AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Adonde mueren las olas [Charleen Rumsfeld]
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Adonde mueren las olas [Charleen Rumsfeld]
Era la primera hora vespertina, aquella en la que por primera vez la luz solar acaricia la tierra, en el momento en que el sol abandona su acostumbrado refugio y lentamente comienza a desprenderse de ese lazo invisible para comenzar a surgir sobre las aguas en el horizonte, tiñendo así el celeste de amarillo y naranja en un lapso en el que el resto de la naturaleza despierta ante el llamado de un nuevo día, tal y como lo demostraba una bandada de gaviotas que sobrevolaba sobre las saladas aguas del mar.
El sonido ligero de cascos de un corcel de negro color golpeaba la blanca arena a escasa distancia de la orilla adonde morían las olas, guiado por un jinete de corto cabello negro y rostro joven que denotaba aún no haber alcanzado la treintena. La camisa de color blanco que portaba se encontraba abierta hasta medio pecho permitiéndose así que los firmes músculos estuvieran expuestos a la brisa que el lugar consigo acarreaba.
El equino seguía adelante con un buen trote, sin adelantarse demasiado rápido, permitiendo a su jinete observar el horizonte. Sebastian había abandonado su temporal morada un par de horas antes de que saliera el sol, diciéndole adiós a la misma para dirigirse a una nueva o adonde le llevara el camino pues aún no había decidido cual sería su siguiente destino.
Contemplaba así el amanecer y debido a las horas tempranas no veía aún que alma alguna poblase la zona. Tiró de las riendas para detener a su único compañero de aventuras y con un movimiento ágil desmontó sobre la arena, apoyando sobre ella sus negras botas que hacían juego con sus pantalones de montar del mismo color. Susurró unas palabras en el oído de su amigo mientras pasaba lentamente una de sus manos por su crin de forma sosegada y afectuosa, estableciendo así un lazo con el noble animal que era para él más un espíritu afín que un simple acompañante.
Un momento después reemprendió el trayecto a pie. -Un poco más amigo mio, te prometo que te recompensaré bien más tarde.- prometió tirando tranquilamente de las bridas. No le había resultado fácil ganarse su confianza y era realmente el único que había logrado domarlo y a quien ahora Tornado le permitía hacer de jinete. Hacía honor a su nombre.
Sebastian alzó el rostro contemplando sus alrededores, el sol ahora se encontraba en pleno esplendor, y continuó unos metros más antes de detenerse. Cambió entonces su expresión y su mirada se torno más grave a la vez que su quijada adquiría mayor firmeza. De pie frente al océano cuyas aguas salpicaban su calzado, recordó sus travesías en alta mar.
Se agachó y recogió unas cuantas piedras planas, colocó el dedo índice en el borde de la primera roca y el pulgar sobre esta, realizó un cálculo mental y la lanzó en un ángulo contra las aguas, de manera que la roca rebotó un par de veces antes de hundirse finalmente en las profundidades y, como si de esa manera se estuviera descargando de sus inquietudes, prosiguió con una y otra más, haciendo que cada una rebotara más lejos que la anterior.
El sonido ligero de cascos de un corcel de negro color golpeaba la blanca arena a escasa distancia de la orilla adonde morían las olas, guiado por un jinete de corto cabello negro y rostro joven que denotaba aún no haber alcanzado la treintena. La camisa de color blanco que portaba se encontraba abierta hasta medio pecho permitiéndose así que los firmes músculos estuvieran expuestos a la brisa que el lugar consigo acarreaba.
El equino seguía adelante con un buen trote, sin adelantarse demasiado rápido, permitiendo a su jinete observar el horizonte. Sebastian había abandonado su temporal morada un par de horas antes de que saliera el sol, diciéndole adiós a la misma para dirigirse a una nueva o adonde le llevara el camino pues aún no había decidido cual sería su siguiente destino.
Contemplaba así el amanecer y debido a las horas tempranas no veía aún que alma alguna poblase la zona. Tiró de las riendas para detener a su único compañero de aventuras y con un movimiento ágil desmontó sobre la arena, apoyando sobre ella sus negras botas que hacían juego con sus pantalones de montar del mismo color. Susurró unas palabras en el oído de su amigo mientras pasaba lentamente una de sus manos por su crin de forma sosegada y afectuosa, estableciendo así un lazo con el noble animal que era para él más un espíritu afín que un simple acompañante.
