AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Chambre 205 (Zatanna Zatara)
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Chambre 205 (Zatanna Zatara)
La sed de aquella noche era más fuerte de lo que lo había sido en días. Sentía mi mente despejada, después del quebradero de cabeza que me había reconcomido durante aquellos años. Ahora era un vampiro pleno, que era capaz de colocar sus manos sobre el marfil de un piano que le perteneció y elaborar su ansiada música en la noche. Y por eso, sentía la sed más que nunca.
Había bebido durante dos horas, ofreciendo el placer más intenso a dos humanas que se cruzaron en mi camino en las horas de aquella nocturna. Ambas tenían hebras de oro por cabello, y una picardía que a cualquier hombre hubiera cegado. Había disfrutado de ellas, de su cuerpo y sangre, y ahora observaba sus cadáveres abrazados a mí, postrados en la cama sin ropa y con una sonrisa celestial que mostraba su absoluta perfección. Aferré sus cuerpos con fuerza y me levanté de la cama, dejándolos caer con suavidad. Abrí las cortinas y los cristales y dejé que mi torso sintiera el frescor del aire puro que provenía del balcón.
Apenas treinta segundos más tarde, estaba vestido y cerraba con llave la habitación 205 que había alquilado aquella noche para alejarme de mi mansión. Eché el llavero en mi bolsillo y me dispuse a dar un bonito paseo por los jardines que tantos recuerdos traían a mi mente.
En cada flor, en cada tallo y cada hoja que formaban la perfecta estructura del jardín delantero podía observar el rostro de Amelie, su hermoso y elegante talle y su armónica mirada, tan profunda y tímida.
Deshice el nudo de mi corbata y la enrosqué para guardarla en el bolsillo interior de mi chaqueta. Desabotoné un par de botones de la camisa blanca que cubría mi cuerpo bajo el chaleco carmesí. Me irritaba el roce de la tela, pero no podía evitarlo. De nuevo, sentí sed. Quería una nueva presa, una hermosa mujer que una vez más me sirviera su elixir en el recipiente humano; un canalizador de vida.
Volteé mi cabeza hacia la entrada pero no vi más que parejas y algún niño que tardaba en acostarse. No había ni una sola mujer ni tampoco un hombre que llamasen especialmente mi atención. Eran más de las once, y el atardecer otoñal había muerto hacía ya un par de horas, justo cuando había aprovechado para buscar a mis vícitmas.
Esperé un poco, frente a un rosal blanco que salpicaba la noche con su inocente colorido. Si no venía nadie más, saldría del hotel a buscar un nuevo invitado en la habitación 205.
Había bebido durante dos horas, ofreciendo el placer más intenso a dos humanas que se cruzaron en mi camino en las horas de aquella nocturna. Ambas tenían hebras de oro por cabello, y una picardía que a cualquier hombre hubiera cegado. Había disfrutado de ellas, de su cuerpo y sangre, y ahora observaba sus cadáveres abrazados a mí, postrados en la cama sin ropa y con una sonrisa celestial que mostraba su absoluta perfección. Aferré sus cuerpos con fuerza y me levanté de la cama, dejándolos caer con suavidad. Abrí las cortinas y los cristales y dejé que mi torso sintiera el frescor del aire puro que provenía del balcón.
Apenas treinta segundos más tarde, estaba vestido y cerraba con llave la habitación 205 que había alquilado aquella noche para alejarme de mi mansión. Eché el llavero en mi bolsillo y me dispuse a dar un bonito paseo por los jardines que tantos recuerdos traían a mi mente.
En cada flor, en cada tallo y cada hoja que formaban la perfecta estructura del jardín delantero podía observar el rostro de Amelie, su hermoso y elegante talle y su armónica mirada, tan profunda y tímida.
