Lumières mortelles || Bolanie Svarti

 El crepitar de la madera y el calor de las llamas creaban una atmósfera irreal en la estancia. Junto a la chimenea una figura femenina permanecía inmóvil, sosteniendo entre sus estilizados dedos una copa rebosante de vino tinto. Estaba sola aunque pudiese oír al menos a una docena de humanos moviéndose por cada rincón de su hogar. Nadie se atrevería a molestarle, la doncella responsable del arreglo de su cabellera ya se había encargado de correr la voz de su mal humor. Eso le agradaba, no deseaba desfogar su frustración sobre alguno de sus criados, no sería justo. Una sonrisa pugnó por aflorar ante la ironía de que se sintiera tan “justa” ante tal pequeñez y no con la sangre que manchaba desde hacia centurias sus manos. En todo caso ninguno de los sirvientes osaría irrumpir sus meditaciones. El problema es que no había meditación alguna, solo un exasperante tedio que amenazaba con engullirla si no le hacía frente. Una charla con Melissa sería el remedio ideal, pero la joven llevaba varias noches rehuyendo el encuentro. La vampiresa empezaba a preguntarse hasta cuando duraría su enojo, cuanto más debía esperar para que el orgullo cediera el paso a la razón.

Chasqueó la lengua molesta porque las cosas no salieran tal y como deseaba. El rostro de un hombre apareció entonces en sus pensamientos. ¿Dónde estaba? ¿Cómo era posible que aún no se hubiesen encontrado? ¿Acaso también la estaba evitando? La copa salió despedida con fuerza hacia la chimenea y el fuego, alimentado por el licor derramado, fogueó con un ímpetu similar al dolor sentido ante tan sombría posibilidad. Un salto hacia atrás en el momento justo evitó que sus ropajes se encendieran. Demasiado cerca, un error de novatos. Sonrió. Aquel desliz indicaba claramente que la situación se estaba saliendo de control. Casi de inmediato escuchó murmullos en el piso de abajo, voces inquietas tratando de decidir quién se aventuraría a investigar el origen del sonido. Podría quedarse e inventar una excusa o quedarse y no decir nada en absoluto… o simplemente marcharse evitando tener que perder tiempo y energía en un humano insulso que no despertaría su curiosidad en lo más mínimo. Gracias a su fina audición se enteró del nombre del joven mozo que tendría que subir. Pobre, con cuanto ahínco había intentado persuadir a sus compañeros. Bah, eran solo tonterías, ella nunca se había sobrepasado tanto con ellos como para que temieran enfrentarle solo porque no se encontraba risueña y bromista. No quería tener que lidiar con una turbación tan infundada, eso solo conseguiría inflamar su mal humor. Apresuradamente se dirigió hacia la ventana y con un paso seguro se lanzó al vacío. Otro suceso para comentar en las cocinas, al menos la servidumbre tendría con que entretenerse esa noche. Una copa destrozada, una puerta cerrada y la mujer que ocupaba la estancia desaparecida. Melissa se encargaría de apagar los rumores, inventar una historia o comprar el silencio, incluso aunque aún estuviese molesta.  

Una delgada pero mullida alfombra blanca le recibió en cuanto tocó el suelo. Al parecer la tarde se había visto interrumpida por una suave nevada. La baja temperatura no le incomodaba en lo absoluto, por el contrario, la oscuridad y el frío le resultaron reconfortantes. No requería de capa o ningún otro abrigo. La temperatura de su cuerpo y la del invierno resultaban tan similares que podrían fundirse sin mayores contratiempos. Respiró hondo. Ahora la cuestión era decidir hacia dónde dirigirse. Las opciones no eran limitadas, al fin de cuentas se encontraba en París, de seguro encontraría alguna distracción digna de su tiempo. Sin prisa dio inicio a una caminata que la llevó desde su propiedad hasta las calles parisinas. Sin embargo, no bien estuvo allí se percató de que no era aquel bullicioso e incesante palpitar lo que ansiaba. Se forzó a caminar algunas manzanas entre personas elegantes y mendigos, coches, músicos y vendedores. A cada paso más pesado sentía su entorno hasta el punto en que deseo o salir corriendo o empezar a cercenar miembros. Por supuesto se inclinó por la salida limpia.

