AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Fire we make [Privado]
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Fire we make [Privado]
Padre, perdónalos. Porque no saben lo que hacen.
- Lucas 23:34 -
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Paris relucía esta noche. De entre todas las posibilidades que se apreciaban en las calles, parecía que ser del pueblo llano era la más sana y entretenida. No era para menos. Se acercaban las fiestas propias de otoño, fiestas del vino de la población criolla que se extendían desde Monmartre hasta los barrios de alta alcurnia. La gente salía a la calle en plena noche, divirtiéndose, visitando tabernas. Las mujeres de vida cuestionable, como las llamaban algunos, cobrarían más esa noche que en todo el mes pasado. Las fiestas parisinas siempre se habían caracterizado por noches de excesos y mañanas de arrepentimientos y sermones. La iglesia no dudaba en ser la principal fuente de estas últimas, claro está. Sin embargo, a la gente parecía no calarle demasiado hondo ese tipo de discursos, pues a la noche siguiente volvían a estar en el mismo sitio: de fiesta. Domenic se permitía mirar por la ventana del carruaje que le llevaba a casa, desfilando entre grupos de multitud de clases sociales que tomaban las calles. Aunque le hubiese encantado tomar parte en aquellas celebraciones, aunque fuese solo un poco, era consciente de que más que nunca los miembros de su especia invadirían las calles. Era un pensamiento lógico: mucha gente, lugares oscuros donde poder ser discreto, mujeres y hombres listos para dar todo lo que les pidiesen. Era una de esas oportunidades tan evidentes que nadie podía rechazarlas. Ese era precisamente el problema: era demasiado evidente. Para cualquier cazador que tuviese dos dedos de frente sabría que la mejor manera de encontrarse a un vampiro y poder liquidarlo era precisamente en noches como esta, donde la guardia estaba tan saturada y había tanta gente que apuñalar a alguien por la espalda seria de lo más sencillo. Antes de que el vampiro o lobo objetivo cállese al suelo muerto, el cazador habría desaparecido entre el tumulto en busca de otra víctima. Por esa misma razón, él se contenía. Habría tiempo para alimentarse y divertirse más adelante, cuando pudiese estar más seguro de que la diversión no le costase la vida.
Evidentemente, Dasha no había sido tan fácil de convencer. Su incansable necesidad de sangre parecía no haberse atenuado en los ochenta años que llevaba como vampira. Por desgracia, su sire no había tenido la cortesía de educarla en el autocontrol lo bastante como para saber cuándo era el momento de matar y cuando no. No podía culpar a la joven por ello, a fin de cuentas no era un problema que hubiese nacido de su voluntad, y se estaba esforzando todo lo que podía en inculcarle ciertos aspectos de la vida vampírica, de manera que aprendiese a respetar sus instintos casi tanto como a sus presas. Obviamente, había una gran diferencia entre respetar y ser compasiva. En eso no tenía muchas esperanzas de tener éxito. En algunos aspectos, la joven podía ser casi como él en sus peores tiempos. Qué raro que pudiese sentir cierto orgullo por eso también. Volvió a la realidad de nuevo, mirando las calles que empezaban a ser de un nivel social ligeramente superior, pues empezaba a acercarse a casa. Al doblar la esquina, vio a un grupo de mujeres, todas ellas engalanadas para su noche de diversión. Todas miraron a Domenic, asomado a la ventana y comenzaron a reírse, como si acabase de ver algo muy divertido. En cierto modo lo entendió. La mayoría de aquellas jóvenes apenas salían, puede que jamás lo hubiesen hecho, mucho menos ver a desconocidos con una posición social respetable que no fuese amigo de sus padres (y cuarenta años más jóvenes que ellas posiblemente). Así que ver a alguien como él llamaba la atención, eran niñas explorando un mundo que podría estar lleno de maravillas. “La emoción de ser joven… Casi se me había olvidado como era.” No es que el vampiro fuese nostálgico, pero a pesar de su apariencia, seguía siendo alguien tremendamente mayor.
El carruaje siguió avanzando un poco más, hasta que la gran residencia del vampiro quedo a la vista por fin. Yenn’s Manor era una de las casas de estilo barroco mas grandes del barrio, y también una de las más antiguas. Domenic se había hecho legalmente con ella nada mas obtener su cargo público y la había reformado de arriba abajo, dándole un aspecto que nada tenía que envidiar a las grandes mansiones que tenían los barones del país. En alguna ocasión, se le acusó de ser alguien con serios complejos por querer tener una casa tan grande solo para él. No obstante, la residencia ya le había pertenecido desde antes de la revolución y en ella pretendió siempre alojar a la familia que pretendía formar con Yennefer. Por desgracia, el deseo quedo en saco roto después de su muerte. Ahora, simplemente trataba de convertirla en lo que ambos habían deseado.
El carruaje paro delante de la puerta principal, dando a la mansión un aspecto imponente, pero no por ello menos acogedora. Al principio, le resulto raro que no hubiese nadie en la puerta para recibirle, pues siempre había al menos la presencia de la señora Dubré, el ama de llaves de la casa. No le dio más importancia, a fin de cuentas nadie era perfecto pero, cuando entro en la casa, vio que nada iba como debería. Todo estaba medio en penumbra, una visión clara para los ojos del vampiro, pero los humanos del servicio deberían estar dejándose la vista. No tardo en ver a la señora Dubré en el hall, sentada en una de las sillas de la entrada. Se dirigió a ella y vio que no le respondía, estaba en una especie de estado catatónico, como si estuviese…. “Dios…” En ese momento lo entendió. La mujer estaba sometida a compulsión. Había otro vampiro en la casa. Domenic uso sus poderes con delicadeza, metiéndose en la mente de la mujer y deshaciendo el bloqueo. La mujer se durmió plácidamente y empezó a recostarse tranquilamente en las sillas del hall. Cuando por fin estuvo dormida, Domenic expandió sus sentidos y lo noto… sangre. Subió las escaleras, siguiendo el penetrante olor a metal y líquido vital. Había un olor más, algo que parecía enmascarado por aquella fragancia de muerte. Era sutil, pero llena de matices, de extrañas expresiones que resultaban desconocidas y familiares al mismo tiempo, como si un mundo entero anidase en una sola persona. Solo había conocido a una persona que oliese de esa manera.
Cuando llego a las puertas de uno de los salones principales de la casa, extendió la mano hacia el pomo de la puerta y vio que temblaba. No se equivocaba, aquel olor lo conocía demasiado bien como para tener claro que estaba allí, en su casa. Domenic nunca se había considerado estúpido, es más odiaba semejante idea, y ahora mismo no tener miedo en absoluto sería una desmedida muestra de estupidez. La puerta se abrió ante él, y la imagen que aconteció era tal y como él se había imaginado en su mente. Cadáveres. Varios hombres, de edad adolescente, se encontraban tirados por la sala, derramando ese líquido oscuro que tanto perdía a los vampiros. En uno de los grandes divanes, dos de ellos aun vivían, llenando de besos y caricias a una mujer llena de sangre, que seguía alimentándose de ellos sin que estos demostrasen dolor alguno. Su único objetivo en la vida, o la poca que les quedaba, era complacer a aquella mujer. Una diosa de ojos demoniacos que aun colmaba sus mayores pesadillas y sus más ocurras fantasías. – Hola… May.
Domenic Vaisser- Vampiro Clase Alta
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Re: Fire we make [Privado]
"La mujer es un manjar digno de dioses, cuando no lo cocina el diablo."