Deshice el nudo de mi corbata y la enrosqué para guardarla en el bolsillo interior de mi chaqueta. Desabotoné un par de botones de la camisa blanca que cubría mi cuerpo bajo el chaleco carmesí. Me irritaba el roce de la tela, pero no podía evitarlo. De nuevo, sentí sed. Quería una nueva presa, una hermosa mujer que una vez más me sirviera su elixir en el recipiente humano; un canalizador de vida.
Volteé mi cabeza hacia la entrada pero no vi más que parejas y algún niño que tardaba en acostarse. No había ni una sola mujer ni tampoco un hombre que llamasen especialmente mi atención. Eran más de las once, y el atardecer otoñal había muerto hacía ya un par de horas, justo cuando había aprovechado para buscar a mis vícitmas.
Esperé un poco, frente a un rosal blanco que salpicaba la noche con su inocente colorido. Si no venía nadie más, saldría del hotel a buscar un nuevo invitado en la habitación 205.
Dimitri Lumière- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 314
Fecha de inscripción : 25/07/2010
Re: Chambre 205 (Zatanna Zatara)
Aquella tarde había hecho algo poco habitual en mí, había acudido con un habitual cliente del circo a una habitación alquilada en un hotel, pues necesitaba que le hiciese una carta astral y una predicción de futuro. La suma que me pagaría, sin duda era más que sustanciosa y me permitiría vivir un par de semanas sin muchas preocupaciones, incluso quizás me alcanzase para pagarme una tarde en aquellos lujosos baños a los que acudían los más ricos de la romántica ciudad.
Sonriente bajé de la habitación, iba con mi habitual atuendo, sólo que ésta vez el sombrero de copa no me acompañaba. Llevaba mis botas altas hasta las rodillas de piel negra, mis medias de rejilla negras, aquellos pequeños pantaloncitos negros, de cintura alta, cubriendo parte de la cadera y cintura, haciendo a su vez de faja. Y sobre mi pecho la camisa blanca, la cual estaba impecable, y con tres botones abiertos dejando entrever mi escote, níveo y aterciopelado, y terminando con la indumentaria, mi chaqueta, típica circense, de color negro, abotonada sólo en la cintura por tres botones.
Mi melena estaba suelta, cayendo sobre mis hombros y espalda de forma natural e indomable, enmarcando aquel rostro sensual y bello que la naturaleza me había otorgado.
Crucé la recepción, para salir del hotel, pero en una de mis visiones, mientras estaba visionando el futuro de mi cliente, vi a un viejo conocido. Un vampiro que había visto contadas veces, recordaba su nombre, Dimitri, y le había visto en el jardín de ese mismo hotel.
Me detuve frente al enorme portón de cristal que llevaba directo al jardín y apoyé mi mano en el pomo de la puerta de cristal abriéndola y miré fijamente al vampiro sonriéndole levemente, mostrando una hostilidad nula.
Sonriente bajé de la habitación, iba con mi habitual atuendo, sólo que ésta vez el sombrero de copa no me acompañaba. Llevaba mis botas altas hasta las rodillas de piel negra, mis medias de rejilla negras, aquellos pequeños pantaloncitos negros, de cintura alta, cubriendo parte de la cadera y cintura, haciendo a su vez de faja. Y sobre mi pecho la camisa blanca, la cual estaba impecable, y con tres botones abiertos dejando entrever mi escote, níveo y aterciopelado, y terminando con la indumentaria, mi chaqueta, típica circense, de color negro, abotonada sólo en la cintura por tres botones.
Mi melena estaba suelta, cayendo sobre mis hombros y espalda de forma natural e indomable, enmarcando aquel rostro sensual y bello que la naturaleza me había otorgado.
Crucé la recepción, para salir del hotel, pero en una de mis visiones, mientras estaba visionando el futuro de mi cliente, vi a un viejo conocido. Un vampiro que había visto contadas veces, recordaba su nombre, Dimitri, y le había visto en el jardín de ese mismo hotel.
