Danse des lumières [Brad]

El aire estaba cambiando en la ciudad. De a poco los días se iban tornando más largos y las noches más calurosas. Era gradual y lento, sin embargo se hacía notar. Acostumbrada a que en esas épocas, uno ya podía sentir el sol calentar la piel, Candice no lograba complacerse. El frío le gustaba, pero no tan crudo como el de París. Nuevamente sentía la nariz congelada, pero era diferente esta vez. No estaba tiritando a medida que bajaba a la ciudad, no estaba temblando, y estaba tan abrigada. Era un fresco particular de primavera.

Las luces acompañaban e iluminaban toda la calle. Las veredas estaban bastante frecuentadas a pesar de la hora, los fines de semana funcionaba todo diferente. Había parejas por doquier, gitanos en alguna esquina bailando o montando algo. Ella caminaba sin prestar demasiada atención. Tarareaba por lo bajo una canción que recordaba de su infancia, distraída, mirando las casas que se levantaban a los costados, alguna que otra vidriera, y los oscuros rincones de la ciudad, donde no tocaba la luz. El miedo era más fuerte que la oscuridad, por lo que aceleraba al pasar por ellos. Había música en el ambiente, que provenía de no sabía donde. Miraba curiosa, no dejaba de tararear, mientras buscaba la fuente de aquellos melodiosos sonidos, su vestido negro flameaba con cada paso que daba.

París iba de a poco entrando en su corazón. Se sentía mejor, de mejor humor, aunque no soltaba a su pasado. Todos los días, al menos por unos minutos, le dedicaba tiempo a esos recuerdos. No quería olvidar, tampoco quería volver. Era demasiado contradictorio.

Quizás había funcionado todo para bien. Prefería tener esa versión de la historia, a deprimirse.

Pasó una plaza, bien iluminada. Las personas se paseaban por allí, cortando camino hacia el otro lado, donde estaba plagado de cafés. Las flores decoraban todo el lugar, había senderos al rededor y hacia el centro. Se aventuró a ir hacia allí, para encontrarse con una hermosa fuente rodeada de flores. Jamás en su vida había visto lugar más hermoso. Se sentó en uno de los bancos que había alrededor, cruzando las piernas al hacerlo, dejando al descubierto algo de piel donde sintió el fresco de la noche. Poco le importó, se quedó hipnotizada, mirando el agua de la fuente, sin prestar atención al resto.

Era una noche parisina. No, era la noche parisina. La brisa recorría las calles con sutileza, desplazando olores, fragancias y música. La mágica de la ciudad se palpaba en el aire, el amor de las parejas paseando y sonriendo. La ambigüedad de los gitanos en mitad de las calles atrayendo a la gente y las luces de la plaza encendidas se mostraban a lo lejos.

Anduve sin rumbo fijo, escudriñando la ciudad, vislumbrando a las personas y escuchando el vaivén de conversaciones y golpes huecos de los tacones y bastones de madera en la piedra húmeda de las calles. Tenía la costumbre de cerrar los ojos al cruzarme con una buena dama, saboreando la brisa que dejaba, para seguirla y poder satisfacer el ansía que a mi garganta corrompía.

Llevaba las manos metidas en los pantalones, andando con actitud dejada hacia la gran plaza central que se veía un arcoíris de colores en las flores. Me producían nostalgia. Las flores se alimentaban del sol y relucían sus colores con total elegancia y calidez. Me producían envidia.
Como desdichado que era; me alimentaba de la noche y relucía a la luz de la muerte que causaba, me regodeaba de las personas y los únicos colores que podía relucir con orgullo eran: El rojo, de la sangre, el negro de la muerte y el blanco de la pureza de mis victimas.