-William Shakespeare
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Su llegada a París hacía meses había estado llena de entretenidos encuentros con excompañeros de inmortalidad. Lo cierto era que, a su manera, Milenka siempre cuidaba de los pocos a los que consideraba suyos, claro que no todos ellos veían sus tratos como favorables. París le había recordado lo divertido que podía llegar a ser cruzarse en la vida de un antigüo amigo, amante o su propia creación. Estaba disfrutando de una manera incluso dolorosa de su libertad, y para ella ésta no acababa donde empezaba la de los demás. No obstante, por primera vez quiso hacer las cosas un tanto diferentes a cómo estaba acostumbrada. Le quedaba una visita que hacer en la capital francesa, pero antes quería ver desde la distancia cómo se las apañaba y a qué dedicaba su inmortalidad Domenic. Parte de su pasado estaba ligado a él o más bien él había estado ligado a ella. Sonrió recordando el primer encuentro entre ambos. El dolor y el resentimiento eran los mejores ingredientes para que Milenka cocinara la receta a su antojo y así lo hizo con él. La pérdida de todas aquellas insignificantes mujeres a las que él había amado le habían vuelto irascible, autodestructivo y depresivo. Pero ella veía algo más en él, tenía fuerza, incluso crueldad aunque él todavía no lo supiera… Ahí empezó el juego de la vampiresa. Moldeó a su nuevo compañero convirtiéndolo en un asesino cruel y sin escrúpulos con el que la caza, el sexo y el desprecio hacia la raza humana eran imprescindibles. Pasaron años atacando sin piedad, regocijándose en la sangre de sus víctimas y en el poder de la inmortalidad, le enseñó a disfrutar de lo que era sin tener que vivir con la moralidad humana innata en él, no arrepentirse era una norma y celebrar sus pecados una obligación. Sin embargo, aquello no podía durar. La monotonía ahogaba a Milenka, que siempre dejaba solos a sus compañeros antes o después. Hacía años que no le veía, que no sabía de él más que su estancia en Paris. Era una ocasión que no iba a dejar escapar.
No fue difícil dar con él, no posición social le obligaba a asistir a ciertos eventos así como a Milenka dado su cargo de duquesa recientemente adquirido. Fue fácil para ella ocultarse, se mostraría ante él cuando ella lo decidiera y nunca antes. Observarle había sido realmente instructivo, había vuelto a la vida simple y aburrida que llevaba antes de conocerla, seguía sintiendo fascinación por la juventud y los humanos lo que inmediatamente generó rechazo en Milenka, pero ¡eh! ¿quién era esa joven que se esforzaba tanto por obtener la completa atención de Domenic? No había día en que ella no luchara por acercarse a él, por hacerse desear y ciertamente era deseable pero él no parecía verla más que cómo a una pupila a la que adiestrar. Ya se vería quién acababa adiestrando a ese diamante en bruto .De nuevo esa sonrisa se instaló en los labios de Milenka. Cuando hubo descubierto lo suficiente sobre la actual vida de Domenic preparó su visita, estaba claro que necesitaba que le recordaba cuál era su naturaleza y cómo disfrutarla.
Las calles estaban atiborradas de gente, demasiado como para atraer la atención de Milenka que prefería la calma y el menor contacto con humanos posible. Su visita a una fiesta privada en una de las zonas más exclusivas de Paris sí fue un acierto, los jóvenes revoloteaban por las grandes y suntuosas salas disfrutando del vino y el opio. Esa noche era “La noche de los pecados” y ninguno de ellos estaría en condiciones de negarse a una invitación de Milenka. Fue terriblemente fácil sacarles de allí sin levantar sospechas, el carruaje albergaba así a varios jóvenes relajados por el opio y excitados por el alcohol. Las ganas de acabar con sus vidas crecía por momentos pero su idea no lo permitía. El conductor, tal y como ella le había ordenado, se detuvo frente a Yenn’s Manor. Con la elegancia innata en ella, Milenka se bajó del carruaje, dejando en su interior al conjunto de jóvenes, habiendo dado la orden de que entraran pasados cinco minutos. La puerta se abrió con diligencia en cuanto llamó, siendo así el trabajo fácil deshacerse de la pesadez del ama de llaves. No parecía haber ya muchas personas del servicio en la casa por lo que paseó con tranquilidad por los pasillos y habitaciones. Cuando escuchó a sus jóvenes presas riendo en el salón principal decidió que era la hora de comenzar su fiesta privada. El grado de embriaguez que mostraban hacía del todo innecesario que usara sus poderes con ellos pues no veían la realidad sino una versión paralela en la que aquella no era más que un juego. Infelices…
En el instante en que clavó los colmillos por primera vez, ya no había cabida para detenerse. El festín que se daría en casa de Domenic sería suculento y cálido puesto que algunos de los jóvenes se habían propuesto luchar por la atención de Milenka. Sin embargo… había algo que solucionar, la duquesa no soportaba ser tocada por mortales. - Jugaré a algo muy divertido con vosotros… - su voz era puro veneno para esos jóvenes que estaban muertos sin aún saberlo, - esta noche os haré inmortales -. Con un rápido giro de muñeca hizo que sus gargantas quebraran causando así su muerte, segundos después les entregaba el peor de los dones posible, la inmortalidad mediante su propia sangre. Serían tan infelices que la excitación recorrió su cuerpo de arriba abajo. Los jóvenes cuerpos de los adolescentes no tardaron en reaccionar a su nueva naturaleza, el dolor los paralizó mentalmente e hizo que se retorcieran en el suelo mientras Milenka se entretenía bebiendo que los que aún palpitaban vida. La sangre cubría ya el suelo del salón, dándole un aspecto lúgubre y tétrico. Por un momento olvidó que se encontraba en la casa de Domenic, cegada por el sadismo y la sangre. Dejó que los mortales se lamieran las heridas y se comieran a besos, admirando lo que el deseo podía causar en un grupo de chicos deseosos por experimentar. Sus dos nuevas creaciones vieron en ella una diosa que venerar y como tal la colmaban de atenciones a la reina. . - Bebed de ellos mis pequeños, bebed hasta hartaros, matadlos. Y me tendréis. - como el canto de una sirena, la voz de Mienka tuvo un efecto devastador en los dos neófitos que no dudaron en acabar con las vidas de los que hasta ese momento habían sido sus amigos. El poder de la sangre, el deso, la sumisión… controlar ese poder sobre los demás era el mayor afrodisíaco de la vampiresa que una vez disfrutó del espectáculo dejó que la pareja la llenara de besos. Ya pensaría más tarde si les mataba o les dejaba vivir con el sufrimiento de vagar solos por un mundo que no entendían.
La llegada del coche de Domenic no le pasó desapercibida pero nada en su semblante hubiera podido reflejarlo. Continuó con la mirada fija en los cadáveres mientras era besada e incluso liberada de su vestido por su nueva pareja de mascotas. El tono que el vampiro empleó al entrar en casa fue el esperado, bien. Tal y como supuso no tardaría en captar su olor, pero la confusión nublaba su mente y las preguntas estarían bloqueando al señor de la casa que no sabía el cuándo, cómo ni por qué de todo aquello. La sonrisa más ladina, obscena y letal posible se instaló en los labios de Milenka, hacía tanto que nadie la llamaba así… - Bonsoir, nous avons finalement honorer de votre présence -* susurró sin necesidad de un tono más elevado para que él le escuchara. Sin miramientos se deshizo de los vampiros que tenía a sus pies y emprendió el camino hacia Domenic, con un cadencioso movimiento de cadera que prometía cielo e infiero. - Te hubiera guardado algo de cena, pero tenía taaanto hambre - el tono de voz casi infantil contrastaba con el carácter que realmente aquella mujer poseía. - ¡Oh! Qué descortés por mi parte - hizo un gesto apenas apreciable a la pareja para que se acercaran a Dom y ella, - te presento a mis nuevas mascotas - esta vez la sonrisa fue tan diabólica que asustaría al mismo diablo. Adoraba los juegos, adoraba dejar a alguien entre la espada y la pared y era exactamente como estaba Domenic. Tenía dos opciones y ninguna le gustaría, o les dejaba en libertad y sin guía o acababa con ellos. Milenka ya sabía cual de las dos opciones quería y por tanto… - Mis pequeños - acarició las mejillas de ambos con fingido cariño y devoción, - este vampiro hace peligrar nuestra relación, me quiere solo para él, ¿qué os he enseñado sobre no compartir? - la sesión de besos entre los tres había dado como fruto a dos neófitos totalmente dependientes de ella que no permitirían que nada ni nadie ocupara su lugar, por lo que sus semblantes cambiaron y se interpusieron entre una divertida Milenka y un cada vez menos agradable Domenic. Los siseos y la posición agresiva de los jóvenes sólo logarían una cosa, que este acabara con sus vidas.
