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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Aitor Copado Lun Oct 19, 2015 11:53 pm

Ya era un lobo solitario. Tal vez, un hombre con apariencia animal. Sí, ya la bestialidad había abandonado a Aitor y con serenidad cruzaba el bosque alejándose de todo contacto que pudiese darse con alguien de su clase o cualquier sobrenatural. Controlaba sus poderes y aunque eso era lo que siempre quiso cuando aceptó ser un licántropo pese a su constante negativa a que no podía serlo. En su vida apareció Isabeau y ella lo cambió todo. La había perdido y no sabía como, la última noche que vivía en él era en aquella cabaña donde intentarían hacer lo que Aitor ya podía, controlar a la bestia. Fueron muy minuciosos, con muchas trampas para protegerla a ella pese a que con su terquedad asegurara que Aitor no tenía que preocuparse por ella. Isabeau era muy obstinada y aunque mucho le rogara aquella noche que se alejara, ella nunca lo haría, por eso la amaba tanto esa terquedad los unió en aquella víspera de luna llena en los campos sembradíos a las afueras de París. Aitor fracasó e Isabeau desapareció ¿qué había pasado? Esa era la pregunta que atormentaba al hombre y al lobo. ¿Estaría muerta?; no podía estar con otro, su corazón negaba esa posibilidad. Si su amada cambiante vivía no solamente estaría buscándolo, si no que, como él, no tendría una aventura. No lo haría, ella no lo haría.

El lobo tomó asiento al llegar a la cima de una de las montañas que vivían dentro del bosque y desde la cual los ojos de Aitor veían la luna. A lo lejos comenzaba a verse el cielo claro, dentro de poco llegaría el amanecer y él volvería a tener su forma humana. Sintió ganas de echarse y observar a través de los ojos lobunos el amanecer; sin embargo, no quería caminar desnudo por el bosque como le siempre le sucedía antes de controlarse. Comenzó a andar lentamente, sin prisa. Agudizando el rastreo del que no era todavía experto. Si bien era cierto que tenía dominio sobre sus habilidades y el raciocinio. Las emociones fuertes podían alterarlo y perder el control. Por eso no corría hacía la cueva donde guardó una mochila con sus prendas e iniciar su viaje para encontrar a Isabeau, o las respuestas que fueran necesarias para saber que había pasado aquella noche. Asegurarse de si estaba viva o muerta. Si era cierto que dedicó sus años en controlar a la bestia por encima de buscarla. Creyó que era lo mejor, la bestia siempre iba ser un inconveniente en su búsqueda. Domarla primero era lo mejor.

Por supuesto, el costo a esa decisión iba a ser muy grande. Lo sabía, entre más tiempo pasaba desde aquella noche menos indicios encontraría. Ir a los Pirineos era lo primero que tenía que hacer, volver a la cabaña si es que todavía existía. A veces, en sueños podía ver la cabaña en llamas y el cuerpo de Isabeau siendo arrastrado. No podía asegurarse de que fuera cierto. Acudió a la adivinación de una gitana y la reminiscencia de un hechicero pero no supieron darle respuestas. El bloqueo mental del licántropo era muy poderoso, tanto como su resistencia física. Resistencia que puso a prueba cuando en la playa defendió a una atrevida gitana que decidió seguirlo. Así perdió la vida pero fue en ese momento en el que dominó a la bestia y con su inteligencia eliminó a la amenaza. Luego, los ojos de Aitor vieron a la gitana y desapareció. Corriendo tan rápido para llegar al bosque antes de que amaneciera consiguiéndolo.

