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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Skaði Sjöfn Mar Oct 23, 2012 6:42 pm

Aún cuando estaba condenada y perdida, éste era el cielo y, él, su ángel.


¿Por qué continúa mirándole las muñecas si ya no está atado? ¿Por qué las manos le pican por tomar las cadenas y volver a contenerlo con ellas? ¿Por qué debe hacerlo de ese modo aún cuando hoy siente que necesita todo lo contrario? El olor de otra mujer sobre él desencadenó todo lo demás, los gritos, las recriminaciones, los besos severos, las caricias obsesivas con la idea de que así podría reemplazar ese aroma por el suyo y por sobre todo el motivo para nuevamente hacerle el amor, porque maldita sea, aún cuando aquello parezca más bien sólo sexo, ha dejado de serlo hace mucho. Skaði se comporta con él como si ambos fueran animales y es sobre todo cuando cree que puede perderlo que no razona y termina usando la mejor técnica de distracción que conoce. Teme ahora que liberarlo tan pronto sea un error y que él aproveche para tocarla de algún modo. Puede verlo tendido sobre el lecho que hoy comparten, con las sábanas revueltas acariciándole las caderas y un par de almohadas esparcidas por el suelo. Domhnall calza perfecto entre los cuatro pilares de su cama tal como si hubiese sido hecha para ambos, no es necesario claro que él sepa que la demora en llegar a Paris se produjo también por esa exigencia específica de ella de conseguir lo que estaba en su mente, incluso si debiera hacerse a medida. Y ahora, cuando la seda se desliza por su piel para cubrirla, la decisión parece más acertada que nunca, él pertenece ahí, pertenece a su lado, después de todo es de ella ¿no? El engaño continúa y no se atreve a pensar eso, sus barreras se mantienen siempre altas cuando está a su lado, no puede arriesgarse a que note la confusión que impera en ella desde hace 188 años.

En esa habitación las ventanas están cubiertas por completo, las cortinas oscuras caen pesadas y toda la luz proviene de las escasas velas que han sido acomodadas en lugares específicos para no molestar y al mismo tiempo otorgar lo necesario para que no se golpeen con alguno de los muebles dispuestos ahí, aún con una vista superior necesitan de al menos una iluminación leve para poder caminar con tranquilidad por el lugar. Skaði se levanta sin tener otro motivo para hacerlo más que el deseo de alejarse de él, faltan aún un par de horas para el amanecer y podría exigirle que se retire, que la deje a solas para prepararse para dormir o simplemente gritarle que no quiere verlo. En cambio, ata el lazo de la bata en su cintura y se gira para mirarlo una vez que ha llegado al otro extremo de su dormitorio. Separa los labios y las palabras se quedan atascadas en la garganta, nadie está ahí más que ellos y todos esos eternos fantasmas que los rondan pero siente como si una multitud expectante estuviera esperando por lo que planea decir, todos mirándola tan directo que los ojos le atraviesan la gélida piel y sus murmullos se hacen estridentes, más altos que las propias oraciones silenciosas que eleva a sus dioses esperando encontrar algo de cordura. — ¿Por eso no podías esperar para venir a Paris? — no es primera vez que realiza el mismo reproche y de seguro no será tampoco la última, la misma perorata es constante desde hace un tiempo. Su mandíbula se tensa y mientras muerde su labio intentando no dejar escapar lo que realmente desea decir, un hilo de su propia sangre cae y no se preocupa por limpiarlo, ya después puede decirle a él que lo haga.