Esa era Milenka. Mujer de todos y de ninguno.
* Bonsoir, nous avons finalement honorer de votre présence: Buenas noches, por fin nos honras con tu presencia.
Milenka Mayfair- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 11/06/2015
Re: Fire we make [Privado]
Dios no habría alcanzado nunca al gran público sin ayuda del diablo.
- Jean Cocteau. -
- Jean Cocteau. -
En Marsella, de donde era originario Domenic, había un dicho popular que por algún extraño motivo todos los padres se los decían a sus hijos. Bueno, no es que el motivo fuese extraño, al menos no para los hombres. El dicho decía: “Dieu a fait les femmes à être équilibré, et de belles femmes à la torture.” Obviamente era algo que no se decía delante de ninguna mujer, pero desde siempre, las damas francesas habían gozado de la fama de ser devoradoras. Por suerte ninguna conocía a Milenka. La vampiresa, con sus casi metro setenta de estatura, era la viva imagen de la creación malévola con la que se tentaba al hombre. Cuando Domenic la conoció, allá por 1539, le pareció que era la misma parca que venía a por él. Evidentemente, después de varios años con ella y conocerla mejor, había llegado a la conclusión de que la parca habría sido más piadosa, pues Milenka jamás parecía tener un fondo límite para la sangre, la crueldad y la manipulación. Toda su eternidad milenaria se había basado en algo tan simple como la diversión. De hecho, el vampiro podía asegurar que incluso había experimentado placeres que a él aun le resultaban repulsivos. Y, a pesar de todo, seguía siendo un nudo de recuerdos y sensaciones en su cabeza, perdida en alguna parte, pero de alguna manera siempre presente. Había sido muchas cosas para él: mala influencia, amiga, amante, competidora, inspiración… Los años más oscuros de su vida habían sido sin duda los que había estado con ella, años en los que no había sentido absolutamente nada que no fuese sed de sangre y lujuria. ¿Tanto le había envenenado la mente o había algo más? Nunca lo descubrió. En cierto modo, su mente vago rápidamente hacia “aquella sala”, oculta en el rincón más oscuro de Yenn’s Manor. No podía haberla encontrado, desde luego, pues nadie sabía que existía, y siempre se aseguraba de escudar bien su mente con respecto a ese detalle, pero igualmente, lo que allí descansaba debía seguir siendo algo oculto. Sobre todo a los ojos de ella.
La sala, a pesar de la oscuridad, para él era clara como el día, llena de matices y tonalidades. En aquellas condiciones puede que Milenka pareciese un poco más siniestra de lo que de por si era, pero no por ello menos atractiva. Más bien al contrario. Aquella sonrisa podía matar a cualquier hombre despistado, si no fuese por el olor a sangre que impregnaba la habitación. Los cuerpos, aun en el suelo, zozobraban restos de sangre roja oscura, dándole al ambiente una combinación de madera y metal. Estaban muertos, sí, pero el problema no eran ellos. Aquellos neófitos tenían un propósito evidente, y era recordarle precisamente la primera noche que pasaron juntos. Por aquel entonces, Domenic no era en absoluto como ahora. Habían pasado unos pocos años tras la muerte de Lorelei, y como es evidente, a él poco le importaba la vida de los humanos cuando el amor de su vida acababa de morir. ¿Por qué molestarle que jugaran con ellos? Y eso hicieron. Durante días, dejaron que los neófitos se matasen entre ellos por el deseo de sangre, envenenándose a sí mismos con la sangre muerta de los compañeros a los que ellos mismos habían matado. Las cabezas adornaron el dormitorio que ambos compartieron durante todos esos días. Incluso ahora, Domenic recuerda aquellos días con algo de nostalgia. La imposibilidad de sentir emociones por aquel entonces quizás fuese lo que le libro de la verdadera muerte. Precisamente por eso, no sabía que pensar ahora de May. El vampiro sonrió ligeramente… May. Solo él la había llamado así, era una especie de juego de palabras. Un diminutivo de su apellido, pero que al mismo tiempo sonaba como la palabra inglesa “my”, osease: mía. No podía haber afirmación más errónea.
Levanto la ceja ante las palabras de la mujer, pues no era en absoluto un intento de honrarla con su presencia, sino que era ella la que se había metido en casa ajena y tomado posesión de objetos para su deleite personal. May nunca había coincidido con sus parámetros de educación social, y tampoco esperaba que los cumpliese. Sin embargo, siempre lo hacía de una manera que rayaba en el insulto, como si supiese de sobra que, por mucho que le molestase, no podría hacer nada para impedirle hacer su santa voluntad. – Se supone que eso debería decirlo yo. – Dijo habiendo ya recuperado su tono de voz normal. Estaba aún conmocionado por ver allí. Aquel andar no era humano, se notaba, y recordaba en todo momento la primera vez que la había visto moverse así, como una bestia lista para cazar al pobre animal en el que había colocado la mirada. – Como de costumbre, tus gustos siguen sin tener ningún filtro. – A Milenka le daba igual, todos los humanos eran platos que llevarse a la boca. Independientemente de la edad y sexo que tuviesen. Sus mascotas, tal como ella los llamaba, eran verdaderamente pobres diablos. Seguramente engendros de la alta sociedad que vieron el cielo abierto al tener a una mujer como ella cerca, una posibilidad de hacerse más hombres. Pobres idiotas, incluso en la muerte, seguían ciegamente a una ama que no dudaría en azuzarles de la correa para que saliesen al sol. Porque eso era precisamente lo que estaba haciendo. - ¿De verdad te gustan tanto estas cascaras vacías May? Porque si los envías a mi es que no les tienes mucho apego. – Y así era. Milenka no era tonta, sabía perfectamente que un vampiro de la edad de Domenic no tendría problemas contra dos neófitos. Solo quería obligarle a matar. Demostrar de alguna manera que podía seguir conduciéndolo a donde ella consideraba oportuno. Estuvo por ignorar sus tentativas y pasar a otro tipo de estrategia. Por desgracia, el intento de ataque de uno de los niños le hizo cambiar de opinión.
El primer golpe vino directo, pero para el vampiro, solo era una escena a cámara lenta. Antes de que el niño hubiese dado un paso hacia él, Domenic ya la había propinado un golpe seco en la espinilla, haciendo salir el hueso por la parte posterior de la pierna. Seguidamente, su mano izquierda atravesó piel, carne y hueso. Cuando la extrajo, un corazón muerto moraba en su mano, y el segundo neófito dudo, solo por un segundo. Aquella duda fue su muerte, pues antes de que el corazón cayese al suelo, la mano abierta de Domenic salió disparada hacia su cara. El contacto hizo crujir hueso y rasgar musculo, produciendo que la cabeza del neófito saliese disparada hacia la pared, ahora separada de su cuerpo, y rebotase en la pared para acabar rodando, lentamente, hasta los pies de su creadora.
