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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Abel Sáb Oct 24, 2015 1:00 pm

Make bad choices for the right reasons
and the right things will happen

Tres semanas habían trascurrido desde su llegada a la residencia Brullova, y solo Dios sabía la verdadera razón por la cual Abel había accedido a quedarse tanto tiempo. Quizá se debiera a que Annushka, la señorita de la casa, poseía un extraordinario poder de convencimiento. Así tenía que ser, ya que no solo lo había hecho desistir de abandonar la ciudad para regresar a las montañas, sino que también se las había arreglado para que éste terminara aceptando trabajar para ella, haciendo de jardinero, ni más ni menos. ¡Qué cosa tan absurda! Desde el inicio, el ceño fruncido en el rostro de Abel había expresado todo lo que su boca no llegó a decir: ¿qué diablos sabía él de plantas? Desde luego que conocía muchas especies y los respectivos usos que podían dársele a cada una, conocimientos que había adquirido gracias a que había vivido expuesto a la naturaleza gran parte de su vida pero, más allá de eso, se consideraba un completo ignorante en el tema. Y lo era. No tenía la menor idea de cómo cultivar las flores o la manera correcta para llevar a cabo la conservación de las semillas; no sabía preparar la tierra en la que debían ser colocadas, ni nada referente a la poda, los injertos o la retirada de plantas muertas. Parte importante de los jardineros también era preparar insecticidas para combatir toda clase de plagas, tratar el abono, además de poseer criterios estéticos que les servían de mucho a la hora de la poda.

Para probarlo, durante los primeros días Annushka le había pedido que se hiciera cargo de los rosales de la casa, por lo que Abel, con las manos cubiertas por dos gruesos guantes que lo protegían de las espinas, y unas pinzas, se puso manos a la obra. El resultado fue catastrófico. En su afán de seguir las instrucciones, que habían sido principalmente eliminar los brotes salvajes y suprimir las ramitas poco sanas, terminó cortando donde no debía. El jardín quedó arruinado. El resto de los empleados no logró disimular la risa que les dio al contemplar la fallida hazaña y cuchichearon entre ellos sobre el tema durante varias semanas. En pocas palabras, Abel pasó a convertirse en la burla de la casa. Sin embargo, Annushka parecía tenerle mucha fe. Luego del penoso incidente, en lugar de mostrarse arrepentida de su decisión, dio a Abel un cargo mucho más importante: trabajaría con ella en el vivero. Abel se mostró realmente confundido, y aún lo estaba.

¿Estás segura de esto? —dudó mientras llenaba algunos maceteros con tierra, en los que más tarde intentaría colocar algunas plantas pequeñas—. ¿Por qué yo? ¿Por qué simplemente no contratas a alguien que sí sepa de plantas? No creo que sea tan difícil encontrarlo.

Llevaba puesta la misma ropa con la que Annushka lo había conocido, porque constantemente prefería usarla antes que cualquier otra, un overol de trabajo encima, un mandil atado alrededor de la cintura, y en los pies, unas botas. También se había atado el largo cabello en una descuidada cola de caballo, pero aún así el viento soltaba de vez en cuando algunos mechones que le caían sobre el rostro. Abel se los echaba hacia atrás y sin ningún tipo de elegancia aprovechaba para secarse el sudor de la frente. Como un verdadero cerdo de corral, estaba todo lleno de tierra.

Después de varios días, su técnica había mejorado bastante y lo estaba haciendo mucho mejor que al inicio, pero él seguía sintiendo que no encajaba con tales actividades. Le hubiera gustado que en lugar de hacer todo aquello, sus tareas hubieran sido otras, algo que fuera mucho más acorde con un ser silvestre como él. ¿Cuándo volvería a cortar leña? ¿Alguna vez necesitaría Annushka que se adentrara en el bosque para cazar algunos animales y más tarde prepararlos y cocinarlos al aire libre para la cena? Probablemente nunca, ya que en la ciudad, donde las personas presumían ser mucho más civilizados, esas cosas habían dejado de ser necesarias.


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Mensaje por Anna Brullova Sáb Dic 05, 2015 6:03 pm

Temprano en la mañana, se apresuró a levantarse, buscó ponerse un traje sencillo, con el que estar bien presentable para su nuevo trabajo en el Invernadero. Sonrió complacida, hacía mucho tiempo que no se sentía feliz de hacer las cosas más cotidianas. Mientras  cepillaban y peinaban sus cabellos pensó en Abel, un escalofrío corrió por su cuerpo, a lo que la doncella se detuvo, - ¿tiene frío? -  Anna la contempló por el reflejo del espejo, - no, no,  solo fue una briza pasajera – se disculpó, aunque un suave rubor coloreó sus mejillas. Tras  desayunar y pasar como quien no quiere la cosa por el área de servicio, intentando encontrar a su amigo, se dispuso a caminar las calles que la separaban de su negocio.

Cuando llegó, luego de dejar su bolso y sombrero en el despacho, se colocó un mandil y unos guantes, caminó hasta la puerta cristalera que daba la separaba del hermoso jardín  cubierto que le daba nombre a la propiedad. Comprobó con orgullo como las plantas estaban hermosas, extremadamente bien cuidadas, y Anna sabía muy bien que eso se lo debía a ese hombre que una noche había llegado a su morada. Volvió a ruborizarse cuando lo distinguió, entre las flores, ensimismado en su trabajo, sudado, algo sucio y el cabello que balanceado por la briza refrescante, le daba un aire más salvaje y peligroso del de costumbre. Ella lo contempló apoyada en el marco de la puerta,  no podía dejar de pensar que su vida había cambiado mucho desde la llegada de  Abel. Su mirada vagó por el cuerpo masculino, para ella que no conocía muchos caballeros, ni le habían interesado antes, él lucía atractivo, aun usando esos andrajos, que si por Anna fuera, ya se los hubiera quemado en el hogar de su habitación, - ¿pero como haré para sacárselos? -  Bajó  la mirada recordando como él se los había sacado delante de ella, quedando totalmente desnudo ante su mirada atónita. Sus mejillas se tiñeron de un rosado fuerte, al igual que su escote, cuellos y  hasta las orejas. Las pupilas brillaron, sorprendida  al descubrir que algo extraño estaba pasando en su corazón.  Cerró la puerta,  decidió con encontrarse con Abel,  no sería la primera vez que una sensación extraña en su estómago, un vacío que se poblaba de alas de mariposas, la hacían correr a esconderse de la presencia de su jardinero, - Vamos Anna, que solo es el gran cariño que le tienes – se repitió mentalmente, descartando cualquier posibilidad de que aquello fuera producto de estar enamorada de él.

Suspiró, entornando los parpados y apoyando su espalda en el cristal  helado, aquella sensación la hizo estremecer, sonrió recordando su amada San Petersburgo, en ella todo estaba cubierto con una capa de nieve, - seguramente, estarás vestida para la navidad, aunque falten muchas semanas -  caviló, recordando como amaba aquella época del año y que ésta, sería la primera navidad que la pasaría alejada de sus seres queridos. Pensó en su padre, en su madre y la servidumbre quienes todos juntos cantaban villancicos mientras se vestía la mansión de muérdago, cintas de colores rojas y verdes, pequeñas piñas que se recogían de los pinos que poblaban los alrededores dela ciudad. La sonrisa se expandía en su rostro mientras las imágenes tan queridas y felices le inundaban el alma. Pero todo aquello era el pasado, jamás volvería a celebrar una navidad así, sus padres no le ayudarían con la decoración, ni vestir el árbol.

Las lágrimas se agolparon en su garganta, giró su cuerpo apoyando su frente en el cristal  helado al igual que sus palmas, abrió los ojos para que al ver la realidad, al contemplar su única certeza, aquellas ilusiones tontas, huyeran nuevamente a refugiarse en el rincón más oscuro de su alma.

