AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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R.I.P (Lukyan Lèveque)
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R.I.P (Lukyan Lèveque)
Perdona, pero se te cayó la vida
La gente creía que las pestes eran la peor enfermedad de su época, porque arrasaba con pueblos como si fueran pequeños insectos y lo hacían en silencio. Pensaban que las guerras constituían la hecatombe de cualquier siglo, porque ni todo el ruido era capaz de alertarlos de la muerte que provocaba en segundos. Pero para Katriina, la peor contaminación y ruina de su mundo eran los vampiros, esos a los que primero rechazaba la vida y luego escupía la muerte.
Esos malditos seres le habían arrebatado a su padre, sin siquiera poder conocerlo. También habían seducido a su madre, aquella a quien siempre creyera fuerte, hasta que cedió a la inmortalidad en los brazos del asesino de su padre. Él era una bestia, ella la peor de las traidoras. Su infamia no había provocado en Katriina sino el aumento de un odio desmesurado por esa especie, al punto, que no toleraba siquiera a ningún condenado dentro de la inquisición.
A los quince años había tenido que aprender a ser independiente, más aún con respecto a las emociones. Lastor, a quien considerara su padre, había cambiado, por no decir que a su modo también se había ido. Jarko, su hermano mayor, entrenaba con demasiada constancia y sus horarios no coincidían con los de Katriina. En resumen, estaba sola, hasta que creyó estúpida e infantilmente que la aparición de Lukyan podría darle otro sentido a sus abandonos y a todo su vida.
Su atracción por él era todo lo que sus hormonas adolescentes le permitían. Si bien servía ya a la inquisición desde joven, no podía evitar que el curso de su propia naturaleza se llevara a cabo. Pese a ello, esperaba con fingida paciencia a que Lastor dijera algo, a que cualquiera dijera algo que le impidiera arriesgar sus emociones y lanzarlas al aire como si no valieran nada. Él era lo que ella quería, sí, pero ni por esa fuerza suya y lo que era capaz de hacer, cedería a sus impulsos, que de seguro pasarían por encima de las costumbres, de su padre e incluso de ella misma.
Sin embargo, la felicidad no era algo constante, como le había enseñado a ella la misma vida, y pronto, Lukyan desapareció como si se lo hubiese tragado la tierra. Katriina tenía las herramientas para buscarlo, su labor como espía no le era inútil y haría uso de las mismas hasta encontrarlo, vivo o muerto. Y eso hizo, aunque más temprano que tarde comprendió que jamás debió emprender tal empresa.
Los vampiros seguían siendo la plaga de París y el mundo entero, y en una noche cualquiera pudo verlo de nuevo habiendo tomado la forma de lo que ella más odiaba. Ya no era él, no del todo, y si bien se decía que los vampiros ya estaban muertos, Katriina estaba decidida a enterrar a Lukyan de su memoria hasta las raíces. Él se bebía alguien, le robaba la vida para preservar lo artificial y abusivo de la suya. Ya no era el de siempre, jamás lo sería. Y el hecho de no haber caminado hacia él para matarlo era como llevar un luto que sentía necesario… hasta que lo informara en la inquisición. Esos últimos pasos alejándose de la escena representaban la ida de su respeto por él y de cualquier idea que antes se hiciera. Hasta ahí llegaba todo. O eso creyó, hasta que el filo de algún arma le acarició la garganta y un susurro de venganza no se hizo esperar a sus oídos. Las risas resonaron, esa noche no le pagaría a uno, sino a muchos, esos mismos que la halaban a pesar de todos sus intentos por oponer resistencia.
Esos malditos seres le habían arrebatado a su padre, sin siquiera poder conocerlo. También habían seducido a su madre, aquella a quien siempre creyera fuerte, hasta que cedió a la inmortalidad en los brazos del asesino de su padre. Él era una bestia, ella la peor de las traidoras. Su infamia no había provocado en Katriina sino el aumento de un odio desmesurado por esa especie, al punto, que no toleraba siquiera a ningún condenado dentro de la inquisición.
A los quince años había tenido que aprender a ser independiente, más aún con respecto a las emociones. Lastor, a quien considerara su padre, había cambiado, por no decir que a su modo también se había ido. Jarko, su hermano mayor, entrenaba con demasiada constancia y sus horarios no coincidían con los de Katriina. En resumen, estaba sola, hasta que creyó estúpida e infantilmente que la aparición de Lukyan podría darle otro sentido a sus abandonos y a todo su vida.
Su atracción por él era todo lo que sus hormonas adolescentes le permitían. Si bien servía ya a la inquisición desde joven, no podía evitar que el curso de su propia naturaleza se llevara a cabo. Pese a ello, esperaba con fingida paciencia a que Lastor dijera algo, a que cualquiera dijera algo que le impidiera arriesgar sus emociones y lanzarlas al aire como si no valieran nada. Él era lo que ella quería, sí, pero ni por esa fuerza suya y lo que era capaz de hacer, cedería a sus impulsos, que de seguro pasarían por encima de las costumbres, de su padre e incluso de ella misma.
Sin embargo, la felicidad no era algo constante, como le había enseñado a ella la misma vida, y pronto, Lukyan desapareció como si se lo hubiese tragado la tierra. Katriina tenía las herramientas para buscarlo, su labor como espía no le era inútil y haría uso de las mismas hasta encontrarlo, vivo o muerto. Y eso hizo, aunque más temprano que tarde comprendió que jamás debió emprender tal empresa.
Los vampiros seguían siendo la plaga de París y el mundo entero, y en una noche cualquiera pudo verlo de nuevo habiendo tomado la forma de lo que ella más odiaba. Ya no era él, no del todo, y si bien se decía que los vampiros ya estaban muertos, Katriina estaba decidida a enterrar a Lukyan de su memoria hasta las raíces. Él se bebía alguien, le robaba la vida para preservar lo artificial y abusivo de la suya. Ya no era el de siempre, jamás lo sería. Y el hecho de no haber caminado hacia él para matarlo era como llevar un luto que sentía necesario… hasta que lo informara en la inquisición. Esos últimos pasos alejándose de la escena representaban la ida de su respeto por él y de cualquier idea que antes se hiciera. Hasta ahí llegaba todo. O eso creyó, hasta que el filo de algún arma le acarició la garganta y un susurro de venganza no se hizo esperar a sus oídos. Las risas resonaron, esa noche no le pagaría a uno, sino a muchos, esos mismos que la halaban a pesar de todos sus intentos por oponer resistencia.
Descansa en paz, aunque no sé a quien se lo digo. Si a ti, o a mí.
Serge Ivánovich- Vampiro Clase Alta
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Re: R.I.P (Lukyan Lèveque)
¿Cuántos iban esa noche? ¿Tres? ¿Cuatro? Lukyan soltó una carcajada o, lo que habría sido una, si sus colmillos no estuviesen ocupados succionando. Un gruñido vibrante, cargado del más sucio placer, era escupido de su garganta; que debía arder – según él – como la lava. En esos momentos, él mismo se sentía como un volcán a punto de estallar. ¡Por supuesto que recordaba que ella era la quinta víctima que devoraba! Y cinco, era su número preferido. Si bien no solía drenar a sus juguetes hasta la muerte, detenerse exactamente cuando el corazón amenazaba con callar, le volvía un tanto demente. Como gran amante de las orquestas, el vampiro gustaba de dirigir su propio concierto. Uno exclusivo, apto solo para sus febriles sentidos. Éste enterró aún más sus caninos, causando que la fémina se retorciera entre sus brazos, no por terror o pánico; sino por el éxtasis que recorría y hacía temblar cada fibra de su ser. Todas ellas empezaban y terminaban de la misma manera. Resistiendo y cediendo. Deslizó la larga y filosa uña de su dedo índice sobre la mejilla de la joven, dibujando una fina línea sobre la piel suave y tersa. Cuando sus colmillos se retrajeron impíamente, expulsados por el réquiem de aquél órgano vital, Lukyan miró su reflejo a través de los vidriosos ojos ajenos. O al menos, lo intentó. El pequeño hilillo de sangre llamó a su lengua, instruyéndole para que borrara cualquier rastro físico de su cuerpo. Solo quedaría el recuerdo de su rostro, de su voz atrayéndola, de su ausencia y pérdida. Lukyan jamás debía ser olvidado. Odiaba la mera idea. Quizás aquello se debía a que parte de sus memorias habían sido arrancadas de su cabeza, aunque tenía la jodida sensación de que estaba mejor sin ellas. Mientras dejaba a su víctima, con solo la brillante Luna guardándola, se permitió extender sus sentidos para localizar a la sexta. Ese, era el evento especial de la noche. La número seis, era la destinada a morir de la manera más atroz y cruel. Dejaría su marca personal, una que los vampiros antiguos y novatos, estaban aprendiendo a identificar como su trabajo; y que los cazadores e inquisidores, intentaban rastrear, pensando tontamente que el ratón podría acorralar al gato.
Entonces, los escuchó. Regocijo. Malicia. Risas. Promesas. Susurros. El viento, seductor, enviaba sus frías ráfagas; como una hembra que se desnuda para despertar el interés de su amante y compañero. Luego una voz. Melodiosa. Calmada. Atrevida. Como si tratase de apaciguar al rebaño, incluso si el lobo feroz lo está rondando. Algo en Lukyan se despertó. Allí estaba la sexta y, para tenerla, debía arrancarla de quienes la reclamaban; pero primero, disfrutaría desde lo alto de su desempeño. Ella parecía ser una maldita sirena, capaz de atraer al capitán del barco hacia la proa para luego arrastrarlo hasta las profundidades del mar y ahogarlo. Con cuidado, ataviado por la noche, saltó al techo de una casa abandonada. Desde allí, podría ver el juego que se desarrollaba para su disfrute y deleite. Se puso en cuclillas y observó. Uno de los hombres, se cernía sobre la joven, ocultándola de su mirada. No supo por qué eso le molestaba. ¿Quería ponerle un rostro a esa voz? Seguramente, solo quería oírle gritar, suplicando a nadie en particular que la rescatara. Cuando él cayera en medio de ellos, actuando como su salvador, jamás creería que simplemente cambiaba de dueño, no de un trágico suceso. El olor de la sangre le golpeó las fosas nasales. Exquisito y prometedor, como el más añejo de los vinos. Gruñó. El hombre se apartó, y la mirada de Lukyan finalmente la enfocó. Ella debió sentir el peso de su mirada o el impacto que le causaba; porque el desafío estaba claro en su manera de enfrentarlo. Antes de que el vampiro pudiese sonreír en respuesta a su tonta osadía, una mano ahuecó el pecho de la mujer y el volcán, que llevaba queriendo hacer erupción en su interior, finalmente estalló. Saltó. El brazo del hombre fue lo primero que arrancó, la sangre le bañó el pecho y el rostro. Rugió. Tocarla, definitivamente, había sido un error. Más tarde, se preguntaría porqué esa maldita reacción. Ahora, solo importaba aplacar al monstruo que quería la sangre de todos.
