Sus finos dedos apretaron un poco contra el antebrazo, como si quisiera calmar esa inquietud por no saber sobre sus antepasados. No supo cómo arreglarlo, salvo…
-¿Le gustaría que... se los enseñase? –le ofreció. Al saber que nunca había viajado, se mordió el labio, pensativa, hasta que esbozó una sonrisa para mirarlo-. Permítame que lo invite a la tierra de sus antepasados si en alguna ocasión lo desea.
Podría presentarlo a su padre como un McDonald que venía a visitar a su familia y se detenía unos días en su casa. Quizá, podría poner de excusa ir a conocer a algún noble de las tierras altas y acompañarlo para conocer aquella agreste y bella zona. Se encontraba maquinando cuando aquella ronca y varonil voz volvió a colarse por sus oídos.
-¿Me permitiría, entonces, servirle por la nobleza de su corazón? –susurró en un suave ronroneo del que no fue consciente hasta que se escuchó a sí misma.
Una vez sortearon el desnivel, sus costados se habituaron con facilidad al contorno de las manos masculinas. Tan cerca… estuvo tentada a subir una mano hasta los cabellos del hombre, internar sus dedos en ellos, necesitando beber de sus labios. El aroma varonil inundó sus fosas nasales. A agua salada. Un suave toque de salitre. A madera recién cortada. A ese picante y caliente sudor, tostado con la luz del sol.
Él no parecía apartarse. Tuvo la sensación de que la iba a besar de un momento a otro, mandando al diablo todas las restricciones. La escocesa no quería separarse. Sabía que habría consecuencias. Pero… ¿y si nadie se enteraba? ¿Y si podían tener la libertad que sólo las sombras que los abrazaban les otorgaba?
Entonces la voz gruesa los hizo mirar en aquella dirección. Abruptamente, el recién llegado lo apartó de ella. Echó en falta la cercanía de Liam. Tuvo el impulso de llamarlo, pero se contuvo. No delante de aquella otra persona. Se recogió la falda y avanzó, intentando ponerse delante del señor Hawthorne, pero no pudiendo.
-Disculpe… -comenzó a decir en voz baja para no llamar la atención de otras personas que pudiesen estar por ahí. No le hizo caso, continuando despotricando contra quien la había salvado-. Disssculpe –marcó con claro acento escocés y un siseo de estar perdiendo la paciencia. Su pecho subía y bajaba, presa del mal humor y de la desesperación porque él estuviese pagando los platos rotos. Al final, logró ponerse entre los dos hombres, sirviendo de escudo al de ojos azules-. Me encuentro perfectamente –intentó calmarse para hablarle al capataz-. Sin duda alguna, no debería estar sola con tanto sinvergüenza por aquí. Por eso, el señor Hawthorne ha sido tan amable como para acompañarme. Estaba perdida, lejos de la fiesta, y le he pedido que me guiase. Hemos encontrado este desnivel en el camino y ha sido tan caballeroso como para ayudarme a bajarlo. Y ha sido cuando usted nos ha encontrado. Le sugiero que cambie de tono y no haga acusaciones falsas, si no quiere explicarle al dueño de los astilleros por qué tiene que renunciar a su empleo.
-Señorita, no tiene por qué defenderlo. Me encargo ahora mismo de este granuja.
-Insisto. Con lo que he podido observar, me sirve y me sobra. A menos, que prefiera que yo misma hable con el dueño para que tenga la carta de renuncia que firme usted por la mañana. ¿Está preparado para mantener su amenaza con una acusación falsa y afrontar las consecuencias? Permítame que, antes de contestar, me presente. Lady Sybil Findair, Baronesa de Roxburgh –clavó sus pupilas, retadoras, en el capataz, quien tragó saliva e inclinó la cabeza.
-Discúlpeme, baronesa, no la había reconocido –musitó el hombre.
No, claro, ¿cómo iba a reconocerla? Una frase hecha que no tenía ni pies ni cabeza. Enarcó una ceja dorada, esperando la resolución del hombre. Quien murmuró algo sobre que quizá se había equivocado, sumiso con ella. Al caminar para alejarse, vio que le echaba una mirada amenazadora a Liam y ella se movió para bloquearle la vista. Por si no había quedado claro. Vio que el capataz agachaba la cabeza y se iba, rumiando. Esperó hasta que no escuchó más sus pasos y se giró hacia el varón de ojos claros.
-Liam… -murmuró-. Lo siento. No quería meterle en un lío… ¿Podrá perdonarme? –susurró, mirándolo con carita de ruego y ganas de que la abrazase y le dijese que todo estaba bien-. Yo… entendería si no quisiera volver a estar en mi compañía. Pero, le pido que no me castigue de esa manera. Haré todo lo posible para que no pierda su trabajo. Puedo ir a hablar con su padre para explicarle lo ocurrido. Haré todo cuando esté en mi mano para salvaguardar su reputación y su vida, milord. Usted no merece menos.
Su voz quedó estrangulada y tuvo que guardar silencio, aún cuando le quedaban tantas cosas por decirle. Alargó una mano hacia él, pero quedó en el aire, a medio camino. Sus dedos se cerraron, temblando un poco, antes de bajar la mano de nuevo junto a su falda. Su cabeza se inclinó, manteniéndose agachada, mientras sus párpados cubrían sus ojos pardos. ¿En qué demonios había pensado? Hubiera podido arruinar la vida de él en una exhalación. No… más bien no había llegado a pensar… en nada. Sólo quería sentir su proximidad, unir sus labios a los suyos, olvidarse del resto del mundo.
Porque ojalá hubiese alguna forma de hacerlo sin las miradas posadas sobre ellos y ser juzgados por aquella… ¿conexión? que entre los dos había. Antes de echar la vida de aquel hombre a perder por una atracción que no menguaba.
Sybil Findair- Realeza Escocesa
- Mensajes : 45
Fecha de inscripción : 21/07/2015
Re: When it is dark enough, I can see you -FB En los muelles de Londres (Liam)
Satisfecho, bajé la mirada por un momento. ¿Era un crimen sacar la conclusión de que el hecho de que no le desagradara volver a verme, implicaba que quería volver a hacerlo? Porque entonces, yo era el mayor delincuente suelto por los muelles de Londres. No obstante, sería de los que pedirían que me encerrasen en aquel justo momento.
