Alondra de Castilla ID}

A veces las apariencias engañan, y en lo que es el caso de Alondra lo hacen de lejos. A primera vista puede parecer una muchacha seria y distante, alguien inalcanzable. Pero eso es algo completamente alejado de la realidad puesto que Alondra es una muchacha sensible que es capaz de sentir las cosas con bastante intensidad, suele preocuparse y cuidar de las personas que le importan hasta el punto de preocuparse y velar mas por ellas que por ella misma. De carácter apacible y tranquilo, intenta sospesar las cosas y sus consecuencias antes de actuar a pesar de que en algunas ocasiones se deja llevar mas por el corazón que por sus pensamientos racionales. Suele ser alguien inteligente e intuitiva, aunque no por ello es capaz de detectar con facilidad las malas intenciones de las personas puesto que esta firmemente convencida de que siempre hay un poco de luz incluso en el corazón mas oscuro de todos. A pesar de que por lo general suele ser una persona apacible, hay otra faceta en su personalidad, una faceta que raramente sale a la luz y que realmente muy pocos conocen y es el hecho de que también posee un genio muy vivo siendo capaz de sacar las uñas y luchar por aquellas personas que le importan sin importar de la misma manera que es capaz de enfrentarse a quién llegue a colmar su paciencia, algo que, realmente, es muy difícil que suceda.

Alondra nació un soleado pero frío mes de diciembre siendo la segunda y menor de los hijos de la pareja Montero, los duques de Cádiz. La infancia de la niña no contó con ningún contratiempo, esta aprendía con rapidez y soltura todo aquello que se le enseñaba ya fuera a nivel de conocimientos como con las artes o la equitación. Era tal el potencial que tenía la niña que éstos no tardaron en acordar un compromiso para la niña a pesar de su juventud. A pesar de que la paz y la armonía reinaba en el pequeño mundo de la niña, este se vio prácticamente roto en pedazo cuando, teniendo la niña apenas diez años, su hermano mayor y quien debía asumir la posición de duque de Cádiz enfermó gravemente y se vio postrado en cama hasta el momento en que, tras largos meses, falleció. Durante todo ese tiempo, Alondra permaneció a su lado todo el tiempo que le fue posible y una vez este falleció, la personalidad de la niña, que antaño había mostrado todos y cada uno de sus sentimientos abiertamente empezó a cerrarse volviéndose alguien un poco mas callada y serena, hecho que atribuyeron mas a que la niña iba madurando que al hecho de perder a su hermano. Con su hermano muerto, y tras el tiempo en el que la niña pasó en Cataluña en casa de sus abuelos maternos, el peso de que ella sería la próxima duquesa cayó sobre los hombros de la niña de la misma manera en que la educación recibida por la misma empezó a cambiar, no siendo solo educada para ser una perfecta dama y una perfecta esposa, si no también para ser capaz de desenvolverse, de ser necesario, en el ambiente político y social que ésta aborrecía. Año tras año, el tiempo pasó y la consciencia de que, algún día, cada día más cercano, aquel con el que se suponía que se iba a casar iría a por ella, fue calando en la manera en que Alondra actuaba en todas y cada una de las fiestas a las que acudía haciendo que siempre mantuviera una distancia emocional hacia cualquiera que se le acercara haciendo que empezara a coger fama de inalcanzable y que mas de uno intentara seducirla para poder vanagloriarse de ser el que consiguiera hacer que se derritiera, pero lamentable para todos los que lo intentaron, ninguno de ellos logró conseguir el mas mínimo avance y finalmente, uno tras otro, y para alivio de la joven, terminaron dejándola por imposible y dejaron de acosarla con la intención de conseguir algo con ella dejándole un breve tiempo de paz antes de que, aquello que pondría en duda todo aquello que conocía, fuera revelado. Un par de cartas y una audiencia con el rey puso en manifiesto la realidad e hizo temblar, de nuevo, todo el mundo de Alondra, dejándola con la ardua tarea de asimilar dicha verdad.