Corazones Prisioneros ● Privado

por **Patrice Lesauvage** Sáb Sep 26, 2015 2:42 pm

Estaba consciente del espacio abismal que existía entre sus anhelos y la cruda realidad que a diario le abofeteaba al despertar. Parpadeo para despertar de su letargo. No estaba preparado para afrontar el hecho de que quizás cada intento, cada tropezón en su sendero fuera en vano. ¿Qué sucedería si el día de mañana simplemente recibiera la noticia de que su hermano se había marchado para siempre? ¿Y si hubiese muerte en el incendio? Sus precarias condiciones le dejaban siempre en el mismo lugar, carecía de recursos y el vender su cuerpo y fingir una actitud amable con aquellas figuras desconocidas era todo lo que tenía en mente, reunir la mayor cantidad de dinero posible para contratar a algún investigador que le llevara a alguna pista. Una esperanza que calmara esa sed de su incertidumbre. Suspiró de mala gana recostado en el camastro maltrecho. La luz taciturna se colaba por las rendijas de una ventila, la noche se aproximaba y con ella nuevamente esas memorias hirientes que solo podía acallar cuando centraba su atención en un nuevo cliente.

Su pasado caía sobre los hombros de manera abrupta orillándolo a refugiarse en su soledad. En ese espacio de poca lucidez también conservaba las remembranzas de días ya muertos remontándose a los días cuando aquel joven bien parecido le dio abrigo bajo la mansión. Una turbulencia. El transcurrir del día ocurrió de forma habitual, levantarse y salir a recorrer las calles con la esperanza de encontrar algún rastro, algún indicio que le llevara nuevamente a él. A ese chico de cabellos claros y mirada inocente. Se maldijo así mismo por no haber pensado con suficiente claridad en ese instante y seguirle buscando. La madre del joven había descubierto la atracción de ambas figuras y por ende hizo uso de todos sus recursos para enviarle lejos. La vida parecía estar empeñada en alejar a todos de su lado, por esta misma razón sabia separar bien sus sentimientos de meros encuentros. Había aprendido a usar a sus amantes para su conveniencia y esta vez no sería la excepción.

Sus ojos pasaron una y otra vez sobre las líneas escritas en la carta. Aquel desconocido le requería para una presentación en su mansión. Caviló por unos instantes sobre la autenticidad de la invitación, pero no era momento para dudar. Cubrió su delgado cuerpo con ropa de etiqueta, las tonalidades sobrias le brindaban el camuflaje perfecto para engañar a la audiencia, no buscaba clientes, ni dinero, esa noche buscaba algo más importante. Al llegar al lugar, notó que había una congregación considerada. Su respiración agitada era evidente, había arribado un par de minutos tarde. Fue recibido por un hombre bien parecido que le duplicaba fácilmente la edad, le condujo a una de las habitaciones reprimiéndole el hecho de su impuntualidad. Bastian renegó ligeramente a lo que aquel sujeto respondió apretándole la quijada para besarle por la fuerza.

–Las cosas se hacen a mi manera ¿Entiendes?–

Se mantuvo con la mirada fija en él. Estaba habituado a este tipo de tratos y solo una razón le hacía doblegar su voluntad, aquel hombre continuo besando el cuello el berlinés, ocultos de las miradas ajenas, todos esperaban el número, todos aguardaban a la presentación del artista invitado excepto los ojos de alguien que aparentemente les había descubierto a una distancia prudente.

por **Eitana Heifetz** Dom Dic 20, 2015 6:30 pm

Le gustaban las fiestas. Eitana disfrutaba de su casa repleta de gente, de las voces, de la música, la buena comida y la alegría. La reclusión se podía volver insoportable, y la sola idea de poder departir con otras personas, de ponerse un vestido bonito y perfumarse, le parecía maravillosa; era algo totalmente inusual en su vida, y era por ello que atesoraba las pocas celebraciones a las que había asistido. A pesar de su timidez, lograba desenvolverse con elegancia y cordialidad, y hasta conseguía charlas fluidas sobre música o literatura. Ser tan culta era una ventaja, y le otorgaba herramientas a la hora de un intercambio. Y como no le eran lejanos los rumores –muchos creían que la hija de los Heifetz era retrasada, y por ello no le permitían relacionarse demasiado- le gustaba ver la sorpresa en la gente cuando se encontraban con una joven cultivada e inteligente.

Luego de un par de presentaciones de rigor, se alejó del tumulto. A pesar del goce que experimentaba, podía llegar a sentirse abrumada cuando se rodeaba de demasiadas personas. <<La falta de costumbre>> reflexionó mientras se mojaba las muñecas. Esa noche, como todas, llevaba el rostro cubierto por un tul rosado, y su rostro se veía escasamente tras la tela. A los que no estaban familiarizados con la religión de la familia, les sorprendía, y se corrían ideas tales como una hija deforme o, los más extremistas, llegaban a soslayar la posibilidad de que fuese una criatura endemoniada. En la adolescencia, las habladurías le afectaban, a pesar de enterarse sólo de la mitad. Solía renegar de su origen y hasta de sus creencias, deseando sólo una vida normal, aunque se deshacía rápidamente del pensamiento y le pedía perdón a Dios, además de hacer una semana de ayuno como muestra de arrepentimiento.

Cuando se decidió a volver con el gentío, vio a dos personas perderse en una de las habitaciones. Si bien sabía que no debía inmiscuirse en cuestiones que no eran de su interés, le extrañó la actitud. ¿Y si eran asaltantes? Eitana se levantó el vestido para evitar del sonido del frufrú y se encaminó, con sigilo, hacia la puerta del cuarto en cuestión. Descubrió a su tío junto a un muchacho joven en una actitud amenazante. Se llevó una mano a la boca cuando ambos hombres se besaron, aquello era una inmoralidad inconcebible. Incapaz de emitir un sonido o hacer un movimiento, se quedó observando cómo los labios del hermano de su padre, recorrían el cuello del caballero. La tela del pomposo vestido, ante un leve movimiento, rozó la puerta entreabierta, provocando un leve chirrido que llamó la atención de la pareja. La habían descubierto, y decidió echarse a correr, aunque no pudo hacer más de cuatro pasos, cuando el hombre mayor la alcanzó y la tomó del brazo con violencia.

—Tío, por favor, suélteme. Me está haciendo daño —intentó desembarazarse, pero no lo consiguió.

—Vamos, adentro —le ordenó, y la entró a los empujones a la habitación donde aún estaba el muchacho. — ¿Qué hacías espiando, Eitana? Eres una insolente —la reprendió con las mandíbulas apretadas.

—No estaba espiando, tío —agachó la cabeza, y agradeció que el tul le cubriese las lágrimas de terror. —Discúlpeme, prometo que no diré nada —la voz le salía estrangulada.

—Por supuesto que no dirás nada, mocosa. Te apretaré el bonito cuello antes de que puedas si quiera hilvanar una frase —se acercó de forma amenazadora. —Y tú —se dirigió al joven— ni una palabra. No la vas a pasar mejor que ella —sentenció y desapareció, dando un portazo.

Eitana se quedó en su lugar, y sólo el suave movimiento de sus hombro delató que estaba llorando.

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