AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Y entre medio del ovillo... tú +18 [Rahzé Svarti]
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Y entre medio del ovillo... tú +18 [Rahzé Svarti]
Cinco meses de su vida gatuna, tirados por la borda, porque aun gato se le ocurriera ocultar a su presa, - por qué tuvo que meter sus narices en donde no se lo llamaban – refunfuño, enojada por el fracaso de su misión, - ¿es que justo en ése momento tenía que volverse un héroe y salvar doncellas en apuros? – estrujó entre sus manos el paño con que se jabonó el rostro y el cuello, de forma enérgica, como si deseara quitarse un olor que le desagradaba. Se sumergió por completo en el agua de la tina, manteniéndose bajo el líquido, hasta que sus pulmones no dieron más. Emergió gritando, sacando así, la frustración que hacía días que cargaba.
Una hora más tarde se encontraba lista para dirigirse a la reunión en la que debía participar. Apenas unos días atrás había tenido que dar explicaciones por el fracaso en su última misión, la que a su criterio, hubiera sido extremadamente sencilla, si tan solo no se hubiera inmiscuido ese inquisidor metiche. Su mirada se endureció de solo pensar en aquel hombre, - ¿porque los hombres siempre tienen que ir arruinando todo? – caviló por un momento, aunque luego reflexionó que dentro de la orden existían varias mujeres que eran, de por sí, mucho más peligrosas o molestas que ese minino. De seguro que si hubiera estado en su forma felina, su cola no hubiera dejado de moverse de un lado a otro, mostrando su disgusto.
Poco más de quince minutos le llevó recorrer el trayecto desde su coche hasta la puerta del recinto en donde se celebraría la dichosa reunión. Un nuevo trabajo, seguramente un encargo de vigilancia de un posible enemigo de la Santa Sede. Era seguro que se encontraría además con el compañero de trabajo que le asignaron. Ya le habían advertido que si fallaba en su anterior trabajo, al próximo, debería estar secundada por algún otro inquisidor, - pero no fue mi culpa, alguien se metió de redentor y lo estropeó todo, de no meter su húmedo hocico, seguro hubieran caído los responsables del secuestro de la señora Vaggö – se había justificado. Pero cuando le pidieron que diera nombres, que delatara al inquisidor responsable de aquel fracaso, no lo hizo, - soy mal llevada, pero jamás seré una delatora, y menos una chismosa – dijo mascullando las palabras. Detuvo su andar, inspiró profundamente, cerró sus ojos y comenzó a mover su cabeza de un lado a otro, de atrás hacia adelante y girando suavemente, relajando los músculos y las tensiones, de nada valía seguir renegando - Lo pasado pisado - se dijo mentalmente al estar parada frente a la enorme puerta de dos hojas. Suspiró antes de abrir la puerta y acceder al gran salón.
Una hora más tarde se encontraba lista para dirigirse a la reunión en la que debía participar. Apenas unos días atrás había tenido que dar explicaciones por el fracaso en su última misión, la que a su criterio, hubiera sido extremadamente sencilla, si tan solo no se hubiera inmiscuido ese inquisidor metiche. Su mirada se endureció de solo pensar en aquel hombre, - ¿porque los hombres siempre tienen que ir arruinando todo? – caviló por un momento, aunque luego reflexionó que dentro de la orden existían varias mujeres que eran, de por sí, mucho más peligrosas o molestas que ese minino. De seguro que si hubiera estado en su forma felina, su cola no hubiera dejado de moverse de un lado a otro, mostrando su disgusto.
Poco más de quince minutos le llevó recorrer el trayecto desde su coche hasta la puerta del recinto en donde se celebraría la dichosa reunión. Un nuevo trabajo, seguramente un encargo de vigilancia de un posible enemigo de la Santa Sede. Era seguro que se encontraría además con el compañero de trabajo que le asignaron. Ya le habían advertido que si fallaba en su anterior trabajo, al próximo, debería estar secundada por algún otro inquisidor, - pero no fue mi culpa, alguien se metió de redentor y lo estropeó todo, de no meter su húmedo hocico, seguro hubieran caído los responsables del secuestro de la señora Vaggö – se había justificado. Pero cuando le pidieron que diera nombres, que delatara al inquisidor responsable de aquel fracaso, no lo hizo, - soy mal llevada, pero jamás seré una delatora, y menos una chismosa – dijo mascullando las palabras. Detuvo su andar, inspiró profundamente, cerró sus ojos y comenzó a mover su cabeza de un lado a otro, de atrás hacia adelante y girando suavemente, relajando los músculos y las tensiones, de nada valía seguir renegando - Lo pasado pisado - se dijo mentalmente al estar parada frente a la enorme puerta de dos hojas. Suspiró antes de abrir la puerta y acceder al gran salón.
Última edición por Ealair Macbay el Lun Mayo 01, 2017 10:21 pm, editado 1 vez
Seelei Loganach- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 63
Fecha de inscripción : 29/03/2015
Re: Y entre medio del ovillo... tú +18 [Rahzé Svarti]
Lo más correcto era que Rahzé admitiera que haber llevado a Giulia Vaggö a su casa temporal, allá en Italia, y mantenerla cautiva durante un tiempo considerable, con la intención de cobrar un buen rescate por ella, era una de las tonterías más grandes que había hecho en toda su vida. Pero, si bien no lo hizo en su momento, tampoco lo haría después. Para él, el asunto estaba zanjado. Poco le importaba que una misión se hubiera ido abajo por su imprudencia. Y es que así era Rahzé, un cabezota. En ocasiones se tomaba con demasiada ligereza la mayoría de las cosas y casi nunca se detenía a pensar en las consecuencias que más tarde traerían sus actos.
En esta ocasión, lo que estaba en juego era su permanencia en la inquisición, o al menos así sería si a esas alturas sus superiores ya estaban enterados de su desacierto cometido. Si así era, las probabilidades de que la dichosa reunión a la que se encaminaba terminase convirtiéndose en un juicio donde él sería el acusado, eran bastante altas. Sin embargo, sino ocurría así, solo podía significar una cosa: que Ealair Macbay, también inquisidora, podía ser muchas cosas, un verdadero dolor de trasero cuando se lo proponía, pero no una soplona. Él sabía que solo había una forma de averiguarlo, y ésta no podía ser simplemente ingresar al Salón de los Arcángeles, tomar asiento y esperar expectante para saber si ella había abierto la boca. No podía arriesgarse de esa manera. Por eso se adelantó y aprovechó el haber llegado temprano para esconderse muy cerca de la entrada, la cual vigiló como un verdadero felino que acecha a su presa, esperando el momento justo en el que Ealair apareciera.
Cuando al fin la vio llegar, actuó rápidamente y, tomándola fuertemente de un brazo, logró jalarla hacia atrás, impidiéndole acceder al gran salón. Le tapó la boca con una mano para impedir que gritara y llamara la atención de otros inquisidores, y con el brazo rodeó su delgado cuerpo para inmovilizarla un momento. Solo necesitaba someterla unos instantes, tan solo unos segundos, los suficientes que le permitiesen arrastrarla consigo hasta el salón contiguo. Y así ocurrió. Rahzé consiguió conducirla con brusquedad por el pasillo, y cuando al fin ambos estuvieron dentro de la habitación vacía, cerró la puerta tras de sí, asegurándose así de que gozarían de la privacidad necesaria.