Dos eternos segundos es lo que necesita para volver a él y subirse sobre su regazo, dos más para poner las manos en su pecho y no permitir que se levante. — ¿Para esto querías venir? ¿Es porque acá tienes más putas a las que puedes follarte hasta el cansancio? — el rostro de Domhnall le indica que quizás ha bebido de alguien o tal vez es sólo su paranoia la que le hace creer que lo ve de ese modo. Le toma las manos y las pone por sobre su cabeza, lo retiene hasta que tiene la seguridad de que él no intentará ponerlas en ella. Pese a que ha pasado más de un siglo desde que están juntos y aun cuando esa costumbre es algo que adoptó apenas lo conoció y todavía era un humano, él sigue intentándolo y sacándola de quicio. ¿Será tal vez que ha podido leer su mente y conoce la realidad de ese hábito? Skaði jamás ha subestimado a su protegido, tampoco ha creído por un minuto que por ser ella quien lo creó tiene asegurada su lealtad y adoración para siempre. Sky teme el día en que para él deje de ser Sky y comience a ser Skaði. — ¿Qué es lo que buscas en ellas? ¿Qué es lo que necesitas con tanto ímpetu que no te alcanza con lo que yo te doy? ¿Es eso? ¿Es que yo ya no te satisfago como antes? ¡Puedes decírmelo maldita sea! ¡Puedes decirme que soy una mierda en la cama y que necesitas a alguien más para tener en tu cabeza mientras follas conmigo! — no controla el tono de su voz, tampoco la violencia de su beso. Al sabor de su propia sangre se mezcla la de él, esa que conoce bien y que desea con ferviente pasión. Se levanta y vuelve a dejarlo sobre la cama, le da la espalda, no quiere mirarlo a los ojos cuando señale las respuestas a sus preguntas.


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Mensaje por Invitado Dom Oct 28, 2012 1:34 am

Domhnall tiene un secreto que a ratos parece no serlo tanto, Domhnall adora ser sometido por su creadora casi tanto como la adora a ella, es manso y tonto, fuera de los muros que encierran con recelo su relación con Sky es un vampiro más, sagaz, arrogante, hábil y galante, pero dentro de aquel lugar, o cualquiera de las residencias que alguna vez había compartido con ella, era un siervo, un bufón leal que ha de hacer lo que ella disponga sin chistar, sin cuestionar, ciegamente y hasta e final de los tiempo, ¿por qué? ¿Qué lleva a un hombre a someterse a tanta humillación? La respuesta es sencilla, aunque no se trate de un concepto fácil de explicar, él la ama, Domhnall la ama desde que la vio, desde que estuvo a punto de asestarle una estocada y ella se giró con esa empoderada soberbia y simplemente no pudo, así, soltó el arma tan fácil que si ella lo hubiese deseado, lo pudo haber degollado ahí mismo, indefenso y creyendo que la revelación más grande de su existencia se plantaba soberbia frente a sus ojos. Era por ello que aguantaba embates, palabras, dominación y las preguntas melancólicas de posibilidades miles y más venturosas. Para él no existía otro camino, no existía otra respuesta, su camino y su respuesta tenían rostro, aquel del demonio que le concedió la inmortalidad, y nombre: Skaði Sjöfn.

La miró separarse de él y sintió frío, era estúpido si se detenía a pensarlo, la piel de su dueña y amante era fría como los hielos del norte de que ella provenía, pero así fue, al ya no tener contacto con ella el cuerpo se le heló y levantó la cabeza aunque se mantuvo acostado y siguió su trayecto, mirándola con esa inepta adoración, delineando mentalmente aquella figura perfecta a penas cubierta por fina seda y sonrió, un gesto a penas perceptible, una sonrisa sincera pero discreta, de lado y tímida, incluso tímida. Pronto ese gesto se borró de su rostro, alzó ambas cejas y la pregunta que Sky había soltado lo descolocó por completo. En realidad él no estaba desesperado por llegar a París, sino ansioso de dejar Portugal tras la catástrofe, mucha tragedia ya había visto a lo largo de los años como para querer aferrarse a los escombros de una ciudad. Abrió la boca, boqueó algo, pero no dijo nada, porque no podía soltarle una simple respuesta como aquella (todo podía ser usado en su contra), y una vez más quedó como el grandísimo tonto que era, cada vez estaba más convencido que si ella no le daba el estatus de único consorte era porque no se lo merecía. Ya no importaba de todos modos, la tuvo de nuevo junto a él, encima de él mejor dicho, le impedía moverse, no es como si hubiese querido hacerlo, aquello no era un ritual de seducción, parecía más bien el momento previo a un homicidio, abrió los ojos para poder verla, no dijo nada, ¿qué iba a decir de todos modos? Escuchó la retahíla y cada palabra le pareció un golpe, un golpe directo y bien conectado, golpes a los que sin embargo, estaba acostumbrado.

