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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Nevenka Lèveque Sáb Nov 14, 2015 12:05 am


-La libertad de los lobos es la muerte para los corderos.
Isaiah Berlin


La temperatura bajó ocho grados esa tarde. Podía olfatear como la humedad de las hierbas eran absorbidas por la aridez de la tierra. Los gusanos se encontraban sedientos y las ratas hambrientas. Los cristales de las casas comenzaban a escarcharse de ese tipo de hielo que no congela pero si quema. La noche estaba a punto de caer y con ella, su maldición.
Las nubes aparecían en lo alto como un fúnebre augurio de muerte, como si desearan advertirle algo sobre su pasado, presente o futuro.

Lo últimos rayos de sol, se ocultaron sobre la finura de las montañas en el horizonte; el tono dorado se combinaba a la perfección con el púrpura de la oscuridad, el rojo del fuego y el azul de la desesperanza.

Sin mirar atrás, los pasos de la joven pelinegra la arrastraron hacia las profundidades de las lejanías, las cuales parecían ser, irónicamente, la boca del lobo. En un salto, las cadenas de plata y algunos artefactos punzocortantes sonaron a su espalda. Dentro del bolso de lana y piel, se hallaban varias bombas de humo, trampas, alcohol, plata rebaba de plata y alguno que otro artilugio que sólo los cazadores conocen. Incluso, algunas de las armas que ella poseía, pertenecían a la Inquisición y otras eran únicas en su tipo.

Poco a poco, aquel tornasol del firmamento comenzó a ser devorado por la terrible oscuridad. Siempre se ha dicho el hombre le teme a lo que se esconde en las tinieblas, pero la verdad es que, el hombre teme lo que pueden revelar aquellas sombras de sobre su verdadera esencia.

Al término de su andar, en los callejones absurdos de la ciudad, en los parajes abandonados de lo que alguna vez fue un castillo, un calabozo se irgue ante ella completamente omnipotente y mofándose de su suerte. Nevenka puede escuchar la carcajada sinuosa del tétrico lugar e ignorando por completo su locura, comienza a soltar las cadenas. Los pesados grilletes sonaron dejando su eco por cada recoveco y sólo el suspiro de la dama pudo romperlo.

Al cerrar el primer candado, sospesó la idea de quedarse aunque sea por una noche, completamente libre, pero las escenas de la última vez que logró escaparse, eran verdaderamente aterradoras. Había una coronilla pequeña en el suelo y junto a ella, la mitad de un cerebro viscoso, todo en medio de un charco enorme de sangre y, a un par de metros de distancia, miembros a medio roer de lo que seguramente era un niño. La bestia se lo había tragado, ella aún podía saborear lo ferroso de la sangre. Al principio, dormir le había sido una pesadilla, después la culpa carcomía sus entrañas, otras tantas noches, hubiese jurado ver a espíritu rondando a su lado, pero siempre, cuando la luna llena amenazaba por aparecer en el firmamento, su paladar pedía más…

Su sonrisa sádica cruzó por medias fauces, su mirada se ennegreció y los latidos de su corazón aumentaron, quería dejar salir al animal, pero a pesar de que sus deseos estaban por convertirla en una fiera, el pecado pudo más que ella.

El último candado rugió al ser sellado…

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Mensaje por Tariq Marquand Dom Nov 15, 2015 3:43 am

El día, había comenzado como de costumbre. Su mujer y él, apenas y habían conversado. Tariq respondía con monosílabos cuando ella abría la boca, a sabiendas de que si dejaba liberar a sus demonios, volver a capturarlos requeriría de una paciencia que no poseía. Karla llevaba sólo cinco meses de embarazo, pero se sentía como una eternidad para el cazador. No es que su forma de tratarla hubiese cambiado. La requería en su cama durante casi todas las noches. No habían preliminares, sólo esa maldita fricción entre sus cuerpos, que al rumano tanto parecía excitarle. Si el aborto ocasionado por su salvajismo no lo había conmovido, otro hijo suyo gestionándose en el vientre de su esposa, menos lo haría. Lucian, nombre con que ella había bautizado a la criatura, era sólo un medio para lograr un fin. Sólo esperaba que el instinto materno de Karla fuese certero, porque de no ser un varón, habría represalias. Sus deudas de juegos, no hacían más que ir en aumento y sólo un heredero podría permitirle controlar la fortuna de los Sartre. Para eso, por supuesto, debía eliminar a cualquier familiar que le sobreviviese a su mujer. Odiaría tener que dar explicaciones cuando comenzara a dilapidar todas esas riquezas. Por el momento, se las había apañado manteniéndolos lejos con la mentira de que necesitaban pasar un tiempo a solas, conociéndose. Le parecía absoluta y encantadoramente irónico, que mientras una nueva vida se formaba, otras estaban condenadas. ¿Qué pensaría su mujer cuando le dijese que cada día que Lucian crecía, era uno menos en la vida de los que quería? En ese aspecto, Karla no era diferente a Mina. Ambas, se habían encariñado de sus hijos antes siquiera de darlos a luz. Veía cuán importante era para su esposa protegerlo. Tariq quería enseñarle que el amor, sólo engendraba dolor y que no siempre, se podía escapar ileso. Irremediablemente, existían los llamados daños colaterales.

