AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Sentiments d' un esclave [Tiaret]
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Sentiments d' un esclave [Tiaret]
De pronto, sonaron unos golpes en la puerta. La mañana había llegado más rápido de lo que imaginaba y la hora de trabajar estaba por llegar. Como siempre, odiaba levantarme de la cama, dormir había sido uno de los mayores placeres que había encontrado luego de dejar la vida en la iglesia. Sin embargo, eso no me quitaba de mis labores y cuando comenzaban las tareas me dignaba a elevar mis energías lo mejor posible. Me alisté entonces entre gruñidos, bajando por la escalera desde la espaciada habitación hasta la oficina de mediano tamaño que tenía el baño en un costado. Haber aceptado trabajar en ese lugar fue una buena elección. Tenía todo lo necesario para sobrevivir y podía seguir utilizando las cualidades que había obtenido. El armado de tácticas para controlar la zona de los vampiros y al mismo tiempo proteger a algunos humanos. Era una balanza que aunque estuviese levemente inclinada me dejaba soportar la vida con calma. No obstante, desde hacía un tiempo me estaba desnivelando cada vez más, el odio hacía la iglesia se había incrementado al ver como una esclava era martirizada. Incluso llegaba a soñar con el dolor que padecía Tiaret, pero liberarla no era cosa fácil, aunque podían pensar que era tan simple como pedir un pasaje en barco e irse muy lejos. En éste caso la fémina estaba dominada por un inquisidor, un brujo que podía manipularla y encontrarla en cualquier parte del mundo. Eso no me hacía en gracia y acumulaba mis deseos de venganza cada vez más.
Entre suspiros y pensamientos que me ponían de mal humor había terminado por salir a la calle, con los cabellos chorreando agua pues acababa de bañarme. Tenía que ir a buscar algunos insumos que acababan de llegar al puerto. Y hacer el recorrido por la zona. Usualmente en la mañana y tarde todo parecía tranquilo, los inmortales se escondían en sus cuevas y los demás no causaban problemas. Caminaba acomodándome la camisa holgada dentro del pantalón, sacudiendo los cortos cabellos para que comenzasen a secar. El recorrido fue rápido, en media hora estaba volviendo con unas cajas cogidas de una soga en la derecha. La mirada cansina estaba atisbando todo en el camino y no tardé en percatarme de ese aroma a pasto y tierra tan exótico que cargaba una negra, pero no como cualquier otra. Tiaret caminaba extraño y lento. Sin dudas había pensado en acecharla desde atrás para asustar su pequeño y siempre miedoso cuerpo. Era como si no estuviese en su hábitat natural. ¿Sería eso correcto? Sí, en parte ella pertenecía a la selva. Y ahora se trataba de una leona en cautiverio, que iba perdiendo su naturaleza poco a poco, aunque nunca lograría convertirse en lo que los demás esperaban. Moriría antes, el problema es que yo no aceptaría que pasaran ninguna de las dos cosas. Mis orbes asombrados se abrieron como si acabara de ver un fantasma y caminé rápido, tomando su delgado brazo oscuro. Estaba flaca, más flaca que antes y sus labios carnosos parecían desquebrajados. — ¿Quién te hizo esto? Dímelo. ¿Quién fue? — Las preguntas salieron rasposas, aquella bestia de la luna se retorcía en mi interior mostrando un color en los faroles que se mezclaba entre el azul y el marrón claro. La molestia se notaba a leguas mas no tenía sentido dejarme enfurecer, no le haría ningún bien a la fémina. Calmé como pude mis instintos, sin soltarle el brazo, si escapaba sería problemático correr con unas pesadas cajas el otro hombro. Sin embargo no atiné a volver a verla fijamente, simplemente seguí caminando, agarrando su piel con cuidado, con la seguridad de que no pudiese escaparse. ¿Qué le había pasado y por qué? No podía parar de preguntármelo. Eran varias las veces que la había visto lastimada pero ahora incluso sus cabellos se notaban débiles y finos. ¿Sería mi culpa? ¿Acaso estaba provocando la ira de aquel hombre? Mis dientes estaban apretándose al punto de querer romperse y el temblor en mi pecho se propagó hasta la pelvis inflando mi nariz. La gente se volteaba y miraba como una blanca estaba preocupada por una esclava. No podía soportarlo y no lo hice pues al levantar la vista una ola de intimidación se expandió, buscando que los demás volvieran a su rutina. Llamar la atención nunca estaba en mi itinerario pero no pude controlarlo en aquel momento, simplemente había colapsado.