Correspondió el beso con vehemencia pero éste le pareció demasiado violento y demasiado corto, luego de nuevo abandonaba su cuerpo ahí sobre esa cama que ella ocupaba sola, pero parecía construida para ambos. Esta vez finalmente separó la espalda del colchón y se sentó en el filo de la cama, la miró, le daba la espalda e hizo el ademán de tratar de alcanzarla aunque al final se quedó en su sitio. Comenzó a reír, así de la nada, una risita que se convirtió pronto en sonoras carcajadas, no duró demasiado, lo suficiente y culminó con un prolongado suspiro. Su insolencia sería castigada, lo sabía, pero incluso las torturas, mientras vinieran de ella, le parecían regalos.

-¿Sabes? –se serenó un poco –hace mucho que pude haberme ido, dejarte, olvidarme de ti, de nuestro lazo –enfatizó en esas últimas dos palabras-, pero no lo hago, este es el sitio al que pertenezco, tú eres la mujer que me tiene, eres mi dueña –fue claro, en su voz aquello sonó a un halago –me prometiste que los malos tiempos serían más que los buenos y acepté tan desafortunada oferta, París es… -se puso de pie con su impúdica desnudez –es el sitio en el que debo estar, porque tú estás aquí –entonces se atrevió a acercarse y su voz poco a poco se tornaba más desesperada –tampoco esperes que mientras tú te follas a un tipo diferente cada noche cuando te aburres de mí, yo no haga absolutamente nada. Las putas eso son, putas, y tú… -la rodeó para quedar de frente y buscar su mirada –tú eres mi dueña.
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Mensaje por Skaði Sjöfn Mar Oct 30, 2012 4:25 pm

Las risas nunca han sido sinónimo de alegría, las carcajadas son puñales que se clavan con fuerza en cada sector libre que encuentran, todas esas risitas se transforman en más capas que van aislándola del exterior, cada vez que Domhnall ríe o sonríe, ella se vuelve más seria, más reservada. La dureza de su rostro aumenta y un escalofrío le recorre la espalda, por completo, tensiona su columna y la convierte en una estaca aferrada al piso que no la deja moverse, una estatua de piedra. Todo lo que indica que sigue escuchando son los dedos desnudos de sus pies que se crispan y son la señal más inequívoca de su molestia disimulada. Las palabras le golpean aún más fuerte que las acciones y el tono de su voz es aún más gráfico que cualquier imagen que pueda haber creado su imaginación. Amenazas tan claras que la descolocan, la ira comienza a crecer y ha quedado de lado esa intención de no dejarse llevar por los impulsos esta noche. ¡Cómo se atreve! ¿Cómo puede decirle algo así a ella? ¡Justo a ella! Su boca se abre para replicar pero él continúa y en vez de ir suavizando la furia que siente sólo logra convertirla en un sentimiento más intenso, uno mucho más crudo que le transforma las facciones. Por la inflexión en sus palabras puede calcular la distancia a la que se encuentra y presiona con más fuerza su mandíbula cuando nota que está justo tras ella, tan solo unos centímetros antes de que esté al frente cierra los ojos para evitar mirarlo y que toda esa rabia que siente en ese momento se esfume apenas aparezca. Maldito Domhnall y su capacidad para mandar al carajo sus ideales tan firmemente arraigados. — No… — ¿Ahora no puede hablar? ¿Ahora se muerde la lengua y se toma el tiempo de encontrar lo que precisamente quiere decir? Es una idiota.