Se acercaba a la cueva cuando captó un olor, una esencia que sólo podría pertenecer a Isabeau. Aquella alteración en sus sentimientos despertó a la bestia que tomó el control del raciocinio. La presencia de la que no podía ser más que la amada de Aitor seguía siendo una amenaza para él. Al menos así lo creía el feroz lobo. Con sus orejas paradas y agrandándose sacando el pecho buscó la precedencia de ese aroma y tan pronto como lo localizó salió en una única presencia. Despedazar a aquella mujer que se empeñaría a estar con Aitor. Mas en esta ocasión no le daría oportunidad. Si no se defendía terminaría con su vida. Sólo cabía lugar a una posibilidad. O moría ella o lo hacía el lobo arrastrando a Aitor a la muerte.

Sin embargo, a escasos metros del encuentro el lobo se detuvo. Emitió un chillido retrocediendo y los ojos cambiaron. Aitor retomó el control y a un trote ligero se acercó a ella. Dentro de él sonrió. Era Isabeau y él, con los ojos del hombre la observaba.
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Mensaje por Isabeau Beaumont Mar Oct 20, 2015 3:46 am

Era una hora ya avanzada de la noche y en el bosque se presentaba el usual movimiento de los animales que confiadamente abandonaban sus madrigueras para deambular en el, y el de los búhos que posados en las ramas de los árboles frondosos veían reflejadas en sus plumas el baño de los rayos plateados de la luna que en ese momento se mostraba completamente en el cielo y que servía para iluminar la verde zona como únicamente acontecía una vez al mes.

Luna llena. En la vida de Isabeau existía un antes y un después, todo influído por una luna llena. El antes se encontraba incluído en el espacio de tiempo acontecido desde su nacimiento hasta el momento en que bajo una de ellas había visto por primera vez a aquel hombre al que tanto había amado y el después contenía todo lo que había vivido junto a él y después de él, cuando ya no se encontraba más a su lado.

Pero dichos recuerdos, aunque siempre presentes en la mente de la cambiante, parecían haber transcurrido hace ya tanto tiempo que resultaba difícil no creer que todo había sido un sueño que de alguna manera le hubiese sido regalado durante algún tiempo. Un oasis en su vida durante el cual conoció a Aitor y compartió su existencia con él en la cabaña de los Pirineos, lugar al cual ya ella no regresaría, sabía con toda certeza que él ya no estaba allí. En realidad ella nunca mereció dicho regalo.

Y así como había un antes y un después, también existía un presente y en este una mujer de largo cabello rubio corría en medio de los árboles, aumentando su velocidad a medida que se adentraba entre ellos, y al hacerlo y sabiendo que nadie le vería, se despojó de su ropa, lanzando cada pieza adonde fuera que pudiese caer, sobre la grama y los arbustos que existían a su paso. Con una sonrisa ladeada en el rostro sus ojos cambiaron tornándose rasgados y luminosos, abandonó su figura para acoger la del guepardo y continuó así su recorrido.

Isabeau buscaba un lugar preciso en el bosque adonde ya había estado antes en el pasado, siguiendo la dirección que podía recordar con facilidad gracias a su memoria fotográfica. Ahora sólo tendría que encontrar el árbol exacto cuyo tronco había marcado ella misma. Atisbó cada árbol en las cercanías y cuando se acercaba el amanecer sus ojos brillaron al reconocer uno en especial. Se detuvo y con sus patas comenzó a escarbar debajo de él. Escarbaba y escarbaba con la asistencia de sus garras y en su impaciencia regresó a su forma humana y continuó así encontrando finalmente lo que buscaba.

Con sus manos sacó un bolso de mediano tamaño y atisbando en su interior sonrió al ver que aún mantenía el preciado contenido además de una conveniente muda de ropa. Sus oídos le alertaron al escuchar el sonido de alguna criatura que se acercaba. En un principio pensó que debía de tratarse de un zorro o un oso pero su corazón dio un vuelco en su pecho al percibir el aroma que inesperadamente inhaló y que de inmediato le desestabilizó.

