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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Imara Rákóczi Dom Jul 26, 2015 2:53 pm

La fiereza acumulada durante semanas de reposo había terminado por hastiarme, me sentía incapacitada, dura y lo suficientemente molesta como para salir a cazar inmortales neófitos como antes solía hacerlo. Los asesinaba con rapidez y suspicacia, pero me llevaba horas terminar por contrastar las energías acumuladas. La razón era demasiado tosca para ser real. La sangre de la licantropía junto con mi naturaleza de inquisidora hacía grandes estragos y jamás había llegado a pensar que me costaría tanto adaptarme. Sí me era fácil cuando tenía que controlarme por completo, sin embargo cuando me hallaba en libertad y con los arboles cubriéndome, incluso los caninos de mi boca terminaban por clavarse en la parte interior de mis labios. Los músculos de mi cuerpo se notaban, las marcas de las venas en los costados palpitaban. Y aunque era delgada y con poca forma que se adaptara a un sexo en específico, me hallaba con la suficiente dureza para que se marquen en los bordes ajustados de la camisa, que poco a poco comenzaba a quedarme más apretada. Se trataba de la luna llena, llegaría en una noche más y mi ser se inflaría por completo hasta hacerme perder la conciencia y que un alma demoníaca saliera a matar a todo lo que en su camino se cruzara. Aún con el año que ya había pasado de esa forma no podía terminar de acostumbrarme. La sed de sangre que emanaba mi cuerpo, era mucho peor que cualquier vampiro. Al menos ellos tenían siempre la conciencia fría. Sabían cada cosa que producían y probablemente podían dar un por qué. Pero era muy diferente con nuestra situación. Los licántropos eran incapaces de ser domados y solo me había enterado de rumores que hablaban sobre personas de muchos años con la maldición que podían llegar a controlarse tan bien que no necesitaban ser liberados o atrapados en ningún lugar.

Aquella tarde acababa de terminar de trabajar en el bar. Mi tiempo libre era limitado, aquel vampiro que alguna vez me había rescatado me había dado el puesto gerencial en el bar de los sobrenaturales, por lo que en la mañana se llenaba de hombres lobos y en la noche los inmortales se reunían a borbones. Solo tenía tres horas entre una cosa y la otra y cuando no dormía, entrenaba. En aquel momento ninguna de las dos cosas se cumpliría. Me había sumergido en el camino hacia la laguna y sabía muy bien qué es lo que iría a hacer. El otoño hacía no demasiado que empezaba y mi sangre siempre hervía. El agua estaba fría, no lo suficiente para intimidarme. Me zambullí de forma tosca, desnudando mi cuerpo anteriormente. Llevaba como siempre un uniforme de hombre, casi igual al de los soldados de la iglesia, solo que de diferentes colores, algo marrones y blancos, no me esforzaba mucho en combinar. — Tsss, ¿ya estás empezando a salir? — Fue en voz alta que hablé cuando observé como la luna quería empezar a hacerse visible. Era en ésta época en donde salía antes, aun cuando el sol seguía iluminando la ciudad. Mis manos se pasearon por mi rostro junto aquella agua y se deslizaron por mis cabellos cortos, apretándolos al final para escurrirlos. No sentía la temperatura, pero sí un relajamiento en mi espalda. Ésta estaba marcada con cicatrices largas, cubrían gran parte de mi pecho que apenas daba alusión a tener unos mínimos senos. Algunas marcas seguían profundas, otras estaban hacía afuera, pequeñas protuberancias que no terminaban de sanar debido a que había sido agua bendita. Me las acaricié y pronto sentí como a lo lejos estaba alguien.

Para mí susceptibilidad era fácil darme cuenta de si se trataba de un cazador o un idiota de la iglesia, los olores eran especiales y densos, en ese caso, podía sentir el aroma de la religión impregnado en aquella piel. No tenía tiempo como para vestirme, tomé con cuidado los cuchillos de plata de mi ropa seca y esperé en una parte cercana a la orilla, bastante profunda a decir verdad. Mis piernas y cuerpo largo eran suficientes para llegar a las rocas filosas de abajo y dejar al descubierto desde mis clavículas para arriba y me quedé observando el camino, casi con una curiosidad irresistible. La razón que tenía es que no había amenaza en su aura, era una energía vacilante, una que me encantaría perturbar.
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Mensaje por Leia Fergusson Lun Jul 27, 2015 8:45 am

Los días pasaban en su nuevo hogar, hogar por llamarlo de alguna manera. Su amo no era lo que se podía decir la persona más amable del mundo y las tareas que le encomendaba distaban mucho de limitarse a lo doméstico. El clima gris de París hacía que su humor fuera de la misma tonalidad, no había nada en su día a día que la hiciera salir de esa sensación de tristeza que no reflejaba para nada su verdadera naturaleza y personalidad. Existir para el mero servicio y placer de otra persona te anulaba completamente y Tiaret estaba perdiendo toda esperanza de conseguir su tan ansiada libertad. Ya ni sabía a qué distancia se encontraba de su país natal, de su familia, cultura, amigos... de su vida. Ser negra le cerraba todas las puertas posibles para huir, no había visto ni una sola persona más con su misma tonalidad de piel por lo que si se escapaba y su amo lo denunciaba sería apresada rápidamente. La única opción restante era servirle bien, como estaba haciendo, y conseguir -con el paso de los años- el favor de este. Ya en su anterior hogar en América la marcaron a fuego tras apresarla en una de sus escapadas en el intento de huir de todo aquel maltrato y explotación, y estaba cansada de los latigazos y demás castigos físicos.

El único momento del día que podía disfrutar de una simulada libertad era cuando el amo salía de casa, no sabía a qué se dedicaba pero pasaba largas jornadas fuera y siempre volvía cansado y con hambre; incluso alguna vez había tenido que atender heridas que se la asemejaban con las de los animales salvajes de su añorada tierra. Aquel, por suerte para Tiaret, era uno de esos días por lo que tras asearse como pudo y ponerse un vestido medianamente decente, o al menos el que menos rotos tenía, salió de la casa.

Su destino ya estaba fijado, había descubierto a los pocos días de llegar a París, un pequeño santuario natural. Distaba mucho de parecerse a Sierra Leona pero al menos no encontraba nunca a gente por allí y conseguía estar sola en medio de ese remanso de naturaleza. La laguna era extensa y estaba completamente rodeada por árboles que formaban un bosque frondoso y ciertamente oscuro que dejaba sólo claridad al llegar al linde delante de la orilla. Se detuvo al llegar e inspiró todo el aire que pudo admirando su alrededor. Los colores eran tan distintos a los de su hogar... incluso los verdes de los árboles parecían carecer de vida pues eran de tonalidades oscuras e incluso llegaban a ser marrones y rojizas, a diferencia de los verdes vivos y vibrantes de los bosques de Sierra Leona.

