{El momento de la verdad} - {The World War of the Black Swans}

—Señor, el navío de Lady Hilary está a la vista

Anunció el escolta personal de Arley, éste no mudo de expresión. Desde el puerto de Cadiz lo vio con sus propios ojos. —Es tiempo de irnos, que el otro carruaje lo tome Hilary, no la esperaremos —dijo y se subió al coche, el escolta se subió con él y los caballos emprendieron el camino al castillo de los Montero. Para su fortuna, el castillo estaba demasiado cerca del puerto, por lo que Hilary no iría directo, sino, buscaría a alguien. Antes de partir con los Monteros; Arley había visto en los ojos de su hermana la decisión de matarle. Cerca del puerto de Cadiz se hallaba un mercado de esclavos, armas y lo que su hermana necesitaba… Asesinos a sueldo. Ella sería sutil, no contrataría a un hombre, sería una mujer, dedujo Arley dentro del carruaje.
—¿Se encuentra bien, señor? —preguntó preocupado Sebastián, no tanto por el estado del ahora amo y quien tenía por obligación proteger con su propia vida. Sino más bien por él mismo, constantemente temía a la maquiavélica mente de Arley y aunque éste ya le había dicho que era más seguro estar con él que con otro miembro de la familia, Sebastián no dejaba de temerle, sobre todo cuando su mirada estaba ausente.

Arley miró a Sebastián con sus ojos carentes de sentimientos y luego sonrió, ¿por qué no?, confiarle detalles convertirían a Sebastián el hombre más fiel, según los cálculos del Cisne Negro, su escolta terminará por sentirse preso del conocimiento y de divulgarlo significará la perdida de su vida. Sin que él lo sepa con sus preguntas se condenaba. —Mi vida depende de la impresión que dé a mi futura esposa, Sebastián, si no consigo que sienta atracción estaré muerto —su voz metálica, fría y casi cacofónica dejó helado a Sebastián. Era increíble que alguien se expresara de esa forma y luciera tan tranquilo. Arley había desviado su mirada para ver lo que había del otro lado de la ventanilla, su semblante carente de vida no había cambiado y eso aterró más al escolta—. Y me temo, que tú también morirás —concluyó en un tono más perverso. Sebastián palideció, sus piernas temblaron y tragó saliva.
—Yo lo protegeré señor —tartamudeó tomando el fusil entre sus manos. Arley se limitó a sonreír, o al menos eso fue o que sus labios intentaron hacer en ese rostro inexpresivo.

Por fin, a una hora de trayecto la caballería de los Montero los interceptó. Sebastián anunció al Cisne Negro y escoltados llegaron a la residencia de los Montero, futuro hogar de Arley White y el lugar en donde estaba destinado a morir, si fracasaba ese día. Las verjas se abrieron y cuando el carruaje se detuvo ya estaban en la plaza central, Arley descendió encontrándose al Duque Montero que inmediatamente se presentó y extendió un saludo como si Arley se tratara del mismísimo rey. —Es un placer conocerle al fin, duque Montero —hizo una caravana, antes de salir. Arley se caracterizó como un auténtico Cisne Negro, su rostro se volvió totalmente expresivo mostrando una cordialidad que lo hacían ver como un joven de corazón puro, sano y libre de malicia—. Aunque, para serle honesto a su nobleza, creí que vería a mi prometida en estos momentos —se expresó en una gentil queja que el duque distinguió como una decepción que inmediato tenía que reparar. El poder de los Yorkshires sobre España era tan impresionante que si el duque quería convertirse en algo más, no podía menospreciar a un Cisne Negro.

Arley miró a la derecha y pudo contemplar muy a lo lejos la figura de una mujer entre un jardín de rosas. La flor le hizo pensar en Hilary, si Alondra tenía un sentimiento especial como Hilary hacía las rosas, comenzaba a idear el modo de apoderarse de su confianza. —Me parece que su hija está en el jardín, ¿cree inoportuno que vaya a su lado para charlar con ella?, tengo conmigo algo que le pertenece —el duque no podía negarse, no solamente por quien era y lo que representaba Arley, sino también por la angelical voz que salió de sus labios, un tono casi hipnótico que hizo que le autorizara marchar al encuentro solo, sin guardias de por medio. Sebastián quiso seguirlo pero con una señal de su mano le indicó que no lo hiciera y empezó su camino hasta ella.

Se acercaba, era muy hermosa, o al menos Arley así lo creyó. Pensó en los estándares de la belleza que juzgaba la sociedad y basado en eso no dudo en apreciarla como una mujer bella, pese a que él no sentía la mínima atracción hacía ella. Después de todo, nada le atraía, Alondra no tenía la culpa de ello. Entró al jardín sin tocar las rosas, éste podría ser el santuario de su prometida así que desde un principio lo respetaría. La contempló en el balancín y de inmediato comenzó el estudio sobre ella. Aquellos ojos inquietos, sus prendas azules, la forma en la que estaba sentada y lo que llevaba en la mano. Los movimientos de sus labios y la nariz al respirar. El don de Arley de tener una vista y un oído más desarrollados de lo normal le hicieron notar más esa respiración de nervios que pocos podían percibir. Esperó a que ella lo mirara, e inclusive esperó un poco más. Arley llevaba un traje en corte inglés a tres botones color blanco, zapatos de satén del mismo color y un pañuelo rosado en el bolsillo del saco.