Entre suspiros y pensamientos que me ponían de mal humor había terminado por salir a la calle, con los cabellos chorreando agua pues acababa de bañarme. Tenía que ir a buscar algunos insumos que acababan de llegar al puerto. Y hacer el recorrido por la zona. Usualmente en la mañana y tarde todo parecía tranquilo, los inmortales se escondían en sus cuevas y los demás no causaban problemas. Caminaba acomodándome la camisa holgada dentro del pantalón, sacudiendo los cortos cabellos para que comenzasen a secar. El recorrido fue rápido, en media hora estaba volviendo con unas cajas cogidas de una soga en la derecha. La mirada cansina estaba atisbando todo en el camino y no tardé en percatarme de ese aroma a pasto y tierra tan exótico que cargaba una negra, pero no como cualquier otra. Tiaret caminaba extraño y lento. Sin dudas había pensado en acecharla desde atrás para asustar su pequeño y siempre miedoso cuerpo. Era como si no estuviese en su hábitat natural. ¿Sería eso correcto? Sí, en parte ella pertenecía a la selva. Y ahora se trataba de una leona en cautiverio, que iba perdiendo su naturaleza poco a poco, aunque nunca lograría convertirse en lo que los demás esperaban. Moriría antes, el problema es que yo no aceptaría que pasaran ninguna de las dos cosas. Mis orbes asombrados se abrieron como si acabara de ver un fantasma y caminé rápido, tomando su delgado brazo oscuro. Estaba flaca, más flaca que antes y sus labios carnosos parecían desquebrajados. — ¿Quién te hizo esto? Dímelo. ¿Quién fue? — Las preguntas salieron rasposas, aquella bestia de la luna se retorcía en mi interior mostrando un color en los faroles que se mezclaba entre el azul y el marrón claro. La molestia se notaba a leguas mas no tenía sentido dejarme enfurecer, no le haría ningún bien a la fémina. Calmé como pude mis instintos, sin soltarle el brazo, si escapaba sería problemático correr con unas pesadas cajas el otro hombro. Sin embargo no atiné a volver a verla fijamente, simplemente seguí caminando, agarrando su piel con cuidado, con la seguridad de que no pudiese escaparse. ¿Qué le había pasado y por qué? No podía parar de preguntármelo. Eran varias las veces que la había visto lastimada pero ahora incluso sus cabellos se notaban débiles y finos. ¿Sería mi culpa? ¿Acaso estaba provocando la ira de aquel hombre? Mis dientes estaban apretándose al punto de querer romperse y el temblor en mi pecho se propagó hasta la pelvis inflando mi nariz. La gente se volteaba y miraba como una blanca estaba preocupada por una esclava. No podía soportarlo y no lo hice pues al levantar la vista una ola de intimidación se expandió, buscando que los demás volvieran a su rutina. Llamar la atención nunca estaba en mi itinerario pero no pude controlarlo en aquel momento, simplemente había colapsado.
Imara Rákóczi- Cazador Clase Alta
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Re: Sentiments d' un esclave [Tiaret]
Tantos días sin salir de casa se le estaban haciendo excesivamente duros, Tiaret no estaba hecha para ser encerrada entre cuatro paredes y así empezaba a reflejarlo su físico. Su amo, tras la última excursión de esta, la había descubierto más alegre y vivaz de lo que él consideraba propio de una esclava, por lo que había tomado la decisión de que se mantuviera en el interior de la casa bajo la constante supervisión de alguien. La negra realizaba, desde ese día, las tareas que se le encomendaban pero siempre junto a una persona que se asegurase de que lo hacía como el amo quería y que no tenía descanso alguno. Los sirvientes se turnaban para poder ostentar ese cargo de poder sobre ella que era lo más cercano a ser alguien en la vida para ellos, realmente Tiaret no les culpaba del mal trato con el que la trataban. Para ellos ordenar, vigilar e incluso castigar al nuevo juguete del amo era una manera de evadirse de una realidad en la que ellos también podían ser castigados y humillados aunque no en la misma medida. Así pasaron las semanas, entre golpes, insultos y vejaciones de todo tipo. Los desmayos de la negra por el agotamiento físico y mental eran cada vez en periodos de tiempo más cortos, pero a nadie le importaba. Cuando eso ocurría le echaban un balde de agua frío o golpeaban su rostro para que espabilara y volviera al trabajo. Por grave que pudiera parecer a cualquier a quien hubiera acudido en busca de ayuda la hubiera devuelto a su amo y hubiera sido peor, por lo que se rindió hasta una mañana en que sabía que el amo no iba a estar en casa y los demás aún dormían. La necesidad de notar el aire y la luz del sol superaba al miedo del momento en que regresara y fuera castigada por rebeldía.
No sabía a dónde se dirigía, no sabía cómo era capaz de caminar, pero sus pasos simplemente hacían que su escuálido cuerpo se movieran entre las calles, al principio silenciosas y poco a poco llenas de ruido y de gente que comenzaba así su jornada. Los olores llegaban hasta ella como la propia vida, estaba tan acostumbrada a no comer apenas que ni hambre sentía al ver las frutas que eran colocadas en los puestos laterales de la calle. El frescor de la mañana junto a los tenues rayos de sol que asomaban con timidez entre las nubes, devolvían poco a poco las fuerzas a una resignada Tiaret. El agarre en su brazo quizás fue más fuerte de lo normal pero Tiaret solo pudo sonreír al ver aquel rostro. Al principio no entendió por qué Pavilion parecía enfadada al verla, porque se movía con aquella brusquedad en vez de sonreír tal y como ella misma había hecho, pero con aquellas preguntas lo comprendió todo. Su aspecto debía haber empeorado mucho desde su último encuentro y eso generaba la furia de una loba que luchaba por ocultar su condición. Pensó en mentir, no deliberadamente sino en decir –estoy bien- para que se calmara pero sabía que eso la enfurecería más por lo que simplemente se dejó arrastrar por la calle con la cabeza gacha esperando que ahora la gente no la tomara con la rubia que la llevaba del brazo.
Sin saber cómo había acabado en lo que parecía una pequeña casa, tranquila y despejada de muebles. Aún en silencio tomó asiento en un banco de madera y espero a que Pavilion se calmara para poder hablar con ella, - ¿puedo lavar? - preguntó sin aún contestar las dudas de la rubia sobre su aspecto. El barreño, que rápidamente fue llenado de agua, fue ocupado por el ahora frágil cuerpo de la esclava que se limitó a quedar sumergida en el líquido dejando así que su cuerpo se relajara y las heridas se limpiaran. Poco le importaba que Pavilion pudiera contemplar su desnudez, muchos la habían visto así y ella era la única a la que no debía temer. La camisola blanca, igual a la que la licántropa llevaba puesta hizo las veces de vestido y así mismo se volvió a sentar dispuesta a responderla. - Amo no quiere que salga y todos vigilan para que trabaje -, resumió evitando la parte más dura para que no acabara por desmadrarse la situación y pudiera hacer algo que las pusiera a las dos en peligro. - Hoy escapé cuando todos dormían, necesito aire y luz - murmuró mirando a la ventana abierta que tenía a su derecha. - ¿También te enfadas? - que los demás se enfadaran con ella no era un problema, estaba demasiado asumido que no haría amigos en las casas donde trabajara, pero con Pavilion las cosas no eran tan sencillas, necesita notar el apoyo de aquella mujer y la fuerza que desprendía parecía estar centrada en un enfado monumental con todo lo que rodeaba a la esclava lo que generaba en ella un malestar latente.