Se retiró el vestido dispuesta a meterse en el agua cuando descubrió el cuerpo ajeno ante ella. Llamaba la atención de una manera deslumbrante. No sabía como no se había percatado de ello antes. La cabellera rubia de la mujer que sobresalía del agua le recordaba a las leyendas sobre sirenas que alguna vez había escuchado. No sabía hasta qué punto era una amenaza para ella pues a estas alturas de su vida ya no se fiaba de nadie, pero decidió acercarse un poco más. El agua era tan cristalino que alcanzó a ver las piernas de la joven estiradas bajo la superficie. Analizó la mirada ajena ignorando las armas, se valía más de lo que percibía que de lo que podía ver y los cuchillos no eran una amenaza para ella si no la percibía en el gesto de la joven. La limitación que sentía a veces a causa de no ser aún bilingüe en francés la pasaba factura y como en ese momento, tenía que pararse a pensar en determinadas ocasiones como se decían ciertas cosas. - ¿Ek het jou pla? - dijo para sí misma buscando la traducción al francés, - ¿Te molesto? - consiguió pronunciar en voz más alta mirando a la joven que parecía dudosa, ya fuera por su apariencia y tono de piel o por encontrarse a alguien por allí. Lo último que quería era irse pero si aquella forma femenina, que suponía emergería del agua de un momento a otro, lo pedía no la quedaría más remedio ya que esa vez no había sido la primera en llegar. Sentía un fuerza tremenda emanar del cuerpo ajeno, tenía facilidad para percibir las fuerzas animales, don que algunos lograban adquirir en su tribu, y esa joven era casi hipnótica. Algo en su interior chocaba de forma casi filosa con su aspecto dulce y hermoso.
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Mensaje por Imara Rákóczi Mar Jul 28, 2015 8:41 pm

Incluso me dio risa la manera de acercarse que tenía, entre curiosa e inocente; tomándome por alguna especie de animal salvaje que merecía ser examinado. Su tez morena me quitó la idea de que sea una inquisidora, el clero se reservaba el derecho de elegir a los soldados más puros en raza. Rubios o castaños, pero siempre con la piel exuberantemente pálida. El problema era que su olor, sin importar cómo lo tomara, provenía de la iglesia, a sobrenatural y a su vez a cercanía con el agua bendita y sangre; aquel poderoso sentido del olfato era quizá, uno de mis más allegados compañeros de cacería. Maldije para mis adentros y lentamente comencé a caminar hacía la orilla, de manera tosca me acerqué a la fémina; rompiendo cualquier ideal que hubiese percibido en mi aura. — Levanta tus manos, ¿llevas armas? — Respondí a secas, intentando retener por unos segundos aquel idioma que ella había implementado. ¿Se trataría de una esclava que había sido extraída de sus orígenes? No tenía collar, no había ningún cuero negro que bordeara su cuello que pudiese ser de ayuda para separarla de entre los de clase baja o sirvientes. Sin embargo, eso no quitaba la curiosidad que empezaba a tener, me paseé por su cuerpo desnudo con cuidado, una piel trigueña, jamás había visto un cuerpo desnudo como aquel. No solía encontrarme con negras en ninguna parte, no lo hacía como inquisidora y menos ahora que me rodeaba de sobrenaturales. Claro que más de una vez había hallado cadáveres de ellos y la razón es que a nadie le importaba si morían, no valían la pena como humanos; o eso es lo que escuchaba decir todo el tiempo. Lo que hacía que muchos vampiros los tomaran como primera opción a la hora de comer.
Fue entonces, cuando ella movió sus pies para verme mejor, que me levanté del todo, dejando mi cuerpo pálido y sin forma al descubierto. Tomé su mentón de un solo jalón y lo levanté, queriendo ver sus ojos que amenazaban con matarme a miradas. — ¿Quién eres y por qué traes ese olor? — Como siempre, hablar amablemente se me daba muy mal y parecía más una interrogación a un criminal que un huroneo empapado.

El agua caía por mi rostro y empezaba a fastidiarme el frío de los costados, me desconcentraba en lo que estaba haciendo, por lo que me alejé de una vez, segura de que no estaba frente a una amenaza real. Fui directo a donde mis ropas se hallaban, me sacudí estrepitosamente los cabellos haciendo que éstos golpeen con mi rostro y sin verla fijamente decidí responderle a su pregunta. — No tiene importancia que me molestes o no. No es propiedad privada. ¿Entiendes lo que digo? — Había olvidado la última vez que había conversado con una mujer, Lilith ya casi no iba a verme y mis intenciones de hablar con alguien más eran nulas. Desvié entonces el rostro, nuevamente hacía ella, ahora mirándola más divertidamente que antes. Parecía que venía a bañarse, miré de reojo las cosas que llevaba, el vestido sencillo y lo que estaba o no dentro, era muy importante para mí cuidarme de ser dañada. Mi cuerpo estaba completamente rodeado en cicatrices que tardarían en sanar y otras viejas de la inquisición. Todas y cada una marcaban la dureza y la cantidad de dolor que podía soportar. Pero ninguna se asemejaba con la tristeza que se había abierto como yaga dentro de mí. La traición por mí mismo grupo, ser abandonada por aquello que creía misericordioso. Un Dios que me había dejado sola. Tiempos atrás había pensado que sería una etapa y que luego volvería a sentir la misma felicidad que tenía cuando hacía una misión correctamente. Lamentablemente, eso nunca llegó y quedé en medio de todo. Entre el odio a los sobrehumanos y a la religión. No me sentía completa en ningún lugar. — Puedes bañarte si viniste a eso, aunque el agua está realmente fría. — Estaba pasando por mi rostro una pequeña toalla, primero por mi nuca y luego los cabellos, sacudiéndolos con fiereza una vez más. En realidad, las ganas de seguir flotando dentro del pequeño cuerpo líquido seguían en popa. Era lo único que me relajaba aparte de dormir por largas jornadas y en esa época, cada vez que me dejaba atrapar por los sueños tenía algunas pesadillas que no me dejaban disfrutar de no sentir nada a mí alrededor.
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Mensaje por Leia Fergusson Miér Jul 29, 2015 9:07 am

No era la primera vez que contemplaba a una mujer blanca desnuda pero sí a una tan delgada. Su cuerpo se asemejaba al propio más que cualquiera que hubiera visto antes. En América a veces le reservaban el honor de cambiar de ropa o lavar a las mujeres de la casa, pero aquellas tenían pechos grandes y estaban entradas en carnes, sin embargo, la que lucía ahora ante ella era espigada y con pocas curvas. Si no hubiera sido por su manera tosca y algo ruda de dirigirse a ella hubiera sentido simpatía por primera vez por alguien blanco. Hizo lo que la ordenó, pues estaba más que habituada a recibir órdenes y la obediencia había hecho mella ya en su forma de actuar, pero la Tiaret salvaje seguía ahí por lo que su mirada se clavó en los orbes ajenos sin ánimo alguno de ocultar su desagrado. - No tengo nada - respondió al segundo con un tono de voz cortante que esperaba dejara claro que no tenía miedo de ella ni se achantaría. Si algo tenía claro es que solo servía a su amo, los demás blancos eran simplemente personas a las que era mejor evitar, pero llegado el caso no dudaría en defenderse hasta la muerte si era preciso. El contacto con Pavilion fue sin embargo la antítesis de sus modales, su piel estaba fría al contrario que la propia pero... la forma de sujetar su barbilla, a pesar de ser dominante, no había denotado ganas de lastimarla por lo que relajó el semblante levemente. - Soy Tiaret - contestó a la primera pregunta y dudó ante la segunda pues no entendía bien a qué se refería, - porque no me bañé - se intentó explicar, ya que supuso que la loba se refería al motivo por el que olía mal. Ella no lo notaba así, pero era cierto que apenas tenía momentos para dedicarle a su aseo personal y estaba a punto de bañarse cuando se cruzó con ella. - ¿Tu nombre? - se sintió en deuda con la joven, en cierta manera ella había mostrado interés por conocer al menos el nombre, fuese el motivo que fuese, y no había tratado de aprovecharse de su etnia como otros tantos en el pasado; por lo que esperó a recibir el nombre de aquella blanca de cabello triguero.

