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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Arno V. Dorian Miér Sep 16, 2015 10:28 am

Había caído la noche, casi siempre dormía con la ventana ligeramente abierta, le molestaba el calor y la brisa que entraba le recordaba que aquel espacio cerrado, donde actualmente residía también tenía su puerta al mundo. Se apoyó en el umbral de la ventana, la madera chirriaba de lo vieja que era, pero la habitación y en general toda la posaba estaban en bastante buen estado. Arno que había decidido bajar a París, cuando ya controlaba su cambio, decidió empezar poco a poco, alquilando una habitación y dedicándose por puro altruismo a asesorar a la policía parisina en crímenes de poca monta. Algo de rastreo, sigilo y alguna que otra pelea, pero lo más importante era que para el interrogatorio era exageradamente bueno. Siempre bromeaba cuando decía que a esa nariz no se le escapaba nada, y casi olía las mentiras. Las mentiras tienen un olor especial, una fórmula que mezcla el temblor con el rubor súbito en las mejillas, normalmente por culpabilidad. La ansiedad denota cualquier tic nervioso y el sudor frío inunda la frente de los hombres y las manos de las señoras. Cuántos crímenes pasionales le habían llevado por la calle da la amargura. Definitivamente Arno eludía la responsabilidad moral de involucrarse sentimental o emocionalmente con las personas, para él era algo sistemático casi rozando la sociopatía. Suspiró aquella noche parecía tranquila.

Volviendo al tema de su nariz, al contrario que muchos de los hombres, Arno tenía un don que se acentuó junto con muchos de sus atributos, la sensibilidad al olor. París era un cómputo de olores, pero había uno en particular que siempre predominaba. La gente bañaba su cuerpo en lociones, aceites y mejunjes baratos para oler bien, y otros no tan baratos para oler mejor. Pero al final, por la noche parís huele a sexo, traición y sangre. A veces olía a mujer pública, a veces olía a carne recién hornada. El olor del puerto los miércoles era nauseabundo pero lo sjueves traía una brisa marina tan vigorizante que muchas veces, junto al faro, Arno desfrutaba de los olores que arrastraba la anturaleza y nada más. Algo que parecía perderse. Pero un olor particular le perseguía, empezaba hasta a obsesionarse con él. Sabía que era de una mujer, una mujer a la que conocía, aunque de forma rápida y espontánea. Un olor que le llegaba si iba en calesa, si entraba en una perfumería o su sudaba haciendo el ejercicio marital y no tan casto fuera del matrimonio. El lobo feroz rugía de celos cuando olía aquello y tan solo sus instintos primitivos querían montarla, algo que era nuevo para él. Recluído en su montaña, fuera de la civilización Arno descubrió el mundo de las palabras, la razón y la filosofía. Escribía manuscritos y cartas con gente muy influyente de varias cortes europeas, pero al final, el único tema que habitaba su mente era “la mujer”. – Maldita sea…-gruñó.
El gruñido era algo que hacía muy amenudo, debajo de esa barba de varios días y el olor del tabaco que se agenciaba se encontraba un hombre bastante apuesto, que valía la mirada de más de una mujer, pero no más de dos palabras y por supuesto, ni una sola sonrisa de gratitud o amabilidad. Era arisco, aunque mordaz, pero siempre sabía mantener su presencia dependiendo de la compañía. Con esa mujer, aunque se encontrara en el mísmisimo corazón de Notre Dame, no podría dejar el cigarro fuera de su boca, porque para achantar todos aquellos olores, sobre todo el de ella, necesitaba taparlo con el humo. Algo que incluso sin quererlo le hacía atractivo.

Para desgracia del lobo solitario aquella noche tendría un duelo con el olor de aquella señorita.
Suspiró y bajó las escaleras para salir a dar una vuelta, lejos del mundanal ruido, lejos de aquella gente y del traqueteo de los últimos coches de caballos que se retiraban a la cena. Eran las 6 de la tarde, la jornada terminaba para los trabajadores, empezaba la cena y más tarde el ocio.

Justo cuando salía por la puerta, se cruzó con la extraña silueta de una joven, pero no una joven cualquiera. La mujer hacía acto de presencia con su particular entrada triunfal en las fosas nasales de Arno. Tan majestuosa y viva que hizo que el imponente lobo feroz se detuviera y como algo inusual siguiera el recorrido con su cabeza y su mirada hacia ella, esperando que le reconociera- ¡Eh!- objetó antes de maldecirse. ¿Qué clase de saludo era ese? Menudo rufián y gañan estaba hecho, hablarle así a una señorita en público no estaba contemplado ni en sus mejores sueños. Su cuerpo se quedó quieto, cuando la figura se detuvo y cuando se giró para responder a ese sin vergüenza “eh” la vio. Aquella melena rubia, aquellos labios rojos. Maldita caperucita, maldita mujer. Maldito lobo feroz, ruin y rufián que esperaba al acecho de su presa, desamado. Tan solo sus manos, su boca y sus ganas. Ahí venía.


Última edición por Arno V. Dorian el Mar Oct 27, 2015 3:48 am, editado 1 vez
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Mensaje por Nina Petrova Jue Sep 17, 2015 3:08 pm

No estaba de buen humor. La que normalmente era una mujer activa y dinámica, se había levantado con el pie izquierdo y no sin razón; tenía una cita con uno de los clientes que menos le gustaba. Maurice era un hombre de negocios de reputación cuanto menos dudosa entre los de su posición social, casado desde hacía años con una mujer a la que nunca amó, se pasaba las noches flirteando con otras y de burdel en burdel. Todo ello antes de conocer a Nina claro. La intensa belleza de la rubia había cautivado de tal manera al pobre diablo que se dedicaba las veladas que pasaban juntos a tratar de conquistarla. Eso no quitaba para que Maurice aprovechara bien a fondo las noches en que contrataba los servicios de la joven. Además de la incómoda situación de tener que atenderle en la habitación contigua a la de su esposa y soportar sus proposiciones y gestos de amor, Nina debía permanecer atada durante todo momento, esto excitaba de manera notable al hombre que siempre decía que así era como debía estar la rubia, atada a su cama sin poder escapar después.

Normalmente toda la preparación previa a sus citas se alargaba considerablemente pues disfrutaba embelleciendo su cuerpo y su rostro para sus clientes, pero no para él. De mala gana y con un humor de perros, se dio un baño y secó con calma su cabello haciendo que luciera aún más sedoso de lo que ya era. Cogió un vestido al azar de su ropero, que dejó sobre la cama, y unos zapatos a juego. Desnuda, como siempre lo hacía, prestó algo más de cuidado a su maquillaje; los labios pintados con fuerza llamaban la atención nada más verla y los ojos con apenas un toque de color en las pestañas quedaban más naturales y dulces. La mezcla, por pocas ganas que le pusiera, siempre resultaba explosiva, no conocía a mujer que cuando la veía dijera algo bueno a no ser que quisiera llevarla también a la cama, pero esos temas para Nina carecían de importancia. Salió de casa antes de tiempo esperando poder llegar a su destino después de un paseo que la llevaría alrededor de veinte minutos, para acudir a otras citas pedía el coche de caballos pero con Maurice prefería despejar su mente y relajar el cuerpo antes de tener que ceder ante él.

Centró su atención en sus propios pasos, siguiendo el ritmo que estos marcaban a medida que avanzaba por la calle pero algo, una voz masculina llamó su atención por encima de sus pensamientos y el resto de ruidos. Giró la cabeza para descubrir al que hasta el momento era su única amistad en París - ¡Arno! - Quizás no fuera raro que él estuviera en ese lugar justo en ese momento pero para Nina era la última persona que pensaría encontrar de camino a casa de un cliente. Siempre que se habían visto con anterioridad habían acabado paseando, charlando o tomando algo y en esa ocasión era imposible para la rubia que dubitativa no sabía muy bien cómo salir de ese embrollo.  - Si tuviera tiempo me quedaría a charlar pero he de irme, tengo una cita y no puedo retrasarme… - le dolía en el alma tener que dar esquinazo al lobo, pues nada le apetecía más que pasar el resto de día con él pero el deber la llamaba y no podía permitirse dejar a uno de sus clientes más generosos en un mundo tan competitivo. Trató de no dejar ver el gesto de pesadumbre que acompañaba a aquellas palabras de despedida pero no estuvo segura de haberlo logrado al ver el rostro contrariado de Arno que se mantuvo estático en el sitio dejando que esta se alejara con paso rápido.

Por lo menos no le había mentido… Lo cierto es que nunca se había visto en la encrucijada de tener que confesar a un amigo su trabajo y ahora ese tema empezaba a ponerla nerviosa, ¿qué pasaría si Arno se enterara? Temía dos opciones, que le disgustara relacionarse con una mujer de esa clase o que decidiera pagarla para que se acostara con él y es algo que no haría ni por todo el oro del mundo, no porque le disgustara Arno ni mucho menos si no por todo lo contrario; creía que esa sería la única vez en la que se sentiría rebajada y humillada como mujer y eso no se lo permitía a nadie. Enfrascada en esos pensamientos llegó con el ceño fruncido a casa de Maurice. Como siempre, fue guiada a la habitación y allí se quedó mirando por la ventana hasta la llegada de su acompañante - Maurice… - saludó dejándose besar por él como si de su novia se tratara, traía consigo una caja de una de la joyerías más lujosas de París y no fue hasta que la abrió que Nina pudo creer lo que Maurice pretendía. Tartamudeando el hombre le pidió que fuera su esposa, explicó que la actual no sería un problema pues ya se estaba ocupando de ello y le suplicó que al menos se lo pensara. Nina segura ya de su respuesta apartó la caja a un lado dispuesta a irse de allí lo antes posible, aquel hombre no estaba cuerdo y empezaba a sentirse desprotegida bajo su techo.

Un chillido ensordecedor retumbó en la habitación contigua. La sangre de Nina pareció congelarse en sus venas mientras Maurice permanecía impasible, aparentemente tan sólo preocupado por las ganas de huir de la rubia. Las manos del hombre se aferraron al cuerpo femenino justo cuando la puerta se abrió de par en par.
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Mensaje por Arno V. Dorian Vie Sep 25, 2015 5:17 am

Se escapó de su visión entre la noche, tan majestuosa como el contoneo de su cintura en cada paso que daba. Servil y esclava de sus pensamientos, a duras penas había caído en la cuenta de que Arno la había encontrado y observado desde lejos, pero cuando se cruzaron ella parecía absorta y distraída en sus pensamientos. Sus labios que siempre dibujaban en la comisura de su boca una línea en alza, feliz, después de su encuentro no eran más que el dibujo de una línea recta carente de sentimientos. ¿Qué le habría sucedido? Arno se quedó quieto, sacó de su bolsillo una pequeña pipa, en la que introdujo el tabaco oriental que más le gustaba y lo preció con ayuda de un fósforo. Absorbió el aroma de aquel embriagador vicio que tenía y su nariz quedó anulada completamente. Así al menos resistiría el impulso dominador de perseguirla por las calles de París siendo un importuno, pero algo no pintaba bien en ella. ¿Por qué su rostro no tenía esa luz de felicidad que solía tener? ¿Podría estar en peligro? No puede decirse que se sintiera destrozado porque “la mujer”, solo había dedicado cuatro palabras al lobo, pero si podía sentírselo porque eran conocidos y Bigby se merecía más de cuatro palabras.

Se quedó ahí quieto, atrapado entre la noche que caía sobre su cabeza, el bullicio de la taberna por un lado y por el otro la estela del perfume de Nina que le invitaba a seguirla. Miró a los lados sin saber cómo reaccionar, si la persiguiera sería un acosador y su amistad o cercanía con la chica se verían comprometidas, si le dejaba marchar el temor por su gesto de preocupación se apoderarían de él y terminaría en malas malos.- Maldición -dijo volcando el contenido de la pipa en el suelo y pisándolo con las botas que le llevaban por debajo de la rodilla. Se colocó el abrigo azul tan característico de él y con las manos dentro de él siguió el aroma embriagador de Nina.

El rastro se perdía en el distrito del Louvre, la altanería también tenía sus contras. Aunque presumieran de oler mejor que el resto, lo cierto era que cada persona al igual que el distrito tenía su olor particular, el perfume característico y bien elegido y con los mejores aceites de las perfumerías. Desgraciadamente para Arno todos los olores se juntaban en su nariz, que a pesar de ser tan fina, no soportaba que la gente enmascarara su olor natural pero era algo lógico, si la gente mentía continuamente y jamás decía lo que pensaba, su olor y el perfume era otra máscara más que añadir al montón.

En silencio llegó hasta el final de la calle, se quedó apoyado sobre una pared. Oculto entre la sombra vio como Nina entraba en el número 6 de la calle, justo frente al palacete del Louvre, el lobo feroz rugió de celos, cuando la puerta oscura se abrió y del interior salió un hombre, de porte apuesto. Llevaba la melena recogida atrás con un lazo negro, el pelo era sedoso y suave, el olor ambarino le llegaba hasta la esquina de la calle y sus ojos eran almendrados y de color oscuro. La luz del piso de arriba de la casa continuaba encendida. Arno elevó una ceja, pues normalmente ahí se encontraban los dormitorios y las luces estaban encendidas. Nina entró por la puerta para desaparecer y con ella la pureza e inocencia de la Virgen.