Cerró los ojos, mientras volvía a girar su cuerpo, para apoyarlo nuevamente en la puerta de cristal, al abrirlos, su mirada, cargada de dolor y tristeza, se encontró con la única fuente de consuelo que había llegado a su corazón, y quebrado la soledad que la asfixiaba. Abel, seguía  esmerándose  en cuidar las delicadas plantas, para que la temporada invernal no las matara. Lo observó acariciarlas con tanta ternura que las envidió, deseaba que la consolara, que le permitiera abrazarse a su fuerte pecho y sentir el suave aroma que emanaba de su piel, allí, entre sus brazos, estaba segura de que nada malo podría pasarle.  Sonrió, ya no podría preparar los adornos de navidad con sus padres, colocar las ramitas de muérdago, ni cantar villancicos, pero crearía nuevas tradiciones, y en ellas estaría su amigo, él le mostraría como festejaban los gitanos y ella, le haría probar un poco de su espíritu navideño.


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Mensaje por Abel Jue Dic 24, 2015 2:39 am

Abel permaneció frente a ella, a la espera de una posible respuesta, pero ésta nunca llegó. Un ceño fugaz apareció en su frente, mientras sus escrutadores ojos la observaban con gran interés. Hasta él que no era precisamente observador, sobretodo cuando se trataba de la gente de ciudad y sus complejas conductas, entendía que algo malo le pasaba. Se la notaba afligida. Estaba distraída, lo miraba y al mismo tiempo no lo hacía, como si su mente hubiera viajado muy lejos. Abel se sintió curioso, pero también extrañado. Ignorar a las personas definitivamente no era una conducta propia de esa joven amable que se esmeraba todo el tiempo en hacer sentir confortable a todo aquel que estuviera a su alcance, él incluido. Debía ser realmente malo lo que la tenía así. Avanzó apenas un par de pasos por el caminito de piedra que había sido colocado para no pisar el césped que lo cubría todo, hasta que logró acortar la distancia que los separaba.

No te decepcionaré de nuevo —dijo de pronto con su voz ronca aunque melodiosa, irrumpiendo en sus pensamientos y trayéndola de vuelta al mundo real. Se quedó en silencio unos segundos, pensativo, luego continuó—. Me esforzaré más hasta lograr hacerlo como tú esperas que sea hecho, y entonces no tendrás que volver a sentirte avergonzada. Tienes mi palabra.

Es probable que al inicio Annushka no entendiera de qué estaba hablando, qué significado tenían sus palabras, pero no hizo falta ahondar demasiado para comprender lo que estaba ocurriendo. Abel había llegado a la ingenua conclusión de que si ella se encontraba así, tan intranquila y meditabunda, no podía ser por otra cosa que por su culpa. Imaginó que estaría preocupada por el futuro de su negocio recientemente inaugurado. Después de todo, era comprensible. Con un empleado como él, que tan pocas nociones tenía de jardinería, era entendible que se cuestionara si realmente sería capaz de cumplir adecuadamente con sus tareas, o si con el tiempo sería su perdición.

Desde luego, que él estuviera ahí había sido idea de Annushka pero, ¿y si solo lo había hecho sintiéndose comprometida? Ella había externado en más de una ocasión su deseo de ayudarlo; sin dudarlo le había dado un techo, comida, ropa y ahora un empleo. Aunque a Abel no le agradara para nada ese sentimiento, lo cierto era que sí, estaba en deuda con ella. Lo que menos podía hacer era corresponder a su buena voluntad. Sabía que no podía volver a defraudarla, no luego de todo lo que había hecho por él, no después de aquel vergonzoso y desafortunado suceso con las con las rosas de su jardín.

Vacilante le tendió la pequeña maceta que llevaba consigo entre las manos, en la que figuraba una planta de lirios blancos, aunque no dijo nada más. Además de ser un hombre de pocas palabras, lo cierto es que nunca había sdo demasiado bueno expresándose, especialmente cuando se trataba de hacer sentir mejor a otros.


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Mensaje por Anna Brullova Dom Ene 24, 2016 6:04 pm

Le observó acercarse, acortando las distancias que los separaban, y el corazón de Annushka se aceleró, sonrió dulcemente, escuchando lo que le decía, mas se sorprendió ante los argumentos de Abel. Negó con la cabeza mientras le seguía sonriendo, - No, jamás me has decepcionado -, su voz se oyó temblorosa por la emoción, ¿acaso ese hombre no comprendía como le había recatado de la soledad, de la tristeza? ¿no podía comprender como él, se sentía inferior a ella, cuando en verdad, Abel era quien la había apoyado siempre, desde el momento en que se conocieron. Recorrió con su mirada el cabello rebelde, algo desprolijo por el trabajo en los parterres; la frente amplia; las cejas pobladas; aquellos ojos tan expresivos como escrutadores, iguales a los de un niño - por lo menos cuando la observara - como si deseara entenderla mejor, sin saber que no existía en la tierra, quien lo mejor pudiera hacerlo. Los dos eran huérfanos, los dos habían perdido a toda la familia y ahora, solo se tenían el uno al otro, -¿mírate, estas despeinado? - susurró, llevando su mano al rostro ajeno, con suavidad retiró los rastros de tierra en el rostro,  y una inmensa ternura le embargó. Pensó en lo enorme y amenazante que podía parecer para otros, pero  a ella solo le inspiraba fortaleza, seguridad, protección, como un gigante oso que la podría cuidar de todo lo malo que pudiera pasar.

Su mano rosó la mejilla áspera de Abel,  para llegar a la oreja y acomodar allí un mechón de cabello, que caía insistente sobre el rostro masculino. Sus dedos recorrieron nuevamente el camino inverso, limpiando nuevamente el mancho de tierra de la mejilla, - se que cada día lo harás mejor, y no me avergüenzo de nada de lo que hayas hecho - inclinó su rostro manteniendo la mirada fija en la ajena, con el suave gesto de cariño en el rostro, - deja de apenarte por las rosas, no eran para el clima que existe en París... Además, mandé a pedir otras a San Petersburgo,  verás que  hermosas crecerán en nuestro jardín... -, su mano se alejó de Abel, para posarse en su propio regazo, como si no supiera que hacer con ella, o intentando frenar  el deseo de acurrucarse en su pecho.

Cuando el hombre, extendió la pequeña maceta, entregando aquel presente, Annushka, tomó con delicadeza aquella planta, la contempló con sus ojos sorprendidos, jamás en todo ese tiempo, él le había regalado algo así, y pensó si sabría o intuiría que significaba regalar un lirio blanco a una joven. Se sonrojó, - es hermoso - susurró - "... Como un lirio entre los cardos es mi amada entre las jóvenes." - caviló recordando al Cantar de los Cantares, ese libro de la Biblia que los sacerdotes prohibían leer a las mujeres, por  que aseguraban que poseía un alto contenido erótico. Mas ella, al encontrar un ejemplar en la biblioteca de su padre, lo había leído y memorizado - ¿acaso Abel, siente algo mas que amistad por mi? - volvió a reflexionar, mientras su mirada se dirigía desde la flor a los orbes masculinos.

Volvió a sonreir, en la mirada de aquel hombre, no existía malicia, ni dobles intenciones, era franco, directo, hasta hiriente aveces por su sinceridad, mas era el único hombre que ella permitía se le acercara, en él, entre sus brazos, podía sentirse segura. Por eso descartó la posibilidad de que supiera que dentro de los innumerables significados que tenía aquella planta, estuviera la de nombrar a la amada, - seguramente es por su representación de virginidad  - caviló mientras su sonrisa se ensanchaba, acercándose a él, dejando de lado el protocolo, se puso en puntillas y le dio un beso en la mejilla, - la colocaremos en el salón, para que disfrutemos de su belleza cada noche en éste invierno frio -.


