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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Domenic Vaisser Jue Oct 15, 2015 3:34 pm

Septiembre de 1478. Florencia. Italia

Sonreía. Como un auténtico idiota dirían algunos. ¿Cómo no iba a hacerlo? Desde hacía una año que había dado con lo que esperaba encontrar en Florencia. Desde que llegase a la ciudad hacia tres años, Domenic se había empeñado en buscar lo que con tanto ahínco y deseo le había descrito Leonardo. Siempre había afirmado con rotundidad que su ciudad era la más increíble del mundo, pues en ninguna otra se podía ver la belleza femenina como allí. También había olvidad mencionar el alcohol, la sodomía, la depravación… entre otros tantos entretenimientos que la sociedad mas moderna de Europa se jactaba en llamar futuro. Había que admitirlo, al principio su escepticismo había nublado su juicio con respecto a la ciudad italiana. Se había dejado llevar durante demasiado tiempo por las injurias y las afirmaciones que la iglesia difundía sobre el ducado. Nido de herejes, sacrílegos de los recursos de Dios, la nueva Sodoma… entre otros apelativos mucho menos cariñosos. Todos mentira. Cierto, la primera noche se había asombrado por cómo la gente actuaba con semejante libertad. Las mujeres tomaban lo que deseaban, independientemente de que pudiese estar mal visto o no. Y el carnaval…. Bueno eso era algo de otro mundo. Aquellas personas ocultas bajo máscaras, todas ellas centradas en un mundo en el que podían ser quien quisieran, sin preocuparse por las trivialidades ni los juicios que otros pudiesen hacer sobre ellos. Puede que si fuese Sodoma, pero no por ello dejaba de ser más interesante que cualquier otra ciudad del mundo. Leonardo insistió durante días, hasta que por fin se aventuró a las calles con su mortal amigo. Domenic vio un mundo diferente, en el que la sangre por primera vez no era el protagonista. Por primera vez en un siglo se daba cuenta de que diversión y muerto no iban de la mano. Al menos no necesariamente.

Y ahí estaba. La hija de los Armanzi era impactante, desconcertantemente hermosa, como si fuese algo imposible de describir. Aquella mascara era solo un atenuante, claro está, pues su verdadera belleza no se veía acentuada por el decorado, sino más bien lo contrario. Suplico a Leonardo, pues él era un hombre ducho en mujeres y hombres por igual. Le avergüenza decir que, en aquel momento, estaba muy nervioso. Lorelei, sin embargo, demostró tener todos los encantos de la mujer florentina. Y jamás había estado más agradecido. Ahora, en la residencia de los Armanzi, disfrutaba de la compañía de la mujer de la que se estaba enamorando, una mujer a la que, por primera vez, estaba usando de modelo para una de sus pinturas. Ni ella ni Domenic sabían, que sería solo la primera, pero no por ello la menos importante. La naturalidad el cuerpo desnudo de Lorelei era hipnótica, una visión abrumadora bañada por el sol de la tarde mientras el permanecía en las sombras, oculto ante el dolor del sol. Ella lo sabía, por supuesto, y por eso su mirada se volvía más intensa que nunca. Sabía cuánto la deseaba y le provocaba por ello, sobre todo porque sabía que cuando le pusiese las manos encima nada podría pararle.

La pintura iba bien, casi no le costaba nada ver los trazos, los controles de su muñeca que le permitían hacer esas sutiles pinceladas que, poco a poco, iban formando aquella imagen que mataría a dioses y reyes por los siglos de los siglos. Así que sí, estaba sonriendo. Estaba más feliz de lo que podía expresar con palabras, y no se molestaba en absoluto en ocultarlo. – Deja de moverte. – Le decía sin ser verdaderamente serio. Podía consentirle cualquier cosa, pues ella tenía esa misma cortesía. Como si aquella frase la hubiese convencido, tapo su cuerpo desnudo con aquella bata que solo llevaba a medias cuando posaba. Nada podía dar más lastima en la vida. – Se te ha acabado el tiempo. Tengo que atender a un amigo de mi padre. – No es que le disgustase. Los Armanzi tenían un gran negocio de comercio con sedas y otros materiales de oriente y los proporcionaban a toda la clase alta del país. Lorelei, al ser la única hija que habían tenido en la familia, había aprendido lo bastante como para saber de esos menesteres, y mantenía relaciones con un gran número de los mercaderes que negociaban con su padre. Cierto, no habían sido pocos los que se habían fijado en ella e incluso le habían pedido matrimonio, pero siempre las había rechazado en post de algo mucho más interesante. O al menos eso decía ella. Posiblemente, la única razón por la que el vampiro no le había pedido matrimonio aun, era precisamente porque nada le dolería más que su rechazo.