Entonces, los escuchó. Regocijo. Malicia. Risas. Promesas. Susurros. El viento, seductor, enviaba sus frías ráfagas; como una hembra que se desnuda para despertar el interés de su amante y compañero. Luego una voz. Melodiosa. Calmada. Atrevida. Como si tratase de apaciguar al rebaño, incluso si el lobo feroz lo está rondando. Algo en Lukyan se despertó. Allí estaba la sexta y, para tenerla, debía arrancarla de quienes la reclamaban; pero primero, disfrutaría desde lo alto de su desempeño. Ella parecía ser una maldita sirena, capaz de atraer al capitán del barco hacia la proa para luego arrastrarlo hasta las profundidades del mar y ahogarlo. Con cuidado, ataviado por la noche, saltó al techo de una casa abandonada. Desde allí, podría ver el juego que se desarrollaba para su disfrute y deleite. Se puso en cuclillas y observó. Uno de los hombres, se cernía sobre la joven, ocultándola de su mirada. No supo por qué eso le molestaba. ¿Quería ponerle un rostro a esa voz? Seguramente, solo quería oírle gritar, suplicando a nadie en particular que la rescatara. Cuando él cayera en medio de ellos, actuando como su salvador, jamás creería que simplemente cambiaba de dueño, no de un trágico suceso. El olor de la sangre le golpeó las fosas nasales. Exquisito y prometedor, como el más añejo de los vinos. Gruñó. El hombre se apartó, y la mirada de Lukyan finalmente la enfocó. Ella debió sentir el peso de su mirada o el impacto que le causaba; porque el desafío estaba claro en su manera de enfrentarlo. Antes de que el vampiro pudiese sonreír en respuesta a su tonta osadía, una mano ahuecó el pecho de la mujer y el volcán, que llevaba queriendo hacer erupción en su interior, finalmente estalló. Saltó. El brazo del hombre fue lo primero que arrancó, la sangre le bañó el pecho y el rostro. Rugió. Tocarla, definitivamente, había sido un error. Más tarde, se preguntaría porqué esa maldita reacción. Ahora, solo importaba aplacar al monstruo que quería la sangre de todos.
Lukyan Lèveque- Vampiro Clase Alta
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Re: R.I.P (Lukyan Lèveque)
Primero el deber que el placer.
Ella siempre lo tuvo claro
Ella siempre lo tuvo claro
Dejarse llevar hacia el callejón oscuro era lo que podía hacer por ahora, mientras el filo de la daga le dejaba de arañar por momentos el cuello. Caminó con calma, fingiendo a su modo que aquellos tipos no eran una amenaza. Eso sí, los observó en silencio y con aparente disimulo, mientras dejaba en su mente el recuerdo de sus rostros, mismos que pagarían cada cosa que se atrevieran a hacerle esa noche.
—Voy a hacerte unas preguntas, y tú me vas a responder a todas. Si lo haces, la pasarás bien. Y si no…— habló el primero de los tres sujetos una vez entraron en lo que parecía una casa abandonada, y se acercó a su rostro, lamiendole con descaro la mejilla —Va a ser peor para ti, porque vamos a ver si eres igual de puta que tu madre. Tú decides con tu respuesta si serás la mujer de uno o de tres— agregó, justo antes de que los tres asquerosos soltaran una compartida carcajada. Por su parte, Katriina permaneció inmóvil, y contrario a lo que ellos creerían, sonrió. Que insultaran a su madre le daba igual, porque finalmente esa mujer había dejado de representar cualquier cosa buena para ella. Los adjetivos de antes ya no le encajaban a Raffaela e incluso no podía negar ese modo en que ellos la llamaban, porque tenían razón.
—Bien, empecemos— dijo el mismo tipo, poniéndose frente a Katriina, mientras un segundo hombre estaba tras ella y seguía sosteniendo la daga en el cuello de la inquisidora. —Necesito que me digas dónde está Lastor, antes que te envíe por partes a tu casa hasta que quiera aparecer. Habla, porque el tiempo es oro— incitó, con una voz tan firme que a leguas se notaba que era él quien dirigía a los otros dos monigotes. —Está bien, sólo tienes que mirar hacia atrás— susurró Katriina. Mentía, claro, porque debía ver como se libraba sola de los tres tipos. Aquella fracción de segundo en la que ellos miraron a la puerta, le fue suficiente para lanzar la cabeza hacia atrás y propinarle un buen cabezazo al tipo que la mantenía inmóvil con una daga. Se había librado de la hoja, no sin antes lograr que la rozara lo suficiente como para que un hilo de sangre se deslizara hacia su pecho — ¡Eres una maldita! — le gritó el sujeto, mientras la sangre le manaba de la nariz, y ella tomaba la daga del suelo y se la clavaba en el cuello.
Todo sucedió muy rápido, tanto que ella ni siquiera notó que cuando clavó la daga en el cuello ajeno, ya era sujetada por el segundo de los bastardos. Estaba lo suficientemente decidida como para usar toda su fuerza en el intento de librarse de ellos sin dar ni una explicación, pero seguían siendo mayoría. La levantaron sujetándole con fuerza el cabello y la pegaron a la pared — ¿Te gusta jugar a ser mala, no? Pues vamos a ver qué tan mal puedes portarte— dijo con los dientes apretados un tipo cualquiera de los dos que quedaban, mientras el otro se esforzaba por mantenerla inmóvil. Y en ese momento, con la cabeza tirada hacia atrás con fuerza, creyó ver un rostro conocido, aunque se negó a ello, se negó a creer que veía algo en medio de la oscuridad de la noche. Y se olvidó también porque sintió que le rasgaban la blusa y una mano se apresuraba a tocarle uno de sus pechos por encima del corpiño. Eso nadie lo había hecho y encendió la ira de la joven inquisidora, que sin importar nada intentó abalanzarse contra el muy maldito.
Pero de nuevo todo era más rápido de lo que esperaba, la sangre mano pronto y el brazo que antes la tocara cayó al suelo, con un sonido tan seco como el grito que emitió la víctima. Por un momento, Katriina miró a Lukyan con el mismo desprecio con el que mirara antes a los otros, y le despegó la mirada sólo cuando el último hombre vivo y entero pretendía largarse. Ella sacó el arma con balas de plata que llevara atada al muslo y disparó, a la cabeza, sin compasión alguna. Pero con la misma velocidad se giró hacia Lukyan y manteniéndose firme a la decisión de minutos antes le apuntó — ¿Viniste a completar lo que ellos empezaron? Ya sé que nada te es suficiente, pero no voy a ser la siguiente Lèveque— Declaró, dejandole muy claro que ella, ya le había visto.
—Voy a hacerte unas preguntas, y tú me vas a responder a todas. Si lo haces, la pasarás bien. Y si no…— habló el primero de los tres sujetos una vez entraron en lo que parecía una casa abandonada, y se acercó a su rostro, lamiendole con descaro la mejilla —Va a ser peor para ti, porque vamos a ver si eres igual de puta que tu madre. Tú decides con tu respuesta si serás la mujer de uno o de tres— agregó, justo antes de que los tres asquerosos soltaran una compartida carcajada. Por su parte, Katriina permaneció inmóvil, y contrario a lo que ellos creerían, sonrió. Que insultaran a su madre le daba igual, porque finalmente esa mujer había dejado de representar cualquier cosa buena para ella. Los adjetivos de antes ya no le encajaban a Raffaela e incluso no podía negar ese modo en que ellos la llamaban, porque tenían razón.
—Bien, empecemos— dijo el mismo tipo, poniéndose frente a Katriina, mientras un segundo hombre estaba tras ella y seguía sosteniendo la daga en el cuello de la inquisidora. —Necesito que me digas dónde está Lastor, antes que te envíe por partes a tu casa hasta que quiera aparecer. Habla, porque el tiempo es oro— incitó, con una voz tan firme que a leguas se notaba que era él quien dirigía a los otros dos monigotes. —Está bien, sólo tienes que mirar hacia atrás— susurró Katriina. Mentía, claro, porque debía ver como se libraba sola de los tres tipos. Aquella fracción de segundo en la que ellos miraron a la puerta, le fue suficiente para lanzar la cabeza hacia atrás y propinarle un buen cabezazo al tipo que la mantenía inmóvil con una daga. Se había librado de la hoja, no sin antes lograr que la rozara lo suficiente como para que un hilo de sangre se deslizara hacia su pecho — ¡Eres una maldita! — le gritó el sujeto, mientras la sangre le manaba de la nariz, y ella tomaba la daga del suelo y se la clavaba en el cuello.
Todo sucedió muy rápido, tanto que ella ni siquiera notó que cuando clavó la daga en el cuello ajeno, ya era sujetada por el segundo de los bastardos. Estaba lo suficientemente decidida como para usar toda su fuerza en el intento de librarse de ellos sin dar ni una explicación, pero seguían siendo mayoría. La levantaron sujetándole con fuerza el cabello y la pegaron a la pared — ¿Te gusta jugar a ser mala, no? Pues vamos a ver qué tan mal puedes portarte— dijo con los dientes apretados un tipo cualquiera de los dos que quedaban, mientras el otro se esforzaba por mantenerla inmóvil. Y en ese momento, con la cabeza tirada hacia atrás con fuerza, creyó ver un rostro conocido, aunque se negó a ello, se negó a creer que veía algo en medio de la oscuridad de la noche. Y se olvidó también porque sintió que le rasgaban la blusa y una mano se apresuraba a tocarle uno de sus pechos por encima del corpiño. Eso nadie lo había hecho y encendió la ira de la joven inquisidora, que sin importar nada intentó abalanzarse contra el muy maldito.
Pero de nuevo todo era más rápido de lo que esperaba, la sangre mano pronto y el brazo que antes la tocara cayó al suelo, con un sonido tan seco como el grito que emitió la víctima. Por un momento, Katriina miró a Lukyan con el mismo desprecio con el que mirara antes a los otros, y le despegó la mirada sólo cuando el último hombre vivo y entero pretendía largarse. Ella sacó el arma con balas de plata que llevara atada al muslo y disparó, a la cabeza, sin compasión alguna. Pero con la misma velocidad se giró hacia Lukyan y manteniéndose firme a la decisión de minutos antes le apuntó — ¿Viniste a completar lo que ellos empezaron? Ya sé que nada te es suficiente, pero no voy a ser la siguiente Lèveque— Declaró, dejandole muy claro que ella, ya le había visto.