Aquello era asqueroso. Una simple pérdida de vida y muerte, todo para que ella tuviese un instante de control sobre alguien más. En ese momento, recordó precisamente porque había abandonado la compañía de la vampiresa. No se podía confiar en ella. Cuando alguien trataba a su propia progenie como un juguete, ¿de verdad podías confiar en ella? – Si ya hemos acabado con los preliminares, puedes empezar a decirme que haces aquí. ¿O me dirás que solo pasabas por la zona? – Aquello no era estético, no era por algo que ayudase al bien común, era simple matanza indiscriminada. Y extrañamente le había gustado. No dejo que aquella simple impresión se apreciase en él, pero su naturaleza vampírica le decía que aquello había sido divertido, intenso y que merecía la pena. Esa era la clase de reacciones que podía despertar en la gente, esa era la clase de poder que ejercía sobre mundos enteros. Casi llevado por la ira, acorto la distancia que la separaba de la mujer y la tomo por el cuello, mientras miraba con los ojos rojos como brasas, casi deseando borrarle esa sonrisa por la fuerza. – Nunca, jamás, vuelvas a entrar en mi casa y hacer algo semejante a esto Milenka. O te aseguro que la próxima vez no será un viejo amigo lo que encuentres en mí. – No podía tenerle miedo, debía, pero tenérselo solo le habría dado lo que quería, la habría hecho sentir más poderosa y también le habría aburrido. Cuando una mujer como May se aburría, era cuando la carnicería empezaba. Curioso que, la única manera de tratar con ella, fuese ser capaz de desafiarla.
Domenic Vaisser- Vampiro Clase Alta
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Re: Fire we make [Privado]
La deliciosa lentitud con que pudo disfrutar de la escena le erizó el vello. Todos y cada uno de los movimientos de los tres vampiros quedaron grabados en su mente mientras acudía como mera espectadora a esa matanza. Como si de una sinfonía se tratase movió los índices de ambas manos marcando el ritmo a cada golpe y rasgadura. El sonido de los cuerpos de los dos neófitos siendo desmembrados y mutilados por Domenic era sencillamente erótico. Un gruñido gutural escapó de su garganta al ver el corazón grisáceo, del primero en caer, en la mano de Vaisser. Cualquiera que se adentrara en ese momento en el salón encontraría una estampa cuanto menos grotesca, no había rastro alguno de vida, era una oda a la muerte, al dolor y claro está al placer que eso les generaba. Porque sí, a Domenic también le gustaba verse arrastrado a la oscuridad. Como otros muchos vampiros prefería una vida en la sombra, verse camuflado en la sociedad y poder moverse entre los humanos, a los que llegaba a ver como algo interesante; pero su naturaleza era salvaje y esta estaría siempre de parte de Milenka. Sólo necesitaba esos pequeños incentivos para volver a sus orígenes, para volver a ella y rendirse a la muerte. La escena continuó. Como era lógico, el recién creado vampiro temió por su vida en cuanto vislumbró lo que le había pasado a su compañero y eso fue lo que causó su desdicha. No se podía dudar, no en esas situaciones. La mano del mayor voló hacia su cara e hizo que toda la cabeza de desligara del cuerpo saliendo disparada hacia la pared. Maravilloso. Admiró a su compañero con una amplia sonrisa, que dejaba ver al completo su dentadura, aunque probablemente él se encontraba aún asqueado en cierta medida con todo lo acaecido. -¿Preliminares? Dom… ¡esto es sólo mi entrada!- exclamó extendiendo los brazos ante él antes de que este la tomara por el cuello.
La tranquilidad cubrió su rostro por completo, sus facciones se suavizaron dejando ante Domenic una aparente serenidad. Era una perfecta mentirosa y manipuladora, él lo sabía y sin embargo era ante ese rostro donde había caído siempre. Cautivarle de nuevo, recuperarle era su nuevo pasatiempo, tenía tiempo libre ahora que las cosas habían cambiado en París. Ni su nuevo cargo como duquesa le era suficientemente divertido. -¿Me vas a decir que no te ha gustado llegar a casa y que estuviera para recibirte?- el papel de ama de casa esperando al marido quizás se le había ido un poquito de las manos… No se molestó el retirar la mano que aún mantenía aferrada a su cuello. Alzó las propias por la espalda del vampiro rozando la tela de su ropa primero y colándolas después bajo ella sin modificar un ápice el semblante sosegado de antes. Paseó sus dedos por cada centímetro del torso ajeno deteniéndose al fin a la altura de sus pectorales. Las caricias por fin habían acallado las protestas de Dom, siempre igual… una de cal y una de arena. Golpe, caricia.
Sin mucha dificultad, usando las uñas rasgó la ropa de este dejando el pecho al aire y de nuevo su maldita sonrisa se instaló en los labios de la milenaria. Ahora ya estaban más o menos equiparados, ella sin vestido y él con la ropa hecha trizas. Lo único que les diferenciaba eran las escasas manchas de sangre que este tenía aún sobre su cuerpo. Debía solucionar eso cuanto antes, le daba dolor de cabeza verle limpio, puro, cuando no lo era. Sintió ganas de chillar, rabia contra él y lo que defendía. De nuevo un cambio de humor y la vuelta a los juegos. De un manotazo hizo que el agarre que él aún tenía sobre su cuello despareciera, liberándola del constante contacto con él. Le dio la espalda empezando así un paseo por la habitación, sus pies descalzos se hundían en la sangre acumulada en la alfombra y sus ojos vagaban entre los cuerpos que la cubrían hasta encontrarse de nuevo con la cabeza de uno de los neófitos. Como si de algo preciado se tratara lo recogió del suelo y retiró el pelo que se había quedado pegado a su frente por la sangre. -¿No es hermoso? Una pieza única…- susurró mirando a Domenic y el trozo de carne alternativamente. La piel pálida y los ojos faltos de vida le otorgaban un aspecto casi marmóreo a lo que quedaba de ese espécimen. Una pena que le hubiera deformado al golpearle tan bruscamente. Los humanos disecaban animales para exponerlos en sus comedores, en ese momento ella había tomado la decisión de hacer lo mismo con aquellas de sus víctimas que le agradasen a la vista. Sosteniéndolo con una sola de sus manos y hastiada del silencio acabó por ejercer la fuerza necesaria para que el cráneo reventara, moviendo los dedos tras ello para liberarse de los trozos que se habían quedado pegados en su mano.
-Recuerdo mi vida humana, ¿lo sabías?- preguntó mirándole. Era cierto y no eran pocas las veces en las que se encontraba pensando en ello. Era una de las pocas vidas que podía respetar y no por ser ella misma sino porque era igual que en su inmortalidad. Las guerras, los asaltos a los poblados rivales, la conquista de tierras y los rituales. Todo en su vida como vikinga, como guerrera había sido perfecto. No había aprendido a luchar una vez convertida sino que ya siendo una joven mortal, era considerada como una de las mejores y más temidas.
La ropa le empezaba a pesar encima, le sobraba todo lo que llevaba puesto y sin parafernalia alguna dejó caer lo que quedaba de sus ropajes, mostrando su palidez y cuerpo menudo al completo. Su mente estaba demasiado lejos para fijarse en la posible reacción de Domenic a verla así una vez más. Vagaba en los recuerdos de lo que un día fue, tan borroso y confuso que cuando algo aparecía con más claridad en su mente era como un latigazo tan doloroso como placentero. Estaba ahora sumida en los rituales, en esos actos en los que se encomendaban a sus dioses y les hacían ofrendas. Su favorito, el que siempre llevaba a cabo, implicaba sangre, mucha sangre. En cada uno de los ataques sobre los pueblos a los que querían someter las órdenes eran claras: matar a la mayoría, hacer esclavos y doblegar a los restantes a base de temor. Esos actos llevaban consigo un número de muertos ingente y ahí, en ese ambiente, fue donde ella se crio. La mayoría de los que luchaban junto a ella, al finalizar los ataques, desangraban a unas cuantas víctimas y se manchaban con su sangre. A ella eso no le bastaba. Seleccionaba los cuerpos de los oponentes que mejor habían luchado contra ella, los más fieros y valientes; y vertía su sangre en una tinaja de madera. Tal y como acababa de hacer, se liberaba de toda la ropa y se introducía por completo en el interior del líquido. Sin darse cuenta había estado relatando esa escena en voz alta a Domenic, haciéndole así partícipe de uno de sus más remotos recuerdos. - La sangre me daba su fuerza- aseguró ahora ya más consciente de estar hablando con él, con los ojos fijos en el vampiro. Los cadáveres que yacían en el suelo no eran en absoluto comparables con quienes asesinó en aquellos años, pero la necesidad de volver a tener esa sensación era mayor que el desagrado que estos le causaban. No le fue difícil recoger el líquido granate del suelo y esparcirlo poco a poco por todo su cuerpo, desde los dedos de los pies hasta los hombros. Cuando tan solo quedaba la espalda se volteó para darle acceso a Domenic a dicha zona y que acabara la labor que ella había empezado. Cerró los ojos un momento, esa sensación… la piel tirante al notar la sangre secarse en determinadas zonas, la humedad aún en otras… y ese olor en todo su cuerpo. La mantenía en un estado de frenesí constante que sin embargo no expresaba en absoluto, permaneciendo impasible y serena en el centro de la sala.