Sus palabras elevaron mi ceja, con un toque incrédulo. ¿Que no era proporcional? Qué equivocada estaba. Me sentía capaz de soportar la más larga de las torturas a cambio de aquella noche con ella-. Déjeme a mí decidir si es proporcional o no, milady. -murmuré mientras mis azules se deleitaban y regodeaban en cada línea de su rostro. Una tranquilidad me invadió cuando halagó la forma de pensar o actuar de mi madre sin siquiera conocerla. Mas, conforme habló, tuve una duda que no pude evitar mencionar-. Y usted, ¿tiene ese valor? -en cuanto la pronuncié se me antojó ridícula. Algo gritando a voces me hacía tener la fuerte creencia de que, bajo esa capa de fragilidad, aquella mujer tenía una fuerza interna, y de voluntad, que no tenía definición de lo firme que era.
El hecho de hacerme saber que estaba cómoda perteneciendo a su propia clase después de exponerla mi línea de pensamiento, me hizo sonreír, apartando la mirada de ella por un momento. Fue un detalle que se dejase convencer, que me creyese, que mis palabras no le resultasen vacías por la descalificación que ya mi clase ofrecía de por sí. Y, sin embargo, esa impresión de que hubiera necesitado esas palabras de aliento desde antes, neutralizó mi gesto. ¿Tan incómoda estaba en aquel mundo? Me moría por preguntárselo y, de ser así, poner rápida solución, pidiéndola que se escapase conmigo. Pero, ¿qué podía ofrecerle que a ella le pudiera convencer? Tenía miedo a dar ese paso y, sin embargo, cuando regresé a ese rostro angelical en medio de aquella espesa oscuridad... tenía muy claro que si por mí fuera, sería lo único que querría ver a mi lado desde entonces. Negué como mera respuesta-. No lo tengo por costumbre, la verdad. -añadí, pensando más en esas decisiones que pudiera tomar y sus consecuencias.
- Sería excesivamente cruel, sí... -asentí despacio, dándole la razón, contagiándome con esa sonrisa suya que acabó llamando a la mía. Como si no fueran nada la una sin la otra-. Por favor... -rogué con suavidad para que siguiera mostrándomela, sin perder el gesto. De poder, le suplicaría que iluminase todas mis noches de aquí en adelante.
Agradecí su invitación con una amplia sonrisa. Así como aquel ligero apretón en mi antebrazo, dejando un hormigueo que creció hasta mi hombro. El mero hecho de salir de Londres me parecía inverosímil. Más por falta de medios. Y mucho menos llegar tan lejos como las tierras escocesas, de las que tanto había oído hablar-. No le quepa duda, milady, que, de poder ir, lo haría gustoso. -más por verla a ella que por conocer esos supuestos antepasados míos. Fuera mi pasado o no, frente a ella, todo perdía mi interés-. Aunque, con todo lo que ha pasado, ¿no me traería problemas decir quién soy? Mis antiguos familiares bien pudieron irse por un motivo de peso. -algo había oído de guerras entre los señores de Escocia. Pero poco más. La verdad es que cojeaba bastante en ese tema, también.
Servirme. ¿Cómo podría dejar que hiciera algo así cuando era yo el que quería poner el mundo a sus pies? Cómo conseguía estremecerme aquel acento, aquella voz, aquel... ronroneo al hablar. El mejor canto de sirena que un marinero pudiera escuchar-. No podría consentir algo así, Lady Sybil. -contesté con suavidad, entrecerrando mi mirada, con gesto afable, declinando esa petición con voz más grave de lo normal, claramente afectada por la suya.
Oportunidad perdida, arrepentimiento de por vida, solían decir. Pero de lo único que podía arrepentirme yo era, precisamente, de no haber tenido esa ocasión de probar esos labios, de beber de su boca, antes de dejarla marchar a su mundo entre nubes. No hubo posibilidad, pues aquel hombre brusco pecaba de presuntuoso, con la clara intención de quedar bien delante de ella, sin saber de la misa la mitad.
En medio de toda esa tensión alcancé a escuchar la voz de Sybil, ahora estratégicamente entre mi capataz y yo. Y esa solemnidad para defenderme me asombró. Sí pensaba que era una mujer de carácter pero me parecía la única que habría movido un dedo por un simple trabajador como yo. Ese derroche de seguridad que demostraba se me contagió, mas no interrumpí, dejándome proteger. Una sensación cálida y agradable se alojó en mi pecho y rápidamente supe que no me cansaría de ella en absoluto. Delineé su figura, ahora de espaldas a mí, con la mirada, con un brillo de necesidad acuciado mis azules. Porque, sencillamente, quería a esa mujer en mi vida. Detenerse en el cómo era complicado y con demasiados obstáculos y limitaciones por ambas partes como para pedirle tal sacrificio. Pero el porqué lo tenía demasiado claro, aunque sonase a historia de loco.
Pero la sorpresa no terminó ahí. No. A la replica del capataz, la rubia se acabó presentando, para amedrentarlo, supongo. Pero también causó el mismo efecto en mi persona. ¿Baronesa? Fruncí el ceño, de incredulidad. Lamentablemente, aquel título la alejaba aún más de mí. Tragué saliva por ello, abatido, mientras veía la sumisión de mi superior antes de marcharse. Suspiré lentamente, fijando mis azules en su espalda mientras se alejaba, hasta que aquel melodioso acento escocés volvió a llamarme. Mis iris cristalinos se deslizaron hasta ella. Y aquel gesto suplicante me derritió-. No hay nada que perdonar. -musité en el mismo tono, antes de agachar mi mirada al suelo mientras la escuchaba cuando volvió a hablar. Me partía el alma aquella desesperación suya por mi bienestar-. Mantengo cada palabra que dije en su presencia... baronesa. -instintivamente, me nació tranquilizarla, reprimiendo el impulso de rodear a aquella mujer con mis brazos y no soltarla nunca más. Me dirigí a ella por su título, en mi intento por hacerla ver que no había decepción, tan sólo asombro-. Por favor, no se preocupe por mi empleo. Esto es nuestro pan de cada día. Los capataces viven de amenazas... No obstante, si la cumple, milady, no es algo que me inquiete. Quizás sea momento de cambiar de trabajo. -murmuré alzando ligeramente el hombro, con aire resignado, dibujando una sonrisa suave, apoyando mis palabras. No estaba preocupado por algo así. Había estado trabajando desde que tenía uso de razón en aquel lugar. ¿Qué mal podía haber en buscar empleo en otro sitio? Fruncí el ceño, así como mis labios, cuando mencionó la intención de ayudarme con todo lo que estuviera en su mano. Emití un murmullo mientras cavilaba, antes de decir nada:- Pero... ya que insiste en ayudarme, sólo se me ocurre pedirle una cosa...