Se levantó con rapidez y justo cuando terminaba de cubrir su desnudez con el vestido apareció él. En un principio lo miró con incredulidad, como si se resistiese a creer quien era. El licántropo de brillante pelaje negro trotaba en dirección suya. Ella le observaba inmóvil, sin deseos de mover un sólo músculo, quizás si lo hacía la visión desaparecería. A medida que se acercaba sus latidos aumentaban pero su mente seguía resistiéndose a reconocer el hecho de que fuera el mismo lobo.

Sus ojos entonces se fijaron en la mirada que debía ser la del licántropo pero en su lugar vió la del hombre. El descubrimiento sacudió cada fibra suya, sorprendida y maravillada se acercó despacio. -Aitor...- susurró cuando con el brazo extendido su mano tocó el pelaje del lobo. Lentamente lo acarició con sus dedos y supo que de verdad era él.
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Mensaje por Aitor Copado Mar Oct 27, 2015 11:06 am

La caricia era sublime, después de tantos años nunca la sintió y mucho menos siendo la bestia, transformado en un lobo. La mano sobre su pelaje era una sensación que le erizó la piel, su misma cabeza lobuna buscó profundizarla y se sentó moviendo la cola. Pues a pesar de todo seguía teniendo instintos animales y ese tipo de pruebas así lo sugerían. Pero el ocaso se acercaba, estaba lejos de su cueva. Mas había valido la pena corroborar si su instinto no le traicionaba como lo hizo en un par de ocasiones. Se encontró en un dilema, seguir sintiendo las caricias y transformarse ante ella con su desnudez que ya conocía, o regresar a la cueva para vestirse y tener entre sus brazos a su hermosa mujer. En su mente pensó que quizás se despojarían de sus ropas de cualquier forma. Eran tantos años en que no tuvieron ninguna clase de contacto que el deseo era casi una desesperación si no se concretaba. Al menos así lo creía Aitor.

El lobo se levantó y mordió el vestido de su felina jalándola; luego, con su cabeza señaló el lugar donde debía de encontrarse la cueva. Sabía que ella entendería algo. Quizás no que su ropa estaba allá, pero si que debía seguirlo. Así, Aitor comenzó a subir por la colina. Deteniéndose de cuando en cuando para asegurarse que la seguía. Sabía que ella podía leer la mente de los animales y esperaba que hiciera eso con él. «No te transformes» quería decirle. La idea era que ambos estuvieran vestidos para cuando el sol apareciera brindándole a Aitor su cuerpo humano.

Siguió haciendo las mismas pausas, comprobando que lo seguía. La mañana estaba apunto de apoderarse del cielo por lo que el lobo tuvo que acelerar el paso. Correr tan rápido como le fuera posible. Ya se encargaría de buscar a Isabeau, no se le perdería de nuevo, no lo permitiría. Justo al llegar a la cueva la transformación culminó. Le costó un poco de trabajo respirar, su cuerpo sudaba y su corazón latía apresurado. Desnudo, se recargo en la pared pensando en su bella felina. Sonrió al parecer a la mana. Sin embargo, con sus ojos veía a Isabeau.

Caminó con prisa hasta encontrar el saco con su ropa. Era sencilla, su gusto no había cambiado desde que conoció a Isabeau. creía que quizás a lo lejos ella podía reconocerle por ese atuendo. Como fuere, era tiempo de ir a su encuentro. Pero cuando lo hizo, ella ya estaba afuera. —Isabeau, sabía que llegaría este día. La vida no podía ser injusta para ambos. Estabas con vida, siempre lo supe y discúlpame por no encontrarte primero —se acercó a ella, tomó con sus manos el cuello femenino y le dio el beso que tanto necesitaba.
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Mensaje por Isabeau Beaumont Jue Oct 29, 2015 5:41 pm

Que sus largos dedos se deslizasen repetidamente sobre el suave pelaje del lobo y que este fuera Aitor, que acabara de descubrir y constatar que era él era mucho más de lo que Isabeau podía contener por mucho tiempo adentro suyo. Un intenso y variado cúmulo de emociones de toda índole la sobrecogía, pero en ese momento la mayor y más importante y en la cual se resumió todo fue aquel sentimiento que usualmente se expresa en una sola palabra y que en ese momento fluyó entre los dos como si el tiempo no hubiera pasado para ellos. La felina observó como los hermosos ojos marrones brillaban en las orbes que en otro tiempo fueran amenazadoras y la única razón por la que no lo estrechó en sus brazos fue porque él ya se había levantado y ahora tiraba de su vestido queriendo indicarle que emprendía la marcha.