Asintió una sola vez para que continuara hablando si así lo quería, para ella era más fácil comprender lo que se la decía que tener que expresarlo en aquel idioma que tantos dolores de cabeza le estaba generando. - Yo llegué y tú ya estabas- explicó el motivo por el que ella no quería molestar, pero entendió que era libre en aquel lugar y ante aquella mujer, por lo que la sonrió agradecida por el trato que tan poco recibía de los parisinos. Se fijó entonces en las marcas que abundaban en su piel, eran muy parecidas a las que decoraban la espalda de Tiaret y sintió empatía inmediatamente con su acompañante. Caminó despacio hacia ella, esperando no espantarla y evitando el contacto directo, pues a ella misma le molestaba, señaló una de las marcas que tenía Pavilion. Parecía de látigo, cosa extraña, y que nunca había contemplado en una mujer blanca - Yo también tengo - dijo con suavidad, casi en un susurro. Normalmente tan sólo se mostraba completa a solas en su cuartito para dormir, pero dejó que la camisola -por no llamarlo vestido- descendiera por sus hombros hasta descubrir su espalda. En ella se agolpaban las marcas de cada castigo sufrido por su limitada subordinación a su anterior amo, así como la punta de flecha marcada a fuego en su omóplato. - Yo se curar - dijo con una sonrisa tímida, había memorizado el nombre de la planta que mejor remedio ponía para ese tipo de heridas, - Agrimonia - dijo señalando a las plantas tratando de hacerle entender que era el nombre de una de ellas.

Cubrió de nuevo su cuerpo una vez consideró que había mostrado ya lo suficiente y se acercó a la orilla. Tenía razón la mujer en que estaba demasiado fría pero necesitaba refrescar y limpiar su cuerpo. Con la ropa puesta, salvo las botas rotas, se metió en el interior del lago cristalino dedicando un buen rato a masajear su cuerpo por completo. No quedó resquicio que fuera lavado a conciencia, así como el pelo en el que echó la arenilla del fondo para frotarlo y eliminar así la suciedad que pudiera tener. Miró de reojo a la mujer desde su posición, se sentía en deuda con ella. Hacía un tiempo no hubiera valorado el trato dado por esta, pero llegada a este punto de su vida y con todas las experiencias vividas a sus espaldas... era, creía, la más amable con la que se había topado. Ya cuando hubo salido del agua, chorreando se dirigió a ella de nuevo y agradeció con una breve inclinación de cabeza, - Dankie vrou -*.

* Dankie vrou = Gracias mujer
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Mensaje por Imara Rákóczi Vie Jul 31, 2015 11:07 am

Salvaje. Eso es lo que pensé cuando sus ojos me chocaron y me hube dado cuenta de aquella aura feroz que la recubría. Curvé mis labios en una sonrisa jovial y poco decente; la realidad es que siempre me habían emocionado las fieras que podía encontrar en la selva y ella se asemejaba a una pantera, con vista profunda y uñas afiladas. Parecía que ahora estaba en forma de gato de casa, pues había acatado mi orden sin siquiera chistar. Mi mirada deambuló por su cuerpo una vez más, no había nada que pudiese esconderme, suspiré, casi agotada por el indebido esfuerzo, pero aun así no bajaría la guardia. No importaba como, terminaría descubriendo a qué se debía ese característico aroma de la inquisición. ¿Dudar de mi olfato? No, eso estaba muy lejos de la ecuación. Podría haberlo hecho si de otra cosa se hubiese tratado, quizá la sangre se podía aparentar con pinturas al óleo o quizá eran solo de animales. En este caso no era eso, ella desbordaba el preciso aroma de un soldado luego de cacería. Y yo había vivido con eso toda mi vida, confundirme sería haberme olvidado de cómo me llamaba en realidad. — ¿Mi nombre? Puedes llamarme Pavilion. — Acentué en tanto la toalla cabalgaba por mi piel, cuidando de pasar despacio por algunas heridas que seguían chirriando. Había cortado el contacto visual con ella, aunque me llamaba la atención de maneras sorprendentes, nunca daba demasiada alusión de sentir algo más que sequedad y frialdad. Era más fácil de esa forma. Y aun así seguí sus pasos con las orejas, escuchándola, sabiendo que en algún momento se había desviado para acercarse a mí. Se notaba su anhelo, uno que no era precisamente amenazador. Con las piernas dobladas sobre mis pies, alcé la cabeza inquiriéndole con ésta el porqué de acercarse.

— Eso veo, ¿acaso te portas mal? — Las cicatrices profundas y mal hechas, dignas de un inepto que no tiene la capacidad de castigar. Se podía notar la ira y el placer con el que le habían proliferado las marcas y comprendí entonces que sí era una esclava sin collar. Entrecerré mis orbes pálidos de color agua marino y me levanté para pasar una mano por su brazo, acercándola hasta que hubiera quedado a escasos centímetros y me quedé observando las magulladuras que perdurarían en el tiempo. — ¿A quién le sirves? ¿Mm? ¿Curas con Agrimonia? — Pregunté curiosa, dejándola ser cuando mis dedos habían saciado los deseos de pasarse por su cuerpo, había apretado cada costado de la piel morena y ahora me terminaba de dedicar a cambiarme, estando a la expectativa de cómo ésta se metía al agua. Y chasqueé los dientes, ¿estaría tan mal si yo también me metía? No había podido terminar de relajarme y aunque dudaba poder hacerlo con ella merodeando por los lados dejé caer las cosas que tenía entre manos y me volteé. — Quédate. — Mi tono de voz empleado siempre era bruto, pero no lo suficiente para parecer desalmado. Caminé hacía ella cuando esta empezaba a salir del agua, instigándola a que volviera a meterse. La había visto hurgar la arena y pasársela por el cabello, al parecer esa era una forma de lavarlo que desconocía y tomé aquel pequeño hilo para hacerla quedar una vez más. — Enséñame qué hiciste con tu cabello. ¿O ya tienes que irte? — Consulté en tanto la frialdad del agua subía por mi cuerpo. No había ningún signo de temblor, el físico de licántropo sumamente caliente y a su vez aquella fortaleza que me había brindado la luna llena, me daba la posibilidad de aguantar muchos tipos de sufrimientos. Algunos no daban tregua y dejaban marcas permanentes y otros, tal como ese, siquiera hacía que mis hombros flaquearan. — No eres de aquí, ¿de dónde te robaron? — Aludiendo a que era evidente de que era una sierva; la palabra me parecía tan denigrante que no solía pronunciarla. Después de todo, quitarle la libertad a un humano estaba escrito en la biblia como un vil pecado. La diferencia es que nunca se puntualizaba quienes eran humanos y quienes no; obviamente porque parecía incoherente, incluso para Dios, creer que había una clase que no merecía la misma autodeterminación que los demás. Una mala jugada, pues allí estaban todos los de raza oscura siendo abolidos de cualquier clase de felicidad. Fue entonces, luego de terminar de hablar, que me senté dejando que el fluido llegara un poco menos que mis hombros. Y me la quedé mirando, con una sonrisa apenas visible, parecía que la estaba provocando de alguna forma.

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Mensaje por Leia Fergusson Sáb Ago 01, 2015 9:29 am

Repitió, como siempre hacía, el nombre de la joven para grabarle en su memoria. Era realmente su manera de aprender los idiomas en los que se veía obligada a sumergirse para la servidumbre a la que se dedicada desde hacía años. Así su mente relacionaba conceptos y los iba almacenando, formando así una especie de diccionario mental que le facilitaba el trabajo cuando tenía que relacionarse, como en ese preciso momento. Negó con la cabeza de manera enérgica, no se portaba mal, ya no. - No me porto mal, pero antes sí. Quería escapar. - Quizás pecaba de hablar más de la cuenta, y quizás por eso también se había ganado más de un castigo, pero la sinceridad de Tiaret era así. Espontánea y directa, más aún cuando no era conocedora de las triquiñuelas del lenguaje para decir las cosas de manera indirecta. Guardó silencio obligada por la cercanía con la rubia, si se movía más de la cuenta ambos cuerpos se rozarían de una manera poco ortodoxa. La tensión en su cuerpo era palpable, pero no por miedo, si no por el contacto al que Pavilion le estaba sometiendo. Dejó que esta analizara su cuerpo y examinara sus heridas. Era, de hecho, la primera persona que la miraba de una manera que no fuera crítica si no más bien analítica. Aquella mujer parecía un animal cuando presentas ante él algo que desconoce. La tocaba sin tacto, pero con cuidado, preguntaba denotando un interés y una curiosidad poco racional y parecía que la olisquease también. Sintió una cercanía con ella especial, no le resultaba forzado estar alli con ella y era una sensación agradable no tener que fingir sumisión. - Mi amo es Antonio de Carvajal - dijo de manera lenta para pronunciar bien aquel nombre que se antojaba tan complicado. Sonrió más abiertamente cuando se interesó por la Agromonia, explicándola cómo hacer las curas para cubrir las heridas y cómo preparar la planta para hacer infusiones.