Fue entonces cuando elevé mis azules, junto con mis cejas, buscando aquellos ojos color avellana, oscurecidos por el manto de la noche, pero igual de intensos y cautivadores-. No deje de sonreír justo ahora, Lady Sybil. -marqué un poco más la comisura de mis labios entonces, para que le fuera más fácil olvidarse de todo aquello. Porque, por encima de aquel incidente que me hacía consciente de que definitivamente aquella mujer era inalcanzable, aún podía disfrutar de ella un poco más. Tan solo un poco más, pues estábamos sorprendentemente cerca de la celebración.
Terminé por volver a cubrir la distancia impuesta entre ambos, cuidando que no lo hiciera en exceso, por mucho que deseara fundir nuestros cuerpos. Volví a tenderle el brazo, ladeando la sonrisa, sin apartar la mirada de la suya-. Venga conmigo... -a cualquier otro lugar. Vayámonos de aquí. Estuve tentadísimo de pronunciar aquellas palabras, esperando que ella me dijera que sí. Todo lo demás dejaría de importarme en ese momento. No obstante, callé, consciente de que aquello traería más problemas que soluciones, más a ella que a mí-. Tiene una fiesta a la que llegar. Y, de seguro, ya la están esperando. -dulcifiqué la sonrisa, dándole un toque apesadumbrado sin remedio, sabiendo que mi tiempo con ella se acercaba irremediablemente a su fin.
Sus palabras elevaron mi ceja, con un toque incrédulo. ¿Que no era proporcional? Qué equivocada estaba. Me sentía capaz de soportar la más larga de las torturas a cambio de aquella noche con ella-. Déjeme a mí decidir si es proporcional o no, milady. -murmuré mientras mis azules se deleitaban y regodeaban en cada línea de su rostro. Una tranquilidad me invadió cuando halagó la forma de pensar o actuar de mi madre sin siquiera conocerla. Mas, conforme habló, tuve una duda que no pude evitar mencionar-. Y usted, ¿tiene ese valor? -en cuanto la pronuncié se me antojó ridícula. Algo gritando a voces me hacía tener la fuerte creencia de que, bajo esa capa de fragilidad, aquella mujer tenía una fuerza interna, y de voluntad, que no tenía definición de lo firme que era.
El hecho de hacerme saber que estaba cómoda perteneciendo a su propia clase después de exponerla mi línea de pensamiento, me hizo sonreír, apartando la mirada de ella por un momento. Fue un detalle que se dejase convencer, que me creyese, que mis palabras no le resultasen vacías por la descalificación que ya mi clase ofrecía de por sí. Y, sin embargo, esa impresión de que hubiera necesitado esas palabras de aliento desde antes, neutralizó mi gesto. ¿Tan incómoda estaba en aquel mundo? Me moría por preguntárselo y, de ser así, poner rápida solución, pidiéndola que se escapase conmigo. Pero, ¿qué podía ofrecerle que a ella le pudiera convencer? Tenía miedo a dar ese paso y, sin embargo, cuando regresé a ese rostro angelical en medio de aquella espesa oscuridad... tenía muy claro que si por mí fuera, sería lo único que querría ver a mi lado desde entonces. Negué como mera respuesta-. No lo tengo por costumbre, la verdad. -añadí, pensando más en esas decisiones que pudiera tomar y sus consecuencias.
- Sería excesivamente cruel, sí... -asentí despacio, dándole la razón, contagiándome con esa sonrisa suya que acabó llamando a la mía. Como si no fueran nada la una sin la otra-. Por favor... -rogué con suavidad para que siguiera mostrándomela, sin perder el gesto. De poder, le suplicaría que iluminase todas mis noches de aquí en adelante.
Agradecí su invitación con una amplia sonrisa. Así como aquel ligero apretón en mi antebrazo, dejando un hormigueo que creció hasta mi hombro. El mero hecho de salir de Londres me parecía inverosímil. Más por falta de medios. Y mucho menos llegar tan lejos como las tierras escocesas, de las que tanto había oído hablar-. No le quepa duda, milady, que, de poder ir, lo haría gustoso. -más por verla a ella que por conocer esos supuestos antepasados míos. Fuera mi pasado o no, frente a ella, todo perdía mi interés-. Aunque, con todo lo que ha pasado, ¿no me traería problemas decir quién soy? Mis antiguos familiares bien pudieron irse por un motivo de peso. -algo había oído de guerras entre los señores de Escocia. Pero poco más. La verdad es que cojeaba bastante en ese tema, también.
Servirme. ¿Cómo podría dejar que hiciera algo así cuando era yo el que quería poner el mundo a sus pies? Cómo conseguía estremecerme aquel acento, aquella voz, aquel... ronroneo al hablar. El mejor canto de sirena que un marinero pudiera escuchar-. No podría consentir algo así, Lady Sybil. -contesté con suavidad, entrecerrando mi mirada, con gesto afable, declinando esa petición con voz más grave de lo normal, claramente afectada por la suya.
Oportunidad perdida, arrepentimiento de por vida, solían decir. Pero de lo único que podía arrepentirme yo era, precisamente, de no haber tenido esa ocasión de probar esos labios, de beber de su boca, antes de dejarla marchar a su mundo entre nubes. No hubo posibilidad, pues aquel hombre brusco pecaba de presuntuoso, con la clara intención de quedar bien delante de ella, sin saber de la misa la mitad.
