Confide In Me ♠ Privado

por **Nnamdi** Sáb Ago 29, 2015 8:05 pm

Su respiración se mostraba agitada. Estremecía el cuerpo del pelinegro quien aún yacía envuelto entre los brazos de su amante en turno. Sus cuerpos aperlados por el tibio roce del sudor recostados entre las sabanas. A Quinn no le hubiese importado llevarlo a su mansión, sin embargo prefería mantener dichos encuentros ocultos de la servidumbre quienes ya le veían con ojos inquisidores por el simple hecho de haber sido participes en los eventos poco fortuitos que habían ocurrido con sus antepasados. El sexo eventual era solo uno de tantos caprichos que no dejaba de practicar. Se volvió de medio lado con dirección hacia su acompañante posando sus orbes oscuros en las facciones ajenas. La barba áspera, labios carnosos y una mirada a la que había cedido ineludiblemente desde el momento en que sus caminos se cruzaron. Quinn posó su mano sobre la mejilla del caballero y posteriormente se aproximó para robarle un beso. Estaba exhausto y le daba igual quedarse en el hotel a solas o con él, después de todo el pago por sus servicios no le obligaba a permanecer toda la noche con el más joven de los Blackwood. Estaba habituado ya a bailar cada noche con su soledad.

Pasaba ya de media noche seguramente. Faltaban pocas horas para que el rubio se marchase y no le volviera a ver seguramente. De ese modo había recorrido los burdeles y los bares, encontrándose con todo tipo de personajes entregándose a ellos para olvidarles después. La única relación perene que había experimentado había sido con aquel ente extraño que se había vuelto parte de su vida desde que era un niño. El fantasma fungía el papel de consejero, vigía, escolta y amante de Quinn cuando cumplió la mayoría de edad, fuera de eso se encontraba aislado, atrapado en la frialdad y la exquisitez que encerraba la mansión en su vieja Londres. Aún hoy en una nueva ciudad consideraba que dicha maldición le seguía persiguiendo a donde el fuere. Parpadeó por unos segundos aun embelesado por su compañero. No era algo meramente físico, existía algo más que resultaba hipnótico en él. El acento grave que delataba su origen extranjero quizás o una extraña coincidencia con algún otro hombre que había conocido previamente. No estaba del todo seguro.

Cedió al sueño. Cerró los ojos y en cuestión de minutos se vio inmerso en un sueño aparentemente placentero. Días de júbilo en la mansión a lado de Sabine. Caminando por los jardines o escuchando algún viejo relato. En la escena Quinn le seguía mientras la mujer apenas manifiesta le llamaba con la mano. Un inocente chiquillo asustadizo por quedarse a solas le pedía detenerse, que le esperara para tomarle de la mano. En un parpadeo ella había desaparecido. Con ojos curiosos volteaba de un lado a otro buscándole. Se había marchado.

Un ligero sobresalto le despertó. Seguía recostado a lado de aquel hombre, quien descansaba plácidamente aún. Quinn no se atrevió a despertarle, desde ese ángulo las peculiaridades en su semejante se apreciaban mucho mejor. ¿Podría ser posible que eso estuviese ocurriendo? Fue como vivir un déjà vu.

–Disculpa, no era mi intención irrumpir tu descanso– soltó al notar que el otro abría nuevamente los ojos.

por **Auguste October De Rais** Dom Sep 20, 2015 6:53 pm

Estuche de encendidos terciopelos
en que su voz es fúlgida presea,
alas del verbo amenazando vuelos,
cáliz en donde el corazón flamea.

El estremecimiento violento que sacudía su cuerpo gracias a las caricias ofrecidas, tan amablemente, por el hombre que le acompañaba en aquella noche, le arrancó un gemido entrecortado. Más sorprendido que extasiado, lo acompañó por un gruñido bajo y ronco. Una muestra más que evidente de que estaba disfrutando con aquella unión rápida y casi anónima. Se aferró a la carne de su amante, arañando, mordiendo y succionando todos los puntos débiles que iba reconociendo en él, mostrando todos los años que había pasado bajo la tutela de su tío. No en vano su primer amante fue un hombre.

Al contrario de lo que se podría llegar a pensar de su tío, un hombre de la realeza que vivió de manera despreocupada aferrado a su libertad con todos sus amantes masculinos, él fue el único familiar que le brindó a Auguste un mínimo de amor. Incluso cuando tomó su virginidad, arrojándolo a una vida de pecado en el que se dedicaba a "acompañar" a las amigas de su tío, no había el más mínimo rencor en él. Sabía perfectamente que su tío había usado su influencia para mantener alejados a los cobradores que atosigaban al joven De Rais cuando murió sus padres y él había quedado como única persona capaz de pagar las deudas de su odioso padre. Su tío le enseñó que todo en la vida era una negociación constante y que el sexo, en las manos adecuadas, podían brindar muchas cosas, no sólo dinero y placer. Contaba con el apoyo de muchas mujeres y hombres de la alta clase gracias a su dedicación a horas intempestivas en camas ajenas. Sólo su orgullo, sus buenos modales y sus costosas ropas y propiedades lo mantenían aún con una sonrisa en sus labios.