Apoyé la mano en la superficie de las flores y avance acariciándolas notando la suavidad y el ahora que desprendía, la gotas de rocío y el murmuro arrollador de la fuente central.
Bajo una tenue luz se iluminaba la pierna de una joven envuelta en un vestido negro. Miraba hacia el goteo del agua cristalina y respiraba en paz.
Apreté lo labios y la mandíbula cuando la vi ahí quieta. Utilicé mis habilidades para ponerme justo a su lado sin hacer ruido y tapé el grifo con mi mano haciendo así que levantara la mirada.-¿Qué la resulta tan hipnotizante, si me permite la pregunta Mademoiselle?- susurré para que no se asustara y con una voz aterciopelada. Intenté no abrir mucho la boca para que no viera los colmillos que vibraban con el olor de la chica.

Relajó su expresión y su respiración. Cerró los ojos por unos momentos, dejándose llevar por la paz: las voces, la melodía de fondo, y el sonido del agua se sincronizaban en una armonía incorruptible. Exhaló profundo, y volvió a abrir los ojos, aunque al hacerlo, se sobresaltó, encontrando algo en su campo de visión que no estaba allí antes, que no escuchó venir, y que no se esperaba. La fuente se desalineó con el resto de los sonidos, haciendo que, aquello que sintió por un minuto y medio, se desplomara al instante. El joven delante de ella tapó el grifo, siendo la causa de ese caos temporal.

¿Cómo había llegado allí? No tenía idea. El sobresalto le hizo acelerar el corazón, pero recuperó su ritmo de a poco. Lo miró detenidamente, encontrando algo en él algo familiar. Algo atrapante, pero peligroso. Sintió un escalofrío. El viento acarició sus rizos rubios, y sus ojos azules estaban clavados en ella. Había algo dentro que alarmaba, pero nada respondía. Era un ser atractivo, de facciones suaves y perfectas. Se dio cuenta que no le quitaba los ojos de encima, porque no quería, y porque no podía.

Su voz era melodiosa. El ambiente volvió a sincronizarse, al menos eso sintió en aquel momento. Y se encontró nuevamente sin poder responder, quedando a la deriva de todo. Respiró profundo, aunque nerviosa, se pasó una mano por el cabello, acomodándose los mechones de pelo que bloqueaban la vista, y luego sonrió de costado, tímidamente, sin poder resistirse.

- Bon soir, monsieur - dijo, dejando de lado la pregunta cuya respuesta no lograba descifrar. Algo andaba mal, pero su mente actuaba de manera inusual, de manera que todos los indicios quedaban eclipsados ante la imagen de aquella persona.

Su inquietud me provocaba una satisfacción enorme. El cielo era oscuro, las flores rompían el inminente silencio que habían dejado sus palabras amables de buenas noches. Su aliento llego hasta mi rostro dejándome un reseco en ellos y sus palabras acariciaron mi piel convertidas en un escalofrío.

Me coloqué frente a ella y tomé su mano haciendo que se levantara. No me costó siguió el movimiento con una sonrisa en los labios camuflando la el miedo en su razón. La tuve frente a mí y pude verla entera. Como cabía esperar o me imaginaba, era esbelta, de melena larga y de figura sinuosa, un vestido elegante y a la par de atrevido. Acerqué mis labios y nariz a su mano mirándola a los ojos y oliendo el perfume que llevaba. Azahar, limón y alguna fruta que escapaba a mi olfato. Era un rico olor un sedante y agradable aroma que inundaba las cualidades olfativas de cualquier ser. Coloqué a mis pensamientos en orden dejando ver una sonrisa de medio lado-Buenas noches mademoiselle , Brad Stanford…y usted es…señorita…-arrastré las palabras esperando su contestación y mis ojos se posaron en su cuello fino, suave y blanquecino.

Podría haber envestido contra ella de forma brutal y haber calmado mi sed, podía haberla tomado desgarrándola el vestido y dejándola sin pureza y sin gracia. Podría también haberla obligado a que hiciera todo lo que se me antojara pero esta chica era algo más especial, era sangre parisina era algo dulce y locuaz, atrevida y curiosa.