Feroz comenzó a andar por la calle hasta acercarse a la mismísima puerta, la vivienda se extendía hacia la izquierda de esta en piedra, dando lugar a un pequeño callejón que dejaba entrar al patio trasero que todas las casas de alta cuna tenían. Miró la altura del edificio y pensó en escalarlo pero su oído tan fino como su nariz escuchaba a la perfección desde donde estaba. El hombre cubriendo de elogios a Nina no hizo más que propiciar un gruñido y una mueca de desprecio. Sin comprender lo que él mismo sentía decidió dejar de lado aquella situación, estaba claro que Nina no necesitaba su ayuda, tenía toda la que podía desear y antes que seguir haciéndose daño el mismo, decidió alejarse de aquel lugar. Justo cuando torcía la esquina desde la que había visto a Nina entrar escuchó un grito desgarrador. Un grito que perforó sus oídos haciendo que se girara repentinamente y echara a correr con el corazón en la boca.

Parecía que todo sucedió a cámara lenta, la gente que quedaba en la calle se quedó petrificada, como su hubieran visto a Medusa. El grito de la mujer, porque era clarísimamente de mujer, fue tan efímero como un trueno colisionando con la superficie terrestre. Mientras todo eso sucedía el oído del lobo hizo que se girara y en cuestión de milésimas de segundo su imaginación se disparó dirigiendo la atención a Nina y lo que podría haberla pasado. Subió las pequeñas escaleras de una zancada y cuando llegó a la puerta oscura que se había tragado a Nina. Abrió la puerta de una patada subiendo las escaleras de par en par y descubriendo a Nina en manos de aquel hombre.

Arno agachó la mirada y respiró aliviado por verla sana y salva, después dirigió su mirada penetrante y feroz hacia el hombre y al no descubrir que había sucedido se giró hacia la puerta que parecía cerrada con llave. La mirada de Nina era un amasijo de interrogantes abiertos, de miedo y la calidez de su piel hacia descendido lo suficiente para parecer que iba a desfallecerse.- ¿Estás bien?- preguntó a Nina acercándose hasta ella. Sabía que las palabras se atropellarían en su boca para explicarle lo que había pasado, pero en ese momento, el olor a sangre llenó la habitación y centró su mirada en la puerta que estaba a su lado. Era verde, la cerradura era de latón y era de doble perno. Algo difícil de saquear, por lo que el señor Maurice, tenía bastante seguridad en su casa – Abra esa puerta- le ordenó Arno. Maurice se quedó quieto y miró a Nina de reojo como si buscara aprobación, defensa o simplemente se preocupara de ella. En cualquier caso todo eso carecía de importancia para Arno- Le he dicho que abra la dichosa puerta. Ahora- y en vez de un gruñido, rugió mientras empujaba al hombre hacia la puerta. Tembloroso sacó un manojo de llaves y la usó para abrir la puerta. Ante ellos el escenario hablaba por sí solo.

En la cama tendida había una mujer con la tez muy pálida y con gesto desencajado. Había sangre en la cama, proyectada hacia arriba como si hubiera recibido varios golpes, la sangre fresca aún goteaba del cabecero de madera y el olor a sangre hizo que Arno babeara. Mantuvo la compostura y vio la ventana abierta, de par en par, la luz que había visto encendida antes, ahora estaba apagada y el rastro del olor de vela se perdía. Humo y sangre. Se giró hacia Nina- No entres, si puedes buscar ayuda, grita y busca a la policía. Y espérame luego, diles…- le dijo a Nina a mientras observaba que se acerca a él-Nina, escúchame porque es serio. Búscales y diles que Arno Dorian está en la sala. Espérame luego-le dijo intentando que reaccionase. Cuando la vio marchar la siguió con la mirada preocupada. Estaba en peligro y Arno lo sabía- Usted, Maurice no se mueva-le gruño mientras se adentraba en la estancia del asesinato y veía a la mujer desnuda, completamente. Se acercó a la víctima y cerró sus ojos, era incómodo ver como la vida se perdía de algo tan bonito como eran los ojos. Se arrodilló junto a ella y pasó la nariz muy cerca, ahora que estaba solo. Olía al perfume de la mujer, a la sangre de esta y los hematomas de su piel eran síntomas de una lucha por sobrevivir. En su mano faltaba el dedo anular y en su cuello había una marca de haber arrancado con poco cariño una cadena o un collar. Ferro siguió olisqueando la habitación y para cuando llegó Nina y la policía dejó que entraran a investigar.

Se quedó de brazos cruzados y se dispuso a fumar de su pipa cuando la policía se dirigió hacia Nina con intención de interrogarla, sobre qué hacía ella aquí, sobre qué había pasado y qué es lo que había oído o visto. Arno se cruzó de brazos impaciente por saber lo que había pasado, pero ya tenía una idea formada, pero después de la mirada de Nina comprendió que prefería hablar sola y prestó, a regañadientes, ese espacio que necesitaba para declarar. Se quedó fuera fumando, a la espera que saliera para no dejarla sola. Cuando al cabo de unos minutos pasó a su lado, saliendo de aquella parafernalia policial. Arno la detuvo del brazo y sonrió sin sacarse la pipa de la boca- Te dije que me esperaras y ahora veo que te marchas sin decir nada. Y sola. No vas a irte sola a ningún sitio- le dijo mientras la sacaba a la calle rodeando su cintura y comenzaban su paseo- Ahora, cuéntame a mí lo que hacías ahí, que has visto y que crees que ha pasado-  gruño malhumorado- Porque creo… Nina, que estás en peligro.
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Mensaje por Nina Petrova Mar Oct 06, 2015 8:15 am

Nada de lo que sucedió a partir de aquel grito tenía sentido para Nina, un Arno que más pareciera un huracán que una persona en sí mismo, irrumpió en la habitación como si hubiera salido desde el principio que era ese el lugar al que se dirigía la cortesana. Por suerte o por desgracia se sentía demasiado mareada como para preocuparse del motivo por el que el lobo estaba en la misma casa, en la misma maldita habitación que ella y Maurice. Su preocupación fue lo único que la arrancó de ese estado ausente en que se había sumido por lo irreal de la situación. Asintió a su amigo, dejando claro que no estaba herida ni era ella quien había proferido aquel grito desgarrador. Ignoró la mirada de Maurice, temerosa de lo que hubiera podido ocurrir en la habitación contigua. En ese momento dejó claro a Arno que no se fiaba de su acompañante, que posiblemente fuera el responsable de lo que estuviera pasando y de lo que el propio Arno parecía tener más idea que ella misma. Se mantuvo en silencio, apoyada en la pared en cuanto vio la manera en que el lobo se dirigía a Maurice y la manera en que este cedía ante sus órdenes. Agitada echó un vistazo al interior de la habitación cuando al fin la puerta se abrió. Las manos cubrieron la boca de Nina que trató de mantener la compostura en la medida de lo posible. Fue ahí, justo ante la visión del cadáver de la esposa de Maurice, cuando se le heló la sangre, cuando descubrió cual era el plan de su cliente para casarse con ella. Había estado a punto de acostarse con el que ahora apuntaba como sospechoso de asesinato, había estado a punto de estar a solas con un hombre obsesionado con ella y dispuesto a quitar del medio a quien fuera para conseguirla.

De pronto sintió miedo, pero no por ella sino por Arno, el hombre que ahora volaba entre los dos cuartos analizando la situación y memorizando cada detalle. Para Maurice el lobo era un estorbo y en algún momento, cuando reaccionara, estaba claro que intentaría eliminarlo tal y como había hecho con su esposa. Las palabras del hombre llegaron de nuevo hasta la rubia que sólo se centró cuando los ojos de él se clavaron en los propios, no recordaba haberle visto tan tenso desde que se conocían y eso que no destacaba por su locuacidad y dialéctica. Tal y como la pidió, bajó las escaleras de la casa hasta salir a la calle y buscar un oficial de policía. No hubo problema alguno para que la acompañara en cuanto mencionó Arno Dorian, ¿acaso sería miembro del cuerpo de policía? A Nina nada le pegaba un hombre como él trabajando de policía, pero tampoco se imaginó verle en aquella casa y ahí estaba salvándola posiblemente la vida.

Como era de esperar, la policía tras analizar la escena del crimen, solicitó declaración a cada una de las personas que habían estado en la casa en ese momento. Con un deje de tristeza en la mirada, una suplicante Nina pidió al lobo que saliera de la habitación para así poder hablar con el oficial, no estaba preparada para decir como si tal cosa, ante Arno, que era cortesana. Con toda la calma que podía dadas las circunstancias, comenzó la explicación sobre su cita con Maurice. Relató el tipo de relación que mantenían y cómo hacía escasos minutos este le había pedido matrimonio. Para el oficial no parecía ser una historia desconocida, pero lo que sí parecía es que no se había encontrado a nadie como Nina antes. Lo que debería ser un interrogatorio normal y serio, parecía más una charla entre amigos por lo que él se esforzaba en tranquilizarla. La cortesana, tras mostrar el anillo de pedida como prueba, salió de la habitación encontrándose de morros con un Arno serio. Mierda.

¿Cómo iba a decirle en ese momento que no podía contarle el motivo de su visita a Maurice? Bajó la mirada hacia el suelo buscando fuerzas para empezar a contarle la verdad sobre ella y su vida, aunque la mano de Arno rodeando su cintura y el calor que este le proporcionaba le pedían a gritos que no le dijera nada. El miedo a perderle aumentaba por segundos, pero así lo hacía también la impaciencia y preocupación del lobo. - Estaba en esa casa porque mantenía una relación con Maurice. - Empezó, tratando de explicarlo todo poco a poco para que no se asustara de entrada. - No es ni ha sido nunca mi pareja si es lo que has pensado -, dijo buscando su mirada para ver si había acertado en las especulaciones de Arno, - se podría decir que yo era su amante… pero así como lo soy de tantos hombres en París -. Tragó saliva notando la boca seca, nunca se había visto en la necesidad de explicar eso a nadie y la relación que tenía con Arno se lo ponía aún más difícil. - Soy cortesana, prostituta… como lo quieras llamar, atiendo las necesidades y los deseos de hombres de clase alta -. Ya estaba, lo había dicho. Sin podérselo creer se encontraba en mitad de la calle con Arno a su lado, con el único  hombre que no parecía quererla para disfrutar de su trabajo y sin embargo pudo atisbar un brillo de ira y dolor en los ojos salvajes de su acompañante. - Por eso mismo no te lo había contado… -. dijo notando la reprobación de este y su incomodidad.

Habían llegado al cruce de su casa y no sabía si invitarle a entrar, cosa que jamás hacía con los hombres, o despedirse de él y probablemente no volver a verle. Miró la fachada de dos pisos de su casa, de piedra con un patio trasero en el que disfrutaba de las tardes tranquilas en las que no tenía nada que hacer. Seguramente cualquier se sorprendería del lujo entre el que vivía Nina, pero llegar a ese nivel social y tener los clientes que tenía suponía eso. El estatus se marcaba hasta en el mundo de la prostitución. - ¿Quieres pasar…? - preguntó al fin abriendo la puerta que daba paso a un elegante recibidor en tonos claros.
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Mensaje por Arno V. Dorian Jue Oct 15, 2015 10:27 am

¿Cómo no? Si el destino tenía preparada una vida fácil, esa no era para Arno.  Tan cruel era que había deparado que la única mujer humana que le gustaba se entregaba a los hombres por dinero. Por mucho que fueran de clase alta y ella hiciera el esfuerzo sobrehumano de cubrir la dura realidad con un manto que pedía a gritos comprensión, la mente de Arno era un cuadro realista carente de compasión. En su mente se dibujaba el cuerpo de Nina, como muchas veces se lo había imaginado, en silencio, en la distancia contemplando. Acompañado por ese olor tan característico que tenía cubierto por el perfume de ámbar gris que adornaba su cuello. Su cuerpo tan perfecto, tan definido y cuidado, incluso mantenido en dietas estrictas de alimentos, con ungüentos que de baño que intentaba impregnarse y que Arno, a pesar de estar alejado olía sin quererlo. Aquel olor que sin saber por qué, olía cada noche y la realidad le ilustró con una bofetada en su mejilla la respuesta. Después de cada cita, de cada encuentro, se lavaba. Y esa dura realidad se sumó a la anterior a la de su cuerpo desnudo dejando ver una escena recreada por su incansable imaginación donde Nina, yacía boca arriba, con el rostro perlado de sudor, con las mejillas sonrojadas y los labios hinchados y deseables. El cuerpo de un hombre difuminado por la rabia se movía sobre ella, con un jadeo casi eterno que se difuminaba en la estancia a cámara lenta, lo suficiente para hacerle perder los papeles.
En ese momento, el lobo apretó su mandíbula notando como su músculo sobresalía al hacerlo, tenía fuerza pero si alguien se encuentra con sus fauces, oscuras y negras como la noche, sabría lo que es un gran mordisco. Sabría lo que es la muerte certera y la ausencia de luz de la negrura.  