A ciegas se acerca, a ciegas está desde que decidió convertirlo y hacer de él su lazarillo, a ciegas se mantiene mientras crea que es él quien aporta y quita la luz de sus noches, a ciegas y en silencio se mantendrá mientras se debate entre las opciones que cree tener. Toca su pecho y siente esa desnudez que disfruta, aquello que es lo único que puede derretir el hielo en el que vive sumergida. Pero se obliga a que ese toque sea breve, da un paso atrás y lo mira con ojos penetrantes, queriendo entrar a ese terreno donde debería estar su alma si ambos no fueran seres oscuros que se alimentan de los temores y la sangre de otros. — No entiendo entonces qué mierda haces aún acá, si estás sólo porque debes y no porque quieras… — se ríe tal como él lo hizo minutos antes, quiere burlarse, humillarlo de algún modo. Lo estudia de pies a cabeza y la mueca de asco en su rostro intenta decirle que busca defectos en él, que pese a que poco antes disfrutó de los placeres que le entrega aún no es digno de estar a su lado. ¡Mentiras! Se miente a cada instante, si sale en busca de otros es precisamente para intentar encontrar a alguien que lo supere o al menos que lo iguale, que la haga sentir del modo en que sólo él puede, que tenga unos labios que entreguen besos como los que él da, que tengan manos hechas para calzar en su piel o que tengan ojos que la hagan dudar incluso de su nombre cada vez que la mira. — ¿Es que acaso sabes que nadie más podría aguantar tus eternos lloriqueos? ¿Qué nadie más soportaría tenerte a su lado con esa cara de perro esperando por las sobras de la comida? ¡Eso ya lo sabes! ¡Sabes que estás conmigo porque soy la única que alguna vez puede poseerte! ¡Nunca podrías ser de alguien más! — roza el borde de la histeria, mientras más inseguridad llena sus pensamientos, más aguda se hace su voz, más tenso se hace el ambiente entre ellos y más ganas de llevárselo a la cama tiene.

Levanta la mano y en lugar de golpearlo como de seguro él cree que hará, la lleva a su nuca y entierra los dedos en su cabello jalando con fuerza y casi desgarrándole el cuero cabelludo. En momentos como este le molesta que él sea más alto que ella, el no poder mirarlo hacia abajo y hacerlo sentir inferior de ese modo es siempre una espina que se mantiene firme incrustada en su costado, constantemente molestándola y provocando que su mal humor aumente. Y aunque se siente tentada a aclararle que no se aburre de él, que jamás podría hacerlo, prefiere acercar su rostro dándole apenas segundos para que se prepare para lo que viene. La distancia se acorta y el beso es fugaz, prefiere morderle la mandíbula duramente, usar sus dientes para dejar marcas en el cuello que de seguro no durarán mucho, enterrar los colmillos en la carne fría y saborear su sangre tan conocida, esto es sólo un modo de marcarlo y que cualquiera que quiera acercarse vea los estragos que ha hecho con su cuerpo. Skaði da un paso atrás y se desnuda, deja caer la bata al suelo y extiende sus palmas para mostrarle que están en aparente igualdad de condiciones. — ¿Por qué no puedes entenderlo? ¿Por qué no comprendes que no puedes estar con otras? ¿Qué es lo tan difícil de todo eso? Sólo yo puedo tocarte… no esas malditas putas… ¡Me das asco! — la bofetada llega con la energía desmedida nacida de la frustración. Se lanza sobre él para rodearle las caderas con sus piernas y el cuello con los brazos, por unos segundos aquello podría asemejarse a un abrazo, pero antes de que Dom pueda siquiera cantar victoria su mano se desliza por ese abdomen que logra que incluso ahora pase la lengua por sus labios debido a la excitación. Le toma el miembro con convicción y lo roza a su propio centro, es una tentación descarada, una afirmación disfrazada de provocación. — Eres de mi propiedad, eres mi esclavo, eres mi posesión, eres mío… —


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Mensaje por Invitado Vie Nov 09, 2012 11:57 pm

