AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Dialogando con la Fe [Privado]
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Dialogando con la Fe [Privado]
Luego de haber manipulado la mente de un hombre, de haber dudado de la humanidad de otro, y haber sido testigo de cómo un ángel se metamorfoseaba con el mismísimo demonio, ¿podía una mente considerarse aún intacta? Yo no lo creía. Tajantemente rechazaba esa idea. Mis interrogantes crecían más rápido que el bambú, misma velocidad con la que mis progresos me desconcertaban, porque no tenía idea de adónde me llevarían.
Por eso, una noche tomé una capa y un sombrero, y me alisté para salir a la Catedral, que por un particular motivo me hacía sentir acompañada en mis caminos, aunque ningún otro ser humano transitase por allí.
Anuncié mi salida, mas mi abuela me abordó en la escalera. Ella generalmente ignoraba mis repentinas escapadas, pero de vez en cuando era el temor de los otros, no se aprensión por mí, lo que la impulsaba a detenerme.
— ¿Está preocupada por la maledicencia de la gente, abuela? — se quedó callada; nunca decía nada, pero yo sí — Pues voy a darles más motivos para que me condenen.
Salí de mi casa, y minutos después me encontraba atravesando las grandes puertas de la Catedral de Notre Dame. Los perros podían ladrar fuerte, pero nada me impediría entrar. Total ya había transgredido muchas puertas, y todavía me quedaban miles por abrir. Sólo que, ¿hasta dónde podía llegar sin teñir mi alma de negro, si es que no lo estaba ya? ¿Cómo protegerme? Quería pensar que, al momento de morir, mi espíritu volvería a los brazos del Señor. Si ya la idea de fallecer me aterraba, ser castigada por toda la eternidad me daba pavor.
Miré a la figura de Nuestro Señor Jesucristo sufrir por nosotros, los mortales, los pecadores, las criaturas que por su misericordia dulcificada teníamos alguna esperanza. Por esos zánganos que ni aun con la bondad hecha carne caminando entre ellos dejaron de retorcerse como los gusanos que eran. Y yo no era diferente a ellos. ¿Acaso esa era la razón por la cual me sentía inclinada a llevar al límite mi capacidad, aunque lamiera el rostro del mal?
— Y hay quienes aseguran que todos los hombres son buenos por naturaleza, pero la realidad no es así, no es tan linda como en una utopía. — bajé la cabeza, casi pidiendo perdón a Dios por no ser los dignos hijos de un padre — La realidad es pestilente; la realidad apesta a sangre.
De un brinco, me di cuenta de que ya no estaba sola; una mujer estaba cerca. Me dio un susto, porque no se anunció; sólo apareció su fría mirada por una esquina de mi visión. Recuperé la postura como pude y aclaré mi garganta antes de hablar.
— Disculpe mi inoportuna intromisión, pero es imperiosa la urgencia del espíritu. Quisiera… no; necesito confesarme, por favor.
Por eso, una noche tomé una capa y un sombrero, y me alisté para salir a la Catedral, que por un particular motivo me hacía sentir acompañada en mis caminos, aunque ningún otro ser humano transitase por allí.
Anuncié mi salida, mas mi abuela me abordó en la escalera. Ella generalmente ignoraba mis repentinas escapadas, pero de vez en cuando era el temor de los otros, no se aprensión por mí, lo que la impulsaba a detenerme.
— ¿Está preocupada por la maledicencia de la gente, abuela? — se quedó callada; nunca decía nada, pero yo sí — Pues voy a darles más motivos para que me condenen.
Salí de mi casa, y minutos después me encontraba atravesando las grandes puertas de la Catedral de Notre Dame. Los perros podían ladrar fuerte, pero nada me impediría entrar. Total ya había transgredido muchas puertas, y todavía me quedaban miles por abrir. Sólo que, ¿hasta dónde podía llegar sin teñir mi alma de negro, si es que no lo estaba ya? ¿Cómo protegerme? Quería pensar que, al momento de morir, mi espíritu volvería a los brazos del Señor. Si ya la idea de fallecer me aterraba, ser castigada por toda la eternidad me daba pavor.
Miré a la figura de Nuestro Señor Jesucristo sufrir por nosotros, los mortales, los pecadores, las criaturas que por su misericordia dulcificada teníamos alguna esperanza. Por esos zánganos que ni aun con la bondad hecha carne caminando entre ellos dejaron de retorcerse como los gusanos que eran. Y yo no era diferente a ellos. ¿Acaso esa era la razón por la cual me sentía inclinada a llevar al límite mi capacidad, aunque lamiera el rostro del mal?
— Y hay quienes aseguran que todos los hombres son buenos por naturaleza, pero la realidad no es así, no es tan linda como en una utopía. — bajé la cabeza, casi pidiendo perdón a Dios por no ser los dignos hijos de un padre — La realidad es pestilente; la realidad apesta a sangre.
De un brinco, me di cuenta de que ya no estaba sola; una mujer estaba cerca. Me dio un susto, porque no se anunció; sólo apareció su fría mirada por una esquina de mi visión. Recuperé la postura como pude y aclaré mi garganta antes de hablar.
— Disculpe mi inoportuna intromisión, pero es imperiosa la urgencia del espíritu. Quisiera… no; necesito confesarme, por favor.
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 13/10/2015
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Re: Dialogando con la Fe [Privado]
No hay que temer al dolor porque un dolor fuerte te mata pronto y no dura mucho. Por el contrario un dolor débil es aquel que te permite vivir.
Todo ser humano ha buscado la perfección al tener la felicidad completa en sus vidas, un buen hogar, un buen compañero o compañera, hijos que sigan el ejemplo y enseñanzas de las tradiciones familiares. El alma humana por los siglos ha deseado alcanzar la iluminación a la divinidad pero siempre toman malos caminos, escogen la puerta ancha porque pueden pasar sin dolor alguno y sin dificultades perdiéndose entre los pecados y el infierno. Pocos son aquellos que han decidido sacrificar su cuerpo al dolor y entregar el alma a la salvación.
El hombre es la imagen y semejanza de dios, creada con el propósito de amar y vivir entre los suyos buscando la felicidad con el día a día; pero el ser humano se ha desviado su camino para buscar la perfección, situación aberrante ante los ojos del creador, porque el hombre considera que alcanzar la cumbre del cielo es su felicidad, que ciegos y equivocados están. El alma humana por los siglos ha deseado alcanzar la iluminación a la divinidad pero siempre toman malos caminos, escogen la puerta ancha porque pueden pasar sin dolor alguno y sin dificultades perdiéndose entre los pecados y el infierno. Pocos son aquellos que han decidido sacrificar su cuerpo al dolor y entregar el alma a la salvación.