En medio de toda esa tensión alcancé a escuchar la voz de Sybil, ahora estratégicamente entre mi capataz y yo. Y esa solemnidad para defenderme me asombró. Sí pensaba que era una mujer de carácter pero me parecía la única que habría movido un dedo por un simple trabajador como yo. Ese derroche de seguridad que demostraba se me contagió, mas no interrumpí, dejándome proteger. Una sensación cálida y agradable se alojó en mi pecho y rápidamente supe que no me cansaría de ella en absoluto. Delineé su figura, ahora de espaldas a mí, con la mirada, con un brillo de necesidad acuciado mis azules. Porque, sencillamente, quería a esa mujer en mi vida. Detenerse en el cómo era complicado y con demasiados obstáculos y limitaciones por ambas partes como para pedirle tal sacrificio. Pero el porqué lo tenía demasiado claro, aunque sonase a historia de loco.
Pero la sorpresa no terminó ahí. No. A la replica del capataz, la rubia se acabó presentando, para amedrentarlo, supongo. Pero también causó el mismo efecto en mi persona. ¿Baronesa? Fruncí el ceño, de incredulidad. Lamentablemente, aquel título la alejaba aún más de mí. Tragué saliva por ello, abatido, mientras veía la sumisión de mi superior antes de marcharse. Suspiré lentamente, fijando mis azules en su espalda mientras se alejaba, hasta que aquel melodioso acento escocés volvió a llamarme. Mis iris cristalinos se deslizaron hasta ella. Y aquel gesto suplicante me derritió-. No hay nada que perdonar. -musité en el mismo tono, antes de agachar mi mirada al suelo mientras la escuchaba cuando volvió a hablar. Me partía el alma aquella desesperación suya por mi bienestar-. Mantengo cada palabra que dije en su presencia... baronesa. -instintivamente, me nació tranquilizarla, reprimiendo el impulso de rodear a aquella mujer con mis brazos y no soltarla nunca más. Me dirigí a ella por su título, en mi intento por hacerla ver que no había decepción, tan sólo asombro-. Por favor, no se preocupe por mi empleo. Esto es nuestro pan de cada día. Los capataces viven de amenazas... No obstante, si la cumple, milady, no es algo que me inquiete. Quizás sea momento de cambiar de trabajo. -murmuré alzando ligeramente el hombro, con aire resignado, dibujando una sonrisa suave, apoyando mis palabras. No estaba preocupado por algo así. Había estado trabajando desde que tenía uso de razón en aquel lugar. ¿Qué mal podía haber en buscar empleo en otro sitio? Fruncí el ceño, así como mis labios, cuando mencionó la intención de ayudarme con todo lo que estuviera en su mano. Emití un murmullo mientras cavilaba, antes de decir nada:- Pero... ya que insiste en ayudarme, sólo se me ocurre pedirle una cosa...
Fue entonces cuando elevé mis azules, junto con mis cejas, buscando aquellos ojos color avellana, oscurecidos por el manto de la noche, pero igual de intensos y cautivadores-. No deje de sonreír justo ahora, Lady Sybil. -marqué un poco más la comisura de mis labios entonces, para que le fuera más fácil olvidarse de todo aquello. Porque, por encima de aquel incidente que me hacía consciente de que definitivamente aquella mujer era inalcanzable, aún podía disfrutar de ella un poco más. Tan solo un poco más, pues estábamos sorprendentemente cerca de la celebración.
Terminé por volver a cubrir la distancia impuesta entre ambos, cuidando que no lo hiciera en exceso, por mucho que deseara fundir nuestros cuerpos. Volví a tenderle el brazo, ladeando la sonrisa, sin apartar la mirada de la suya-. Venga conmigo... -a cualquier otro lugar. Vayámonos de aquí. Estuve tentadísimo de pronunciar aquellas palabras, esperando que ella me dijera que sí. Todo lo demás dejaría de importarme en ese momento. No obstante, callé, consciente de que aquello traería más problemas que soluciones, más a ella que a mí-. Tiene una fiesta a la que llegar. Y, de seguro, ya la están esperando. -dulcifiqué la sonrisa, dándole un toque apesadumbrado sin remedio, sabiendo que mi tiempo con ella se acercaba irremediablemente a su fin.
Liam Hawthorne- Humano Clase Media
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 21/07/2015
Re: When it is dark enough, I can see you -FB En los muelles de Londres (Liam)
Su murmullo no le fue indiferente. ¿Tanta valía tenía su compañía? ¿Aún siendo tan efímera como un rayo en la noche? ¿Tanto podían lograr sus palabras? ¿O únicamente era su efecto en él? Mentiría si dijese que quería tenerlo en más personas. Mentiría si dijese que no quería darle esa exclusividad.
-Lo tengo –contestó con resolución, respecto al valor. Levantó el mentón al decirlo, con seguridad. No quería que él la viese frágil e incapaz de lidiar con lo que le pusiese por delante.
Le reconfortó saber que no se asustaba fácilmente. ¿Sería una locura si le dijese que se regresase a Escocia con ella? O a Irlanda, donde nadie los conociese. Nadie que les pusiese trabas, que le impidiese despertar cada mañana a su lado. Por un momento, se sintió culpable por su padre. Por valorar la sola posibilidad de dejarlo todo para irse con aquel encantador hombre que acababa de conocer.
Sin embargo, olvidó aquella inquietante sensación cuando él imitó su sonrisa. ¿Por qué tenía esa capacidad de calmarla? ¿De olvidar cada miedo, la oscuridad, las dudas, las preocupaciones? No pudo más que ampliar su sonrisa ante aquella suave petición. Como si fuese su farolillo personal, iluminándole el camino por el resto de sus noches.
Sonrió, dejando escapar un suspiro, cuando él agradeció la invitación. Estuvo a punto de decirle que le mencionase todo cuanto le hiciese falta para emprender tal viaje. Que ella se lo dispondría. Pero, por mucha ilusión que tuviese, debía medirse. Cuando ella ya estaba utilizando todo su esfuerzo para no ser demasiado obvia, él habló. Mostró interés por lo que ella sabía, como ningún otro hombre, excepto su padre, había tenido por lo que ella pudiera decir. Sintió que su pulso se aceleraba un poco. Su piel, en silencio, gritaba que la sacase de allí.
