Realidades Inversas || Libre

Realidades inversas

Aquella había sido una tarde tranquila aunque un poco movida. Había visitado la última de las mansiones donde creía que podría ser contratada como institutriz pero, como siempre, el resultado había sido el mismo. Le habría gustado tomarse una  taza de té en el lugar de moda de París, como solía hacer las tardes que algo le agobiaba, pues allí siempre se conseguía con algún rostro conocido dispuesto a escucharla y actualizarla de los nuevos cotilleos. Pero sin empleo, no había dinero; y sin dinero, no podría costearse sus antiguas y costosas costumbres.

Había llegado a su habitación de alquiler totalmente desanimada tras la larga caminata por toda la ciudad, lo último que quería era  tener que dedicar, como poco, 30 minutos a charlar con su casera. Era inevitable.

No había abierto la boca cuando la anciana mujer adivinó –no te han dado el trabajo, ¿eh?- a lo que Colette sólo pudo asentir sintiéndose aún más miserable. -Mira lo que tengo aquí para ti- mencionó de nuevo la mujer con tono más animoso entregándole un pequeño trozo de papel con una dirección anotada en él. El rostro de la más joven debió mostrar su duda ya que enseguida la anciana sonrió y le explicó -es la dirección de un hombre viudo que busca una institutriz, me la ha pasado una amiga cuya hija trabajó para él una vez. Dice que paga muy bien, pero que el niño es un demonio. Si quieres intentarlo te concertaré una cita con él para esta semana-.

En respuesta, la rubia se lanzó a los brazos de la mujer en una efusiva demostración de agradecimiento -¡Gracias! Muchas gracias señora Margaret, no sé cómo agradecerle por tanto- le dedicó una mirada de profundo cariño mientras le sostenía las manos en un suave pero firme apretón. -Si me disculpa debo ir a un lugar, es importante- dijo tras unos pocos minutos de agradecimientos y charla antes de salir corriendo cual chiquilla con una sonrisa de oreja a oreja.

Apenas estuvo en la entrada del cementerio se detuvo un momento para tomar el aire. Se hacía oscuro y sabía que era peligroso andar por aquella zona luego de la puesta de sol, pero se sentía tan feliz y emocionada de tener una nueva oportunidad que debía contárselo de inmediato a su madre, como todo aquello que consideraba importante. Después de todo, esa era la única forma que tenía de ‘comunicarse’ con ella.

No fue consciente de todo el tiempo que estuvo sentada junto a la tumba de su madre, hablándole a la lápida de mármol que llevaba grabado su nombre, hasta que el frío de la noche le enfrió lo suficiente la espalda para hacerla comenzar a estornudar. –Se hizo muy tarde, madre. Debo irme. Nunca te gustó que estuviera sola a esta hora en las calles. Prometo volver pronto con nuevas noticias- fue lo último que dijo antes de comenzar su camino de vuelta. Se sentía mucho más tranquila ahora, después de horas hablando, sonriendo y llorando de cuando en cuando.

Como siempre despistada, iba sin prestar la menor atención al camino, apenas lo suficiente para saber que iba por el camino correcto a la salida del cementerio y, ante el ensordecedor silencio, comenzó a cantar una suave melodía que antes solía acompañar de las exquisitas notas de un piano de cola. Hasta que… Un escalofrío. Una sombra. Una presencia tan cerca y a la vez tan lejos. Un grito de espanto que no sabía si había sido a un kilómetro de distancia o si había salido de su propia garganta. Con las manos en el pecho en un escuálido intento por refrenar los acelerados latidos de su corazón, se atrevió a preguntar a través de la bruma nocturna -¿Hay alguien allí?-.

Realidades inversas

Un vampiro. Era un vampiro lo que se encontraba a escasos pasos de distancia. Por un instante, al ver su rostro, se había sentido tranquila. Pensó que era un hombre, y no uno cualquiera sino que uno bastante atractivo, pero su pálida aura revelaba la realidad de su naturaleza, y al no haber estado nunca tan cerca de uno aparte de su propia hermana apenas se enteró que había sido abrazada, se sintió aterrada de lo que aquella bestia pudiera hacerle. Pero debía mostrarse serena, los vampiros eran como los perros, sentían el miedo en sus presas, y temía que atacara más pronto si notaba que ella sabía lo que él era.

La sonrisa de aquello frente a ella podría ser incluso demasiado atractiva si no resultara intimidante por los colmillos que sobresalían de sus labios. Se obligó entonces a mirarlo a los ojos, así no sería tan consciente del peligro que corría, pensó. -No me he perdido, Monsieur. He venido a visitar a mi madre y no he notado cuando se me ha ido el tiempo- se explicó ante él ignorando el comentario sobre las bestias que acechan en la noche. Si prestaba atención a ello comenzaría a temblar como una gelatina, y el hecho de que sus manos ya lo hicieran no era un buen augurio por lo que prefirió esconderlas tras su espalda.

Aunque Colette lo único que deseaba era que el hombre se fuera y la dejara correr de nuevo a casa, él no hacía más que acercarse. Y ella, a pesar del miedo que recorría su cuerpo, al mirarlo a los ojos se sentía atraída, como si él fuera un potente imán y ella nada más que un insignificante clavo que no puede negarse a ir hacia él. Ni siquiera fue consciente del momento en el que había puesto su mano sobre la de él. –Me lo parece, Monsieur. Sin embargo, no es el caso. Mi madre y yo fuimos muy unidas mientras vivió, su muerte fue un duro golpe para mí-. Le dejó saber sin apartarse, pues de alguna forma y contrario a lo que hubiera pensado, el contacto con su fría piel la había tranquilizado un poco. No sabía si era parte del encanto con el que los vampiros atraían a sus presas, pero se sentía muy bien.

Reacia a permanecer allí por más tiempo, y en un intento porque se dirigieran ambos hacia un lugar más poblado, le dedicó una sonrisa débil producto de su recién adquirida confianza y comenzó a caminar de nuevo en dirección a la salida del cementerio, aún con su mano en la del vampiro, esperando que no se negara a caminar con ella. Prefería tener al enemigo a su lado que a sus espaldas -Me preguntaba, Monsieur. ¿Qué hacía usted en el cementerio a estas horas? Ya sabe a quién visitaba, en cambio no sé nada sobre usted-. Aunque se lo negara a sí misma, le daba curiosidad lo que ellos eran. Su hermana había sido convertida en una de ellos, y Colette había actuado ante eso rechazándola por completo, no sabía si por temor o envidia, pero ahora quería enmendar su error. Si para ello debía conocer más sobre su nueva raza para comprenderla mejor, lo haría, aunque el hombre a su lado le aterrara tanto como le atraía.