Por las calles de la ciudad en paso lento un vestido negro se arrastra, la silueta de una mujer joven se muestra entre las personas que pasan a su alrededor, cabellos recogidos y aquellos ojos un poco demacrados de desvelo, en su mano enguantada cuelga un rosario rojo cuyos dedos atrapan la cruz de plata bendita, sus labios se mueven mientras que en su otra mano carga un libro igual de oscuro que su presencia. Lentamente se aleja de las personas hasta que sus ojos divisan su hogar, su bendito y anhelado hogar aquella catedral de la ciudad, sus largos dedos acarician la piedra con la cual fue construida, peldaño a peldaño, viga tras viga, al llegar se persigna con media sonrisa, una de las pocas que emite.
▬Dichoso lugar, lleno de paz, bendito aquel que acude a resguardarse en el templo de dios, quien busca aquí el consuelo a su alma y el perdón de sus pecados para encontrar la pureza en el dolor de la penitencia▬
Sus suaves pasos la conducen por las escaleras para adentrarse a la penitencia del castigo; ingresando con el mayor fervor y amor hacia los santos, como si entrara al mismísimo cielo, sus ojos vidriosos quedan al observar la enorme cruz de cristo crucificado al que corre a besar los pies con que pasión. Observa que hay pocos fieles en la casa de nuestro señor y eso la indigna, por lo que comienza a limpiar todo el lugar para tenerlo listo para la misa siguiente, eso sin contar a los niños y vagos que se refugian en la casa de Dios como si fuera un juego o centro de diversión, a ambos los corre a escobazos y penitencias.
Una monja muy severa, no, una mujer severa y cruel. Terminado su faena una que ha cumplido rezando el rosario completo y en la más absoluta penitencia en su tan ansiada paz celestial, al menos hasta que la voz de un pecador le interrumpe con preguntas de las más insensatas; su postura se vuelve rígida, la espalda recta y su mirada seria que atravesaría el alma de cualquiera.
▬El sacerdote no llega aún, además las confesiones son en la tarde, pero si necesitas liberar tu alma del pecado, porque no te arrodillas frente a nuestro señor en la cruz, ponte de rodillas sobre maíz y cuéntale tus pecados, pero de corazón, para que sea el que te guie a la luz y a la redención, cuando lo hagas ven de nuevo para que te pongas a rezar y purifiques tu alma pecadora ▬
Su tono es severo pero convincente, con una seguridad y fervor hacia sus palabras y lo que estas significan para aquella mujer.
Todo ser humano ha buscado la perfección al tener la felicidad completa en sus vidas, un buen hogar, un buen compañero o compañera, hijos que sigan el ejemplo y enseñanzas de las tradiciones familiares. El alma humana por los siglos ha deseado alcanzar la iluminación a la divinidad pero siempre toman malos caminos, escogen la puerta ancha porque pueden pasar sin dolor alguno y sin dificultades perdiéndose entre los pecados y el infierno. Pocos son aquellos que han decidido sacrificar su cuerpo al dolor y entregar el alma a la salvación.
El hombre es la imagen y semejanza de dios, creada con el propósito de amar y vivir entre los suyos buscando la felicidad con el día a día; pero el ser humano se ha desviado su camino para buscar la perfección, situación aberrante ante los ojos del creador, porque el hombre considera que alcanzar la cumbre del cielo es su felicidad, que ciegos y equivocados están. El alma humana por los siglos ha deseado alcanzar la iluminación a la divinidad pero siempre toman malos caminos, escogen la puerta ancha porque pueden pasar sin dolor alguno y sin dificultades perdiéndose entre los pecados y el infierno. Pocos son aquellos que han decidido sacrificar su cuerpo al dolor y entregar el alma a la salvación.
Por las calles de la ciudad en paso lento un vestido negro se arrastra, la silueta de una mujer joven se muestra entre las personas que pasan a su alrededor, cabellos recogidos y aquellos ojos un poco demacrados de desvelo, en su mano enguantada cuelga un rosario rojo cuyos dedos atrapan la cruz de plata bendita, sus labios se mueven mientras que en su otra mano carga un libro igual de oscuro que su presencia. Lentamente se aleja de las personas hasta que sus ojos divisan su hogar, su bendito y anhelado hogar aquella catedral de la ciudad, sus largos dedos acarician la piedra con la cual fue construida, peldaño a peldaño, viga tras viga, al llegar se persigna con media sonrisa, una de las pocas que emite.
▬Dichoso lugar, lleno de paz, bendito aquel que acude a resguardarse en el templo de dios, quien busca aquí el consuelo a su alma y el perdón de sus pecados para encontrar la pureza en el dolor de la penitencia▬
Sus suaves pasos la conducen por las escaleras para adentrarse a la penitencia del castigo; ingresando con el mayor fervor y amor hacia los santos, como si entrara al mismísimo cielo, sus ojos vidriosos quedan al observar la enorme cruz de cristo crucificado al que corre a besar los pies con que pasión. Observa que hay pocos fieles en la casa de nuestro señor y eso la indigna, por lo que comienza a limpiar todo el lugar para tenerlo listo para la misa siguiente, eso sin contar a los niños y vagos que se refugian en la casa de Dios como si fuera un juego o centro de diversión, a ambos los corre a escobazos y penitencias.
Una monja muy severa, no, una mujer severa y cruel. Terminado su faena una que ha cumplido rezando el rosario completo y en la más absoluta penitencia en su tan ansiada paz celestial, al menos hasta que la voz de un pecador le interrumpe con preguntas de las más insensatas; su postura se vuelve rígida, la espalda recta y su mirada seria que atravesaría el alma de cualquiera.
▬El sacerdote no llega aún, además las confesiones son en la tarde, pero si necesitas liberar tu alma del pecado, porque no te arrodillas frente a nuestro señor en la cruz, ponte de rodillas sobre maíz y cuéntale tus pecados, pero de corazón, para que sea el que te guie a la luz y a la redención, cuando lo hagas ven de nuevo para que te pongas a rezar y purifiques tu alma pecadora ▬
Su tono es severo pero convincente, con una seguridad y fervor hacia sus palabras y lo que estas significan para aquella mujer.
May I. Leblanc- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 30/12/2014
Re: Dialogando con la Fe [Privado]
Eso… no me lo esperaba, para nada. Error mío creer que el universo actuaba según mis necesidades y deseos, que tendría un armamento dispuesto a recibir mis desgracias para aniquilarlas al minuto y dejarme caminar en paz de vuelta a casa. Ilusa, me dije, al pensar que mi suerte se prolongaría hasta el infinito.
Como si hubiese sido poco, una monja me recibió y dijóme qué hacer. Suspiré pesado. Ella tenía razón, pero cómo odiaba que la tuviera. Le deseé tempestades en esos tres segundos que duró el primer contacto visual. Que se desapareciera con sus buenas intenciones. Mas escuché la voz de mi padre en mi cabeza, llamándome a la calma, que debía hacer frente a mi escasa tolerancia a la frustración. Siempre había una solución, o casi siempre. Me correspondía a mí encontrarla. Al nivel de estrés que mi centro nervioso estaba sintiendo, estaba dispuesta a tragarme mi creciente insatisfacción.