La tranquilidad cubrió su rostro por completo, sus facciones se suavizaron dejando ante Domenic una aparente serenidad. Era una perfecta mentirosa y manipuladora, él lo sabía y sin embargo era ante ese rostro donde había caído siempre. Cautivarle de nuevo, recuperarle era su nuevo pasatiempo, tenía tiempo libre ahora que las cosas habían cambiado en París. Ni su nuevo cargo como duquesa le era suficientemente divertido. -¿Me vas a decir que no te ha gustado llegar a casa y que estuviera para recibirte?- el papel de ama de casa esperando al marido quizás se le había ido un poquito de las manos… No se molestó el retirar la mano que aún mantenía aferrada a su cuello. Alzó las propias por la espalda del vampiro rozando la tela de su ropa primero y colándolas después bajo ella sin modificar un ápice el semblante sosegado de antes. Paseó sus dedos por cada centímetro del torso ajeno deteniéndose al fin a la altura de sus pectorales. Las caricias por fin habían acallado las protestas de Dom, siempre igual… una de cal y una de arena. Golpe, caricia.
Sin mucha dificultad, usando las uñas rasgó la ropa de este dejando el pecho al aire y de nuevo su maldita sonrisa se instaló en los labios de la milenaria. Ahora ya estaban más o menos equiparados, ella sin vestido y él con la ropa hecha trizas. Lo único que les diferenciaba eran las escasas manchas de sangre que este tenía aún sobre su cuerpo. Debía solucionar eso cuanto antes, le daba dolor de cabeza verle limpio, puro, cuando no lo era. Sintió ganas de chillar, rabia contra él y lo que defendía. De nuevo un cambio de humor y la vuelta a los juegos. De un manotazo hizo que el agarre que él aún tenía sobre su cuello despareciera, liberándola del constante contacto con él. Le dio la espalda empezando así un paseo por la habitación, sus pies descalzos se hundían en la sangre acumulada en la alfombra y sus ojos vagaban entre los cuerpos que la cubrían hasta encontrarse de nuevo con la cabeza de uno de los neófitos. Como si de algo preciado se tratara lo recogió del suelo y retiró el pelo que se había quedado pegado a su frente por la sangre. -¿No es hermoso? Una pieza única…- susurró mirando a Domenic y el trozo de carne alternativamente. La piel pálida y los ojos faltos de vida le otorgaban un aspecto casi marmóreo a lo que quedaba de ese espécimen. Una pena que le hubiera deformado al golpearle tan bruscamente. Los humanos disecaban animales para exponerlos en sus comedores, en ese momento ella había tomado la decisión de hacer lo mismo con aquellas de sus víctimas que le agradasen a la vista. Sosteniéndolo con una sola de sus manos y hastiada del silencio acabó por ejercer la fuerza necesaria para que el cráneo reventara, moviendo los dedos tras ello para liberarse de los trozos que se habían quedado pegados en su mano.
-Recuerdo mi vida humana, ¿lo sabías?- preguntó mirándole. Era cierto y no eran pocas las veces en las que se encontraba pensando en ello. Era una de las pocas vidas que podía respetar y no por ser ella misma sino porque era igual que en su inmortalidad. Las guerras, los asaltos a los poblados rivales, la conquista de tierras y los rituales. Todo en su vida como vikinga, como guerrera había sido perfecto. No había aprendido a luchar una vez convertida sino que ya siendo una joven mortal, era considerada como una de las mejores y más temidas.
La ropa le empezaba a pesar encima, le sobraba todo lo que llevaba puesto y sin parafernalia alguna dejó caer lo que quedaba de sus ropajes, mostrando su palidez y cuerpo menudo al completo. Su mente estaba demasiado lejos para fijarse en la posible reacción de Domenic a verla así una vez más. Vagaba en los recuerdos de lo que un día fue, tan borroso y confuso que cuando algo aparecía con más claridad en su mente era como un latigazo tan doloroso como placentero. Estaba ahora sumida en los rituales, en esos actos en los que se encomendaban a sus dioses y les hacían ofrendas. Su favorito, el que siempre llevaba a cabo, implicaba sangre, mucha sangre. En cada uno de los ataques sobre los pueblos a los que querían someter las órdenes eran claras: matar a la mayoría, hacer esclavos y doblegar a los restantes a base de temor. Esos actos llevaban consigo un número de muertos ingente y ahí, en ese ambiente, fue donde ella se crio. La mayoría de los que luchaban junto a ella, al finalizar los ataques, desangraban a unas cuantas víctimas y se manchaban con su sangre. A ella eso no le bastaba. Seleccionaba los cuerpos de los oponentes que mejor habían luchado contra ella, los más fieros y valientes; y vertía su sangre en una tinaja de madera. Tal y como acababa de hacer, se liberaba de toda la ropa y se introducía por completo en el interior del líquido. Sin darse cuenta había estado relatando esa escena en voz alta a Domenic, haciéndole así partícipe de uno de sus más remotos recuerdos. - La sangre me daba su fuerza- aseguró ahora ya más consciente de estar hablando con él, con los ojos fijos en el vampiro. Los cadáveres que yacían en el suelo no eran en absoluto comparables con quienes asesinó en aquellos años, pero la necesidad de volver a tener esa sensación era mayor que el desagrado que estos le causaban. No le fue difícil recoger el líquido granate del suelo y esparcirlo poco a poco por todo su cuerpo, desde los dedos de los pies hasta los hombros. Cuando tan solo quedaba la espalda se volteó para darle acceso a Domenic a dicha zona y que acabara la labor que ella había empezado. Cerró los ojos un momento, esa sensación… la piel tirante al notar la sangre secarse en determinadas zonas, la humedad aún en otras… y ese olor en todo su cuerpo. La mantenía en un estado de frenesí constante que sin embargo no expresaba en absoluto, permaneciendo impasible y serena en el centro de la sala.
Milenka Mayfair- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 11/06/2015
Re: Fire we make [Privado]
Por desgracia uso las cosas según me lo dicta mi pasión.
-Pablo Piccaso.-
Que espectáculo tan bochornoso. No es que se sintiese orgulloso de reaccionar así, por supuesto, pero aquellos mocosos le habían tocado una fibra que era mejor no afectar en el vampiro. Evidentemente no habían sido ellos precisamente, sino que fue la mujer que tanto se divertía justo por detrás de ellos. Solo eran mascotas, peones sacrificables que ella usaba para enfadarle. Milenka estaba convencida de que la naturaleza de todo vampiro radicaba en su capacidad de matar sin compasión cuando alguien se interponía en su camino. Aun recordaba las cabezas, los cuerpos desangrados por las calles y aquellas casas en Alemania. Todos afectados para no gritar, sino más bien para disfrutar. Domenic mostro una sonrisa irónica, disfrutar de su propia muerte. Qué manera tan calmada y, al mismo tiempo, desgraciada de morir. Sus neófitos no tenían ninguna posibilidad contra él y ella lo sabía así que: ¿Qué motivo tenia? Seguramente el que había tenido siempre: sembrar el caos. Algunas personas no buscan algo lógico, no actúan por codicia o por vanidad, no. Algunas personas solo quieren ver arder el mundo. El vampiro había participado de buen grado en aquellos juegos más de una vez, por el simple hecho de que prefería causar dolor a la gente que sufrirlo el mismo. Nunca lo admitiría pero May le había salvado casi tanto como condenado. Le obligo a meter su mente en una charca oscura y ponzoñosa de la que difícilmente se podría salir nunca, pero al mismo tiempo era un lugar donde las emociones no suponían un problema, donde no tenía que preocuparse por el dolor, la nostalgia o la perdida. En ese aspecto, había sido la mujer más maravillosa que había conocido en su vida. ¿Entrada? Estaba claro que seguía siendo la misma de siempre. No podía fiarse de ella. Y mucho menos tenerla cerca, porque por mucho que May fuese una mujer mas cruel que el propio demonio, seguía siendo la única capaz de provocarle.