No sabía a dónde se dirigía, no sabía cómo era capaz de caminar, pero sus pasos simplemente hacían que su escuálido cuerpo se movieran entre las calles, al principio silenciosas y poco a poco llenas de ruido y de gente que comenzaba así su jornada. Los olores llegaban hasta ella como la propia vida, estaba tan acostumbrada a no comer apenas que ni hambre sentía al ver las frutas que eran colocadas en los puestos laterales de la calle. El frescor de la mañana junto a los tenues rayos de sol que asomaban con timidez entre las nubes, devolvían poco a poco las fuerzas a una resignada Tiaret. El agarre en su brazo quizás fue más fuerte de lo normal pero Tiaret solo pudo sonreír al ver aquel rostro. Al principio no entendió por qué Pavilion parecía enfadada al verla, porque se movía con aquella brusquedad en vez de sonreír tal y como ella misma había hecho, pero con aquellas preguntas lo comprendió todo. Su aspecto debía haber empeorado mucho desde su último encuentro y eso generaba la furia de una loba que luchaba por ocultar su condición. Pensó en mentir, no deliberadamente sino en decir –estoy bien- para que se calmara pero sabía que eso la enfurecería más por lo que simplemente se dejó arrastrar por la calle con la cabeza gacha esperando que ahora la gente no la tomara con la rubia que la llevaba del brazo.
Sin saber cómo había acabado en lo que parecía una pequeña casa, tranquila y despejada de muebles. Aún en silencio tomó asiento en un banco de madera y espero a que Pavilion se calmara para poder hablar con ella, - ¿puedo lavar? - preguntó sin aún contestar las dudas de la rubia sobre su aspecto. El barreño, que rápidamente fue llenado de agua, fue ocupado por el ahora frágil cuerpo de la esclava que se limitó a quedar sumergida en el líquido dejando así que su cuerpo se relajara y las heridas se limpiaran. Poco le importaba que Pavilion pudiera contemplar su desnudez, muchos la habían visto así y ella era la única a la que no debía temer. La camisola blanca, igual a la que la licántropa llevaba puesta hizo las veces de vestido y así mismo se volvió a sentar dispuesta a responderla. - Amo no quiere que salga y todos vigilan para que trabaje -, resumió evitando la parte más dura para que no acabara por desmadrarse la situación y pudiera hacer algo que las pusiera a las dos en peligro. - Hoy escapé cuando todos dormían, necesito aire y luz - murmuró mirando a la ventana abierta que tenía a su derecha. - ¿También te enfadas? - que los demás se enfadaran con ella no era un problema, estaba demasiado asumido que no haría amigos en las casas donde trabajara, pero con Pavilion las cosas no eran tan sencillas, necesita notar el apoyo de aquella mujer y la fuerza que desprendía parecía estar centrada en un enfado monumental con todo lo que rodeaba a la esclava lo que generaba en ella un malestar latente.
Leia Fergusson- Hechicero Clase Alta
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Re: Sentiments d' un esclave [Tiaret]
El enfado era imposible de ocultar, estaba allí, vivaz y como un fuego que recorría cada uno de los poros de mi piel. Los ojos, de un azul profundo, se ennegrecían de una miel opaca y moribunda. Esa parte salvaje que no podía controlar, que era imposible de calmar y más aún en esos momentos en donde tenía en frente a un saco de huesos. Su dermis morena, que en principio había visto brillosa y llena de un salvajismo inmortal, ahora parecía ser una obra de arte macabra, con su esqueleto fácilmente contable. Indignada fue que terminé arrastrándola a aquella casa que aunque era humilde y pequeña, era mía, completamente de mi propiedad. Mis brazos temblaban y me preguntaba, ¿por qué? ¿Era porque se trataba de ella? No sabía, no estaba en absoluto al tanto de mis emociones en ese momento y lo único que atiné a hacer fue envolverla entre mis brazos, tan solo unos segundos era suficiente para calmar esa amargura que empezaba a subir por mi garganta sin querer detenerse, cual ácido corroyendo. — Sí, lávate. — Añadí con sorna al separarme, preparándome mentalmente para ver una desnudez demacrada. ¿Acaso había sido yo la culpable de su desamparo? Fruncí el entrecejo, dejando mi cuerpo pesado caer en una de las sillas. Apoyando los codos sobre las rodillas para dejar mi cabeza posada en unas manos que hubiesen temblado demencialmente de no haber sido que la fortaleza estaba allí, impidiéndome toda clase de debilidad. Y el silencio me embargó, prefería escuchar lo que tenía que decir antes de sacar mis propias conclusiones, aún si éstas no estaban erradas en absoluto.
Y, ¿cómo no responderle si era un sonido melodioso el que ella me regalaba? Aterciopelado como ningún otro, me hizo alzar la cabeza para sonreírle de lado, alzando apenas una ceja, dejando que la voz ronca se explayara con un poco más soltura que en primera instancia. — No me enfado, me preocupo, que es diferente. Lávate tranquila, prepararé comida y comerás. ¿Entiendes? — La expresión en mi rostro era ilegible, entre amargura y sequedad. Escucharla era una clara advertencia a que quería destruir a aquellas personas más que nunca. Y en mi mente, en donde siempre había estrategias y planes en creación, empezaba a nacer una venganza más allá del abandono que a mí misma me habían dado. Pero ella nada tenía que saber al respecto, ni una palabra pues bien estaba al tanto de que si ella mentía la descubrirían. La inquisición tenía maneras aterradoras de hacer hablar a la gente y no permitiría que Tiaret fuese lastimada, no más de lo que ya estaba.