Lo comprendió de inmediato, los pensamientos del lobo le fueron transmitidos gracias a su habilidad telépatica, pero incluso esto le maravilló, jamás este antes le había dirigido pensamientos civiizados, siempre habían sido mortíferos y letales. Se encontró entonces ante una disyuntiva: seguirle o no. Por supuesto la respuesta era clara y las acciones lo determinaron incluso antes que la parte racional, evidenciándose en el hecho de que sus pies ya corrían detrás de él. Terminó de colocarse la bolsa al hombro mientras le seguía el rastro y se mantenía a su paso, pues aunque él era veloz ella también lo era, y así fue como al divisar a lo lejos una cueva y sobre sus cabezas la ominosa llegada de la aurora, asumió que tendría que ver con la prisa que demostraba.

Pronto su intuición se vió corroborada, él se había internado ya adentro de la cueva mientras ella se detenía momentáneamente frente a la entrada, aguardando a que retornara a su forma humana. La inquietud se apoderó de su ser, por un lado estaba requiriendo un máximo esfuerzo de contención el no haber entrado directamente detrás de él y en su lugar tener que aguardarle. Por otro, no le había visto en dos años y eso hacía que numerosos pensamientos y preguntas corrieran por su mente, sumados a la ansiedad de querer volver a verle tal y como le había visto la primera y última vez. Y pareció que él la escuchara porque en ese momento salió de la caverna. En los labios femeninos se dibujó una sonrisa, tanto de reconocimiento como de admiración. Pocas cosas en la vida le sobrecogían pero la visión de él lo hizo, tanto que inclusó le robó el uso coherente de la palabra y provocó que temblara como si fuera hoja al viento.

Besar a Aitor era una necesidad tanto física como emocional, por lo que el que él lo hiciera después de hablarle provocó una respuesta inmediata. Alzó los brazos y le rodeó el cuello, buscando aquellos labios que le habían sido negados durante tanto tiempo. Allí estaba, el mismo sentir, la misma pasión que palpable y transpirable brotaba entre los dos, aún existía inalterable. La felina se entregó a sus labios intensa y demandante, queriendo demostrarle así que aún era su Isabeau al igual que él aún era su hombre. Cuando el beso terminó no se separó, mantuvo su rostro cerca del ajeno, pasó su nariz cariñosamente por sus mejillas, frotándolas en hipnótico reconocimiento, antes de detenerse a mirarlo a los ojos.

Pero las palabras de Aitor habían causado un doble efecto en su alma. -... discúlpame por no encontrarte primero.- había dicho. -¿Me buscaste?- preguntó separándose de él para tener un mayor control sobre sus emociones. Ahora una parte de ella le miraba intentando comprender el por qué efectivamente, la reunión había tomado tanto tiempo y se habia dado al azar. -¿Me extrañaste? ¿Pensaste en mi?- Sus emotivos ojos brillaban mientras se mantenían fijos intensamente en los pozos marrones.

Si, habían transcurrido dos años, dos años en los cuales quizás Aitor no hubiese pensado tanto en ella, en los que pudo haberse resignado a no verla, en los que quizás prefirió no buscarla, en los que pudo haber conocido a alguien más, en los que pudo haberla olvidado. Por lo que las preguntas no solo estaban cargadas de una emoción intensa sino de un velado reproche y del orgullo de la felina que necesitaba saber si él la amaba con la misma fuerza.
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