El cuerpo de la morena paró en seco a la orden de Pavilion. Fue cuando escuchó el motivo de tal petición cuando volvió a repetir el gesto y sonrió. Parecía que su acompañante necesitaba ayuda, por una vez ser ella la que podía ofrecer ayuda era agradable. De nuevo comenzó una explicación en la que relató cómo la arena del fondo eliminaba la grasa del pelo y era buena para la piel, que se quedaba suave y limpia. - Sagte - dijo haciendo el gesto ella misma, para que la imitara. Lo hacía demasiado fuerte y se haría daño en la piel con la arena. Asintió cuando Pavilion pareció entender cómo debía masajear su cabello y ella se dedicó entonces a nadar a su alrededor, sumergiéndose de vez en cuando hasta el fondo y dejando a su cuerpo ascender por sí mismo. De nuevo otra pregunta, - Nací en Sierra Leona, es de África - aclaró esto último ya que para los europeos y los americanos, todo se reducía al continente y eran, la mayoría, totales desconocedores de los diferentes pueblos y países que en él habitaban. Relató como el día en que decidió acompañar a los hombres a la costa, para cerrar unos negocios que tenían de venta de diamantes, los piratas que traficaban con negros apresaron a todos ellos y los encerraron en una jaula en la bodega del navío. Tras aquella travesía había sido vendida a un negrero que fue el que dejó esas horribles marcas en su piel, llamativa la quemadura. Todo se lo fue diciendo a Pavilion entre palabras en su propio idioma y gestos para hacerse entender, notando en ella toda la atención de la licántropa. Finalmente llegó al punto actual, - mi amo me regaló después de un negocio, por eso ahora yo aquí en París -. Tomó aire tras el esfuerzo de hablar tanto en francés y suspiró con tristeza tras ello. Por muchos años que llevara esclavizada, recordar toda esa parte de su vida alejada de su familia y su tierra siempre la sumía en un estado neutro en el que conseguía dejar de sentir.

De golpe se dio cuenta de que Pavilion conocía todos los entresijos de su vida, de que había estado en silencio todo el rato que ella había dedicado a relatar sus desventuras por el mundo. Ahora se sentía ciertamente intimidada por la cantidad de información que le había facilitado sin saber ella más que el nombre de la rubia. - ¿Y tú? ¿Qué pasó en tu vida? - nadó hasta ella de nuevo, quedando de pie en frente de su cuerpo tan cerca como la rubia se había posicionado anteriormente en la orilla. A su alrededor el agua estaba más tibia y agradecía el calor que emanaba su cuerpo, era agradable la cercanía con ella y no sentía necesidad alguna de separarse. - No eres como los demás - dejó el motivo por el que lo sentía así en el aire, pero desde el primer momento había sentido la parte animal en ella, igual que en las fieras que habitaban su hogar. Y la manera en que analizaba todo lo que ocurría a su alrededor no hacía si no confirmar su teoría de que algo animal habitaba en el interior de Pavilion.

* Sagte: suave
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Aroma mort [Tiaret] Empty Re: Aroma mort [Tiaret]

Mensaje por Imara Rákóczi Lun Ago 03, 2015 11:42 am

De mi lengua la pregunta quiso escapar, quería saber de qué quería huir y a dónde quería ir. El por qué me resultaba obvio, siendo una esclava solo podría ser de un amo. La realidad es que jamás había tratado con sirvientes, estaban fuera de mi alcance y en su momento me habían resultado ser simples muebles que iban dependiendo de sus dueños a cada paso que hacían. Lo real era completamente diferente y me dolía pensar que esas marcas eran para cuidar su comportamiento. Diferente de las mías que al menos eran para intentar asesinarme, eso me lo tenía merecido, era un hombre lobo después de todo; tenía una maldición en mi interior que Dios no parecía querer perdonar y yo tampoco tenía cómo solucionar. Aun cuando tiempo atrás había conocido a una bruja que me ayudaría a cebarme en las noches de luna llena, eso no me curaría, estaba predestinada a vivir por siempre de esa manera. Dejé salir entonces una sonrisa, un tanto tosca, pero no lo suficiente para parecer hostil o engreída. Simplemente era una sonrisa capciosa, entre curiosa y juguetona. — Carvajal. Ya veo, eres la esclava de un huésped de la iglesia. — Las ideas se me aclararon ante aquel nombre. Por mi parte había nacido dentro de la inquisición, sin padres pues éstos eran del convento y fueron separados luego de que mi madre me dio a luz. Desde entonces mi destino había estado sellado de la mano de Dios y los conocimientos sobre la estructura y el árbol genealógico que integraba aquel grupo de benditos era algo imposible de olvidar. Podía recordar cada nombre, desde el mismo papa hasta el último ingresado desde mi partida o más bien, desde que me humillaron y abandonaron como la simple arma en movimiento que era.

— ¿Sagte? Ah. — Desconocía la palabra, mas fueron sus acciones las que me hicieron entender los pasos. Unté la arena con más suavidad, apretándola débilmente contra el cuero cabelludo, en verdad no me interesaba cuidarme demasiado, pero lo hice solo para entretenerme con la extraña manera de ser de la fémina, sumándole que me daba una grata curiosidad su etnia y las formas de su rostro así como de su cuerpo. El silencio me inundo cuando su vida fue contada, entrecerraba los ojos y apretaba los labios, parte porque no entendía algunas palabras y por otro lado era la euforia de escuchar tan horribles tratados. Había muchas cosas que podía soportar, incluso había sido obligada más de una vez a proliferarle torturas a inmortales para que hablen sobre en dónde se escondían los demás. Aunque siempre me había rehusado a hacerlo con hechiceros, no podía tolerar hacerle aquellas cosas a un verdadero humano y pensar que la morena había pasado por ese tipo de tratos me hacía enfurecer de cierta manera; causando que los vellos de mi piel se levanten vívidamente. Chasqueé los caninos filosos que se mostraban a los lados de mi sonrisa y me froté los brazos. — ¿Sigues queriendo escapar? — Parecía que ella había aceptado su destino y sentí que nos parecíamos en cierta manera. Ambas habíamos sido desplazadas de nuestro lugar y nos encontrábamos en uno que no queríamos. Claro que no podía compararme con ella, las razones eran claras. Me levanté entonces de donde estaba, sacudiéndome con fuerzas, haciendo golpear mis cabellos cortos en las mejillas, hasta que sentí su presencia y la miré con las cejas arqueadas. Su pregunta me había tomado de improvisto y al no soler mentir me vi en un apuro.