Me apresuré entonces a ir a la pequeña cocina de un costado, mantenía una larga chimenea que venía desde la parte del bar. Tenía los instrumentos para hacer las cosas sin embargo, lo único que se me daba bien eran las carnes simples. Suponía que para una esclava eso sería un manjar y saqué de un frasco de sales de mar un tira roja. — ¿Por qué no quieren que salgas? Antes te lo permitían. Ponte lo que quieras de ese vestidor que está a tu lado. Puedes dejar lo que tenías puesto para lavar, te lo coseré. — Sabía perfectamente que la muchacha no podía llegar con prendas nuevas a trabajar y mucho menos con camisas que emanaban una clase media, incluso estaban limpias y relucientes. Se podía notar a simple vista la manía que tenía por el acomodamiento, las formas de un soldado que había pasado toda su vida siendo entrenada. Cada cosa mantenía un lugar y una forma en la habitación, que aunque era pequeña parecía bastante amplia debido a como estaban distribuidas las cosas. No tardé demasiado en prender las brasas para debajo de la cocina, moviéndolas de modo que comenzaran a calentar no solo el material de cocina, sino el ambiente que estaba frío, ya que no me molestaba en entibiar el lugar. — ¿Te gusta la carne? Tengo eso y algunas verduras. Pero puedo ir a comprarte otra cosa si quieres. — No desviaba demasiado la mirada hacía ella, pues sus delgados huesos producían una serie de emociones que no era capaz de regular, no había podido cuidarla y eso cargaba mi conciencia más que cualquier otra cosa. Y al final dejé salir un suspiro cansino. — Dímelo, ¿Quiénes te hicieron las lastimaduras? ¿Fue tu amo o fue la servidumbre? Mira cómo estás. — Un murmullo desolado se entremezcló al final de mis palabras, como si no quisiera que lo escuchara, pero aun así con la necesidad de decirlo a toda costa.
Y, ¿cómo no responderle si era un sonido melodioso el que ella me regalaba? Aterciopelado como ningún otro, me hizo alzar la cabeza para sonreírle de lado, alzando apenas una ceja, dejando que la voz ronca se explayara con un poco más soltura que en primera instancia. — No me enfado, me preocupo, que es diferente. Lávate tranquila, prepararé comida y comerás. ¿Entiendes? — La expresión en mi rostro era ilegible, entre amargura y sequedad. Escucharla era una clara advertencia a que quería destruir a aquellas personas más que nunca. Y en mi mente, en donde siempre había estrategias y planes en creación, empezaba a nacer una venganza más allá del abandono que a mí misma me habían dado. Pero ella nada tenía que saber al respecto, ni una palabra pues bien estaba al tanto de que si ella mentía la descubrirían. La inquisición tenía maneras aterradoras de hacer hablar a la gente y no permitiría que Tiaret fuese lastimada, no más de lo que ya estaba.
Me apresuré entonces a ir a la pequeña cocina de un costado, mantenía una larga chimenea que venía desde la parte del bar. Tenía los instrumentos para hacer las cosas sin embargo, lo único que se me daba bien eran las carnes simples. Suponía que para una esclava eso sería un manjar y saqué de un frasco de sales de mar un tira roja. — ¿Por qué no quieren que salgas? Antes te lo permitían. Ponte lo que quieras de ese vestidor que está a tu lado. Puedes dejar lo que tenías puesto para lavar, te lo coseré. — Sabía perfectamente que la muchacha no podía llegar con prendas nuevas a trabajar y mucho menos con camisas que emanaban una clase media, incluso estaban limpias y relucientes. Se podía notar a simple vista la manía que tenía por el acomodamiento, las formas de un soldado que había pasado toda su vida siendo entrenada. Cada cosa mantenía un lugar y una forma en la habitación, que aunque era pequeña parecía bastante amplia debido a como estaban distribuidas las cosas. No tardé demasiado en prender las brasas para debajo de la cocina, moviéndolas de modo que comenzaran a calentar no solo el material de cocina, sino el ambiente que estaba frío, ya que no me molestaba en entibiar el lugar. — ¿Te gusta la carne? Tengo eso y algunas verduras. Pero puedo ir a comprarte otra cosa si quieres. — No desviaba demasiado la mirada hacía ella, pues sus delgados huesos producían una serie de emociones que no era capaz de regular, no había podido cuidarla y eso cargaba mi conciencia más que cualquier otra cosa. Y al final dejé salir un suspiro cansino. — Dímelo, ¿Quiénes te hicieron las lastimaduras? ¿Fue tu amo o fue la servidumbre? Mira cómo estás. — Un murmullo desolado se entremezcló al final de mis palabras, como si no quisiera que lo escuchara, pero aun así con la necesidad de decirlo a toda costa.
Imara Rákóczi- Cazador Clase Alta
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Re: Sentiments d' un esclave [Tiaret]
Le producía más dolor la mirada aterrada de Pavilion que su propio estado físico. La costumbre había conseguido que Tiaret se habituara a ese estado en el que se encontraba pero para la mujer que tenía al lado debía haber sido un shock encontrarla así. No sabía qué decir y qué callar, lo último que quería era ponerla a ella también en peligro. No había tardado en comprender que Antonio era un hombre peligroso que no dudaría en dañar a quien se pusiera en su camino y Pav debía quedarse fuera de él. Verla hacer por la casa era una delicia a pesar de sus nervios, se respiraba un ambiente tan distinto allí que en su actual hogar… Obedeció y escogió una prenda al azar para cubrirse dejando su ropa harapienta a un lado, se moría de vergüenza por exponer unas prendas tan mugrosas ante Pavilion pero no quería discutir y todo lo que estaba haciendo por ella le impedía formular queja alguna.