Un silencio se generó entre ellos, Arley podía escuchar a la compañía que dejó atrás y también los sonidos que emitía Alondra por muy bajos que fueran. La expresión de Arley era distinta a la que mostró a su padre. Alondra no podía ver más que un semblante de un hombre sorprendido, nervioso, tímido y mostrando ligera inseguridad. Era el reflejo de ella misma.

—Buenos días señorita Montero, yo soy Arley White —su tono fue muy cortes, su cabeza se inclinó ligeramente a la izquierda y no dijo más, no era su turno de decir algo. Un nuevo silencio era lo que le convenía.

Parecía que, al levantarse y hacer la reverencia, Arley estuviera viendo una pintura cuyo protagonista se desplazaba en ligeros pasos y una gracia nata. Retuvo el silencio lo suficiente para no volverse incomodo. Ostentaba una sonrisa que no podía catalogarse maliciosa por el toque de pureza que manifestó para la interpretación que tenía que hacer ante ella. Jugó antes con el cochero el temor de perder la vida. Algo, que para Arley era irrelevante. Pero lo que en verdad era un hecho para él era que Alondra Montero era su salvación, poco lo importaba, mas interés, si a eso se le puede considerar, tenía en contemplar la transición de como el Imperio Comercial de los Cisnes Negros se demoraría por su brillante intelecto. Para Arley, el tiempo siempre le parecía muy lento, sobre todo en los momentos cruciales, como los duelos o lo que hacía en esos momentos. Su cerebro procesaba la información tan rápido que, como en un juego de ajedrez, pensaba y ejercía jaques que hasta ese momento, y al parecer nunca, alguien podría vencer.

—Agradezco sus amables palabras, mi viaje fue bueno y sin contratiempos —dijo finalmente, el tono de voz no dejó de ser cortés, empero, degradó un poco la cordialidad para conseguir una empatía—. Discúlpeme por interrumpir su lectura, mas me fue imposible conocerla al fin después de escuchar los elogios por su gracia, inteligencia y no menos silenciada belleza —hizo los respectivos gestos con sus manos para potenciar sus palabras pero se aseguró de no escucharse seductor, por tal motivo, aumento la cortesía en la voz. Una amplia sonrisa apareció en el rostro, dulcificó el brillo de sus ojos  y después de pestañear un tiempo, sus labios parecieron achicarse cuando sutilmente un gesto de elegancia arropó la cara del Cisne Negro.

—¡Tiene un hermoso jardín! —afirmó recorriendo con su vista cada rincón de tal forma que ella se percatara de un interés que no existía y de conseguir esa impresión la acercaría a él. Arley dio un par de pasos hacía Alondra, pero a medio camino se detuvo para acariciar el pétalo de una rosa—. Mi hermana es una amante de las rosas, seguramente querrá tomar el té en éste lugar —se reincorporó observando a su prometida, su voz ya era un poco más confidencial, pero sin cercana. Arley tenía que ser precavido, analizó las expresiones de Alondra para saber que tanto se estaba acercando a la intimidad de ella—. Lo siento, tal vez no debí citar a mi hermana, aunque creo conveniente lo sepa, pues, de ser su jardín le pedirá un recorrido total —cerró en un tono humorístico—. La verdad es que me gustaría recorrerlo con usted, si su nobleza no lo ve mal —volvió a decir cortésmente y acortó la distancia.

—¿Qué se le dice a una mujer que no has visto en tu vida, que no sabes nada de ella y sin embargo será tu esposa? —dijo de nuevo en un tono cercano y alzando la ceja derecha—, puede ser una pregunta que ya se haya hecho, o quizás, motivada por haberla escuchado por mí le surja en su cabeza en estos momentos. De ser así, ya tenemos algo en común —sonrió consiguiendo que su piel se sonrojara, al sentir el calor de sus mejillas desvió un poco la vista, luego, la contempló a los ojos y se llevó las manos al saco para dar la impresión de estar nervioso, su sonrisa se hizo más amplia y cerró los ojos—. En estos momentos soy un libro señorita Montero, y estoy a su total disposición.

Arley perfectamente podía desenmascarar a las personas. Conocía los gestos usuales de las personas que ocultaban sus secretos o simplemente mentían. Algunos, mantenían abajo la cabeza incapaz de mirar a los ojos; manteniendo la mirada en la parte inferior a la izquierda las personas preparaban sus mentiras y para sostenerse en ellas sus ojos se movían de un lado a otro. También las respiración cambiaba, algunos transpiraban más de la cuenta suponiendo la gravedad de lo que ocultaran. Mas Arley tenía el control total de su cuerpo que nada podría traicionarlo.