Y eso no fue todo, volvió a su imaginación la escena, esta vez de ella sentada al borde de la cama, con el pelo recogido en un moño imperfecto, colocado con horquillas como podía.  Colocándose el vestido que llevaba mientras los hombres, ni uno ni dos, ni tres se aproximaba para dejarle una cuantiosa suma de dinero a los pies de su cama. Aquella obra retratada por su mente no se le olvidaría en la vida. Estaba furioso con el mundo, con el destino y con Cupido. Maldito eunuco rastrero y demoníaco, que decidió apuntar su flecha ebrio para que él, justamente él se enamorara de la única mujer de la que no quería enamorarse. Una mujer que había recibido el favor del ángel caído, prometiendo como Afrodita el amor a los hombres por una más que cuestionable suma de dinero. Arno se preguntó después cuanto cobraba pero no quiso hacer la pregunta en alto. ¿Por qué? Porque sabía que era poco y por mi desorbitada que fuera la oferta para él , para ese lobo incansable e insaciable y desdichado esa mujer no tenía valor.
¿Quién osaría acercarse al tesoro del lobo ahora? Pues la respuesta era sencilla, cualquier que tuviera un fajo de billetes holgado que dejar a los pies de la cama.  Stop. Quieto todo el mundo.

Y parecía que el mundo lo había hecho mientras su imaginación maquinaba semejante esperpento de actuación, con Nina de protagonista y algún maldito cabrón. Sacudió entonces su cabeza consciente de que el silencio era un puñal que poco a poco se iba clavando en el pecho y rostro de Nina y que en su voz, imploraba la comprensión que el lobo no tenía, y que Arno rebuscaba en el fondo de su corazón tener, para no separarse de aquella mujer.

Asumió la responsabilidad y entró en la estancia a la que le invitaba, estaba furioso así que gruñó intentando aclarar sus ideas. Seguramente por mucho sentido que tuviera en su cabeza lo razonado, de su boca saldría una aullido, un gruñido o algo peor. Así que se sentó sin esperar a que ella le invitara y después la miró- No me interesa tu trabajo- mintió descaradamente-  me interesa mi protección que creo que es lo importante ahora. Pero todo tiene sentido, es una profesión peligrosa en la que el instinto está primero que la razón, Nina- le dijo con el ceño fruncido lo cual daba fiereza a su mirada- Tendrás que dejar de lado tu trabajo, al menos de momento para que podamos investigar, porque verás. Tengo teorías pero necesito estar tranquilo y que tu estés protegida- le dijo intentando evitar el tumor cerebral que le salía al evitar pensar en su trabajo, en sus celos y en el dolor irracional que el lobo parecía tener en su corazón. Aullando como si le hubieran traicionado. Cada vez que estaba más cerca de ella, más ambicionaba su cuerpo, cada vez que pasaban más tiempo juntos más se sentía atraído por ella. Y es que Nina tenía el poder de atraer a los hombres, y ese es el peor poder. Porque los instintos son animales y ahora estaba encerrada con el peor. El Gran lobo feroz.
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Mensaje por Nina Petrova Miér Oct 21, 2015 5:04 pm

Al igual que no había podido enfrentarlo cuando se le cruzó por la calle de camino a casa de su cliente, Nina se encontraba entre la espada y la pared. Ahora que Arno sabía la verdad sobre ella y su trabajo la buena relación que estaba naciendo entre ellos se había quebrado. No hacía falta que el lobo abriera la boca para que se diera cuenta de que por su mente tan solo había cabida para el enfado y la decepción. Seguramente lo que él había identificado como una joven extranjera en París, lo veía ahora como una mujer de dudosa moral que vendía su cuerpo a quien fuera por un puñado de billetes. Nina era esa dos mujeres, pero era imposible que él pudiera pararse a pensar eso ahora, de hecho nadie entendería por qué se dedicaba a eso si con su belleza y encanto podría ser lo que quisiera; nadie conocía su historia y por tanto sólo ella sabía el porqué de verse obligada a seguir siendo cortesana. Ese empleo fue el que la sacó de la calle, una de las madames de Rusia fue quien le dio cobijo cuando nadie más se preocupó al verla tirada en las aceras durmiendo. La prostitución le había salvado la vida, la prostitución le había generado un nivel de vida que jamás pensó que pudiera llegar a tener y no iba a dejarlo. No sería tan desagradecida con todo el bien que le había concebido.

No dijo nada cuando el hombre se aventuró hacia el salón y ocupó el sofá con aspecto derrotado. No se colocó a su lado, no creía conveniente hacerlo puesto que seguramente Arno la repudiara tras haberla visto con aquel loco que sería acusado de asesinato… Alzó la mirada hacia él desde la ventana cuando al fin escuchó su voz, siendo un bálsamo al ver que al menos no pensaba dejarla. Sus palabras fueron tan dulces como amargas, había una frialdad en su tono que dejaba claro que no iban a tener la cercanía que solían disfrutar, pero de la misma manera estaba claro que se preocupaba con ella y eso hizo que la rubia acudiera a su lado sin pensar en las consecuencias. El suspiro de alivio que espiró dejaba claro que la espera por la respuesta de Arno le había causado una tensión impropia de ella. - Vale, me quedaré en casa unos días - asintió, no iba a estropear aún más aquello negándose a lo que le estaba pidiendo. Las cosas estaban ya bastante tensas entre ellos como para añadir una disputa sobre algo que además Nina veía lógico, había sido casi testigo de asesinato y el principal sospechoso le acababa de pedir matrimonio por lo que su protección ahora era vital para poder proseguir con la investigación. Por el gesto del lobo pareció que no se esperaba dicha respuesta y la rubia se atrevió a esbozar una leve sonrisa. No había conocido a hombre alguno en toda su vida que le supusiera tal quebradero de cabeza como él, nunca sabía cuál era su estado de ánimo. Cuando parecía estar contento gruñía y parecía hasta murmurar por lo bajo y cuando algo le molestaba sacaba su pipa y se ponía a fumar, esas eran las únicas cosas que creía haber descubierto de él. Por el contrario Arno, con lo calmo y silencioso que era, juzgaba cada acto de la cortesana y estaba segura de que se sabía sus gestos al dedillo, era observador y ahora se daba cuenta de que siempre había estado atento a ella en la distancia que él mismo se estipulaba.

- ¿Creéis que fue él verdad?   - preguntó esperando poco a poco recuperar al hombre y dejar apartado los colmillos del lobo que asomaban cada vez que ella hacía algo por acercarse. Ahora era el momento de contarle la relación que había tenido con el presunto asesino, si él se ofrecía a protegerla, ella tenía que dar algo a cambio y eso era la información. En ese momento comenzó un relato sobre cómo se habían conocido en una fiesta de la alta sociedad. Lo que parecía una feliz pareja de recién casados a ojos de la multitud era sin embargo un matrimonio concertado en el que los padres de ambos habían preferido unir las empresas a ver a sus hijos felices. La mujer se esmeraba en atender a su marido pero este la ignoraba deliberadamente mientras paseaba la mirada por la sala hasta posarla en Nina. Fue en ese momento en que comenzó todo. De ahí en adelante los encuentros se hicieron frecuentes, así como los regalos y atenciones hacia ella. Jamás sintió nada por él ni le hizo ver lo contrario, pero de la misma manera aceptaba todos y cada uno de los regalos que le hacía, joyas, vestidos, perfumes… Tras acabar el relato centró toda la atención en Arno que empezaba a sacar la pipa del bolsillo interior del abrigo. Malo.

- Si me disculpas voy a darme un baño y ponerme cómoda, pide que te preparen algo si tienes hambre… - sin esperar respuesta alguna a la historia ni a aquel ofrecimiento, abandonó la sala en dirección al piso superior donde pidió que se la preparara la tina con agua tibia y los aceites. El tiempo a solas sumergida en el agua realmente consiguió relajarla, la doncella se ocupó esta vez de secar su cuerpo con mimo y vestirla con lo que solía usar en casa, un vestido fino de lino y una bata algo más gruesa con los hombros al aire en tonos magenta y un cinturón ceñido a su figura. Así fue como se presentó una vez más en el salón ante su guardián.
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Mensaje por Arno V. Dorian Lun Oct 26, 2015 2:05 am

Aún le daba vueltas la cabeza, aquella información fue un jarro de agua fría para el lobo, no podía creer que todos los males que le acontecían a aquella mujer eran por su trabajo, en la noche. Siendo la querida de tantos y amada por ninguno. Si el amor por Nina llevaba a un hombre a cometer asesinato para librarse de su mujer, no es amor, sino una obsesión malsana y condenable tanto por la ley como por Dios, al igual que el acto indigno de esa mujer en su trabajo. En su cabeza no veía posible como una mujer libertina podía llamarle la atención de esa manera, acostumbrada al qué dirán y luciendo con orgullo su trabajo en sociedad, se habría ganado más de una enemiga y el veto en más de un lugar. Basta ya. Arno se obligó a pensar en lo realmente importante.

La mujer asesinada por el crimen pasional, tenía un olor a cinc característico en el pelo, al igual que el olor a escabeche y tabaco barato que había en la habitación. También estaba el polvo de carbón que se quedó en la cama, quizás al inclinarse el hombre hacia ella o porque hubiera forcejeo, lo cual era absurdo. Pues sus ojos presentaban los síntomas de haber muerto extrangulada, así como los hematomas de su cuello, antes pálido como el de cisne y ahora en la morgue. Cerró los ojos concentrándose en que el hombre contratado trabajaba en una mina de carbón cerca del puerto, en las afueras de París. También sabía que aquel hombre era parte no era un sicario cualquiera, poseía algún don especial y había cobrado una alta suma de dinero. En primer lugar, podría tratarse de un mercenario o de un ser sobrenatural, su presencia fue un misterio hasta que la mujer gritó. Hizo una mueca de desagrado, le faltaban datos, le faltaba solucionar el problema. Y ya volvía a tener los ojos cerrados.

Cerraba los ojos para concentrarse mejor, necesitaba el silencio para hacerlo y en muchas ocasiones se encontraba hablando solo en sus deducciones, pero en mitad de ese proceso, se echó la culpa a él mismo por no haber prestado la suficiente atención, intentó buscar el por qué y ahí estaba. De nuevo el olor de Nina bajando las escaleras, presente allá donde fuera y la respuesta a su pensamiento. Por ella. Porque sus sentidos se doblegaron ante su olor y porque el deseo por ella incluso llegaba a marearle.

<> pensó al verla bajar así vestida, con aquel vestido tan leve, tenue y frágil que dibujaba con detalle la figura de su cuerpo. Tan suave, blanca y perfumada. Si no tuviera autocontrol y un crimen que resolver, el deseo por ella sería evidente y de mal gusto en toda la sala. Así que por una vez intentó someter al lobo feroz, que aullando y enseñando los dientes dejó paso al raciocinio propio de un detective como él- Me alegro de que te hayas puesto cómoda- salió de su boca esa oda a la elocuencia característica en él y sintió el deseo de pegarse el mismo un puñetazo-  Creo que la situación es más grave de lo que pensábamos, mañana en la mañana tendré que salir hacia el puerto- le informó de sus avances pero sin mucho detalle- Me quedaré aquí a dormir, mientras dure mi protección- le informó sabiendo que para una mujer independiente y que prefería vivir su vida libertina sola, le sentaría muy mal. Pero era necesario, hechos desesperados medida desesperadas.
Marie que era una de las doncellas de Nina, pero en el momento que la conoció, Arno supo que era además de su confidente como una segunda madre. Frunció el ceño en el momento que la vio, pero porque el lobo no se fiaba de nadie y al ver que ella le preparó una habitación improvisada junto a una pequeña habitación de la despensa, tuvo que relajar su gesto.- Si usted mañana va al centro de parís, podría ayudarme con la compra- dijo Marié con una sonrisa que el lobo ni si quiera pudo rechazar al ofrecimiento. Su cabeza estaba pensando que ni hablar, no era el lacayo de nadie, pero su boca y amabilidad dejaron salir esas palabras sin ton ni son, sabiendo que se arrepentiría. Después se giró hacia Nina- Nina, tenemos que hablar- le dijo pasando a su lado y dirigiéndose al salón, en el que Arno se encontraba realmente cómodo. Espero a que entrara y cerró la puerta doble, con cristal que tenía pinta de valer mucho dinero y se cruzó de brazos frente a ella- Tengo una pista y se quién es el que entró a asesinar a la mujer, lo único que tengo que hacer es buscar alguna pista de su conexión con el Sr…-dijo intentando recabar la información del hombre, que con sumo gusto había olvidado- Bueno da igual, de tu cliente. Necesito que te mantengas con el perfil bajo, nada de trabajo, nada de andar sola, nada de ponerte en peligro- intentó resumir- ¿Podrás hacer eso hasta que resuelva este problema de riesgo laboral?- inquirió quizás con un tono algo sarcástico y poco medido, ya que el hablar del trabajo de Nina era un tabú para él. Cada vez que la palabra Cortesana, que no prostituta, pasaba por su cabeza, se imaginaba su cuerpo desnudo, demandado y terriblemente adictivo, como su olor, en manos de hombres que pagaban por ello. Por la lujuria de una noche o el calentón propio de la virilidad. Les odiaba, les tenía rencor a ellos por desearla, y a ella por dejarse seducir.