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Mensaje por Abel Lun Mar 28, 2016 5:20 pm

Agradeció internamente que ella no pensara aquello de él, aunque seguiría pensándolo de sí mismo. De pronto, el polvoriento rostro de Abel sintió el suave toque de la piel de Annushka, cuando ésta se acercó y le besó la mejilla. Ante su cercanía, él contuvo la respiración, sorprendido ante algo tan inesperado. Cuando ella se alejó, soltó el aire retenido y la contempló un momento, como si no supiera muy bien qué era lo que debía hacerse. Fue un beso casto, carente de sensualidad, como los que dan los niños, pero igual logró impresionarlo. Hubo un breve pero cautivante intercambio de miradas entre ellos, pero Annushka rompió el silencio agradeciéndole por su regalo. Abel asintió, aún sorprendido y confuso.

Aún no comprendía en absoluto los verdaderos motivos que la orillaban a hacer todo aquello, pero se daba cuenta de que le caía bien. Así tenía que ser, de lo contrario no le daría aquel trato tan especial. Lo que lo tenía algo reacio a aceptar de buenas a primeras todas sus consideraciones, era que desde su llegada a la ciudad él había presenciado insólitos y horribles acontecimientos, especialmente durante su estadía en la cárcel. Desde el primer día no había hecho más que toparse con personas malvadas, por quienes sentía un profundo resentimiento. No los aborrecía, pero sí les guardaba rencor, por todo lo que le habían hecho. Cuando llegaba a salir, jamás los perdía de vista; vigilaba todos sus movimientos. Sus gestos desdeñosos, las expresiones en su cara, todo en ellos le decía que eran enemigos, que debía cuidarse las espaldas, jamás brindarles su confianza. Y de pronto había aparecido ella. No tenía razón de ser negar lo evidente, que empezaba a sentirse a gusto con su compañía. ¿Era ingenuo de su parte pensar que Annushka era diferente? ¡Pero se lo había demostrado! Nadie lo había tratado como ella. Nadie le hablaba como ella. Ni siquiera había conocido a alguien que lo mirara del mismo modo en que ella lo hacía.

No le seducía en lo más mínimo quedarse en ese lugar, convivir con aquella gente, y si bien era cierto que en el fondo seguía deseando volver a las montañas, a aquel sitio que consideraba como su hogar, la realidad era que sentía que se le encogía el alma cada vez que pensaba en abandonar a la muchacha, dejarla sola e indefensa en aquella jungla de concreto llena de bestias despiadadas que no dudarían en despedazarla. Lo sabía porque ella era frágil, crédula y algo sentimental. Abel había observado en más de una ocasión cómo ésta sacaba de debajo de su blusa un medallón, lo observaba un momento y luego lo volvía a ocultar, como si nada hubiera pasado. Sin embargo, cada vez que hacía eso, su semblante cambiaba, como si aquel objeto que se esmeraba en mantener secreto tuviera el poder de absorber toda su alegría dejándole solo las penas.

¿Quién te lo dio? —preguntó de pronto y ella lo miró haciendo evidente que no sabía a qué se refería—. Eso que llevas ahí oculto —con la mano señaló su cuello. Sus atrevidas palabras debieron sorprenderla, pues no era algo apropiado cuestionar a las personas sobre sus posesiones, especialmente si se trataba de prácticamente un extraño y si era evidente que ella deseaba mantenerlo secreto—. Cambias cuando lo observas, justo como ahora. Tu cara parece triste. ¿Era de tu madre? ¿De tu padre?

No lo cuestionaba por mera curiosidad, deseaba entender el por qué de su reacción. Si conocía la historia, quizá de ahora en adelante sería capaz de solidarizarse con su dolor, como se suponía todo amigo debía hacer.


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Mensaje por Anna Brullova Mar Mar 29, 2016 5:14 pm

Annushka se sorprendió ante la pregunta de  Abel, jamás  pensó que la observara tan meticulosamente. Su pecho subió y bajó agitado, intentaba pensar si alguna vez había sido descuidada al contemplar aquel recuerdo, mas estaba segura de que siempre se mostraba discreta al hacerlo. Lo que menos deseaba, era que Abel, la contemplara perder su tranquilidad, que pudiera observarla débil, frágil, como ocurría cada vez que contemplaba el camafeo, pues sabía muy bien que era entonces cuando mas vulnerable se sentía.

Su mano se elevó hasta su pecho, los dedos acariciaron de forma instintiva el relieve del objeto que se ocultaba bajo su blusa, muy cerca de su corazón. Sus ojos color miel, buscaron los ajenos, como si intentara encontrar esa fortaleza que tanto le faltaba cuando buceaba en las puertas de su pasado. Pensó en lo fuerte que él era, y aunque no lo deseara, aunque sus labios intentaban en vano, sostener una sonrisa, su mirada cargada de dolor buscó el consuelo y fortaleza de ese hombre.

Con la mirada algo enturbiada por la emoción, asintió  a las palabras de Abel. Manteniendo el silencio, hizo a un lado la pequeña maceta que aun cargaba en su regazo, colocándola tiernamente, como si se tratara de un niños, en el mullido suelo del invernadero. Para luego, tomar delicada y con soma suavidad, las grandes manos de Abel, apretando con delicadeza, sin quitar la mirada de la ajena. - ven, te lo contaré, pero acompáñame, allí - dijo señalando un banco que daba un aire de intimidad al enorme jardín de invierno. Cuando por fin estuvieron sentados, ella llevo sus manos al cuello, desabotonando los primeros botones de su blusa, dejando ver su piel blanca y parte del busto. Con un delicado movimiento, soltó la presilla que sostenía el camafeo, para luego apoyarlo en su mano. De pronto la cerró, como si temiera que éste se esfumara por arte de magia. Inspiró profundamente antes de tocar con sus dedos la mano de Abel, haciendo un movimiento para girarle la mano y abriendo su pequeña mano, dejar caer el objeto en la palma.

Estaban sentados muy juntos, uno al lado del otro, rosando sus caderas y piernas, aunque con cualquier otro hombre aquello podría haber sido un detonante para sus ataques de pánico, con él la sensación era de inmensa paz. Acaricio la piel dura de aquellas manos, en un gesto inconsciente, levanto la vista y busco su mirada, - este es el regalo que le hizo mi padre a mi madre, el día en que se comprometieron... - su dedo indice recorrió la forma de perfil femenino, labrado en el marfil,- así es... era mi madre - susurró.  Una lagrima furtiva se desprendió de sus largas pestañas  muriendo en la fría superficie del relicario.

Con su mano izquierda se quito todo rastro de lagrimas de sus ojos - oh, disculpa, es que hablar de ellos... - dijo ocultando su mirada de la ajena que parecía observarle de manera  inquisitiva. Sonrió  esforzando la sonrisa - ¿era bella verdad? - no se trataba de una pregunta, mas bien de una forma con la cual buscar tiempo para recomponerse.

Inspiró profundo antes de continuar, - sabes, cuando pierdes a toda tu familia, los pequeños objetos que parecían insignificantes, se vuelven verdaderas reliquias, pequeños cofres en los que se conservan los últimos momentos vividos con ellos-.


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Mensaje por Abel Sáb Abr 23, 2016 6:11 pm

Abel le concedió lo que pedía y a los pocos minutos ya se encontraban compartiendo la banca. Él se mantuvo atento a la historia que estaba por contarle y abrió la mano cuando ella se la cogió para depositar sobre ella el misterioso objeto. El hombre entornó los ojos intentando descubrir de qué se trataba. Era una joya, desde luego, pero al haber crecido tan apartado del mundo y privado de toda clase de lujos, no le resultaba familiar, por lo que le era difícil catalogarla. Supuso que el valor monetario no era lo importante, sino más bien el sentimental. Y por la pequeña historia que Annushka le relató acerca de sus padres, supo que esa alhaja debía valer para ella más que todo el oro del mundo. No la culpaba, después de todo, era lo normal. Tal y como ella había dicho, la gente solía atesorar mucho más los recuerdos que los bienes materiales, y él no era la excepción. Por desgracia, a diferencia de Annushka, sus recuerdos no eran tantos y mucho menos todos agradables.