A pesar de ello, no se marchó. Nunca la dejaba sola con gente a la que ni ella misma conocía, pues seguía siendo una ciudad peligrosa, y ante todo, pretendía ser un caballero con ella. Siempre todo cuanto necesitase. Dejo con cuidado los pinceles y empezó a recoger todo. En el proceso fue cuando un criado llego a la sala y le dijo a Lorelei que su invitado ya estaba aquí. Con una sonrisa y un beso rápido, la joven humana se marchó hacia la sala de audiencias. De nuevo, pensando en la suerte que tenía, Domenic termino de recoger y paso a reunirse con ella y con ese distinguido invitado. Sin embargo, su entrada en la sala le hizo sentir frio, más de lo que había sentido desde el momento en que dejo de estar vivo. Aquel hombre no tenía nada de hombre. Solo sus movimientos ya le delataban como un nocturno, por no mencionar que aquella expresión delataba la de un hombre que había pasado suficiente tiempo en la condición como para no ser necesariamente débil. Ni si quiera escucho a Lorelei haciendo las presentaciones. - … Rashâd Al–Farāhídi. – Su nombre no importaba, puesto que los hombres se miraban fijamente ahora. No sabía qué hacer, hacía años que no se encontraba con uno de los suyos, sobre todo porque hacia todo lo posible por evitarlos. Y ahora había uno allí, y con la mujer a la que quería justo al lado. ¿Qué debía hacer ahora?


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Mensaje por Rashâd Al–Farāhídi Jue Oct 22, 2015 11:34 am

“Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad,…”

Jorge Luis Borges La Casa de Asterión.


El vampiro oteó el paisaje en cuanto descendió del lujoso carruaje. Y era que Italia era una tierra tan prometedora… Rahsâd había emprendido un largo viaje por la tierra de sus ancestros, impulsado por el sentimiento de culpa que le había atenazado el yerto corazón en el momento en que dio muerte a la que siempre había pensado como su compañera de eternidad.

¡Tantas esperanzas cifradas en una criatura tan frágil! Debió saber que las cosas no irían bien; la criatura habíase convertido en una bestia antojadiza y terrible, incapaz de controlar sus instintos o de proteger mínimamente la supervivencia del pequeño Clan que empezaban a formar. Al final de todas las cosas, incluso Ian había concluido que la moza debía morir. Que el sufí hubiera rogado por su muerte daba cuenta de la atroz criatura en que la dulce mujer se había transformado.

Pero, setenta y ocho años –y muchas mujeres– después, la culpa, el arrebato y la vergüenza se habían desvanecido lo mismo que la neblina. Y su espíritu, aún salvaje y lleno del éxtasis de los primeros siglos, buscaba de nuevo las emociones vernáculas de Europa. Es preciso dejar claro que había disfrutado de las excentricidades de Oriente medio, que volver a sus raíces había tenido un curioso efecto sobre él, y que había hecho negocios de gran cuantía para sus arcas…, pero no había sido suficiente. Quizás nunca fuera suficiente…

Así el espíritu, tuvieron que volver él y su amante a tierras occidentales, pues el llamado de su cultura era poderoso sobre el espíritu del valaquio, hijo sincrético de dos tradiciones, tan ricas como opuestas.

Ahora, no podía negarse que elegir el destino les había reportado infinitas horas de placer. Rashâd se había dedicado horas a dibujar el mapa de Europa sobre el cuerpo desnudo de Ian… y otras muchas a marcar posibles destinos, en medio de besos y gemidos… Sí; elegir destino había sido algo muy (MUY) placentero.

Así, de entre todos los destinos posibles, había surgido Florencia, la bella y pérfida ciudad italiana. No bien habían asentado allí su inmortal presencia y ya las fiestas, el carnaval, el derroche y la opulencia habían dejado sendos espacios para que ambos vampiros se deleitaran en la belleza y dulzura itálica. Pero, claramente, no todo podía reducirse al simple y llano placer. Había que mantener las rebosantes arcas a costa de trabajo y comercio, bien lo sabía el valaquio, quien había experimentado en otras épocas períodos de verdadera “pobreza franciscana”. Lo había aprendido a costa de martirio: el dinero por sí mismo no le importaba; era el poder que el dinero le daba lo que él apetecía, el acceso a lugares y personas privilegiadas de las que él aún podía regodearse más y a los que sólo podía acceder gracias a un apellido insigne y a una cartera que pareciera inagotable.