El aroma de su pelo cautivó mis sentidos, ¿sería parecido esto a lo que sentían los humanos con el encandilamiento propio que poseía mi persona? Escudriñé mi mente hasta la suya y pude escuchar el grito de cuidado y peligro que sentía, pero también pude notar la gracia y la curiosidad que se apropiaba de ella.

Está noche era diferente, esta noche sería especial. Sonreí para mis adentros y mantuve la mirada fija en los suyos.

Era como si todo su alrededor hubiera desaparecido, simplemente para dar lugar a aquel joven. Sus oídos ya no prestaban atención al resto, sólo a su voz. Lo mismo que sus ojos, que, anteriormente se habían cautivado por la plaza, ahora recorrían su rostro, sus mejillas, su mentón, su cabello... No había nada más delante de ella.

Sabía que no estaba actuando de manera normal. Lo sabía, y se daba cuenta, pero no podía controlarse, había algo que la impulsaba a ello.

Su mano hizo contacto con la piel de porcelana ajena. Al hacerlo, su espalda fue recorrida lentamente por un escalofrío aterrador. Pero, a pesar de ello, seguía sonriendo, tentada. La hizo ponerse de pie, en un principio se sintió torpe al levantarse, pero el impulso había sido perfecto, de manera que no perdió el equilibrio. Acercó su rostro a su mano. Pudo sentir su cálida respiración, y sus ojos clavados en ella.

Brad Stanford. Ese era su nombre. Evidentemente, era extranjero, se le marcaba en algunas palabras de su impecable francés.

- Flamand, monsieur. Candice Flamand - respondió, en un murmullo pues su voz a comparación de la de él, no tenía armonía, no sonaba aterciopelada. Era como una canción mal compuesta, un instrumento desafinado.

El viento le regaló un suave aroma de su piel, el cual la cautivó, dejándola hipnotizada y completamente a la merced de aquel extraño.

Tuve que dejarme llevar por la dulce voz y la impertinencia de sus labios al saborear la saliva de dicha mortal. Puse la cabeza de lado y me quedé mirándola sonriendo-Es su noche de suerte Mademoiselle-Dije dando un par de pasos esperando a que los suyos se movieran mientras tiraba de su mano hacia mi-Demos un paseo-No pregunté pero accedió de buena gana, aun con su mano sobra la mía caminando con toda la elegancia que podía esperar.

Mis ojos se posaban ansiosos sobre el cuello de la humana, mis manos izquierda se balanceaba con los pasos que dábamos y mis labios se relamían ante el sabor carnal de la chica. Tenía una apariencia virginal que resultaba irresistible.

Depende de cómo evolucionara el paseo y la noche, depende de adonde nos llevaran nuestros pasos actuaria en consecuencia. –Cuénteme algo de usted-Sediento de saber de esa mujer, quizás se mereciera el pasar por mis labios, quizás pasar entre mis piernas, quizás pueda ser digna de mi confianza o por algún casual podría causarme satisfacción su sangre, que cantaba cálida e hirviente hacia mi persona. Si persona es como puedo llamarme.

Caminábamos por la parte de atrás de la plaza algunas parejas jóvenes caminaban cogidas del brazo, estaba poco iluminado y estaba rodeado y decorado por arcos de piedra y flores. Giré mi cabeza sonriente esperando saber algo de la chica y haciendo que se sintiera cómoda.

Los ojos se le iluminaron. Aquel joven no la había soltado, por lo que seguía en contacto con su suave y fría piel. Sonrió de costado al escuchar sus palabras y la invitación de dar un paseo. Él comenzó a caminar, y por más de que ella no quisiera, no podía resistirse. Aceptó, ignorando por completo las malas vibras. Se mordió el labio inferior, dándose cuenta que no estaba actuando de manera normal, que había algo que la había hechizado. Sonrió de todas formas, curiosa.