Domhnall era un guerrero, incluso mucho antes de enlistarse en el ejército, antes de saber lo que era una espada o un campo de batalla, siempre lo había sido, había nacido guerrero, y si se sinceraba consigo mismo, extrañaba el olor del pasto húmedo por la sangre, porque aunque ahora era una criatura que se alimentaba de ese mismo líquido vital, ya no descargaba su furia en batallas que serían recordadas por los siglos. Ahí, en el campo, entre las tropas y con el choque del metal contra la roca, Domhnall demostraba que no era inútil. Entonces estuvo ella, un ángel obscuro salido de la boca del infierno, una cumbre perínclita, inalcanzable y deseada, sólo verla bastó para saber que era ella, y jamás, a sus poco más de 200 años se había cuestionado tan arrebatada decisión, la obedecía como ley divina, como designio implícito de la propia Sky. Era ella y nadie más.

Por ello mismo buscaba siempre formas de dirigirse a su ama, porque le resultaba desesperante no poder conquistarla finalmente, morir antes de ascender toda la montaña, morir una y otra vez en una vesania absurda y motivada por el combustible de un amor desbordado y fútil. Era desesperante, sí, al grado de desgarrarle el pecho, pero él era perseverante, su epifanía había sido tan brutal que no cabía lugar a dudas, era ella, ella era la mujer para él aunque Sky no parecía coincidir con esa idea, parecía sólo interesada en utilizarlo y al ser lo más que obtendría, lo recibía con triste resignación. A pesar de conocerla de años, de décadas, aún le resultaba imposible descifrarla, pero así le encantaba, tal cual era ella, un acertijo eterno, enorme y precioso. Y aunque la podía mirar hacia abajo debido a la diferencia de estaturas (ella era alta como buena vikinga, pero él lo era aún más), siempre se sentía nimio ante su presencia, ante su voz de trueno y su risa que lo mismo lo hipnotizaba que lo seguía lacerando. Fue a decir algo, responderle, sólo hizo el amago de querer abrazarla pero de su boca no emanaron palabras algunas, luego bajó los brazos, los dejó lánguidos a sus costados, derrotado y miró el suelo como si se tratara de un niño recién regañado. Cada palabra que ella decía era una saeta que se clavaba en la carne y en el alma, o donde debía tener alguna, tensó las mandíbulas, cerró los puños hasta que los nudillos se pusieron blancos y su vista se mantuvo fija en algún punto en el suelo, un punto insignificante y que en ese momento parecía la cosa más interesante en el universo. Ella lo tocó y rompió el contacto como sabiendo que ese simple hecho ya era suficiente tortura y cuando quiso decir algo, cuando finalmente alzó la mirada entonces se la encontró a un palmo de distancia sólo para recibir aquel beso. Cada vez que lo besaba sentía una marejada de cosas, desde la desoladora sensación de pensar que ese podía ser su último beso hasta la patética esperanza de que en esos besos ella tratara de decirle que era correspondido. Alzó el rostro para dejarle el cuello a su merced y sus manos se posaron recelosas en las caderas ajenas.

-Sólo tú puedes tocarme –su voz sonó plana, como algo aprendido con los años, algo arraigado en su subconsciente, y en su consciente también, una ley que no debe ser rota-, ¿no lo ves Sky? Sólo tú puedes tocarme –esta vez sonó a una afirmación irrefutable mientras sus manos decidieron recorrerla un poco, no demasiado como para molestarla, pues siempre la trataba con respeto reverencial. Quería agregar algo más pero fue acallado por el golpe físico, la bofetada lo tomó por sorpresa, no iba a mentir y se llevó como reflejo una mano para cubrirse el golpe. Las lágrimas estuvieron a punto de traicionarlo, no por el dolor, que era casi nulo, sino por la carga semántica de aquel acto. Miró a un lado sumiso –lo merezco –dijo en un susurro lastimero y se convenció de ello, merecía tal castigo por su insolencia. No lloró, porque entonces confirmaría lo que ella había dicho y aunque se sabía que lo era, que era un pobre mocoso llorón, no quería confirmarlo de ese modo esa noche.