-No, milord. Bien es cierto que su clan principal fue perseguido para ser masacrado por tener demasiado poder. Fue entonces cuando se dividió para que varios de sus miembros se salvasen. No obstante, hace un poco más de un siglo que se han establecido de nuevo en las tierras altas y recuperado parte de su poder. Ahora nadie persigue a su familia, puede decir con toda tranquilidad quién es. Nunca lo pondría en peligro a conciencia, señor Hawthorne, aunque mi vida dependiese de ello –susurró, moviendo inconscientemente y con suavidad el pulgar sobre el antebrazo.
La voz masculina se volvió más grave y sintió un estremecimiento a lo largo de su cuerpo. Su pecho subió y bajó. Quizá en necesidad de aire. Quizá porque su corazón palpitaba con más fuerza de la habitual. Movió un poco la cabeza con una suave sonrisa. Encantador y adorable terco. Después, frunció un poco el entrecejo, encogiendo en el gesto la nariz. Su mirada se volvió más intensa, posándose sobre su rostro, antes de bajar a los labios masculinos. La llamaban poderosamente a recorrerlos con los propios. Algo que sabía que no era correcto, pero que deseaba hacer.
Cuando finalmente el capataz se fue y él volvió a hablar, no supo si sentirse tranquila o inquieta a partes iguales. Estuvo a punto de esbozar una sonrisa cuando él mantuvo su palabra… pero no llegó a formarse del todo al escuchar su título. Fue entonces cuando una de sus manos se adelantó para posarse sobre una masculina, deslizando el pulgar por el dorso.
-Sólo es un título que heredé de mi madre –susurró, como si quisiera reconfortarlo de alguna manera. Era consciente de que, si su hermano hubiera sobrevivido, ella no ostentaría la nobleza hasta que la casasen con un hombre que tuviese un título. Y que aquello no hacía a la persona, aún cuando había madurado al mismo tiempo que al obtener el mismo-. Es una ventaja para tratar a gente que se propasa como su superior. Pero espero que no sea un inconveniente con usted –agregó, temiendo que aquello lo distanciase de ella-. Me preocupo. Nadie debería de ser despedido de forma tan injusta ni soportar los abusos en su trabajo. Yo lucharía por sus derechos. Pero no voy a obligarlo a emprender una batalla si prefiere buscar otro trabajo. Estoy segura de que reúne buenas cualidades para desempeñar cualquier tarea que se le ponga por delante. Sólo permítame preocuparme por usted –murmuró, ascendiendo la mano desde sus dedos hasta el hombro, presionando suavemente en un intento de infundirle ánimos, aún cuando podía tomarse como un acto descarado.
Alzó ambas cejas doradas, esperando a que terminase la frase sobre la petición. Se encontró con una adorable expresión. Supo enseguida que nunca podría negarle nada ante aquella mirada de cachorro. Se vio atrapada por los zafiros que él poseía por irises y se olvidó de respirar… habiendo perdido la cuenta de cuántas veces le había pasado durante aquella noche, en su presencia. Una sonrisa embobada y cohibida cuando él continuó. ¿Cómo negarle aquel pedido? Sobre todo cuando la miraba así, cuando pronunciaba tan dulcemente su nombre.
-Seguiré sonriendo para usted, Liam –susurró en marcado acento escocés. Sólo para él.
Sus cuerpos volvieron a estar cercanos, pero, desgraciadamente, no tanto como cuando la ayudó a bajar el desnivel. Y, aún así, podía notar su aroma. Haciéndola desear estar entre sus brazos, reposar su cabeza en su pecho, quedándose a vivir en ellos. Entrelazó su brazo de nuevo con el ajeno, apoyando las yemas de sus dedos sobre el antebrazo. Mirándolo a los ojos, compartiendo una sonrisa que parecía querer decir más que las palabras.
Estuvo tentada a decirle que iría con él a cualquier lugar, a cualquier destino sin importar dónde. Siempre mientras él estuviese a su lado. Casi podía sentir los fuertes latidos de su corazón… que se estrangularon con el agregado. Su sonrisa se tornó con un deje de melancolía y resignación. Sus palabras la vapulearon hacia la cruda y fría realidad. Quiso decirle que no quería ir a aquella fiesta, porque, simplemente, él no estaría allí. Quiso decirle que se pasaría el resto de la noche mirando a cada rato hacia el lugar por el cual habían ido a ella. Esperando, en vano, verlo allí, para ella.
Comenzó a andar a su lado, con aquella pesadumbre presionando sobre su pecho a medida que se acercaban al lugar de la fiesta. Y, sin embargo, le regaló más de una sonrisa el resto del trayecto… hasta que quedaron a unos metros de la celebración, aún en las sombras. Se detuvo y se aferró un poco más a su brazo. Se giró hacia él, con carita de no querer. Pero tragó saliva con suavidad, pensando en muchas cosas a la vez.
-Gracias por todo… Liam… -empezó a decir-. Quizá no mañana, para no levantar sospechas, pero volveré a los muelles para interesarme por su situación –agregó, antes de posar el dedo índice de la mano libre sobre los labios masculinos. Aquellos que tanto la tentaban a besar. Los propios esbozaron una sonrisa tierna-. Sin protestas, milord. Permítame preocuparme. Es lo menos que puedo hacer –susurró, antes de bajar la mano de su boca-. Que su camino salga a mi encuentro. Que el viento siempre esté a su espalda y la lluvia caiga suave sobre sus campos. Y hasta que nos volvamos a encontrar, que Danna lo guarde en la palma de su mano –murmuró la oración irlandesa, modificándola un poco, con la esperanza de que no fuese una despedida para siempre. Se inclinó hacia él, levantando la cabeza para posar sus labios sobre la mandíbula inferior del varón, antes de separarse y regalarle una bella sonrisa-. Buenas noches, Liam –murmuró, antes de soltarlo y avanzar hacia la fiesta. Cuando la luz la iluminó, se giró para mirar hacia las sombras, donde lo había dejado. Sus ojos se volvieron acuosos y tuvo que hacer un gran esfuerzo por serenarse y dedicarle una suave sonrisa, sin poder evitar la tristeza en sus labios.