Cuando los brazos de Quinn lo rodearon, no pudo evitar el tensarse. Incluso cuando habían compartido algo tan íntimo en aquellas horas, no podía evitar sentirse incómodo cuando había momentos en los que lo trataban con demasiada amabilidad. Pero no dijo nada, sólo le devolvió el abrazo y le acarició el pelo con movimientos lentos y perezosos, agotado por la intensidad con la que se habían entregado. Olió el aroma de su pelo y cerró los ojos, sintiéndose extrañamente seguro, como si fuera de nuevo un adolescente asustado envuelto en los brazos de su tío. Sonrió ante tal pensamiento y, sin quererlo, se dejó dormir con rapidez. Dejando sus dedos enredados en el cabello ajeno, como un niño aferrándose a los mechones de su madre.

Horas más tarde, sintió cómo la calidez que había a su lado se esfumaba lentamente, como si alguien le hubiese arrebatado las mantas que lo abrigaban, haciéndolo sentir seguro. Frunció el ceño antes de abrir sus ojos y enfocase su mirada azulada hacia el hombre que permanecía sentado a su lado.

- No os disculpéis conmigo, ha sido descortés por mi parte el dejarme dormir.- Sonrió con dulzura, estirando su cuerpo con un descarado movimiento que hizo rodar las sábanas por el torso desnudo de su cuerpo, dejando que sus músculos bailaran a cada movimiento realizado. Pero tuvo la cortesía de aferrar el borde de la sábana a la altura de sus caderas, sin querer mostrar más de lo necesario a su amante.

Se movió con lentitud, como si intentase no ofender al hombre que lo acompañaba y levantó una de sus manos hacia su rostro, apartándole un mechón de pelo negro del rostro para poder mirar mejor sus ojos oscuros. Mantuvo su mirada en la de él en muda comprensión y deslizó sus dedos hasta la sombra ligeramente oscura que se cernía debajo de sus ojos, un contraste creado por la deliciosa curva de sus largas pestañas.

- Permitidme el confortaros, usad mi piel como manta y alejaré todo pensamiento que no deseéis. - Sólo cuando escuchó todo lo que había dicho con demasiada seriedad, emitió una risa suave y cómplice, teniendo la suficiente educación como para avergonzarse ligeramente.

- Perdonadme, no fue mi intención sonar demasiado pretencioso. - Aún así, extendió sus brazos para hacerle saber que podía obtener un abrazo si así lo deseaba. Pero tenía la suficiente cordura como para no sentirse ofendido si era rechazado, él solo intentaba ser aquello que sus clientes necesitasen. Su pañuelo, su hermano, su padre, su madre o su amante. No le importaba, él los amaba durante las noches, sabiendo que sin ellos, él no podría alimentar a sus sirvientes, vestirse elegantemente y mantener el orgullo de su apellido. ¿ Cómo no tratarlos como si fueran su Dios?.

por **Nnamdi** Lun Sep 28, 2015 3:23 pm

Suspiró al descubrirse perdido en la perfección del rubio. ¿Qué más podría ofrecer para retenerle un par de horas más? Nada. En realidad Quinn no poseía nada de valor a pesar de su inmensa fortuna. Nada que valiese la pena para atesorar. Cada movimiento en el caballero era digno de admirar, estampas que se plasmarían en la memoria del pelinegro por el resto de su existencia. Había un ápice de mesura en sus palabras, en el trato que le orillaba a querer conocerle más a fondo, no solo en el ámbito sexual, era algo más que ese misterio tatuado en su piel, en el tacto de sus dedos. Era simplemente distinto. Mantuvo esa distancia prudente entre ambos. No debía sentir apego de ninguna índole, pues consciente estaba que su pasado tarde o temprano le alcanzaría para volver a atormentarle con memorias tortuosas y culpabilidades ingratas.

–Descuida– susurró sin apartar su mirada.

Incluso en el momento de reparar sus errores, el hombre no dejaba de hacer gala de esa virtud que atrajo la atención de Quinn desde la primera vez que cruzaron palabras, un saludo cortés, un par de copas. Se sintió afortunado por tenerle consigo, al menos por una noche. Cerró los ojos y dejó que aquella caricia sobre su rostro alejara sus inquietudes y temores. Sí. Aprensiones que le impedían actuar como lo haría cualquier jovencito de su edad, después de todo ¿Qué clase de preocupación podía aquejar la mente de un joven, atractivo y con una fortuna a sus pies? Sonrió y dejó que las manos ajenas le atrajeran nuevamente hacia el objeto del deseo. Había sido la oferta más sincera que había recibido durante todo este tiempo.

–Como podría negarme ante tal petición Monsieur– replicó sin reparo alguno mostrándose maleable en sus brazos cálidos.

Volvió a acomodar su cuerpo de medio lado aferrado a su acompañante. Estiro los brazos recorriendo la línea de las extremidades ajenas, trazando una línea invisible con su índice hasta llegar a las manos, mismas que sujeto con fuerza entrelazando las propias, aspiró el sutil aroma de la fragancia que en ningún momento restaba el perfume tenue de la piel del caballero. El incesante martilleo de las manecillas en el reloj era la única sonoridad que teñía la serenidad en la habitación.