Así pues, Ian había dado con los Armanzi, una de las familias más antiguas y distinguidas de la ciudad, cuyo rubro coincidía con el de los rumanos. En pocos días, sutilmente, el sufí supo ganar la estima del padre de familia y planteó ante él un negocio que no podría rechazar. Como era costumbre en estos caso, era el sufí quien se encargaba de afinar los detalles para que el negocio fuera lo más rentable posible para ellos; Rashâd aparecía simplemente para dar cierre a los acuerdos previos, para validar tarifas y estampar su firma en los contratos. Muchos descubrían entonces, que era peligroso intentar pasarse de listos con él. No fue diferente en esta ocasión; más aún, en repetidas oportunidades el viejo Armanzi había mencionado reiteradamente a su hija en medio de las negociaciones (e Ian no tardó en comprender que era la carta segura, del mismo modo que para él lo era su creador), pero el sufí no le dio mayor relevancia a su papel en los acuerdos; bien sospechaba el vampiro que en la fémina se jugaba el pellejo el anciano para obtener las mejores pasantías del acuerdo… Pero, para ello, debería superar al valaquio, cuyo desdén por las mujeres era una leyenda entre quienes les conocieran.

Así pues, el acuerdo final se gestaría entre la misteriosa Lorelei Armanzi y Rashâd Al–Farāhídi. Dos semanas después (un tiempo récord para Ian) el vampiro musulmán se dirigía al encuentro de la intrigante señorita.

El lugar era, por supuesto, refinado y elegante; nada sobraba allí. La sala de audiencias, así pudo percibirlo Rashâd, estaba hecha para encantar a los clientes; el vampiro se deleitó en los incontables olores que flotaban allí; perfumes, telas, jabones, ¿óleos?, todo se intuía a través de las paredes tras las cuales se escondía la pujante vida humana, por la única entrada posible a ese otro mundo, apareció una de las criaturas más deliciosas que el vampiro pudo imaginar. Bella, elegante, de mirada viva e inteligente, amante de la vida, rebosante de juventud y éxtasis. Podía comprender por qué su padre depositaba en ella sus más caras esperanzas. Apenas si alcanzó a fraguar una idea vana, cuando otro no–vivo hizo su aparición en la estancia.

Así que vos sois Rashâd Al–Farāhídi, signore mío. — saludó la cortesana, con gentileza apolínea, al tiempo que una suave reverencia le permitía al valaquio una mejor vista de sus mejores atributos — Mi señor padre tuvo tratos con vuestro socio, Ian Shekatkar — una expresión de curiosa sorpresa cruzó fugazmente el rostro del varón; muy pocas veces, su amante revelaba su nombre completo —, un hombre de virtud sin igual, según sus palabras. Me habría gustado conocerle. — arguyó la doncella, con sinceridad.

Pese a todos los encantos que la fémina prodigaba a su alrededor, Rashâd estaba del todo concentrado en su congénere, sin embargo, tuvo a bien responder las palabras que ella le dirigía, aunque su vista estuvo clavada en el inmortal frente a él. Algo allí no terminaba de encajar:

Signorina Armanzi, el placer es mío. Mas perdonaréis mi imprudencia, pues no contaba con la presencia de vuestro ilustre acompañante, debo preguntaros, ¿acaso debo el honor de conocer a vuestro consorte, Sayidat?

Ciertamente, no le gustaban las sorpresas y era aún un espécimen joven y falto de experiencia, pero eso no le impediría intentar mantener el dominio de todo cuanto le concernía. Ello había sido una clara herencia de su anterior vida, rasgo al cual, habíalo decidido ya, no pensaba renunciar tan fácilmente. Evaluó a su rival y le pareció que estaban en igualdad de condiciones, pero no se confió. Tampoco se dio por vencido. A fin de cuentas, había logrado sobrevivir a la terrible Olenka.


***



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"... Y las tinieblas, y la corrupción, y la Muerte Roja lo dominaron todo."
Edgar Allan Poe. La máscara de la Muerte Roja.


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Mensaje por Domenic Vaisser Jue Oct 29, 2015 2:26 pm

No había conocido a muchos de los suyos, no porque no hubiese tenido oportunidades, sino porque había tratado de evitar todo contacto con ellos. Desde que Sebastian le acogieses, se había dado cuenta de que el instinto más primario de su especie era la autocomplacencia. Puede que el caso de algunos de ellos estuviese justificado, como su antiguo mentor había insinuado en mas de una ocasión, pero tras varios años de ver el mundo, Domenic no estaba tan seguro de que aquello fuese del todo cierto. Ahora, tal como estaba la situación, cuando por fin creía que existía la posibilidad de asentarse en el mundo con alguien que de verdad lo supiese todo sobre él, aparecía un desconocido que prácticamente podía echar por tierra todo en lo que había trabajado en los años que había estado en Florencia. Lorelei se dio cuenta en el acto, por supuesto. Una de las razones por las que había aprendido a amarla era por su inteligencia, además de por su  total desagrado a las normas sociales que la tachaban como el sexo débil. Pero ahora, miraba a ambos hombres como si sintiese que estaba encerrada en una jaula con dos fieras a punto de devorarse entre ellas. No era para menos, pues la presencia del extraño había puesto a Domenic con todos los sentidos puestos en él, y los músculos tensos ante la primera señal de agresión por su parte. Lo último que deseaba era entablar un conflicto allí, no solo por que llevaba una buena vida en la ciudad que no quería perder, sino porque no podía soportar la idea de que la mujer que estaba en la sala acabase siendo un daño colateral.

