Gracias por no delatarme |Joshua|

Si bien las calles no me molestaban ya tanto como antes, había ciertas cosas que no eran necesariamente agradables para mí, la lluvia, por ejemplo. Cuando era niño me encantaba salir a jugar en la lluvia, pues sabía que podía entrar bajo techo en cualquier momento y entrar en calor junto a la chimenea de la sala. Eso era cuando era niño. Ahora no tenía techo que me protegiera y tampoco calefacción, ni siquiera un abrigo decente o un cambio de ropa. Estaba a merced de lo que Dios decidiera enviar a la tierra. Había llovido toda la noche y hoy el cielo estuvo nublado así que no hubo rayo de sol que me brindara calor. Conforme avanzó el día, comencé a sentirme enfermo, mi garganta ardía y tenía que estar aclarándola constantemente, o de plano, toser. Otra cosa que odiaba bastante era la hora de la cena, escuchar cómo las puertas de los locales se abrían y cerraban dejando escapar un suave aroma a comida. Era como una tortura incesante. Veía también la luz proveniente de aquellos restaurantes cuyo origen era un fuego acogedor. A veces odiaba a los hombres y a las mujeres que frecuentaban aquellos lugares.

Eso me lleva a la tercera cosa que odio de la calle: ver a la gente rica despilfarrando el dinero y la comida. Tal como ese hombre acompañado de muchas doncellas que veía en la ventana frente al callejón donde estaba sentado. Todo era normal, él conversaba animadamente y comía a una velocidad regular, pero luego se dio cuenta de mi presencia y no pude hacer más que dedicarle una mirada de compasión, por lo general funcionaba y me guardaban algo de lo que les sobraba. Pero ese no era el caso, al verme, el maldito comenzó a ordenar más y más comida y se me hacía agua la boca al ver tanta variedad de platillos cuyo vapor podía ver con claridad. Algunos eran monumentales y, lógicamente, no se acababan ni la mitad de cada uno. Luego, muy descaradamente alzó una copa de vino y me dirigió una mirada engreída mientras se llevaba el dulce líquido a su boca. Y lo único que pude dedicarle fue odio absoluto.

Como si no hubiera tenido ya suficiente, al alzarse la luna, llegó un viento atroz que sacaba volando varios sombreros de las personas que salían de los locales. Mi cuerpo estaba más raro, al tocarme sentía que podía sudar en cualquier momento pero al mismo tiempo me sentía a punto de congelarme. Me quedé ahí inmóvil, tratando de soportar mi miseria cuando un hombre salió del mismo restaurante que el engreído aquél, pasó frente a mí, caminando envuelto en su caliente abrigo, vi que en su mano cargaba muchas monedas y, mientras hacía lo imposible por mantener el sombrero en su cabeza simultáneamente intentaba guardar las monedas en su bolsillo. Algunas lograron entrar pero la gran mayoría cayeron al suelo sin que él se diese cuenta.

En cuanto avanzó unos cuatro pasos más, me arrastré al suelo en donde habían caído las monedas y comencé a tomarlas rápidamente y las metía dentro del bolsillo de mi pantalón. Estaba por agarrar unas cinco monedas más cuando repentinamente, un zapato aplastó mi mano cruelmente.

- ¡Aaah! -Chillé al sentir el dolor punzante en mi mano. -Alcé la vista y, para complementar mi desgracia, el dueño del zapato bien lustrado resultó ser un policía.
-¿Qué tenemos aquí? un ladrón .
-¡Son mías! -Dije con la voz ronca. Tanto por el dolor de garganta como de mi mano que seguía siendo aplastada.
-Sí, seguro que lo son. -Acto seguido. Posó su mano sobre mi cabeza y me tomó de los despeinados cabellos, obligándome a ponerme de pie. -¡Monsieur! -Gritó el guardia al hombre que seguía caminando y haciéndole una seña para que se acercara mientras seguía sometiéndome a base de jalones de cabello.

Lo único que podía hacer en la situación en la que estaba era tratar de soportarlo, así de simple y por dos razones: la primera era porque aunque tratara de devolver la agresión yo saldría perdiendo por mi falta de fuerza, agilidad y también salud; la segunda razón por la que dejé que me hiciera lo que se le viniera en gana era porque, quien lo hacía era justamente un policía y si trataba de hacer algo, aunque fuera mínimo, lo retorcería para usarlo en mi contra para así poder echarme en una celda, alegando que yo le había atacado sin un motivo. Así que solo me dejé hacer, internamente implorando porque la situación no se saliera de control y también, suplicaba para mí mismo que no saliera herido.