No como él, que la deseaba de verdad, más allá de lo comprensible o lo tangible. Más allá de lo racional y lo romántico, el sentía en su interior que era ella la única persona en despertar las ganas de compartir y luchar en vida, juntos. Más allá de su licantropía, mucho más lejos de París o del mundo. El lobo feroz la amaba en silencio, sin comprenderlo, sin esperárselo y tremendamente desdichado. Pues todos los hombres que la deseaban la tenían, y el que la amaba de verdad no. ¿Qué iba a decirle? Si era improbable que le creyera, ni si quiera él tenía en orden sus sentimientos, pero diantres, sabía lo que quería.
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Mensaje por Nina Petrova Lun Oct 26, 2015 7:39 am

La presencia de lobo llenaba la sala en toda su extensión, el olor de la misma no se asemejaba al que Nina recordaba. Olía a hombre, a bestia. La cortesana llevaba suficientes años dedicándose a conocer los deseos de los hombres como para comprender lo que pasaba por la mente de Arno cuando la vio aparecer, sin embargo su fuerza de voluntad parecía doblegar al animal que todos los varones acarreaban en su interior. Descubrir que le importaba a alguien era para ella un sentimiento nuevo, demasiado bueno como para dejar que se quebrara, bastante en riesgo lo había puesto al dejar al descubierto si identidad y no volvería a hacerlo peligrar, aunque eso le costara sus propias lágrimas. Ciertamente le molestó que Arno se auto invitara a dormir en su casa, nadie jamás se había hospedado allí pues gustaba de pasar el tiempo a solas en su casa, esa vivienda era el único lugar en todo París en que se sentía segura y en calma. Hacía tiempo había llegado a atender allí a algún cliente pero decidió acabar con ello pues en nada la beneficiaba recibir varones en su hogar, levantaría sospechas y rompería la armonía que había conseguido crear. Por ello ahora tan sólo acudía a las citas en la misma casa de sus clientes, como había sido el caso esa noche, o a hoteles en los que era citada en una suite. Aun valorando lo bueno o malo que sería tener a Arno bajo su techo asintió ante sus palabras mirando a Marie, ella conocía mejor que nadie a Nina, no significando eso que poseyera mucha más información que el lobo. El ama de llaves se había presentado en su casa pidiendo ayuda a los pocos días de la cortesana llegar a París, cuando aún no se había hecho un hueco en la sociedad y tan solo disponía de sus ahorros para salir adelante; no obstante la rubia cuidó de la mujer asegurándola un plato de comida caliente que llevarse a la boca cuando así lo necesitara. Sabía lo que era no tener nada ni a nadie a lo que recurrir, verse en la calle y pasar hambre, se juró en aquellos años que ayudaría a quien acudiera a ella no importaba su condición. Así fue como se forjó una relación íntima entre ellas, casi familiar en la que cuidaban la una de la otra en todos los aspectos posibles. A Marie nunca le gustó el trabajo de Nina pero jamás lo juzgó ni mencionó nada al respecto, sabía que eso era lo que mantenía todos sus privilegios, que el sacrificio de la joven era lo que alimentaba a toda la casa y el buen corazón de la cortesana no pasaba inadvertido ante nadie que la conociera a fondo.

Dejó que Arno acompañara a la mujer a lo que sería temporalmente su habitación, sabía el motivo por el que Marie le había puesto en la planta baja y no pudo evitar reír por lo bajo. ”Está enamorado de usted señorita.” le había dicho mientras preparaba el baño para ella en su alcoba, y quizás tuviera razón. La manera en que notaba las miradas furtivas del lobo no las había recibido nunca. Era buena conocedora del deseo y la tentación, una experta en el coqueteo y generar una necesidad insaciable de ella y su cuerpo, sin embargo no lo era del amor. No había amado y así lo prefería, el amor convertía los matrimonios en jaulas, jaulas de las que los maridos querían escapar y eso bien lo sabía. Prefería ser el cervatillo al que querían dar caza que el perro dócil que les esperaba en casa. Era demasiado independiente, demasiado volátil como para entregar su alma a nadie pues eso era lo más preciado que tenía. Su alma. El ama de llaves consciente de lo que Arno sentía, le había facilitado la habitación más lejana a la de la señorita de la casa temiendo lo que pudiera surgir entre ambos. Con cautela, la rubia asomó la cabeza por el lateral del marco de la puerta para comprobar que al menos todo estaba como debía, no era la habitación más lujosa de la casa ni mucho menos pero la cama era cómoda y había espacio para que pudiera estar allí sin sentirse enclaustrado, el pequeño escritorio le sería útil si debía tomar notas o escribir sus hipótesis… por lo que cuando regresó al salón se sintió satisfecha con el trabajo de Marie.

Las palabras de Arno, aunque no supo por qué, amedrentaron su corazón. Siempre había escuchado decir que esa era una de las frases que más aterraban a las parejas y por un momento se sintió así, en medio de una relación. Fijó sus ojos azules en los ajenos toda la atención posible, y abrió la boca para protestar ante tal idea. Era descabellado que no pudiera trabajar, bastante era para ella aceptar su presencia –aunque fuera por su bien- como para tener que dejar el trabajo que le daba de comer a ella y a quien vivía con ella. - No puedo estar sin trabajar, necesito el dinero para mantener esto - señaló a su alrededor, aunque no se refería sólo a lo material sino a sus empleados y a sí misma. Ignoró deliberadamente el comentario de mal gusto del lobo pues pensó en las palabras de Marie y si eran ciertas eso sería lo que movería a Arno a actuar de esa manera tan poco caballerosa. - No trabajaré esta semana, si no ha sido resuelto el caso pasados siete días volveremos a hablar - de esa manera ella cedía pero era posible que él también tuviera que hacerlo, pues en una semana era bastante poco probable que el asesino estuviera en prisión. Así se aseguraba también de que trabajaría al cien por cien de sus capacidades para evitarla el peligro al que se expondría al salir a la calle con él suelto.

Entonces se pudo fijar en sus ojos, nunca hasta entonces lo había hecho realmente. Percibió en ellos un dolor que hizo que se encogieran sus entrañas, no solo la miraba, era como si buscara más allá de sus orbes azules, como si quisiera entender el comportamiento que se escondía en su interior. - Dime que no es cierto Arno - el temor estaba implícito en esa súplica, le aterraba la respuesta del lobo, pero de una manera en que se dio cuenta ella misma de algo, le daba miedo cualquier respuesta que la diera. No deseaba oír que la amaba de la misma manera en que lo deseaba.  Estaban malditos. No dio tiempo a que este reaccionara o contestara a nada, las manos de Nina volaron hacia el rostro de Arno atrayéndole hacia ella, no pensó en lo que hacía ni en las consecuencias, necesitaba sentirle contra su cuerpo, necesitaba besarle y dejarse llevar por él y sus manos. Le deseaba. Los labios se juntaron casi chocando contra él bebiendo de su boca y jadeando entre besos mientras sus cuerpos se pegaban como si hubieran sido creados para estar juntos. Quizás el peor error que podían cometer pero también la única vez que Nina había sentido en su piel la necesidad de tocar a alguien, de dejarse llevar y disfrutar de la intimidad de dos cuerpos que clamaban el uno por el otro.
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Mensaje por Arno V. Dorian Mar Oct 27, 2015 3:48 am

El precipicio a la perdición estaba en los ojos de Arno que miraron a los de Nina con una expresión acongojada. No se podía creer que sus sentimientos fueran tan evidentes, ni que la gente de fuera, como Marié, pudieran poner nombre a sentimientos que ni si quiera sabía ponerles nombre, era totalmente inexperto en ese problema como como siempre, los gestos y la mímica hablaban más por el que las palabras que no había dicho nunca.

Cuando la pregunta retórica, que más que una pregunta fue una sentencia inquisitiva por parte de los labios de Nina. No le dio tiempo a ordenar ni sus sentimientos, ni sus palabras, no le dio tiempo a nada. Cuando notó de nuevo a cámara lenta, cuando las yemas de los dedos de Nina se deslizaron por la barba ajena sintió que desfallecía. Los ojos de ambos a medio camino se iban cerrando para concentrar todos sus sentidos en aquel beso. Arno contuvo la respiración al notar que ella era la asesina, la que había decidido matarles a ambos, tan egoísta como él por precipitarlos al vacío, lleno de aquellos besos, en aquel universo paralelo en el que no existe el tiempo, ni el oxígeno, ni la gravedad. Tan egoísta como él. Que no rechazo su beso, sino que lo deseaba fervientemente, desde hacía tanto tiempo. Sentir el vacío y recoger aquel alivio de dejarse llevar por una vez en la vida y que el peso del mundo, del mundo cruel en el que habitaban, les concediera ese momento.

Arno cerró los ojos, sintiendo una fuerza en su interior que no conocía, ni esperaba. Sus cejas estaban rectas, su mandíbula se abría y marcaba para buscar la lengua ajena. Era más consciente de su cuerpo de su potencia, cuando sus manos firmes se deslizaron por los hombros ajenos, como si fuera la fuerza de una cascada y su vestido el agua. La rodeó contra él, tomándola de la cintura y no dejó que corriera ni un centímetro de aire entre sus cuerpos, casi con sus manos podía arañar y marcar su piel, como si el instinto bestial de su interior, la fiera doblegara su espíritu racional. Siguió su beso con fervor, hasta que se detuvieron para coger aliento, cuando Arno, rompió su ropa interior con las manos, las hizo trizas y tan solo se escuchó el crujir del tejido y el jadeo del lobo al precipitarse sobre su presa, indefensa y desnuda.  

Cayó de rodillas, a sus pies, besando cada trozo de carne que se encontraba a su paso, entre veneración respeto, por lo femenino, por lo sagrado. Descubría que olía tan bien en su cuerpo, cada vez más fuerte y apetitosa, hasta el punto de no poder contener la saliva de su lengua, pues estaba sediento de aquella luna, de aullar y de que brillara solo para él. La empujó contra el sofá acolchado, la dejó caer mientras él de rodillas posaba sus manos, que casi cubrían el vientre de ella, acariciaba su pecho, sabiendo que era perfecto, como se lo imaginó siempre. Sus pezones reaccionaron al contacto cálido y los labios de Arno se sumaron a ese asalto a su cuerpo.
Armado de valor y fiereza, como siempre, sus manos, aunque inexpertas en ese campo de batalla sabían donde buscar y que hacer, el instinto era su mejor amigo en aquel momento y no dudó en confiar. Notaba como le excitaba, aunque eso no era difícil, pues solo el aroma de su piel, era capaz de ponerle duro. Eso ya lo había comprobado antes. Se lanzó hambriento y devoró , como el gran lobo feroz, todo el manjar que se le presentaba. Besó sus muslos, sus piernas, sus pies. Sus pechos, en los que se entretuvo y se colocó frente a su boca para volver a besarla. Mientras la acomodaba en el sofá, él se acomodaba sobre ella dispuesto a penetrarla, por primera vez. A ella. Y por primera vez como hombre, quizás era muy tardío pero el sexo fue algo transcendental para alguien como él. Más perdido en el mundo salvaje que en el terrenal, su hocico parecía tener contacto directo con sus deseos, y ahí estaba su mejor presa. Abriendose, húmeda y tan dispuesta para él. Apoyó la frente en la de ella y no espero más, entró descubriendo una de las sensaciones más placenteras de su vida y decidió quedarse dentro de ella.

Continuaron la escena sexual, enganchándose el uno en el otro. Buscando los labios ajenos. Hasta que el lobo decidió que aquella danza tan majestuosa no era, para nada lo que debía pasar. Apretó su mano alrededor de su cuello, y la penetró una y otra vez, rugiendo y enseñando los dientes, al borde de desplomarse sobre ella- Joder…- dijo mientras jadeaba y volcaba sus palabras en su piel, inaudibles y carentes de sentido, tan solo placer- Te necesito-  dijo junto a su boca, que se entrecortaba con el acercamiento provocado por el choque de ambos cuerpos.