-Lo tengo –contestó con resolución, respecto al valor. Levantó el mentón al decirlo, con seguridad. No quería que él la viese frágil e incapaz de lidiar con lo que le pusiese por delante.
Le reconfortó saber que no se asustaba fácilmente. ¿Sería una locura si le dijese que se regresase a Escocia con ella? O a Irlanda, donde nadie los conociese. Nadie que les pusiese trabas, que le impidiese despertar cada mañana a su lado. Por un momento, se sintió culpable por su padre. Por valorar la sola posibilidad de dejarlo todo para irse con aquel encantador hombre que acababa de conocer.
Sin embargo, olvidó aquella inquietante sensación cuando él imitó su sonrisa. ¿Por qué tenía esa capacidad de calmarla? ¿De olvidar cada miedo, la oscuridad, las dudas, las preocupaciones? No pudo más que ampliar su sonrisa ante aquella suave petición. Como si fuese su farolillo personal, iluminándole el camino por el resto de sus noches.
Sonrió, dejando escapar un suspiro, cuando él agradeció la invitación. Estuvo a punto de decirle que le mencionase todo cuanto le hiciese falta para emprender tal viaje. Que ella se lo dispondría. Pero, por mucha ilusión que tuviese, debía medirse. Cuando ella ya estaba utilizando todo su esfuerzo para no ser demasiado obvia, él habló. Mostró interés por lo que ella sabía, como ningún otro hombre, excepto su padre, había tenido por lo que ella pudiera decir. Sintió que su pulso se aceleraba un poco. Su piel, en silencio, gritaba que la sacase de allí.
-No, milord. Bien es cierto que su clan principal fue perseguido para ser masacrado por tener demasiado poder. Fue entonces cuando se dividió para que varios de sus miembros se salvasen. No obstante, hace un poco más de un siglo que se han establecido de nuevo en las tierras altas y recuperado parte de su poder. Ahora nadie persigue a su familia, puede decir con toda tranquilidad quién es. Nunca lo pondría en peligro a conciencia, señor Hawthorne, aunque mi vida dependiese de ello –susurró, moviendo inconscientemente y con suavidad el pulgar sobre el antebrazo.
La voz masculina se volvió más grave y sintió un estremecimiento a lo largo de su cuerpo. Su pecho subió y bajó. Quizá en necesidad de aire. Quizá porque su corazón palpitaba con más fuerza de la habitual. Movió un poco la cabeza con una suave sonrisa. Encantador y adorable terco. Después, frunció un poco el entrecejo, encogiendo en el gesto la nariz. Su mirada se volvió más intensa, posándose sobre su rostro, antes de bajar a los labios masculinos. La llamaban poderosamente a recorrerlos con los propios. Algo que sabía que no era correcto, pero que deseaba hacer.
Cuando finalmente el capataz se fue y él volvió a hablar, no supo si sentirse tranquila o inquieta a partes iguales. Estuvo a punto de esbozar una sonrisa cuando él mantuvo su palabra… pero no llegó a formarse del todo al escuchar su título. Fue entonces cuando una de sus manos se adelantó para posarse sobre una masculina, deslizando el pulgar por el dorso.
-Sólo es un título que heredé de mi madre –susurró, como si quisiera reconfortarlo de alguna manera. Era consciente de que, si su hermano hubiera sobrevivido, ella no ostentaría la nobleza hasta que la casasen con un hombre que tuviese un título. Y que aquello no hacía a la persona, aún cuando había madurado al mismo tiempo que al obtener el mismo-. Es una ventaja para tratar a gente que se propasa como su superior. Pero espero que no sea un inconveniente con usted –agregó, temiendo que aquello lo distanciase de ella-. Me preocupo. Nadie debería de ser despedido de forma tan injusta ni soportar los abusos en su trabajo. Yo lucharía por sus derechos. Pero no voy a obligarlo a emprender una batalla si prefiere buscar otro trabajo. Estoy segura de que reúne buenas cualidades para desempeñar cualquier tarea que se le ponga por delante. Sólo permítame preocuparme por usted –murmuró, ascendiendo la mano desde sus dedos hasta el hombro, presionando suavemente en un intento de infundirle ánimos, aún cuando podía tomarse como un acto descarado.
Alzó ambas cejas doradas, esperando a que terminase la frase sobre la petición. Se encontró con una adorable expresión. Supo enseguida que nunca podría negarle nada ante aquella mirada de cachorro. Se vio atrapada por los zafiros que él poseía por irises y se olvidó de respirar… habiendo perdido la cuenta de cuántas veces le había pasado durante aquella noche, en su presencia. Una sonrisa embobada y cohibida cuando él continuó. ¿Cómo negarle aquel pedido? Sobre todo cuando la miraba así, cuando pronunciaba tan dulcemente su nombre.
-Seguiré sonriendo para usted, Liam –susurró en marcado acento escocés. Sólo para él.
Sus cuerpos volvieron a estar cercanos, pero, desgraciadamente, no tanto como cuando la ayudó a bajar el desnivel. Y, aún así, podía notar su aroma. Haciéndola desear estar entre sus brazos, reposar su cabeza en su pecho, quedándose a vivir en ellos. Entrelazó su brazo de nuevo con el ajeno, apoyando las yemas de sus dedos sobre el antebrazo. Mirándolo a los ojos, compartiendo una sonrisa que parecía querer decir más que las palabras.
Estuvo tentada a decirle que iría con él a cualquier lugar, a cualquier destino sin importar dónde. Siempre mientras él estuviese a su lado. Casi podía sentir los fuertes latidos de su corazón… que se estrangularon con el agregado. Su sonrisa se tornó con un deje de melancolía y resignación. Sus palabras la vapulearon hacia la cruda y fría realidad. Quiso decirle que no quería ir a aquella fiesta, porque, simplemente, él no estaría allí. Quiso decirle que se pasaría el resto de la noche mirando a cada rato hacia el lugar por el cual habían ido a ella. Esperando, en vano, verlo allí, para ella.
Comenzó a andar a su lado, con aquella pesadumbre presionando sobre su pecho a medida que se acercaban al lugar de la fiesta. Y, sin embargo, le regaló más de una sonrisa el resto del trayecto… hasta que quedaron a unos metros de la celebración, aún en las sombras. Se detuvo y se aferró un poco más a su brazo. Se giró hacia él, con carita de no querer. Pero tragó saliva con suavidad, pensando en muchas cosas a la vez.