Un momento después reemprendió el trayecto a pie. -Un poco más amigo mio, te prometo que te recompensaré bien más tarde.- prometió tirando tranquilamente de las bridas. No le había resultado fácil ganarse su confianza y era realmente el único que había logrado domarlo y a quien ahora Tornado le permitía hacer de jinete. Hacía honor a su nombre.
Sebastian alzó el rostro contemplando sus alrededores, el sol ahora se encontraba en pleno esplendor, y continuó unos metros más antes de detenerse. Cambió entonces su expresión y su mirada se torno más grave a la vez que su quijada adquiría mayor firmeza. De pie frente al océano cuyas aguas salpicaban su calzado, recordó sus travesías en alta mar.
Se agachó y recogió unas cuantas piedras planas, colocó el dedo índice en el borde de la primera roca y el pulgar sobre esta, realizó un cálculo mental y la lanzó en un ángulo contra las aguas, de manera que la roca rebotó un par de veces antes de hundirse finalmente en las profundidades y, como si de esa manera se estuviera descargando de sus inquietudes, prosiguió con una y otra más, haciendo que cada una rebotara más lejos que la anterior.
Última edición por Sebastian Delacour el Vie Sep 11, 2015 5:04 pm, editado 1 vez
Sebastian Delacour- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 27/11/2014
Re: Adonde mueren las olas [Charleen Rumsfeld]
These open wounds you gave me
These broken bones will take me
Crawling on through the debris
of my dirty little heart
These broken bones will take me
Crawling on through the debris
of my dirty little heart
El frío chocaba contra sus pálidas mejillas amenazando con romper la frágil piel, la respiración acompasada intentando eliminar los suspiros que el frío le arrancaba, los labios temblorosos que dejaban escapar el vaho en cada exhalación forzada; apretó con fuerza los ojos obligándose a mantenerse de pie en el borde de aquel risco
―Sentir que vives... -
Las maneras en las que cada persona sobrelleva la frustración, el dolor, las pérdidas; no se puede esperar lo mismo de todos, así como tampoco se puede -ni debe- pretender decirles como hacerlo, si, las normas que rigen una sociedad son tan estrictas, mas para aquellas personas que han nacido en una cuna alta, que deben llevar en alto un apellido, de aquellas de las cuales se espera cierto comportamiento.
Aquellas sonrisas falsas que se entregan como dulces en reuniones, los saludos fingiendo agrado, todo tan falso, una pantomima que al final, solo provoca vidas ocultas, respuestas agresivas y un cambio espiritual que lastima el alma. Charleen no era así, no quería serlo.
No llevaba el mes de vuelta en Francia cuando a nona se le ocurrió que sería buena idea caer en cama, ella era la única familia de Charleen, lo único que le quedaba en este mundo, lo material no importaba, el trabajo podía ir y venir pero ella era el único ser viviente con quien compartía su vida, y justo ahora no encontraba mejor manera de manejar la frustración y el agobio.
No tomó nota de la hora en la que salió del hospital, así como tampoco se puso un rumbo fijo, solamente se alejó lo mas que pudo de la ciudad y en cuanto sintió que la civilización había quedado atrás pudiendo divisar la playa se desnudó dejando su ropa en un lugar oculto y corrió, corrió lo mas rápido que pudo hasta que su cuerpo no era el mismo y sus manos sirvieron como apoyo transformadas en patas. Pasó la noche como lobo, corriendo, y sintiéndose libre, incluso se permitió dormir así, transformada, y en cuanto sintió que la hora de amanecer se acercaba -no sería normal ver a un lobo en la playa- regresó sobre sus pasos justo al lugar donde había dejado su ropa para regresar a su realidad humana.