Apretando el pasó abandonó la multitud y se perdió entre innumerables callejuelas. No se detuvo hasta que los adoquines dieron paso a la tierra semi-congelada y las casuchas y ruinas a un espacio abierto y blanco. Algunos árboles salpicaban el paisaje, ancianos inamovibles que se erguían orgullosos hacia el cielo encapotado. Esporádicamente alguna carroza pasaba a su lado. El cochero le miraba, un par de ojos curiosos le espiaban desde detrás de las cortinas, pero nadie se detenía. ¿Por qué habrían de hacerlo? Después de todo el semblante de la elegante mujer era tan pacifico que no ameritaba retrasar ninguna de aquellas diligencias. Solo los forajidos se hubiesen detenido, lamentablemente esa noche no se topó con ninguno.

La oscuridad y el silencio propio de las afueras le brindaron, poco a poco, la serenidad que buscaba y, en un arranque inesperado de entusiasmo, se quitó los taconcitos y corrió descalza por la nieve. Podría haber sido una mendiga de no ser por el vestido y las joyas que la señalaban como alguien adinerado. Una loca, tal vez, una mujer desquiciada que se atrevía a salir en una noche invernal sin abrigo ni zapatos, corriendo desinhibida por un camino cubierto de nieve. A pesar de sus acciones permaneció en completo silencio. Ninguna risa escapó de sus labios. Solo el sonido de sus pies al rozar la nieve, como si de las alas de una mariposa se tratase, o el roce de la tela de su vestido le podrían delatar. Entonces se detuvo de improviso. Frente a sí el camino se bifurcaba. – “Si hacer fuera tan fácil como saber qué sería bueno hacer, las capillas serían catedrales, y las chozas de los pobres, palacios de príncipes” – una cita al parecer inapropiada y salida de contexto, pero para ella tenía un significado muy simple: toda elección tenía una consecuencia ¿se inclinaría esa noche entonces por su diestra o por su siniestra?

La vampiresa estaba de pie, perdida en una disputa filosófica sobre una decisión que debería ser relativamente sencilla, cuando escuchó unos pasos que se acercaban. Resultaba muy extraño que alguien fuese a pie por aquellos solitarios parajes, por lo que su primer pensamiento fue que se trataba de algún malandrín. Luego le llegó el aroma del desconocido indicándole que se trataba de una mujer, pero no de una humana común. Esperó quieta, con la mirada fija en el camino de la derecha, como si no se hubiese percatado del acercamiento. Siempre era posible que la otra cambiase de dirección en cuanto le viera y, aunque la curiosidad empezaba a inflamarse dentro de sí, no quería forzar una conversación por no reprimir su impulsividad. Tal vez fuese esta la conducta adecuada, pues los pasos, en lugar de detenerse y alejarse, continuaron acercándose hacia donde ella se encontraba. Finalmente una figura femenina y curvilínea se detuvo a su lado antes de empezar a hablar y dejar en claro, con una simple frase, que se había aproximado aun conociendo la naturaleza de Daphne.

– Siendo el único momento oportuno para recorrer el mundo a nuestro antojo ¿de qué otra manera podría ser? – una pregunta retórica, por supuesto, emitida con voz firme pero neutra. Si bien la luz diurna les había sido negada, a toda su raza le quedaba el consuelo de ser los dueños indiscutibles de la noche. La oscuridad era ahora su ambiente por naturaleza y aprender a disfrutar de ella era uno de los principios que le habían permitido a la vampiresa superar la pérdida del calor del sol y de la belleza que solo el crepúsculo y el amanecer podían ofrecer. A veces pensaba en la luminosidad, trataba de recordar lo que se sentía, como se veía el mundo trasformado por la serenidad que solo el sol podía trasmitir. Pero eran solo recuerdos pasajeros. No sufría por ello pues las posibilidad que tenía en su senda de tinieblas podían llegar a compararse, e incluso superar, lo que estaba ya perdido para siempre. Sonrió. Frío y oscuridad, no podía existir una combinación más perfecta. Movió los desnudos dedos de los pies enterrándolos ligeramente entre la fina capa de nieve. Después se giró y observó a su ahora acompañante. Se trataba de una joven muy hermosa, de rubia cabellera y ojos grandes y claros, que lucia muy femenina, a pesar del atuendo masculino que portaba.