Alargué mi mano para buscar la toalla de tamaño mediano que tenía entre mis cosas y la puse sobre la cabeza ajena, apoyando luego las manos para frotar con lentitud, secando un poco aquellos cabellos que goteaban agua. — Nací en la iglesia, me abandonaron hace unos años y ahora trabajo para un hombre extraño. En un bar a la entrada del centro de la ciudad. — Era una síntesis que no tenía ninguna mentira. Prefería obviar la parte de la muerte, la sangre y la sobrenaturalidad. Por más salvaje que ella fuera no sabía si conocía o no ese tipo de cosas. Y aventurarla en el saber de lo que en verdad hacía su amo cuando salía de casa no sería prudente en lo absoluto. — ¿Cómo soy entonces? Eres muy perceptiva. Pero no, no hay nada de especial en mí. — Aclaré sin más, alzando una mano para rodear con ésta su cuello, muy suavemente, acariciándolo con calma en tanto repasaba sus rasgos, labios gruesos y de color más claro que su piel, ojos grandes, negros y alargados, parecían tener casi una silueta egipcia. La palpé un poco más y me decidí a que sería mejor salir del agua, ella podría enfermarse y no era algo en absoluto bueno para un esclavo. — Vamos a cambiarnos, vas a terminar enfermándote y eso no será agradable, no quiero que me culpes. Tu amo se enojará porque no podrás hacer tus quehaceres, Tiaret. ¿Es así, solo eso? ¿No tienes un apellido? Desconozco si aquello se utiliza de dónde vienes, yo nunca he salido de Paris más que… unas pocas veces. — Cuando las misiones eran importantes me hacían ir a diferentes ciudades o países, pero siquiera tenía recuerdos de cómo eran los lugares, siempre me dedicaba a ir a hacer lo que debía y volver, parís era mi nido y el único lugar que conocía mejor que la palma de mis manos.
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Mensaje por Leia Fergusson Jue Ago 06, 2015 5:28 pm

El gesto de la mujer agradó y relajó a partes iguales a Tiaret. Para la esclava, notar que alguien podía llegar a sentirse cómodo en su presencia era un regalo que rara vez conseguía. La forma de moverse, e incluso de hablar, que poseía Pavilion era tosca, demasiado para ser una dama como todas las que se pavoneaban por París. Había un trasfondo muy diferente en la mujer que tenía delante pero no creía que fuera bueno teniendo en cuenta lo cuidadosa que había sido al encontrarla allí. Asintió ante su comentario pero no añadió más, había escuchado y visto a su amo en varias ocasiones adorando a su dios, pero desconocía a qué se dedicaba y por qué pasaba largas jornadas fuera de la casa. La loba no parecía sorprendida, al contrario, la manera en que repitió el apellido de Antonio le hizo comprender que de una manera u otra le conocía. - Por favor, no digas que yo hablé de él - la voz sonó baja, casi en una súplica. Acababa de exponer un dato personal que, en las manos erradas, podía ocasionarle muchos problemas. Sus ojos oscuros buscaron los ajenos tratando de hacerla comprender que si decía algo las consecuencias serían tremendas para ella.

Un momento después se debatía de nuevo entre decir la verdad y mentir para mantener su cuello a salvo. No se le hacía extraño mentir, había tenido que aprender a hacerlo para agradar a quien la había poseído. Pero con Pavilion la parecía distinto, no la ataba, no la obligaba a estar allí, tan sólo preguntaba sobre aspectos de su vida, ¿podía fiarse de ella? - No puedo, me matan - atajó el tema. Claro que quería, era lo único que deseaba desde que la raptaron, pero ¿decirlo? eso ya era demasiado arriesgado como para soltarlo a la ligera. Con esa respuesta concisa y directa la loba podía entender lo que quisiera, que quería pero no se atrevía o bien que había aceptado su destino y vivía con esa carga. Frunció el ceño ante la respuesta de esta, no entendía. - pero todos dicen que la iglesia cuida - se quedó mirando a Pavilion en busca de una respuesta más extensa sobre el motivo por el cual la institución eclesiástica había abandonado a una mujer a su suerte. Siempre había oído a los señores de clase alta alabar a la iglesia y sus obras de caridad, algo no cuadraba bien en ese esquema.

Sonrió, llegando incluso a reír con suavidad - Sí hay especial - no iba a hacer que cambiara de idea acerca de ella, por mucho que negase su naturaleza, demasiado tiempo había vivido en una tierra salvaje como para no conocer a una fiera cuando la tenía delante. Pero comprendió, que como ella, mentir era una muleta en su vida. Por primera vez en mucho tiempo, notó en el cuello un contacto cálido y suave, tuvo que cerrar los ojos y sintió ganas de llorar, ganas que aplacó en el mismo instante. La manera que Pavilion tenía de tocarla, aunque dominante, nada tenía que ver con el trato que Antonio le otorgaba. Ante ella era fácil, incluso natural, doblegarse. Los ojos azules de la joven repasaban con tranquilidad las facciones ajenas pero el contacto de nuevo fue interrumpido con brusquedad. Era como si la loba no supiera bien que hacer con el juguete nuevo. Siguió sus pasos hacia la  orilla y escurrió bien la melena negra antes de empezar a secarse con el vestido. - Tiaret - asintió al escuchar su nombre perfectamente pronunciado, - no hay apellido en Sierra Leona. Yo soy Tiaret, hija de jefe e hija de chamán de los Tenmé - en su tierra no existía esa forma de reconocer a la gente como en Europa, el apellido no existía por lo que se presentaban haciendo un breve resumen sobre sus ascendientes. - Significa leona - así dio por finalizada la explicación de su nombre, pero se dio cuenta de que la rubia no se había presentado tampoco con ningún apellido, - ¿cuál es el tuyo? -.

Una vez se acabó de secar y hubo puesto el vestido ya sobre su delgada figura se giró hacia Pavilion. Parecía concentrada en algo, casi enfadada por lo que prefirió no molestarla y se quedó a la espera de que esta alzara la mirada para con cierta timidez hablar, - ¿me enseñas esto? - deseaba de verdad conocer los alrededores  y aquella mujer parecía la perfecta guía, además de que no le apetecía volver a casa ni separarse de ella. Por alguna razón que aún desconocía se sentía segura a su lado y era una sensación a la que no quería renunciar. Mientras la loba se acababa de secar y vestir, ella ya caminaba por el linde del bosque siguiendo el borde de la laguna hacia lo que parecía una zona del bosque más frondoso en el que apenas entraban los rayos del sol. Sus pasos avanzaron solos entre los árboles, la presencia de Pavilion tardó en hacerse presente y por ello se dio la vuelta para enfrentarla - aqui soy libre - dijo con el tono de voz más relajado que había usado hasta el momento y una sonrisa que alzaba sus pómulos y achinaba su mirada. - ¿y tú? ¿eres libre? - había muchas formas de esclavitud, no sólo la que ella misma experimentaba y esperaba con esa pregunta poder conocer un poco más a su guía.
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Mensaje por Imara Rákóczi Dom Ago 09, 2015 6:27 pm

Fueron sus ojos oscuros y apabullados los que me hicieron sonreír a vivas puertas, parecía ser un pequeño animal tiritando de miedo, amenazado por haber sido descubierto ante un depredador. Y negué, dejándola en calma, siquiera me servía saber aquel dato, su amo era un inquisidor que apenas me habían nombrado alguna vez, no tenía idea de en qué zona, casa o condiciones vivía y en realidad no me importaba en lo absoluto. Quizá sí, para huirle y nunca pasar cerca, mas no era algo necesario para mí día a día. Y mucho menos le expondría el porqué, tal como ella estaba inquiriendo con sus expresiones, lo mismo iría para mí si ella llegaba a decirle de mi presencia. Claro que estaba más que sabido que eso no pasaría, una esclava contándole a su amo que había hablado con alguien por más de media hora no sería en absoluto correcto. Así que solo negué mientras pasaba la tela por mi cuerpo frío, los vellos de mi piel se habían estremecido en algún momento, por lo que apuré a meterme dentro de mis ropas cálidas. Los pantalones conjuntos con las botas me daban un alivio que sin duda se reflejó en mi rostro. — No diré nada, no tienes que preocuparte. ¿Mmm? Sí, supongo que sí te matarían. — Susurré más para mí que para la muchacha, de pensar que le cortarían la cabeza por querer huir me enojaba y mi frente y cejas se fruncían ofuscadamente. Incluso quise decir una vulgaridad entre dientes pero éstas no me agradaban, así que me conformé deseándoles la muerte a todos esos que usaban gente como muebles. ¡No tenía sentido! Y todo por ser morenos, eso sí que era una maldición en la tierra.