¿Sería para ella lo mismo? Acostumbrada a que la tuvieran los hombres cuando quisieran, como quisieran¿Qué había de nuevo en esto para ella? Las palabras eran rechazadas por la placentera sensación de Arno, que no quería despegarse de ella, pues su aroma no termina de tatuarse en la suya, siendo el estigma más fuerte de aquel pecado que les acompañaría toda su vida. Toda su existencia y probablemente, aunque no lo supiera, la desdicha.
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Mensaje por Nina Petrova Mar Oct 27, 2015 7:33 am

Ambos se habían coronado como los egoístas protagonistas de aquella historia. Ninguno de los dos podía resistirse a la atracción por el otro y eso era lo que había desembocado en ese choque de titanes. El deseo era casi palpable entre ambos cuerpos, pero Nina podría haberse pasado el resto de la tarde simplemente abrazada a él, besándose como si no hubiera mañana por venir, pues lo que sentía junto a él era más que un simple arranque de lujuria. Pero el lobo parecía tener otros planes, o más bien no parecía tener ninguno. El hombre calmado y silencioso que era, se estaba convirtiendo en animal que llevaba consigo, por primera vez desde que le conoció adivinó en él su verdadero instinto para con ella. No se trataba de proteger a un testigo de asesinato, a una mujer por mero miedo de perder una persona más en el caso, lo que Arno quería era protegerla a ella, sacarla de ese mundo en el que se encontraba inmersa y hacer que se quedara a su lado. La ropa hecha jirones cubrió los pies de la joven que por primera vez sentía cierto pudor al mostrarse para él, siempre había considerado su cuerpo como el mejor arma para conseguir lo que quería, pero con Arno todo era diferente; no se sentía poderosa frente a él sino indefensa y frágil. El corazón de Nina pareció detenerse por la devoción con que el lobo atendía casa rincón de su cuerpo, usaba la fuerza justa con sus zarpas dejando claro que deseaba saborear su cuero, que deseaba poseerla a ella y no podía negarse a él, ya no. Repartió besos y caricias de igual manera, aprovechando la posición en la que se encontraban para pasar las manos por esa espalda que suplicaba ser arañada y mordida, era increíble que Arno tenía en ella… estaba consiguiendo lo que ningún hombre hasta entonces tuvo, el deseo de la cortesana sin intención de cobrarle nada. Era ella quien había buscado el cuerpo de Arno y no al contrario. La inexperiencia de Arno era evidente para Nina, demasiados años trabajando con sexo como para no darse cuenta de que esa no era una de sus actividades principales, pero lejos de defraudarla o apenarla, fue una grata sorpresa para ella. El lobo era el polo opuesto a lo que ella representaba y hasta en ello se compenetraban bien. No la costó guiarle y el mero instinto de él hizo el resto del trabajo. La manera en que se abrió camino en su interior obligó a Nina a guardar silencio, pareciera que para él ese simple gesto fuera como abrirle las puertas a todo lo que hubo soñado. En cuanto tuvo acceso a sus labios atacó directa de nuevo enternecida por todo en él. Parecía que era el hombre con quien haría todas sus primeras veces, y es que esa era la primera vez que Nina hacía el amor.

El lobo, el que ya era su lobo estaba a punto de llegar al orgasmo y la delicadeza no tenía ya cabida en su manera de actuar con ella, la fuerza bruta se adueñó del cuerpo masculino obligando a la joven que permanecer quita bajo él soportando su peso y embestidas. La dureza de Arno era notable y los golpes en su interior sumado al roce que su cuerpo ejercía sobre el clítoris forzaban el orgasmo de Nina que sería incluso antes que el final del lobo. La sensación de placer fue en aumento naciendo en su centro y extendiéndose poco a poco por el resto de su cuerpo, notaba la garganta seca y la respiración entrecortada, los jadeos de Arno no hacían sino excitarla y el roce continuo en su zona más sensible se le antojaba incluso angustioso. La explosión no se hizo esperar y el orgasmo sacudió su cuerpo de una manera implacable. Las manos de la rubia se aferraron a la espalda de Arno que a pesar de ello seguía moviéndose en su interior, teniendo por tanto que notar las contracciones de su interior sobre su miembro. Sin tardar el cuerpo del moreno se curvó descargando en ella con la misma fuerza con que la había tomado. Los cuerpos de ambos yacían ahora relajados, con la sensación de plenitud y placer de haber recibo un grandioso orgasmo. Nina, bajo él, se dedicó a acariciar la espalda por completo con las uñas mientras se relajaba con los ojos cerrados. Arno aún permanecía anclado en su interior y no parecía tener ganas ni fuerza para abandonar su nuevo sitio favorito. La costumbre, en cambio, era temible y Nina estaba acostumbrada a darse un baño después de casa encuentro por lo que, pasado un tiempo, se revolvió bajo él para que liberara su cuerpo. No sería ella quien comenzara una charla sobre qué significaba ese momento, había sido demasiado especial como para destrozarlo todo volviendo a la realidad. Al menos ese día le disfrutaría, se daría ese pequeño placer personal de ser egoísta, de fingir ser una mujer libre sin unas cargas que alejarían al más aguerrido de los hombres. Negarse a ella misma la realidad era algo que hasta entonces no había intentado, tampoco había tenido necesidad de ello, pero… ¿saber qué se siente caminando de la mano con alguien? Debía ser delicioso.

Sin perder tiempo corrió escaleras arriba para volver a adecentarse, quería estar hermosa, ¡más que nunca! Las mejillas aún sonrojadas y la sonrisa que no se retiraba de sus labios dejaron claro a Marie lo que acababa de ocurrir en el salón y lo que empezaba a suceder en el pecho de su querida niña. Temía por ella y se reflejaba en la expresión de su rostro pero la actividad de Nina era imparable, así como sus ganas de volver a reunirse con Arno, que supuso estaría haciendo lo mismo de ella. ¡Nada le importaba! Podría haber estallado en carcajadas de pura felicidad y sin embargo ahí estaba frente al espejo una vez más, haciendo que recogieran su pelo, que la maquillaran y arreglaran para él. Se asomó a la puerta del improvisado cuarto de Arno y sonrió al ver que parecía que supiera que llegaba, pues estaba sentado en la cama mirando ya hacia la puerta. - Demos un paseo - pidió extendiendo la mano hacia él con una sonrisa a la que nadie podría negarse.
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Mensaje por Arno V. Dorian Miér Oct 28, 2015 7:45 am

La atmósfera parecía haberse cargado de un silencio impertinente, un silencio que hacía pitar los oídos a cualquiera aunque Nina decidiera marcharse a asearse. La piel de Arno estaba maldita, olía como olía Nina, ese olor incansable y que no podía ocultarse bajo ningún velo perfumado, ni por muchos ropajes que se pusiera encima.

Su ánimo estaba en pleno esplendor, Arno sonrió mientras escuchaba subir las escaleras a Nina, no esperaba que la primera vez con una mujer sería así. Sintió que había estado perdiendo su tiempo, ocupando su mente con la cultura y poco en los placeres de afrodita. Se levantó de la sala y se dirigió a la habitación improvisada que había preparado Marié para él. El colchón parecía cómodo, tenía una pila de agua, jarra y bandeja de madera llenas de vino y agua y el pequeño escritorio para que pudiera escribir o hacer sus conjeturas o deducciones. Estiró sus músculos, su espalda aún tenía tatuadas las uñas de Nina en la espalda. Y se acomodó la ropa que solía llevar siempre. El abrigo azul característico, el cinto de espada, como solían llevar los nobles de la época y el cinturón con el mosquete o la espada, en el caso de Arno, no solía llevar ninguno, la peor arma que poseía era la fuerza bruta, el olfato como arma acusadora y la lengua tan afilada como la mejor de las espadas.

Se terminó de vestir, después de acicalarse y asearse aquel sudor de lujuria que se deslizaba por cada parte de su cuerpo, descubrió a Nina tan impecable como siempre. Casí resultaba embriagadora o incluso poética, como Afrodita. Con la gracilidad y delicadeza casi oculta en los gestos de aquella mujer le ofreció su mano y un paseo por París. Arno aceptó aquella invitación, seguramente aceptaría cualquier ofrecimiento que saliera de su boca. La atención y las ganas de pasar más tiempo con ella reconcomía el interior de Arno. Como si fuera un adolescente enamorado, no como un postulante a la mano de una joven, sino al amor de verdad. Aquella ilusión que cegaba a cualquiera de los hombres, que acaparaba la atención en las novelas y robaba los supiros de las mujeres. Ese tipo de amor es el que Arno, en primera instancia, creía tener con Nina.

Salieron a la calle y el cielo estaba ya oscuro, como el vacío. Como el iris insaciable o el maquillaje del rostro, tan sutil como elegante. Arno iba callado, ofreciendo su brazo como apoyo y disfrutando de todo a su alrededor, no será un día que olvidara fácilmente. Llegaron a un puesto ambulante de dulces, olía a caramelo desde lejos, pero Arno decidió tener un detalle con ella- ¿Te apetece una manzana de caramelo?- le dijo mientras sus pasos les guiaban a ambos aquel dulce manjar. Pidió una para él y otra para ella y después continuaron su camino por la acera, donde la gente empezaba a dedicarse al ocio y no al trabajo. Normalmente se hacía después de la cena, es cuando el alma de parís se despertaba pero ellos llevaban despierto o más bien embrujados y engañados toda la noche.

Pensaba que podría llegar a acostumbrarse a ese tipo de relación, a estar con esa mujer, después de varios intentos de comer la manzana de caramelo, sin mancharse, lo cual resultó sin éxito. La mano de Arno buscó el contacto de la de Nina, entrelazando sus dedos- Yo… no se que me pasa. Es la primera vez que hago esto- dijo con una sonrisa tímida y achinando los ojos ligeramente, como solía pasarle- El estar paseando con alguien, no pasear por el bosque… yo paso mucho tiempo en el bosque, ya sabes….-ahora estaba nervioso. ¿qué le pasa al lobo feroz?¿había agachado las ojeras y tenía el rabo entre las piernas? Lo cierto era que caperucita había llegado tan rápido a un destino equivocado. Se había ido por la dirección incorrecta llegando al corazón del lobo. Haciéndole sentir indefenso y feliz y no siempre gruñón. Como solía estar.

Aborrecía el mundo en general, aborrecía a la gente, las multitudes, aborrecía la hipocresía la falta de integridad moral y sobre todo aborrecía la crueldad del mundo. La cual parecía haberse cebado siempre con Nina o con él- Quizás no quieras contestar…-dijo llevándola hasta un banco, sepultado entre las hojas de un sauce llorón- ¿Qué lleva a una mujer como tu a venderse por dinero…?- dijo posando ahora sus manos en las rodillas expectante por la respuesta- Eres el tipo de mujer que tiene fuerza suficiente para vivir de algo productivo, de algo que deje un legado al mundo. No para algo que denigra a la mujer…- susurró esperando que no se lo tomara como una falta de respeto. Ni un ataque hacia su persona, sino un ataque hacia su trabajo, el cual Arno desaprobaba públicamente y en muchas ocasiones.
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Mensaje por Nina Petrova Miér Oct 28, 2015 12:19 pm

 Qué sensación de libertad. Tomarse un respiro en su vida es lo que necesitaba y cada paso que daba junto a Arno más se percataba de ello. La presencia del lobo junto a ella la relajaba, conseguía que la mujer, la mujer real y no la cortesana, disfrutara de la vida y todos sus placeres. No había sido consciente de lo maravilloso que podía llegar a ser tener a alguien como él en su vida, el apoyo de alguien incondicional más allá de amistades como pudiera ser la de Marie. Sin darse cuenta se mantenían continuamente en contacto, parecía incluso que les resultaba doloroso no estar pegados el uno al otro en alguna manera; cuando no se cogían de la mano, Nina pasaba el brazo por el que él le ofrecía. Para ambos esa era una situación completamente nueva, para él porque nunca había estado con una mujer y para ella porque nunca había sentido nada romántico por nadie. Eran dos adultos jugando a ser adolescentes. No era muy aficionada a las manzanas de caramelo, prefería el chocolate claramente, pero consciente de lo importante que era ese gesto viniendo del lobo, asintió con una sonrisa. Era peculiar la diferencia abismal, con que se percibían las cosas cuando uno se enamoraba. En más nimio de los detalles parecía un mundo, la felicidad llegaba por cualquier lado y todo parecía de un color diferente, incluso disfrutó comiendo esa condenada manzana que en otro caso ni se hubiera planteado comer. Estalló en risas al ver la cara de Arno completamente manchada por el caramelo y se dedicó a limpiarle con mimo. Atendiendo a las palabras de Arno resurgió el miedo en ella, no quería hablar de ellos, de lo que sentían, ni de su trabajo, tan solo quería disfrutar esa noche como si fuera la última porque… realmente lo era. Ambos estaban enamorándose y los sentimientos estaban a flor de piel. Arno, algo más torpe que Nina para expresarse, no tenía filtro y parecía que el lobo intentaba declararse de alguna manera. Lo único que se ocurrió a la cortesana fue sellar los labios ajenos con un beso, de verdad que necesitaba olvidar todo esa noche, pero empezaba a entender que él quería lo contrario. Para él eso no era un descanso de su vida, era lo que creía el principio de otra fase y acabaría destrozado a la mañana siguiente.