Sentía que estaba a punto de arrancarme el pelo pero hice lo posible por no demostrar cuánto me dolía en realidad, no quería darle esa satisfacción así que seguí con la cabeza en alto, determinado a preservar lo poco de dignidad que me quedaba, también cerré mis ojos con fuerza al igual que mi boca, todo con tal de que no saliera ningún quejido adicional, ni por la brusquedad con la que su puño tomaba algunos cabellos míos, ni por el dolor del pisotón que seguía atormentando mi mano.

De la nada, escuché unos pasos aproximándose hacia donde esta escena se llevaba a cabo. “Lo que me faltaba”, pensé. No necesitaba también una audiencia, ya bastante humillante era estar de esa forma. Me preparé mentalmente para una oleada de insultos… jamás llegó. -¡Así que aquí estás!- Escuché decir al extraño. Lo único que había en mi cabeza era confusión absoluta ¿Nos hemos visto antes? Preguntaba sin que la voz saliera de mi mente, pues seguía decidido a seguir apretando la mandíbula. Antes de que me diera cuenta, el oficial estaba siendo empujado por este desconocido, y de repente, ya estábamos lejos del restaurante y yo no entendía lo que acababa de pasar. Apenas me di cuenta de que había sacudido mi desgarrada camiseta y yo no me alejé del contacto.

-Lo siento mucho. ¿Te encuentras bien? –Preguntó, instintivamente traté de descifrar el tono de su voz, buscaba ira y sus semejantes pero no había nada de eso entonces era… ¿preocupación? ¿Sí? ¿Así se llamaba? Me quedé inmóvil por unos segundos hasta que finalmente salí del desconcierto y asentí lentamente la cabeza, todavía con algo de vergüenza por lo que acababa de pasar, di un rápido vistazo a la mano que había sido aplastada y noté que, aún en la oscuridad de la noche, se distinguía que mi mano tenía un color distinto al de mi muñeca y sabía lo que era, pero no me acordaba de la palabra, decidí esconder mi mano en el bolsillo. Me aclaré la garganta. –No tenía por qué hacerlo Monsieur. –Dije con la voz rasposa. No quería hacerle entender que me desagradaba lo que había hecho, sino todo lo contrario, así que añadí esa aclaración. –Pero me alegra que lo haya hecho.

-Me comprende perfectamente-Dije sin poder evitar dejar escapar una leve sonrisa. Sí, él tenía toda la razón, los representantes de la ley eran aún peores que quienes acusaban de criminales. Al escucharle querer revisar mis heridas me tensé un momento, sin explicación. Me daba vergüenza que alguien viese lo lastimado que me encontraba, no sabía por qué pero siempre era así, lo atribuía a las incontables palizas que me daba mi padre. Dubitativo saqué la mano de mi bolsillo y la extendí lentamente. -No es nada. En serio, estoy bien. -Dije tratando de ocultar una mueca de dolor cuando hice contacto con la mano ajena. No quería que se preocupase, no me gustaba ser una carga.

-C... C... Cailen... -Respondí mientras lo veía examinar mi mano. No me atrevía a decir mi apellido, en realidad pocos lo sabían pues tenía miedo de que lo reconociera, lo cual no era tan probable pero no quería arriesgarme. -No se disculpe, sus habilidades me han salvado de terminar en un calabozo. -Traté de alejar mi mente ante la instantánea imagen mental que cruzó mi mente, una en la que yo me encontraba detrás de unos barrotes de hierro oxidado sumido en la completa oscuridad. -No, no soy nuevo. Llevo en la ciudad ya varios años pero ha pasado un tiempo desde que transité en esta zona.

Observé a mi alrededor, esperando encontrarme a otro policía o algo parecido pero la calle se encontraba desierta. Sentía un nudo en la garganta que era el temor que aún prevalecía por lo que acababa de suceder.- Le agradezco lo que hizo. Tendré más cuidado si vuelvo a transitar por aquí... se... será mejor que me vaya.

Ahora sí que me encontraba más que perdido por la actitud del joven quien en apariencia era más joven que yo por poco. -Niño. - Respondí para después completar como era debido. -Cailen... significa niño. Es un nomre escocés. Acto seguido decidí esconder la mano lastimada en mi bolsillo que de seguro estaba tan frío como el aire que soplaba. Observé la luna que estaba a pocas horas de alcanzar su punto más alto.

Alcé ambas cejas sorprendido ante el comentario. -¿En verdad le parezco?. -Dejé escapar un suspiro. Aquello me parecía contradictorio por el entorno en el que moraba, siempre oculto entre las sombras, lejos de la vista de todos. Escondiéndome, huyendo como alguna alimaña, pero de alguna extraña forma, sentía que el muchacho tenía algo de razón, bastante extraño.-Si miento será bastante obvio así que lo diré sin más. No, no tengo a dónde quedarme esta noche. Agradezco su generosa oferta pero no creo que sea prudente que le acompañe, me parece que ya he causado suficientes problemas por hoy ¿no le parece? -Si decidía acompañarle a su casa me iba a sentir como un intruso indudablemente pero en contraparte, la noche era helada y parecía que iba a empeorar dentro de poco por lo que quedarse afuera tampoco era una opción viable.