La vampiresa mantuvo la sonrisa en los labios mientras negaba con la cabeza – No lo creo, lo sé. Gracias por el interés. La respuesta es sí, estoy bien, o eso creo, excepto por el hecho de que no pudo decidir el camino por el cual continuar – levantó la mano señalando los dos caminos que se extendían ante sí – Una decisión complicada si se piensa bien – frunció ligeramente el ceño por un segundo antes de que la sonrisa retornara a su rostro. – como bien lo ha dicho, es extraño que una mujer camine por estos lares en medio de la noche. Más aún si se trata de una tan fría como esta… es extraño incluso para alguien con sus talentos – era ella ahora quien admitía intuir lo que la otra era. Daphne se había encontrado eventualmente con cambiaformas, algunos amistosos otros bastante hostiles. No tenía ningún prejuicio específico contra ellos, ni contra ninguna criatura en realidad, por lo que prefería primero tratarles antes de juzgar y definir si su carácter era o no apropiado para ella. Sin embargo, no tenia duda en que la reputación de su clase la precedía, por lo que en realidad sí le sorprendía el que aquella joven se hubiese acercado tan abierta y amistosamente.

– Es curioso, además, que pueda llegar a preocuparle el bienestar de alguien como yo. No me malinterprete, por favor, me alegra saber que existe aún un ápice de empatía sobre la tierra y que esta puede llegar a tocar a los más condenados entre los condenados – los ojos de aquella dama parecían sinceros e inocentes. Pero las apariencias engañaban y la vampiresa había vivido lo suficiente como para tener la precaución de no confiar ciegamente solo en una primera impresión. – Puedo preguntarle, si no le molesta ¿hacia dónde se dirigía? – agudizó los sentidos tratando de identificar la presencia de otros extraños en derredor logrando percibir solo los cascos de dos caballos acompañados por el sonido inconfundible de las ruedas de una carreta. Alguien se desplazaba no muy lejos de donde ellas se encontraban y no tardaría mucho en alcanzarles aunque dudaba que se tratase de algún conocido de la joven. Odia desconfiar pero también era demasiado vieja como para no tomar precauciones ante una posible emboscada. Y no podían culparla en realidad. La situación se salía tanto del contexto natural de un encuentro casual que la primer alternativa lógica se inclinaba hacia una posible trampa. Empero, hasta el momento, nada parecía ratificar aquella teoría. – Espero pueda perdonar mi grosería. Ni siquiera nos conocemos y yo ya pretendo interrogarle sobre su destino – no fue un disculpa, solo algunas palabras corteses que abrían el camino a lo que seguiría. – Daphne Landry, a su servicio Madeimoselle – Moviéndose con la lentitud natural de un humano la vampiresa extendió su mano hacia la desconocida, confiando en que aquel gesto no asustara o incitara a la joven frente a sí a reaccionar de forma negativa.

Aunque no mostró ninguna emoción en ese momento, las palabras de la joven respecto a la noche quedaron grabadas en el cerebro de la vampiresa. No era el tipo de comentario que se hacía solo para salir del paso. Algo le decía que tras él existía una historia que contar y que al concederle la razón de alguna manera le facultaba para abordar el tema nuevamente más adelante. – Yo no le llamaría horario de mando aunque creo compartir la esencia de lo que usted manifiesta. Con respecto a lo otro, más que nuestra condición la diferencia radica en el espíritu. No se usted pero he conocido bastantes criaturas “especiales” que inclinan su cabeza ante arquetipos absurdos y evidentemente machistas y elitistas solo para poder conservar incólume una investidura que, al cabo de algunos años, no les servirá de nada  – le sonrió antes de continuar – deberá usted perdonarme de nuevo. Lamento ser tan emotiva al hablar pero es que me entristece profundamente que teniendo la ventaja de no tener que temer la oscuridad y la soledad, y los peligros que estas conllevan, aun existan mentalidades arcaicas que se nieguen a las posibilidades que una nueva vida puede concederles… me alegra saber que encuentro en usted un espíritu a fin, al menos en este particular –.