Serge Ivánovich- Vampiro Clase Alta
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Re: R.I.P (Lukyan Lèveque)
Toda la buena educación que el mayor de los Lèveque había recibido, parecía haberse esfumado de la misma forma en que lo hicieron la mayoría de sus recuerdos, sin dejar el menor rastro. Frente a la fémina, solo había una bestia, mostrando la hilera de sus dientes; destacando sus asombrosos, amenazadores y filosos colmillos. Una sonrisa devastadora curvaba las comisuras del vampiro. Un gesto que dejaba en claro que estaba divertido e irritado por el curso que estaba tomando aquél encuentro fortuito. Había esperado tener más tiempo para jugar con sus víctimas antes de ir a por el premio que le interesaba, pero la joven lo había sorprendido, moviéndose con elegancia y astucia; para eliminar la amenaza inmediata. La forma en que la desconocida actuaba, le era extrañamente familiar. Evidentemente, era más de lo que aparentaba, pero eso lo había asumido. No cualquiera se aventuraba a caminar por las calles parisinas a esas altas horas de la noche. Ese interludio que les pertenecía. Ese espacio donde los suyos gobernaban, donde él reinaba. Lukyan no necesitaba mirar hacia abajo para ver que su camisa blanca e impoluta hacía unos instantes, estaba ahora bañada con la sangre de su enemigo. Gotas carmesíes bajaban por sus dedos, alimentando la tierra que parecía estar sedienta. Con la mirada clavaba sobre los orbes ajenos, decidió que había sido suficiente, que no iba a compartir más de su botín. Ni con el suelo ni con ella. De modo que llevó los dedos hasta su boca. Su lengua escapó de inmediato de su cavidad para capturar cada hilillo. Todo ese olor a sangre, estaba nublando sus sentidos. Le hacía recordar – y odiar – que no era más que un crío entre los vampiros. Hacía tan solo unos meses que había despertado en una caballeriza, sobre el heno, siseando por los rayos de sol que dejaba traspasar el techo. Sin pasado. Sin recuerdos. Solo con el susurro en su cabeza de que debía ocultarse, o iba arder hasta convertirse en cenizas. Lukyan había aprendido a ejercer el control, pero más temprano que tarde, descubría que lo perdía con asombrosa facilidad. Destruir, eliminar, castigar. No sabía qué le gustaba más.
Pero entonces ella habló, cortando de tajo el último hilo de cordura que estaba sosteniendo. El arma que sostenía le importaba un reverendo bledo. No sería ni la primera ni la última vez que fuese golpeado por balas de plata. Lukyan no tenía muchos recuerdos, pero su Sire, se había asegurado de que mantuviera los que importaba. Había sido torturado de formas inverosímiles. Dolería, sí, pero sería placentero y; una vez vaciara la munición, estaría a su merced. Un segundo estaba mirándola y al otro, estaba cerniéndose sobre ella, solo con el arma interponiéndose entre sus cuerpos. Su mirada la desafiaba a que disparara, porque entonces, jugarían su juego, con sus reglas. ¿Por qué no simplemente la persuadía con su voz para que hiciese su voluntad? Podría haberlo hecho. Sería tan fácil, como quitarle un caramelo a un niño. Esa habilidad la había perfeccionado. Todos a su alrededor, hacían conforme a sus deseos, sin siquiera ser conscientes de que en sus palabras se escondían las órdenes. Quizás era que el destino de la fémina estaba trazado, que antes de que la Luna volviese a poner sus grilletes sobre cada uno de sus hijos, ella habría desaparecido para siempre de la faz de la tierra. Moraría en su sangre, en su mente, como su musa. Era una jodida lástima que no pudiese manipular la mente como su maestro. De lo contrario, habría abierto la Caja de Pandora sin misericordia. Eso no significaba que no fuese a hacerlo, de otras formas. Su mano cogió la barbilla de la fémina, clavando sus uñas en la tierna piel, dejando surcos. – ¿Cómo sabes quién soy? – Demandó, disfrutando demasiado con su cercanía. – No. No. No. – Se corrigió de inmediato, negando con la cabeza, chasqueando la lengua. – Déjame rectificar mi pregunta. ¿Quién demonios eres? – Eso estaba mucho mejor. No le interesaba saber su pasado, su presente y lo que podía lograr con el poder que ahora ostentaba, era lo que le interesaba. – Desde luego que voy a terminar lo que esos bastardos comenzaron, pero serás tú la que suplique que ponga fin a ello. – Ahí estaba de nuevo, ese olor floreciendo. Nada comparable con la sangre de esos hombres. La de ella, era una promesa. Se relamió, como haría un hombre sediento en el desierto, que ha visto una laguna donde saciarse. Sus dedos libres, vagaron sobre el escote de su pecho. – O tal vez, simplemente me conformaré con tus gritos. –
Pero entonces ella habló, cortando de tajo el último hilo de cordura que estaba sosteniendo. El arma que sostenía le importaba un reverendo bledo. No sería ni la primera ni la última vez que fuese golpeado por balas de plata. Lukyan no tenía muchos recuerdos, pero su Sire, se había asegurado de que mantuviera los que importaba. Había sido torturado de formas inverosímiles. Dolería, sí, pero sería placentero y; una vez vaciara la munición, estaría a su merced. Un segundo estaba mirándola y al otro, estaba cerniéndose sobre ella, solo con el arma interponiéndose entre sus cuerpos. Su mirada la desafiaba a que disparara, porque entonces, jugarían su juego, con sus reglas. ¿Por qué no simplemente la persuadía con su voz para que hiciese su voluntad? Podría haberlo hecho. Sería tan fácil, como quitarle un caramelo a un niño. Esa habilidad la había perfeccionado. Todos a su alrededor, hacían conforme a sus deseos, sin siquiera ser conscientes de que en sus palabras se escondían las órdenes. Quizás era que el destino de la fémina estaba trazado, que antes de que la Luna volviese a poner sus grilletes sobre cada uno de sus hijos, ella habría desaparecido para siempre de la faz de la tierra. Moraría en su sangre, en su mente, como su musa. Era una jodida lástima que no pudiese manipular la mente como su maestro. De lo contrario, habría abierto la Caja de Pandora sin misericordia. Eso no significaba que no fuese a hacerlo, de otras formas. Su mano cogió la barbilla de la fémina, clavando sus uñas en la tierna piel, dejando surcos. – ¿Cómo sabes quién soy? – Demandó, disfrutando demasiado con su cercanía. – No. No. No. – Se corrigió de inmediato, negando con la cabeza, chasqueando la lengua. – Déjame rectificar mi pregunta. ¿Quién demonios eres? – Eso estaba mucho mejor. No le interesaba saber su pasado, su presente y lo que podía lograr con el poder que ahora ostentaba, era lo que le interesaba. – Desde luego que voy a terminar lo que esos bastardos comenzaron, pero serás tú la que suplique que ponga fin a ello. – Ahí estaba de nuevo, ese olor floreciendo. Nada comparable con la sangre de esos hombres. La de ella, era una promesa. Se relamió, como haría un hombre sediento en el desierto, que ha visto una laguna donde saciarse. Sus dedos libres, vagaron sobre el escote de su pecho. – O tal vez, simplemente me conformaré con tus gritos. –
Lukyan Lèveque- Vampiro Clase Alta
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Re: R.I.P (Lukyan Lèveque)
Quise besar un columpio que venía directo a la boca,
para saber volver a casa por mi propia sangre.
para saber volver a casa por mi propia sangre.
Toda la casa olía a humedad, a moho y a muerte. La sangre coagulándose en el piso le dio un aire aún más frío al lugar, y casi rodeo a Katriina al tiempo que su misma ira. Ver a Lukyan relamerse los dedos y saborear la sangre de su víctima casi le producía escalofríos a ella, que empezaba a mezclar esa imagen con sus recuerdos ridículos y buenos de él. Su presencia allí quizás la había ayudado con los infames que ahora eran apenas cuerpos, pero él mismo representaba un choque mucho mayor que eso.
Los ojos del ahora vampiro ya no le veían igual que antes, y su sonrisa distaba mucho del efecto que le produjera antaño. Ahora tenía colmillos, y parecía amenazarla con ese simple gesto. Y Katriina tampoco lo veía igual, sus ojos denotaban una decepción mezclada con pura molestia, y sus labios se fruncían hacia la actitud de ese nuevo Lukyan. Nada era fácil para ella, porque tenía muy claro que de ser otro el vampiro, ya habría disparado hace mucho.
El pecho de la inquisidora se elevaba en una respiración agitada. Tenía la blusa rasgada, dejando ver el oscuro corpiño contrastando con su piel tan blanca, apenas mojada por la poca sangre que le manara antes del cuello, mezclada con la de alguno de los muertos. Pero ella había olvidado ese detalle, no podía dejar de ver a Lèveque como si le reclamara con la sola mirada. Cuando se acercó lo suficiente, Katriina presionó el arma contra el cuerpo del vampiro, manifestando que un disparo a quemarropa no sería inconveniente dada la posición. No obstante, detestaba tenerlo tan cerca, justo ahora que no necesitaba respirar. Pronto, las nuevas uñas de vampiro se le clavaron en el rostro y ella, aprovechando su altura, levantó más el mentón, como si estuviese orgullosa de ser ella la viva y la que no cedía ante él como si hubiese hecho antes —Katriina Räsänen— respondió con un muy marcado acento propio de los finlandeses. — ¿Fingir que no me conoces a mí o a los míos te hace más fácil atacarme? Es irónico, porque dijiste odiar a muchos el día que mataron a tus padres mientras tú estabas conmigo— agregó con evidente molestia, pero con una marca de burla que estaba lejos de disfrutar el asesinato de algunos de los Lèveque ¿Era real que no la recordaba? Katriina pudo tomar otra actitud donde él fuera la víctima de algún ataque fruto de la venganza, pero tanta desfachatez y el hecho de ser él tan cínico vampiro la transformaba, al igual que logró su madre cuando demostró ser una traidora. —Puedes tocarme mil veces, amenazarme o tomarme de la forma que se te dé la gana. Pero no oirás súplicas de mi parte, ni tampoco nada de lo que solía decirte antes. Adiós para siempre, Lukyan Lèveque— y disparó, sin mover el arma de su lugar. Sabía que no había apuntado al corazón, pero él si lo había hecho al de ella… Por eso tenía que matarlo.
Por una parte, ella deseaba verlo en el suelo, muriendo en vez de matando. Que partiera para siempre sería lo mejor para ambos, creía ella, que toleraba más la idea de desaparecerlo en vez de pensar que moriría en sus manos. Las estúpidas ilusiones de Katriina habían sido pagas con toscos tratos de alguien que de por sí ya estaba muerto. Pero como a todo muerto, debía enterrarse, tanto de la mente, como de la faz de la tierra ¿Cuántas balas se necesitaba para matar a Lukyan? —No debiste convertirte en esto, no tú— le susurró aun teniéndolo de frente, como si se confesara mientras esperaba que él, de una vez por todas, cayera.
Los ojos del ahora vampiro ya no le veían igual que antes, y su sonrisa distaba mucho del efecto que le produjera antaño. Ahora tenía colmillos, y parecía amenazarla con ese simple gesto. Y Katriina tampoco lo veía igual, sus ojos denotaban una decepción mezclada con pura molestia, y sus labios se fruncían hacia la actitud de ese nuevo Lukyan. Nada era fácil para ella, porque tenía muy claro que de ser otro el vampiro, ya habría disparado hace mucho.