— Sin afán de desmerecer al ausente, no creo que sea este el caso para importunar al señor sacerdote, cuyos asuntos divinos son siempre más urgentes que los terrenales. Lo entiendo. Lo mío es una insignificancia. Usted misma podría hacer mucho, hermana. Me trajo aquí lo mismo que abstiene a otro de entrar: la fe. — dije una obviedad, para darle solidez a mi venidera petición. Si no podía confesarme, podía compartir en su defecto — No importa a la orden que usted sirva, puede ayudarme, si así siente que Dios quiere. Si vive de la caridad, dígame cuánto más rica la ha hecho la pobreza, para hacerme consciente de mi fortuna y que me avergüence decir que tengo problemas. Si decide vivir en un claustro, rece por mí. Si se dedica a los enfermos, inclúyame, pues mi fe también está enferma.
Lo que fuera, menos que me enviara de vuelta a casa con el Señor. Mejor era recibir una cachetada.
Como si hubiese sido poco, una monja me recibió y dijóme qué hacer. Suspiré pesado. Ella tenía razón, pero cómo odiaba que la tuviera. Le deseé tempestades en esos tres segundos que duró el primer contacto visual. Que se desapareciera con sus buenas intenciones. Mas escuché la voz de mi padre en mi cabeza, llamándome a la calma, que debía hacer frente a mi escasa tolerancia a la frustración. Siempre había una solución, o casi siempre. Me correspondía a mí encontrarla. Al nivel de estrés que mi centro nervioso estaba sintiendo, estaba dispuesta a tragarme mi creciente insatisfacción.
— Sin afán de desmerecer al ausente, no creo que sea este el caso para importunar al señor sacerdote, cuyos asuntos divinos son siempre más urgentes que los terrenales. Lo entiendo. Lo mío es una insignificancia. Usted misma podría hacer mucho, hermana. Me trajo aquí lo mismo que abstiene a otro de entrar: la fe. — dije una obviedad, para darle solidez a mi venidera petición. Si no podía confesarme, podía compartir en su defecto — No importa a la orden que usted sirva, puede ayudarme, si así siente que Dios quiere. Si vive de la caridad, dígame cuánto más rica la ha hecho la pobreza, para hacerme consciente de mi fortuna y que me avergüence decir que tengo problemas. Si decide vivir en un claustro, rece por mí. Si se dedica a los enfermos, inclúyame, pues mi fe también está enferma.
Lo que fuera, menos que me enviara de vuelta a casa con el Señor. Mejor era recibir una cachetada.
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 13/10/2015
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Re: Dialogando con la Fe [Privado]
La iluminación divina es la tan ansiada por los mortales en todo aspecto, siempre esperando recibir las gracias del poderoso para contemplar su rostro y dar canto de su existencia con peticiones absurdas que no alimentan el alma realmente si no la impureza del ser humano con la codicia y deseos sucios que son la aberración del mismo Señor Padre Nuestro, que solo puede admirar a sus hijos esperando que encuentren el verdadero camino a su iluminación, aun cuando tengan que pasar tribulaciones doloras para el alma y la carne.
Los ojos de los santos que se albergan en la morada del Dios de las alturas, son los testigos de fe de aquel encuentro marcado por los designios del señor, la mujer de cabellos negros y vestido igual, se acerca a la joven con una mirada tan tétrica como severa con aquellos ojos negros y marcados por la negrura del ayuno al que se ha sometido.
▬Hija mia, el labor de una mujer no es la de lavar los pecados de los fieles, pero puedo ser tu confesora, ya que Dios lo ha dispuesto de esta manera al ver tu alma tan atormentada el me permitirá iluminarte todo por su gracia y voluntad, porque así el lo ha dispuesto▬
Toma asiento en el asiento de enfrente con aquel rosario negro envuelto en sus manos rezando para pedir la iluminación al espíritu santo a que las palabras de purificación se reflejen en al acto que deba ejecutar aquella oveja descarriada.
▬Arrodíllate y pide perdón por tus pecados a Dios ▬
Vuelve a rezar en voz alta, el padre nuestro y el ave maría persignándose al termino de aquellas oraciones.
▬Abre tu corazón a nuestro Señor Dios y deja que el espíritu santo hable a través de ti contando todos tus pecados para que esta sierva de nuestro señor pueda ayudarte a encontrar el camino de regreso por el medio de la purificación de la carne y el alma▬
Cierra los ojos esperando la confesión.
Los ojos de los santos que se albergan en la morada del Dios de las alturas, son los testigos de fe de aquel encuentro marcado por los designios del señor, la mujer de cabellos negros y vestido igual, se acerca a la joven con una mirada tan tétrica como severa con aquellos ojos negros y marcados por la negrura del ayuno al que se ha sometido.
▬Hija mia, el labor de una mujer no es la de lavar los pecados de los fieles, pero puedo ser tu confesora, ya que Dios lo ha dispuesto de esta manera al ver tu alma tan atormentada el me permitirá iluminarte todo por su gracia y voluntad, porque así el lo ha dispuesto▬
Toma asiento en el asiento de enfrente con aquel rosario negro envuelto en sus manos rezando para pedir la iluminación al espíritu santo a que las palabras de purificación se reflejen en al acto que deba ejecutar aquella oveja descarriada.
▬Arrodíllate y pide perdón por tus pecados a Dios ▬
Vuelve a rezar en voz alta, el padre nuestro y el ave maría persignándose al termino de aquellas oraciones.
▬Abre tu corazón a nuestro Señor Dios y deja que el espíritu santo hable a través de ti contando todos tus pecados para que esta sierva de nuestro señor pueda ayudarte a encontrar el camino de regreso por el medio de la purificación de la carne y el alma▬
Cierra los ojos esperando la confesión.
May I. Leblanc- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 30/12/2014
Re: Dialogando con la Fe [Privado]
La culpa que sentía mi alma joven era tan agobiante que poco me importó estar frente a una monja o a un sacerdote. Quería un consuelo, el que fuera. Sin embargo, no podía contarle todo. Oh no. Y era una pena. Tampoco quería mentirle. Le diría la verdad de una manera que se notara menos cuán horrible era el tronco de mis desgracias a medida que nos aproximábamos a sus ramas. No era nada personal. La pobre sólo me quería ayudar desde su humilde posición, mas el vigor de mis entrañas era plomo sobre la mente. Si le confesaba quien era, además de exponerme al penoso fin de mis días, la forzaba a abandonar la tranquilidad que el amor de Dios le procuraba. Mejor no obligarla a temer. Que no abriera los ojos.
Tomé aliento y reflexioné cuidadosamente sobre lo que iba a decir. No cometería el error de tropezarme con mis propias palabras.
— He concebido pensamientos impuros. Día y noche vienen a mí, conspirando contra mi calma, seductores. Bendecida he sido con un don que promete convertirme en artífice de maravillas y precursora de sapiencia. Lo agradezco. Él sabe cuán profunda y sincera es mi gratitud. No hay más que pureza en su regalo. El problema está en los efectos que tiene en mí, pues mientras más desarrollo mi don, más ambiciosas se vuelven mis metas. Estoy desviándome de lo que como cristiana debería buscar. Me vuelvo autocentrada, egoísta. Lo más alejado a lo que hace virtuosa a una doncella. Me gusta sentirme poderosa. — enumeré con cuidado mis desventuras.