Los primeros rayos clarearon el cielo y cuando los sintió golpeando sus párpados, abrió los ojos. No podía evadir la realidad por mas que quisiera, respiró profundo y bajó hasta que la maleza y tierra se convirtieron en arena, se descalzó y comenzó a caminar por la orilla de la playa dejando que las olas acariciaran juguetonas sus pies mojándole los tobillos. Iba absorta en sus pensamientos por lo que el ruido de la piedra rebotando sobre el agua no le llamó tanto la atención, no tanto como el aroma peculiar, al que tampoco hizo mucho caso si no hasta que no pudo dar vuelta atrás; se paró en seco a unos metros de aquel hombre y se quedó mirándole, la forma en como el brazo se recogía para tomar impulso y arrojar la piedra, la forma en que la camisa se pegaba a su torso a causa de la brisa, se perdió y una media sonrisa apareció en sus labios y al darse cuenta que invadía en cierta forma la privacidad de aquel hombre, aclaró su garganta y desvió la mirada hacia el océano.
―Sentir que vives... -
Las maneras en las que cada persona sobrelleva la frustración, el dolor, las pérdidas; no se puede esperar lo mismo de todos, así como tampoco se puede -ni debe- pretender decirles como hacerlo, si, las normas que rigen una sociedad son tan estrictas, mas para aquellas personas que han nacido en una cuna alta, que deben llevar en alto un apellido, de aquellas de las cuales se espera cierto comportamiento.
Aquellas sonrisas falsas que se entregan como dulces en reuniones, los saludos fingiendo agrado, todo tan falso, una pantomima que al final, solo provoca vidas ocultas, respuestas agresivas y un cambio espiritual que lastima el alma. Charleen no era así, no quería serlo.
No llevaba el mes de vuelta en Francia cuando a nona se le ocurrió que sería buena idea caer en cama, ella era la única familia de Charleen, lo único que le quedaba en este mundo, lo material no importaba, el trabajo podía ir y venir pero ella era el único ser viviente con quien compartía su vida, y justo ahora no encontraba mejor manera de manejar la frustración y el agobio.
No tomó nota de la hora en la que salió del hospital, así como tampoco se puso un rumbo fijo, solamente se alejó lo mas que pudo de la ciudad y en cuanto sintió que la civilización había quedado atrás pudiendo divisar la playa se desnudó dejando su ropa en un lugar oculto y corrió, corrió lo mas rápido que pudo hasta que su cuerpo no era el mismo y sus manos sirvieron como apoyo transformadas en patas. Pasó la noche como lobo, corriendo, y sintiéndose libre, incluso se permitió dormir así, transformada, y en cuanto sintió que la hora de amanecer se acercaba -no sería normal ver a un lobo en la playa- regresó sobre sus pasos justo al lugar donde había dejado su ropa para regresar a su realidad humana.
Los primeros rayos clarearon el cielo y cuando los sintió golpeando sus párpados, abrió los ojos. No podía evadir la realidad por mas que quisiera, respiró profundo y bajó hasta que la maleza y tierra se convirtieron en arena, se descalzó y comenzó a caminar por la orilla de la playa dejando que las olas acariciaran juguetonas sus pies mojándole los tobillos. Iba absorta en sus pensamientos por lo que el ruido de la piedra rebotando sobre el agua no le llamó tanto la atención, no tanto como el aroma peculiar, al que tampoco hizo mucho caso si no hasta que no pudo dar vuelta atrás; se paró en seco a unos metros de aquel hombre y se quedó mirándole, la forma en como el brazo se recogía para tomar impulso y arrojar la piedra, la forma en que la camisa se pegaba a su torso a causa de la brisa, se perdió y una media sonrisa apareció en sus labios y al darse cuenta que invadía en cierta forma la privacidad de aquel hombre, aclaró su garganta y desvió la mirada hacia el océano.
Charleen Rumsfeld- Cambiante Clase Alta
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Re: Adonde mueren las olas [Charleen Rumsfeld]
La continua brisa marina traía consigo el olor a mar hacia sus fosas nasales con cada nueva respiración y los rayos solares servían para proyectar la sombra de su joven cuerpo sobre la arena, a la vez que el soplo de la brisa vespertina desordenaba un poco su pelo oscuro. Lo cual, sumado al intenso brillo que inducía la concentración de sus azules ojos al lanzar las piedras, lograba que en él se reflejara la naturaleza inhóspita del licántropo que en su interior habitaba.
Parecía que lanzar piedras se había convertido en algo más que una simple distracción, o era que el repetitivo rebote de las mismas antes de su hundimiento se convertía de repente en un simbolismo inesperado de lo que ahora era su vida, habiendo en ella múltiples rebotes.