El pecho de la inquisidora se elevaba en una respiración agitada. Tenía la blusa rasgada, dejando ver el oscuro corpiño contrastando con su piel tan blanca, apenas mojada por la poca sangre que le manara antes del cuello, mezclada con la de alguno de los muertos. Pero ella había olvidado ese detalle, no podía dejar de ver a Lèveque como si le reclamara con la sola mirada. Cuando se acercó lo suficiente, Katriina presionó el arma contra el cuerpo del vampiro, manifestando que un disparo a quemarropa no sería inconveniente dada la posición. No obstante, detestaba tenerlo tan cerca, justo ahora que no necesitaba respirar. Pronto, las nuevas uñas de vampiro se le clavaron en el rostro y ella, aprovechando su altura, levantó más el mentón, como si estuviese orgullosa de ser ella la viva y la que no cedía ante él como si hubiese hecho antes —Katriina Räsänen— respondió con un muy marcado acento propio de los finlandeses. — ¿Fingir que no me conoces a mí o a los míos te hace más fácil atacarme? Es irónico, porque dijiste odiar a muchos el día que mataron a tus padres mientras tú estabas conmigo— agregó con evidente molestia, pero con una marca de burla que estaba lejos de disfrutar el asesinato de algunos de los Lèveque ¿Era real que no la recordaba? Katriina pudo tomar otra actitud donde él fuera la víctima de algún ataque fruto de la venganza, pero tanta desfachatez y el hecho de ser él tan cínico vampiro la transformaba, al igual que logró su madre cuando demostró ser una traidora. —Puedes tocarme mil veces, amenazarme o tomarme de la forma que se te dé la gana. Pero no oirás súplicas de mi parte, ni tampoco nada de lo que solía decirte antes. Adiós para siempre, Lukyan Lèveque— y disparó, sin mover el arma de su lugar. Sabía que no había apuntado al corazón, pero él si lo había hecho al de ella… Por eso tenía que matarlo.
Por una parte, ella deseaba verlo en el suelo, muriendo en vez de matando. Que partiera para siempre sería lo mejor para ambos, creía ella, que toleraba más la idea de desaparecerlo en vez de pensar que moriría en sus manos. Las estúpidas ilusiones de Katriina habían sido pagas con toscos tratos de alguien que de por sí ya estaba muerto. Pero como a todo muerto, debía enterrarse, tanto de la mente, como de la faz de la tierra ¿Cuántas balas se necesitaba para matar a Lukyan? —No debiste convertirte en esto, no tú— le susurró aun teniéndolo de frente, como si se confesara mientras esperaba que él, de una vez por todas, cayera.
Serge Ivánovich- Vampiro Clase Alta
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Re: R.I.P (Lukyan Lèveque)
El dolor, era solo otra manera de demostrar afecto y Lukyan lo sabía. Era su lema. Él mismo, había estado repartiendo ese tipo de caricias a sus víctimas. Después de todo, aún no existía una palabra que capturase la esencia de lo que sentía por sus muñecas. No solo era interés, o curiosidad, u atracción. No. Jamás se había dado la oportunidad de esclarecer lo que ellas le provocaban. Nunca había tenido tiempo para hablar, solo para pintar. Una vez que elegía su lienzo, él trazaba su arte, con pinceladas eficaces. Matar no tenía que ser simplemente sucio. Cuando sus musas le miraban a los ojos, veían cuán importantes y preciadas eran. ¡Y lo eran! El vampiro siempre se aseguraba de demostrarles, con dolor, su amor. Porque Lèveque las amaba a todas, pero nunca había podido querer más a una que a otra, por eso las inmortalizaba. Las llevaba en su sangre. Bebía hasta que no tenían nada más que dar y las lastimaba hasta que sus gargantas se dejaban de quejar, aceptando la paz que su verdugo les ofrecía hacia el final. Ellas le infundían vida y él lo retribuía, tomándose su tiempo para atrapar esa belleza en sus recuerdos. Era tan egoísta, que nunca las entregaba a los brazos de la muerte sin antes haberlas conquistado. Ser la sexta víctima, no era una condena, era una dicha. Por eso, cuando la afortunada se presentó como Katriina, él la acarició con sus uñas en un claro gesto de recompensa sobre la mejilla izquierda. Casi, cedió al impulso de usar su fuerza para atravesar la piel, pero el hilillo sobre su pecho, ya era suficientemente tentador. Si abría la fuente, sería incapaz de no frotarse contra su aroma, de no embeberse. De modo que se habían conocido. En otra vida, en otra realidad, habían coincidido. ¿Por eso estaba tan molesta? ¿Por qué la había olvidado? No era nada personal. Lukyan no quería recordar y mucho menos quería saber. Estaban allí para jugar, porque ella era la seis, su premio por controlarse con las anteriores. Había mencionado a sus padres y él había gruñido en advertencia. Le parecía un agravio contra su Sire, el dador de esa vida inmortal.
La joven tenía un fuerte espíritu. El vampiro disfrutaría enormemente aplastándolo. La capturaría, haciéndola morar con él por la eternidad. La recordaría de ese modo, valiente y prepotente. Suya. La bala entró en su cuerpo limpiamente, provocando dolor, quemando a su paso. Lo que ella y casi nadie sabía, era que noche tras noche, él mismo se ponía a prueba para fortalecer su cuerpo contra esas armas. Su creador así lo había solicitado. Una máquina de matar, debía fortalecer sus puntos débiles. Si la plata era dañina para ellos, debía lograr que su enemigo necesitase una gran cantidad de ésta antes de hacerle flaquear. No iba a hacerse inmune a ellas, pero sí iba hacerlo jodidamente soportable. Requeriría más que una bala para hacerlo retroceder y quizás ni así, habría soltado su agarre. Su mano libre se cerró sobre la de ella, misma que sostenía el arma contra su pecho y esa vez; fueron sus dedos entrelazados con los ajenos, los que accionaron la pistola. La bala entró cerca de la otra, alojándose en su cuerpo, provocándole un gruñido. Placer y dolor, dolor y excitación, una hermosa combinación. Le estaba dando lo que a nadie le daría, la oportunidad de acertar en el blanco desde una distancia absurda. – Quid pro quo. – Sentenció en latín y, un segundo después, sus colmillos estaban clavados en el cuello de la fémina, succionando. Cuando Lukyan había despertado como vampiro, pasando la prueba de su Sire, se le había permitido seleccionar un negocio. Por alguna razón desconocida, un maldito impulso de su antigua vida, eligió adueñarse de un viñedo. Era un experto catador de vinos. Entre más añejo, más exquisito. No era extraño que llevase a cabo ese proceso con sus víctimas. La vista, el olfato y gusto, eran las tres bases fundamentales, los tres sentidos principales. El color de la piel de Katriina y el brillo en su mirada cuando le desafiaba; le habían llevado a apreciar ese inconfundible dulce aroma que desprendía y; degustarla, no había hecho más que posicionarla como la mejor sangre que alguna vez había probado.
Succionó con más fuerza y, sin apartar su agarre del arma, ni permitirle soltarse, volvió a disparar. Un rugido vibró por su pecho, perdido ahora en ese elegante arco. Ella le había dañado y ahora él, cobraba con placer por su dolor ocasionado. Succionaba a la par que jalaba el gatillo. Una bala, otro trago. Otro, y otro. Así hasta que no hubo más munición. Beber evitaba que se debilitara y permitía que su sangre comenzara el proceso de sanación. Con pereza, sus colmillos salieron de la carne y su lengua se arremolinó por las marcas gemelas. – Katriina. – La mención del nombre en su boca era absolutamente posesiva. Como ruso, pronunciaba la erre más fuerte. Apartó su cabeza para mirar su impronta. Estaba loco con la idea de dejar su huella por todo su cuerpo. – Es demasiado pronto para decirnos adiós por siempre. – La manipulación era una de sus mejores cualidades. Portar una máscara y descartarla para usar otra, era una tarea que había perfeccionado con absoluta gracia los últimos meses. Iba a jugar sus cartas, siempre subiendo la apuesta para que ella se rindiera. – Todavía no he terminado contigo. Muchas antes de ti, han mostrado la misma valía, pero no voy a mentirte. Al parecer mis juguetes siempre se estropean porque todas, finalmente, terminan tragándose su orgullo. No haré promesas que no pueda cumplir y lo mismo espero de ti. Lo que sí puedo hacer, en cambio, es asegurarte que beberé cada una de tus lágrimas cuando caigan. Vamos a disfrutarlo. Parece ser que en el pasado éramos muy cercanos. Déjame averiguar qué tanto. – En esa ocasión, su dedo siguió el hilillo de sangre sobre su pecho. El oscuro corpiño contra la blanquecina piel le hacía una atenta invitación. – Eres mía, y yo soy tuyo, hasta que diga lo contrario. ¿Entiendes? – Su pregunta era retórica, evidentemente, estaba actuando. Con Lèveque, nada nunca era lo que parece.
La joven tenía un fuerte espíritu. El vampiro disfrutaría enormemente aplastándolo. La capturaría, haciéndola morar con él por la eternidad. La recordaría de ese modo, valiente y prepotente. Suya. La bala entró en su cuerpo limpiamente, provocando dolor, quemando a su paso. Lo que ella y casi nadie sabía, era que noche tras noche, él mismo se ponía a prueba para fortalecer su cuerpo contra esas armas. Su creador así lo había solicitado. Una máquina de matar, debía fortalecer sus puntos débiles. Si la plata era dañina para ellos, debía lograr que su enemigo necesitase una gran cantidad de ésta antes de hacerle flaquear. No iba a hacerse inmune a ellas, pero sí iba hacerlo jodidamente soportable. Requeriría más que una bala para hacerlo retroceder y quizás ni así, habría soltado su agarre. Su mano libre se cerró sobre la de ella, misma que sostenía el arma contra su pecho y esa vez; fueron sus dedos entrelazados con los ajenos, los que accionaron la pistola. La bala entró cerca de la otra, alojándose en su cuerpo, provocándole un gruñido. Placer y dolor, dolor y excitación, una hermosa combinación. Le estaba dando lo que a nadie le daría, la oportunidad de acertar en el blanco desde una distancia absurda. – Quid pro quo. – Sentenció en latín y, un segundo después, sus colmillos estaban clavados en el cuello de la fémina, succionando. Cuando Lukyan había despertado como vampiro, pasando la prueba de su Sire, se le había permitido seleccionar un negocio. Por alguna razón desconocida, un maldito impulso de su antigua vida, eligió adueñarse de un viñedo. Era un experto catador de vinos. Entre más añejo, más exquisito. No era extraño que llevase a cabo ese proceso con sus víctimas. La vista, el olfato y gusto, eran las tres bases fundamentales, los tres sentidos principales. El color de la piel de Katriina y el brillo en su mirada cuando le desafiaba; le habían llevado a apreciar ese inconfundible dulce aroma que desprendía y; degustarla, no había hecho más que posicionarla como la mejor sangre que alguna vez había probado.