La plaza era enorme, lo suficiente para hacer un recorrido y encontrar detalles nuevos en cada rincón. Había bastantes parejas paseando, y luego venían ellos, dos completos desconocidos. Caminaba torpemente, ya que el zumbido de su cabeza la distraía. Una suave brisa la volvió a la realidad, calmando el molesto sonido.

- Cuénteme algo de usted - volvió a hablar la suave voz aterciopelada a su lado, la cual provocó un leve escalofrío y una sonrisa en su rostro. ¿Acaso se estaba volviendo loca? Se volvió al joven, nuevamente admirando su bello rostro, descubriendo otros detalles que lo hacían más único y más atractivo. Un curioso lunar se mostraba sobre su labio del lado izquierdo. Sus ojos volvieron a brillar, descontrolados. Puso los ojos en el camino, tratando de no desconcentrarse.

- Monsieur, usted no me conoce en absoluto - comenzó, con un murmullo, y con una sonrisa en su rostro que no lograba quitar (y se sentía realmente estúpida por ello) -. No sé que es lo que puedo contarle. La pregunta es: ¿qué es lo que quiere saber? - Cada vez hablaba más bajo, pues su armonía se desmoronaba cada vez que su voz tocaba el ambiente.

Sentía el ligero cosquilleo que corrompía la piel de la chica, tan perfecta, tan tenue y tan joven. Notaba cada latido acelerado de su corazón como un zumbido perforando mis oídos y mi garganta. Pasé mi lengua por el colmillo sin que se fijara y está vez decidí plantear algo más allá de un chorro de sangre o de la lascivia de corromper algo tan puro y virginal.

Quería ser el pecado, quería ser quien presencia la creación de algo deseable, erótico algo fuera de lo común. La mujer me atraía por su sangre, su manera de ver la vida y por lo regocijante que asemejaba su sumisión ante mis atributos y poderes. Decidí plantear algo para cambiar mi forma de diversión.

Allí estábamos caminando con sonrisa risueña en mitad de una noche y un parque, siendo testigos de las imprudencias que cometían los jóvenes mostrando sin pudor sus besos, sus acercamientos y sus deseos carnales. Mire a la joven que me acompañaba de haber sido mortal me hubiera desvivido por tenerla, por besarla y por quererla, si alguna vez he querido a alguien han sido a las mujeres que han pasado por mis brazos, dejando el suave aroma en mi ropa y en mi lecho. Pero ahora podía hacerlo sin que me costara y sin pudor. ¿Qué era peor que el corromper algo tan bello como ella? Por un momento sentí una punzada dónde se suponía que tenía un corazón que no latía. Sonreí al pensar que la conciencia y la moral aun pasados 125 añoraban poder dominar mi cuerpo.

Se obsesionaría conmigo, haría todo por agradarme, la mostraría quien era ya que era capaz de darla, la protegería de los demás y haría que su lascivia y su erotismo carnal dominara su cuerpo para ver como su razón humana luchaba por aplacarlo. Era un capricho. Era mi capricho parisino. Mío tan solo.
Retomé la conversación escuchando su voz avergonzada, escuche su pensamiento retraerse y pensar con modestia que su voz rompía la armonía del momento y sonríe para mis adentros compadeciéndome.-Realmente no quiero saber nada de usted y quiero saberlo todo..¿y usted?-aproveche que el silencio se adueñara del lugar y arremetí contra ella apoyándola suavemente bajo un árbol que tapaba la noche con sus hojas, formando una atmosfera infranqueable de intimidad. La miré a los ojos con infinito cariño, pose mis manos en su cintura con demasiada destreza y pasión. Note el temblor de sus piernas y el latir de su corazón desbordando casi la taquicardia, mojando sus labios y notando como el deseo de adueñaba de ella. Recordé por un momento a los “Casanovas” y sus tácticas de seducción que han sido famosas por escrituras y adoptadas por los jóvenes, con poesía y vehemencia antes las muchachas. La obsesión de la mujer empezaba por mostrarla algo que la gustara, hacer ver que lo desea, enseñarla que solo tú tienes que lo quiere y de esa manera obsesionarse contigo para lograr su objetivo. Eso estaba consiguiendo, que el deseo corrompiera el cuerpo, virginal y que mi sonrisa arrastrara el pecado.