Y era precisamente ese pensamiento, que había germinado para el término de la tarde. Tras ingerir alcohol y apostar con sus compañeros habituales de juerga en una taberna – después de esa monotonía en la que se había convertido su vida – que el rumano había empezado a necesitar lo único que calmaría sus ansias: matar. Estaba listo para dejar que sus demonios saliesen a jugar y, como si ellos lo presintiesen, la adrenalina y la excitación lo embargaron. Se levantó de la mesa, ganándose algunas quejas de los demás a su alrededor, pues esa noche sí que había salido ganador. Estaba esperando un coche de alquiler cuando Klaus se le acercó. Él, también era un cazador, excepto que no uno falso. – Hoy es Luna Llena, Marquand. Mantente alejado de los bosques. – Por el tono de su voz, estaba bromeando. Era durante esas noches, que se tenía la posibilidad de cazar a esas bestias; pues los demás días, ellos podían hacerse pasar por humanos. – Esta noche busco otro tipo de acción. – Respondió enigmático, subiendo al coche que se había detenido frente a él hacía tan sólo unos segundos. Murmuró un, llévame a las afueras, mientras cerraba la puerta. Las ruedas aplastaban los guijarros conforme se adentraban por los callejones, perdiéndolos más allá por el camino. Bajó cerca de una casa abandonada, decidiendo seguir la marcha por su cuenta. Pagó al cochero que, aunque extrañado, no dijo nada por dejarlo en ese sitio. Había andado varios pasos cuando la vio. La joven parecía tener prisa por llegar a algún sitio y, quizás, fue por ello que no se dio cuenta de su presencia. Intrigado y sonriendo por su fortuna, pues había pensado que le tomaría más tiempo encontrar una víctima, la siguió; siempre a una distancia prudente. ¿Se dirigía a uno de los calabozos? La pregunta dejó de importar cuando escuchó el sonido inconfundible de cadenas. Tariq estaba versado en ellas. Las usaba para mantener prisioneras a sus víctimas.

– ¿No es este mi maldito día de suerte? – Vociferó, apareciendo justo cuando el último candado chasqueó. El eco de su voz zigzagueaba en ese lugar y el sonido le gustó. ¡Y él había pensado que matar calmaría sus ansias! Un poco de sexo forzado también lo haría. Con Karla, últimamente tenía que contenerse, pero con esa extraña no tenía por qué hacerlo. – Primero gano en las apuestas y, cuando salgo a buscar una presa, me encuentro con una ofrenda. – Agachándose para hurgar en el bolso de piel que había visto colgar de la espalda de la fémina, se encontró con otra sorpresa, juguetes de cazadores. Una de sus cejas se enarcó con diversión, mientras tiraba todo el contenido sobre el suelo de piedra. Cogió un cuchillo de plata, que no se podía comparar a las dagas que traía consigo, pero dado su filo servirían para su propósito. ¿Por qué manchar sus armas cuando tenía todo ese arsenal allí para su uso? Se levantó, irguiéndose en toda su estatura y esta vez, se acercó. – La Luna aún no ha hecho su aparición, cariño, así que haremos esto rápido. – No había sido difícil para el cazador sumar dos más dos. La hembra se había atado por sí sola para no lastimar a nadie cuando mutase a la bestia. Colocó la punta del cuchillo sobre su garganta y la hizo descender en línea recta hacia el valle entre sus pechos. La plata quemaba allí donde tocaba, levantando lo que parecía ser un hilillo de humo. ¡Qué belleza! – Mi nombre es Tariq. – Reveló. – Recuérdalo, quiero oírtelo gritar. – Sin duda, sus gritos se escucharían absolutamente deliciosos en ese recinto. A pesar de que la mujer tenía más fuerza que él, estaba encadenada; por ende, estaba a su merced.


Última edición por Tariq Marquand el Dom Feb 14, 2016 12:32 am, editado 1 vez
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Mensaje por Nevenka Lèveque Sáb Dic 19, 2015 12:24 am


Escuchó el siseo y las palabras del extraño; la sonrisa de sus labios re-apareció. La noche no sólo le amenazaba en mutar su cuerpo dolosamente en una bestia, si no que ahora le ponía a prueba con un pobre incauto frente a ella. Sus orbes esmeraldas, siguieron los pasos del sujeto, observando con curiosidad, mimándose con la salvaje beldad que su aura desprendía, embelesándose con el néctar que desprendía el olor de su piel. Los latidos de su corazón se aceleraron sin importar la ausencia de la luna.