- No deja porque amo desconfía de todos. Más de mi - explicó una vez se hubo sentado en una de las banquetas cercanas a la loba dejando que preparara algo en la cocina que aún no sabía qué era, - sabe que veo a alguien, no sabe que eres tú, pero no le gusta - debía aclararle que se había asegurado de no ser seguida ni de dar pista alguna sobre su paradero o identidad a Antonio. - Yo no traiciono - dijo segura de ello. Jamás habría nada que Antonio pudiera hacerle capaz de arrancar de ella el nombre de Pavilion ni de nadie que le hubiera ayudado alguna vez.
Seguía ahí, esa mirada que la recorría de arriba abajo como si no creyera que Tiaret era la misma persona. Su mirada, como pasaba siempre que estaba nerviosa o incómoda, se posó en sus propios pies, incapaz de enfrentarse a los ojos ajenos. Asintió e hizo un simple sonido de conformidad con el menú que le había expuesto, ¿cómo iba a decir algo negativo al plato que le ofrecía? Olía tan bien que era incapaz de creer que fuera merecedora de algo así llevaba ya meses alimentándose de sobras, - gracias - susurró cuando llevaba ya más de medio plato comido. Para su desgracia, acostumbrada como estaba a comer tan poco, el estómago era incapaz de digerir toda la comida que Pavilion le había preparado, por lo que empujó el plato de vuelta hacia ella cuando notó que iba a reventarle el vientre.
- No pidas que hable - la voz se tornó una súplica hacia la loba pues lo último que quería es que esta empezara una guerra que no estaba segura de que pudiera ganar. - Estoy viva y bien aquí ahora, déjame disfrutar… - pidió alargando la mano hacia ella. Pav era consciente de lo poco que le gustaba a la escava el contacto por lo que esperaba que ese gesto tranquilizara a la loba lo suficiente como para no seguir con el interrogatorio. En los meses que llevaba sirviendo a Antonio había podido intuir a qué se dedicaba y era incluso peor el mero hecho de saberlo. No era una persona normal, había algo mágico en él, algo único y estaba claro que no lo usaba para nada bueno. Era un hombre cruel y desconfiado, pagaba con los demás sus propias frustraciones y por lo tanto el hecho de que tuviera algún don era negativo para Tiaret y Pavilion si es que llegaba a atentar contra él. Para alguien como ella era extraño el esfuerzo con que todos guardaban en secreto sus dones. En su tierra cuando había alguien como Pavilion o Antonio se celebraba y acaban siempre siendo personas de gran relevancia en la tribu. Pero el mundo de los blancos era diferente, ni siquiera Pavilion había confiado en ella como para contarle que se trataba de una hija de la luna. La mirada de lástima cambió ahora de dueña instalándose en los ojos morenos de la esclava.
Tuvo que levantarse de su lado para no dejar ver más de lo que quería. Con el plato en la mano se aventuró hasta la pila para dedicarse a fregarlo hasta no dejar marca alguna de comida. Necesitaba algo en lo que centrar su atención ahora que estaba en presencia de Pavilion, conseguía marearla en cierto sentido e incluso que sus piernas temblaran ante la mirada de esta. Empezaba a comprender por qué era pero debía pararlo antes de que ambas resultaran heridas. Realmente no pensaba que su vida durara mucho más bajo las órdenes de Antonio por lo que... esa sería la última vez que aceptaría la compañía de la loba por mucho que eso hiciera que su pecho se encogiera.
- No deja porque amo desconfía de todos. Más de mi - explicó una vez se hubo sentado en una de las banquetas cercanas a la loba dejando que preparara algo en la cocina que aún no sabía qué era, - sabe que veo a alguien, no sabe que eres tú, pero no le gusta - debía aclararle que se había asegurado de no ser seguida ni de dar pista alguna sobre su paradero o identidad a Antonio. - Yo no traiciono - dijo segura de ello. Jamás habría nada que Antonio pudiera hacerle capaz de arrancar de ella el nombre de Pavilion ni de nadie que le hubiera ayudado alguna vez.
Seguía ahí, esa mirada que la recorría de arriba abajo como si no creyera que Tiaret era la misma persona. Su mirada, como pasaba siempre que estaba nerviosa o incómoda, se posó en sus propios pies, incapaz de enfrentarse a los ojos ajenos. Asintió e hizo un simple sonido de conformidad con el menú que le había expuesto, ¿cómo iba a decir algo negativo al plato que le ofrecía? Olía tan bien que era incapaz de creer que fuera merecedora de algo así llevaba ya meses alimentándose de sobras, - gracias - susurró cuando llevaba ya más de medio plato comido. Para su desgracia, acostumbrada como estaba a comer tan poco, el estómago era incapaz de digerir toda la comida que Pavilion le había preparado, por lo que empujó el plato de vuelta hacia ella cuando notó que iba a reventarle el vientre.