Levanté mi vista, no sin temor a encontrar rechazo en la religiosa a mi lado. Mientras no llamara a un doctor, todo bien. Podía regañarme, insultarme, e incluso bendecirme. Yo me consideraba satisfecha con despojarme de las palabras que parasitariamente se alojaban en mi mente, alimentándose de mi calma, dejándome únicamente con incertidumbre y confusión.
Añadí otra nota sobre mis ánimos alborotados.
— Estoy olvidando lo insignificante que soy. Está mal, pero no puedo dejar de preguntarme: si este obsequio vuelve impuros mis deseos, ¿por qué Dios me hizo así?
Tomé aliento y reflexioné cuidadosamente sobre lo que iba a decir. No cometería el error de tropezarme con mis propias palabras.
— He concebido pensamientos impuros. Día y noche vienen a mí, conspirando contra mi calma, seductores. Bendecida he sido con un don que promete convertirme en artífice de maravillas y precursora de sapiencia. Lo agradezco. Él sabe cuán profunda y sincera es mi gratitud. No hay más que pureza en su regalo. El problema está en los efectos que tiene en mí, pues mientras más desarrollo mi don, más ambiciosas se vuelven mis metas. Estoy desviándome de lo que como cristiana debería buscar. Me vuelvo autocentrada, egoísta. Lo más alejado a lo que hace virtuosa a una doncella. Me gusta sentirme poderosa. — enumeré con cuidado mis desventuras.
Levanté mi vista, no sin temor a encontrar rechazo en la religiosa a mi lado. Mientras no llamara a un doctor, todo bien. Podía regañarme, insultarme, e incluso bendecirme. Yo me consideraba satisfecha con despojarme de las palabras que parasitariamente se alojaban en mi mente, alimentándose de mi calma, dejándome únicamente con incertidumbre y confusión.
Añadí otra nota sobre mis ánimos alborotados.
— Estoy olvidando lo insignificante que soy. Está mal, pero no puedo dejar de preguntarme: si este obsequio vuelve impuros mis deseos, ¿por qué Dios me hizo así?
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 13/10/2015
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Re: Dialogando con la Fe [Privado]
El camino del señor se abre ante los ojos de su rebaño dándonos así la posibilidad de avanzar por la senda de la verdad, de la iluminación, de la rectitud pero aun así nos vemos tentados por el demonio a cometer actos que avergonzarían a nuestro señor hasta soltar lágrimas de decepción de ver como caemos tan bajo, y aún así el ser humano encuentra tranquilidad en esos bajos e inmundo deseos que sacia con la bendición del maligno. Pero, siempre que haya arrepentimiento en el corazón humano habrá la esperanza de la salvación divina y para ello el camino a seguir es más doloroso y poco convencional que por último obligaría a cualquiera que no tenga fuerza de cuerpo y espíritu a terminar bajo tierra.
Atenta escuchó las palabras de la joven alma atormentada que solamente buscaba el consuelo en los brazos divinos de la santa madre iglesia para así encontrar su camino en la viña del señor; pero lo que encontró fue lo peor, la mujer más detestable de todo el mundo escuchándola y tratando de calmar esa alma que más podría ella castigar y lanzar al infierno a quemarse, pero lo que aconteció fue lo contrario. La mano delgada y acabada por el extremo ayuno se posó en la cabeza de la muchacha como si se tratase de un muerto al ajustar esos dedos sobre el cráneo de la mujer
▬Hija mia, si nuestro señor no hubiera querido que tuvieras ese don no te lo habría dado, muchas veces el nos pone a prueba y si reniegas de ese don estas abriendo las puertas al demonio para que posea tu cuerpo utilizándote como una herramienta del mal ¿eso es lo que quieras? ¿quieres ser la mujer del demonio y no una servidora de nuestro señor?▬
Soltó un suspiro alzando la vista a la enorme figura del cristo crucificado que se encontraba en la parte del altar, tan grande y poderoso que llenaba el alma de aquella mujer extraña y endemoniada.
▬Deberías ver esto como una prueba del altísimo, una en la que demuestras tu entrega a él ¿Acaso no lo ves? El quiere para ti algo mejor a futuro y para ello debes pelear, tus dones deben siempre ayudar a los demás piensa en ello ¿Qué puedes hacer por lo demás? ▬
Se levanta arrodillándose frente al altar en aquella pequeña escalinata con sus manos envueltas en el rosario rojo sangre postrada en posición de fiel beata
▬Reza hija mía, reza siempre que pierdas la compostura, reza cuando creas que tus ambiciones crecen, reza cuando pierdas el control de ti así alejaras el mal de tu mente y cuerpo o de lo contrario terminarás ardiendo en el infierno revolcándote con su maestro y sirviéndole a él mientras que la iglesia te perseguirá por ser la concubina de él y su bruja▬
El semblante de la mujer cambió en el instante que dejó esa palabra en el aire para la joven, con eso esperó aliviar su alma, aunque más parecía que deseaba asustarla que consolarla.
Atenta escuchó las palabras de la joven alma atormentada que solamente buscaba el consuelo en los brazos divinos de la santa madre iglesia para así encontrar su camino en la viña del señor; pero lo que encontró fue lo peor, la mujer más detestable de todo el mundo escuchándola y tratando de calmar esa alma que más podría ella castigar y lanzar al infierno a quemarse, pero lo que aconteció fue lo contrario. La mano delgada y acabada por el extremo ayuno se posó en la cabeza de la muchacha como si se tratase de un muerto al ajustar esos dedos sobre el cráneo de la mujer
▬Hija mia, si nuestro señor no hubiera querido que tuvieras ese don no te lo habría dado, muchas veces el nos pone a prueba y si reniegas de ese don estas abriendo las puertas al demonio para que posea tu cuerpo utilizándote como una herramienta del mal ¿eso es lo que quieras? ¿quieres ser la mujer del demonio y no una servidora de nuestro señor?▬
Soltó un suspiro alzando la vista a la enorme figura del cristo crucificado que se encontraba en la parte del altar, tan grande y poderoso que llenaba el alma de aquella mujer extraña y endemoniada.
▬Deberías ver esto como una prueba del altísimo, una en la que demuestras tu entrega a él ¿Acaso no lo ves? El quiere para ti algo mejor a futuro y para ello debes pelear, tus dones deben siempre ayudar a los demás piensa en ello ¿Qué puedes hacer por lo demás? ▬
Se levanta arrodillándose frente al altar en aquella pequeña escalinata con sus manos envueltas en el rosario rojo sangre postrada en posición de fiel beata
▬Reza hija mía, reza siempre que pierdas la compostura, reza cuando creas que tus ambiciones crecen, reza cuando pierdas el control de ti así alejaras el mal de tu mente y cuerpo o de lo contrario terminarás ardiendo en el infierno revolcándote con su maestro y sirviéndole a él mientras que la iglesia te perseguirá por ser la concubina de él y su bruja▬
El semblante de la mujer cambió en el instante que dejó esa palabra en el aire para la joven, con eso esperó aliviar su alma, aunque más parecía que deseaba asustarla que consolarla.