Desde luego, el nombre de su invitado no le resultaba familiar, pero por lo que podía deducir del apellido estaba claro que era de oriente medio. Sus facciones sugerían una cuna destacada, tal vez no noble, pero si lo bastante acomodad, se notaba más allá de la simple perfección vampírica. Tenía aspecto de ser un hombre apegado de si mismo, alguien lo bastante inteligente como para saber dónde podía librar sus batallas con tal de ganar. Eso solo hacía que Domenic, un vampiro que jamás había conocido demasiado los lujos y cuya instrucción no había finalizado hasta hace poco, se plantease la posibilidad de que aquello solo pudiese acabar mal. Sus expresiones no demostraban nada aparte de ligera sorpresa, estaba claro que él tampoco esperaba encontrarse con un igual en aquella residencia, pero cuando Lorelei hablo, obviamente dejo claras ciertas cosas que, desde el punto de vista de Domenic, solo podían poner las cosas un poco más tensas. – No lo creo signore. – Respondió con su dulce voz al vampiro. – Aunque tengo entendido que los vampiros sabéis reconoceros bien. – La mirada se le desvió completamente hacia la mujer, pues acababa de dar a entender que el código de anonimato propio de los vampiros no se aplicaba a ella. Cierto, la joven conocía de sobras la verdadera naturaleza de ambos, hecho que le hacía amarla aún más. En ningún momento se asustó cuando se enteró, todo lo contrario. El saber que Domenic era un vampiro solo avivo su curiosidad y deseos de saber, sin llegar jamás a ser desconsiderada ni a pedirle nada en absoluto. Es más, las marcas de mordiscos que podrían observarse por su cuerpo desnudo demostraban su más que evidente aceptación de la naturaleza de vampiro. Sin embargo, divulgar su conocimiento a un nocturno desconocido podía ser peligroso, ya que este podría tomarse ese conocimiento como un riesgo que podía silenciar. – No obstante, esta sigue siendo mi casa, y la de mi padre. Si queréis seguir mirándoos como perros que quieren el mismo hueso, voy a tener que pedir que se marchen, gentiluomos.

Incluso en aquel momento, su corazón se mantenía fuerte, estable, como si aquello fuese una acción cotidiana que debía realizar todos los días, aun tratándose de dos seres que podían matarla en cualquier momento. Domenic miro fijamente al otro vampiro, pues no sabia del todo que hacer, pero si que sabía algo: no iba a poner en peligro a Lorelei. Camino a tientas, manteniendo la precaución al principio, y luego con más confianza hasta estar delante del otro nocturno. Alzo la mano con el fin de estrechársela, mientras se presentaba cortésmente. - Innah lamin diwaei sruri 'ann 'altaqi bikum , ya sayidi . Sabahaan Domenic Vaisser. – Su árabe no era el mejor del mundo, pero conocía lo bastante como para hacer una presentación que fuese comprensible. Esperaba que aquel hombre fuese comprensivo con la situación y que accediese a pasar por alto ciertas cosas. Aun no se conocían, pero estaba dispuesto a no desechar esa posibilidad si él hombre tomaba la misma medida. – Supongo que no le importara que permanezca en la sala mientras cierran sus negocios. – Dijo mientras se sentaba, aunque había sido una petición educada, no tenía ninguna intención de marcharse y dejarla sola, no ahora que sabía con quién estaba tratando. Lorelei, por su parte, no dudo un segundo en dejar de lado los negocios durante un instante. Según ella, nadie debería hacer negocios con una persona a la que no conociese, pues postulaba que no había buena relación sin confianza. Su padre, a pesar de ser rico, se fiaba de cualquier persona. Quizás fuese esa la razón por la que el otro vampiro había podido llegar hasta allí. Por suerte, Rashad iba a comprobar que su hija no se parecía a él en absolutamente nada. – Puedo preguntar que os trae a Florencia, signore. No parecéis el tipo de hombre que necesite realizar grandes fortunas. – Ningún vampiro necesitaba hacer negocios, bastaba con obligar a alguien a acogerle mediante la compulsión. Era precisamente por eso que Domenic se cuestionaba los motivos para estar en aquella casa. Cuando te enfrentas a la eternidad, lo peor que puede ocurrir que la humanidad te relacione con una gran suma de dinero.

*Es un placer conocerle, señor. Soy Domenic Vaisser.


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