Notaba su respiración entrecortada chocando en mis labios y mi aliento devorando su rostro.

Seguían caminando, sin rumbo fijo. Los nervios comenzaban a apoderarse de ella, borrando de a poco los efectos del hechizo que él había echado sobre su cuerpo, tomando conciencia de que la capital de luces no funcionaba de la misma forma que la ciudad porteña. Recordó fugazmente las palabras de su padre al hablar de París.

- "¿En qué me he metido?" - El pensamiento lejano se esfumó apenas el sonido de sus palabras llegaron a sus oídos. Su pregunta quedó en el olvido, cuando, con un movimiento rápido, terminó con la espalda apoyada en la corteza de un árbol de la plaza, acorralada sin escapatoria alguna. Sintió el suave toque de sus manos sobre su cintura, y la mirada clavada en su rostro, el cual comenzaba a levantar temperatura, dando indicios de nerviosismo y falta de control sobre su cuerpo. Ganó conciencia de que sus mejillas habían tomado un tono rojizo, así como que su respiración comenzaba a fluctuar descontroladamente.

El corazón saltaba alborotado en su pecho, la mente gritaba "peligro". Los sentidos comenzaban a mezclarse y alterarse, dejándola sin habla y paralizada. Fijó los ojos en él, en su delicado rostro, en sus facciones perfectas. La tentación en persona. Era imposible quitarle la vista de encima. Llevó las manos hacia atrás, hasta intentó retroceder, pero se chocó con las raíces y la áspera corteza del árbol. Ya sin salida, se dedicó a no dejarse llevar por la situación, lo cual no era tarea fácil. Su piel tenía un dulce aroma a miel, sus ojos azules, su cabello dorado, su armoniosa voz, todo llevaba a la tentación. El miedo comenzó a florecer de a poco, el miedo a no poder controlarse, a perder la razón, a enloquecerse, a obsesionarse.

Sus labios mostraron una sonrisa pícara, jamás vista en ella; su cuerpo se mostraba nervioso. Aferró los dedos a la corteza, sacando pedazos de este sin querer. Su garganta y su pecho fueron invadidos por un cosquilleo intenso, del cual desconocía el significado. Podía sentir el calor de su cuerpo, a pesar del frío de su piel, completamente anormal, detalle pasaba por alto en aquella situación.

Recordó la pregunta que había hecho, su sonrisa se ensanchó un poco más. Torció un poco la cabeza, curiosa, en un intento de controlar el deseo de tocarlo.

- A mi, monsieur - dijo, en un susurro, siendo conciente que el color de sus mejillas aun no se había ido - , me gustaría saber que pretende. - soltó finalmente. Se respiración estaba algo más tranquila, pero cualquier movimiento que él hiciera, sabía que comenzaría a descontrolarse nuevamente.

Me contrajo la situación, hacia iniciado la cuenta atrás de una bomba que estallaría. Tenia entre mis brazos una mujer insaciable, tenía una mujer con miedo que respiraba mi ansia con deseo, tenía el ferviente pesar de mirar a los ojos a una mujer que por un momento en el que las respiraciones de calmaron, se silenciaron dejando tembloroso el cuerpo de la mujer que se relamía los labios en busca de arrancarme la ropa.

Había preguntado mis intenciones hacia ella, tuve un insaciable deseo de contarla que era un experimento fugaz, que pretendía dejar su deseo impasible, quería decirla que su virginidad fuera algo que se pudiera corromper como su cuerpo y quería que me deseara. No me gustaba la compañía la mayoría de la gente me odiaba sin conocerme o me deseaba odiándome. Está vez tenía ganas de un recuerdo parisino, de algo puro y virginal como esta chica. Me mordí los labios apretándome más hacia ella, la mire a los ojos para luego acercar mis labios a su oído y poder respirar entrecortadamente para que su corazón latiera aun más rápido, dejara escapar un pequeño gemido apretando la corteza del árbol.