-El camino se presenta largo Tornado...- dijo en voz alta al equino que se encontraba con él, quien resopló tras ser emitidas las palabras, aunque bien pudo tratarse de una coincidencia o igualmente se había percatado de que alguien se aproximaba. Sebastian lo había notado hace un momento debido a la llegada de un nuevo aroma, aroma que se presentaba suave y agradable aunque igualmente anunciara que quien caminaba por allí no era simplemente un humano.
Antes de verle supo que se había acercado y que ahora estaba tan solo a unos metros de distancia. Seguramente se había detenido sobre sus pasos al descubrir su presencia y lo más probable era que al verle retrocediese o que se desviara para proseguir su camino. Notó sin embargo que no se movía y sus sentidos le indicaron que estaba siendo observado.
Tras lanzar la última piedra giró con lentitud su rostro en dirección a la recién llegada justo cuando ella desviaba su mirada hacia el océano. Sus ojos repasaron su figura un momento antes de detenerse en el perfil de una mujer joven, de delicada piel blanca y contrastante cabello oscuro.
Se sintió intrigado al no reconocer exactamente qué era la mujer. No era una licántropa ya que ese aroma lo distinguía perfectamente, y su ropa elegante indicaba que estaba frente a alguien de clase alta, aunque resultaba extraño que anduviera sola en ese lugar sin ningún tipo de escolta, por no decir igualmente arriesgado para alguien como ella.
Tiró lentamente de las riendas del caballo y caminó en su dirección deteniéndose a cierta distancia. -Buenos días señorita.- dijo, entrecerrando un poco los ojos al contemplarla. Su cabello suelto y alborotado y el estado ligeramente arrugado de su vestido le hacía creer que había pasado la noche allí o al menos muy cerca.
-Qué hace una dama noble como usted en una zona como esta, a horas tan tempranas.- El "alguien como usted" llevaba doble significado, se podía interpretar como alguien de noble cuna o alguien que no era sólo humana. Y sin embargo, por primera vez en meses se interesó por el estado de alguien que no fuera el de el mismo por lo que aguardo una respuesta.
El aire entonces continuó trayendo pequeñas gotas de agua salada que salpicó de forma continua la ropa de ambos y logró que el vestido de la joven se ciñera más a su figura femenina, lo cual provocó que una leve sonrisa de lado se dibujara lentamente en sus labios.
Parecía que lanzar piedras se había convertido en algo más que una simple distracción, o era que el repetitivo rebote de las mismas antes de su hundimiento se convertía de repente en un simbolismo inesperado de lo que ahora era su vida, habiendo en ella múltiples rebotes.
-El camino se presenta largo Tornado...- dijo en voz alta al equino que se encontraba con él, quien resopló tras ser emitidas las palabras, aunque bien pudo tratarse de una coincidencia o igualmente se había percatado de que alguien se aproximaba. Sebastian lo había notado hace un momento debido a la llegada de un nuevo aroma, aroma que se presentaba suave y agradable aunque igualmente anunciara que quien caminaba por allí no era simplemente un humano.
Antes de verle supo que se había acercado y que ahora estaba tan solo a unos metros de distancia. Seguramente se había detenido sobre sus pasos al descubrir su presencia y lo más probable era que al verle retrocediese o que se desviara para proseguir su camino. Notó sin embargo que no se movía y sus sentidos le indicaron que estaba siendo observado.
Tras lanzar la última piedra giró con lentitud su rostro en dirección a la recién llegada justo cuando ella desviaba su mirada hacia el océano. Sus ojos repasaron su figura un momento antes de detenerse en el perfil de una mujer joven, de delicada piel blanca y contrastante cabello oscuro.
Se sintió intrigado al no reconocer exactamente qué era la mujer. No era una licántropa ya que ese aroma lo distinguía perfectamente, y su ropa elegante indicaba que estaba frente a alguien de clase alta, aunque resultaba extraño que anduviera sola en ese lugar sin ningún tipo de escolta, por no decir igualmente arriesgado para alguien como ella.