- No pidas que hable - la voz se tornó una súplica hacia la loba pues lo último que quería es que esta empezara una guerra que no estaba segura de que pudiera ganar. - Estoy viva y bien aquí ahora, déjame disfrutar… - pidió alargando la mano hacia ella. Pav era consciente de lo poco que le gustaba a la escava el contacto por lo que esperaba que ese gesto tranquilizara a la loba lo suficiente como para no seguir con el interrogatorio. En los meses que llevaba sirviendo a Antonio había podido intuir a qué se dedicaba y era incluso peor el mero hecho de saberlo. No era una persona normal, había algo mágico en él, algo único y estaba claro que no lo usaba para nada bueno. Era un hombre cruel y desconfiado, pagaba con los demás sus propias frustraciones y por lo tanto el hecho de que tuviera algún don era negativo para Tiaret y Pavilion si es que llegaba a atentar contra él. Para alguien como ella era extraño el esfuerzo con que todos guardaban en secreto sus dones. En su tierra cuando había alguien como Pavilion o Antonio se celebraba y acaban siempre siendo personas de gran relevancia en la tribu. Pero el mundo de los blancos era diferente, ni siquiera Pavilion había confiado en ella como para contarle que se trataba de una hija de la luna. La mirada de lástima cambió ahora de dueña instalándose en los ojos morenos de la esclava.
Tuvo que levantarse de su lado para no dejar ver más de lo que quería. Con el plato en la mano se aventuró hasta la pila para dedicarse a fregarlo hasta no dejar marca alguna de comida. Necesitaba algo en lo que centrar su atención ahora que estaba en presencia de Pavilion, conseguía marearla en cierto sentido e incluso que sus piernas temblaran ante la mirada de esta. Empezaba a comprender por qué era pero debía pararlo antes de que ambas resultaran heridas. Realmente no pensaba que su vida durara mucho más bajo las órdenes de Antonio por lo que... esa sería la última vez que aceptaría la compañía de la loba por mucho que eso hiciera que su pecho se encogiera.
Leia Fergusson- Hechicero Clase Alta
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Re: Sentiments d' un esclave [Tiaret]
El lienzo pintado en un oscuro amarronado que era la muchacha, recorría de un lado a otro la casa, curiosa, cual ratón fuera de hábitat, fácilmente podía comprender lo que ella sentía en ese momento. Pues yo había pasado por lo mismo, se trataba de un lugar que no inspiraba formalidades ni buscaba algo en los demás. Por el contrario, era una casa humilde, pero lo suficientemente acogedora como para que cualquiera se sintiera cómodo. Había experimentado lo mismo al salir de la oligarquía de la iglesia. La mirada de la esclava hurgaba en mi rostro cada tanto, mientras las toscas maniobras para cocinar se hacían un tanto largas. El perfeccionismo que tenía como defecto no me permitía apurar demasiado las cosas, sin embargo eran unos huesos nítidos los que me habían terminado obligando a que las brasas se inflamaran, yendo a fuego rápido. Y la escuché atenta, siendo imposible para mí evitar una sonrisa jovial y animada. “Yo no traiciono” El pecho se me hundía ante esas palabras que abrían una vieja herida, no para quemarla, sino para purificarla lentamente. La traición me había dado la posibilidad de conocerla y ahora parecía que me cerraba las puertas, para dejarme en un lugar seguro. ‘Justo donde yo quería estar’. — Aunque me hubieses traicionado, no hubiese sido nada bueno para ti. Aun así… Gracias. Preferiría que no tengas que decir esas palabras en realidad. Pero no puedo volver el tiempo atrás. Tendríamos que haber sido más precavidas, ¿no crees? — Añadí asaltando su mejilla, desparramando una caricia con el dorso de la mano, entrecerrando los parpados como si quisiera apresar mi tristeza dentro de mi mirada. Era un aliento en vacío que exclama por compasión.
— Tss… Te has vuelto una rebelde. Bien, entonces háblame de algo. Distráeme si es que puedes. Ven, puedes acostarte en mi regazo por hoy. Te lameré las heridas. — Aplastando las manos contra la madera de la mesa, levantándome al mismo tiempo. No podía estar quieta, no en ese momento. Porque la adrenalina estaba atareándome, la forma lobuna que estaba dentro de mí quería explotar contra la iglesia. ¿Por qué no volver solo para traicionarlos doblemente? No, tenía demasiada moral como para hacer eso. Aún si otros me lastimaban por detrás, yo siempre iba de frente, solucionando mis problemas cara a cara. Así que fui a la cama que estaba en un costado de la habitación, era grande, lo suficiente como para poder desparramarme para todos lados en la noche. Desde que había salido de la basílica los sueños se tornaban demasiado perturbantes y no me daban tregua a quedarme relajada. Sin embargo en ese caso, serviría para que la negra entrara cómodamente a mí lado. Me lancé con soltura y la miré, alzando los brazos atrás de la cabeza, levantando apenas las cejas para esperarla. — Me resultaba extraño no verte últimamente, pero jamás pensé que sería esto lo que me encontraría. Siempre haces cosas que me sorprenden. Ven aquí, vamos. Aún es temprano, puedes descansar mientras tanto. Luego haremos algo para que no te castiguen. Tengo unos contactos que podrán ayudarnos. Solo por hoy, ¿te parece? — Pensé entonces que ya había rebasado mis límites. Endeudarme para pedirle ayuda a un vampiro era lo último que quería hacer en mi existencia. Mas era el rostro calmado de la esclava el que me decía que valía la pena. Tarde o temprano iba a terminar haciendo eso, dejando de lado mi dignidad para mandar a un sobrenatural a que cambie la realidad de las circunstancias. Solo tenía que mirar por un momento a los ojos a los empleados y la memoria les cambiaría, haciendo que una Tiaret haya estado todo el día en la casa. — ¿Te gustó la comida? No soy tan buena en eso. Aprendí hace poco. — Me sinceré, reservándome la mesura para cuando ella terminara por acomodarse a mi lado. Buscando entonces poder acariciarla, olisquearla a más no poder. Aquello se había mimetizado en mí. Desde que me había transformado por primera vez, los sentidos eran más nítidos. Lo mismo sucedía con los olores, que parecían inflamarse hasta poder llegar a distinguir el aroma de la piel de cada persona. Tan viva, tan existente era el sabor que se pegaba en mi lengua, dejándome la posibilidad de encontrarme con la naturaleza real de cada persona. Y no me hice esperar para pasar unos dedos largos en exceso por su melena azabache. Era por completo oscura, tan diferente a mí que hacía que la curiosidad se arrebatara por completo. Con unos labios grandes y de dos colores que parecían ser una especie de anomalía hasta en su propia “raza”. Yo estaba hipnotizada por la extrañeza que ella desataba. Estaba casi segura de que no podría soportar no verla durante demasiado tiempo. Me había encarcelado en cierta medida y eso no terminaba de agradarme. Aunque era en ese instante que no podía hacer más que arrimarla a mi pecho para esconderla, como si no quisiera liberarla.