¿Se habría excedido? Sabía que había que presionar a May en ciertas cuestiones pero propasarse en la intensidad o en el momento era como pedir a gritos que te matasen. No es que le tuviese demasiado miedo en eso, había visto sus estallidos de ira en otras ocasiones y sabia como eran. Lo que verdaderamente daba miedo de ella era cuando se metía en tu cabeza. – Pues vamos a tener que dejarnos de introducciones. Tus juegos valen en otra parte, pero aquí no. – En realidad detestaba que jugasen con él, y menos si lo hacían de una manera que hasta parecía fácil, como hacia ella tan a menudo. Lo más preocupante de todo es que sí que le había gustado verla allí, dejando de lado todo lo que venía siendo el miedo, la histeria y el enfado consecuentes claro, pero de resto. Hacia años, cuando la conoció, recordaba aquella sensación de escalofrió, esa sensación de sentirse mas vivo que nunca cuando ella entraba en la sala. Aquella impresión no se había desvanecido, seguía ahí. No era amor lo que sentía por ella, Dios le librase de semejante problema, pero no podía negar que había una conexión de gran intensidad entre ellos, algo que ni el propio Domenic podía explicar ni entender. Y tampoco sabía si quería hacerlo. – Creo que habría sido mejor si al menos enviases una carta. ¿No sé nada de ti desde hace mas de cincuenta años y apareces sin más? Debes reconocer que ser la reina de la sorpresa no era tu estilo. – Más bien era de las que entraba por la puerta y mataba antes de que nadie la viese realmente. O simplemente llegaba y se ponía a jugar sin más.
Puso una mueca de desagrado cuando le rajo la ropa con las uñas, incluso podía notar pequeñas gotas de su propia sangre en los jirones. Le había arañado en el proceso. Se la quedó mirando como si se tratase de un fenómeno antinatural que solo se observa una vez cada siglo. La forma en la que se acercaba a aquella cabeza sin vida y la miraba, casi hasta parecía hablarle. Cualquier pensaría que Milenka no estaba en sus cabales, pero no era del todo cierto. Su época estaba marcada de sangre, guerra y poder que solo se ostentaba con la fuerza. Ante esas costumbres, cualquiera podía parecer un loco. Incluso Domenic había quedado como tal, y eso que el había nacido en pleno s. XII. - ¿Qué es lo que más te molesta May? Porque pareces frustrada y de seguro no es por esos niños a los que con tanta clama sacrificaste. ¿Tanto te duele que haya hecho mi vida sin contar contigo? ¿Con lo que me enseñaste? – Cierto, ahora estaba en una posición en la que la vampiresa querría permanecer en Paris. Estaba convencido de que su visita no era de paso ni fortuita, había venido para quedarse. Dicho lo cual, ¿Por qué no aprovecharlo? No podía manipular a May pero estaba seguro de poder enseñarle que estar de su lado a ella le convenía, aunque fuese solo para torturarlo a él. La cabeza que ahora sostenía en las manos exploto como una respuesta a sus palabras, y el vampiro sintió la sangre salpicándole la cara. Aun así no se preocupó, ya tenía claro que Milenka era de las que rompía todos sus juguetes. – Si estás aquí es porque sabes lo que estoy haciendo. Y una de dos: o te disgusta que haya decidido hace mi propio juego sin ti y quieres “castigarme” por ello…. O vienes para participar. - Dijo levantando una ceja como si aquello acabase de llegarle a le mente. Era mentira, claro está, sabia como pensaba, y también sabía que cuando un vampiro de mil años se aburría, buscaba cualquier proyecto donde encontrar algo nuevo.
Aquel cambio de tema le pilló desprevenido, sobre todo por el tema. May apenas hablaba de su vida como humana, sobre todo porque no tenía demasiado que ver con la clase de vida que vivía en aquel momento, así que sacara a colación un tema como aquel le dejo pasmado. – No, no lo sabía. Siempre me dijiste que la nostalgia era algo que no entendías. – Por no decir que era algo que no iba con ella. La nostalgia era como una debilidad, anclarse en algo que ya no valía para nada. “¿A qué estás jugando ahora?” Aquella pregunta se le pasaba constantemente por la mente. Mientras la veía desnudarse, solo podía sentir la necesidad de apartar la mirada. No por pudor ni por que la imagen le desagradase, sino porque los recuerdos que le daba verla en ese estado causaban un impacto en su mente que era mejor no provocar. Su historia era sobrecogedora. Había estudiado con detalle las narraciones sobre los saqueos vikingos a las zonas del norte y posteriormente a Inglaterra y Francia, pero nunca pensó que algo pudiese ser tan vivido como lo que la vampiresa le contaba en ese momento. Por un momento, recordó uno de los cuadros que había pintado de ella. Una escena grotesca en la que los cadáveres la rodeaban por completo. Casi parecía un tributo a la muerte, pero en realidad el creía que era a la vida que siempre se encontraba rodeada y amenazada. Se equivocaba. Ahora entendía aquel cuadro mucho mejor que cuando lo había pintado, era la viva imagen de los rituales que tanto habían perdido a la mujer durante su vida mortal. – Era una creencia popular que beber la sangre de los enemigos hacia que su fuerza llegase a ti. De esa manera, el Valhala haría lo imposible por no perder a un guerrero de dicha fuerza. – Aquella historia resultaba conocida, y se la contaba precisamente por eso. No es que quisiese que le prestase atención, es que quería que el mundo fuese como en aquella época. ¿Podía negarse a perseguirla a aquel lugar? Una pequeña parte de su mente, una que procuraba mantener profundamente encerrada estaba deseando hacerlo.
Su mano toco la columna vertebral de la vampiresa y Domenic se dio cuenta de que había embadurnado su mano de sangre para cubrirla por entero. Esa era la clase de cosas que le ocurrían cuando estaba con ella, cosas que no era capaz de controlar. – May… - Dijo mientras la mano bajaba hacia sus caderas, tiñendo de un rojo oscuro la pálida y tersa piel. Su tacto era como la seda; suave y de mármol que le ponía el bello de punta. – Nunca te quise mal, ni te lo deseo ahora. Pero espero que entiendas que lo que hago aquí es más que un simple juego. – La mano bajo por sus muslos, y aunque ahí ya había sangre, no le importó. Sabía lo que debía hacer y cómo hacerlo, si quería tenerla en su bando, necesitaba convencerla de ello. – Si tanto te importa la fuerza… Mi fuerza. - Su mano subió ahora hasta su boca, donde los colmillos de Domenic abrieron las venas, mezclando su propia sangre con la ajena. Si, sabía lo que debía darle, y lo que ella quería en el fondo. Confianza. – Bebe.