Succionó con más fuerza y, sin apartar su agarre del arma, ni permitirle soltarse, volvió a disparar. Un rugido vibró por su pecho, perdido ahora en ese elegante arco. Ella le había dañado y ahora él, cobraba con placer por su dolor ocasionado. Succionaba a la par que jalaba el gatillo. Una bala, otro trago. Otro, y otro. Así hasta que no hubo más munición. Beber evitaba que se debilitara y permitía que su sangre comenzara el proceso de sanación. Con pereza, sus colmillos salieron de la carne y su lengua se arremolinó por las marcas gemelas. – Katriina. – La mención del nombre en su boca era absolutamente posesiva. Como ruso, pronunciaba la erre más fuerte. Apartó su cabeza para mirar su impronta. Estaba loco con la idea de dejar su huella por todo su cuerpo. – Es demasiado pronto para decirnos adiós por siempre. – La manipulación era una de sus mejores cualidades. Portar una máscara y descartarla para usar otra, era una tarea que había perfeccionado con absoluta gracia los últimos meses. Iba a jugar sus cartas, siempre subiendo la apuesta para que ella se rindiera. – Todavía no he terminado contigo. Muchas antes de ti, han mostrado la misma valía, pero no voy a mentirte. Al parecer mis juguetes siempre se estropean porque todas, finalmente, terminan tragándose su orgullo. No haré promesas que no pueda cumplir y lo mismo espero de ti. Lo que sí puedo hacer, en cambio, es asegurarte que beberé cada una de tus lágrimas cuando caigan. Vamos a disfrutarlo. Parece ser que en el pasado éramos muy cercanos. Déjame averiguar qué tanto. – En esa ocasión, su dedo siguió el hilillo de sangre sobre su pecho. El oscuro corpiño contra la blanquecina piel le hacía una atenta invitación. – Eres mía, y yo soy tuyo, hasta que diga lo contrario. ¿Entiendes? – Su pregunta era retórica, evidentemente, estaba actuando. Con Lèveque, nada nunca era lo que parece.
Lukyan Lèveque- Vampiro Clase Alta
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Re: R.I.P (Lukyan Lèveque)
Lo que hiciste, fue usar tu segunda oportunidad para dispararme
Gruñirle, era la primera vez que lo hacía y que de nuevo lo declaraba como otro. Era, dentro de todo, igual físicamente al de siempre, pero su interior había sido totalmente corrompido por unas tinieblas que debían ser eliminadas ¿Acaso no era ese el propósito de la santa inquisición? No importaba de quien se tratara, el propósito para cualquier inquisidor debía seguir siendo el mismo. Las emociones o incluso los lazos de sangre, no tenían que interferir en lo absoluto en la misión que ellos mismos habían elegido.
Por su parte, Katriina realmente lo intentaba, sin embargo, la mano de Lukyan cerrándose sobre la suya y presionando posteriormente el gatillo, le dieron a entender a ella la siguiente mentira que esa noche decidía creerse. Por un instante, pretendió algún estado de consciencia del ahora vampiro, que quizás le hiciera desear la muerte. El masoquismo no se le cruzó por la cabeza a ella como causa y por un instante, su mirada sobre la de él se hizo diferente. Su juventud parecía un tropiezo, pero no le faltarían caídas para aprender que no se debe confiar en nadie, menos aún si se trata de un vampiro. Pero todo era confuso, porque una bala fue seguida de otra y el frío de sus dedos entrelazados con los de Katriina parecía no ser suficiente aliciente para despertarla, porque ella había decidido darle una despedida. Fue por lo mismo, que se acercó todavía más a él y sus labios se posaron sobre la mejilla ajena. Fatal error, porque luego de un susurro en latín, sintió el ardor que produce cualquier aguijón en la carne. Él se alimentaba ahora de ella y continuaba disparando. — ¡Suéltame, maldito Lukyan! — exigió, con la ira que le es propia a todo aquél que se decepciona. Pero nada lograba, porque cada bala parecía influir en la fuerza con la que succionaba él, y era de saberse que tan un solo un minuto le bastaría para drenarla. En segundos que parecieron horas, el tambor se vació en su cuerpo, pero él, seguía allí, mientras ella intentaba inútilmente liberarse de su agarre.
—Puedes compararme con quien se te dé la gana, pero no me hables a mí de promesas cuando me incumpliste la más importante ¿Pero sabes qué? A diferencia de ti, yo sí voy a cumplir la mía— espetó furiosa una vez él dejó de morderla, y retrocedió apenas dos pasos, buscando descaradamente más balas en sus bolsillos para recargar el arma. La mención de otras mujeres parecía no molestarle lo suficiente, porque de algún modo, las suponía muertas. Pero el hecho de pasar por alto todo lo que entre ellos había sucedido, le encendía el carácter de un modo similar al que había logrado su madre. Por lo mismo, gastaría cada pieza de plata que llevara encima esa noche, pero no iba a dejarlo ir tan fácilmente. O tampoco desaparecería ella sin dar suficiente batalla. Lo que sí debía tener claro, era que antes que a Lukyan, debía matar cualquier sentimiento o conexión con él. Si él no recordaba, ella no tendría tampoco por qué hacerlo. Debía eliminarlo y seguir su vida, con quien sea, como fuera. Y fue él mismo quien le recordó algo que ella había pasado por alto. El hilillo de sangre no sólo condujo los dedos de Lukyan a acercarse más a Katriina, sino que también se acercó a algo que primero le perteneciera a él —¿Vas a decirme que tampoco reconoces esto? — cuestionó con la misma soberbia y levantó entre sus dedos el anillo que colgara de su cuello. Era de plata, antiguo y de un grosor tal que declaraba incrustaciones de joyas en él. Pero lo realmente importante, era el apellido que tenía grabado con total claridad —Este es el anillo de los Lèveque, de los tuyos. El mismo que me diste con una maldita mentira a la que te gustó llamar promesa. Aquí, era tuya. Con esto, míralo bien, eras mío. Ahora es basura, de la misma que sale de tu boca— el enojo en la inquisidora era demasiado obvio, al punto que sin pensarlo mucho, arrancó la cadena de la que prendiera el anillo, llevó sus dedos a la herida que habían abierto las balas en Lukyan, e introdujo sus dedos en ella, con toda la fuerza y velocidad que le fueron posibles, dejando dentro del cuerpo de él, un anillo que antes significara tanto —Primero me entregaría a una jauría de licántropos hambrientos antes de ser tuya, antes de volver a creer en un mentiroso. Si no es hoy, será después, pero voy a darte caza hasta que seas sólo cenizas—.
Por su parte, Katriina realmente lo intentaba, sin embargo, la mano de Lukyan cerrándose sobre la suya y presionando posteriormente el gatillo, le dieron a entender a ella la siguiente mentira que esa noche decidía creerse. Por un instante, pretendió algún estado de consciencia del ahora vampiro, que quizás le hiciera desear la muerte. El masoquismo no se le cruzó por la cabeza a ella como causa y por un instante, su mirada sobre la de él se hizo diferente. Su juventud parecía un tropiezo, pero no le faltarían caídas para aprender que no se debe confiar en nadie, menos aún si se trata de un vampiro. Pero todo era confuso, porque una bala fue seguida de otra y el frío de sus dedos entrelazados con los de Katriina parecía no ser suficiente aliciente para despertarla, porque ella había decidido darle una despedida. Fue por lo mismo, que se acercó todavía más a él y sus labios se posaron sobre la mejilla ajena. Fatal error, porque luego de un susurro en latín, sintió el ardor que produce cualquier aguijón en la carne. Él se alimentaba ahora de ella y continuaba disparando. — ¡Suéltame, maldito Lukyan! — exigió, con la ira que le es propia a todo aquél que se decepciona. Pero nada lograba, porque cada bala parecía influir en la fuerza con la que succionaba él, y era de saberse que tan un solo un minuto le bastaría para drenarla. En segundos que parecieron horas, el tambor se vació en su cuerpo, pero él, seguía allí, mientras ella intentaba inútilmente liberarse de su agarre.
—Puedes compararme con quien se te dé la gana, pero no me hables a mí de promesas cuando me incumpliste la más importante ¿Pero sabes qué? A diferencia de ti, yo sí voy a cumplir la mía— espetó furiosa una vez él dejó de morderla, y retrocedió apenas dos pasos, buscando descaradamente más balas en sus bolsillos para recargar el arma. La mención de otras mujeres parecía no molestarle lo suficiente, porque de algún modo, las suponía muertas. Pero el hecho de pasar por alto todo lo que entre ellos había sucedido, le encendía el carácter de un modo similar al que había logrado su madre. Por lo mismo, gastaría cada pieza de plata que llevara encima esa noche, pero no iba a dejarlo ir tan fácilmente. O tampoco desaparecería ella sin dar suficiente batalla. Lo que sí debía tener claro, era que antes que a Lukyan, debía matar cualquier sentimiento o conexión con él. Si él no recordaba, ella no tendría tampoco por qué hacerlo. Debía eliminarlo y seguir su vida, con quien sea, como fuera. Y fue él mismo quien le recordó algo que ella había pasado por alto. El hilillo de sangre no sólo condujo los dedos de Lukyan a acercarse más a Katriina, sino que también se acercó a algo que primero le perteneciera a él —¿Vas a decirme que tampoco reconoces esto? — cuestionó con la misma soberbia y levantó entre sus dedos el anillo que colgara de su cuello. Era de plata, antiguo y de un grosor tal que declaraba incrustaciones de joyas en él. Pero lo realmente importante, era el apellido que tenía grabado con total claridad —Este es el anillo de los Lèveque, de los tuyos. El mismo que me diste con una maldita mentira a la que te gustó llamar promesa. Aquí, era tuya. Con esto, míralo bien, eras mío. Ahora es basura, de la misma que sale de tu boca— el enojo en la inquisidora era demasiado obvio, al punto que sin pensarlo mucho, arrancó la cadena de la que prendiera el anillo, llevó sus dedos a la herida que habían abierto las balas en Lukyan, e introdujo sus dedos en ella, con toda la fuerza y velocidad que le fueron posibles, dejando dentro del cuerpo de él, un anillo que antes significara tanto —Primero me entregaría a una jauría de licántropos hambrientos antes de ser tuya, antes de volver a creer en un mentiroso. Si no es hoy, será después, pero voy a darte caza hasta que seas sólo cenizas—.