Abel se mantuvo muy silencioso durante un largo rato y, mientras observaba, estudiado a conciencia el preciado objeto de la muchacha, coincidiendo mentalmente con la opinión de que su madre había sido muy hermosa, un inesperado destello de melancolía cruzó su rostro.

Debe ser agradable tener una familia —dijo de pronto, y es probable que al escucharlo Annushka distinguiese en su voz cierta nostalgia—. Me refiero a una familia de verdad, con una madre, y un padre, y hermanos —su mirada seguía perdida en el camafeo que tenía en la mano—. Yo ni siquiera sé quiénes me engendraron. Fui dejado en un basurero, como un perro, a los pocos días de nacido. Como quien se deshace de algo que ya no le sirve. Anusha, una vieja gitana, me encontró y me crió como su hijo, pero jamás me ocultó la verdad. Más bien se aseguró de que siempre lo tuviera presente. Dijo que eso me haría fuerte.

En ese instante, seguramente influenciado por el sentimiento de pérdida que tanto entristecía a Annushka, él también experimentó algo similar. ¿Era posible sentir nostalgia por lo que nunca se tuvo y nunca se conoció? Abel jamás hablaba de su infancia. De hecho, rara vez pensaba en ella. No le gustaba que la gente le tuviera compasión, que lo miraran como si se tratara de un cachorro que de última hora habían decidido tirar a la calle. Entonces, ¿por qué le estaba contando todas esas cosas? Tal vez para solidarizarse con ella y su dolor. O tal vez, aunque no fuera del todo consciente de ello, porque en el fondo también necesitaba hablarlo con alguien y ella parecía la persona perfecta para escucharlo.

Alzó la vista, cerró la mano alrededor del camafeo y luego se lo entregó. Le hubiera gustado ofrecerle algún tipo de consuelo pero, después de todo, quizá ya se lo había dado haciéndola consciente de lo afortunada que era al haber gozado de una familia, cuando algunos tantos como él jamás la habían tenido y carecían de una tumba sobre la cual llorar.  

Anusha me dio esto. ¿Lo ves? —se sacó de debajo de la camisa un colgante que también portaba oculto. No era más que un anillo corriente, una baratija, como algunos lo catalogarían, pero él lo llevaba oculto por miedo a que alguien pudiera robárselo. Después de lo que había vivido en París, creía a su gente capaz de todo—. Es una sortija —explicó—. Es corriente, claro, y dudo que tenga una gran historia como tu objeto; seguramente ella lo robó. Pero le pertenecía y eso lo vuelve especial. Es mi reliquia —dijo utilizando a propósito el concepto que ella había usado para describir su pequeño tesoro—. Era una mujer buena. También la extraño.


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Mensaje por Anna Brullova Lun Mayo 23, 2016 11:38 pm

Asintió, con un suave gesto de su cabeza cuando él habló sobre lo bello que debería haber sido vivir la vida con un padre y una madre. Annushka buscó el perfil del hombre, cuando peste habló de hermanos, - no he tenido hermanos... pero en realidad, me hubiera gustado tenerlos - caviló, sonriendo dulcemente, al recordar a sus padre. En esa milésima de tiempo pensó en como habrían sido los padres de Abel, le contempló, ¿de quien serían esos cabellos dorados, o esa forma de ojos un tanto rasgados? ¿el tipo de nariz sería la de su padre? esa expresión siempre enojado, ¿pertenecería a algún antepasado? abuelos, tíos. Pensó en su propia familia que se entroncaba con la del Zar, si hasta el rey de Rusia, tenía cierto parecido con su padre.

Mas todas sus preguntas y cavilaciones, cayeron en un abismo negro y vacuo, cuando la voz algo nostálgica de Abel, le contó sobre la realidad de su nacimiento. El corazón de Annushka dio un vuelco, cuando su amigo, decidió hablar de su historia, de sus padres, aquellos seres que deberían haber esperado su llegada a éste mundo, como el momento mas bello de toda la vida. Pero no, habían sido capaces de arrojar a un bote de basura, dejando en la intemperie a un indefenso bebé recién nacido.  - Abel, mi querido Abel - caviló mientras intentaba no llorar, pero la pregunta se apoderaba de su mente, ¿como podía existir tanta maldad en el alma de unos padres?, - por Dios, como no va a sufrir por semejante atrocidad, el corazón de una madre - volvió a cavilar, ¿existía algún justificativo ante una condena a muerte, para una vida que apenas tendría horas de inspirar por primera vez el aire en aquellos pequeños pulmones? Tembló, porque de solo pensar en tener un hijo, jamás podría apartarse de él.

Quiso abrazarlo, decirle que ya jamas estaría solo, porque si se lo permitía, ella estaría siempre para él. Mas se quedó allí, contemplándolo, a lo sumo sus dedos rosaron la mano que sostenía el relicario, como un tímido gesto de confortarlo en su dolor. Sus ojos volvieron a buscar la mirada ajena cuando él nombró a la vieja gitana - Anusha - susurró, ¿acaso él haría una relación entre el nombre de su salvadora de la infancia, con ella, quien había sido salvada por él? ¿ sería capaz de comprender que era ella, la joven rusa, quien le debía su vida y sus momentos de alegría, desde que lo conociera no hacia tanto tiempo? Sonrió con tristeza, en verdad no creía que Abel se diera cuenta, cuanto valía para ella su compañía, su cariño y su amistad incondicional.  Suspiró, en un gesto de tristeza y melancolía, deseaba abrazarlo aún mas que antes, no tanto por él, sino, por ella que sentía que su mundo hubiera sido muy distinto, si aquel grandollón, no acompañara sus horas. No tendría tanta vida para  agradecer a ese ser bondadoso, llamado Anusha, que aún en la fragilidad económica, había decidido velar por él. Ella, era su verdadera madre, porque aunque no los unía ningún laso de sangre, el cariño, la compañía y la mutua convivencia, los había hecho mas cercanos que tantas familias que ella había conocido. Padre y madres, con varios hijos, disfrutando de una vida cubierta de lujos, pero sin amor, sin respeto, sin una palabra de agradecimiento o de apoyo.

No pudo ocultar en su mirada un dejo de reproche, cuando su amigo contó que aquella dulce mujer, también provocaba una herida que no cicatrizaría jamas, al recordarle continuamente que sus verdaderos padres le habían abandonado. Pero según lo que decía él, eso le había servido para ser fuerte y aguantar, todos los horribles momentos que había tenido que pasar, al llegar a la ciudad, antes de que se conocieran, antes de que de alguna forma, él iluminara su vida. Tomó nuevamente el camafeo y lo sostuvo en su mano cerrada en puño, como si deseara sentir el calor que la mano de Abel, había dejado impregnada en aquella pieza. Su mirada acompaño el movimiento y las palabras del hombre, descubriendo el pequeño colgante, aquella sortija que perteneciera a la mujer que lo había cuidado, Annushka sonrió, extendiendo su mano y acariciando el pequeño anillo, para luego posar sus ojos en los de Abel, - si, es tu reliquia, y debe acompañarte siempre, porque mientras lo hagas, de alguna forma ella lo hará - dijo manteniendo la mirada en la mirada ajena. acariciando suavemente aquel objeto y los de dos de Abel, sonrió y un rubor asomó a sus mejillas al darse cuenta que por un segundo, se había perdido en sus ojos, en la serenidad que él le entregaba.


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Mensaje por Abel Jue Jun 23, 2016 11:44 pm

Sí, las enseñanzas de su madre adoptiva lo habían hecho un hombre fuerte, tal y como la anciana mujer se lo asegurase en su momento. Abel supo recomponerse pronto de la repentina melancolía que lo invadió. Guardó el colgante nuevamente bajo su sucia ropa, y de pronto era el mismo de siempre, como si allí nada extraño hubiese ocurrido. Sin embargo, hubo algo que permaneció: la curiosidad que logró despertar en él la vida de Annushka. Ésta no se disipó, por el contrario, supo incrementarse. De algún modo se convenció de que la historia de sus padres era sólo el inicio. La observó y en silencio intentó dar un orden al montón de preguntas que tenía para hacerle. Eran tantas, demasiadas las cosas que ansiaba saber, que no supo por dónde empezar y en ningún momento consideró la posibilidad de olvidarse del tema.