—Tranquila, gatita, o te romperás una uña —le dijo con burla cuando ella intentó zafarse y finalmente lo consiguió.
Confiado en que no sería lo demasiado cobarde para huir, le dio la espalda y se dirigió hasta un escritorio que allí se encontraba. Jaló la silla y se dejó caer sobre ella, luego, en un acto de absoluta desfachatez, subió los pies sobre la mesa y cruzó el uno sobre el otro, adoptando una postura bastante despreocupada. Para terminar de sumar descaro a su actitud, de uno de sus bolsillos sacó una manzana roja y comenzó a quitarle la cáscara utilizando una navaja. Un acto aparentemente inofensivo, pero que claramente llevaba implícita una “sutil” amenaza.
—Tú y yo tenemos una conversación pendiente —le dijo desviando la mirada un momento, dando la impresión de que estaba concentrándose demasiado en lo que hacía con la manzana, aunque en realidad poco le importaba—. Ya sabes a qué me refiero —cuando la manzana finalmente quedó sin piel, alargó la mano para ofrecerle un poco, pero como no obtuvo respuesta, se la llevó a la boca y le dio la primera mordida—. Quiero saber qué tan floja tienes la lengua.
En esta ocasión, lo que estaba en juego era su permanencia en la inquisición, o al menos así sería si a esas alturas sus superiores ya estaban enterados de su desacierto cometido. Si así era, las probabilidades de que la dichosa reunión a la que se encaminaba terminase convirtiéndose en un juicio donde él sería el acusado, eran bastante altas. Sin embargo, sino ocurría así, solo podía significar una cosa: que Ealair Macbay, también inquisidora, podía ser muchas cosas, un verdadero dolor de trasero cuando se lo proponía, pero no una soplona. Él sabía que solo había una forma de averiguarlo, y ésta no podía ser simplemente ingresar al Salón de los Arcángeles, tomar asiento y esperar expectante para saber si ella había abierto la boca. No podía arriesgarse de esa manera. Por eso se adelantó y aprovechó el haber llegado temprano para esconderse muy cerca de la entrada, la cual vigiló como un verdadero felino que acecha a su presa, esperando el momento justo en el que Ealair apareciera.
Cuando al fin la vio llegar, actuó rápidamente y, tomándola fuertemente de un brazo, logró jalarla hacia atrás, impidiéndole acceder al gran salón. Le tapó la boca con una mano para impedir que gritara y llamara la atención de otros inquisidores, y con el brazo rodeó su delgado cuerpo para inmovilizarla un momento. Solo necesitaba someterla unos instantes, tan solo unos segundos, los suficientes que le permitiesen arrastrarla consigo hasta el salón contiguo. Y así ocurrió. Rahzé consiguió conducirla con brusquedad por el pasillo, y cuando al fin ambos estuvieron dentro de la habitación vacía, cerró la puerta tras de sí, asegurándose así de que gozarían de la privacidad necesaria.
—Tranquila, gatita, o te romperás una uña —le dijo con burla cuando ella intentó zafarse y finalmente lo consiguió.
Confiado en que no sería lo demasiado cobarde para huir, le dio la espalda y se dirigió hasta un escritorio que allí se encontraba. Jaló la silla y se dejó caer sobre ella, luego, en un acto de absoluta desfachatez, subió los pies sobre la mesa y cruzó el uno sobre el otro, adoptando una postura bastante despreocupada. Para terminar de sumar descaro a su actitud, de uno de sus bolsillos sacó una manzana roja y comenzó a quitarle la cáscara utilizando una navaja. Un acto aparentemente inofensivo, pero que claramente llevaba implícita una “sutil” amenaza.
—Tú y yo tenemos una conversación pendiente —le dijo desviando la mirada un momento, dando la impresión de que estaba concentrándose demasiado en lo que hacía con la manzana, aunque en realidad poco le importaba—. Ya sabes a qué me refiero —cuando la manzana finalmente quedó sin piel, alargó la mano para ofrecerle un poco, pero como no obtuvo respuesta, se la llevó a la boca y le dio la primera mordida—. Quiero saber qué tan floja tienes la lengua.
Rahzé Svarti- Condenado/Cambiante/Clase Media
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Re: Y entre medio del ovillo... tú +18 [Rahzé Svarti]
El accionar del inquisidor la tomó desprevenida, tal vez tenía que ver con las noches de insomnios que había pasado reflexionando para buscar la forma de salir bien parada, sin necesidad de mandar a un juicio seguro a ese inquisidor, que no le caía mal, pero que tampoco era santo de su devoción. Aquel brazo en su garganta, aunque para una humana podría haberla dejado inconsciente o hasta asfixiado, a ella solo le molestó un poco. Además, podría haberle apuñalado con su daga, pero el olor del inquisidor era único y a la gata jamás le había molestado la cercanía de un igual, de un macho de su misma especie.
Así, Ealair, se dejó arrastrar por Razhé, sin oponer dificultad alguna. Recorrieron el pasillo, hasta entrar a una sala mucho más pequeña que aquella en donde la estarían esperando. Ésta, solían usarla para cuando llegaba al Vaticano algún enviado destacado de las sedes inquisitoriales europeas. Cuando le soltó, ella lo fulminó con la mirada, tocándose levemente el cuello, estuvo a punto de cruzarle un zarpazo por el rostro, pero la manera petulante y a la vez cargada de desparpajo, con que el inquisidor se dirigía a ella, en vez de enojarla la hizo sonreír.
Arregló sus ropas, que habían quedado desacomodadas por la forma un tanto salvaje con que Razhé la había arrastrado hacia ese lugar. Cuando terminó, levantó su vista y lo descubrió, con las botas embarradas, sobre el escritorio, y pelando una manzana con una navaja. Ealair enarcó una ceja, - ¿acaso pretendes infundirme miedo? – le dijo sonriente, - no gracia corazón, no me gustan las manzanas, prefiero otro tipo de fruta, algo más jugosas… - le sonrió con descaro, marcando el doble sentido de su frase – lo que no creo, es que me puedas ofrecer algo así – continuó espoleándole, mientras se acercaba al escritorio y le rodeaba. Su mano derecha acarició el brazo del felino, - es verdad, tenemos una charla pendiente… - le dijo mientras caminaba por detrás del asiento en donde se había apoltronado el inquisidor - ¿mi lengua?... mmm pues, verás, de seguro es más cauta que tus instintos de ir follando con algunas hembras que se te presentan – le espetó, en clara alusión de un secreto a voces que se esparcía por los pasillos de la sede inquisitorial parisina.
Se apresuró a poner distancia entre los dos, no quería que con el arma blanca, que empuñaba el bilioso inquisidor, le dejara alguna marca en su bello cuerpo. Cuando se acomodó en un sillón cercano a la chimenea, la que se mantenía encendida para dar calor a la habitación el la temporada invernal, se giró y lo miró, con los ojos entrecerrados y desde el cómodo sillón. Definitivamente era un felino, que adoraba la comodidad y los lugares reconfortantes, por eso si hubiera podido, de seguro hubiera terminado ronroneando. Suspiró y le hizo señas de acercarse, - ven, aquí está más agradable… dime… ¿qué piensas ofrecerme para que me quede callada? - sus ojos recorrieron los rasgos del inquisidor, le parecieron recios, pero agradables, era un macho, como se suponían debían ser los hombres de su especie, no quería relación alguna, pero un juego de egos y algo de piques, no le parecieron mala idea, - vamos minino, dime que tienes para ofrecerme -.