Con cuidado de no estropearse el vestido, tomó asiento en aquel banco aislado de los transeúntes que Arno había encontrado para ellos. Y ahí estaba de nuevo el lobo ávido de respuestas. Soltó Nina todo el aire que tenía en los pulmones incapaz de sobrellevar más la situación. - No te va a gustar nada de lo que voy a decir - anunció totalmente consciente de que la verdad le alejaría de ella y acabaría la noche, al menos tal y como la había imaginado. - Mi vida empezó cuando una madame me rescató de la calle en Rusia, hasta ese momento nadie nunca se había acercado a darme un trozo de pan o una manta - comenzó. Ese era el relato de su vida, el que tan solo conocía su ama de llaves y se había jurado no contar a nadie jamás. Se ahorró la parte del orfanato y cómo escapó de allí pues según su criterio esos datos carecían de interés en ese momento. - Fue en el burdel en donde empecé a vivir, donde comprendí que como mujer tenía un poder - el dolor en los ojos de Arno iba en aumento pero tampoco hizo nada por detenerla por lo que continuó el relato. - Como podrás imaginarte por mi estatus actual, la posición de mis clientes mejoraba considerablemente y poco a poco fui ascendiendo en la escala jerárquica del burdel - suspiró con pesadez. - Pero acabé por cansarme, necesitaba irme de Rusia y Francia me pareció el mejor destino posible - no hacía falta que dijera el motivo, la cantidad de burdeles era infinita y era conocida la tendencia infiel de los hombres en dicho país. - Soy así desde pequeña, yo soy lo que ves. Trabajo con mi cuerpo y me lucro de ello. Ellos consiguen placer y yo dinero - para ella no era un trabajo sucio como lo veía él, sino como un intercambio de necesidades entre dos personas. Hasta el asesinato de la mujer que investigaba Arno, nada tan atroz le había sucedido en todos los años que llevaba dedicándose a la prostitución.

Nada de lo que había dicho era lo que Arno esperaba escuchar, se apostaba la cabeza a que deseaba con todo su ser que admitiera que su trabajo no estaba a la altura de una mujer como ella, pero ¿qué tenía ella de especial que le impidiera ejercer con dignidad la prostitución? - Se que no puedes vivir con esto, soy consciente y créeme que lo entiendo - tomó las manos de Arno a riesgo de que se las retirara y entrelazó los dedos con él. - No te enfades conmigo por lo de hoy por favor, no te pido más que eso… - se sentía desquebrajarse por dentro, eso era una despedida y no esperaba tener que pasarla hasta la mañana siguiente. - Antes de que lo hagas, no preguntes qué es lo que siento porque eso no importa aquí. - Hasta ahí llegaba la respuesta, la explicación que Arno había pedido e incluso más. Tenía ahora diferentes caminos que tomar, enfadarse con ella al sentirse utilizado, huir de ella y todo lo que representaba, pedirla que no siguiera ese rumbo… Las incógnitas para ellos era más de las que se podían enumerar pero Nina estaba segura de algo y es que no se merecía el amor de alguien como Arno. El lobo necesitaba a alguien que se entregara a él de la misma manera en que él lo hacía, y por mucho que pudiera llegar a amarle… nunca sería solo suya. Los celos consumirían al hombre y enloquecerían al lobo. No iba a permitir que eso pasara. Antes de que pudiera contestar o incluso reaccionar, lo atrajo hacia ella posiblemente para besarle por última vez. Memorizando lo que se sentía al besar con ganas reales, lo que era entregarle el alma a alguien. Le pertenecía a él, siempre sería suya pero no podía llegar a saberlo nunca.
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Mensaje por Arno V. Dorian Lun Nov 09, 2015 12:08 pm

Jamás imaginó que las palabras podrían ser saetas tan candentes que podrían perforar y al mismo tiempo, destruir un corazón latente y feroz como el suyo. Pero hizo mal al no prever aquella posible explicación sobre el origen de Nina. A medida que hablaba, la ira de feroz iba en aumento, de hecho su respiración era audible a un par de metros de distancia. El sudor frío cubría su espalda con un escalofrío digno de mención al igual que el tono desesperado de Nina por no separarse de él. El lobo en su interior escuchaba atónito aquel despliegue de justificaciones sobre uno de los peores y más denigrantes trabajos que existía para la mujer. Sin duda aquello era uno de los grabes problemas que sucedían en el momento, puesto que la mujer estaba considerada como una menor de edad a ojos de la ley y por supuesto, era culpa suya ser portadoras de enfermedades venéreas o contagiosas y eran reprendidas y castigadas por ello. Pero nada más lejos de la realidad, los culpables y portadores eran los hombres y aquella plaga de enfermedades, por el oficio tan ruin de esas mujeres, empezaba a diezmar la población. Motivo por el que muchas mujeres acomodadas de buena familia, como habría sido la mujer de Maurice recriminarían a una mujer como Nina la culpa de la desdicha de su familia.

Por un lado el lobo se mostraba impasible dominado por los celos de saber que a la mujer que atesoraba y anhelaba de una forma enfermiza, era tocada y tomada por cualquier que tuviera una fajo de francos en el bolsillo. Pero por otro lado, el Arno razonable, el cual solía tener un conflicto interno con feroz, pensaba que la culpa de esa situación no era de Nina, sino de todos los demás. Era culpa de un hombre que necesitaba pagar por conseguir el amor de una mujer. Era culpa de otras mujeres por no dar un trabajo digno a esas mujeres o darles una segunda oportunidad, siendo condenadas a ir a un monasterio para ser monja de clausura o, como era el caso de Nina, a seguir haciendo eso por subsistir.  

Cerró los ojos consciente de todas las respuestas que su subconsciente decidió alojar en la punta de su lengua, tan afiladas como envenenadas. Pero también su raciocino y mantuvo el hocico cerrado por la prudencia y la incomprensión ante tal torbellino de emociones y sentimientos, que hasta ahora le eran totalmente desconocidos. Era la primera vez que había estado con una mujer, de forma física e íntima. Era la primera vez que una mujer nublaba sus sentidos hasta tener un control enfermizo, aunque inconsciente, de la persona de Nina. Y también era la primera vez que se detenía a hacer un análisis crítico sobre cómo Nina tenía que haber pasado aquello. Estaba claro que la teoría era una cosa, que debía trabajar diariamente, pero la práctica siempre era mucho más difícil.

¿Qué podía decirle a esa mujer de melena dorada y ojos tan azules como dos pocos de agua cristalina para un hombre sediento de mujer? No podía hacer nada. Porque ninguna de las soluciones plausibles en las que trabajaba su cerebro eran buenas para ambos. No podía decirle que dejara su trabajo que él la mantendría, porque sería un insulto, después de todo el camino recorrido por ella misma, como mujer independiente. Tampoco podía alabar aquel tipo de vida libertina y perjudicial para ella, tanto física como moralmente, no podía arriesgarse a que se considerara una prostituta barata o vulgar, porque él sabía que no lo era. Pero tampoco podía tragar su orgullo varonil y permitir que aquella mujer tuviera ese trabajo, incapaz de soportar la idea de imaginar cualquier mano posarse en su cuerpo y desearla como el la deseaba antes, ahora y, probablemente la seguiría deseando incansablemente.

No fue consciente del tiempo que pasó en silencio desde el que parecía un monólogo de Nina, cuyos ojos estaban más brillantes que antes, sus mejillas más sonrojadas y su voz aún más quebrada a medida que hablaba de sí misma. “Esto es lo que te mereces por enamorarte” se dijo así mismo, auto convenciéndose de que el error había sido de él por involucrarse sentimentalmente con una mujer que vendía su amor a los hombres.  Sintió el contacto de su mano, tan electrizante y suave como siempre. El menor movimiento hacía que el perfume de Nina se columpiara sutilmente por la zona acariciando el olfato ajeno y sacudiendo el corazón del lobo feroz. Recibió después los labios de Nina, tan carnosos como suaves y rosados, húmedos y dulces por el caramelo de la manzana que se habían comido y cerró los ojos descubriendo en su interior, como el lobo se había aproximado a enterrar sus sentimiento, pero el beso de Nina fue un torbellino arrollador por el que ni su subconsciente, ni su razón podían luchar. La recibió gustoso, tranquilo y con ganas, incluso podía decirse que con amor.  Cuando acabaron de besarse Arno que aún tenía cerrados los ojos apoyó la frente en la de Nina y se mordió el labio incapaz de soportar la aterradora verdad-No puedo estar sin ti- dijo en un susurro apenas apreciable, algo tan íntimo y privado como era esa declaración del lobo hacia la cortesana. Se separó y frotó las palmas de sus manos por las piernas, consciente de que parecía más nervioso de lo que realmente estaba, pero decidido miro a los ojos de Nina-Es una situación delicada. De hecho tu vida es delicada, Nina- tomó ahora sus manos con suavidad y se dedicó a acariciarlas durante unos segundos- He pensado que lo mejor para ambos sería, separarnos. Porque tu no renunciarías a tu forma de vida, ya que supondría todo lo contrario a reivindicar tu autosuficiencia como mujer y como adulta- explicó para que Nina supiera lo que su trabajo simbolizaba para él- Pero debes saber que ese trabajo, por mucho que pueda entenderlo así, para mí no simboliza lo mismo. Y ahora menos - hizo una mueca de pena con la boca, sujetando aún sus manos-Pero la aterradora verdad, es que no puedo estar sin ti. Te has vuelto alguien que está presente cada segundo en mi subconsciente y mis sentidos, los cuales no puedo ocultar. Y si soy capaz de entender y comprender lo que eso significa para mí, si sientes lo mismo que siento yo- dijo no estando muy seguro de que quisiera oír la respuesta ajena, porque de ser negativa arroyaría al joven lobo de un mazacote y le sucumbiría en una espiral de autodestrucción. – Si queremos que esto funcione…- alargó ahora su mano diestra a la mejilla de ella, acariciándolo con delicadeza- Tendremos que poner de nuestra parte los dos, no te digo que dejes de lado tu trabajo. Pero sí que lo reduzcas, para pasar tiempo conmigo. No te faltará de nada, ni perderás dinero, ni tiempo. Tan solo te pido que vengas a mí- le dijo con el corazón tan encogido como sus palabras- Pero de la misma forma, que tú tienes tu naturaleza autosuficiente, yo tengo una salvaje e indomable cuyos instintos primarios no puedo controlar, así que no puedo ser completamente responsable de mis estados de ánimo, emociones…frente al hecho, de que mi naturaleza es territorial, y desde el punto de vista animal, eres la hembra a la que yo he escogido, respetando quién eres. Siempre y cuando tú me respetes a mí y los demás lo hagan de igual manera- intentó explicar en esta última frase, que sus celos eran salvajes e incontrolables y su temperamento era aún más volátil, por eso intentó dejar las cosas claras con Nina en caso de querer seguir adelante con aquello que ambos tenían. Le estaba ofreciendo un puente, entre dos mundos diferentes, en el que ellos podían encontrarse, siempre y cuando Nina quisiera.

El lobo había apostado por ellos, se había doblegado a la voluntad del amor, se había postrado y agachado las orejas frente a esa hembra que ambicionaba con todo su ser de macho alfa, de hombre indomable y salvaje. Pero los ojos del humano, imploraban que Nina accediera a estar junto a él, a visitarle y dedicarle el tiempo que no necesitara y él se ocuparía de invertir y atesorar cada momento, para después, ambos dedicarse a su trabajo. Él de meter las narices, donde le llamaban, orientar y juzgar a las personas como detective asesor que era. Y ella el de permitir que quien pudiera económicamente dejara meter las narices, donde el lobo no quería permitir que las metieran.
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Mensaje por Nina Petrova Dom Nov 22, 2015 6:42 am

Era capaz de salvarla y enterrarla al mismo tiempo. Esa sentencia de Arno había quitado una losa demasiado pesada de su pecho, pues si la odiara por lo que acababa de confesarle hubiera sido incapaz de decir algo semejante. Ni él podía estar sin ella ni ella sin él. Estaban malditos. Cada uno de los gestos del lobo dejaba claro lo que no sabía cómo expresar con palabras. Estaba nervioso y molesto con ella, o más bien con su vida; pero eso no impedía que los sentimientos afloraran. Nina sabía perfectamente lo que sentía por ella pero eso en otro caso y con otra persona no tenía por qué significar paz. Feroz estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por no alejarse de ella a pesar de sus sentimientos, o mejor dicho gracias a ellos. La manera en que la tocaba y se dirigía a ella denotaba un amor incondicional que además habían sellado minutos atrás en su casa. A pesar de que su idea inicial fuera separarse de ella estaba explicando perfectamente los motivos por los que no podrían llevarlo a cabo. Se hacía pequeña a medida que Arno tomaba el control de la situación, parecía tan sencillo para él hablar de sentimientos y dependencia…

Le envidiaba. Él era libre, libre de hacer lo que quisiera y cuando quisiera, de poder sentir sin que eso le perjudicase… ¿cómo iba a soportar ella su trabajo si se pasaba las horas pensando en él? Era consciente de que si aceptaba ese acuerdo antes o después sería incapaz de dedicarse a la prostitución. Como siempre le dijo su primera madame, el amor lo complica todo. Nina ya sentía cosas por el lobo y si esa relación avanzaba… acabaría por dejar el trabajo. Las dudas llenaron su mente, eso había sido su vida desde que tenía uso de razón, ¿qué haría después? Sin embargo, no podía denegarle esa oferta, ese pacto. El sentimiento era evidente e incluso se podía aventurar a decir que ella ya le amaba. -Creo que incluso eso nos puede destruir, pero no voy a negarme a poder vivir esos momentos contigo- las cosas estaban claras ahora. Le pertenecía en cuerpo y alma pero los ratos que estuviera trabajando él no haría por evitarlo y ella reduciría sus citas para compartir tiempo con él.