Un caballero de verdad no se hubiera atrevido a seguir cuestionándola sobre algo tan personal. Estaba mal visto, no era correcto y la gente lo consideraba impropio, una verdadera grosería. Pero Abel, caballero o no, nada sabía sobre eso. Para él no había dobles vueltas. Cuando algo suscitaba su curiosidad –lo cual ocurría a menudo, aunque muchas veces se esforzara por aparentar lo contrario-, no se andaba con rodeos y lo preguntaba directamente, sin detenerse hasta quedar satisfecho. Annushka no podía echarle en cara algo como eso, pues era demasiado evidentemente que su crianza no había sido tan exquisita e inmensurable como la suya. No podía exigírsele hacer gala de unos modales que sencillamente no conocía y que, de enseñársele, no significarían algo para él.

Cuéntame más sobre tu vida al lado de tus padres —pidió de una forma tan natural mientras se ponía de pie, como si se conocieran de toda la vida y eso le otorgara ciertos privilegios—. ¿Cómo fue tu niñez? ¿Qué hacías para divertirte? ¿Con qué soñabas? —Avanzó de un lado a otro, lentamente, frente a los ojos de la atosigada muchacha—. No dejo de preguntarme cómo es que aprendiste todo lo que sabes. Y ¿de verdad sabes tanto sobre todo? —Hizo una pausa y arrugó la frente, mostrándose confundido. «Todo». ¿Qué significaba realmente esa palabra?—. También me pregunto si siempre tuviste la vida que ahora tienes, y si ocurrió igual con toda esa gente de todos los días se pasea despreocupada por las calles. ¿Siempre vistieron así? ¿Siempre tuvieron comida sobre su mesa, sin necesidad de tener que salir a buscarla? ¿Toda su vida gozaron de un techo tan bien hecho como el que hoy los protege? Es sólo que no logro imaginarme una vida como esa.

Se detuvo un momento y la observó. Ella parecía un poco inquieta, posiblemente se sintiera hostigada con los cuestionamientos que parecían no tener fin y que fluían de la boca de su compañero tan fluidamente que pondría nervioso a cualquiera. Eso no lo frenó.

De donde yo vengo las cosas te cuestan sudor y sangre, ¿sabes? ¿Tienes hambre? Entonces sal a cazar y enfréntate a las bestias. ¿Estás enfermo? Busca el mejor remedio entre la naturaleza. Si tienes suerte, al día siguiente quizá te sientas mejor, sino, habrás muerto habiéndolo intentado. La vida de ustedes parece tan sencilla. Para obtener todo lo que necesitan, sólo les basta estirar la mano y lo encuentran —lo admitía, eso le irritaba un poco, y supo demostrarlo a la perfección cuando su frente se arrugó de manera involuntaria. Verlo ceñudo comenzaba a ser más común de lo que él creía—. Y aun así, teniéndolo todo, los percibo terriblemente infelices. Como si nada les bastara. Mientras más tienen, más necesitan.


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Mensaje por Anna Brullova Jue Jun 30, 2016 10:31 pm

Los orbes sorprendidos de la joven, no dejaban lugar a dudas, estaba totalmente atónita ante ese hombre que parecía querer conocerla a fondo, era verdad que en su fuero más interno quería que la conociera, pero, el pasado, era un tema que solía dejarla tan triste que prefería no tocar. Más al ver la emoción en los ojos de Abel, supo que no podría negarse. Sonrió con un dejo de tristeza.  

Asintió ante algunos de los comentarios de su amigo, - sí, te contaré sobre mi infancia, pero no te muevas de un lado a otro – le suplicó,  - es que me pones nerviosa – volvió a sonreír, esta vez mucho más tranquila, como cada vez que él lograrla hacerla sonreír. Inspiró antes de comenzar su respuesta, - a ver, donde me crié, era una ciudad fría, casi todo el año, solo que en invierno nieva tan seguido que pareciera siempre estar cubierta por una gruesa capa blanca, lo que la hace ver tan bella como un sueño -  dijo, recordando las construcciones con sus techos cubiertos de nieve, al igual que las ramas de los árboles.  – vivíamos en un lugar donde casi delante de todo edificio, había una arboleda y plazas, los niños podían jugar mientras sus niñeras los vigilaban sentadas en bancas, charlando entre ellas y pasando momentos de paz y sosiego…  pero no toda la ciudad era así – dijo mientras su gesto se entristecía – en las afueras, existían familias que casi no podían ni alimentarse, ni abrigarse, el hambre y las enfermedades asolaban sus vidas, y aunque papá intentó hacer algo por ellos… nuestro rey no le escuchó - su mirada buscó la ajena, como si necesitara el abrigo de aquella mirada para seguir con su historia. – mi padre, Dimitri, era el Comandante en jefe de la guardia real, además de primo del rey – bajó la cabeza, llevando su mirada a unas flores de blancura inusual.  – ni aun así pudo hacer nada por los menos favorecidos, y en mas de una ocasión, nuestra familia fue repudiada por los demás nobles, por el solo hecho de ayudar a los necesitados… hasta le quisieron hacer un juicio por traición a mi papá, solo por llevar alimentos, medicina y abrigo a esa pobre gente -   susurró emocionada, recordando al noble padre que había tenido.

Intentó cambiar un poco de tema – no Abel, yo no sé todo, apenas un poco de ciertos temas, pero la educación de una mujer, dista mucho a la de un hombre – sonrió ruborizándose – nos educan para ser buena esposas, madres, compañeras, anfitrionas, y a no meternos en política, ni dar nuestras opiniones en ningún tema que pueda afectar a nuestros esposos -  De pronto su mirada se perdió en la lejanía, - aunque mi padre nos permitía todo eso y más,  pues fue mi culpa que casi le apresaran por ayudar a los necesitados, era yo la que arengaba por la igualdad de las clases sociales – volvió a bajar su mirada, sin poder llevarla a los orbes ajenos, que podía adivinar, la miraban intrigados. Tragó saliva y continuó, - él pensó que lo mejor sería que junto con mi madre, nos mudáramos a Paris – se detuvo abruptamente y apretó el relicario, - fue la noche previa a nuestro viaje, cuando le asesinaron… y a mi madre… - un silencio se apoderó de aquel momento. Inspiró profundo, llevando una de sus manos a su rostro secando las lágrimas, - no sé cómo llegué a Paris, ni quien me ayudó a huir de aquellos asesinos, solo sé que gracias a mi padre, hoy tengo un lugar donde vivir y hemos logrado inaugurar éste invernadero – sonrió con un dejo de tristeza, pero buscando la mirada de Abel – te debo el haber vuelto a sentirme viva, a poder llamar hogar a ese edificio donde había vivido antes de conocerte… en verdad Abel… no sé que hubiera sido de mí, si tú no hubieras llegado aquella noche – su mirada huyó de la ajena, recordando que ese mismo día, había decidido terminar con su vida, pero la compañía de aquel hombre, su necesidad de ayudar a otros, le había hecho pensar, que tenía un propósito en la vida, que a pesar de tanta perdida, todavía valía la pena luchar un día más .

De pronto recordó la reunión, una noche de gala, en la que la crema selecta de los rusos emigrados a Francia, se reunirían, ella había recibido la invitación, se suponía que como lejana familiar del rey, debía asistir, pero no podría hacer eso, sin el apoyo de Abel, de solo pensar en enfrentar a esos buitres, comenzó a temblar, - Abel, debo pedirte un favor… te suplico que no me digas que no -.