El sonar de la plata con la piedra del lugar, hizo que Nevenka se estremeciera, pero no se trató de una promesa agónica, y con el simple hecho de dar con la picardía en su mirada, se esclarecía el pensamiento que pasaba por su cabeza en el momento. Lo dejó acercarse.

Su piel, fina, delicada, almendra, cambió por completo de color y la reacción ante el mínimo rose del cuchillo, fue extraordinaria. El humo se elevó por encima de su cabellera, develando figuras amorfas; el ardor sobre su pecho fue efímero y la sensación de calma cuando la herida era cicatrizada, era aún más placentera que el sabor de la sangre en su boca hasta hace unos momentos. Sonrió de medio lado.

En los últimos meses, no había tenido tiempo de explorar su fuerza, destreza y habilidades aumentadas por su licantropía, la única razón era que no deseaba lastimar a nadie por ello, sin embargo, en la ennegrecida mirada del hombre, concluyó que sus intenciones no eran gratas, por qué habría ella de detenerse.

Sus cadenas le impedían el movimiento, pero no se encontraba lo suficientemente atada, no llevaba una camisa de fuerza y, la poca libertad que le obsequiaba la longitud de los grilletes, le seria más que suficiente. Logró girar su cuerpo sobre el ajeno, las manos le quedaron encontradas con el pecho del hombre y con un codazo sobre la palma de este, pudo tirar la navaja al suelo. Uno de los hilos plateados, cruzó el cuello del mortal amenazándole con la asfixia. –Si no sabes usarlo, te recomiendo que no lo presumas- Susurró gélida y grave, sin hacer alusión al cuchillo que minutos atrás le cortaba la garganta. Rugió tras mofarse de su ahora acompañante.

Las esposas sobre sus muñecas, los eslabones que las sostenían y algún otro artilugio colocado estratégicamente, en sus ropas, quemaban parte de su cuerpo. La yaga hecha por “Tariq” había sanado, sin embargo, ahí donde el contacto con la plata era permanente, la piel comenzaba a colocarse al rojo vivo. El aire apestaba a carbón y no se trataba de los vestigios de podredumbre en aquel lugar.

Un clavo cronometrado se encajó en su tobillo, para impedir que el lobo tratara de huir corriendo. Gruñó. Soltó el amarre que le había hecho al hombre y bajo su cuerpo intentando alcanzar la punta del objeto, pero las cadenas eran demasiado cortas para la hazaña. Cuando la carne parecía fundirse sobre la pieza de plata, se detuvo a descansar y jadeo sin retirar la sonrisa de sus fauces. No era la primera vez que encaraba el dolor de esa manera, y evidentemente, no sería la última, pero cuando el cuerpo entra en confort, olvida por completo la sensación y el tormento. –Esto será, jodidamente entretenido.- Se puso de pie, levantó la cabeza y sacudió la melena azabache. –Anda, demuéstrame qué tienes peor que esto- Sentenció señalando el clavo que atravesaba el tobillo izquierdo. La sangre corriendo cuesta abajo por el arco de su pie, era una hermosa sugerencia y, con cada minuto que él se tardase en hacer su aparición, más clavos se encajarían sobre su piel, haciéndole lucir majestuosamente a su merced y, al mismo tiempo, el peligro se acrecentaba.

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Mensaje por Tariq Marquand Dom Feb 14, 2016 2:16 am