May I. Leblanc- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 30/12/2014
Re: Dialogando con la Fe [Privado]
¿La mujer del demonio? Por poco reí de la ironía. «Ojalá sólo fuera uno» pensé, burlándome de mi suerte. Pero ni para la monja ni para mí era una broma. Muy respetuosa, no ahondó tras el misterio de mis palabras. ¿Tendría práctica atendiendo a jóvenes confusas como yo? Hablaba muy bien de ella y pésimo del sacerdote. Los remordimientos volvían como sombras para cubrir mi libertad y mi alegría de sentirme poderosa, tan lejos de la frágil imagen que los demás percibían de mí.
A pesar de que usaba palabras fuertes como «concubina», ninguna me atravesó tanto como la última. Inconscientemente la miré fijamente, como exigiéndole una explicación. Busqué en su profunda mirada si acaso mirarme el ombligo me había pasado la cuenta y producto de ello no había notado que ella también disponía de un don similar. Nada. Era tan humana como lo había sido yo antes de firmar mi pacto con la magia.
— Yo rezo, hermana. Rezo, aunque tenga el mal respirándome en la cara y mi fe surja apenas de un gran esfuerzo para ahuyentar mi desesperanza. Sin embargo, no encuentro la paz. Estoy confundida. No estoy segura de qué estoy pidiéndole a Jesús con exactitud. Si le pido paz, puedo volverme insensible ante mi pecado y persistir en él bajo la bruma de la inconciencia. Si le pido fuerza, puedo volver de esta tormenta un huracán. — hice la señal de la cruz para calmarme, pues cada remedio que pronunciaba tenía todas las condiciones para ser peor que la enfermedad — Quiero poner una piedra sobre este asunto y preparar mi espíritu para lo que se avecina. No temo el fin que Dios tiene para mí; sé que será bueno y justo, pero siento terror por los medios que pueda escoger para sobreponerse a mis inclinaciones.
Tantos cristianos puestos a prueba… podía enumerar una larga lista si la hermana me lo pedía. Nombres y travesías cursadas por valientes. Ricos que se habían empobrecido, vírgenes expuestas a la vergüenza pública por lealtad al Señor. Todos tenían un factor en común que yo trataba de ignorar.
— Sea cual sea el desafío que me imponga, me alejará de lo terrenal, ¿verdad? — se lo pregunté no queriendo oírla. Yo me aferraba a mi vida, a mi magia, a lo que pudiera ofrecerme la vida mortal. Lo que había más allá era una quimera.
A pesar de que usaba palabras fuertes como «concubina», ninguna me atravesó tanto como la última. Inconscientemente la miré fijamente, como exigiéndole una explicación. Busqué en su profunda mirada si acaso mirarme el ombligo me había pasado la cuenta y producto de ello no había notado que ella también disponía de un don similar. Nada. Era tan humana como lo había sido yo antes de firmar mi pacto con la magia.
— Yo rezo, hermana. Rezo, aunque tenga el mal respirándome en la cara y mi fe surja apenas de un gran esfuerzo para ahuyentar mi desesperanza. Sin embargo, no encuentro la paz. Estoy confundida. No estoy segura de qué estoy pidiéndole a Jesús con exactitud. Si le pido paz, puedo volverme insensible ante mi pecado y persistir en él bajo la bruma de la inconciencia. Si le pido fuerza, puedo volver de esta tormenta un huracán. — hice la señal de la cruz para calmarme, pues cada remedio que pronunciaba tenía todas las condiciones para ser peor que la enfermedad — Quiero poner una piedra sobre este asunto y preparar mi espíritu para lo que se avecina. No temo el fin que Dios tiene para mí; sé que será bueno y justo, pero siento terror por los medios que pueda escoger para sobreponerse a mis inclinaciones.
Tantos cristianos puestos a prueba… podía enumerar una larga lista si la hermana me lo pedía. Nombres y travesías cursadas por valientes. Ricos que se habían empobrecido, vírgenes expuestas a la vergüenza pública por lealtad al Señor. Todos tenían un factor en común que yo trataba de ignorar.
— Sea cual sea el desafío que me imponga, me alejará de lo terrenal, ¿verdad? — se lo pregunté no queriendo oírla. Yo me aferraba a mi vida, a mi magia, a lo que pudiera ofrecerme la vida mortal. Lo que había más allá era una quimera.
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Re: Dialogando con la Fe [Privado]
Con mayor atención y sopor escuchaba las palabras de aquella oveja atormentada que sufría lo indecible, su mano se posó en la cabeza de la jovencita que busca en los textos sagrados el consuelo de su alma, de su mente y su cuerpo que al parecer sufría las tribulaciones divinas que siempre son encomendados a los santos. Su ceño se frunció en aquel momento cuando las palabras de la jovencita se pronunciaron abiertamente, como podía dudar, era ello que ella encontraba, duda y temor.
Se levantó de su momento de entrega frente al altar, acercándose a la joven mirándola con aquella forma de ver tan seria, como una madre a punto de regañar a su hijo ante alguna pregunta extraña, posó esa mano en la cabeza de la joven ▬Si una tormenta es lo que vendrá, es porque nuestro señor así lo quiere para ti, hija mía, incluso en esos momentos el prueba si eres digna de esos dones, si realmente tienes la fuerza para guiar a su rebaño▬
Tomó las manos de la jovencita apuntando al cristo en al cruz en el altar de la iglesia ▬Cuando nuestro señor, bajó a salvarnos del pecado sabía lo que se enfrentaría, pero no dudo, afrontó la tormenta con todo lo que ello llevaba para así glorificar su nombre y salvar a todos los hombres del pecado, enfrentó el mal y es eso lo que debes hacer. Entrégate a él hija mía, pon tu fe, y tu amor en nuestro señor pequeña▬ toma su rosario entregándolo a la joven ▬Nuestro señor te alejará de toda perturbación terrenal, hija, has encontrado su gracia, ¿no lo ves? Solo los verdaderos santos e hijos de él pueden tener estos tormentos, estas almas que gritan el clamor de los Ángeles y los cielos, bendita debes considerarte y aceptarlo▬ Ceño fruncido llevaba la mujer en aquel momento ▬Si tus rezos no son suficiente, entonces reza más, reza sobre maíz frente a la figura de nuestro señor crucificado, reza hasta que la sangre llene el suelo y aun así sigue rezando con las lágrimas y el dolor de tu corazón▬ clavó esos cadavéricos dedos en el mentón de la jovencita indicándole la figura del cristo en la cruz.