Así, Ealair, se dejó arrastrar por Razhé, sin oponer dificultad alguna. Recorrieron el pasillo, hasta entrar a una sala mucho más pequeña que aquella en donde la estarían esperando. Ésta, solían usarla para cuando llegaba al Vaticano algún enviado destacado de las sedes inquisitoriales europeas. Cuando le soltó, ella lo fulminó con la mirada, tocándose levemente el cuello, estuvo a punto de cruzarle un zarpazo por el rostro, pero la manera petulante y a la vez cargada de desparpajo, con que el inquisidor se dirigía a ella, en vez de enojarla la hizo sonreír.
Arregló sus ropas, que habían quedado desacomodadas por la forma un tanto salvaje con que Razhé la había arrastrado hacia ese lugar. Cuando terminó, levantó su vista y lo descubrió, con las botas embarradas, sobre el escritorio, y pelando una manzana con una navaja. Ealair enarcó una ceja, - ¿acaso pretendes infundirme miedo? – le dijo sonriente, - no gracia corazón, no me gustan las manzanas, prefiero otro tipo de fruta, algo más jugosas… - le sonrió con descaro, marcando el doble sentido de su frase – lo que no creo, es que me puedas ofrecer algo así – continuó espoleándole, mientras se acercaba al escritorio y le rodeaba. Su mano derecha acarició el brazo del felino, - es verdad, tenemos una charla pendiente… - le dijo mientras caminaba por detrás del asiento en donde se había apoltronado el inquisidor - ¿mi lengua?... mmm pues, verás, de seguro es más cauta que tus instintos de ir follando con algunas hembras que se te presentan – le espetó, en clara alusión de un secreto a voces que se esparcía por los pasillos de la sede inquisitorial parisina.
Se apresuró a poner distancia entre los dos, no quería que con el arma blanca, que empuñaba el bilioso inquisidor, le dejara alguna marca en su bello cuerpo. Cuando se acomodó en un sillón cercano a la chimenea, la que se mantenía encendida para dar calor a la habitación el la temporada invernal, se giró y lo miró, con los ojos entrecerrados y desde el cómodo sillón. Definitivamente era un felino, que adoraba la comodidad y los lugares reconfortantes, por eso si hubiera podido, de seguro hubiera terminado ronroneando. Suspiró y le hizo señas de acercarse, - ven, aquí está más agradable… dime… ¿qué piensas ofrecerme para que me quede callada? - sus ojos recorrieron los rasgos del inquisidor, le parecieron recios, pero agradables, era un macho, como se suponían debían ser los hombres de su especie, no quería relación alguna, pero un juego de egos y algo de piques, no le parecieron mala idea, - vamos minino, dime que tienes para ofrecerme -.
Seelei Loganach- Inquisidor Clase Alta
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Re: Y entre medio del ovillo... tú +18 [Rahzé Svarti]
—Un trato. ¿Tú y yo? —Rahzé dejó de comer, alzó ambas cejas y se enderezó en el asiento.
Contempló a la mujer, pensativo y en silencio. La miró por un largo rato y sin perder detalle de su interlocutora, se inclinó hacia delante. Sus ojos se entrecerraron un poco. La larga trenza, conformada a su vez por otras de menor volumen, le cayó pesadamente sobre los hombros. Entonces, mientras suspiraba larga y profundamente, su boca se tensó en una infame sonrisa que hizo demasiado evidente lo graciosa que le parecía aquella situación.
A Rahzé no le gustaba ser chantajeado. Le irritaba. ¿Entregarle a otro el poder de dirigir su vida con tal de que no lo delatara? De ninguna manera. No obstante, un trato, en el que ambas partes salieran ganando, aunque resultara absurdo e inusual en alguien como él, no sonaba del todo mal. El problema era la confianza. ¿Qué le garantizaba a él que ella cumpliría con su parte y no lo traicionaría? Imposible saberlo. No había tal garantía. Pero si ella no había abierto la boca aún, habiendo tenido la oportunidad de echarlo de cabeza, quizá se merecía el beneficio de la duda. Decidió que al menos la escucharía.
Se puso de pie y de prácticamente tres zancadas logró cruzar la habitación.
—Cuando te arrastré hasta aquí no tenía en mente negociar —confesó con irritante sinceridad, mientras andaba a su alrededor. Esta vez sus pesadas botas se deslizaron silenciosas sobre la alfombra de la habitación—. Estaba dispuesto a sacarte la verdad a punta de palos. Y si aún no era demasiado tarde, a obligarte a mantener cerrada esa hermosa boquita tuya, advirtiéndote, claro, que si no lo hacías iba a rebanarte la garganta mientras dormías con esta preciosura —alzó la navaja y la hizo girar entre sus dedos para que ella pudiera observar lo afilada que estaba, lo fácil que entraría en su carne—. Sin embargo, quizá no haya necesidad de recurrir a la violencia, ¿cierto? —se detuvo frente a ella y se encogió de hombros. Su boca se tensó hasta mostrar una nueva sonrisa. Sólo entonces ocupó el asiento frente a ella.
Ambos se miraron fijamente. Los penetrantes ojos del inquisidor se concentraron en Ealair una vez más. Un examen más cercano le confirmó que ella estaba determinada pero, ¿a qué? ¿A hacerle la vida miserable? Ja, ni en sus sueños. Sin desviar la mirada un solo segundo, Rahzé alzó la barbilla. Era un gesto bastante común en él y que indicaba, ya fuera de manera consciente o involuntaria, la arrogante confianza que tenía en sí mismo.
—Siempre he creído que cuando alguien sugiere una negociación, es porque existe algo que desea obtener a cambio. ¿Por qué no lo dices de una vez? Vamos, todo el mundo quiere algo. ¿Qué quieres tú, gatita? —se inclinó hacia delante—. ¿Dinero? —se inclinó todavía más, hasta que estuvo muy cerca de ella—. No lo creo.
Contempló a la mujer, pensativo y en silencio. La miró por un largo rato y sin perder detalle de su interlocutora, se inclinó hacia delante. Sus ojos se entrecerraron un poco. La larga trenza, conformada a su vez por otras de menor volumen, le cayó pesadamente sobre los hombros. Entonces, mientras suspiraba larga y profundamente, su boca se tensó en una infame sonrisa que hizo demasiado evidente lo graciosa que le parecía aquella situación.
A Rahzé no le gustaba ser chantajeado. Le irritaba. ¿Entregarle a otro el poder de dirigir su vida con tal de que no lo delatara? De ninguna manera. No obstante, un trato, en el que ambas partes salieran ganando, aunque resultara absurdo e inusual en alguien como él, no sonaba del todo mal. El problema era la confianza. ¿Qué le garantizaba a él que ella cumpliría con su parte y no lo traicionaría? Imposible saberlo. No había tal garantía. Pero si ella no había abierto la boca aún, habiendo tenido la oportunidad de echarlo de cabeza, quizá se merecía el beneficio de la duda. Decidió que al menos la escucharía.