-Gracias por todo… Liam… -empezó a decir-. Quizá no mañana, para no levantar sospechas, pero volveré a los muelles para interesarme por su situación –agregó, antes de posar el dedo índice de la mano libre sobre los labios masculinos. Aquellos que tanto la tentaban a besar. Los propios esbozaron una sonrisa tierna-. Sin protestas, milord. Permítame preocuparme. Es lo menos que puedo hacer –susurró, antes de bajar la mano de su boca-. Que su camino salga a mi encuentro. Que el viento siempre esté a su espalda y la lluvia caiga suave sobre sus campos. Y hasta que nos volvamos a encontrar, que Danna lo guarde en la palma de su mano –murmuró la oración irlandesa, modificándola un poco, con la esperanza de que no fuese una despedida para siempre. Se inclinó hacia él, levantando la cabeza para posar sus labios sobre la mandíbula inferior del varón, antes de separarse y regalarle una bella sonrisa-. Buenas noches, Liam –murmuró, antes de soltarlo y avanzar hacia la fiesta. Cuando la luz la iluminó, se giró para mirar hacia las sombras, donde lo había dejado. Sus ojos se volvieron acuosos y tuvo que hacer un gran esfuerzo por serenarse y dedicarle una suave sonrisa, sin poder evitar la tristeza en sus labios.
Sybil Findair- Realeza Escocesa
- Mensajes : 45
Fecha de inscripción : 21/07/2015
Re: When it is dark enough, I can see you -FB En los muelles de Londres (Liam)
Otro brillo de satisfacción centelleó en mis azules cuando la rubia levantó la barbilla con orgullo, tildándose indirectamente como la mujer fuerte que yo ya sabía que era. No obstante, sus cavilaciones iban cambiando sus gestos, y aunque no me hiciera participe de ellas, ni siquiera las mencionase, sabía que tenían que ver con esa cercanía, por llamarlo de algún modo, conmigo. Pues, pese a una aparente justificación de peso que tuviera para estar en mi compañía, dudaba mucho que fuera suficiente para aquellos que la vieran aparecer del brazo de un enhollinado trabajador de los muelles.
De buena gana, aceptaría su invitación sin miramientos, llegaba a casa, hacía un pequeño petate y me iba con ella a donde fuera. A donde ella quisiera. Me daba igual si estaba a diez minutos de Londres o a una vida entera de distancia. Lamentablemente, era esa vida la que me separaba de ella, precisamente, pues tan solo podía soñar en formar parte de la suya como nunca podría hacerlo.
Escuché atento la historia de los McDonald. Una familia interesante y luchadora al parecer. Pero no más interesante que aquella caricia nimia que ella dejaba sobre mi antebrazo con el pulgar-. Entonces, quizás sea el momento de reclamar lo que es mío. -dije con un gesto serio que acabó siendo divertido. Era obvio que estaba bromeando. ¿Yo? ¿Un londinense de a pie con título nobiliario escocés? Inaudito. Me giré a mirarla, cuando dijo que no me pondría en peligro-. Podría decir lo mismo, milady. Ya sea aquí o en su tierra. -murmuré, con total honestidad. Había algo que me impulsaba a ello. A defenderla, a ampararla... a quererla irremediablemente.
Ya después de aquel momento al salvar el desnivel, interrumpido y roto por el ímpetu de aquel hombre a quien Sybil había terminado callando, quiso excusarse conmigo. Ese nimio paseo de su dedo, me estremeció-. ¿Inconveniente? -medio sonreí, con un deje tierno-. No tendría por qué serlo. Permítame el atrevimiento, pero está claro que ni aunque lo intentase, podría ser como las demás mujeres de su clase, tan frías y distantes con cualquiera de nosotros. -una cosa era el trato, y otra muy distinta el título. Y dado el nivel de aquel rango, yo veía poco que pudiera hacer para poder tener algo más que meras palabras, intensas miradas y furtivos roces con ella. Quise insistir en que no se preocupara-. Es... adorable su preocupación por mi bienestar. Pero por favor, no se inquiete. Estaré bien. -le aseguré, a pesar de no saber qué sería de mí el día de mañana. Algo en lo que no quería pensar justo en ese momento.
Correspondí ese gesto tan encandilador suyo, complacido porque aceptase esa petición de que no dejara de sonreír. Fascinado por su acento. Deslumbrado por su mirada, paralizando cada fibra de mi ser, más allá de aquellos pasos que dábamos para llegar a ese maldito lugar que nos acabaría separando.
Me apresuré a elevar mi mano, cogiendo sus dedos cuando apartaba la suya de mis labios. Repasé el dorso de éstos con mi pulgar, bajando mis azules hasta ellos. Con un movimiento cohibido en principio de mi mano, volví a acercarlos, para poder posar mis labios sobre ellos. Cerré los ojos en el proceso, como si pudiera darle más intensidad a aquel gesto. Pero sólo fue por un segundo, sin querer cruzar el límite que ya marcaba el descaro. Abrí mis párpados para perderme en aquellos ojos que no dejaban de buscar los míos. Éstos brillaron con aquella despedida irlandesa que ya había oído en alguna ocasión, aunque la suya era algo diferente. Como todo en ella, en realidad. Y a cada comparación más que hacía, juraba que mi corazón latía con más fuerza-. Gracias a usted... -le devolví, mientras bajaba suavemente nuestras manos-. Por preocuparse tanto, por complacerme con su sonrisa... y por dejarse proteger. Mi trabajo de ángel de la guarda no habría sido tan agradable esta noche. -acabé sonriendo, arqueando las cejas. Pero, ese gesto se fue neutralizando conforme la vi acercar su rostro al mío. Sentí un latido más intenso en aquel momento, justo antes de que ella posase sus labios en mi piel. Una sensación húmeda, efímera y cálida que me hizo cerrar los ojos y ladear levemente la cabeza hacia ella, con la intención de alargar ese contacto.