Se levantó de su momento de entrega frente al altar, acercándose a la joven mirándola con aquella forma de ver tan seria, como una madre a punto de regañar a su hijo ante alguna pregunta extraña, posó esa mano en la cabeza de la joven ▬Si una tormenta es lo que vendrá, es porque nuestro señor así lo quiere para ti, hija mía, incluso en esos momentos el prueba si eres digna de esos dones, si realmente tienes la fuerza para guiar a su rebaño▬
Tomó las manos de la jovencita apuntando al cristo en al cruz en el altar de la iglesia ▬Cuando nuestro señor, bajó a salvarnos del pecado sabía lo que se enfrentaría, pero no dudo, afrontó la tormenta con todo lo que ello llevaba para así glorificar su nombre y salvar a todos los hombres del pecado, enfrentó el mal y es eso lo que debes hacer. Entrégate a él hija mía, pon tu fe, y tu amor en nuestro señor pequeña▬ toma su rosario entregándolo a la joven ▬Nuestro señor te alejará de toda perturbación terrenal, hija, has encontrado su gracia, ¿no lo ves? Solo los verdaderos santos e hijos de él pueden tener estos tormentos, estas almas que gritan el clamor de los Ángeles y los cielos, bendita debes considerarte y aceptarlo▬ Ceño fruncido llevaba la mujer en aquel momento ▬Si tus rezos no son suficiente, entonces reza más, reza sobre maíz frente a la figura de nuestro señor crucificado, reza hasta que la sangre llene el suelo y aun así sigue rezando con las lágrimas y el dolor de tu corazón▬ clavó esos cadavéricos dedos en el mentón de la jovencita indicándole la figura del cristo en la cruz.
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Re: Dialogando con la Fe [Privado]
Cerré los ojos al sentir las manos de la hermana sobre mi cabeza, despertando la fragilidad en mí. Fue como sentir el amor de mi madre, en sus mejores momentos. Cuando la armonía de la Tierra sincronizaba con la de ella, volviéndose amigas, por un instante. Cuando el pánico no se interponía entre su amor y yo. Si tan sólo pudiera guardar la paz que la religiosa desprendía en un frasco y repartirlo entre aquellos desafortunados de poca templanza. «Hasta Cristo sintió miedo» pensé «Con mayor razón lo hago yo, una mortal cuya existencia es igual a la nada»
La presión de las falanges de la señorita hizo que me avergonzara de mi joven impaciencia, que exigía paz sin guerra. No era así como mi padre me había enseñado a ser. Estaba actuando como una malcriada otra vez. Sabiéndome poco digna, me quedé viendo a la figura de Cristo. Él sabía quién era yo, los pasos dados, las palabras habladas y las personas tratadas. Todas ellas, hasta las innombrables. Si rezaba con todo mi espíritu, ¿sería más fácil conectarme con los inmortales o no podría volver a verlos a la cara? ¿Qué quería el Señor de mí? Sólo había una forma de averiguarlo. La hermana había sido bastante clara. Yo le había preguntado y me había contestado rotundamente, como quería que lo hiciera. Era muy tarde para regresar o para borrar lo oído y comprendido.
— Esta es la forma, ¿verdad? El diálogo incesante entre el pastor y su rebaño. El ciervo que brama por las aguas. El arduo viaje que involucra hacer el bien. Esto es lo que Él quiere. Nada de lo que yo haga o desee cambiará esa realidad. Me arrancaría el corazón con estas manos, para no sentir la espera, mas de nada serviría. Los tiempos del hombre no son los mismos que los de Dios. Para Él no es ni tarde ni temprano, sino preciso. Y gracias a eso, seré mejor persona al final del recorrido. ¿Es así? Está bien, lo acepto. Nadie dijo que sería sencillo. Por la fe hay que estar dispuesta a morir.
Me levanté de mi asiento con leves señales de determinación en mi mirada, consumidas por la resignación que ahora imperaba. Sin olvidar que la religiosa a mi lado también era humana, me volví a verla con respeto y amigabilidad, conservando la distancia que nos impedía ser amigas cercanas, pero no lo suficientemente amplia como para restringir mi gratitud.
— Todos cargamos con una cruz diferente. No pretenderé averiguar la suya si usted no desentierra la mía. ¿Podemos hacer eso sin que Dios se ofenda? — pregunté con timidez, pero entusiasmo. Quería llevarme una apacible memoria de ella.
La presión de las falanges de la señorita hizo que me avergonzara de mi joven impaciencia, que exigía paz sin guerra. No era así como mi padre me había enseñado a ser. Estaba actuando como una malcriada otra vez. Sabiéndome poco digna, me quedé viendo a la figura de Cristo. Él sabía quién era yo, los pasos dados, las palabras habladas y las personas tratadas. Todas ellas, hasta las innombrables. Si rezaba con todo mi espíritu, ¿sería más fácil conectarme con los inmortales o no podría volver a verlos a la cara? ¿Qué quería el Señor de mí? Sólo había una forma de averiguarlo. La hermana había sido bastante clara. Yo le había preguntado y me había contestado rotundamente, como quería que lo hiciera. Era muy tarde para regresar o para borrar lo oído y comprendido.
— Esta es la forma, ¿verdad? El diálogo incesante entre el pastor y su rebaño. El ciervo que brama por las aguas. El arduo viaje que involucra hacer el bien. Esto es lo que Él quiere. Nada de lo que yo haga o desee cambiará esa realidad. Me arrancaría el corazón con estas manos, para no sentir la espera, mas de nada serviría. Los tiempos del hombre no son los mismos que los de Dios. Para Él no es ni tarde ni temprano, sino preciso. Y gracias a eso, seré mejor persona al final del recorrido. ¿Es así? Está bien, lo acepto. Nadie dijo que sería sencillo. Por la fe hay que estar dispuesta a morir.
Me levanté de mi asiento con leves señales de determinación en mi mirada, consumidas por la resignación que ahora imperaba. Sin olvidar que la religiosa a mi lado también era humana, me volví a verla con respeto y amigabilidad, conservando la distancia que nos impedía ser amigas cercanas, pero no lo suficientemente amplia como para restringir mi gratitud.
— Todos cargamos con una cruz diferente. No pretenderé averiguar la suya si usted no desentierra la mía. ¿Podemos hacer eso sin que Dios se ofenda? — pregunté con timidez, pero entusiasmo. Quería llevarme una apacible memoria de ella.
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Re: Dialogando con la Fe [Privado]
El rostro de la hermana se mostraba embelesada en la figura santa que representaba a su fe y religión, orando con unos ojos embebidos en esa gloriosa figura de esperanza y salvación de almas condenadas, como la de ella que estaba tan sucia como maldita. Su atención permaneció en los clavos del señor y en la sangre pintada que memoraba en los santos escritos que conocía a la perfección.