Se puso de pie y de prácticamente tres zancadas logró cruzar la habitación.
—Cuando te arrastré hasta aquí no tenía en mente negociar —confesó con irritante sinceridad, mientras andaba a su alrededor. Esta vez sus pesadas botas se deslizaron silenciosas sobre la alfombra de la habitación—. Estaba dispuesto a sacarte la verdad a punta de palos. Y si aún no era demasiado tarde, a obligarte a mantener cerrada esa hermosa boquita tuya, advirtiéndote, claro, que si no lo hacías iba a rebanarte la garganta mientras dormías con esta preciosura —alzó la navaja y la hizo girar entre sus dedos para que ella pudiera observar lo afilada que estaba, lo fácil que entraría en su carne—. Sin embargo, quizá no haya necesidad de recurrir a la violencia, ¿cierto? —se detuvo frente a ella y se encogió de hombros. Su boca se tensó hasta mostrar una nueva sonrisa. Sólo entonces ocupó el asiento frente a ella.
Ambos se miraron fijamente. Los penetrantes ojos del inquisidor se concentraron en Ealair una vez más. Un examen más cercano le confirmó que ella estaba determinada pero, ¿a qué? ¿A hacerle la vida miserable? Ja, ni en sus sueños. Sin desviar la mirada un solo segundo, Rahzé alzó la barbilla. Era un gesto bastante común en él y que indicaba, ya fuera de manera consciente o involuntaria, la arrogante confianza que tenía en sí mismo.
—Siempre he creído que cuando alguien sugiere una negociación, es porque existe algo que desea obtener a cambio. ¿Por qué no lo dices de una vez? Vamos, todo el mundo quiere algo. ¿Qué quieres tú, gatita? —se inclinó hacia delante—. ¿Dinero? —se inclinó todavía más, hasta que estuvo muy cerca de ella—. No lo creo.
Rahzé Svarti- Condenado/Cambiante/Clase Media
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Re: Y entre medio del ovillo... tú +18 [Rahzé Svarti]
Lo había estado observando, sus miradas, como se movía al rededor de ella, como un felino observando a su presa, buscando el momento justo para dar el zarpazo letal. Sonrió ante la manera bravucona de hablarle, de amenazarla, mostrando una navaja que podía espantar a ciertos inquisidores novatos, pero no a uno como ella, que había vivido momentos difíciles, cercanos a la muerte, ¿como podría temer una simple pero afilada navaja?. Le observó divertida, moviendo su cabeza, siguiéndolo con la mirada, hasta que éste se decidió sentar en el sillón.
- La verdad, no me interesa nada que tenga que ver con dinero, claro que no te negaré, que tanto tú como yo, no tenemos efectivo para ir tirando manteca al techo... pero me creo previsora y tengo lo que necesito... así que puedes guardar tus ahorros, que de seguro los necesitarás para... ¿una linda muñeca? - rió, pensando en lo bonita que era esa bebé que había descubierto en la casa del inquisidor. ¿como podía decirle que conocía todos lo que tenía que ver con lo ocurrido en aquella cabaña?, que se había emocionado cuando vio aquel pequeño ser luchando por conservar su vida, o que tomaba, con su manita, un dedo del gigante que ahora tenía enfrente. Sonrió enigmática, estaba segura que con tanto jaleo aquella noche, ni él ni la mujer, se habrían percatado del gato blanco que se quedara mirando por la ventana, como si aquellas escenas lo hipnotizaran. Sus ojos se volvieron brillantes recordando aquel emotivo momento, pero rápidamente su mirada buscó fijarse en las llamas que lamían codiciosas los leños en el hogar.
Cuando se sintió lo bastante recompuesta para enfrentarlo, volvió su mirada, - pues, a ver, me podrías pagar con ayuda en otras misiones... pero sería aburrido - tamborileó los dedos en el apoyabrazos del sillón. Suspiró y luego bufó, - en verdad no tengo muy claro, cuanto puede valer ésta información... pero si tú me dices que estarías dispuesto a entregar para que siga siendo tu aliada... pues, soy todo oídos... - la sonrisa esta vez fue mas amplia y con un dejo de picardia, tal vez se estaba jugando una zurra de parte de ese cambiante, ¿pero acaso no lo valía? todos en la orden sabía lo arisco que era y lo pocas pulgas, ¿acaso no sería divertido verlo hacer cosas que jamás hiciera? - como cenar en un restaurant, ir a un teatro, o pasear sin preocupaciones por una calle céntrica de Roma, con un traje como la mayoría de los hombres normales - caviló, mientras sus ojos se clavaban en los ajenos y mordía levemente su labio inferior.
- La verdad, no me interesa nada que tenga que ver con dinero, claro que no te negaré, que tanto tú como yo, no tenemos efectivo para ir tirando manteca al techo... pero me creo previsora y tengo lo que necesito... así que puedes guardar tus ahorros, que de seguro los necesitarás para... ¿una linda muñeca? - rió, pensando en lo bonita que era esa bebé que había descubierto en la casa del inquisidor. ¿como podía decirle que conocía todos lo que tenía que ver con lo ocurrido en aquella cabaña?, que se había emocionado cuando vio aquel pequeño ser luchando por conservar su vida, o que tomaba, con su manita, un dedo del gigante que ahora tenía enfrente. Sonrió enigmática, estaba segura que con tanto jaleo aquella noche, ni él ni la mujer, se habrían percatado del gato blanco que se quedara mirando por la ventana, como si aquellas escenas lo hipnotizaran. Sus ojos se volvieron brillantes recordando aquel emotivo momento, pero rápidamente su mirada buscó fijarse en las llamas que lamían codiciosas los leños en el hogar.
Cuando se sintió lo bastante recompuesta para enfrentarlo, volvió su mirada, - pues, a ver, me podrías pagar con ayuda en otras misiones... pero sería aburrido - tamborileó los dedos en el apoyabrazos del sillón. Suspiró y luego bufó, - en verdad no tengo muy claro, cuanto puede valer ésta información... pero si tú me dices que estarías dispuesto a entregar para que siga siendo tu aliada... pues, soy todo oídos... - la sonrisa esta vez fue mas amplia y con un dejo de picardia, tal vez se estaba jugando una zurra de parte de ese cambiante, ¿pero acaso no lo valía? todos en la orden sabía lo arisco que era y lo pocas pulgas, ¿acaso no sería divertido verlo hacer cosas que jamás hiciera? - como cenar en un restaurant, ir a un teatro, o pasear sin preocupaciones por una calle céntrica de Roma, con un traje como la mayoría de los hombres normales - caviló, mientras sus ojos se clavaban en los ajenos y mordía levemente su labio inferior.
Seelei Loganach- Inquisidor Clase Alta
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Re: Y entre medio del ovillo... tú +18 [Rahzé Svarti]
Rahzé sonrió abiertamente y se echó hacia atrás, hasta que tuvo recargada la espalda contra el respaldo del asiento. No la perdió de vista ni un momento, y en silencio se preguntó qué había cambiado. Porque, en definitiva, algo había ocurrido. En lugar de sentirse irritado con la situación, con ella y su presencia, empezaba a disfrutarlo. Quizá se debiera a que era una mujer, y una bastante atractiva, por cierto. Una de su misma especie, además. A un hombre lo habría molido a palos en segundos, pero ella… ella lo incitaba a algo más que eso. Antes de volver a hablar, se tomó unos minutos para analizar las palabras de la cambiante y la respuesta que le daría a continuación. Era la oportunidad perfecta para encontrar la manera de tenerla de su lado, y para su fortuna, ya sabía cuál era su mejor opción.