—¿Cuándo es el momento adecuado señorita Montero? —preguntó con una voz sutil—, ¿cuándo lo es sí no he sido yo quién ha reclamado su mano en sagrado matrimonio, sino lo hicieron nuestros propios padres? —sus palabras fueron como un suspiro a penas inyectado de un sentimiento que no podía calificarse—, mis padres están muertos, mi hermana enviudó y al establecerme después de la universidad y otros trabajos doctorares me ha parecido correcto hacerlo ahora. No tuve una guía como la tiene usted con sus padres en vida, mi niñez la viví en soledad, y al morir mis padres esa soledad se expandió aún más. Pero me enseñaron el valor de un compromiso señorita Montero. Y todo este tiempo que no ha sabido de mi lo he empleado para convertirme en el esposo que usted se merece —sus ojos se centraron en ella, queriendo entrar en su interior.

Arley no mentía, por una extraña razón le llegó un recuerdo de su niñez. Arley observaba desde el alféizar de su habitación exiliada el caer de la lluvia mientras escuchaba, con sus desarrollados oídos, los elogios de sus padres hacía las melodías que interpretaba Hilary al piano. En aquel momento el niño no sentía nada, ni siquiera vida en la música, mas ahora en su recuerdo. Hoy frente a Alondra, disparándole una confesión sincera experimentó algo que nunca antes… un vacío. Sintió en plenitud la soledad y ésta como la sensación de un costal de arena sobre sus hombros. Su cuerpo se sintió pesado y se desorientó, su cabeza le pareció girar y se afianzó de una de las sillas más próximas. Las rodillas le fallaron y su energía parecía ser absorbida. No tenía fuerza para mantener el control. Sus ojos buscaron los de Alondra como si buscara una información que de ante mano sabía no le podría proporcionar.

Un segundo sentimiento lo abordó. El terror, Arley sintió un profundo temor por no saber lo que sucedía. Nuevamente visualizó al niño que miraba por el alféizar y lloraba; sin embargo, eran unas lágrimas que expulsaba por simple reacción su cuerpo no motivadas por un sentimiento. Los ojos inexpresivos del niño miraron a Arley y éste a los de él. —¿cómo se siente? — le habló el niño con una voz robótica. La mirada de Arley se perdió en los orbes de su pasado los sentimientos vividos volvieron a desaparecer—. No lo sé, ya no lo sé —susurró ahora ya en el jardín.

—Ningún hombre es perfecto, ¿eh? —su voz metálica no pudo disimularse, comenzaba a reincorporarse y buscar lánguidamente la mirada de Alondra—. Hice una promesa Alondra, le prometí a un niño de 9 años descubrir lo que es amar, temer, reír, soñar, rabiar… aquel niño contemplaba la lluvia en su habitación mientras sus padres aplaudían la gracia con que su hermana tocaba el piano. Hoy creo que sentí temor, ¿puedes ayudarme a cumplirle la promesa a ese solitario niño.

No había sonrisa en Arley, tan sólo un agradecimiento con un movimiento de cabeza. —Así como nunca se pueden tener todas las respuestas, a veces o se sabe como ayudar y lo hace sin enterarse —sus ojos observaban directamente los de ella, sin pestañear si quiera, totalmente reincorporado al ataque de temor que experimento. —Yo pensaba que esa promesa no iba a poder cumplirla, me ha ayudado a darme cuenta que no es así. ¿Lo ve?, me ayudó sin saberlo. Tal vez tampoco yo sé como usted pueda ayudarme, pero confío en que así será —una sonrisa alegra iluminó el rostro de Arley mientras que sus ojos se humedecían, esto no se debía a que sintiera felicidad, simplemente estaba regresando a su interpretación—. ¿qué es está sensación?, ¿por qué tengo húmedos los ojos cuando no tengo deseos de llorar?, ¿has estado en esta sensación, sentir un cosquilleo en el interior que provoca una sonrisa en el rostro?, ¿qué es? —mantuvo su sonrisa y una breve risa que se podía entender por felicidad liberó de su boca.

—¿Entiende de soledad señorita Montero? —dijo regresando a su semblante inexpresivo. Dio unos pasos más por el jardín deteniéndose de nuevo frente a una rosa—, yo sí, por eso le aseguró que no permetiría que usted sufriera de ese tormento que es mi vida, si accede a ser mi esposa —antes de terminar sus palabras volvió a mirarle a los ojos, concentrándose en ver más allá de la seriedad y control que Alondra tenía sobre sus emociones,  su reserva, la cópula que construyó para su protección, desconfianza y todo reducido a un temor por vivir. Por ahora Arley resolvió que no podía continuar con su teatro o reventaría la burbuja de Alondra y ésta correría a esconderse obligándolo a usar otro método.

—Pedí a su padre tiempo a solas pero no es correcto que siga aquí con usted sin compañía alguna. Me retiro para que siga con sus actividades, me he de reunir con su padre me dará un recorrido hasta que mi hermana llegue. Con su permiso —hizo una caravana y caminó directo a la puerta que se abrió para él sin que lo pidiese. Ahora sólo tenía que dejarla meditar todo lo que discutieron en tan breves minutos, sin dar la vuelta para ver las expresiones de su prometida las puertas se cerraron tras él.