Serge Ivánovich- Vampiro Clase Alta
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Re: R.I.P (Lukyan Lèveque)
El semblante del vampiro cambió en un instante, a serio y frío como el granito. Sólo su mirada abrasadora, indicaba que el deseo no había remitido. La sangre de la humana, parecía cantar en su cuerpo, pidiéndole un poco más. No se engañaba, desde luego, su control no sería fácil de mantener. Era un destructor por naturaleza. Un gigante que arrastraba y pisoteaba todo lo que se le atravesara. Había algo escalofriante y excitante en convertir en ruinas cualquier belleza. Y la fémina tenía mucho de eso último. Lukyan deseaba salvajemente clavarle de nuevo los colmillos, mientras se hundía en ella de un modo más íntimo. Saber que la mujer lucharía a cada instante por negarle ese placer, la hacía más valiosa y única. Se prometió que le arrancaría su nombre de sus labios, alejado de cualquier odio e ira; pero cargado de absoluta necesidad y dicha. No había mentido cuando dijo que sus muñecas se estropeaban. Era su habilidad en la persuasión lo que las maleaba, obligándoles a hacer aquello que con ahínco se negaban. ¡Simplemente no podía resistirse! No importaba cuánto quisiera que vinieran a él por su libre albedrío, al final, su voz las envolvía hasta pulverizarlas, dejando sólo un títere a su merced. Era una jodida pena que Katriina estuviese marcada por el mismo patrón que las anteriores. Jamás había cambiado un plan. Su obsesión maniática compulsiva no le permitiría cambiar sus ideas. Una vez se le metía algo en la cabeza, no había poder que lo detuviera. Gruñó violentamente, odiándola por las palabras que lanzaba, haciendo que se cuestionara quién demonios era o, más importante, quién demonios había sido. Sólo un par de meses habían pasado desde que naciera como vampiro, pero para el ruso, se sentía como si hubiese pasado toda una vida. Recordaba su nombre y poco más. Sus habilidades como cazador, habían salido a relucir cuando se enfrentó a prueba con sus hermanos, los vástagos de su Sire. Ellos eran ahora su familia. El pasado había sido suprimido de su mente, cualquier nexo o lazo compartido como humano, fue enterrado profundamente. No iría por ese camino. Mejor que se detuviera, antes de provocarlo a ponerle fin a esa conversación. Ninguna musa, debía fastidiar a su maestro. Ciertamente, ninguna había luchado con tanto fervor. ¿Era eso lo que la hacía exquisita? ¿Su prepotencia? – Pareces tener prisa por saltar de mis brazos a los de la muerte, amor. ¿Crees que será más misericordiosa que yo? – No había burla en sus palabras ahora, sino todo lo contrario, frialdad y crueldad. Quería arrancarle esa cara de orgullo.
Su lengua se deslizaba sobre las puntas de sus colmillos, limpiando cualquier rastro de su sabor. Más, rugía su pecho. Más, juraba él que obtendrían. Se daría un festín antes de que terminase el día. Sentir sus dedos escarbando en su herida, aunque doloroso, no dejaba de ser excitante. ¡Casi podía sentirlas como caricias sobre su piel! Excepto que el dolor pronto se intensificó cuando dejó aquél maldito objeto en su interior. Plata. Furioso, mostró sus dientes. Inmediatamente, la hizo a un lado, clavando sus largas y afiladas uñas en su propio cuerpo para encontrarlo. Pudo haberlo hecho sin bañarse en sangre como lo hizo, pero no pensaba con claridad. La ira recorría cada parte de su mente, quebrantando el último hilo de raciocinio. Ríos carmesíes le recorrían, siguiendo su palma y cayendo al suelo, alimentando a las alimañas que se arrastraban bajo la tierra que pisaban. Su camisa, antaño blanca, estaba hecha un desastre. Lukyan se la arrancó con fiereza. El anillo, quemaba la piel que tocaba. Le echó un rápido vistazo, sin siquiera reconocerlo, antes de cerrar la mano sobre el arma improvisada. Sus gruñidos, ahora constantes, eran un eco de fondo entre ellos. – Me decepcionas, Katriina. – Celos posesivos e irracionales, figuraron en su mirada. – ¿Preferir una jauría de licántropos a lo que te puedo ofrecer? Ninguna de esas bestias puede llegarme a los talones. – El vampiro aborrecía a esos animales. Iba más allá de lo que su raza sentía por los seres inferiores. Oírselos mencionar, sólo incrementaba su ira. – Esto, señaló, abriendo la mano para coger la cadena, te costará otro trago. – Sin dejar de mirarla, soltó el objeto, disfrutando de cómo se hundía en el escote que dejaba entrever, sus pechos. Su atacante, había osado arrancarle su ropa. Si el bastardo no estuviese ya muerto, Lukyan lo mataría por poner sus sucias manos en lo suyo. – No sé de qué maldita promesa estás hablando, pero eres mía, y pronto volverás a pensar eso. – Cogió su barbilla, levantándola a la altura de su boca. – O tienes mucha fe en tus habilidades, o realmente esperas que te deje marchar. ¿Cuál será? – Reclamó su boca, con sus colmillos alargados, sin importarle un reverendo bledo que le estuviese haciendo daño. Quería que no olvidara que era un vampiro quien la estaba besando. Su lengua se hundió como una espada en la cavidad, exigiendo una respuesta. Su mano se cogió de la parte trasera de su cuello, para pegarla más a él. Enviaba el mensaje claro que no la soltaría sino le daba lo que quería.
Su lengua se deslizaba sobre las puntas de sus colmillos, limpiando cualquier rastro de su sabor. Más, rugía su pecho. Más, juraba él que obtendrían. Se daría un festín antes de que terminase el día. Sentir sus dedos escarbando en su herida, aunque doloroso, no dejaba de ser excitante. ¡Casi podía sentirlas como caricias sobre su piel! Excepto que el dolor pronto se intensificó cuando dejó aquél maldito objeto en su interior. Plata. Furioso, mostró sus dientes. Inmediatamente, la hizo a un lado, clavando sus largas y afiladas uñas en su propio cuerpo para encontrarlo. Pudo haberlo hecho sin bañarse en sangre como lo hizo, pero no pensaba con claridad. La ira recorría cada parte de su mente, quebrantando el último hilo de raciocinio. Ríos carmesíes le recorrían, siguiendo su palma y cayendo al suelo, alimentando a las alimañas que se arrastraban bajo la tierra que pisaban. Su camisa, antaño blanca, estaba hecha un desastre. Lukyan se la arrancó con fiereza. El anillo, quemaba la piel que tocaba. Le echó un rápido vistazo, sin siquiera reconocerlo, antes de cerrar la mano sobre el arma improvisada. Sus gruñidos, ahora constantes, eran un eco de fondo entre ellos. – Me decepcionas, Katriina. – Celos posesivos e irracionales, figuraron en su mirada. – ¿Preferir una jauría de licántropos a lo que te puedo ofrecer? Ninguna de esas bestias puede llegarme a los talones. – El vampiro aborrecía a esos animales. Iba más allá de lo que su raza sentía por los seres inferiores. Oírselos mencionar, sólo incrementaba su ira. – Esto, señaló, abriendo la mano para coger la cadena, te costará otro trago. – Sin dejar de mirarla, soltó el objeto, disfrutando de cómo se hundía en el escote que dejaba entrever, sus pechos. Su atacante, había osado arrancarle su ropa. Si el bastardo no estuviese ya muerto, Lukyan lo mataría por poner sus sucias manos en lo suyo. – No sé de qué maldita promesa estás hablando, pero eres mía, y pronto volverás a pensar eso. – Cogió su barbilla, levantándola a la altura de su boca. – O tienes mucha fe en tus habilidades, o realmente esperas que te deje marchar. ¿Cuál será? – Reclamó su boca, con sus colmillos alargados, sin importarle un reverendo bledo que le estuviese haciendo daño. Quería que no olvidara que era un vampiro quien la estaba besando. Su lengua se hundió como una espada en la cavidad, exigiendo una respuesta. Su mano se cogió de la parte trasera de su cuello, para pegarla más a él. Enviaba el mensaje claro que no la soltaría sino le daba lo que quería.
Lukyan Lèveque- Vampiro Clase Alta
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Re: R.I.P (Lukyan Lèveque)
"Como decir me lapidé por agradecimiento a las piedras o que te escupiría aunque muriese de sed."
Había una sola cosa que hacía que Katriina no olvidara que trataba con una bestia, y eran esos ojos, que la miraban como jamás lo habían hecho, con una mezcla de odio y deseo que no habría querido contemplar nunca en él. A toda costa, debía recordarse a sí misma que él no era el de siempre, que ahora tenía lastimándola a un maldito que tenía que matar antes que fuese reducida a cenizas. Aquél no era un reencuentro común, porque lucía más como una declaración de guerra que pisaba sobre los despojos de su pasado. —No me importa tu misericordia ¿No lo entiendes? Sufriría el doble con tal de no estar aquí contigo. Si tuviera un precipicio a cambio de ti, me arrojaría a él sin pensarlo dos veces— inquirió en su cara, con una ira que le hacía apretar los dientes en cada palabra, y que la convencía cada vez más que estaba haciendo lo correcto. Si Lukyan estaba fingiendo y creía que al verlo ella se arrojaría a sus brazos, se equivocaba de la manera más absurda posible. Era un idiota si no había notado ya que los principios en ella eran más fuertes que sus emociones. Si él había cambiado sus palabras por sangre, ella haría exactamente lo mismo.
Con gusto, sintió ser apartada de él con fuerza. Disfrutó ver el desespero por encontrar el anillo, al punto que no le importaba abrirse a sí mismo con tal de sacarlo. Incluso, cuando él levantó apenas la mirada furibunda, ella sonrió. Poco quedaba del hombre que había llegado allí. Ella estaba lastimada, pero no era la única, y era eso lo que finalmente importaba. Lukyan había perdido más sangre que a quien pretendía su víctima, y eso, declaraba otra cosa. —Yo también estoy decepcionada de mí. Debí comprometerme con un hombre capaz de cumplir sus promesas. Pero a ti te falta demasiado para eso— escupió, con tono calmo pero venenoso, a pesar de saber que no tenía la más mínima intensión de comprometerse con alguien diferente. El maldito del Lèveque había logrado que ella se prendara de él absolutamente. La tonta de Katriina no había sido capaz de mirar a nadie más. Su ingenua juventud le había creído a ciegas, y ahora, a la par de sentir esa misma ingenuidad destrozada, sentía una enfermiza necesidad de destruirlo a él. Lukyan no era diferente de Raffaella, y no merecía un destino diferente al de ella ¿Quién seguía entonces en la lista de los vampiros? ¿Jarko, Lastor? De ser ella misma, tenía más que claro que se arrojaría a los rayos del sol en su primer amanecer.