—Sólo hay dos posibles cosas que resultan irresistibles para cualquiera —contestó a fin, y de pronto su tono de voz resultó tan sugerente, como si estuviera a punto de hacerle una propuesta indecorosa, lo cual, conociéndolo, no podía ir tan mal encaminado—. La primera es el dinero. Pero ya que has demostrado que no eres una mujer interesada, me veo en la obligación de preguntar: ¿eres lujuriosa? ¿Quieres sexo, Ealair? —le soltó de pronto, sin dejar de sonreír, como si se tratara de una broma muy graciosa que en realidad no lo era. O como si fuera la cosa más natural del mundo (para él lo era), una conversación frecuente entre las personas que, como ellos, eran prácticamente extraños—. Podría pagarte con eso. Soy bueno con mi… —hizo una breve pausa y, al tiempo que lanzaba una fugaz mirada a su entrepierna, en su rostro apareció un gesto divertido— instrumento. Con tanto estrés, las misiones, las persecuciones, seguro te vendría bien un poco de diversión. A mí me gustaría.
El inquisidor se relamió de forma lenta, discreta, pero insinuante. Se imaginó las cosas que, de aceptar, le haría. Eran guarradas, ni más ni menos, propias de un sin vergüenza como Svarti. Y a todo esto, él no era un hombre necesitado. Increíblemente, aunque fuera un tipo desaliñado y sucio, las mujeres siempre encontraban algo atrayente en él y los revolcones nunca le faltaban. Aún así admitía que ya empezaba a traerle ganas a Ealair. ¿Las palabras de Rahzé significarían para ella una tentación? Y de ser así, ¿cedería?
—Sólo hay dos posibles cosas que resultan irresistibles para cualquiera —contestó a fin, y de pronto su tono de voz resultó tan sugerente, como si estuviera a punto de hacerle una propuesta indecorosa, lo cual, conociéndolo, no podía ir tan mal encaminado—. La primera es el dinero. Pero ya que has demostrado que no eres una mujer interesada, me veo en la obligación de preguntar: ¿eres lujuriosa? ¿Quieres sexo, Ealair? —le soltó de pronto, sin dejar de sonreír, como si se tratara de una broma muy graciosa que en realidad no lo era. O como si fuera la cosa más natural del mundo (para él lo era), una conversación frecuente entre las personas que, como ellos, eran prácticamente extraños—. Podría pagarte con eso. Soy bueno con mi… —hizo una breve pausa y, al tiempo que lanzaba una fugaz mirada a su entrepierna, en su rostro apareció un gesto divertido— instrumento. Con tanto estrés, las misiones, las persecuciones, seguro te vendría bien un poco de diversión. A mí me gustaría.
El inquisidor se relamió de forma lenta, discreta, pero insinuante. Se imaginó las cosas que, de aceptar, le haría. Eran guarradas, ni más ni menos, propias de un sin vergüenza como Svarti. Y a todo esto, él no era un hombre necesitado. Increíblemente, aunque fuera un tipo desaliñado y sucio, las mujeres siempre encontraban algo atrayente en él y los revolcones nunca le faltaban. Aún así admitía que ya empezaba a traerle ganas a Ealair. ¿Las palabras de Rahzé significarían para ella una tentación? Y de ser así, ¿cedería?
Rahzé Svarti- Condenado/Cambiante/Clase Media
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Re: Y entre medio del ovillo... tú +18 [Rahzé Svarti]
Tal vez lo mas correcto hubiera sido que, la inquisidora, pusiera en su sitió al cambiante deslenguado, atacarle con un movimiento certero, Ealair siempre fue una mujer ágil y atlética, lo que le hubiera sido muy fácil dar por lo menos los primeros ataques, sin destrozar demasiado la habitación, dejando en la piel del guerrero algunos recuerdos de arañazos y puntapiés. Pero la verdad era que la escocesa no podía ser calificada como una mujer común y corriente, menos como puritana o beata, no solamente porque en realidad no era religiosa, y las costumbres de la sociedad humana le importaban un comino, sino que ademas siempre había pensado que la mujer no necesitaba de ningún príncipe que, llegando en su corcel blanco, le solucionara la vida. Ealair era una hembra, una luchadora que no esperaba ser descubierta, ni salvada por un caballero de brillante armadura, y su cuerpo no sería la ofrenda o el trofeo que un hombre vendría a tomar posesión. Ella decidía con quien compartir su lecho, su tiempo o sus ideales, no necesitaba de romanticismos baratos, si le gustaba un hombre, lo tomaba, si dejaba de gustarle lo dejaba. Claro que había momentos que lo romántico de bombones, cenas y paseos eran agradables, pero mientras que no le pidieran luego dominarla, convertirla en una mujercita que debiera quedarse en su hogar, junto a sus hijos, - no por los Dioses - caviló, al pensar en aquello, la escocesa era un alma libre, como los felinos, no se podían domesticar del todo, ni entregaban su libertad de buena gana. Al contemplar a Rahzé, supo que él era igual, un gato que no dejaría que le pusieran el collar, difícil la tendría aquella humana, si ese era su plan. Volvió a prestar atención a las palabras del felino, sin ofuscarse por la forma descarada con que le ofrecía un buen revolcón, sonrió de costado, mientras se acomodaba mejor en el sillón, con su garganta hizo un ruido similar al del ronronear de un felino, mientras entornaba sus parpados e inclinaba la cabeza, sin perder de vista los ojos del inquisidor.
Su mirada recorrió el cuerpo del cambiante, sopesando, no solo sus palabras, sino el físico del que deseaba ser su amante por un tiempo, según sus veladas intenciones. Se detuvo contemplando la entrepierna, cuando él habló sobre sus dotes, y no pudo ocultar una amplia sonrisa, - vamos, Rahze... ¿sabes cuantos dicen eso de sus... instrumentos y solo tienen un pajarito desplumado y desnutrido? - le contestó sin poder dejar de sonreír. En un movimiento estuvo sobre el regazo del gato, tomando los cabellos con su mano derecha y acercando sus labios a los ajenos. - Deberás demostrarme que es cierto, aquello que afirmas... - bajó su mirada al tiempo que su mano acariciaba el estomago del inquisidor por sobre las ropas que vestía - y de decir la verdad... seré yo, quien decida como, cuando, donde y cuantas veces servirán para pagar mi silencio - su mirada había vuelto a clavarse en los orbes ajenos y con la punta de su lengua lamió, los labios del hombre, mordiéndolos suavemente.
Tan rápido como había caído en el regazo de Razhé, se encontró sentada nuevamente en el sillón, frente al fuego, sosteniendo una de las armas blancas del guerrero, - me la quedaré de recuerdo... si no te importa - no fue una pregunta, mas bien una afirmación, su mirada brilló deseosa de saber cual sería lo próximo que haría el cambiante.