No podía ni quería ya negarse a su relación con Arno. Lo que empezó como una amistad un tanto particular y había avanzado hacia un drama innecesario, se tornaba ahora una especie de relación de noviazgo en la que ambos deberían dejarse la piel para no salir aún más heridos. Tan nuevo para ambos como necesario. Hasta ese momento, Nina nunca se había planteado siquiera la idea de dedicar menos tiempo al negocio, menos aún dejarlo definitivamente. Ahora las sensaciones se arremolinaban en su interior. No quiso centrarse en nada más que en el hombre que tenía de pie frente a ella. Él y sólo él había sido capaz de arañar lo suficiente en la superficie como para conocer el interior de la muchacha y ahora que estaba expuesta por primera vez era también la primera que se comenzaba a sentir completa. Todo lo que había entendido por vida hasta ahora, parecía no ser más que un boceto de lo que en realidad esta le podía deparar. Nadie le parecía más perfecto para ella que Arno y por tanto no iba a dejarlo escapar. -¿Podemos ir a tu casa?- tenía mejores planes con él ahora mismo que estar paseando por París. Necesitaba sentirle como había hecho antes, estar los dos solos sin la presencia de nadie más y eso solo lo podían conseguir allí. Con la ayuda de Arno bajó del banco y ambos emprendieron la marcha hacia las afueras de París. El bosque rodeaba la casa del lobo completamente, de hecho era bastante difícil si no se sabía dónde estaba, encontrarla entre los árboles. Durante todo el trayecto las manos de ambas permanecieron unidas, casi parecía que les daba miedo soltarse por si no conseguían esa paz de nuevo. Los besos y las caricias fueron constantes en su paseo, ninguno de los dos podría haber estado más feliz en aquel momento.

Nina ya conocía la distribución de la casa por lo que fue directa a la habitación a dejar el abrigo y así reunirse con Arno en la planta baja. No tardó Lobo en regresar corriendo del exterior para darles la bienvenida, primero a Arno y luego a la rubia que tuvo que agacharse para evitar los saltos del perro. -¿Te estás portando bien?- la pregunta al animal tuvo como respuesta unos cuantos lametazos y ladridos que fueron aminorando poco a poco. Podría llegar a acostumbrarse a esa vida, a la tranquilidad del bosque con Arno y el pequeño Lobo. Y era una idea que en silencio no descartaba del todo, prefería ir con pies de plomo y no lanzarse al vacío a la primera oportunidad. Ambos debían conocerse mucho más antes de plantearse dar otro paso fuera cual fuera. Arno ya la había dicho que los hijos no entraban en sus planes y eso en cierta medida la tranquilizaba pues no se consideraba una mujer muy maternal, pero ¿y si quería casarse algún día? Volvió la mirada al hombre que había tomado asiento delante de ella pero en el sofá y acabó por sentarse con él. -Me quedaré aquí el fin de semana si te parece bien…- dijo pasando las manos entre las de Arno buscando el calor que este le daba siempre.
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Mensaje por Arno V. Dorian Miér Dic 09, 2015 9:47 am

Se notaba que la casa de Arno estaba además de apartada bien entrada en el bosque, lejos de la civilización y donde la contaminación, y el olor mundano se disiparon y en cambio eran frescos y ricos. Solo el sonido del bosque era lo único que necesitaba y lo que le tranquilizaba. El depredador estaba lejos de poder hacer daño a cualquiera que se encontrara cerca de él, Lobo el pequeño lobezno que Nina encontró y que Arno adoptó les esperaba en casa rumiando un hueso de cérvido en el suelo. Cuando les vio llegar movió la cola en señal de felicidad.

Aquel lugar olía a madera quemada por la chimenea, restos de la última pieza que Arno había cazado en la cocina podía ser apreciable a cualquier nariz medianamente preparada, pero desde que había conocido a Nina había dejado algún ramillete de lavanda en la entrada, en un vano intento de que pareciera un toque femenino. El silencio era palpable en la casa hasta su llegada, rápidamente Arno encendió el fuego, cuando empezó a crujir la madera por el calor. Dejó agua hirviendo para servir té o alguna bebida reconfortante a Nina y mientras ella saludaba a Lobo, el gruñón recogía todas las cosas que se había olvidado de recoger- Puedes quedarte el tiempo que desees, siempre y cuando no te importe hacer algunas cosas- aunque se dirigió a ella con los ojos de cachorro, no estaba seguro de que Nina se lo pudiera tomar bien, así que intentó explicarse mejor- Me refiero a que vivo solo, incluso me ocupo de la compra y de las reparaciones…- se excusó- Incluso de la comida, siempre suelo cocinar lo que consigo en el lago o en el bosque- y de repente una idea disparatada se le pasó por la cabeza al quitarse el abrigo azul tan característico que llevaba- ¿Has ido alguna vez de pesca o de caza?- preguntó, porque aunque Nina pareciera la típica persona que recibía todo hecho, es cierto que su pasado distaba de ser fácil o de buena cuna y pasó hambre, por eso dedujo que era mejor preguntar que afirmar o dar por sentadas las cosas que no sabía- Mañana será un buen día para ir a pesar, puedo enseñarte y daremos un paseo por el bosque. Es bastante frondoso, pero es muy bonito. No te pasará nada conmigo- se giró con una sonrisa amplia que se veía a través de la barba dejaba- Nada se le escapa a esta nariz- dijo dándose golpecitos sobre el puente de ella- Así que creo que va a ser una experiencia buena para ti, estar en contacto con  la naturaleza y apreciar una buena pieza de caza- se acercó después a hasta ella, buscando el contacto que parecían necesitar ambos y la besó con la suavidad que no tenía ni para sentir, ni para expresarse. Todo aquello era nuevo para él y seguramente para ellos. Pero Arno tenía algo que muchas personas no tenían, sentido de la responsabilidad y decisión. Había decidido que Nina sería su hembra y además se responsabilizaba de la situación en la que se encontraba.

Acabó el día y como en otras ocasiones, despertaron juntos, entre sábanas y un rocío por las primeras luces de la mañana. Normalmente, Arno dormía en el sillón, sentado, siempre se le pasaban las horas pensando, leyendo o escribiendo. Perdido en sus pensamientos, pero cuando dormía con Nina era libre. Soñaba con ella después de haber estado en ella. De haberla hecho el amor, y el aroma de su sudor, de su perfume estaba impregnado en sus manos y en la estancia. Aquel olor de belladona que adormecía cualquier sentido a cualquier hombre de cualquier lugar. El deseo de Nina era un lenguaje mundial, que no entendía de países, de idiomas. Era un lenguaje que te impregnaba, sin ton ni son. Como un lecho de flores frescas, como una montaña de rosas rojas preparadas para hacer un perfume.

Arno remoloneó en la cama y dejó un beso en aquella preciosa mujer que dormía plácidamente entre el cabecero de madera oscura y las sábanas blancas mullidas. Buscó su ropa interior por la habitación y ropa abrigada y cómoda. Encendió el fuego de nuevo avivando las llamas para que subiera la temperatura y preparó el cubo de agua caliente para que Nina se lo echara en su baño. Escribió una nota con la pluma de ganso y se la dejó en la cocina.

“He salido a por leña, intentaré volver antes de que te despiertes. A. Dorian”

Tenía una firma muy característica, las consonantes se alargaban gráciles por el papel, de forma cursiva. Sonrió y cogió a Lobo para salir un poco más allá de la casa, donde había un tocón de madera para cortar en el los trozo.

Tenía acumulado ya un gran lote, mientras Lobo saltaba e intentaba jugar con las pequeñas lascas mientras ladraba. Arno sonreía y le cogió en brazos dispuesto a volver a la casa, sus manos olían a pino y era un olor que le gustaba particularmente. Cuando en ese momento, llegó un hombre a caballo, un hombre vestido de uniforme, sombrero y capa. Le entregó un sobre blanco sin remitente y con un sello de lacre que bien conocía. Lobo gruñó al caballo al verse en brazos de Arno, pero una vez le dejó en el suelo reculó y se dirigió hasta el porche de madera de la casa, donde acostumbraba a estar. Arno tomó la carta y se despidió del hombre a caballo.  Elevó la cabeza hacia la ventana y miró a Nina antes de dirigir su mirada otra vez a la carta dispuesto a abrirla y leerla. Era de Marié, decía que esa noche habían sufrido un asalto en la casa de Nina. La habían puesto patas arriba, la estaban buscando a incluso la amenazaron y golpearon. Maríe también explicaba que el hombre que entró era grande y corpulento, mayor. Vestía de negro como si fuera de luto, pero también decía que había amenazado con esperar en esa casa hasta que Nina regresara.

Una vez que lo leyó, dirigió la mirada hacia arriba, sabía que tenía que darle la noticia a Nina y sabía lo que eso implicaría. Lo primero que no aguardaría ni un solo instante a volver, la vida de Nina y Marié iban juntas de la mano. Después pensó que aquello era lo peor que podía hacer, eso acercaba a Nina al peligro de un hombre obsesionado con ella, así que tendrían que estar tranquilos y pensar una solución alternativa. Después debían cerciorarse si el hombre de quién hablaba la carta era el mismo Maurice y de ser así podrían condenarle por el homicidio de su esposa, por un crimen pasional. Había barajado todas las posibilidades, así era la mente de Arno. Un don y una maldición.

Cuando volvió en sí se acercó a la puerta donde se encontró con Nina y procedió a explicarle el contenido de la carta, al ver como la lectura de la carta hacía estragos en Nina Arno tuvo que actuar- Escúchame- mantuvo la distancia lo que menos necesitaba era contacto con alguien y menos con alguien que fuera a impedir que se moviera de esa casa- Si vuelves, te pondrás en peligro. El daño que han podido hacer a Marié y a tu casa será en vano. Tenemos que pensar bien cómo vamos a actuar. Y lo principal es tu seguridad y la de Marié. Todo lo que te hayan destrozado en la casa, todo puede ser repuesto. Correrá de mi bolsillo si así te quedas tranquila y eres capaz de mantenerte a salvo. Pero necesito tu templanza.
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Mensaje por Nina Petrova Lun Dic 14, 2015 9:49 am

Aquella casa se había convertido en su segundo hogar de París. No se sentía una extraña y eso era más de lo que podía decir de la totalidad de casas que había pisado desde su llegada. Las atenciones de Arno eran obvias, los toques de lavanda robaron una risa a la rubia que pasó al interior de la casa con Lobo. El pequeño reclamaba tanta atención como el que ahora se ocupaba de poner agua a hervir, eran tal para cual, dos desastres andantes con ganas de ser queridos. No podía evitar compararles entre sí y siempre que lo hacía acababa sonriendo. La mirada azul de la joven se alzó hasta encontrarse con la de Arno, lo cierto es que no era el mejor para explicarse y aquello había sonado realmente mal. Sobre todo teniendo en cuenta que ella no hacía absolutamente nada en su casa, realizar las tareas del hogar iba a ser un tanto extraño para Nina pero lo haría, comprendía a lo que el lobo se refería y por tanto acabó por sonreírle en señal de aceptación. -Hace mucho tiempo que no tengo que hacer esas tareas pero haré lo que pueda-, realmente los guisos siempre se le habían dado de maravilla, así como las demás tareas de limpieza de la casa; pero prefería no aventurarse a nada pues no sabía los hábitos que Arno tenía y esa era su casa, debería acostumbrase ella y no al contrario. Se quedó pensativa tratando de recordar si había pescado o cazado alguna vez, el color subió a sus mejillas cuando se recordó teniendo que mendigar comida. Los peores días, en los que no conseguía nada, se veía abocada a tratar de cazar ratas en las partes posteriores de las casas donde se apilaba la basura. Asintió a Arno pero no entró en detalles, -alguna vez he cazado piezas pequeñas pero nunca he pescado-, resumió antes de cargar a Lobo en el pecho para ponerse de pie. - Me encantará-, se acercó a dejar un beso en los labios ajenos aceptando de buen grado el plan para el día siguiente. No le importaba qué hacer, sólo quería pasar el mayor tiempo posible con su lobo gruñón. Un beso les llevó a otro y así hasta caer rendidos en la cama una vez más, la inexperiencia de Arno no era ni de lejos un problema. Era lo más tierno que Nina había experimentado jamás, el arte de tocarla como si no hubiera otra en el mundo, como si deseara comer y beber cada parte de ella… Estaba enamorada de ese lobo y ya nada podía salvarla de él.


