○ Theodore Morandé ○

por **Theodore Morandé** Dom Ago 16, 2015 12:27 pm

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Theodore Morandé

Licantropo ● 32 años ● Clase alta

Fue en aquel tiempo de mi primera conversión. Apenas un niño, uno que crecía lentamente y con dolor.
Mi padre había hecho grandes arreglos para mí, para que la vida que llevara fuese lo más normal posible. Aunque él sabía perfectamente que eso sería imposible, pero buscaba mantener las apariencias, no dejar que mi cuerpo fuese visto desnudo en mitad de un bosque como solía pasar con muchos licántropos incapaces de hacer otra cosa para guardarse de los demás seres vivos.

Una caja gigantesca, con barrotes de un acero imposible de quebrar, bañado con agua bendita, donde se podía observar como por fuera un gran círculo rojo se hacía presente. La magia estaba incluida en aquel ritual que se haría cada mes del año. Una barrera impenetrable, insonora, incolora. Me podía mantener cautivo perfectamente, mientras que mi parte salvaje me hundía en una total locura y desesperación. La primera vez fue la peor, las pesadillas aún son constantes cuando recuerdo el dolor, las quemaduras y magulladuras por haberme estampado contra todo para buscar la salida. Eran pequeños resplandores del inconsciente, ya que mi parte humana no podía acordarse de ninguna situación vivida en esas noches. Pero no lo necesitaba, no cuando las laceraciones habían tardado más de la cuenta en sanar. Mi ente animal, gigante, peludo y mal oliente había buscado la salida. Por suerte y para felicidad de todos aquellos cardenales y mi padre; habían podido cumplir la misión. Podía vivir como una persona singular, sin asesinar a cualquiera que estuviese en mi camino. Sin propagar la enfermedad y con la certeza de que hasta la muerte podría controlar mis instintos. Claro, eso es lo que ellos creían, sin embargo, la realidad era otra. Toda aquella energía que yo no había gastado se acumulaba en mi interior. Mi actitud hostil se hacía más notoria y era incapaz de concentrarme en mis labores mentales, tales como el aprendizaje de economía, ciencias, abogacía y todo aquello que era necesario para poder ser el mejor heredero que una familia rica podría tener.

El miedo por explicar aquella situación era demasiado mortal y fue que de boca en boca busqué enterarme de lugares de mala muerte que se juntaban a pelear para así ganar algunos francos. Me dediqué entonces a ese mundo de los negocios. Invertí dinero para aquel recinto y gasté todo aquel exceso de fortaleza en cuerpos que estaban esperando una buena batalla a cambio de algo que a mí me sobrara. Como si fuese un psicólogo para la mujer, me dejaba tranquilo por completo. Ese fue el inicio de un encuentro y una armonía conmigo mismo. Algunos podrían haberme preguntado por qué no pelear en las calles, de forma aún más clandestina. La razón es que no quería llamar la atención. Mis deseos siempre habían sido darle orgullo a mi parte y al mismo tiempo tener toda la fortuna y poder que pudiera. Llevar al límite de la más perfecta realeza a mi apellido. Y lo lograría, aún con la maldición que me atestaba todas las lunas llenas.

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