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Mensaje por Abel Mar Jul 26, 2016 8:00 pm

Abel, que ya para ese entonces se encontraba un poco alterado, se obligó a relajarse. Debía que entender que Annushka no tenía la culpa de que él no terminara de comprender cómo funcionaba el mundo más allá de las montañas. No podía juzgarla por eso, porque ella jamás se había atrevido a criticar algo que lo conformara a él, incluso cuando era más que obvio que ella tampoco entendía algunas de sus creencias y costumbres. Desde que había llegado a su casa, no había hecho más que darle libertad y ofrecerle su ayuda. Lo correcto era que él le pagara con lo mismo. Dejó de moverse de un lado al otro y le brindó toda su atención. Entonces, ella le relató parte de su vida en la fría Rusia, cosas agradables y algunas demasiado tristes. Conforme fue hablando de sí misma, él se fue dando cuenta de que la amabilidad y la preocupación que siempre mostraba por el prójimo, no era algo reciente, tampoco algo que se reducía sólo a él, sino que realmente lo traía en las venas. Una filántropa nata.

Soy yo quien está en deuda contigo —aseguró, tras escuchar el nervioso comentario de la joven. Quizá lo hizo también en parte para agradecerle el haberle hablado de su pasado, aun cuando éste fuera tan doloroso—. ¿Cómo podría negarte algo después de lo que has hecho? Mi madre me enseñó a ser siempre agradecido. Sólo pídelo y lo haré, sin importar lo que cueste.

Abel albergó la esperanza que se tratara de alguna actividad en la que fuera bueno. Cacería, rastreo, recolección de leña. Pero algo en el rostro sonrojado de la muchacha le hizo sospechar que no, que se trataba de algo más. ¿Volvería a pedirle que se hiciera cargo de las rosas de su jardín? Esperaba que no, suficiente tenía ya con haberlas arruinado en una ocasión. Pero incluso si de eso se trataba, estaba dispuesto a hacerlo.


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Mensaje por Anna Brullova Dom Sep 11, 2016 7:34 pm

Una sonrisa se expandió en su rostro al escuchar la repuesta de Abel, en verdad aún no tenía que sentirse vencedora, pues lo que le pediría sería algo que no estaba acostumbrado, y en cierta manera, ella tampoco, pues una cosa era acompañar a sus padres  a los bailes de palacio, logrando,  luego de unos cuantos minutos, huir hacia algún salón alejado de la fiesta, y  en el que nadie llegaría a molestarla, a tener que soportar una reunión en que ella sería el pobre cordero a devorar.  Intentó que aquella imagen no la perturbara, posando su mirada en el fuerte cuerpo de Abel, él sería su guardián, su compañero y la ayudaría a escapar, en el caso de sentir que el evento se hacía insoportable.

No pudo ocultar su nerviosismo, pues sus manos estrujaban un trozo de la falda de su vestido, levantando involuntariamente un poco la falda, mostrando sus enaguas de puntilla y encajes. Volvió a sonreírle, inspiró profundamente, antes de continuar,  - no, me debes nada, pero gracias – le dijo, acariciando apenas el dorso de la mano masculina, con su mano, para luego  aferrar de nuevo su falda. Sus mejillas se colorearon levemente y su mirada huyó de la ajena, en busca de calma. Cuando se recompuso, su corazón volvió a bombear acompasado, comenzó a explicarle de que se trataba el tema. – Verás, todos los años, los rusos que están fuera de nuestro reino, realizan una gala  en la que se festeja el aniversario de la última dinastía reinante – Llevó sus ojos a los de Abel – Sé que en verdad no es algo importante… a quien le puede importar un evento así. Más si no asisto, la hermana de mi padre tendrá derecho de pedir todo lo que tengo, ademas de mi tutela… y… -  la angustia se notaba a simple vista en los orbes de la joven – no puedo… no quiero vivir con ella, despreciaba a mi madre y por añadidura ese odio también se extiende a mi, lo único que desea en verdad, es la herencia de su hermano -  tragó saliva, porque lo que le pediría era una locura – debo demostrar que mi vida está encaminada, que no necesito que nadie la dirija, que no estoy sola – su rostro enrojeció, ¿debía pedirle que se hiciera pasar por su prometido? ¿Qué pensaría Abel? Podría estallar de risa, o por el contrario enojarse y dejarla hablando sola, pero no tenía otra opción que arriesgarse. Volvió a tragar saliva, - Abel, necesito que me acompañes a esa reunión… y que seas mi pareja… - bajó la mirada, - sé que puedes pensar que es mucho pedir, pero… solo sería por ese momento…  - el rostro de Anna de pronto se volvió del color del mármol, ¿Qué estaba haciendo? No, había ido demasiado lejos, ella no tenía ningún derecho de pedirle semejante  locura. Bajó su mirada a las manos que dejaron de estrujar el vestido, quedando inertes sobre su falda, suspiró, cerró sus ojos  abatida por la situación – lo siento, no debí haberte pedido semejante locura – susurró, sin fuerzas, ni valor para mirarle a los ojos.


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Mensaje por Abel Dom Oct 09, 2016 12:59 pm

¿Un baile? ¿Al que asistiría como su pareja? Por enésima vez en el día, Abel arrugó el ceño, haciendo evidente su creciente confusión. ¿Qué estaba proponiéndole exactamente? Ella se lo había explicado, pero quizá no lo suficientemente detallado como para que él terminara de comprenderlo. Tal parecía que la señorita Brullova olvidaba en muchas ocasiones el tipo de hombre que era él, de dónde venía y todo el tiempo que había pasado allí, lejos de la civilización, ignorante del mundo. Toda su vida había convivido con gitanos, y éstos de vez en cuando encendían fogatas, para luego cantar y danzar alrededor del fuego hasta muy entrada la noche, pero dudaba mucho que el evento del que Annushka hablaba fuera similar. Conociendo a los parisinos y sus extrañas costumbres, no, ni siquiera debía estar cerca.

De todos modos, entender de qué se trataba el dichoso baile, no era lo más importante. Según Annushka, existía una mujer queriéndole arrebatar todo lo que tenía, el patrimonio que sus padres le habían dejado, y eso no podía permitirlo. Si su participación en ese evento haría la diferencia, si en sus manos estaba el ayudarle, entonces no tenía nada que pensar.

Lo haré. Dije que haría lo que fuera y siempre cumplo lo que digo —le reiteró con seguridad, y sí, puede que también con deseos de venganza. Apenas llegando a la ciudad, a él le habían arrebatado lo más valioso que tiene un hombre: su libertad. Era tarde para hacer algo al respecto, lo hecho, hecho estaba, pero ayudar a Annushka a defender lo suyo, era una buena forma, algo así como una terapia, para llegar a cerrar ese ciclo—. Asistiré al… —hizo una breve pausa, ¿de verdad estaba por pronunciar eso?— baile y seré tu pareja. Nadie te quitará lo que tu padre decidió que sería para ti, primero tendrían que pasar sobre mi cadáver —lo dijo con tanta seriedad, que Lenya debió pensar que hablaba de forma literal. Y así era.  

¿Me dirás qué hacer? —Desde luego, debía hacerlo. Era, sin duda, una excelente sugerencia.

Abel no había crecido sabiendo de modales, de hecho, no tenía educación alguna; no se le había instruido en el arte de la danza, ni se había puesto jamás un traje de gala. ¿Cómo diablos lograría encajar allí? Annushka tenía un arduo trabajo por hacer y definitivamente muy poco tiempo para completarlo.


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Mensaje por Anna Brullova Lun Oct 10, 2016 10:44 am

Levantó la mirada, en cuanto le oyó decir que le acompañaría, sus orbes transmitían la emoción que aquel gesto, de parte de  hombre que se había convertido en su única familia, significaba para la rusa y su vida. - no, no quiero que te hagan daño, jamás antepondría mi vida, y menos lo material, a tu vida - dijo mientras sin premeditar, llevó sus manos al rostro masculino, acarició la rasposa mejilla, y sonrió, mirándole a los ojos, clavando sus melancólicos ojos color miel, en los azules, claros, como el cielo de mediodía, que poseía su amigo. - mi querido Abel... - dijo, intentando no llorar, dejando que la impulsiva necesidad de abrazarle la llevara a unir su pecho con el de él, apoyando su mejilla en el hombro masculino, apretando con sus delicadas manos el fuerte torso masculino.