La vampiresa no pudo evitar soltar una carcajada ante la siguiente frase – Es verdad, aunque no necesitan ser valientes, solo lo suficientemente estúpidos como para creerse superiores a la furia y sed de venganza extraídas del más profundo de los círculos del infierno – bromeo. Enfrentar una mujer cabreada era algo que merecía ser reconsiderado, no tanto por la reacción en caliente, esa que ocurría inmediatamente después del agravio, sino por las consecuencias a largo plazo. Después de todo las féminas podían recordar hasta la más mínima de las ofensas durante años, literalmente, y planear con lentitud el desquite, como si llevasen el Karma inserto bajo la piel. Ahora, esto se veía seriamente incrementado cuando los poderes sobrenaturales intercedían a favor de la agraviada.

Y a continuación tuvo frente a sí una revelación. Había asumido que la joven era solo una cambiaformas a la cual le agradaba vagar en medio de la noche por caminos solitarios, algo no tan inusual. Pero ahora, con sus palabras, prácticamente le estaba confesando que era mucho más que eso. ¿Iglesia había dicho? Oh, bueno, eso sí que no se lo esperaba. Al menos, gracias a lo por ella confesado, podía aducir que no era una de esas locas fanáticas entregadas al oficio de matar bajo las absurdas reglas establecidas por algún religioso imbécil y prejuicioso. Y sin embargo al parecer pertenecía a la inquisición y por eso se había confundido cuando la morena hizo referencia a los condenados aunque ella había utilizado la palabra en un sentido mucho más amplio. La expresión inicial de sorpresa fue rápidamente contenida pues no quería enturbiar en ambiente antes de tiempo. Sonrió inocentemente antes de contestarle – Es cierto, la crueldad humana, por lo general, no tiene límites, especialmente cuando se esconde bajo la falsa fachada de moralidad y ética- la paranoia sobre un posible ataque la asaltó de nuevo y aún así una pequeña porción en su interior la instaba a creer… a confiar. Observó como la otra acomodaba el rebelde mechón – Creo que todos los que lo deseen en realidad deberían contar con la posibilidad de gozar de una familia – pudiese continuar hablando, contarle como ella misma, una inmortal hija de la luna, tenía una propia y, aunque no fuesen de su sangre, los consideraba como tales y los amaba y defendía en consecuencia. Pero no diría nada de eso, no por ahora. Jamás les pondría en riesgo liberando información sobre ellos antes de estar completamente segura de la usencia de peligro.

Movió un poco uno de sus pies descalzos sobre la nieve mientras observaba el camino de la derecha, el de la izquierda y por último a la cambiaformas. – Cierto es, sin embargo andar sin analizar es tan peligroso como hacerlo en demasía. Toda decisión implica un riesgo y no hay manera de asumirlo si no se está plenamente convencido de que se tomó la decisión que se pensaba acertada. No todo puede ser dejado al azar ni todas las culpas pueden ser endilgadas al destino – a continuación rió ligeramente, relajando su postura Sin embargo le concedo la razón en cuanto a la importancia de lo que, y a quienes, nos encontramos en el camino – . Inclinó ligeramente la cabeza al escuchar el nombre de la joven sin que se le escapase el hecho que le había estrechado la mano solo por decencia y no porque en realidad deseara aquel acercamiento.

Lo que siguió consiguió sorprenderla una vez más. ¿Por qué razón se ofrecería a ir delante dejante? O Bolanie estaba muy segura de sus dotes como guerrera y asesina, o simplemente era la inquisidora más confiada que se había encontrado jamás. La miró intentado encontrar algún gesto, alguna expresión que traicionara su aparente seguridad, pero por mucho que la escrutó no consiguió nada. Finalmente, y rindiéndose ante el amistoso rostro contestó – Me parece bien que sea la izquierda la elegida pero pienso que el camino será más provechoso si vamos codo a codo. De esa forma será más fácil mantener una conversación y creo que la senda es lo suficientemente amplia como para permitírnoslo ¿le parece? – dado que las opciones habían sido propuestas por su acompañante, Daphne asumió que no encontraría mayor inconveniente con la nueva alternativa planteada y empezó a andar por el sendero esperando que la joven se le uniera. – ¿Así que… es solo usted o toda su familia pertenece a la santa inquisición? – soltó de pronto incapaz de contener la necesidad de confirmar su teoría. Su tono de voz denotaba calma y suavidad, como si aquella pregunta fuera tan común como alguna relacionada con el clima que les acompañaba.