Se quedó así, pasmado, dolido, verdaderamente derrotado y creyó que en cualquier momento Sky lo correría de la habitación y él, obediente como era, seguiría tal designio pensando en cómo remendar su error luego. Pero no, ella lo volvía a sorprender, dejando en claro así que Dom, por mucho que la conociera (se atrevía a decir que mejor que nadie) jamás lograría entenderla completamente. Hubo un leve quejido al recibirla en sus brazos, pero no tardó ni un segundo en hacerlo, la miró de frente, sorprendido, con los ojos bien abiertos y estuvo a punto de preguntar qué pretendía cuando ella sola se lo demostró. Tan sólo sintió el contacto de su mano con su miembro vino una corriente eléctrica que le recorrió la espina dorsal, un ramalazo de calor y ni qué decir cuando Sky lo condujo a tocarla a ella también.

-Eso ya deberías saberlo –dijo con voz afectada por la excitación repentina –soy tuyo, soy tú propiedad, me marcaste como tuyo hace muchos años, desde que me miraste por primera vez –recargó la frente en un hombro de ella al no poder controlarse muy bien ante lo que le provocaba, como un vil adolescente que no puede dominarse, así de básico resultaba a veces, frente a ella siempre. Un impulso lo hizo actuar, su cadera se movió al frente, pero sabía que muy probablemente fuera de aquel roce, no habría más contacto de ese tipo por esa noche-. ¿Por qué lo dudas? ¿Por qué no me crees cuando te digo que eres mi dueña, mi ama y señora? ¿Acaso no te lo he demostrado al pasar de los años? Estoy aquí, siempre, incluso cuando no me quieres aquí, incluso cuando pareces odiarme más de lo que… -y calló, no supo cómo terminar la frase porque la palabra amor no cabía ahí. Sus ojos se cerraron con fuerza y seguía recargado en el hombro ajeno, rogando por consuelo a sus desdichas, rogándole a la misma mujer que era la causante de las mismas.
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Mensaje por Skaði Sjöfn Lun Nov 12, 2012 5:06 pm

Más dulce que la sangre de algunos enfermos o las muchachas vírgenes que ha tomado, más dulce que ese néctar que obtiene de cada hombre con quien pasa alguna noche para luego quitarles la vida, más dulce incluso que cualquier otra cosa que probara jamás, más dulce y por lo mismo más detestable, aún más dulce es el sonido de la voz de Domhnall pronunciando ese apodo que para todo el resto está prohibido. Aborrecible, repugnante, fastidioso e incluso nauseabundo, tanto en una sola persona. El recuerdo de sus preguntas recién formuladas le calienta la sangre y logra que incluso la bilis comience a subirle por la garganta. Debería gritar, debería demostrar lo que siente de algún modo y no sólo permitir que sea su cuerpo quien siempre hable por ella. Pero le teme a su máximo enemigo, está aterrada de aquello que se ha formado en su interior y que se intensifica con el tiempo, le tiemblan las manos por no poder confortarlo como debería hacerlo y prefiere cerrar los ojos antes de ver esa imagen de hombre derrotado que posee en ese momento, la misma que le causa repulsión y también una ternura supuestamente injustificada, esa emoción que siempre evitado a toda costa pese a que florece cuando menos debería hacerlo, justo como ahora. Todo lo que Dom necesita es mover apenas su cadera y con eso logra que las entrañas de Sky se tuerzan como si alguien metiera un puño en su vientre y las retorciera sólo para molestarla. La parte central de su cuerpo está lista para él, deseosa, siempre esperando, pero rendirse sería dar por ganada una batalla en una guerra que desde que comenzó a ser escrita sólo ha tenido una ganadora. — ¿Tanta importancia te das que crees que podría odiarte? — sólo aprovecha la cercanía de su rostro para susurrarle junto a la mejilla, palabras así no necesitan ser gritadas, ella maneja el tinte de cada cosa que dice para poder dañarlo doblemente, justo como él hace cuando insinúa que lo odia o también que lo ama.