Tragué saliva cuando se separó, abriendo mis ojos para perderme en aquella sonrisa suya una última vez-. Disfrute de la fiesta, Lady Sybil. -murmuré antes de dejarla marchar. Algo que me dolió, aún más según ella volvía a marcar distancia entre ambos. Me quedé quieto, de pie, metiendo las manos en mis bolsillos, mientras intentaba regodearme en esa figura que se alejaba, siendo cada vez más iluminada. Al volverse, a la luz de la celebración, se veía aun más guapa de lo que ya el farolillo había desvelado. Y mi corazón se congeló, deslumbrado, dejándome sin respiración por unos instantes. Definitivamente, me había quedado demasiado corto al pensar en lo hermosa que era. Pero la vi titubear y, aquel guiño que acabé dedicándole mientras correspondía su suave sonrisa, me salió solo. ¿Para infundirle ánimos? ¿Para provocar más aquella curva en sus labios? No pude saberlo.
Era tan improbable volver a ver aquella radiante mujer, pese a su aviso de que volvería a los muelles. Preferí no pensar en ello antes de agachar la mirada, darme la vuelta, volver sobre mis pasos e ir a la taberna donde los muchachos supuestamente me estaban esperando.
De buena gana, aceptaría su invitación sin miramientos, llegaba a casa, hacía un pequeño petate y me iba con ella a donde fuera. A donde ella quisiera. Me daba igual si estaba a diez minutos de Londres o a una vida entera de distancia. Lamentablemente, era esa vida la que me separaba de ella, precisamente, pues tan solo podía soñar en formar parte de la suya como nunca podría hacerlo.
Escuché atento la historia de los McDonald. Una familia interesante y luchadora al parecer. Pero no más interesante que aquella caricia nimia que ella dejaba sobre mi antebrazo con el pulgar-. Entonces, quizás sea el momento de reclamar lo que es mío. -dije con un gesto serio que acabó siendo divertido. Era obvio que estaba bromeando. ¿Yo? ¿Un londinense de a pie con título nobiliario escocés? Inaudito. Me giré a mirarla, cuando dijo que no me pondría en peligro-. Podría decir lo mismo, milady. Ya sea aquí o en su tierra. -murmuré, con total honestidad. Había algo que me impulsaba a ello. A defenderla, a ampararla... a quererla irremediablemente.
Ya después de aquel momento al salvar el desnivel, interrumpido y roto por el ímpetu de aquel hombre a quien Sybil había terminado callando, quiso excusarse conmigo. Ese nimio paseo de su dedo, me estremeció-. ¿Inconveniente? -medio sonreí, con un deje tierno-. No tendría por qué serlo. Permítame el atrevimiento, pero está claro que ni aunque lo intentase, podría ser como las demás mujeres de su clase, tan frías y distantes con cualquiera de nosotros. -una cosa era el trato, y otra muy distinta el título. Y dado el nivel de aquel rango, yo veía poco que pudiera hacer para poder tener algo más que meras palabras, intensas miradas y furtivos roces con ella. Quise insistir en que no se preocupara-. Es... adorable su preocupación por mi bienestar. Pero por favor, no se inquiete. Estaré bien. -le aseguré, a pesar de no saber qué sería de mí el día de mañana. Algo en lo que no quería pensar justo en ese momento.
Correspondí ese gesto tan encandilador suyo, complacido porque aceptase esa petición de que no dejara de sonreír. Fascinado por su acento. Deslumbrado por su mirada, paralizando cada fibra de mi ser, más allá de aquellos pasos que dábamos para llegar a ese maldito lugar que nos acabaría separando.
Me apresuré a elevar mi mano, cogiendo sus dedos cuando apartaba la suya de mis labios. Repasé el dorso de éstos con mi pulgar, bajando mis azules hasta ellos. Con un movimiento cohibido en principio de mi mano, volví a acercarlos, para poder posar mis labios sobre ellos. Cerré los ojos en el proceso, como si pudiera darle más intensidad a aquel gesto. Pero sólo fue por un segundo, sin querer cruzar el límite que ya marcaba el descaro. Abrí mis párpados para perderme en aquellos ojos que no dejaban de buscar los míos. Éstos brillaron con aquella despedida irlandesa que ya había oído en alguna ocasión, aunque la suya era algo diferente. Como todo en ella, en realidad. Y a cada comparación más que hacía, juraba que mi corazón latía con más fuerza-. Gracias a usted... -le devolví, mientras bajaba suavemente nuestras manos-. Por preocuparse tanto, por complacerme con su sonrisa... y por dejarse proteger. Mi trabajo de ángel de la guarda no habría sido tan agradable esta noche. -acabé sonriendo, arqueando las cejas. Pero, ese gesto se fue neutralizando conforme la vi acercar su rostro al mío. Sentí un latido más intenso en aquel momento, justo antes de que ella posase sus labios en mi piel. Una sensación húmeda, efímera y cálida que me hizo cerrar los ojos y ladear levemente la cabeza hacia ella, con la intención de alargar ese contacto.
Tragué saliva cuando se separó, abriendo mis ojos para perderme en aquella sonrisa suya una última vez-. Disfrute de la fiesta, Lady Sybil. -murmuré antes de dejarla marchar. Algo que me dolió, aún más según ella volvía a marcar distancia entre ambos. Me quedé quieto, de pie, metiendo las manos en mis bolsillos, mientras intentaba regodearme en esa figura que se alejaba, siendo cada vez más iluminada. Al volverse, a la luz de la celebración, se veía aun más guapa de lo que ya el farolillo había desvelado. Y mi corazón se congeló, deslumbrado, dejándome sin respiración por unos instantes. Definitivamente, me había quedado demasiado corto al pensar en lo hermosa que era. Pero la vi titubear y, aquel guiño que acabé dedicándole mientras correspondía su suave sonrisa, me salió solo. ¿Para infundirle ánimos? ¿Para provocar más aquella curva en sus labios? No pude saberlo.
Era tan improbable volver a ver aquella radiante mujer, pese a su aviso de que volvería a los muelles. Preferí no pensar en ello antes de agachar la mirada, darme la vuelta, volver sobre mis pasos e ir a la taberna donde los muchachos supuestamente me estaban esperando.
Liam Hawthorne- Humano Clase Media
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