— Mientras tus pensamientos y tu cuerpo esté a la mereced de ellos… Cuando tambaleas en la franja es mejor desecharte, eso hicieron conmigo. — Expliqué de la manera más concisa que pude. Tampoco sería correcto darle demasiada información, como inquisidora me había pasado toda mi vida protegiendo a los humanos. Ellos no tenían por qué saber sobre los sobrenaturales, sus vidas serían mejor si se quedaban en la ignorancia, aunque ésta parecía ser severamente culpable de los casos de hombres muertos por ‘animales salvajes’ que mordían en el cuello. Era bien sabido para los eclesiásticos que en realidad se trataba de vampiros y de seres vivos que rondaban a altas horas de la madrugada sin ningún prejuicio. Pero, ¿qué decirles? Prohibirles la escasa libertad y mantenerlos en horarios de queda no era una opción. — ¿Leona? Eso sí que queda acorde contigo. Y no, no tengo apellido, me lo quitaron cuando me fui de la iglesia. — Mi nombre, Livia Pon, había sido reducido a cenizas cuando la mordedura de un lycan se profundizó en mi cuerpo. Y aunque no era exactamente la verdad, no tenía palabras para explicar la verdadera razón de mi apelativo. Terminé entonces de disponerme las prendas, dejando caer el saco color marrón sobre mi espalda. Y me dispuse a caminar detrás de ella, sacudiendo mi corta melena rubia de un lado a otro hasta que ésta hubiese dejado de molestarme. Cada día los cabellos sobre mi cabeza me afectaban más, quizá porque habían sido en gran parte la causa de mis grandes magulladuras, me habían agarrado de allí para no dejarme escapar y desde entonces perdí afinidad con esa parte del cuerpo. — ¿Qué quieres que te enseñe? —

Dirigiéndome para estar a la par de ella, caminé con los brazos cruzados sobre mi pecho, mirándola de reojo al tiempo que ésta miraba todo lo demás, se notaba que se trataba de un ser de la naturaleza. Dejé salir una risa calmada cuando se aferró a la libertad como una forma de tierra y árboles y asentí, tomando un segundo su cintura. Ya había asegurado mi integridad cuando investigué todo lo que podría llevar consigo, ahora podía distenderme, solo un poco, lo suficiente para intentar darle unos segundos de calma a la fémina en cautiverio. — La luna es mi única dueña. Me controla. Ven, te llevaré de paseo entonces, no vayas a tener miedo. — No ironicé con respecto a lo primero, ella podía tomárselo de la forma más metafórica que quisiera. La realidad era que la luna me podía provocar hacer las cosas más sangrientas que existieran. Pero no quise pensar demasiado en ello, ya que sucedería al día siguiente. Así que apreté apenas la cintura ajena a mi cuerpo y busqué la fuerza en mis piernas justas para saltar a una de las ramas de árbol que había sobre un costado. — ¿Alguna vez miraste desde la copa? Se puede ver la ciudad desde aquí, tiene varias luces, aunque creo que a ti te agradará más el otro lado. Se llega a ver la profundidad del bosque. — Susurré con los dedos firmemente agarrados a la madera y a la morocha. Era casi imposible que pudiese caerse estando en mi posesión. Incluso lo hacía cuando era una simple humana; con las habilidades de la licantropía era reducido al límite de cero la desventaja. — ¿A ti no van a castigarte por estar tanto tiempo fuera? ¿O tu amo está en un viaje de trabajo? Vamos más arriba. — Bramé cuando mis piernas se dirigieron a la siguiente rama, no flaqueaba, parecía un fierro postrado en diferentes lugares y busqué entonces sus orbes, esperando alguna de las respuestas a mis preguntas.
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Mensaje por Leia Fergusson Vie Ago 21, 2015 10:49 am

La sensación que aquella mujer contagiaba en ese momento a Tiaret ya no era inquietud si no calma, parecían haberse encontrado dos personas perdidas -de alguna manera incierta-, dos personas que no llegaban a encajar en el mundo que les había tocado vivir y esa conexión se notaba. Era agradable y la esclava no quería renunciar a ello, por lo que -a pesar del miedo que le daba el castigo que le impusieran si llegaba tarde- se dejó guiar por la loba y sus palabras.

Había vivido demasiado como pasar por alto aquella frase de Pavilion, la manera en que se había referido a la luna no tenía una entonación metafórica ni hermosa y eso fue lo que repasara mentalmente sus encuentros con seres que le habían confesado su naturaleza. No era un demonio de la noche, como ella llamaba a los vampiros, pero quizás su maldición fuera ser esclava de la luna tal y como ella había dado a entender. No comentó nada sin embargo, había aprendido a callar y no exigir de los demás gestos o información que no quisieran darle. Para ella ese hecho, si es que estaba en lo cierto, nada cambiaba por lo que con cierto pudor por la falta de costumbre, rodeó el cuello ajeno cuando notó el impulso que elevó a ambas del suelo, - se que peso poco, pero es peligroso - comentó al ver las intenciones de Pavilion. Sin embargo, lo que prometía era algo que Tiaret deseaba en ese momento, - no, solo vi la alguna -. Sabía que el tono casi infantil de su voz dejaba claras sus ganas de seguir escalando el árbol donde ya estaba subidas. Podría hacerlo sola, pero -por extraño que a sí misma le pareciese- deseaba dejarse hacer por Pavilion. Sus manos mimaban el cuerpo delgado de la negra y la sensación cálida que recorría su cuerpo era tan relajante que se permitió cerrara los ojos por unos segundos antes de que su acompañante iniciara la subida.

- Amo está fuera, pero le dirán los blancos que le sirven - respondió segura de ello. Sobre todo el viejo al que parecía tener en la estima, estaban prácticamente todo el día juntos cuando Antonio estaba en casa y era el que le informaba de los vaivenes de la servidumbre. - Prefiero verlo y ellos peguen y aten, que no verlo - aseguró convencida. Tan poco tenía ya por perder que lo poco o mucho que pudiera conseguir en esa escapada con Pavilion lo tomaría. Volvió a sujetarse a la rubia ocultando su cara de las pequeñas ramas que soltaban algún que otro latigazo a su paso entre ellas.

La llegada a la copa del árbol fue el mejor momento de Tiaret en años. La visión de ambos lados era majestuosa. La ciudad lucía con sus luces, tan ajetreada como siempre, pero en el otro lado -tal y como había prometido Pavilion- se encontraba el resto del bosque. Era una extensión verde tan densa y frondosa que invitaba a perderse en él. La morena suspiró, de nuevo la idea de huir atravesó su mente. Sabía que er muy capaz de llegar hasta la laguna y avanzar entre los árboles, pero ¿después qué? No podría abandonar el país en el que estaba sin llamar la atención, y sería imposible conseguir dinero para llegar a su país de origen. Poco a poco volvió a la realidad, repitiéndose lo que ya sabía, seguiría en París hasta que su amo lo deseara. - Gracias por enseñarme - de verdad estaba agradecida, pero la voz temblaba ligeramente por aguantar las ganas de llorar que retenía en la adolorida garganta.