–Por favor, no se disculpe ante lo expresado, comprendí perfectamente lo que quería decir– dijo sonriente.

Volvió su cuerpo para quedar una vez más de frente. Pasó su diestra para surcar los mechones cenizos. Aproximó los labios oprimiendo sutilmente para no mostrarse ávido. Quizás el mero encuentro carnal con distintos amantes era lo único real en su vida. Era un sentido de pertenencia que nunca había tenido la fortuna de experimentar, dado que ambos progenitores le fueron arrancados a la minoría de edad.

–Sonará muy descortés de mi parte, pero me atreveré a preguntar su nombre a juzgar por ese acento puedo apostar que no es residente ¿O me equivoco?– inquirió.

Después del incidente, recordaba muy pocas cosas. Incluso sus habilidades sobrenaturales se habían apaciguado, empero su sexto sentido le dictaminaba algo peculiar en el caballero, algo que ahora se había aferrado en descubrir.

por **Auguste October De Rais** Mar Nov 17, 2015 10:25 pm

Esbozó una sonrisa al ver cómo Quinn había aceptado su oferta, una muestra más de la amabilidad que precedía a aquel hombre del que no sabía nada más que su cuerpo y voz. Por raro que pareciese, había algo mágico en aquel abrazo, compartiendo un lazo en la desnudez más atroz que podrían tener jamás dos desconocidos. El dedo del moreno le hizo estremecer en su exploración, pero no dijo nada, simplemente lo estrechó con más firmeza entre sus brazos, respirando el aroma de su cuerpo como si no tuviera nada más importante que quedarse allí, exhalando un contenido suspiro sobre su nuca.

Cerró sus ojos en la tranquilidad del silencio, dejando que el sonido de sus corazones fuese lo único que pudiera hablar entre ellos. En el escaso tiempo que había compartido con Quinn, había aprendido a respetar aquellos momentos en los que le permitía permanecer a su lado como ahora. Sus caricias errantes parecían suplicarle que se quedara junto a él y así lo hacía. Sólo una palabra suya bastaría para que se levantase y abandonase aquella habitación pagada para su encuentro.

- Es usted un hombre muy inteligente, parece comprenderme incluso en mi ocioso silencio. - Le respondió a la sonrisa que pudo ver en él cuando decidió darse la vuelta para enfrentarlo. Como un gato mimoso cerró sus ojos ante la caricia que le ofrecía el otro, saboreando la sensación de aquellos dedos elegantes y fuertes paseándose sobre su cabello. Gimió ante el recuerdo de lo que habían compartido la noche anterior, caricias similares a aquella, por lo que tomó su mano para alejarla de su rubio cabello, todos tenían zonas más sensibles que otras, y su cabeza era una de ellas. Sin embargo, fue suave, demostrando que no alejaba su mano de sí por desprecio o molestia, llevándola hacia sus labios para besar sus dedos uno a uno en señal de agradecimiento. Disfrutaba de las muestras sinceras de afecto, incluso cuando ellas venían de alguien que le había pagado.

La pregunta sobre su acento sólo lo hizo reír, ya que había acertado con respecto a la inteligencia de su amante. Si se hubieran encontrado de otra forma, no dudaría en querer saber más sobre su persona, sabiéndose lo suficientemente curioso como para desear desvelar lo que había en aquella astuta mente.Pero no quería molestarlo, era un hombre, uno de una posición acomodada por todas sus acciones. Sabía que para alguien como aquel moreno, su existencia sólo era un pecado personificado del cual avergonzarse, algo indecoroso que podría hacerlo caer de su posición. Había aprendido a dejar que fueran otros los que decidieran llamarlo y no acudir jamás en su busca, era demasiado doloroso ver cómo negaban su existencia. Sólo era una página más en un libro, un capítulo necesario en una historia, ni más ni menos.

- Auguste - Respondió con una ligera sonrisa, satisfecho al notar el interés del otro hombre sobre su persona. Por alguna razón se sonrojó ante la bochornosa realidad de que habían ido a la cama sin hacer una mísera presentación cortés, así que le mordió suavemente uno de los dedos como represalia por avergonzarlo.

- Soy francés, pero mi madre era española. Para vergüenza de mi padre y país, aprendí a hablar español antes que el francés. - Rió y enlazó sus piernas junto a las de Quinn, acercando su cuerpo con una separación amable entre sus zonas más íntimas. Como siempre, mirando más por el otro que por sí mismo, le ofreció una mirada amable sin atreverse a preguntar a cambio su nombre.

- Aunque para encuentros como estos sólo soy "le fleur du mal", mantengo mi vida y la de aquellos que deseen mi compañía en absoluto silencio. - Bajó sus ojos hacia los dedos de Quinn sin atreverse a mostrar tristeza o un orgullo herido, simplemente mantuvo una conversación indecorosa con un tono alegre para hacerla más amena.- Soy un secreto, como un hechizo que se rompe cuando tú decidas salir de esta habitación. Siempre es así.

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