Su mirada recorrió el cuerpo del cambiante, sopesando, no solo sus palabras, sino el físico del que deseaba ser su amante por un tiempo, según sus veladas intenciones. Se detuvo contemplando la entrepierna, cuando él habló sobre sus dotes, y no pudo ocultar una amplia sonrisa, - vamos, Rahze... ¿sabes cuantos dicen eso de sus... instrumentos y solo tienen un pajarito desplumado y desnutrido? - le contestó sin poder dejar de sonreír. En un movimiento estuvo sobre el regazo del gato, tomando los cabellos con su mano derecha y acercando sus labios a los ajenos. - Deberás demostrarme que es cierto, aquello que afirmas... - bajó su mirada al tiempo que su mano acariciaba el estomago del inquisidor por sobre las ropas que vestía - y de decir la verdad... seré yo, quien decida como, cuando, donde y cuantas veces servirán para pagar mi silencio - su mirada había vuelto a clavarse en los orbes ajenos y con la punta de su lengua lamió, los labios del hombre, mordiéndolos suavemente.
Tan rápido como había caído en el regazo de Razhé, se encontró sentada nuevamente en el sillón, frente al fuego, sosteniendo una de las armas blancas del guerrero, - me la quedaré de recuerdo... si no te importa - no fue una pregunta, mas bien una afirmación, su mirada brilló deseosa de saber cual sería lo próximo que haría el cambiante.
Seelei Loganach- Inquisidor Clase Alta
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Re: Y entre medio del ovillo... tú +18 [Rahzé Svarti]
Imposible mentir: cualquiera que fuera el nombre de eso que estaba ocurriendo, comenzaba a gustarle. No era para nada lo que había pensado que pasaría en aquella habitación, luego de que literalmente la arrastrase consigo y la amenazara fríamente. Lo que había empezado como un enfrentamiento, un ajuste de cuentas, comenzaba a adquirir tintes de seducción. ¿Liarse con ella era conveniente? Probablemente no. Pero Rahzé no había nacido para seguir las normas, para andar siempre por el camino correcto, para llegar a ser un ejemplo; en eso tenía una amplia experiencia. Rahzé y Ealair habían comenzado con el pie izquierdo. ¿Qué mejor manera de romper el hielo que a través del sexo? Si decidían acostarse, no solo se deleitarían mutuamente, sino que con un poco de suerte podrían llegar a descubrir que en el fondo no eran tan diferentes y que no existía razón coherente para comportarse como dos enemigos.
—Ah, entiendo. Has pasado demasiado tiempo entre hombres y ahora intentas descubrir qué se siente ser quien tiene el control de la situación, incluso de mí. ¿De eso se trata el juego? —Alzó una ceja. Su comentario era machista, probablemente ofensivo para una mujer tan orgullosa como Ealair, pero él mantuvo su expresión divertida—. Bien, gatita, si eso es lo que te excita… ¿quién soy yo para negarte un poco de diversión? —En sus socarrones labios floreció una gran sonrisa—. Supongo que te lo mereces por haber sabido mantener la lengua enroscada hasta el momento.
Con movimientos felinos, se levantó del asiento y comenzó a pasearse con ceremoniosa parsimonia frente a ella, como lo habría hecho un verdadero gato.
—¿Qué quieres que haga? ¿Qué me desnude para ti para que puedas inspeccionar a placer el cargamento? —ladeó el rostro y sonrió con picardía. Ella no dijo nada, pero para Rahzé aquella mirada feroz y seductora, lo retaba a cumplir con lo que sugería. Y cuando lo desafiaban, él jamás se echaba para atrás.
Lentamente, comenzó a deshacerse del resto de las armas que llevaba ocultas estratégicamente entre la ropa, y luego procedió a deshacerse de las prendas que le cubrían el cuerpo. Vestía una arrugada y percudida camisa en color azul marino, un ancho cinturón color marrón, pantalón color caqui y unas toscas botas estilo militar que ya se apreciaban bastante desgastadas. Todo terminó en el suelo. Pero mientras se desvestía, no lo hizo apresuradamente, sino que lo hizo muy despacio, demorándose intencionalmente en cada movimiento para incitar en ella la impaciencia, como si se tratara de un espectáculo. Supuso que de algún modo lo era.
—Y bien, ¿qué opinas? —Dijo alzando un poco las manos y dándose la vuelta, cuando al fin quedó completamente expuesto ante ella. Se trataba de un hombre poseedor de una seguridad envidiable. Aunque su cuerpo no era perfecto, nada parecía avergonzarle de sí mismo
—Ah, entiendo. Has pasado demasiado tiempo entre hombres y ahora intentas descubrir qué se siente ser quien tiene el control de la situación, incluso de mí. ¿De eso se trata el juego? —Alzó una ceja. Su comentario era machista, probablemente ofensivo para una mujer tan orgullosa como Ealair, pero él mantuvo su expresión divertida—. Bien, gatita, si eso es lo que te excita… ¿quién soy yo para negarte un poco de diversión? —En sus socarrones labios floreció una gran sonrisa—. Supongo que te lo mereces por haber sabido mantener la lengua enroscada hasta el momento.
Con movimientos felinos, se levantó del asiento y comenzó a pasearse con ceremoniosa parsimonia frente a ella, como lo habría hecho un verdadero gato.
—¿Qué quieres que haga? ¿Qué me desnude para ti para que puedas inspeccionar a placer el cargamento? —ladeó el rostro y sonrió con picardía. Ella no dijo nada, pero para Rahzé aquella mirada feroz y seductora, lo retaba a cumplir con lo que sugería. Y cuando lo desafiaban, él jamás se echaba para atrás.
Lentamente, comenzó a deshacerse del resto de las armas que llevaba ocultas estratégicamente entre la ropa, y luego procedió a deshacerse de las prendas que le cubrían el cuerpo. Vestía una arrugada y percudida camisa en color azul marino, un ancho cinturón color marrón, pantalón color caqui y unas toscas botas estilo militar que ya se apreciaban bastante desgastadas. Todo terminó en el suelo. Pero mientras se desvestía, no lo hizo apresuradamente, sino que lo hizo muy despacio, demorándose intencionalmente en cada movimiento para incitar en ella la impaciencia, como si se tratara de un espectáculo. Supuso que de algún modo lo era.
—Y bien, ¿qué opinas? —Dijo alzando un poco las manos y dándose la vuelta, cuando al fin quedó completamente expuesto ante ella. Se trataba de un hombre poseedor de una seguridad envidiable. Aunque su cuerpo no era perfecto, nada parecía avergonzarle de sí mismo
Rahzé Svarti- Condenado/Cambiante/Clase Media
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Re: Y entre medio del ovillo... tú +18 [Rahzé Svarti]
Siguió jugando con la daga, mientras le escuchaba y seguía con la mirada, como si el inquisidor fuera su presa y no deseara que por algún descuido éste terminara huyendo. Observó como Razhe, dejaba en una mesa auxiliar, las diferentes dagas, cuchillos, armas de fuego, todo su arsenal, en aquella pequeña superficie. Su mirada, siguió los movimientos de las manos masculinas, que iban desabotonando la camisa, dejando ver parte de la piel. No pudo dejar de ronronear como un gato, mientras sonreía y se mordía el labio inferior, para luego acomodarse mejor en el sillón, a la espera de seguir disfrutando del improvisado espectáculo.