Tiró lentamente de las riendas del caballo y caminó en su dirección deteniéndose a cierta distancia. -Buenos días señorita.- dijo, entrecerrando un poco los ojos al contemplarla. Su cabello suelto y alborotado y el estado ligeramente arrugado de su vestido le hacía creer que había pasado la noche allí o al menos muy cerca.
-Qué hace una dama noble como usted en una zona como esta, a horas tan tempranas.- El "alguien como usted" llevaba doble significado, se podía interpretar como alguien de noble cuna o alguien que no era sólo humana. Y sin embargo, por primera vez en meses se interesó por el estado de alguien que no fuera el de el mismo por lo que aguardo una respuesta.
El aire entonces continuó trayendo pequeñas gotas de agua salada que salpicó de forma continua la ropa de ambos y logró que el vestido de la joven se ciñera más a su figura femenina, lo cual provocó que una leve sonrisa de lado se dibujara lentamente en sus labios.
Última edición por Sebastian Delacour el Mar Sep 15, 2015 1:14 am, editado 1 vez
Sebastian Delacour- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 27/11/2014
Re: Adonde mueren las olas [Charleen Rumsfeld]
I took their smiles and made them mine.
I sold my soul just to hide the light.
And now I see what I really am
I sold my soul just to hide the light.
And now I see what I really am
Sus labios temblaron de frío, o quizás era la adrenalina que se despedía de su torrente sanguíneo, el vaho despedido de su aliento nubló un poco su vista que se perdía en el horizonte siguiendo la línea extensa del mar, quizás aquel hombre se incomodaría con su presencia y se iría, o quizás era ella quien debía seguir caminando sin importarle el encuentro; pero algo clavo sus pies en la arena, no supo si fué la sensación gratificante que le otorgaba el agua helada sobre la piel expuesta de sus pies, o la curiosidad de saber el origen de aquel aroma que se confundía con la sal del mar y el olor propio despedido por el caballo.
Se estaba decidiendo a girar sobre sus talones e irse, cuando la voz del hombre quebró su silencio interno, respiró profundo mirando hacia abajo, hacia sus manos que se enlazaban a la altura de su regazo, giró el rostro y encaró al extraño ―Buenos días Monsieur -, a pesar de hablar un francés fluido -al igual que tres idiomas más- no podía esconder su claro acento inglés, si, desde niña vivió en Francia, pero nada lograba hacer que el acento cambiara... ni ella lo deseaba de esa forma.
Sopeso la opción de ignorar aquella pregunta, el viento pegó de lleno contra ellos aclarando sus dudas, el no era humano pero tampoco era un vampiro, no, ese aroma lo tenía arraigado en el alma y lo reconocería a kilómetros ¿entonces?. Frunció levemente el ceño y desvió la mirada al corcel que llevaba ―Probablemente lo mismo que usted, buscando un espacio para mantener clara la mente - cruzó los brazos rodeandose levemente la cintura, podía sentir como la ropa se mojaba, tanto por las pequeñas gotas que la brisa llevaba, como por el agua de las olas que rompían y salpicaban la falda, ahora la sentía pesada y se pegaba con mayor facilidad a su cuerpo.
Volvió la mirada al joven captando la media sonrisa e instintivamente contestándola, un reflejo propio de su sistema nervioso y de la guardia tan baja que llevaba después de una noche entera de no ser humano. Ladeó la cabeza un poco ―¿Ser noble es un impedimento para disfrutar del mar a estas horas? - soltó los brazos bajándolos nuevamente a sus costados ―Si lo fuera... - alzó los hombros para restarle importancia a aquello.
―Y ¿que hace usted aquí? - ahora volteaba la pregunta, volviendo a mirar al equino que parecía estar tranquilo a su lado, la curiosidad ahora la embargaba, sin embargo su rostro no mostraba mas que armonía, no levantaría la guardia, no tenía claro que era el hombre pero al menos no era a quien ella mas odiaba, siempre podría trasformarse y correr lejos de él.
Se estaba decidiendo a girar sobre sus talones e irse, cuando la voz del hombre quebró su silencio interno, respiró profundo mirando hacia abajo, hacia sus manos que se enlazaban a la altura de su regazo, giró el rostro y encaró al extraño ―Buenos días Monsieur -, a pesar de hablar un francés fluido -al igual que tres idiomas más- no podía esconder su claro acento inglés, si, desde niña vivió en Francia, pero nada lograba hacer que el acento cambiara... ni ella lo deseaba de esa forma.