Suspiró aliviada, embriagada en la sensación de seguridad que él le transmitía. Con sus ojos cerrados, disfrutó del contacto tan cercano e intimo, hasta que en su cabeza algo la atrajo nuevamente a las formalidades de un mundo lleno de apariencias y sujeto al que dirán, o tal vez fue el miedo a no ser correspondida. Con su rostro encendido por la pena y la vergüenza que le causaba, pensar en cual podía ser la reacción de Abel, fue soltando el abrazo, irguiendo su cuerpo, alejándose lentamente de él. Mas llevó su mirada a los orbes de su amigo, - entonces, deberíamos comenzar las lecciones lo antes posible - no dejó de sonreír e inclino su cabeza, en un gesto aniñado, dulce, un tanto ingenio, pero que demostraba, cuanta ilusión le causaba poder enseñarle ciertas costumbres típicas de su vida y su pueblo.

Le llevó pocos minutos, arreglar todo lo que necesitaba, dejando encargado a unos de los empleados de mayor confianza, la tarea de cerrar el local. Había casi huido, del lado de Abel, poniendo la excusa, de tener que arreglar ciertos papeles, solo para intentar serenarse, y no demostrar lo importante que era para ella, que él hubiera accedido a protegerla. Se apresuró a buscar su bolso, y sacar dinero de la caja fuerte, necesitaba encargar algunos trajes, zapatos, camisas,- y tal vez un buen corte de cabello -, caviló por unos pocos segundos, aunque luego recapacito, al afirmarse de prefería mil veces la forma en que él lo llevaba, así, indómito, salvaje, como el caracter de aquel hombre. Sus mejillas se tiñeron de rubor, su corazón latió con mas fuerza, cuando pensó en él, en sus palabras, Anna lo presentaría como su pareja, - mi pareja - susurró, llevando su mano al camafeo que llevaba en su cuello, cerrando por unos segundos sus ojos, sonriendo, solo para suspirar tristemente, - sería hermoso no estar sola, pero la verdad, es solo por ésta ocasión, por ayudarme... no sé cuales son los sentimientos de Abel hacia mi - caviló. Ella comenzaba a comprender sus sentimientos hacia él, pero temía que los de Abel, no fueran mas que de amistad, bien sabía que ella era una mujer, delicada y asustadiza, ¿como podría legar a despertar sentimientos profundos en un hombre tan fuerte y aguerrido como Abel?. Suspiró, moviendo su cabeza, negándose a pensar en ello e intentando borrar de sus pensamientos, aquellos miedos. Continuó con sus tareas, cerró con llave, la puerta de su despacho,  caminó segura, aunque algo ruborizada por los muchos pensamientos, sentimientos que la invadían, estaba dispuesta a disfrutar de aquella tarde junto a su querido amigo, no permitiría que la tristeza, volviera a asaltarla.  Cuando llegó a donde él se encontraba, le observó, regalándole una sincera sonrisa, antes de hablarle - ¿estas listo? iremos de compras -.


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Mensaje por Abel Lun Mar 06, 2017 9:30 pm

Esa misma tarde...


Ir de compras ponía a la gente de buen humor. Al parecer, la idea de salir, encontrar algo de su agrado en el recorrido y contar con la posibilidad de adquirirlo, los hacía sentir entusiasmados. Y, aunque fue bastante evidente que el paseo no tendría ese mismo efecto en Abel, sintió que Annushka de verdad estaba disfrutándolo. ¿O qué otra cosa podría significar aquella incipiente sonrisa? Se le notaba optimista, muy alegre. Abel pensó en que desde su súbita llegada a la residencia Brullova, no la había visto así de feliz. Sintió que una gran responsabilidad caía sobre sus hombros. Si ese evento del que le había hablado era tan importante para ella, no podía defraudarla. Debía dar lo mejor de sí y tal desafío iba a requerir un gran esfuerzo de su parte.

A medida que avanzaban por uno de los bulevares más famosos y concurridos de la ciudad, más tiendas fueron apareciendo. En París, la zona comercial era vasta, y sus productos, famosos en el mundo entero. Extranjeros y oriundos gustaban de derrochar su dinero comprando toda clase de artículos que consideraban «imprescindibles». Abel, como todo buen mozo, anduvo un paso detrás de Annushka. Ella lo guiaba a través de la muchedumbre, mientras sus ojos inspeccionaban cada local y a las personas que se abarrotaban en las entradas. Durante un buen rato no dijo nada. Hasta que algo atrajo su atención.

¿Qué clase de trapos son esos? —Arrugó el ceño con curiosidad, deteniéndose frente al escaparate de una tienda, donde exhibían un traje color mostaza con vuelos en el cuello y puños que le pareció bastante ridículo—. Ni siquiera sé si fue hecho para que lo use un hombre o una mujer.

En ese instante, un hombre de baja estatura emergió del interior de la tienda, como si se tratara de un fantasma. Mostró una sonrisa amplia pero falsa, pues fue bastante evidente que había escuchado la opinión de Abel.

Ese, caballero —hizo una brevísima pausa para dar más énfasis, puesto que por su apariencia humilde no lo consideraba más que un criado ignorante—, es un diseño exclusivo, muy costoso, y que desde luego, no es para cualquiera.

El hombre lo observó con suficiencia, incapaz de no mostrar su disconformidad, aunque fuera por educación. Sentía la necesidad de defender su honor como sastre, creador de aquella prenda, y el de su negocio, que era uno de los más antiguos locales situados en aquel lugar. Desde luego, las palabras de Abel significaron para él un verdadero insulto. Se quedó allí, de pie junto a la entrada, de algún modo obstruyéndola para evitar que alguien como él entrara. Aunque, dudaba que lo hiciera. Después de todo, ¿qué podía tener en su negocio para un mugroso como él? Y de tenerlo, pensó que ni en un millón de años lograría reunir la cantidad suficiente para comprarlo.

Mademoiselle, ¿hay algo en lo que pueda ayudarle? —Dulcificó el tono y se dirigió esta vez a Annushka, ignorando a Abel con la intención de que éste siguiera de largo, sin imaginar que venían juntos.


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Mensaje por Anna Brullova Vie Mar 31, 2017 5:30 pm

No podía ocultar la dicha que le provocaba, caminar por la calles de la ciudad, sabiendo que Abel, estaba cerca de ella, que la protegería de cualquier peligro y que por sobre todo, no se negaba a concurrir con ella a una velada tan importante como la Cena Rusa. Al lado de aquel hombre, podía sentirse segura, además, él había sido el único que realizara el milagro de devolverle las ansias de vivir. El que poco a poco había logrado sacarla de la tristeza absoluta, de un abismo, del que jamás creyó poder salir.

Por momento le observaba con rápidos vistazos en las vidrieras de los negocios, así, podía saber a cuanto de distancia él se encontraba. En otras ocasiones, se detenía, giraba su cuerpo y le observaba avanzar hacia ella, - desearía ir tomada del brazo de Abel, recorrieron las calles de éste París diferente – caviló, mientras él se acercaba - solo por recorrerlos en su compañía, las calles y escaparates de las tiendas, poseen otro color, otro resplandor – recapacitó, mientras giraba nuevamente su cuerpo, para seguir avanzando, segura de que él la seguía. Su mirada recorrió las fachadas de las más importantes tiendas de trajes, aunque su cabeza se encontraba imaginando como luciría Abel, vestido de la misma forma como los hombres que asistían a las fiestas y reuniones en el Palacio de San Petersburgo, - como lo hacía papá - pensó, sin poder dejar de entristecerse levemente.