Se separa y queda de pie frente a él, no alarga la distancia porque aunque jamás lo reconozca, esa cercanía es tan vital para ella como el hecho de mantenerse siempre en las sombras. — ¿Cómo podría confiar en tu palabra si apenas quito mis ojos de ti sales para encontrar otras mujeres? ¿Esa es tu forma de demostrarlo? ¿Así es como esperas que no dude de ti cada noche? — una mirada que ha perdido el gélido brillo que antes poseía y una decisión que prefiere no revelar en voz alta. Está ahí, a un paso de ceder a todo, de dejar caer los brazos y aceptar con la cabeza gacha que no es tan dura como parece, que él la descoloca, que logra que pierda los estribos y desee matar a todas las mujeres que saluda, mira o incluso aquellas que son parte del servicio doméstico y que mas bien le temen. — Eres sólo la cáscara de un hombre que nunca está del todo presente, eres una marioneta con los hilos preparados para mis dedos… ¿dónde estás realmente? — a veces, justo como hoy, le cansa discutir, le cansa no poder simplemente disfrutar de él y tener la seguridad de que nadie más podrá hacerlo. — Dime en qué estoy fallando… dime por qué no cumples mis mandatos… dímelo… ¡Dímelo maldita sea! ¡Dime por qué simplemente no puedes hacer lo que te pido! — como una veleta a la que el viento mueve y nunca apunta en la misma dirección por mucho tiempo, como un drakkar impulsado por los remos de quienes planean dirigirlo, Sky se mueve de forma errática y lo culpa, por esa debilidad, por sentirse volátil aún cuando se muestre siempre entera y pareciera que nada puede afectarle. Cae de rodillas y no parece derrotada sino más bien determinada a dejar de lamentarse y ser ella quien cambie la situación para transformarla a su favor, porque dejaría de ser Skaði si alguna vez se rindiera, tendría que abrirse primero las venas y permitir que su sangre vikinga se derrame por completo antes de perder a su protegido al que por cierto también ama, loca y desesperadamente ama. — Deberías entender que sólo yo puedo darte lo que necesitas —

Esa misma arma que antes utilizó para provocarlo ahora la transforma en un método de tortura, una sonrisa imperceptible se asoma y logra que por menos de un segundo luzca como una niña haciendo una travesura, una imagen más bien perturbadora considerando que su próximo movimiento es tomar el miembro de Domhnall con su boca y comenzar un martirio distinto, un suplicio del que desea ser parte, un tormento que podría llevarla a la muerte si es que su corazón no hubiese dejado de latir ya hace tanto. El murmullo de aprobación que se escapa la delata y la mueca de satisfacción en su rostro no hace más que agregarle aún más leña al fuego. Sky olvida por un momento que la idea es lograr desterrar de Dom el concepto de que fuera de esa casa no puede encontrar algo mejor o incluso algo con lo que ocupar su tiempo, todo lo que debe llenar su cabeza es ella y es por lo mismo que nunca le ha parecido bien que el emprenda algún tipo de negocio, de ahí también esa regla implícita de no permanecer más de ocho años en cada lugar. Lo recorre completo, usa sus labios para besar la parte (física, por supuesto) que más adora de él, intenta darle tanto placer como el que ella siente, moviéndose a un ritmo que conoce pero que parece también siempre nuevo y deteniéndose cuando considera que su esclavo está demasiado cerca de alcanzar la cumbre. Sus párpados caen pesados por un segundo y luego alza su mirada para encontrar la de él. ¡Cuánto es capaz de decir ese simple gesto! Y por lo mismo, por esa ansiedad creciente de unir sus cuerpos, es que se detiene y vuelve a estar de pie, saboreándose los labios y demostrándole que ha disfrutado. Le asalta la boca y el beso, al fin, no es violento, no es salvaje, es sólo intenso y tan esperado. — ¿No te das cuenta de lo bien que sabes dentro de mí? — alguien más ha pronunciado eso, ella evita las réplicas que él pueda entregar a punta de más besos, de un sinfín de besos que pronuncian todo lo que siempre ha callado.


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