- ¿Por qué no te disgusto? - no sabía de donde había nacido esa pregunta. Tomó asiento sobre dos ramas en forma de equis que soportaban en peso de su cuerpo, dejando al fin libre de carga a la licántropa. - Los blancos creen que yo soy animal, tú no - tomó una de las manos ajenas para comparar sus tonos de piel, aquella mujer era realmente pálida y más aún si la comparaba con ella misma. Sonrió entonces divertida por lo diferentes que se veían, y lo aparentemente bien que congeniaban. - Tú eres leche, yo chocolate - dijo divertida tocando sus manos. - ¿Te gusta el chocolate? -
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Mensaje por Imara Rákóczi Dom Ago 30, 2015 6:27 pm

Tal parecía, que a ella no le importaba demasiado la situación extravagante en la que estábamos situadas, cual si estuviese vagando en pensamientos perplejos y penetrantes; y aunque podía ser capaz de indagar en sus pensamientos superficiales, jamás lo hacía. Era algo que me había prometido usar solo en los casos más especiales o peligrosos. La razón es que respetaba tanto los sentimientos humanos que aquella parte de mi “antepasado” no había desaparecido en lo absoluto de mí. No cabía la menor duda de que estaba al borde de la desesperación de querer saber lo que emanaban sus ojos, curiosos, iluminados e inciertos, pero me distraía con mis propios impulsos para no causar en ella un miedo inadecuado. Para una esclava, su mente era el más importante secreto de todos. Donde guardaba su verdadero y único ser y yo no iba a corrompérselo. La espantaría por completo y escaparía de entre mis brazos, lo cual no estaba dispuesta a que sucediera. Me encontraba tranquila y bastante alejada de la realidad cruel que día a día pasaba por mi vida como para soltar aquel pequeño instante de paz que me había encontrado. — Ya veo… Entonces tendré que mostrarte. — Me referí con gracia, riéndome muy secamente ante la voz llamativa que ella había dejado salir, no estaba segura si era un león o si ese solo era el disfraz de algún animal pequeño y escurridizo. Como fuese, me dejé guiar por mis pies, saltando arriba una y otra vez, buscando el lugar adecuado para detenerme. Por supuesto, en ningún momento aflojaba el agarre que tenía sobre su cintura. La realidad era que en mi naturaleza, corría la sangre de quien gusta de proteger y ella no era la excepción, aunque en parte no podía hacer demasiado, no por su libertad.

— Está bien, luego veremos la forma de idear una excusa perfecta para que no sea necesario que te castiguen. Los humanos son personas fáciles de convencer. — Susurré entrecerrando los ojos con un deje de molestia, sabía cómo eran las personas, tan iracundas y fáciles de leer, tan manipulables que muchas veces daba pena tener que protegerlas. Cuando me criaron, me inculcaron que eran los más débiles, los más bondadosos y buenos. Una gran mentira, pues éstos eran los peores, los más egoístas y humilladores, sedientos de poder hasta el último segundo antes de morir. Negué con fiasco, observando al instante siguiente lo que antes había prometido, cientos de veces me habían parado a ver los horizontes y aún no me cansaba de hacerlo. Sin embargo, su cuerpo empezaba a tiritar y con eso mis orbes buscaban los ajenos, fijando la mirada en ella con cautela, tal como si fuese un animal en la caza. — El destino es cruel, ¿lo sabes, no? Aun cuando uno tiene todo en un principio, nunca es seguro el futuro. Pero uno puede armarlo y elegirlo, empezando desde el interior, dando tiempo, para luego trazar las propias líneas que quieras ver. — Expliqué en lo que la delgada mano ajena buscaba unos momentos mi tacto, comparando las pieles, era algo extraño y que no tenía explicación. El porqué teníamos diferentes tonos de piel era algo que jamás nadie podría demostrar. Tampoco lo necesitaba, sin duda no era algo que requería para poder sentir. Y le sonreí de lado, enarcando la ceja en lo que la observaba. — No, ellos no creen que seas un animal, lo que ellos creen es mucho más horrible que eso. Y aun así… No saben lo que es un animal. Están ciegos y por eso no hay que juzgarlos demasiado. ¿Chocolate…? — Me quedé pensativa, los dulces jamás habían sido de mi placer y entre pensamientos me dediqué a removerme sobre las ramas, ayudando a la morena a sentarse a mi lado. No tenía mucha idea de qué hacer en la copa, siempre miraba por largos minutos, sin pensar en nada, simplemente quedándome expectante sobre la realidad, pero ahora, con aquella entre brazos lo único que deseaba era hablar. Sobre la vida, sobre lo difícil que era la manera de ser de los demás. Y lo complicado que era vivir felizmente. — La carne me gusta, tiene tu color de piel cuando se cocina. El chocolate podría empalagarme demasiado rápido, no me gustaría comprarte con eso. ¿Qué comidas te gustan? Si me dices, otro día… Puedo traerte. Aunque no estoy segura cuando podré volver a verte luego de hoy. — Razoné de un momento al otro, frunciendo mi nariz estrepitosamente, pues me angustiaba el solo hecho de pensar en que quizá no la dejarían salir. Y allí se cruzó por mi mente la idea de ir a cobrar cuentas con esas casas de inquisidores. En mi rostro, el mero pensamiento de molestia estaba tatuado, flotando como aura sobre mí ser lobuno. — ¿Tú qué crees? —
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Mensaje por Leia Fergusson Dom Sep 06, 2015 6:07 am

Se había descubierto atendiendo a las palabras de Pavilion como si fuera la única verdad en el mundo, la cercanía y comodidad que emanaba de la mujer era devastador para Tiaret. No se atrevía a interrumpir el discurso, tan sólo deseaba que continuara hablando y exponiendo cada una de sus ideas acerca de los demás y de ellas mismas. De nuevo, aunque sin decir una sola palabra, volvió a pensar que la rubia tenía algo distinto a los demás, alguna parte de su naturaleza se había visto alterada y no tenía ya nada que ver con las personas que atiborraban las calles. "Los humanos son personas fáciles de convencer" en esa frase radicaba, para Tiaret, la confesión que antes le había negado, la confesión de que Pavilion ocultaba lo que era realmente. Sin embargo, y aunque se moría de ganas por saber su secreto, la discreción de la morena reinó y simplemente fingió que su mente no estaba trabajando por descubrirlo mientras atendía a sus palabras. Todo lo que escuchaba tenía claras referencias de sufrimiento, aquella mujer por muy blanca que fuera había sufrido en el paseo y quién sabía si seguía habiéndolo en el presente, pero demostraba una fortaleza que bien se le asemejaba a la propia. Alzó la mirada a los ojos ajenos cuando habló de lo que los blancos pensaban de ella por su color de piel, siempre había creído que la trataban así por creerla un animal. - Yo sí se lo que es un animal - dijo con suavidad esperando no espantarla. Era la manera más sutil de que Pavilion se diera cuenta de que Tiaret percibía más cosas que las personas que habían vivido siempre en un sitio como París. La negra había sobrevivido a base de trabajo duro desde pequeña y la caza había sido una de sus actividades favoritas. Los días que iba con los hombres a por alguna pieza para comer eran lo que más disfrutaba, aprendía viendo a los animales cazar, aprendía de sus movimientos y le parecían fascinantes. Quizás más tarde le propusiera intentar cazar algo en el bosque...

Se echó a reír al ver tal gesto en la nariz contraria, se había arrugado en la parte superior de una manera demasiado graciosa. Era como una mezcla entre algo que le hubiera causado desagrado y algo que le hubiera hecho concentrarse para pensar. Qué comidas le gustaban... - como poco siempre tengo hambre, me gusta todo por eso - explicó encogiendo los hombros. Para alguien con su nivel de pobreza un trozo de pan era equivalente a caviar para alguien de la realeza. - No quiero que me des nada. No tengo nada para darte yo. - dijo segura de ello. Era algo que no soportaba... recibir ayuda sin poder hacer siquiera un gesto por quien la ayudaba no entraba en su cabeza. En París tan sólo una persona le había ayudado, un vampiro de hecho, que le ofreció un plato de comida caliente; a cambio y sin problema Tiaret le dio permiso para que bebiera de ella. Pero con Pavilion no sabía qué podía darle o hacer para devolver el favor en caso de que le diera comida. - Puedo escaparme en las noches o en sus viajes si lo deseas - respondió. No le era difícil saber cuando el amo no iba a estar en casa o cuando no requería sus atenciones y mucho menos le costaba arriesgarse por pasar más ratos como aquel. - ¡A ver quién baja antes! - exclamó soltándose del agarre de Pavilion y comenzando una carrera con ella por las ramas en búsqueda del ansiado suelo, nada le importaban los golpes en la cara de las ramitas finas que dejaban marcas en las mejillas a su paso, tan sólo el poder disfrutar de ser ella misma sin que nadie la criticara o tratara de cambiar.