Me deleito con lo que reconcomía a la chica, sentía que ya era el momento de alejarse poco a poco para que respirara para ver así hacia donde se dirigía. Podría correr y escapar y no al seguiría porque mi…capricho hubiera perecido en un intento absurdo. Pero por otra parte podría funcionar, dar un paso adelante y sentir la atracción y obsesión que sentiría a mi persona, que no podría hablar conmigo sin desearme, que no pudiera verme sin querer acercarse y que no pudiera decir nada o hacer nada malo para irritarme sino todo lo contrario, para agradarme, para intentar atraer mi atención. En vez de marcar algo tan bello o en vez de pisar una flor, decidí hacer que creciera para mi persona, quería sentirme un sol, sin poder serlo y descubrir el poder que podría tener. Demostrarme a mí mismo de poder ser capaz de obsesionar a una mujer. De sentirme deseado, siempre. Eso es lo que quería.

-Pretendo..-susurré- hacer que tus mejillas se ruborizen, que tus labios se sequen y deseen los mios y que tus piernas tiemblen cada vez que me veas...quiero..-se gira para mirarla y pasa los labios por los suyos para despues posar un dedo en su cabeza- que pierdas la cabeza por mi- dicho esto se mordió el labio mirando su reacción




U: Candice está editado siento la demora en cnt he tenido problemillas técnicos y apenas sin internet.

Era un boleto gratis a la perdición, a la locura. En su mente no había lugar para reflexionar en qué era lo que tenía, que era lo que lo resaltaba del resto. ¿Por qué era tan tentador? ¿Tan irresistible? Era todo: su cuerpo, sus movimientos, su voz, su forma de hablar, su forma de moverse. No había detalle que se le escapara en ese momento, en el cual, lo único que podía oír era su voz y el latir de su corazón desbordándose al punto de taquicardia.

Él se acercó, no se lo había esperado, pues sus mejillas se encendieron de nuevo, dando lugar a una respiración desordenada y temblante. El simple respirar cerca de ella provocaba una reacción que, hasta el momento, desconocía. No podía pensar en frío, lo único que quería era saciar su pecador deseo. Sus manos buscaron los antebrazos del muchacho, con la intensión de frenarlo, de detener toda esa locura. Se sentía atrapada, completamente entregada a aquel extraño quien la encontró por casualidad. Fijó los ojos en él, pretendiendo controlarse, pero esa parte de ella iba perdiendo, y el deseo y la tentación llevaban la ventaja.

Se alejó. Candice aprovechó a respirar, a soltarse un poco más, a mirarlo y sacarle hasta el último detalle a sus ojos claros. Fue entonces cuando la melodía volvió a resonar en su mente, llegando a sus oídos dulcemente, incitándola a perderse en la locura. Sus labios la rozaron, dejando la tentación marcada, con un dejo de frío. Posó un dedo en su frente, suave y gélido, susurrando palabras que iban más allá de su mero significado. Estaba a sus pies, al borde del abismo.

Sus manos lo soltaron, aprovechando a acariciar su mejilla, recorriendo su piel con la mirada, decidiendo si saltar, donde no le esperaba más que obsesión, dolor, pecado. Bajó con un dedo tembloroso hasta su garganta, demorándose allí, y luego deslizándose a su pecho, donde descansó la palma de su mano, dándose tiempo a pensar su siguiente torpe decisión. Levantó la mirada, preguntándose si era lo correcto.

- Monsieur, desconozco hasta su nombre. - Se mordió el labio inferior al igual que hizo él, dejando en pausa su descontrol, aunque moría por besarle, por acariciarle... Pero su voz sonaba segura, su mente estaba fría, temporalmente, no hacía falta mucho de parte de él, para caer de nuevo y perderse en sus infinitos ojos.

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