—Tú no puedes ofrecerme nada, porque todo lo bueno que tenías se lo bebieron. A cambio te dieron un ego ridículo y una sed que no se saciará con nada. — respondió ¿Acaso no entendía que no se trataba de los licántropos? Lukyan parecía un demente y, a esas alturas, Katriina ya no dudaba que de no matarlo, ella no saldría de allí con vida. —Voy a hacer que te tragues este anillo como me hiciste tragar tus promesas. Y espero que tengas que abrirte las entrañas para sacarlo— discutió cuando el anillo ensangrentado de nuevo volvió a su tocar su cuerpo, quedando atrapado entre sus pechos como si no pretendiera salir de allí. Parecía tan obstinado como quien se lo diera, puesto que repetía una y otra vez que no recordaba nada. Ella quiso responderle, decirle que en un par de meses ella iba a ser su esposa; pero antes de decir nada, sintió los labios de Lukyan sobre los suyos, aunque no como antes. Ahora, en vez de acariciarlos, los destrozaba con colmillos furiosos, mientras su lengua buscaba respuesta y relamía la sangre que el resto de su boca provocara. Y ella, se quedó ahí, inmóvil, con los ojos bien abiertos y permitiendo que le destrozara los labios. Su dignidad pisoteaba su dolor con orgullo y, sus manos, ahora empuñaban con seguridad un arma. Aunque él no lo notara, Katriina había tenido el tiempo suficiente de sacar una daga más. Por cada punzón en la boca, ella lo apuñalaba. El arma era demasiado corta para alcanzar su corazón, pero no era inútil a la hora de lastimarlo. Una y otra vez le perforó el costado, sin mover otra parte de su cuerpo distinta a esa. Si esa noche moría, quedaría quizás irreconocible. Pero al menos, nadie podría decir que mientras eso sucedía, no se debatió cada segundo a muerte. Lukyan ya no era su prometido, y no lo sería jamás. Con la muerte de alguno de ellos, culminaría todo.
Con gusto, sintió ser apartada de él con fuerza. Disfrutó ver el desespero por encontrar el anillo, al punto que no le importaba abrirse a sí mismo con tal de sacarlo. Incluso, cuando él levantó apenas la mirada furibunda, ella sonrió. Poco quedaba del hombre que había llegado allí. Ella estaba lastimada, pero no era la única, y era eso lo que finalmente importaba. Lukyan había perdido más sangre que a quien pretendía su víctima, y eso, declaraba otra cosa. —Yo también estoy decepcionada de mí. Debí comprometerme con un hombre capaz de cumplir sus promesas. Pero a ti te falta demasiado para eso— escupió, con tono calmo pero venenoso, a pesar de saber que no tenía la más mínima intensión de comprometerse con alguien diferente. El maldito del Lèveque había logrado que ella se prendara de él absolutamente. La tonta de Katriina no había sido capaz de mirar a nadie más. Su ingenua juventud le había creído a ciegas, y ahora, a la par de sentir esa misma ingenuidad destrozada, sentía una enfermiza necesidad de destruirlo a él. Lukyan no era diferente de Raffaella, y no merecía un destino diferente al de ella ¿Quién seguía entonces en la lista de los vampiros? ¿Jarko, Lastor? De ser ella misma, tenía más que claro que se arrojaría a los rayos del sol en su primer amanecer.
—Tú no puedes ofrecerme nada, porque todo lo bueno que tenías se lo bebieron. A cambio te dieron un ego ridículo y una sed que no se saciará con nada. — respondió ¿Acaso no entendía que no se trataba de los licántropos? Lukyan parecía un demente y, a esas alturas, Katriina ya no dudaba que de no matarlo, ella no saldría de allí con vida. —Voy a hacer que te tragues este anillo como me hiciste tragar tus promesas. Y espero que tengas que abrirte las entrañas para sacarlo— discutió cuando el anillo ensangrentado de nuevo volvió a su tocar su cuerpo, quedando atrapado entre sus pechos como si no pretendiera salir de allí. Parecía tan obstinado como quien se lo diera, puesto que repetía una y otra vez que no recordaba nada. Ella quiso responderle, decirle que en un par de meses ella iba a ser su esposa; pero antes de decir nada, sintió los labios de Lukyan sobre los suyos, aunque no como antes. Ahora, en vez de acariciarlos, los destrozaba con colmillos furiosos, mientras su lengua buscaba respuesta y relamía la sangre que el resto de su boca provocara. Y ella, se quedó ahí, inmóvil, con los ojos bien abiertos y permitiendo que le destrozara los labios. Su dignidad pisoteaba su dolor con orgullo y, sus manos, ahora empuñaban con seguridad un arma. Aunque él no lo notara, Katriina había tenido el tiempo suficiente de sacar una daga más. Por cada punzón en la boca, ella lo apuñalaba. El arma era demasiado corta para alcanzar su corazón, pero no era inútil a la hora de lastimarlo. Una y otra vez le perforó el costado, sin mover otra parte de su cuerpo distinta a esa. Si esa noche moría, quedaría quizás irreconocible. Pero al menos, nadie podría decir que mientras eso sucedía, no se debatió cada segundo a muerte. Lukyan ya no era su prometido, y no lo sería jamás. Con la muerte de alguno de ellos, culminaría todo.
Última edición por Katriina Räsänen el Dom Jul 17, 2016 3:05 pm, editado 2 veces
Serge Ivánovich- Vampiro Clase Alta
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Re: R.I.P (Lukyan Lèveque)
Sólo una vez, habían jodido su mente y, desde entonces, juró que nadie volvería a leerla. Quizás fue por ello, o por herencia de su Sire, que Lukyan adquirió el poder de bloquear sus pensamientos. La herida que habían dejado antaño, había cicatrizado, dejando atrás sólo un vacío que, él mismo, se encargó de llenarlo. Si bien no tenía recuerdos de su vida antes de ser convertido en vampiro, recordaba a la perfección cada instante desde su despertar. Los nombres de sus víctimas, los rostros, sus últimas palabras abandonándolos, el olor de la sangre y el sabor de esa misma ambrosía. ¡Era tan hermosamente absurdo! Que la muerte de otros, fuera vida para los suyos. Prolongó el beso tanto como quiso, lastimándola con sus colmillos y con su lengua invasora que sólo tenía un objetivo: conquistar. Preso del deseo y del dolor que le provocaban sus ataques, sus gruñidos se hicieron más violentos. Pero en esa batalla de voluntades, sólo él levantaría estandarte. No existía otro resultado. Katriina sería suya, como al parecer, había sido antaño. Por supuesto, no se le había pasado por alto aquélla palabra, que lo tachaba a él como su prometido. Si bien no quería indagar en esa historia que los envolvía, se encontró pensando, fugazmente, en que lo creía. Otro hombre, el ser que ella lo acusaba haber sido, sin duda habría seguido a tal belleza por los bosques, buscando cualquier estúpido pretexto para envolverla en sus brazos y hacerle todas las malditas cosas que en ese momento, quería hacerle. Era una buena cosa que eso último, tuviese una solución bastante fácil. Podría no recordar nada, después de todo, había sellado el laberinto en que se había convertido su mente; pero sí crear nuevos recuerdos. Uno acorde al nuevo ser en que se convirtió. Sonrió, con ese tipo de sonrisas maliciosas que lo hacían ver demente, cargadas de intención; mientras ponía fin al encuentro de sus bocas. Su frente, se juntó con la de ella, pero su mirada nunca abandonó los ojos de la joven. Hilarante, cínico e insano, eso y mucho más, se podía leer en la profundidad de sus orbes. – Cuando desperté, me encontré con que tenía una nueva familia de vampiros. – Siseó, deteniendo con su palma, la nueva estocada. Le atravesó el dorso, pero a Lèveque parecía no importarle. No cuando tenía esa fuente deliciosa a su alcance, lista para satisfacer cada una de sus demandas, las cuales, parecían incrementar conforme los granos caían en el reloj de arena: lenta y siniestra.
Cogió con sus manos las de ella, entrelazándolas con sus dedos, haciéndolos retroceder el poco espacio que los mantenía apartados de una de las paredes de las viviendas abandonadas. La espalda de la inquisidora, se encontró con el muro; uno que se había convertido en el aliado del inmortal. Lukyan elevó sus manos por encima de la cabeza de la rubia, aprisionándola con su cuerpo, que mostraba el torso desnudo, con rastros de sangre sobre su piel. – Y ahora descubro que todo este tiempo, mi prometida aguardaba mi regreso. ¿Cuántos meses han sido? – El tono peligroso en su voz, no sólo denotaba sarcasmo, sino también una advertencia que llegaba tarde. – Muchos, sin duda. Lo suficiente, para que olvidaras cómo me sentías. Ser un vampiro, no me hace menos hombre. Tiene malditos buenos beneficios, que pronto disfrutarás. Te hará desear ser como yo. Quizás incluso me pedirás clemencia para que te otorgue la vida eterna. – Amenazó, en ese mismo tono, calmo y frío. – Vas a disfrutarlo, Katriina. Todas lo han hecho. No puedes luchar en mi contra, porque de lo contrario, perderás. – Y entonces, finalmente, se tocó el costado con una de sus manos. Sus dedos se tiñeron, tal como había esperado, de los ríos carmesíes que le recorrían pero, en esa ocasión; pintó con ellos la parte superior de los pechos de la inquisidora. Sin soltar su agarre, y con su mirada desafiante, la cena enarcada y la macabra sonrisa; la invitó a que se defendiera. Hasta entonces, Lukyan había esperado no morder en otro lugar que no fuese el cuello. Tenía tiempo para jugar con su última víctima, pero las tornas habían girado. No era un encuentro cualquiera. Con la rapidez que caracterizaba a los hijos de la noche, se movió. Su mano descendió y ascendió por completo, trazando el perfil de la humana, de la cintura hacia el costado de su seno; y viceversa. El desgarro se escuchó y, un segundo después, su boca había descendido para clavar sus colmillos en su pecho. Perforó con avidez y bebió con aún más fuerza. No para reponer el daño causado, sino para reclamar a la mujer que en el pasado había elegido. De pronto, encontraba que los trofeos que coleccionaba de sus víctimas, carecían de valor ante esa nueva adquisición. Podía mantenerla, pensó, como su mascota. La deseaba, a ella y a su sangre. Si tanto asco le provocaba estar a merced de un vampiro, ¿qué tan malo sería si probaba su sangre contaminada? Sin pensarlo, apartó sus colmillos y perforó su muñeca. La miró con toda la intención, antes de poner su herida sangrante sobre su boca y obligarle a tragar. Las primeras gotas, pintaron de rojo, los labios hinchados. Ábrelos, persuadió. – La relación entre un vampiro y un humano, amor, es más especial que lo que pudimos tener en el pasado. Bebe. – Y como si lo intuyera, el ruso entrelazó su cuerpo de manera que no pudiese mover las piernas. Era su batalla e iba a ganarla.