Una vez abajo, sin saber si había ganado o perdido, corrió de nuevo hacia el agua buscando esconderse de Pavilion. Sin dudarlo y en el mayor de los silencios se introdujo en la laguna buscando cobijarse tras una roca enorme de la orilla. Cubrió su boca con una mano tratando de evitar que la risa la delatara y simplemente esperó. No creía que Pavilion hubiera podido verla por lo que si la encontraba, y sobre todo en el agua, significaba que sus dotes de rastreo eran superior a lo normal.
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Mensaje por Imara Rákóczi Mar Sep 15, 2015 11:42 am

La risa de la morena era sin duda alguna algo que nunca antes había disfrutado, era grácil y sincera. En mis años como inquisidora eran pocas las veces que había sentido una presencia verdadera, que no tuviese una máscara pegada al rostro que únicamente era quitada al ir a dormir. Y obviamente, había tenido que irme de la iglesia para encontrar algo tan humano como eso. Entrecerré los ojos entonces, observándola curiosa, buscando en la fémina algo que me diera la pauta para descubrir algo más. No sabía qué, simplemente quería más de ella. Y me encontré asombrada cuando se refirió al conocimiento de los animales, era evidente que su piel oscura daba la alusión de que venía de las tierras sin ciudad, por lo que no se me hacía extraño que tuviese que cazar su propio alimento. ¿Conocería entonces la existencia de los sobrenaturales? ¿De los hombres lobo que salían en la luna llena? Mi mente estaba llena de preguntas que no podía decir. Estaba segura de que podía confiar en ella, era una esclava después de todo y de nada le valdría delatarme, pero no quería, no quería poner mis secretos en manos ajenas, no aún. Así que busqué tocar su piel, alzando la mano para pasarla por su cuello, distrayéndome para así no darle respuestas mentirosas. — Me das charlas entretenidas, en donde trabajo solo me encuentro con personas tontas que no saben sobre vivir o morir. De todos modos nunca busco recibir nada a cambio de lo que puedo dar. Una vez alguien me dijo… Que si tengo más de lo que necesito, tengo que darlo al prójimo. — Expliqué con una sonrisa tranquila, lo suficientemente suave como para no asustarla con fundamentos en Dios. Pues yo no podía decir que no creía en Él. Había cosas raras, cosas que no me agradaban, pero nunca había llegado a la conclusión de que no existiera.

— ¿Mmm? ¡Ten cuidado! Tssk… — Gruñí exasperadamente cuando sentí aquel ser deslizarse entre mis dedos, escapando como un felino hacia la tierra. Podía verla y olerla en cada paso que hacía. El instinto de proteger estaba latente, miedoso porque fuese a lastimarse, no obstante la muchacha parecía saber muy bien lo que hacía y me reí para mí por ser tan inocente de creerla incapaz de escudarse por sí misma. Negué entonces, bajando lentamente, con garras extendidas para lanzarme entre árbol y árbol en lo que la seguía por arriba. ¿Estaba intentando escaparse de mí? Los cabellos rubios se deslizaban contra mi rostro, cortos y revoltosos. Intenté acomodarlos hacia atrás pero volvían a caer, dejándome la vista un tanto ocupada. “¿Qué estás tratando de hacer?” Pensaba, mirando la piedra grande que estaba sobre un árbol, muy cerca del agua. Decidí entonces que me gustaría ver su expresión. Si se hallaba asustada o si solo buscaba reírse de mí. Lancé todo mi peso a las ramas, hasta posicionarme en una que estuviese a unos poquísimos metros por arriba de ella. Y allí estaba, con una expresión juguetona en los ojos, cubriendo los carnosos labios que aún recordaba perfectamente. No se me había escapado ningún detalle. Era exótica, sumamente extravagante y bonita. Encontré entonces que estaba jugueteando, por lo que estiré mi cuerpo sigilosamente hasta la rama más cercana a ella. — ¡Psst! — Llamé en lo que me dejaba caer con las piernas abrazando la madera, estirando los brazos para tocar su cabello oscuro y penetrante. Y busqué su mirada una vez más, realmente no comprendía a qué se debía aquello, era complicado para mí divertirme de esas formas, jamás había aprendido a jugar, mi vida se reducía a cazar, matar o atender a los demás en un bar extraordinario. Sin embargo estaba con una sonrisa de lado a lado y no tarde en caer a su costado, hundiendo mi peso, que aunque parecía poco, en realidad era mucho más, simplemente que estaba comprimido en mis músculos como fibra gruesa. — ¿Te encontré? Ganaste, bajaste antes que yo. ¿Qué quieres a cambio? — Consulté, volviendo a sus cabellos en lo que me acercaba un poco más, oliendo disimuladamente su mejilla, tratando así de memorizar el color de su aroma. Me rehusaba a dejarla ir, pero sabía muy bien que el tiempo se agotaba.
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Aroma mort [Tiaret] Empty Re: Aroma mort [Tiaret]

Mensaje por Leia Fergusson Vie Sep 18, 2015 12:34 pm

No pudo evitar reír al verse sorprendida de aquella manera por Pavilion, parecía un mono colgada así de la rama y lo mejor de todo es que parecía tan cómoda como podía estar caminando erguida. Era la única persona blanca a la que no sentía como una auténtica extraña, a la que sentía que se asemejaba aunque fuera un ápice, era un sentimiento agradable y reconfortante para la negra que cambió su gesto de sorpresa y diversión por otro más dulce al tener a Pav junto a ella en el agua de nuevo. Ninguna de las dos sentía que estuviera fuera de lugar, aunque quizás por la forma de ser de la loba, esta estuviera menos tensa que Tiaret en todo momento. No podía dejar de estar en guardia, aunque no se sintiera en peligro siembre había algún factor a tener en cuenta para no relajarse.

La pregunta de la rubia la cogió desprevenida, no se esperaba que la ofreciera algo a cambio de haber llegado primero, aunque algo la decía que en realidad la había dejado ganar. Valoró la respuesta antes de sonreír y retirar la mano de Pavilion de su pelo, - tienes que encontrarme - no se refería a otro juego, no se refería a que llegara a su casa, era una despedida. El tiempo fuera de casa se había alargado demasiado y debía regresar. Los pasos la llevaron de vuelta al linde del bosque donde adecentó como pudo su aspecto aunque igual le iba a dar, los criados sabrían por su tardanza que no había obedecido y había pasado tiempo en sitios donde no se le había ordenado ir. El gesto de Pavilion hizo que también su rostro se entristeciera, no deseaba abandonar la laguna ni los juegos con quien se había convertido en una más que grata compañía pero si deseaba volver a verla más le valía dejarla sola por ahora.

- Tengo que volver, ¿me darás mi premio? - antes de dar tiempo a la loba para contestar sus piernas se apresuraron entre los árboles corriendo todo lo rápido que podía, la  noche se cernía sobre ella y debía llegar a casa antes que su amo. Casi sin aliento alcanzó la puerta trasera de la casa deseando con todo su ser que nadie la viera, pero para su desgracia el mayordomo estaba esperando su regreso en la misma puerta de lo que hacían llamar su habitación. Con la mirada clavada en el suelo acompañó al canoso hombre escaleras arriba a rendir cuentas al que ahora sería un amo demasiado disgustado para contentarse con tan solo un par de latigazos. Ese maravilloso día le costaría alguna que otra marca nueva en su piel. No salió grito alguno de queja ni dolor al recibir los golpes con la vara de bambú, tan solo las lágrimas que caían por sus tostadas mejillas dejaban ver a su amo que el castigo estaba siendo eficaz y así, con la espalda marcada de golpes y sangre acabó el día para ella, para la esclava.
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