Como era de esperar, no hizo caso, a las puyas machistas que él dijera, ni se desconcentró de su objetivo, verle totalmente expuesto ante ella, ¿sería verdad lo que decían, algunas inquisidoras? ¿Estaría tan bien dotado, o sería solo las palabras de una fulana que deseaba hacer creer a sus compañeras que su amante ocasional había sido todo un tigre en la cama? Ealair, no podía aún dar un veredicto de ello, en especial, porque el condenado inquisidor, no hacía más que demorarse, como si fuera una chiquilla inexperta. Se recostó en el sillón, de costado, apoyando su cabeza en su brazo derecho, su mirada seguía atenta cada uno de los movimientos que hacía aquel cambiante, mientras se preguntaba, ¿cómo sería la historia de Razhe? ¿Qué había pasado con él para ser un gato huraño y malhumorado como era? Pero no se lo preguntaría, bien sabía, por propia experiencia, que a veces el pasado, era mejor no recordar. Un velo de tristeza cubrió su mirada, pero solo fue un momento, pues como toda la vida, Ealair lograba sobreponerse, encerrar en el fondo de su alma, esos demonios que, de tanto en tanto, intentaban dominar su existencia.
Suspiró, mientras cerraba los ojos, esperando que él no se hubiera dado cuenta de aquel minuto de debilidad. Al volver a abrirlos, lo contempló totalmente desnudo, con los brazos extendidos y girando para que lo pudiera contemplar, - vaya, no eran mentiras, ni exageraciones – caviló, mientras una sonrisa, cargada de complicidad y seducción, se encendía en su rostro. Se fue incorporando lentamente, caminando hacia él, con la elegancia de un felino, la mirada clavada en los ojos ajenos. Sus manos recorrieron el pecho y el estómago del cambiante, disfrutando de la sensación, la calidez de la piel, la dureza de los músculos bajo ella, el rítmico movimiento de la respiración. Llevó su rostro al cuello masculino, inspiró sintiendo el aroma de aquella piel, ronroneó como una gata y lamió la piel del cuello, subiendo por la mandíbula, para luego besar y morder los labios de su presa.
Llevó su boca al oído del inquisidor, para susurrar – creo que podremos encontrar una buena forma de mantener nuestro pequeño secreto – su risa fue suave, cristalina, cargada de sinceridad y seducción. – Ahora, solo falta que estemos a mano – dijo, llevando la mano del hombre a su pecho, mordiendo su labio inferior y ronroneando divertida.
Como era de esperar, no hizo caso, a las puyas machistas que él dijera, ni se desconcentró de su objetivo, verle totalmente expuesto ante ella, ¿sería verdad lo que decían, algunas inquisidoras? ¿Estaría tan bien dotado, o sería solo las palabras de una fulana que deseaba hacer creer a sus compañeras que su amante ocasional había sido todo un tigre en la cama? Ealair, no podía aún dar un veredicto de ello, en especial, porque el condenado inquisidor, no hacía más que demorarse, como si fuera una chiquilla inexperta. Se recostó en el sillón, de costado, apoyando su cabeza en su brazo derecho, su mirada seguía atenta cada uno de los movimientos que hacía aquel cambiante, mientras se preguntaba, ¿cómo sería la historia de Razhe? ¿Qué había pasado con él para ser un gato huraño y malhumorado como era? Pero no se lo preguntaría, bien sabía, por propia experiencia, que a veces el pasado, era mejor no recordar. Un velo de tristeza cubrió su mirada, pero solo fue un momento, pues como toda la vida, Ealair lograba sobreponerse, encerrar en el fondo de su alma, esos demonios que, de tanto en tanto, intentaban dominar su existencia.
Suspiró, mientras cerraba los ojos, esperando que él no se hubiera dado cuenta de aquel minuto de debilidad. Al volver a abrirlos, lo contempló totalmente desnudo, con los brazos extendidos y girando para que lo pudiera contemplar, - vaya, no eran mentiras, ni exageraciones – caviló, mientras una sonrisa, cargada de complicidad y seducción, se encendía en su rostro. Se fue incorporando lentamente, caminando hacia él, con la elegancia de un felino, la mirada clavada en los ojos ajenos. Sus manos recorrieron el pecho y el estómago del cambiante, disfrutando de la sensación, la calidez de la piel, la dureza de los músculos bajo ella, el rítmico movimiento de la respiración. Llevó su rostro al cuello masculino, inspiró sintiendo el aroma de aquella piel, ronroneó como una gata y lamió la piel del cuello, subiendo por la mandíbula, para luego besar y morder los labios de su presa.
Llevó su boca al oído del inquisidor, para susurrar – creo que podremos encontrar una buena forma de mantener nuestro pequeño secreto – su risa fue suave, cristalina, cargada de sinceridad y seducción. – Ahora, solo falta que estemos a mano – dijo, llevando la mano del hombre a su pecho, mordiendo su labio inferior y ronroneando divertida.
Seelei Loganach- Inquisidor Clase Alta
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Re: Y entre medio del ovillo... tú +18 [Rahzé Svarti]
Un calor abrasador comenzó extenderse a gran velocidad por todo su cuerpo, concentrándose vigorosamente en el área genital. Eran las caricias de Ealair, que inesperadas y sensuales, surtían efecto sobre él. Se le veía tan dispuesta a “negociar”, y eso logró deslumbrar a Svarti. Sonrió, muy divertido, ante su actitud. Los que lo conocían estaban al tanto de su predilección por las mujeres desinhibidas -por no decir desvergonzadas-, y ahora que prestaba un poco más de atención a Macbay, que la observaba así, contoneándose lentamente de un lado a otro, como una auténtica gata en celo, y haciendo gala de una desenvoltura envidiable al animarlo a seguir sus impulsos, ésta no parecía tan ajena a tal definición. Eso le gustó y ella dio indicios de haberse percatado de ello, porque enseguida se plantó ante él y con un sencillo movimiento reclamó el contacto de sus toscas manos sobre su felino ser. Ealair le ofrecía su cuerpo, y Rahzé pensó que si el objetivo de todo aquello era persuadirla hasta convencerla de mantener el secreto, valía la pena esmerarse y representar bien su papel. Le enseñaría el placer de una buena follada con alguien de su propia especie.
Fascinado, y también muy excitado, Svarti se movió para tocar con mayor precisión sus senos. Al inicio, los frotó con suavidad, trazando círculos, delineando los pezones con las ásperas yemas de sus dedos; pero el éxtasis feroz que provocó sentir los delicados montículos endureciéndose bajo sus manos, hizo que a los pocos minutos la caricia se tornara violenta. Estrujó sus pechos placer, con los ojos rebosantes de lujuria, amasándolos dolorosamente por encima de la tela. Su apetito sexual se disparó y experimentó la urgencia de contemplarla en todo su esplendor.
—Y como no disponemos de todo el tiempo del mundo —se oyó decir con voz ronca, complementando la última frase de Ealair, en la que ella sugería estar en igualdad— permíteme que te ayude…
Acto seguido, procedió a desnudarla.
Todo lo que Svarti hacía, lo hacía con brutalidad, y cuando éste estaba con una mujer, no era diferente. Así, sus toscas manos tomaron el cuello de la blusa de Ealair, y tiró de ella hacia abajo. Lo hizo con tanta brusquedad que la prenda bien pudo hacerse jirones, pero por suerte sólo dos botones salieron disparados. Rahzé agradeció internamente que no llevara corsé, porque gracias a eso obtuvo una rápida visión la parte superior de su cuerpo, aunque eso no le bastó. Prosiguió con la parte inferior, y en tan solo unos segundos logró deshacerse del resto de la ropa que la cubría.