Domenic Vaisser- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 38
Fecha de inscripción : 10/04/2015
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Re: Fire we make [Privado]
El olor de la sangre impregnaba el ambiente. Ya no solo estaba derramada por el suelo sino que los dos únicos supervivientes de esa masacre estaban cubiertos por ella, Milenka completamente y Domenic pringado por salpicaduras y por haber atendido el cuerpo ajeno. La vampiresa era consciente del poder que tenía sobre los demás, sobre todos y cada uno de los seres sobre la faz de la tierra. Pero sobre todo poseía esa soberanía sobre quien había tenido el doloroso placer de conocerla, Domenic era uno de ellos. Para Milenka las amistades eran diferentes al concepto que tenían el resto de personas, para ella no había relación sana posible, el juego y las traiciones formaban parte de la vida y por tanto poner a prueba a los suyos era una actuación natural. Se dio la vuelta despacio quedando de frente a Domenic, ignoró por el momento la ofrenda de este y clavó los ojos en los enrojecidos de él. El deseo estaba plasmado en ellos y esto hizo sonreír a la mayor, daba igual el daño que le hiciera, no importaban las faltas de respeto; por mucho que Domenic dijera lo contrario su fidelidad para con ella era infinita. Podía dudarlo en alguna ocasión pero ahí estaría ella para recordárselo, como había sido el caso de su visita. Estaba más que al tanto de sus planes de formar¿cómo llamarlo?¿una familia, un clan? y no había tenido la deferencia de llamarla… así no se hacían las cosas, y no había hecho más que empezar a pagar el precio que ese desplante suponía, pero no se lo diría… ¡al contrario! Jugaría con él, haría su papel y en el momento adecuado ella misma sería la encargada de destrozar el orden creado e impuesto por él. La mera idea de ello excitaba a la morena que gruñó contra la boca ajena notando como su sexo palpitaba. Era curioso cómo esos pequeños enredos conseguían mantenerla más viva que nada más en el mundo. -Vengo a quedarme- esa fue su única respuesta a todas y cada una de las preguntas de Domenic. Podría cavilar sobre ello todo lo que quisiera, incluso llegar a pensar en lo que verdaderamente quería causar Milenka –destrucción y caos-, pero nunca descubriría de dónde le llegaría el golpe ni cuándo, pues no sería por la propia mano de la milenaria.
Ahora sí sus ojos y todos sus sentidos se centraron en la sangre que descendía por el antebrazo ajeno. Demasiado tiempo había pasado desde la última vez que compartieron ese elixir. Antaño era casi una costumbre y sin embargo, como siempre, ella se fue. A su manera quería a quien había compartido tan largos periodos de muerte con ella, pero como en todo no era un amor al uso, no era un amor romántico. Se podía pensar que Milenka tampoco era leal, pero nada distaba más de la realidad. A pesar de sus juegos y artimañas, a pesar de ser ella misma causante de gran cantidad de mal, si alguien ajeno osaba acercarse a los que ella consideraba suyos, nada podría salvarle del mayor tormento posible. Podría ser tildada de maníaca, loca, bipolar, sádica, cruel, desprovista de alma y corazón y todo ello podría ser verdad. Pero jamás permitiría a nadie dañar a los suyos, fuera cual fuera el motivo. Sólo ella se creía en disposición de disponer castigos y juegos para todos ellos. Con delicadeza, casi en un roce inexistente, obligó a Domenic a retroceder hasta que su cuerpo cayó en el sofá de la estancia. Su total atención en él evadió su mente de los sonidos del resto de la casa, que ya tenía bajo control tras el tiempo que llevaba allí. La camisa hecha jirones y las manchas de sangre le otorgaban un aspecto tétrico y deseable, pero no era el momento para caer en la tentación en sí misma. Con calma y una lentitud que podía resultar desquiciante se colocó sobre las piernas del vampiro, de frente y con las piernas a cada lado de los muslos ajenos. Notaba la dureza de este pero lo ignoró deliberadamente y recogió la mano en la que se había mordido él mismo. Una sonrisa ladina se instaló en sus labios cuando se lo llevó a la boca, pasó primero la lengua limpiando las marcas de los colmillos saboreando con los ojos cerrados esa sangre que tan bien conocía. Pero no todo iba a ser lento y sutil, no en ella. La rapidez y fuerza con que clavó los colmillos en la muñeca fue la misma que la velocidad que empleó para beber de él. Con los años había aprendido las diferentes maneras de extraer la sangre de los cuerpos y esa era la más eficaz cuando se quería dejar sin fuerza a la presa. El dolor por la fuerza empleada primero aturdía al contrario y la rapidez con que la sangre salía del cuerpo impedía que respondiera correctamente ante el ataque. Incluso para un vampiro experimentado como era Domenic, esa forma de beber de él le resultaría doloroso y frustrante, puesto que la fuerza abandonaba su cuerpo a la misma velocidad con la que la de Milenka se incrementaba.
No pretendía acabar con él, ni dañarle realmente, tan solo enseñarle una lección demasiado valiosa en un futuro. Se retiró de la herida y dejó que su brazo reposara en el sofá mientras ella aún se relamía. Las fuerzas del vampiro no tardarían en regresar y se ocuparía de ello, no sería difícil encontrar algún sirviente en esa casa, pero antes debían hablar. -Cuídate bien. Escoge con firmeza a tus aliados.. La traición jamás viene de un enemigo-. Nada más debía ser dicho para que él comprendiera de qué se trataba todo aquel despliegue de agresividad por parte de Milenka. Su nuevo plan de crear una familia en ningún caso le parecía buena idea y era su forma de advertirle de los problemas que le acarrearía. Si él no desistía en su empeño de crearlo, como ya pensó antes, se encargaría de que alguno de sus miembros lo corrompiera todo y acabaran exiliados, dejando a Domenic como debía estar, solo en su inmortalidad. Sin jugar a las casitas cual niña de lacitos. Se preocupaba por él, a su manera pero lo hacía. Otra mujer se hubiera dedicado a pasar la noche hablando con él, tratando de hacerle entrar en razón sobre cuáles eran los riesgos que estaba corriendo al acoger a más seres de la noche como si de su familia se tratasen. Milenka, por el contrario, siempre había sido más fiel a demostrar con acciones. Ella misma hubiera podido matarle, dejó su vida, su inmortalidad en sus manos y fue ella quien decidió no acabar con ello. ¿Por qué? Porque confió en ella, en alguien cercano –casi podía decirse que familia- de la que no se suponía poder esperar una traición de ese calibre, incluso siendo Milenka. Craso error. El principal motivo por el que ella misma llevaba un milenio sobre la faz de la tierra era porque nunca depositaba su total confianza en nadie. Como todo el mundo contaba con amigos y conocidos, pero jamás daría la oportunidad a nadie de decidir sobre su vida.
Se levantó del sofá y con voz dura y fuerte llamó para que acudiera una de las sirvientas. Debían estar bajo el control de Domenic hasta ese momento pues nadie apareció por el salón hasta entonces. La joven, entrada en carnes, se puso a temblar en cuanto tuvo en su campo de visión a la vampiresa que la esperaba en el marco de la puerta; la escena del salón no mejoraba mucho el pánico que sentía. Con la mano en la nuca de esta, Milenka la obligó a sentarse junto a su amo. Quisiera o no tendría que alimentarse de ella para volver a disponer de la fuerza que acostumbraba. Era el momento para dejarle solo. Mirando por última vez a Domenic, salió del salón para aventurarse hacia la parte superior de la casa. Necesitaba asearse antes de irse de allí. No tardó en dar con el cuarto del vampiro y adosado a él se encontraba el baño. Llenó la tina de agua caliente, no porque necesitara una temperatura elevada sino porque le relajaba ver el vapor elevarse en el aire mientras se aseaba. Una vez acabó por liberarse de toda la sangre que tenía en el cuerpo salió de allí envuelta en una toalla, estaba claro que no podía salir de la casa con la ropa con la que había llegado, sucia y destrozada. Sabía de la existencia de exmujeres en la vida de Domenic y supuso que tendría ropajes de estas aún guardados pero no procedía después de lo acaecido profanar ese terreno. No era el momento. Por lo que escogió unos pantalones, los más pequeños que encontró, y una camisa para bajar en busca de algún sirviente. -Soy la duquesa Mayfair, ve a mi mansión y ordena que te den ropa para mi-. Escribió sus dictámenes en un papel que firmo y selló con el lacre de su cargo real antes de entregárselo. Por la prisa con la que salió aquel hombrecillo de la casa, dudó tener que esperar mucho para irse de allí. El corazón de la joven en el salón se había ralentizado de forma significativa, por lo que decidió asomarse para comprobar que efectivamente Domenic había recuperado parte de su vigorosidad. -Me iré en cuanto me traigan ropa adecuada para ello-, dijo con tono calmo. El estado de su compañero era dudoso. Sabía que estaría enfadado pero no hasta qué punto, ni si dejaría pasar aquello o acabaría atacándola de alguna manera. De cualquier manera la calma de Milenka era evidente, ocultando la concentración –de todos sus sentidos- que tenía en cualquiera que fuera la reacción de Domenic en ese momento a solas de nuevo.