Me detuve frente al enorme portón de cristal que llevaba directo al jardín y apoyé mi mano en el pomo de la puerta de cristal abriéndola y miré fijamente al vampiro sonriéndole levemente, mostrando una hostilidad nula.
Invitado- Invitado
Re: Chambre 205 (Zatanna Zatara)
En efecto, hice bien en esperar un poco más. El olor humano de mademoiselle Zatara no tardó en llegarme. Apenas descendió las escalinatas que conducían desde la primera planta de habitaciones hasta el hall, sentí su presencia. Tardé en girarme, incluso cuando salió al jardín y sostuvo el mango de la puerta entre sus manos. Supe que se había dado cuenta de que yo estaba allí, pero no quería entrar de nuevo. Esperé a que fuera ella quien diera el primer paso. Sin embargo, no fue así.
Me giré con lentitud, disfrutando del joven y salvaje olor de Zatanna. La última vez que nos vimos apenas nos saludamos. Habíamos coincidido pocas veces, para mi pesar. Ella era una mujer de clase baja, perteneciente a la clase trabajadora, al escalafón último, y yo un hombre con cierto prestigio. Mi nombre, al menos el seudónimo que me representaba, pertenecía al de un famosísimo compositor. Y mi apellido real, Lumière, era símbolo de una familia de músicos que poseían el teatro más cotizado y visitado de París. Sin embargo, habíamos coincidido un par de veces en la Corte de los Milagros, que había frecuentado últimamente por el negocio que tenía con la gitana Anastazja.
Quizá hoy sería una buena oportunidad para conocernos más a fondo. La sonrisa que mostraban sus labios me animó a esa idea. Sin embargo, su vestimenta me desconcertó. No vestía un traje delicado, aunque en realidad no esperaba eso; simplemente esperaba que vistiese ropa normal. Llevar un traje de circo en un hotel como ese captaba toda la atención de quien quiera que estuviese a su alrededor. Incluido yo. Miré a mi alrededor comprobando que nadie me observaría hablando con ella. No había nadie en el jardín.
Me acerqué a ella subiendo las escaleras y llegando a la entrada, quedando justo de frente a ella.
-Bonnuit, mademoiselle. -dije tomando su mano para saludarla cortésmente- Un lugar un poco extraño para una función circense -sonreí.- Hacía tiempo que no gozaba de vuestra presencia, mademoiselle.
Me giré con lentitud, disfrutando del joven y salvaje olor de Zatanna. La última vez que nos vimos apenas nos saludamos. Habíamos coincidido pocas veces, para mi pesar. Ella era una mujer de clase baja, perteneciente a la clase trabajadora, al escalafón último, y yo un hombre con cierto prestigio. Mi nombre, al menos el seudónimo que me representaba, pertenecía al de un famosísimo compositor. Y mi apellido real, Lumière, era símbolo de una familia de músicos que poseían el teatro más cotizado y visitado de París. Sin embargo, habíamos coincidido un par de veces en la Corte de los Milagros, que había frecuentado últimamente por el negocio que tenía con la gitana Anastazja.
Quizá hoy sería una buena oportunidad para conocernos más a fondo. La sonrisa que mostraban sus labios me animó a esa idea. Sin embargo, su vestimenta me desconcertó. No vestía un traje delicado, aunque en realidad no esperaba eso; simplemente esperaba que vistiese ropa normal. Llevar un traje de circo en un hotel como ese captaba toda la atención de quien quiera que estuviese a su alrededor. Incluido yo. Miré a mi alrededor comprobando que nadie me observaría hablando con ella. No había nadie en el jardín.
Me acerqué a ella subiendo las escaleras y llegando a la entrada, quedando justo de frente a ella.
-Bonnuit, mademoiselle. -dije tomando su mano para saludarla cortésmente- Un lugar un poco extraño para una función circense -sonreí.- Hacía tiempo que no gozaba de vuestra presencia, mademoiselle.
Dimitri Lumière- Vampiro Clase Alta
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