Cogió con sus manos las de ella, entrelazándolas con sus dedos, haciéndolos retroceder el poco espacio que los mantenía apartados de una de las paredes de las viviendas abandonadas. La espalda de la inquisidora, se encontró con el muro; uno que se había convertido en el aliado del inmortal. Lukyan elevó sus manos por encima de la cabeza de la rubia, aprisionándola con su cuerpo, que mostraba el torso desnudo, con rastros de sangre sobre su piel. – Y ahora descubro que todo este tiempo, mi prometida aguardaba mi regreso. ¿Cuántos meses han sido? – El tono peligroso en su voz, no sólo denotaba sarcasmo, sino también una advertencia que llegaba tarde. – Muchos, sin duda. Lo suficiente, para que olvidaras cómo me sentías. Ser un vampiro, no me hace menos hombre. Tiene malditos buenos beneficios, que pronto disfrutarás. Te hará desear ser como yo. Quizás incluso me pedirás clemencia para que te otorgue la vida eterna. – Amenazó, en ese mismo tono, calmo y frío. – Vas a disfrutarlo, Katriina. Todas lo han hecho. No puedes luchar en mi contra, porque de lo contrario, perderás. – Y entonces, finalmente, se tocó el costado con una de sus manos. Sus dedos se tiñeron, tal como había esperado, de los ríos carmesíes que le recorrían pero, en esa ocasión; pintó con ellos la parte superior de los pechos de la inquisidora. Sin soltar su agarre, y con su mirada desafiante, la cena enarcada y la macabra sonrisa; la invitó a que se defendiera. Hasta entonces, Lukyan había esperado no morder en otro lugar que no fuese el cuello. Tenía tiempo para jugar con su última víctima, pero las tornas habían girado. No era un encuentro cualquiera. Con la rapidez que caracterizaba a los hijos de la noche, se movió. Su mano descendió y ascendió por completo, trazando el perfil de la humana, de la cintura hacia el costado de su seno; y viceversa. El desgarro se escuchó y, un segundo después, su boca había descendido para clavar sus colmillos en su pecho. Perforó con avidez y bebió con aún más fuerza. No para reponer el daño causado, sino para reclamar a la mujer que en el pasado había elegido. De pronto, encontraba que los trofeos que coleccionaba de sus víctimas, carecían de valor ante esa nueva adquisición. Podía mantenerla, pensó, como su mascota. La deseaba, a ella y a su sangre. Si tanto asco le provocaba estar a merced de un vampiro, ¿qué tan malo sería si probaba su sangre contaminada? Sin pensarlo, apartó sus colmillos y perforó su muñeca. La miró con toda la intención, antes de poner su herida sangrante sobre su boca y obligarle a tragar. Las primeras gotas, pintaron de rojo, los labios hinchados. Ábrelos, persuadió. – La relación entre un vampiro y un humano, amor, es más especial que lo que pudimos tener en el pasado. Bebe. – Y como si lo intuyera, el ruso entrelazó su cuerpo de manera que no pudiese mover las piernas. Era su batalla e iba a ganarla.
Lukyan Lèveque- Vampiro Clase Alta
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Re: R.I.P (Lukyan Lèveque)
"Es haber visto el color real de un hueso
y no poder explicar a la inocencia que no deberían pintarlos de blanco"
y no poder explicar a la inocencia que no deberían pintarlos de blanco"
Cada roce se sentía como si la lucha fuese con un animal furioso, que gruñía con el más mínimo toque y que destrozaba con la menor de las cercanías. Era una bestia que no comprendía más que el lenguaje del poder y la guerra, que se alimentaba con la sangre de los caídos y que aumentaba su ego destrozando a otros. —Ellos no son tu familia, van a destrozarte cuando les des pie, igual que tú a ellos cuando hagan lo que no quieres. Mataron a los tuyos, te mataron a ti, y aun así los vas a llamar hermanos. La muerte no sólo te hizo más salvaje, también te hizo un completo idiota— respondió ella con la misma ira cuando sus labios fueron soltados y manaron aún más sangre. Sus palabras parecían manifestar una preocupación oculta, pero esa se esfumaría en un par de minutos, por su causa. Como si nada, él intentó detener el puñal de sus manos, y ella le atravesó la mano como si de eso dependiera su huida, pese a que no correría.
Sin embargo, él tenía de lado esa maldita fuerza que adquieren los vampiros, y de nuevo intentó someterla llevándola hacia una pared. Quería dominarla de todas las maneras posibles, y ni siquiera necesitaba palabras para manifestarlo. Probablemente Katriina moriría allí mismo, pero no se mostraría sumisa aunque él le abriera el pecho y le tomara con una mano el corazón, antes de extraerlo. Como era de esperarse, su cuerpo rebatió cada movimiento, intentando hacer lo contrario a lo que Lukyan pretendía. Sería más fácil si fuese otro quien la atacara, pero ese rostro conocido ocupaba una historia que no se olvidaría tan rápidamente. —Los suficientes para darte por muerto. El compromiso está roto, igual que tú ¿Cuántas veces quieres que te repita que prefiero alimentar a licántropos con mi cuerpo en lugar de ser como tú? Voy a casarme con alguien mejor que tú, alguien vivo.— mintió —Y te desprecio como no tienes idea— el tono amenazante en el ruso le daba completamente igual a Katriina, su rabia le impedía sentir temor en aquél momento, y lo único que deseaba era que amaneciera de una vez por todas, o que ese encuentro terminara de cualquier manera — ¡No te atrevas, Lukyan Lèveque! — le gritó cuando, como si no fuera suficiente, empapó su sangre sobre los pechos de ella. Allí, el respeto que alguna le tuviera, también se moría.
Pero fue el avanzar de la situación lo que le causó terror a Katriina. Poco le importaba morir allí mientras él se alimentaba de ella, pero cuando le rasgó la ropa para beber de su seno, todo dio un giro tal que se entendía a leguas lo que pretendía. La sola idea la desesperó, porque pese a que él si era su prometido, entre ellos no había ocurrido más que un par de besos un poco más intensos a escondidas, pero que siempre eran finalizados por ella por esas reglas con las que creció en la inquisición; sin mencionar que para entonces, las mujeres debían llegar intactas al matrimonio y hacer que su vida y su cuerpo perteneciese para siempre al mismo hombre: su esposo. Lukyan iba a serlo, pero ese antiguo compromiso ya no existía, lo había recordado el anillo que se estrelló con fuerza contra el suelo cuando él le rompió sin dudar la ropa, justo donde permanecía sostenido a pesar de todo. —Voy a disfrutar cuando te mueras, cuando mi padre y mi hermano te maten como el vil animal en el que te has convertido— protestó. Allí, no quería a otro distinto a Lastor o a Jarko ingresando. Los anhelaba como nunca, pese a tener claro que no harían acto de presencia. Alimentarlo de esa manera le dolía, le hacía sentir que abusaría de ella sin importarle nada y creyendo incluso que Katriina pediría más. Por supuesto se equivocaba, de nuevo. Si no podía defenderse antes que actuara demasiado, se cortaría sus propias venas con tal de evitar complacerlo. Ya lo tenía decidido, aunque lucharía un poco más. — ¿Pretendes entonces que sea tu esclava? — preguntó lo que ya sabía, y de inmediato cerró la boca, mientras negaba con la cabeza. Así, lo dejó acercarse un poco más, y cuando sintió la sangre presionándose contra sus labios lastimados, levantó la pierna y en una flexión de la misma, lo empujó con la mayor fuerza que le fue posible. Ahí, sí decidía correr, y sin dudarlo, en un par de zancadas estuvo en la puerta, e incluso la logró abrir. El soplo fuerte del viento que le golpeó el rostro le dio una nueva idea que más adelante concretaría. Pero ¿Qué pasaría ahora estando en la calle? ¿Alguien se atrevería a ayudarla a pesar de verla tan cubierta de sangre? No había nada que pensar, si iba a morir, lo iba a hacer sin condenar su alma, sin que él tomara a las malas, lo que ella había decidido preservar para el día en que se convirtiera en su esposa.
Sin embargo, él tenía de lado esa maldita fuerza que adquieren los vampiros, y de nuevo intentó someterla llevándola hacia una pared. Quería dominarla de todas las maneras posibles, y ni siquiera necesitaba palabras para manifestarlo. Probablemente Katriina moriría allí mismo, pero no se mostraría sumisa aunque él le abriera el pecho y le tomara con una mano el corazón, antes de extraerlo. Como era de esperarse, su cuerpo rebatió cada movimiento, intentando hacer lo contrario a lo que Lukyan pretendía. Sería más fácil si fuese otro quien la atacara, pero ese rostro conocido ocupaba una historia que no se olvidaría tan rápidamente. —Los suficientes para darte por muerto. El compromiso está roto, igual que tú ¿Cuántas veces quieres que te repita que prefiero alimentar a licántropos con mi cuerpo en lugar de ser como tú? Voy a casarme con alguien mejor que tú, alguien vivo.— mintió —Y te desprecio como no tienes idea— el tono amenazante en el ruso le daba completamente igual a Katriina, su rabia le impedía sentir temor en aquél momento, y lo único que deseaba era que amaneciera de una vez por todas, o que ese encuentro terminara de cualquier manera — ¡No te atrevas, Lukyan Lèveque! — le gritó cuando, como si no fuera suficiente, empapó su sangre sobre los pechos de ella. Allí, el respeto que alguna le tuviera, también se moría.
Pero fue el avanzar de la situación lo que le causó terror a Katriina. Poco le importaba morir allí mientras él se alimentaba de ella, pero cuando le rasgó la ropa para beber de su seno, todo dio un giro tal que se entendía a leguas lo que pretendía. La sola idea la desesperó, porque pese a que él si era su prometido, entre ellos no había ocurrido más que un par de besos un poco más intensos a escondidas, pero que siempre eran finalizados por ella por esas reglas con las que creció en la inquisición; sin mencionar que para entonces, las mujeres debían llegar intactas al matrimonio y hacer que su vida y su cuerpo perteneciese para siempre al mismo hombre: su esposo. Lukyan iba a serlo, pero ese antiguo compromiso ya no existía, lo había recordado el anillo que se estrelló con fuerza contra el suelo cuando él le rompió sin dudar la ropa, justo donde permanecía sostenido a pesar de todo. —Voy a disfrutar cuando te mueras, cuando mi padre y mi hermano te maten como el vil animal en el que te has convertido— protestó. Allí, no quería a otro distinto a Lastor o a Jarko ingresando. Los anhelaba como nunca, pese a tener claro que no harían acto de presencia. Alimentarlo de esa manera le dolía, le hacía sentir que abusaría de ella sin importarle nada y creyendo incluso que Katriina pediría más. Por supuesto se equivocaba, de nuevo. Si no podía defenderse antes que actuara demasiado, se cortaría sus propias venas con tal de evitar complacerlo. Ya lo tenía decidido, aunque lucharía un poco más. — ¿Pretendes entonces que sea tu esclava? — preguntó lo que ya sabía, y de inmediato cerró la boca, mientras negaba con la cabeza. Así, lo dejó acercarse un poco más, y cuando sintió la sangre presionándose contra sus labios lastimados, levantó la pierna y en una flexión de la misma, lo empujó con la mayor fuerza que le fue posible. Ahí, sí decidía correr, y sin dudarlo, en un par de zancadas estuvo en la puerta, e incluso la logró abrir. El soplo fuerte del viento que le golpeó el rostro le dio una nueva idea que más adelante concretaría. Pero ¿Qué pasaría ahora estando en la calle? ¿Alguien se atrevería a ayudarla a pesar de verla tan cubierta de sangre? No había nada que pensar, si iba a morir, lo iba a hacer sin condenar su alma, sin que él tomara a las malas, lo que ella había decidido preservar para el día en que se convirtiera en su esposa.
Serge Ivánovich- Vampiro Clase Alta
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