Como siempre que dormía en aquella casa, la rubia se despertó más tarde que Arno. La cama estaba a fría cuando estiró el brazo para alcanzar la piel ajena por lo que poco a poco fue desperezándose. En otro momento lo primero que hubiera hecho sería darse un baño pero con él eso no pasaba, oler a Arno era perfecto para ella. Cogió unos calcetines y una chaqueta que se puso sobre la ropa interior que vestía y bajó al piso inferior esperando encontrarle trasteando por allí. En vez de eso encontró la nota escrita a primera hora. “Intento fallido campeón.” Dejó la nota donde la había encontrado y apartó la cortina de la ventana de la cocina descubriéndole en el exterior apilar los trozos de madera. Había bastantes platos y vasos que lavar por lo que, tal como prometió, se remangó y se dispuso a ayudar. Una a una todas las piezas de la vasija acabaron almacenadas en la despensa, barrió el suelo y fregó la mesa antes de poner un mantel sobre ella y las piezas de fruta en una recipiente encima. Aquello era otra cosa… Sonrió orgullosa del cambio y ya secándose las manos advirtió la llegada de alguien. Según el propio Arno las visitas no eran normales por allí, como mucho iría el cartero si es que sabía llegar, cosa que Nina dudaba. Sin embargo el jinete parecía saber muy bien a quién buscaba y donde encontrarle, el rostro de Arno cuando se cruzó con la mirada de Nina no le auguró nada bueno.


Tiró el trapo en la encimera y salió de la cocina a toda prisa para encontrarse con él. El gesto que tenía era incluso peor que al recibir al mensajero, estaba aturdido y se atrevería a decir que incluso pálido. Fuera lo que fuese lo que se decía en esa carta era imposible que les dijera algo bueno. Preguntarle no serviría de más que para agobiar a Arno por lo que esperó con toda la paciencia que pudo a que este le desvelara su contenido. En vez de explicárselo Arno le tendió la carta y fue ella misma quien perdió el color en el rostro al descubrir lo que estaba preocupando al lobo. Notó que le faltaba el aire por un momento, ¿cómo era posible que Marie estuviera herida por su culpa? Tenía ganas de llorar, de chillar pero no era capaz de hacer ninguna de las dos cosas. Su cuerpo no respondía ante tal impotencia, lo único que sabía es que debía salir hacia su casa lo antes posible. No podía dejar sola a Marie ni a ninguna de las personas que trabajaban en esa casa. -¡Me dan igual los destrozos! Necesito ver a Marie, a todos… -, sus sollozos fueron respondidos por Lobo que aullaba como buenamente podía a los pies de ambos. Nina acabó por dejarse caer en el suelo, eso era mejor a tener que quedarse de pie teniendo en cuenta el tembleque de piernas que tenía. En el fondo sabía que Arno tenía razón, que si iba allí se estaría exponiendo demasiado, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Quedarse en su casa no era una opción plausible para ella, además ¿quién les aseguraba que no hubiera seguido al mensajero hasta allí? Arno no la dejaría sola en esos momentos y por ello tendrían que ir ambos al centro, a casa de Nina. -Le mataré Arno. Ha ido a por Marie- no sabía explicar lo que eso significaba para ella, no podía expresarse correctamente. Lo único bueno y puro, ahora quitando a Arno, que tenía en París; lo único no material y de lo que estaba verdaderamente orgullosa. Ese hombre fuera quien fuese quería martirizarla, golpear donde sabía que más le iba a doler y era extraño que se tratara de un cliente pues nunca daba información personal. Su dirección, nombres de conocidos… todo lo guardaba en el más estricto de los secretos. ¿Cómo había llegado esa persona a ella?


Sin perder tiempo ambos subieron a la habitación de nuevo, las prendan desparramadas por el suelo la noche anterior estaban siendo recogidas aprisa por los dos que luchaban por vestirse como podían teniendo a lobo saltando nervioso por el suelo. El rostro de Arno dejaba ver su claro descontento con aquella situación y más aún con la decisión de Nina de a pesar de todo ir con él a la ciudad. Parecía creer que la joven prostituta no sabía defenderse, cuan equivocado estaba. Si bien era evidente que en una lucha cuerpo a cuerpo no tuviera nada que hacer contra un hombre fornido, Nina era hábil y rápida, muy capaz de asestar una cuchillada si alguien la atacaba. Toda una vida entre hombres le había formado más de lo que Arno podía creer. Con sigilo escondió uno de los cuchillos de este entre la tela de su vestido, en una especie de bolsillo oculto entre el estampado de la tela.


La salida de la casa por parte de ambos fue algo precipitada por los acontecimientos. De camino a la ciudad Nina se paró a pensar cuan poco había durado la fantasía de unos días tranquilos junto a Arno, parecía imposible que ambos se dedicaran tiempo de pareja pues siempre aparecía algo o alguien que lo estropeaba. El lobo iba demasiado atento a su alrededor como para, posiblemente, centrar su mente en esa clase de pensamientos. Era una de las razones por las que había llamado la atención de Nina. El lado salvaje de ese hombre estaba a flor de piel, había conocido a otros como él anteriormente pero no era tan evidente el poder animal que poseían y eso la hacía enloquecer. Cada olor, sonido o movimiento era captado por él mucho antes de que ella pudiera reaccionar, dudaba poder estar más segura en ningún lugar que a su lado. Las calles aún no tenían mucho trajín de gente, se aprovechaban esas primeras horas de la mañana para descansar y eso hacía más fácil la tarea de controlar a los pocos transeúntes que caminaban por la zona cercana a la casa de Nina. La puerta delantera tenía marcas de haber sido forzada, la cerradura estaba rota así como la manilla. Junto al lobo, la de ojos azules se adentró en la vivienda notando el corazón detenerse antes de empezar a galopar por lo que se exponía ante su visión. No había mueble en su sitio. Todo lo que antes lucía ordenado y limpio era una marabunta de trastos desperdigados por el suelo. Tuvo el impulso de gritar el nombre de su ama de llaves pero Arno seguía concentrado, por lo que supuso que era mejor mantener el silencio y dejar que hiciera su trabajo. Poco a poco fueron investigando en cada habitación, no había resto del atacante ni nota alguna por su parte en el cuarto de Nina, que era el que en peor estado se encontraba; por lo que ambos acudieron a la zona de los sirvientes. Allí estaban todas las chicas que servían en la casa, sentadas en la cama de Marie con ella tratando de tranquilizarlas. La prostituta recibió el abrazo de la mujer feliz de verla en pie y con tan solo unas magulladuras superficiales. -Debéis contarle todo lo ocurrido a Arno-, solicitó a todas y cada una de las chicas que se encontraban allí, -trabaja con la policía-. Si alguna se sentía incómoda con la presencia del lobo y la indicación de Nina ese dato las tranquilizaría aunque realmente él hiciera más por ayudarlas que el cuerpo de policía al completo.
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Mensaje por Arno V. Dorian Vie Feb 05, 2016 2:29 am

Reinaba el silencio entre los dos cuando decidieron bajar hasta la ciudad. Nina estaba alterada, el corazón de esta replicaba más alto que su respiración entrecortada por el esfuerzo de ir casi al galope. Arno vigilaba atento cada paso que daban, sus oídos finos vibraban entre los pasos que ambos daban, el viento meciendo las hojas, los animalillos escondiéndose por la advertencia y velocidad de estos y a lo lejos el traqueteo. Por otra parte, el sentido del olfato estaba fuera de juego, al ir tan cerca de Nina el 80% de lo que aspiraba era su aroma y perfume, dejando un 20% de su capacidad total para reconocer el aroma de lo que estaba a su alrededor. Cuando llegaron a la ciudad, que no tardaron nada, Nina entró en busca de Marié y todos los que estuvieran a su cargo, reconfortándose de que estuvieran vivos para después quedarse absorta en el caos y la destrucción de casi todos los mobiliarios de la casa. Arno que se quedó rezagado, se arrodilló en la puerta y sacando una pequeña lupa amplió la marca de la bota que quedó impregnada en la parte baja. Era un hombre más fino que corpulento, tenía el pie pequeño, y calzaba unas buenas botas, no tenía un lado más desgastado que otro, y sólo la clase alta podía llevar zapatos. Elevó una ceja olisqueando el aroma de la entrada que se había difuminado de forma imperceptible. Después miró la cerradura, astillada y rota, con un picaporte elegante que ahora no servía para nada. No descubrió nada que le llamara la atención, así que se irguió y entró en la estancia encontrándose de nuevo con Nina.

Ahí la esencia era mucho más fuerte que en el porche, se quedó en silencio, como todo el trayecto apuntando metalmente todos los datos que estaba recopilando antes de hablar con las testigos y las víctimas. Hizo lo propio en la entrada, bajando la mirada a la alfombra que estaba de recibidor y confirmó la sospecha de la puerta. Un solo hombre, no había marcas recientes de nadie más. Cerró los ojos y olfateó el ambiente, como un sabueso intentado rastrear algo. Olía dulce, a loción de afeitado de buena calidad con flores probablemente. Elevó la cabeza hasta el rastro y subió las escaleras hacia la habitación de Nina. Miró a su alrededor, recreando la escena del hombre que había entrado en esa estancia para buscar a Nina. Su imaginación hizo el resto, vi a un hombre acariciar las sábanas de su cama, abrir el cajón de su ropa y llevársela a la cara para olerla. Siguió aspirando ese aroma tan característico que se escapaba y cuando su cabeza por fin dio con el resultado los ojos de Arno se abrieron de par en par, consciente del nuevo peligro que había. Apretó los puños y sacó un cigarrillo recién liado en papel de arroz, lo prendió y se dedicó a fumar. Tenía que camuflar el olor de aquella criatura, pues solo olerla hacía que la bestia de su subconsciente vibrara de rabia.

Cuando bajó las escaleras con el cigarro y la misma actitud de calma que solía tener, Arno miró a Nina y después a las chicas- Bien…- y carraspeó acercándose a las chicas sentadas en la cama de Marié dispuestas a hablar con él- Bien se que es difícil ahora, pero necesito que hagan memoria y me respondáis a una serie de preguntas.-Las sospechas de Arno quedaron demostradas y sus deducciones lógicas también lo habían sido. Un hombre joven, apuesto y bien vestido. Entró con una fuerza endemoniada y se puso a rebuscar en la casa, envuelto de ira al no encontrar a Nina se cebó con ellas, pero solo como advertencia y como señuelo para que Nina fuera hasta la ciudad de nuevo.

Fumo el cigarrillo con ímpetu y cuando acabó lo dejó en un cenicero de latón elegante que tenía Marie a un lado a modo de decoración. Sacando otro de su bolsillo y dispuesto a seguir fumando. Elevó la mirada hacia Nina y a las chicas que preguntaban cuando iba a llegar la policía- Aquí la policía no servirá de nada- cortó Arno por lo sano- Si tienen familiares, váyanse con ellos. Usted Marié puede ir a mi casa en el bosque- sacó un pequeño papel y con una pluma portátil estilográfica le dio las instrucciones para llegar a él- Sin mirar atrás- dijo mientras las alentaba a irse- No digan a nadie su paradero ahí estarán bien.-Las acompañó hasta la salida y un vaivén y trajín de ropajes y maletas después, al cerrarse la puerta trasera, Arno metió las manos en los bolsillos del abrigo y miró a Nina- Siéntate, tengo que contarte lo que he averiguado- dijo mientras daba una calada intensa- El hombre que te ha estado persiguiendo, no es solo un hombre. Es un vampiro. Un ser inmortal, que estoy seguro que conoces. Es joven, tiene el pelo moreno y peinado. Su rostro está afeitado y utiliza loción cara. Tiene un pie normal así que no se si medirá más de metro ochenta. Tez pálida, minuciosos metódico y educado- le dijo el perfil del hombre con todo lo que había deducido hasta ahora- Si fuera un hombre normal y corriente no tendríamos que temer a nada. Pero frente a esto hay que preocuparse. Solo hay dos formas de hacer daño a un vampiro: La plata y el fuego- prosiguió- Aunque lo único que puede matarlos es la decapitación, la cremación o una estaca en el corazón. Las balas de plata al igual que a mi les quema y pueden envenenarlos. Esto es bastante serio Nina- dijo él llevándose la mano a la frente pensativo- Si hubiera luna llena podría arrancarle la cabeza de un mordisco, pero correríamos el peligro de que también te la arrancara a ti- su voz empezó a desestabilizarse, y a estar nervioso- Tengo miedo de perderte en sus manos. Tengo aún más miedo de perderte en las mías- y una vez dijo eso se acercó hasta ella y se arrodilló besando sus manos en señal de respeto y voluntad- Te protegeré con mi vida si hace falta, Nina. De eso puedes estar segura- la miró a los ojos de tal forma que sus palabras parecían las más ciertas y verdaderas que habían salido de su boca o que habían entrado en los oídos de Nina.
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