Se acercó a la vidriera de un local, para tener la excusa de girar su rostro y volver a contemplarle. Pensó en que además del traje, debería hacer algo con los cabellos, y por supuesto la barba rubia que cubría gran parte del rostro masculino. Sus ojos se detuvieron en aquellos labios, ocultos en parte por la poblada barba, - ¿cuál será el sabor de un beso? -. La pregunta retumbó en su cabeza, haciendo que sus mejillas se ruborizaran, bajó la vista al piso y se alegró pensar que Abel estaba muy concentrado observando todo aquello que pasaba a su alrededor, como para fijarse en el rubor que cubría su rostro, o el temblor en sus manos.

Anna, llevó su mirada al rostro de Abel, para luego dirigir su mirada, a donde se encontraba el traje de un color demasiado llamativo para su gusto. Arrugó su entrecejo, estaba a punto de comentar que no siempre existía el buen gusto en cuestión de vestimenta, y en tal caso, podía ser usado perfectamente en el carnaval de Venecia, cuando observó que el dueño del local emergía del interior. Un dejo de fastidio le trepó a sus pensamientos, su humor se agrió, al escuchar como el sastre menospreciaba con sus palabras a su querido amigo. Miró con detenimiento a aquel hombrecito y suspiró, antes de contestar, - No, caballero, justamente estaba por comentar a mi acompañante, que el traje parecía hecho para ser lucido en los carnavales de Venecia, pero no, en las cortes rusas, donde el protocolo y la elegancia son indispensables. – la mirada, siempre dulce y humilde de Anna, se había tornado fría, despectiva, - desde luego, un traje como ese, jamás podría ser usado en palacio - buscó la mirada de Abel, quien seguramente no entendería de donde había surgido esa Anna, tan distinta a lo que él conocía, - vamos, querido, conozco el lugar ideal para comprar lo que necesitamos - , posó su mano en el fuerte brazo de Abel y realizó un elegante gesto de despedida, para continuar el paseo, dirigiendo ésta vez sus pasos, hacia la exclusiva sastrería en la que su difunto padre solía encargar sus trajes fuera de Rusia.


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Mensaje por Abel Sáb Abr 15, 2017 11:16 pm

¿Carnavales de Venecia? Abel no tenía idea de qué era eso, pero la forma en que Annushka lo pronunció, así como el gesto de indignación que mostró el engreído sastre al escucharlo, hicieron que éste sonriera, tan ampliamente como nunca se le había visto. Casi pareció otro, menos reservado, menos taciturno, menos… adulto. Como si se tratara de una travesura, él y Annushka se miraron de manera cómplice y juntos retomaron su paseo, dejando atrás y en el olvido la tienda y al hombrecillo que con mirada atónita los vio alejarse, sin dar crédito a lo que acababa de ocurrir. Literalmente, la señorita Brullova le había callado la boca, y aunque era una faceta de ella que Abel recién descubría, le agradó darse cuenta de que no siempre era la muchacha dócil y extremadamente cándida que la mayoría de las veces lograba mostrar.

Él la siguió de cerca, sintiéndose cada vez más cómodo con su compañía. Al doblar la esquina de la avenida, ella se detuvo ante la entrada de un nuevo establecimiento, y sin necesidad de preguntar, Abel supo que había llegado la hora de iniciar con su transformación. Una oleada de inseguridad lo invadió, pero algo en los ojos de la rusa le dijo que no había razón para preocuparse, que estaba en buenas manos.

Adentro había más de esos trajes, pero de colores y diseños mucho más discretos que a Abel no le parecieron tan ridículos, aunque eso no significaba que le gustaban. Por más que intentaba comprenderlo, no lograba entender cómo podía existir gente que elegir vestir así, por simple gusto. La gente de ciudad era extraña, él jamás podría acostumbrarse a eso. Si Annushka le pedía ropa como aquella, lo haría, aceptaría cualquier cosa, pero sólo porque estaba en deuda con ella.

¿Le parece bien si iniciamos, caballero? —La voz de un hombre emergió detrás de él, mientras husmeaba en la tienda.

Cuando se giró, descubrió que Annushka le acompañaba, y que él llevaba consigo algo largo enroscado en los dedos. Era una cinta, con la que procedería a tomarle las medidas para poder hacerle un traje a su medida. ¿Pero qué podía saber Abel de esas cosas? Todo lo que atinó a hacer fue mirar a Annushka, en busca de la siguiente indicación.




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Mensaje por Anna Brullova Lun Mayo 01, 2017 8:08 pm

Verle sonreir, había sido para Anna, un regalo que no esperaba recibir. Intentó no quedarse mirando al rostro de su amigo, pero se veía tan diferente. Aquel rictus que casi siempre conservaba, se había esfumado, y una bella sonrisa era el mejor reemplazo. Astas sus ojos se achicaban y mostraban leves arrugas, que le daban un toque de hombre mayor, pero que a la vez, mostraban que era un ser que podía llegar a ser risueño y juguetón, - bueno, eso ya lo comprobé, la noche que llegó a nuestro hogar - caviló. De pronto, sus ojos se abrieron de forma desmesurada, mientras sus mejillas se enrojecían, le dio la espalda y se dedicó a buscar algo en su bolso, mientras en su cabeza retumbaba la certeza de que ella no tomaba como su hogar, sino el hogar de los dos, aquella mansión en la que lo conociera. Mordió su labio inferior, sabiéndose perdida, pues le estaba comenzando a querer, o tal vez, ¿a amar? lo negó mentalmente, aunque su corazón latía con fuerza y un calor le hacía acalorar, a pesar de estar en un día particularmente frío.

Continuó caminando a su lado, sonriendo levemente, intentando mantener la calma y no mirarle de forma continua, de no dejar que las ansias de prenderse de su musculosos brazos la venciera. Caminaron aun unas calles mas, hasta que por fin llegaron a la tienda del sastre que solía atender a su padre. Se detuvo un segundo en el umbral de la entrada, mientras el recuerdo de su padre le embargaba el alma. Era tan bueno sentir que de algún modo, su padre, estaría presente en esa temida reunión. Tras respirar profundamente, empujó la puerta y entró seguida de Abel, quien se mantenía nuevamente parco y silencioso como era su costumbre.

Fue que el anciano sastre la viera y la reconociera, pronto se acercó a saludarla, mientras dejaba en manos de un ayudante, al cliente que esperaba ser atendido, - Señorita Brullova, que bueno verla - dijo mientras le tomaba la mano enguantada y besaba el dorso de su delicados dedos.  El anciano se inclinó levemente, para luego disculparse por no haber mandado unas lineas dando las condolencias por la muerte de los padres de Anna, - En verdad me quedé destruido, al saber que sus padre fueron unos de los nobles que sufrieron la sublevación que tuvo al Zar a punto de dejar el trono. Espero que el hecho de saber que los responsables fueron ajusticiados, le dé un poco de consuelo -. Las palabras del anciano, dejaron atónita a la joven rusa, desde su llegada a París, no había sido capaz de preguntar al embajador ruso, los detalles de la investigación. Ahora, se enteraba que los responsables de tan inmerecido final para sus padres, habían muerto, y aunque pensó que esa noticia tendría que alegrarla, no fue así, por el contrario, se sintió devastada, aunque intentó que su tristeza no fuera visible, deseaba que la experiencia de Abel, fuera placentera. por lo que minimizó lo dicho por el anciano y se dedicó a explicarle lo que la traía por el local.

Anna, se acercó a donde Abel había se encontraba, sonriendo con dulzura, al ver la mirada de  susto, parecía un niño que temía ser auscultado por el medico. Se colocó a su lado, mientras el anciano desenroscaba la cinta métrica, - no te preocupes, el señor Voroviov, tomará las medidas necesarias para confeccionar un traje, cuando las tenga, podremos elegir la tela y el diseño mas apropiado para que luzcas como un actor del teatro - le dijo, mientras una risita surgía de sus labios y pensaba que ese sería el próximo lugar a donde lo llevaría.


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