Esas frías y largas manos que solo muestran los huesos y pellejos, por sus extremos ayunos, se tomaron con las manos ajenas dispuesta a entrar en esa alma atormentada por miles de demonios, o eso era lo que la beata pensaba, en su mente no había nada más que ver los pecados que el mundo se negaba a soltar y buscar redimirse. Su rostro se tiñó con ese fanatismo y adoración completa a su fe, mostrando una sutil señal de esperanza ▬Mi niña, nuestro señor, nuestro padre celestial es justo y sabio. Cuando tu alma lo necesite el extenderá sobre ti su mano y gracia, te bendecirá con aquello que más necesites, no será cuando tú lo pidas si no cuando tu alma esté lista para ello, cuando hayas superados sus tribulaciones. Tal como lo hicieron los profetas que se guiaban con la santas escrituras, y así mismo como Job cuando fue maldecido por el demonio; no pierdas tu fe, mantente firme y no reniegues de nuestro señor. Aguarda, ten paciencia que es uno de los dones de nuestro señor a través del espíritu santo, busca esa paciencia en las escrituras, aleja tu cuerpo del pecado del demonio hija, y así nuestro señor dará sus bendiciones sobre ti▬
Miró a la mujer con ojos desaprobadores unos instantes, sus ojos se cerraron en una afirmación muy seria y tajante ▬Has comprendido muy bien hija mía, nuestro señor no pone nada fácil de serlo de esa manera no podríamos apreciar las gracias de sus bendiciones. Después de la turbación encontrar su paz y gloria, pero no es sencillo hija mía, tendrás que pasar muchos dolores, muchas penas y angustias, tus lágrimas se desbordarán, tendrás el rechazo de todos, te señalarán y marcaran como lo peor y cuando estés en lo más hondo, él te tenderá la mano, por eso entrégate hija mía a nuestro amado padre▬ una sonrisa más tétrica y fundida en su rostro profundo y castigador, esas cejas juntas como si estuviera a punto de regañar a algún niño, pero era esa su presencia siempre
Soltó aquellas manos indicándole el alrededor del santo recinto ▬Solo nuestro señor puede saber la cruz que cargas, solo su representante en la tierra puede liberarte de el al ponerte frente a nuestro señor pidiendo perdón, pero lo ofenderías si no le dijeras a él todo aquello que realmente guardas y que se mantiene como tu carga en tus hombros. No lo ofendas hija en su casa, pero tampoco puedes decirlo a esta servidora porque no soy su representante más cercana, aun cuando trato de hacerlo, no soy el hombre que él espera, soy una mujer y como tal debo respetar los designios de él. ¿Acaso quieres recibir un castigo por la ofensa? Mira a nuestro señor, mira a sus ojos y busca su perdón, busca que aligere tu carga, ruegale▬ su tono de voz se elevó unos cuantos decibeles así como las venas de su sien que estallaban de fervor y pasión desmedida por su fanatismo.
Esas frías y largas manos que solo muestran los huesos y pellejos, por sus extremos ayunos, se tomaron con las manos ajenas dispuesta a entrar en esa alma atormentada por miles de demonios, o eso era lo que la beata pensaba, en su mente no había nada más que ver los pecados que el mundo se negaba a soltar y buscar redimirse. Su rostro se tiñó con ese fanatismo y adoración completa a su fe, mostrando una sutil señal de esperanza ▬Mi niña, nuestro señor, nuestro padre celestial es justo y sabio. Cuando tu alma lo necesite el extenderá sobre ti su mano y gracia, te bendecirá con aquello que más necesites, no será cuando tú lo pidas si no cuando tu alma esté lista para ello, cuando hayas superados sus tribulaciones. Tal como lo hicieron los profetas que se guiaban con la santas escrituras, y así mismo como Job cuando fue maldecido por el demonio; no pierdas tu fe, mantente firme y no reniegues de nuestro señor. Aguarda, ten paciencia que es uno de los dones de nuestro señor a través del espíritu santo, busca esa paciencia en las escrituras, aleja tu cuerpo del pecado del demonio hija, y así nuestro señor dará sus bendiciones sobre ti▬
Miró a la mujer con ojos desaprobadores unos instantes, sus ojos se cerraron en una afirmación muy seria y tajante ▬Has comprendido muy bien hija mía, nuestro señor no pone nada fácil de serlo de esa manera no podríamos apreciar las gracias de sus bendiciones. Después de la turbación encontrar su paz y gloria, pero no es sencillo hija mía, tendrás que pasar muchos dolores, muchas penas y angustias, tus lágrimas se desbordarán, tendrás el rechazo de todos, te señalarán y marcaran como lo peor y cuando estés en lo más hondo, él te tenderá la mano, por eso entrégate hija mía a nuestro amado padre▬ una sonrisa más tétrica y fundida en su rostro profundo y castigador, esas cejas juntas como si estuviera a punto de regañar a algún niño, pero era esa su presencia siempre
Soltó aquellas manos indicándole el alrededor del santo recinto ▬Solo nuestro señor puede saber la cruz que cargas, solo su representante en la tierra puede liberarte de el al ponerte frente a nuestro señor pidiendo perdón, pero lo ofenderías si no le dijeras a él todo aquello que realmente guardas y que se mantiene como tu carga en tus hombros. No lo ofendas hija en su casa, pero tampoco puedes decirlo a esta servidora porque no soy su representante más cercana, aun cuando trato de hacerlo, no soy el hombre que él espera, soy una mujer y como tal debo respetar los designios de él. ¿Acaso quieres recibir un castigo por la ofensa? Mira a nuestro señor, mira a sus ojos y busca su perdón, busca que aligere tu carga, ruegale▬ su tono de voz se elevó unos cuantos decibeles así como las venas de su sien que estallaban de fervor y pasión desmedida por su fanatismo.
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Re: Dialogando con la Fe [Privado]
Entregarme, entregarme. Qué deleitoso sonaba, pensándolo como si ya lo estuviese viviendo. Costaba tanto confiar en los míos que arrojarme a una entidad superior, al creador omnipresente, se me hacía mucho más noble y correcto. Si me entregaba a alguien o a algo más, sería herida y no tendría cómo saber si ese dolor valdría la pena o no, si me llevaría a algo mejor. Pero con Dios contaba con que, todo placer o insatisfacción que recibiera, iba encaminado a una sola cosa: el bienestar de mi alma.
Fue dichoso no ser juzgada ni interrogada. Sentí en mis ojos el comienzo de un aguacero cuando me di cuenta de cómo aquella mirada tan oscura y profunda transparentaba la sombra que me acechaba. Y se suponía que la de la magia era yo. Estaba tan perturbada, tan débil emocionalmente, que era incapaz de insuflarme energías por mí misma. «Ya lo entiendo, Padre. Para esto nos hiciste hermanos» dialogué con Cristo en mi interior, pidiendo perdón por haber dudado.
— Tiene razón. No debo ponernos a ambas en problemas y menos en este lugar sagrado. Me he extralimitado. Disculpe, es que… a veces olvido las jerarquías cuando siento este nivel de acogimiento que en casa no recibo. — salvo por mis mininos, muy cariñosos, pero no estimulantes a nivel conversacional, por desgracia — Cuesta manejar las sensaciones a las que no se está acostumbrada, pero con ángeles enviados por Dios, como usted, se hace menos. Intuyo que Él me ha escuchado, porque mi carga ha aligerado compartiendo con usted a mi lado. Eso necesitaba. El resto, él lo dictará.