Sopeso la opción de ignorar aquella pregunta, el viento pegó de lleno contra ellos aclarando sus dudas, el no era humano pero tampoco era un vampiro, no, ese aroma lo tenía arraigado en el alma y lo reconocería a kilómetros ¿entonces?. Frunció levemente el ceño y desvió la mirada al corcel que llevaba ―Probablemente lo mismo que usted, buscando un espacio para mantener clara la mente - cruzó los brazos rodeandose levemente la cintura, podía sentir como la ropa se mojaba, tanto por las pequeñas gotas que la brisa llevaba, como por el agua de las olas que rompían y salpicaban la falda, ahora la sentía pesada y se pegaba con mayor facilidad a su cuerpo.
Volvió la mirada al joven captando la media sonrisa e instintivamente contestándola, un reflejo propio de su sistema nervioso y de la guardia tan baja que llevaba después de una noche entera de no ser humano. Ladeó la cabeza un poco ―¿Ser noble es un impedimento para disfrutar del mar a estas horas? - soltó los brazos bajándolos nuevamente a sus costados ―Si lo fuera... - alzó los hombros para restarle importancia a aquello.
―Y ¿que hace usted aquí? - ahora volteaba la pregunta, volviendo a mirar al equino que parecía estar tranquilo a su lado, la curiosidad ahora la embargaba, sin embargo su rostro no mostraba mas que armonía, no levantaría la guardia, no tenía claro que era el hombre pero al menos no era a quien ella mas odiaba, siempre podría trasformarse y correr lejos de él.
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Re: Adonde mueren las olas [Charleen Rumsfeld]
Sebastian observó atento a la joven mujer, y al seguir su mirada en dirección descendente notó que andaba descalza, disfrutando de la arena probablemente, aunque le parecía que al oirlo hablar había anclado sus dedos un poco más en ella, tenue movimiento que advirtió antes de que las aguas saladas cubriesen los mismos con un nuevo vaivén.
Quizás no fuera del gusto de la joven que se hubiera acercado a dirigirle la palabra, aunque su instinto le decía que no era así o no se habría detenido tan cerca de donde él se encontraba y si había que ser francos estaba seguro de que lo había hecho para observarlo. Aunque cada mujer era un misterio, ni siquiera a sus hermanas las había llegado a descifrar del todo, a pesar de conocerlas a la perfección desde que su madre las trajo al mundo, cuando daba por sentado que reaccionarían de un modo específico podían llegar a sorprenderlo de la forma más inesperada.
La luz de los rayos solares iluminó el cuerpo de la joven, de quien aún había visto únicamente su perfil. Tornado se inquietó un poco ante la cercanía de alguien extraño por lo que se acercó al equino y le susurró algo al oído, dándole unos amistosos golpecitos con el nudillo de sus dedos en el cuello para calmarle. La joven volteó entonces a verle y así pudo ver su rostro con detalle.
Apreció entonces sus ojos, y le pareció que eran singularmente atractivos, dos colores que aunque diferentes entre sí armonizaban perfectamente con su rostro. Las palabras que le dirigió en respuesta le hicieron recordar el acento que había escuchado en diversos puertos de Inglaterra, cuando en alguno de sus viajes pasados con la naval habían atracado en sus muelles, pero el acento no era demasiado marcado, predominaba bastante bien el dominio del francés. Independientemente de dichas observaciones, Sebastian apenas curvó los labios al escuchar su respuesta, si la dama decía que era un simple paseo no iba a insistir en el tema.
- Como usted lo intuyó, buscando un lugar donde pensar y aclarar ideas.- Avanzó unos cuantos pasos para hablarle más de cerca pero manteniendo una distancia conveniente, no por él, sino por ella, no quería darle la impresión de que era una amenaza de algún tipo, teniendo en cuenta que seguramente se había percatado de su esencia sobrenatural tan bien como él había percibido la de ella.
-La vista del óceano siempre trae calma a los estados más intranquilos, o al menos así me ha parecido siempre.- sonrió entonces despacio, pero ahora lo hizo por el tema. Extrañaba navegar con sus colegas militares, la libertad que un nuevo viaje traía siempre consigo, la vista de la inmensidad oceánica mientras la nave se deslizaba sobre las espumosas aguas y todo lo que dichos viajes conllevaban.