Lo observé alejarse y me encontré en un dilema ¿lo seguía? Me quedé de pie ahí sin saber qué hacer hasta que escuchaba el eco de sus pasos un poco más lejos. Me decidí. Salí del callejón con manos en bolsillos y lo seguí a prudente distancia mientras caminábamos rumbo a su residencia.

Dejé que una pequeña sonrisa se mostrara en mi rostro al escuchar que el hombre que respondía al nombre de Joshua tenía una estufa en su hogar, en donde fuera que estuviera. Honestamente, si su casa era una mansión o un simple cuarto me daba igual, cualquier lugar era mejor que estar afuera en una noche de invierno, caminé con la cabeza gacha, pensativo, no me sentía con ganas de hablar ¿sobre qué lo haría? A él se le daba muy sencillo, las palabras salían de su boca con una fluidez a la que solo podía aspirar. Entonces me sentí un tanto ¿cuál era la palabra? Patético.

Por no tener ni la más mínima idea de qué decir o hacer. Solo estaba caminando tras de él, somo una sombra, en silencio, oculto por un abrigo que había sido un regalo caritativo. Y también por lo mismo sentí el silencio incómodo que prosiguió, no quería hablar para no empeorar el momento, también porque la molestia seguía ahí presente, sentí que forzar mi garganta sería una decisión que iba a lamentar al día siguiente.

De vez en cuando sacaba la mano del bolsillo para revisar el estado en el que se encontraba, entre la penumbra era difícil de decir pero la sentía hinchada y no me agradaba eso, además de que el tratar de cerrar el puño era un tanto doloroso, aunque soportable. En ocasiones sostenía algún poste o cualquier objeto de metal sabiendo que estaría helado. Eso era lo que necesitaba.

Removí la bufanda de mi cuello y aproveché que había un montón de nieve acumulada sobre la calle para tomar un poco y colocarla sobre la mano punzante, proseguí entonces para envolverla con la tela. Se sentía mejor, el dolor desapareció a los pocos segundos. Continué mi camino un tanto presuroso al principio pero después volviendo a la velocidad normal al darme cuenta de que me dejaba atrás. Esperaba que no estuviera muy lejos, estaba comenzando a nevar.

De repente caí en cuenta de algo importante, que a pesar de que el joven me había salvado de una situación que estaba por empeorar, seguía siendo prácticamente un desconocido para mí, tan solo sabía su nombre pero hasta eso podría ser mentira. No es que me sintiera bien o que se me diera desconfiar de la gente, pero una experiencia pasada me demostró que siempre había dos caras de la moneda, ¿Era grosero pensar eso? Definitivamente. Pero tampoco hacía daño estar alerta, sobre todo por lo que acababa de ocurrir o por simple remembranza de eventos no muy gratos. En ocasiones desconfiar me había salvado la vida.

Desde mi lugar detrás de Joshua podía darme cuenta de la actitud alegre que demostraba, estaba en alerta pero a pesar de ello, no podía negar que su ánimo comenzó a contagiarse. Me hizo pensar en cosas positivas: Aquel hombre tuvo lo que se merecía, me quedé con muchas de las monedas, pero más importante, el joven me demostró que aún había gente buena por ahí. Sí, no todo era tan malo como pensaba, a excepción de mi garganta y mano, todo estaba bastante bien, inclusive mejor de lo que esperaba que resultara de esa situación.

Perdiéndome en mis pensamientos así como en sujetar más firmemente el vendaje no me percaté de que se había dado la vuelta. -Nada. -Dije sobresaltado, de repente escondiendo la mano inútilmente. -No debe de preocuparse, he tenido peores heridas. Además no duele tanto… ¿Falta mucho?

“Mentiroso” Me regañé a mí mismo. En verdad quería hacerle caso pero era prácticamente instinto, no dejaba que me pusieran una mano encima por lo que, desviar el tema era la mejor solución por el momento. El resto del viaje transcurrió en un tenso silencio hasta que abrió la puerta de su vivienda. Di un par de vueltas para contemplar la habitación. -Es muy linda. -Murmuré, ¿sería que desde mi punto de vista toda casa era bella? Podía ser. Tomé asiento en el suelo frente al fuego de inmediato sintiéndome bastante aliviado, estuve ahí un par de minutos entrando en calor hasta que su voz me hizo estar alerta otra vez. -¿Qué? - De inmediato me puse de pie y retrocedí un par de pasos, todo con rapidez. -No es necesario, estoy bien. -Colocando mis manos en la espalda para ocultarlas comencé a ajustar la bufanda con el hielo. -En verdad, no se moleste.