— Tss… Te has vuelto una rebelde. Bien, entonces háblame de algo. Distráeme si es que puedes. Ven, puedes acostarte en mi regazo por hoy. Te lameré las heridas. — Aplastando las manos contra la madera de la mesa, levantándome al mismo tiempo. No podía estar quieta, no en ese momento. Porque la adrenalina estaba atareándome, la forma lobuna que estaba dentro de mí quería explotar contra la iglesia. ¿Por qué no volver solo para traicionarlos doblemente? No, tenía demasiada moral como para hacer eso. Aún si otros me lastimaban por detrás, yo siempre iba de frente, solucionando mis problemas cara a cara. Así que fui a la cama que estaba en un costado de la habitación, era grande, lo suficiente como para poder desparramarme para todos lados en la noche. Desde que había salido de la basílica los sueños se tornaban demasiado perturbantes y no me daban tregua a quedarme relajada. Sin embargo en ese caso, serviría para que la negra entrara cómodamente a mí lado. Me lancé con soltura y la miré, alzando los brazos atrás de la cabeza, levantando apenas las cejas para esperarla. — Me resultaba extraño no verte últimamente, pero jamás pensé que sería esto lo que me encontraría. Siempre haces cosas que me sorprenden. Ven aquí, vamos. Aún es temprano, puedes descansar mientras tanto. Luego haremos algo para que no te castiguen. Tengo unos contactos que podrán ayudarnos. Solo por hoy, ¿te parece? — Pensé entonces que ya había rebasado mis límites. Endeudarme para pedirle ayuda a un vampiro era lo último que quería hacer en mi existencia. Mas era el rostro calmado de la esclava el que me decía que valía la pena. Tarde o temprano iba a terminar haciendo eso, dejando de lado mi dignidad para mandar a un sobrenatural a que cambie la realidad de las circunstancias. Solo tenía que mirar por un momento a los ojos a los empleados y la memoria les cambiaría, haciendo que una Tiaret haya estado todo el día en la casa. — ¿Te gustó la comida? No soy tan buena en eso. Aprendí hace poco. — Me sinceré, reservándome la mesura para cuando ella terminara por acomodarse a mi lado. Buscando entonces poder acariciarla, olisquearla a más no poder. Aquello se había mimetizado en mí. Desde que me había transformado por primera vez, los sentidos eran más nítidos. Lo mismo sucedía con los olores, que parecían inflamarse hasta poder llegar a distinguir el aroma de la piel de cada persona. Tan viva, tan existente era el sabor que se pegaba en mi lengua, dejándome la posibilidad de encontrarme con la naturaleza real de cada persona. Y no me hice esperar para pasar unos dedos largos en exceso por su melena azabache. Era por completo oscura, tan diferente a mí que hacía que la curiosidad se arrebatara por completo. Con unos labios grandes y de dos colores que parecían ser una especie de anomalía hasta en su propia “raza”. Yo estaba hipnotizada por la extrañeza que ella desataba. Estaba casi segura de que no podría soportar no verla durante demasiado tiempo. Me había encarcelado en cierta medida y eso no terminaba de agradarme. Aunque era en ese instante que no podía hacer más que arrimarla a mi pecho para esconderla, como si no quisiera liberarla.
Imara Rákóczi- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 22/12/2012
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Re: Sentiments d' un esclave [Tiaret]
Era consciente de aquella aviesa realidad. Hubiera dado igual que el nombre de Pavilion escapara entre sus labios cuando la trataron de forzar a decirlo. Hubiera dado igual al menos para ella, pues el castigo no habría sido menor que el recibido por guardar silencio. Cuando un amo quería castigar, quería causar dolor, cualquier excusa era tan válida como otra y muchas veces ni siquiera usaban una para torturar a sus esclavos, tan solo lo hacían. En el caso de Tiaret había sido castigada por huir, por proteger a alguien que la ayudaba, cosa que Antonio jamás comprendería ni aprobaría. Pero incluso en el caso de haber hablado los golpes hubieran sido igual de duros, causando además el dolor de la loba que se habría convertido en la nueva presa de su amo. Aquello era algo que no estaba dispuesta a permitir, no causar dolor a la persona que más quería de todo París. Moriría antes de ser la causante del pesar de Pavilion, literalmente. -Hay cosas que no podemos controlar-, respondió al comentario sobre ser más precavidas. El lado salvaje de ambas mujeres las convertía en demasiado impulsivas como para haber sido capaces de evitar sus encuentros y la relación que mantenían en secreto. Amistad que mantenía cuerda a la negra en sus momentos más bajos.