Su ceño se frunció un momento, y por unos segundos los nudillos de sus dedos se tornaron blancos al tensarlos, en cuanto volvió a su mente el por qué de la suspensión de su oficio, y en que si bien ahorita se encontraba en un estado que podría catalogarse de normal, sabía que no duraría, especialmente cuando se aproximase una nueva luna llena.
-¿Siempre luce así cuando sale a aclarar su mente?- Devolvió su atención a la dama y la miró con cierta sorna pero con igual admiración. La joven era hermosa, para qué negarlo, y su oscuro cabello medianamente humedecido por las gotas de agua salada y desparramado sobre sus hombros alrededor de su blanco cuello, aumentaba su atractivo ante sus ojos, al igual que lo hacía el singular aroma que emanaba de ella y que llamaba la atención del licántropo que dormía bajo la superficie.
Quizás no fuera del gusto de la joven que se hubiera acercado a dirigirle la palabra, aunque su instinto le decía que no era así o no se habría detenido tan cerca de donde él se encontraba y si había que ser francos estaba seguro de que lo había hecho para observarlo. Aunque cada mujer era un misterio, ni siquiera a sus hermanas las había llegado a descifrar del todo, a pesar de conocerlas a la perfección desde que su madre las trajo al mundo, cuando daba por sentado que reaccionarían de un modo específico podían llegar a sorprenderlo de la forma más inesperada.
La luz de los rayos solares iluminó el cuerpo de la joven, de quien aún había visto únicamente su perfil. Tornado se inquietó un poco ante la cercanía de alguien extraño por lo que se acercó al equino y le susurró algo al oído, dándole unos amistosos golpecitos con el nudillo de sus dedos en el cuello para calmarle. La joven volteó entonces a verle y así pudo ver su rostro con detalle.
Apreció entonces sus ojos, y le pareció que eran singularmente atractivos, dos colores que aunque diferentes entre sí armonizaban perfectamente con su rostro. Las palabras que le dirigió en respuesta le hicieron recordar el acento que había escuchado en diversos puertos de Inglaterra, cuando en alguno de sus viajes pasados con la naval habían atracado en sus muelles, pero el acento no era demasiado marcado, predominaba bastante bien el dominio del francés. Independientemente de dichas observaciones, Sebastian apenas curvó los labios al escuchar su respuesta, si la dama decía que era un simple paseo no iba a insistir en el tema.
- Como usted lo intuyó, buscando un lugar donde pensar y aclarar ideas.- Avanzó unos cuantos pasos para hablarle más de cerca pero manteniendo una distancia conveniente, no por él, sino por ella, no quería darle la impresión de que era una amenaza de algún tipo, teniendo en cuenta que seguramente se había percatado de su esencia sobrenatural tan bien como él había percibido la de ella.
-La vista del óceano siempre trae calma a los estados más intranquilos, o al menos así me ha parecido siempre.- sonrió entonces despacio, pero ahora lo hizo por el tema. Extrañaba navegar con sus colegas militares, la libertad que un nuevo viaje traía siempre consigo, la vista de la inmensidad oceánica mientras la nave se deslizaba sobre las espumosas aguas y todo lo que dichos viajes conllevaban.
Su ceño se frunció un momento, y por unos segundos los nudillos de sus dedos se tornaron blancos al tensarlos, en cuanto volvió a su mente el por qué de la suspensión de su oficio, y en que si bien ahorita se encontraba en un estado que podría catalogarse de normal, sabía que no duraría, especialmente cuando se aproximase una nueva luna llena.
-¿Siempre luce así cuando sale a aclarar su mente?- Devolvió su atención a la dama y la miró con cierta sorna pero con igual admiración. La joven era hermosa, para qué negarlo, y su oscuro cabello medianamente humedecido por las gotas de agua salada y desparramado sobre sus hombros alrededor de su blanco cuello, aumentaba su atractivo ante sus ojos, al igual que lo hacía el singular aroma que emanaba de ella y que llamaba la atención del licántropo que dormía bajo la superficie.
Sebastian Delacour- Licántropo Clase Media
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