Entonces, la contempló. Svarti estaba sorprendido. Nunca imaginó que debajo de aquella ropa tan poco femenina que Ealair usaba día tras día (al igual que todas las inquisidoras), iba a encontrarse con aquella diosa. Incluso admitía jamás haberla visto como una mujer de verdad, lo que hizo de su hallazgo algo mucho más insólito. Se dijo a sí mismo que era una hembra deliciosa, con un cuerpo que estaba hecho para el sexo. No podía esperar a hundir todo su miembro dentro de ella.
Súbitamente, le dio la vuelta y él pegó su pecho a la espalda femenina, restregando con lujuria el hinchado miembro contra su trasero. Con una mano la tomó del cuello y lo lamió con avidez, mientras que la otra bajó a su entrepierna, hundiendo sus dedos en la húmeda cavidad que pronto invadiría.
Fascinado, y también muy excitado, Svarti se movió para tocar con mayor precisión sus senos. Al inicio, los frotó con suavidad, trazando círculos, delineando los pezones con las ásperas yemas de sus dedos; pero el éxtasis feroz que provocó sentir los delicados montículos endureciéndose bajo sus manos, hizo que a los pocos minutos la caricia se tornara violenta. Estrujó sus pechos placer, con los ojos rebosantes de lujuria, amasándolos dolorosamente por encima de la tela. Su apetito sexual se disparó y experimentó la urgencia de contemplarla en todo su esplendor.
—Y como no disponemos de todo el tiempo del mundo —se oyó decir con voz ronca, complementando la última frase de Ealair, en la que ella sugería estar en igualdad— permíteme que te ayude…
Acto seguido, procedió a desnudarla.
Todo lo que Svarti hacía, lo hacía con brutalidad, y cuando éste estaba con una mujer, no era diferente. Así, sus toscas manos tomaron el cuello de la blusa de Ealair, y tiró de ella hacia abajo. Lo hizo con tanta brusquedad que la prenda bien pudo hacerse jirones, pero por suerte sólo dos botones salieron disparados. Rahzé agradeció internamente que no llevara corsé, porque gracias a eso obtuvo una rápida visión la parte superior de su cuerpo, aunque eso no le bastó. Prosiguió con la parte inferior, y en tan solo unos segundos logró deshacerse del resto de la ropa que la cubría.
Entonces, la contempló. Svarti estaba sorprendido. Nunca imaginó que debajo de aquella ropa tan poco femenina que Ealair usaba día tras día (al igual que todas las inquisidoras), iba a encontrarse con aquella diosa. Incluso admitía jamás haberla visto como una mujer de verdad, lo que hizo de su hallazgo algo mucho más insólito. Se dijo a sí mismo que era una hembra deliciosa, con un cuerpo que estaba hecho para el sexo. No podía esperar a hundir todo su miembro dentro de ella.
Súbitamente, le dio la vuelta y él pegó su pecho a la espalda femenina, restregando con lujuria el hinchado miembro contra su trasero. Con una mano la tomó del cuello y lo lamió con avidez, mientras que la otra bajó a su entrepierna, hundiendo sus dedos en la húmeda cavidad que pronto invadiría.
Rahzé Svarti- Condenado/Cambiante/Clase Media
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Re: Y entre medio del ovillo... tú +18 [Rahzé Svarti]
Cada caricia del inquisidor provocaba en la felina, una tormenta de emociones, de sensaciones que la arrimaban a esa danza antigua de cuerpos, sudor y lujuria que presagiaba pronto inundar ese recinto. Aunque al principio intentó mantener la calma, las caricias se fueron volviendo bruscas y con ellas buenas intenciones de comportarse como una mujer normal, se perdieron por completo, en el instante que sintió la urgencia de aquel felino, al tironear la camisa, para así desnudarle.
No tuvo que pedírselo, Ealair, se apresuró a desabrocharse los pantalones y quedarse desnuda ante él. Sentir como la mirada de aquel depredador la codiciaba, hizo que todo su cuerpo vibrara, ante la inminencia de una apasionada contienda sexual. como ella esperaba él la giró, para poder pegar su pecho a la espalda femenina, La gata gimió cuando sintió el miembro erecto pegarse a sus nalgas, y la mano masculina bajar hasta su entrepierna y acariciarla, hasta encontrar el centro de su placer, hundiendo uno de los gruesos dedos del inquisidor. un grito se ahogó en su garganta, mientras sus manos se prendieron a las caderas masculinas, al momento que curvaba su espalda y se movía hacia adelante y atrás, haciendo que los dedos del cambiante acariciaran su clítoris, al tiempo que sus nalgas masajeaban el miembro erecto, haciendo que a cada envión, éste creciera un poco mas. Tras varias caricias, un orgasmo la invadió, mojando la mano de su amante.
Sin esperar que él tomara la iniciativa, volvió a girarse y bajó sus manos al miembro masculino y lo acarició, desde el glande, hasta los testículos, su mirada se mantenía en los ojos y la boca del inquisidor. Sonrió al ver en el rostro masculino, la lujuria, se puso en puntas de pie y besó y mordió los labios, resoplando en cada besos, refregando sus pechos en el pecho masculino, jugando aún con sus manos y el miembro erecto, hasta que decidió ir empujándolo hasta uno de los sillones y hacerlo caer en éste, para poder sentarse a horcajadas sobre Rahzé, pero sin dejar que la penetrara.
No tuvo que pedírselo, Ealair, se apresuró a desabrocharse los pantalones y quedarse desnuda ante él. Sentir como la mirada de aquel depredador la codiciaba, hizo que todo su cuerpo vibrara, ante la inminencia de una apasionada contienda sexual. como ella esperaba él la giró, para poder pegar su pecho a la espalda femenina, La gata gimió cuando sintió el miembro erecto pegarse a sus nalgas, y la mano masculina bajar hasta su entrepierna y acariciarla, hasta encontrar el centro de su placer, hundiendo uno de los gruesos dedos del inquisidor. un grito se ahogó en su garganta, mientras sus manos se prendieron a las caderas masculinas, al momento que curvaba su espalda y se movía hacia adelante y atrás, haciendo que los dedos del cambiante acariciaran su clítoris, al tiempo que sus nalgas masajeaban el miembro erecto, haciendo que a cada envión, éste creciera un poco mas. Tras varias caricias, un orgasmo la invadió, mojando la mano de su amante.
Sin esperar que él tomara la iniciativa, volvió a girarse y bajó sus manos al miembro masculino y lo acarició, desde el glande, hasta los testículos, su mirada se mantenía en los ojos y la boca del inquisidor. Sonrió al ver en el rostro masculino, la lujuria, se puso en puntas de pie y besó y mordió los labios, resoplando en cada besos, refregando sus pechos en el pecho masculino, jugando aún con sus manos y el miembro erecto, hasta que decidió ir empujándolo hasta uno de los sillones y hacerlo caer en éste, para poder sentarse a horcajadas sobre Rahzé, pero sin dejar que la penetrara.
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