Aún tuvo que dar unas vueltas más por la casa para encontrarse tranquila del todo. No dejaba de ser un nuevo lugar desconocido para ella y prefería hacer un reconocimiento antes de dejarse cuidar verdaderamente por la rubia. Los desvelos de esta porque se encontrara cómoda eran notables. Se notaba la preocupación que Tiaret le causaba y esa sensación de calidez que le brindaba era mejor que cualquier plato de comida o al menos equiparable. El dolor infligido por su amo quedaba en el olvido ahora que estaba con ella, ahora que notaba unas manos gentiles tocar la piel dañada y azotada. Incluso el olor de la ropa que ahora llevaba puesta, el de Pavilion, se le antojaba como una caricia constante a su olfato. Nada que ver con los trapos ásperos que se veía obligada a vestir en la casa De Carvajal. La tela suave rozaba su piel en cada movimiento, casi como si no llevara nada encima de lo liviano que era, añadiendo el factor de que le quedaba amplio por su extrema delgadez…
Acabó por acudir a la cama desde la que la llamaba y meterse entre las sábanas. ¡Dios cuánto hacía que no reposaba sobre algo tan blando! Su cuerpo parecía relajarse en el mero instante en que se encontró en el interior de la misma. El colchón, blando y confortable, distaba mucho de parecerse al montón de paja cubierto por una manta sobre el que dormía a diario. No tendría nunca manera de agradecer a Pavilion esos momentos en los que de nuevo se sentía tratada como una persona, no como un animal. Se acercó al cuerpo de la rubia apoyando la mejilla en su hombro y rodeando la cintura de esta con un brazo quedando de lado junto a ella. No acostumbraba a tener contacto físico con nadie, pero cada día le costaba menos esfuerzo tenerlo con Pav, era algo natural y algo que le sanaba el alma de alguna manera. -Estaba sabroso. La mejor comida, gracias-, sonrió alzando la cabeza hacia ella y empujando levemente su barbilla con la nariz en un gesto de cariño que para ella era tan importante como podía ser para cualquier otra persona un primer beso. Se acomodó de nuevo contra el cuerpo ajeno dejando que el calor de este la recibiera. Cerró los ojos acabando de relajarse a causa de las caricias de Pav en su pelo, cómo alguien tan tosco en su forma de ser y actuar podía ser también tan sutil y dulce le encantaba. Notaba la atención de su loba centrada en ella, y realmente nada fuera de aquella casa le importaba tampoco a Tiaret en ese momento. Como siempre que estaban juntas, lo demás caría de importancia ni valor, por muy peligroso que se hubiera demostrado que eso fuera. -¿Qué pasa?- Al alzar de nuevo la vista, descubrió que el rostro de quien yacía a su lado estaba serio. Siempre tenía la impresión de que quería buscar más allá de lo que veía en la negra, pero en esa ocasión la intensidad de sus ojos claros era mayor y consiguió alterar la tranquilidad de la menuda morena. El pecho se le acelero y sintió el impulso de alejarse de allí, de salir de la cama, no le gustaba no controlar las situaciones y aquella estaba fuera de su comprensión totalmente.
Aún tuvo que dar unas vueltas más por la casa para encontrarse tranquila del todo. No dejaba de ser un nuevo lugar desconocido para ella y prefería hacer un reconocimiento antes de dejarse cuidar verdaderamente por la rubia. Los desvelos de esta porque se encontrara cómoda eran notables. Se notaba la preocupación que Tiaret le causaba y esa sensación de calidez que le brindaba era mejor que cualquier plato de comida o al menos equiparable. El dolor infligido por su amo quedaba en el olvido ahora que estaba con ella, ahora que notaba unas manos gentiles tocar la piel dañada y azotada. Incluso el olor de la ropa que ahora llevaba puesta, el de Pavilion, se le antojaba como una caricia constante a su olfato. Nada que ver con los trapos ásperos que se veía obligada a vestir en la casa De Carvajal. La tela suave rozaba su piel en cada movimiento, casi como si no llevara nada encima de lo liviano que era, añadiendo el factor de que le quedaba amplio por su extrema delgadez…
Acabó por acudir a la cama desde la que la llamaba y meterse entre las sábanas. ¡Dios cuánto hacía que no reposaba sobre algo tan blando! Su cuerpo parecía relajarse en el mero instante en que se encontró en el interior de la misma. El colchón, blando y confortable, distaba mucho de parecerse al montón de paja cubierto por una manta sobre el que dormía a diario. No tendría nunca manera de agradecer a Pavilion esos momentos en los que de nuevo se sentía tratada como una persona, no como un animal. Se acercó al cuerpo de la rubia apoyando la mejilla en su hombro y rodeando la cintura de esta con un brazo quedando de lado junto a ella. No acostumbraba a tener contacto físico con nadie, pero cada día le costaba menos esfuerzo tenerlo con Pav, era algo natural y algo que le sanaba el alma de alguna manera. -Estaba sabroso. La mejor comida, gracias-, sonrió alzando la cabeza hacia ella y empujando levemente su barbilla con la nariz en un gesto de cariño que para ella era tan importante como podía ser para cualquier otra persona un primer beso. Se acomodó de nuevo contra el cuerpo ajeno dejando que el calor de este la recibiera. Cerró los ojos acabando de relajarse a causa de las caricias de Pav en su pelo, cómo alguien tan tosco en su forma de ser y actuar podía ser también tan sutil y dulce le encantaba. Notaba la atención de su loba centrada en ella, y realmente nada fuera de aquella casa le importaba tampoco a Tiaret en ese momento. Como siempre que estaban juntas, lo demás caría de importancia ni valor, por muy peligroso que se hubiera demostrado que eso fuera. -¿Qué pasa?- Al alzar de nuevo la vista, descubrió que el rostro de quien yacía a su lado estaba serio. Siempre tenía la impresión de que quería buscar más allá de lo que veía en la negra, pero en esa ocasión la intensidad de sus ojos claros era mayor y consiguió alterar la tranquilidad de la menuda morena. El pecho se le acelero y sintió el impulso de alejarse de allí, de salir de la cama, no le gustaba no controlar las situaciones y aquella estaba fuera de su comprensión totalmente.
Leia Fergusson- Hechicero Clase Alta
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