Ahora sí sus ojos y todos sus sentidos se centraron en la sangre que descendía por el antebrazo ajeno. Demasiado tiempo había pasado desde la última vez que compartieron ese elixir. Antaño era casi una costumbre y sin embargo, como siempre, ella se fue. A su manera quería a quien había compartido tan largos periodos de muerte con ella, pero como en todo no era un amor al uso, no era un amor romántico. Se podía pensar que Milenka tampoco era leal, pero nada distaba más de la realidad. A pesar de sus juegos y artimañas, a pesar de ser ella misma causante de gran cantidad de mal, si alguien ajeno osaba acercarse a los que ella consideraba suyos, nada podría salvarle del mayor tormento posible. Podría ser tildada de maníaca, loca, bipolar, sádica, cruel, desprovista de alma y corazón y todo ello podría ser verdad. Pero jamás permitiría a nadie dañar a los suyos, fuera cual fuera el motivo. Sólo ella se creía en disposición de disponer castigos y juegos para todos ellos. Con delicadeza, casi en un roce inexistente, obligó a Domenic a retroceder hasta que su cuerpo cayó en el sofá de la estancia. Su total atención en él evadió su mente de los sonidos del resto de la casa, que ya tenía bajo control tras el tiempo que llevaba allí. La camisa hecha jirones y las manchas de sangre le otorgaban un aspecto tétrico y deseable, pero no era el momento para caer en la tentación en sí misma. Con calma y una lentitud que podía resultar desquiciante se colocó sobre las piernas del vampiro, de frente y con las piernas a cada lado de los muslos ajenos. Notaba la dureza de este pero lo ignoró deliberadamente y recogió la mano en la que se había mordido él mismo. Una sonrisa ladina se instaló en sus labios cuando se lo llevó a la boca, pasó primero la lengua limpiando las marcas de los colmillos saboreando con los ojos cerrados esa sangre que tan bien conocía. Pero no todo iba a ser lento y sutil, no en ella. La rapidez y fuerza con que clavó los colmillos en la muñeca fue la misma que la velocidad que empleó para beber de él. Con los años había aprendido las diferentes maneras de extraer la sangre de los cuerpos y esa era la más eficaz cuando se quería dejar sin fuerza a la presa. El dolor por la fuerza empleada primero aturdía al contrario y la rapidez con que la sangre salía del cuerpo impedía que respondiera correctamente ante el ataque. Incluso para un vampiro experimentado como era Domenic, esa forma de beber de él le resultaría doloroso y frustrante, puesto que la fuerza abandonaba su cuerpo a la misma velocidad con la que la de Milenka se incrementaba.
No pretendía acabar con él, ni dañarle realmente, tan solo enseñarle una lección demasiado valiosa en un futuro. Se retiró de la herida y dejó que su brazo reposara en el sofá mientras ella aún se relamía. Las fuerzas del vampiro no tardarían en regresar y se ocuparía de ello, no sería difícil encontrar algún sirviente en esa casa, pero antes debían hablar. -Cuídate bien. Escoge con firmeza a tus aliados.. La traición jamás viene de un enemigo-. Nada más debía ser dicho para que él comprendiera de qué se trataba todo aquel despliegue de agresividad por parte de Milenka. Su nuevo plan de crear una familia en ningún caso le parecía buena idea y era su forma de advertirle de los problemas que le acarrearía. Si él no desistía en su empeño de crearlo, como ya pensó antes, se encargaría de que alguno de sus miembros lo corrompiera todo y acabaran exiliados, dejando a Domenic como debía estar, solo en su inmortalidad. Sin jugar a las casitas cual niña de lacitos. Se preocupaba por él, a su manera pero lo hacía. Otra mujer se hubiera dedicado a pasar la noche hablando con él, tratando de hacerle entrar en razón sobre cuáles eran los riesgos que estaba corriendo al acoger a más seres de la noche como si de su familia se tratasen. Milenka, por el contrario, siempre había sido más fiel a demostrar con acciones. Ella misma hubiera podido matarle, dejó su vida, su inmortalidad en sus manos y fue ella quien decidió no acabar con ello. ¿Por qué? Porque confió en ella, en alguien cercano –casi podía decirse que familia- de la que no se suponía poder esperar una traición de ese calibre, incluso siendo Milenka. Craso error. El principal motivo por el que ella misma llevaba un milenio sobre la faz de la tierra era porque nunca depositaba su total confianza en nadie. Como todo el mundo contaba con amigos y conocidos, pero jamás daría la oportunidad a nadie de decidir sobre su vida.
Se levantó del sofá y con voz dura y fuerte llamó para que acudiera una de las sirvientas. Debían estar bajo el control de Domenic hasta ese momento pues nadie apareció por el salón hasta entonces. La joven, entrada en carnes, se puso a temblar en cuanto tuvo en su campo de visión a la vampiresa que la esperaba en el marco de la puerta; la escena del salón no mejoraba mucho el pánico que sentía. Con la mano en la nuca de esta, Milenka la obligó a sentarse junto a su amo. Quisiera o no tendría que alimentarse de ella para volver a disponer de la fuerza que acostumbraba. Era el momento para dejarle solo. Mirando por última vez a Domenic, salió del salón para aventurarse hacia la parte superior de la casa. Necesitaba asearse antes de irse de allí. No tardó en dar con el cuarto del vampiro y adosado a él se encontraba el baño. Llenó la tina de agua caliente, no porque necesitara una temperatura elevada sino porque le relajaba ver el vapor elevarse en el aire mientras se aseaba. Una vez acabó por liberarse de toda la sangre que tenía en el cuerpo salió de allí envuelta en una toalla, estaba claro que no podía salir de la casa con la ropa con la que había llegado, sucia y destrozada. Sabía de la existencia de exmujeres en la vida de Domenic y supuso que tendría ropajes de estas aún guardados pero no procedía después de lo acaecido profanar ese terreno. No era el momento. Por lo que escogió unos pantalones, los más pequeños que encontró, y una camisa para bajar en busca de algún sirviente. -Soy la duquesa Mayfair, ve a mi mansión y ordena que te den ropa para mi-. Escribió sus dictámenes en un papel que firmo y selló con el lacre de su cargo real antes de entregárselo. Por la prisa con la que salió aquel hombrecillo de la casa, dudó tener que esperar mucho para irse de allí. El corazón de la joven en el salón se había ralentizado de forma significativa, por lo que decidió asomarse para comprobar que efectivamente Domenic había recuperado parte de su vigorosidad. -Me iré en cuanto me traigan ropa adecuada para ello-, dijo con tono calmo. El estado de su compañero era dudoso. Sabía que estaría enfadado pero no hasta qué punto, ni si dejaría pasar aquello o acabaría atacándola de alguna manera. De cualquier manera la calma de Milenka era evidente, ocultando la concentración –de todos sus sentidos- que tenía en cualquiera que fuera la reacción de Domenic en ese momento a solas de nuevo.
Milenka Mayfair- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 11/06/2015
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