Arremangué mi vestido e hice una reverencia a la cruz. Era el mejor regalo que podía hacerle a la religiosa, quien había renunciado a su individualismo para convertirse en sierva de Dios. Yo no lo haría resurgir. No me correspondía. Si yo ya no podía volver a la calma, no le quitaría a ella la suya.
— Gracias, hermana. Sé que ustedes tienen prohibida la vanidad, pero la recordaré en mis oraciones. Dios la bendiga e ilumine su caminar. — nos aseguré a ambas, a ella de que no la olvidaría y a mí que sentir gratitud no me lastimaría.
Sólo al final volví a escuchar el sonido de mi voz, tomando conciencia de los elementos que me daban forma, a esta mojigata de aspecto pálido y larguirucho. Recordé que el volumen de mis cuerdas era hondo, de aguda juventud, pero negro como boca de lobo. Me gustó oírme, ya más liviana. Con el mismo gusto me dediqué a ver a la monja al tiempo que reubicaba mi sombrero y salía de la Catedral.
Pero ahora mi claridad estaba fijada, inmóvil. Estaba cierta, como la fe.
Fue dichoso no ser juzgada ni interrogada. Sentí en mis ojos el comienzo de un aguacero cuando me di cuenta de cómo aquella mirada tan oscura y profunda transparentaba la sombra que me acechaba. Y se suponía que la de la magia era yo. Estaba tan perturbada, tan débil emocionalmente, que era incapaz de insuflarme energías por mí misma. «Ya lo entiendo, Padre. Para esto nos hiciste hermanos» dialogué con Cristo en mi interior, pidiendo perdón por haber dudado.
— Tiene razón. No debo ponernos a ambas en problemas y menos en este lugar sagrado. Me he extralimitado. Disculpe, es que… a veces olvido las jerarquías cuando siento este nivel de acogimiento que en casa no recibo. — salvo por mis mininos, muy cariñosos, pero no estimulantes a nivel conversacional, por desgracia — Cuesta manejar las sensaciones a las que no se está acostumbrada, pero con ángeles enviados por Dios, como usted, se hace menos. Intuyo que Él me ha escuchado, porque mi carga ha aligerado compartiendo con usted a mi lado. Eso necesitaba. El resto, él lo dictará.
Arremangué mi vestido e hice una reverencia a la cruz. Era el mejor regalo que podía hacerle a la religiosa, quien había renunciado a su individualismo para convertirse en sierva de Dios. Yo no lo haría resurgir. No me correspondía. Si yo ya no podía volver a la calma, no le quitaría a ella la suya.
— Gracias, hermana. Sé que ustedes tienen prohibida la vanidad, pero la recordaré en mis oraciones. Dios la bendiga e ilumine su caminar. — nos aseguré a ambas, a ella de que no la olvidaría y a mí que sentir gratitud no me lastimaría.
Sólo al final volví a escuchar el sonido de mi voz, tomando conciencia de los elementos que me daban forma, a esta mojigata de aspecto pálido y larguirucho. Recordé que el volumen de mis cuerdas era hondo, de aguda juventud, pero negro como boca de lobo. Me gustó oírme, ya más liviana. Con el mismo gusto me dediqué a ver a la monja al tiempo que reubicaba mi sombrero y salía de la Catedral.
Pero ahora mi claridad estaba fijada, inmóvil. Estaba cierta, como la fe.
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Re: Dialogando con la Fe [Privado]
La hermana se mantuvo rezando, orando por el perdón de los pecados del mundo, sus ojos sufrían por la carga de la joven que en sus oraciones estuvo más que presente, suplicada a Dios en las alturas la iluminara, la guiara por el camino del bien, que le mostrará la gracia de la que era digno todo hijo del señor. Sus ojos fijos clavados en la joven, hasta que su mano se movió acariciando la cabeza de la muchacha, sus dedos delgados como de la muerte rodaron por su melena buscando una calma para esa alma.
El rosario que cuelga de su muñeca suena contra la joven. Niega levemente la hermana mostrando una sonrisa tétrica en ese rostro demacrado por las noches en velas y castigos así como los extremos ayunos ▬Ve con Dios mi niña, que nuestro señor siempre guie tu camino y te cuide, recuerda que cuando no puedas más, aquí está la casa de nuestros señor ven y habla con él que tu voz será escuchada y atentita por su infinita misericordia como lo ha hecho ahora, jamás estarás sola él siempre estará contigo. No temas hija mía y que la gracia de dios te llene siempre▬
Se despidió y antes de volver a sus tareas cotidianas de rezo penitenciario, tomó su rosario rojo como la sangre entregándole a la joven ▬Lleva esto contigo siempre para que te acuerdes de mis palabras, llévalo contigo a toda hora y en todo momento, esto te ayudará a estar más cerca de nuestro padre amado, rézale mi niña, sin miedo porque él te escuchará donde sea▬ dejó su rosario en manos de la joven con una leve sonrisa.
Al verla partir de la iglesia se persigna juntando las manos ▬En mis oraciones estarás hija mía, rezando para que tu camino no se ha manchado por la oscuridad, que sigas siempre el sendero de Dios, que te aleje del mal y te acerque a su luz. Siempre estarás en mis oraciones pequeña alma atormentada hasta el día en que tus demonios te abandonen▬ susurró regresando la vista hacia el cristo crucificado de la iglesia, orando por el bienestar, por sus pecados y el de los demás.
El rosario que cuelga de su muñeca suena contra la joven. Niega levemente la hermana mostrando una sonrisa tétrica en ese rostro demacrado por las noches en velas y castigos así como los extremos ayunos ▬Ve con Dios mi niña, que nuestro señor siempre guie tu camino y te cuide, recuerda que cuando no puedas más, aquí está la casa de nuestros señor ven y habla con él que tu voz será escuchada y atentita por su infinita misericordia como lo ha hecho ahora, jamás estarás sola él siempre estará contigo. No temas hija mía y que la gracia de dios te llene siempre▬
Se despidió y antes de volver a sus tareas cotidianas de rezo penitenciario, tomó su rosario rojo como la sangre entregándole a la joven ▬Lleva esto contigo siempre para que te acuerdes de mis palabras, llévalo contigo a toda hora y en todo momento, esto te ayudará a estar más cerca de nuestro padre amado, rézale mi niña, sin miedo porque él te escuchará donde sea▬ dejó su rosario en manos de la joven con una leve sonrisa.
Al verla partir de la iglesia se persigna juntando las manos ▬En mis oraciones estarás hija mía, rezando para que tu camino no se ha manchado por la oscuridad, que sigas siempre el sendero de Dios, que te aleje del mal y te acerque a su luz. Siempre estarás en mis oraciones pequeña alma atormentada hasta el día en que tus demonios te abandonen▬ susurró regresando la vista hacia el cristo crucificado de la iglesia, orando por el bienestar, por sus pecados y el de los demás.
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