Marquand no era un cazador común. No se sentía perseguido por los pasajes de su terrible pasado y tampoco tenía deseos suicidas, dado que no iba tras los sobrenaturales guiado por la arrogancia que tanto le caracterizaba. Cuando había descubierto que los vampiros realmente existían, su destino había sido trazado. No habiendo nacido para ser un hombre de negocios, un esposo o padre de familia; el rumano estaba absolutamente seguro de que existía para llevar a cabo, un propósito mayor, uno que estaba más allá de lo que cualquiera pudiese imaginar. Saber que podía volverse inmortal, congelarse en esa apariencia que atraía a la mujer que quisiera y/o conseguir aquello que desease con tan solo chasquear los dedos; le había afectado a sobremanera, a tal punto que la demencia, se labró camino en su cabeza. Día y noche, Tariq había buscado. Información, contactos, lugares remotos y aislados. Clubes, tabernas, burdeles. Incesantemente, hasta encontrarlos. ¡Y vaya que lo había logrado! Conseguir que uno lo convirtiese, sin embargo, había sido hasta el momento, imposible. Los vampiros solían leer su mente y negarle aquello que tan desesperantemente anhelaba. Por ello, les había dado caza. Hasta que pudiese alzarse como uno de los suyos, eliminaría a los que se cruzaran en su camino y se creyesen superiores. Un día, había jurado, ajustaría cuentas con los imbéciles que le dieron la espalda. Su nombre, sería temido y respetado. A decir verdad, prefería el miedo a la reverencia. Lo había saboreado incontables veces en los gritos y gemidos de sus víctimas. Ver cómo la bestia parecía sentirse intocable, cuando obviamente estaba a merced de sus caprichos, le jodió hasta la médula. La maldita hembra se estaba burlando, instándolo a que cortara el último hilo de raciocinio que le quedaba. No había pasado por alto el doble sentido de sus palabras. – ¡Te enseñaré! – Había escupido con malicia incontenida, saboreando esas palabras en la punta de su lengua, mismas que parecían recorrer todo su torso hasta llegar a su miembro, que se endurecía ante el arrojo de la fémina. Si lo provocaba, más valía que estuviese preparada para lo que se avecinaba. Mejor que estuviese acostumbrada al sexo duro y sucio, porque pronto profanaría cada uno de sus agujeros.

– Por esta noche, eres mi esclava y yo tu amo, ¡tu maldito puto amo! – Negándose a perder más tiempo, Tariq cogió una de sus propias armas: una daga que descansaba en uno de sus tobillos. Era de plata, por ende, tendría el mismo efecto sobre la piel ajena. En esa ocasión, no se entretuvo con el humo que salía cuando hacía contacto. Usó la filosa hoja para rasgar las ropas, al menos, en los lugares que necesitaba. Dejó libre el escote y la parte inferior. La tela estorbaba, pero no le importaba. Sólo quería hundirse dentro de ella y encontrar su placer. – No lo tomes personal, cariño, pero siempre he odiado a los de tu tipo. Y los odiaré aún más cuando me convierta en un vampiro. – Otro clavo cronometrado se había activado, pero él no había puesto atención, no cuando pegaba su torso a la espalda de la joven, pasando sus brazos por debajo de las axilas de ésta, para amasar los senos que había dejado para su disfrute y deleite, a la vista. Cogió uno y lo apretó. – ¿Si corto uno de éstos excitados pezones, susurró lascivamente sobre el lóbulo, deslizando su lengua sobre el contorno, volverá a crecer? Eres el primer licántropo que tengo la fortuna de inspeccionar de cerca. – No sonaba entretenido, pero sí curioso, sobre todo cuando acercó la daga al lugar señalado. Sin preámbulos, estiró el pezón y lo perforó. El cazador no habría podido decir si el gruñido de la hembra se debió a ese contacto o algún otro mecanismo que se había activado. Las cadenas, definitivamente, estaban hechas para mantener a la bestia reducida, presa del dolor. No. No podía arriesgarse a quedar atrapado con el animal. Con una mano, manipuló su pantalón para dejar libre su erección. – Los preliminares, serán para otra ocasión. – Se burló. Ni siquiera se preocupaba por preparar a su esposa. ¡Maldición! Si le había quitado la virginidad de golpe. ¿Qué consideración podría tener por una extraña que no volvería a ver jamás? Ahora, ¡si tan solo pudiese mantenerse quieta! Decidiendo que necesitaba sus manos libres, recuperó su arma y apuñaló a la joven en el vientre, dejando la hoja profundamente ensartada. – Pronto, así estaré yo, arraigado en ti; hasta la empuñadura. – La cogió de las caderas y embistió, encontrándose con una exquisita sorpresa.
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Mensaje por Nevenka Lèveque Lun Feb 15, 2016 11:40 pm


No existe mejor aliciente que el dolor. Su cuerpo se retorcía en contables segundos y su carne era desencajada de sus articulaciones con cada choque de la plata en su cuerpo. El halo de la luna aún parecía bastante distante, anclado en la inmensidad del cielo y oculto en las sombras de las montañas. La noche cantaba melodías de terror, con el viento gimiendo entre los árboles y los guijarros resonando bajo los pies de distintas criaturas. Dentro del calabozo, la voz de su siniestro acompañante –y al igual que la suya- se arremolinaba en los rincones para ser convertida en eco y golpear sus sentidos una vez más. El frío había descendido, podía ver el vaho emanar de sus fauces así como de las ajenas. La danza era constante, un vals de tétricas composiciones que sólo añadían hermosura a la obra expuesta. Una hembra casi crucificada y un hombre cuyas intenciones se develaban en el abismo de sus orbes; pupilas dilatadas y extraordinariamente excitadas por lo que podían ver, más aún aquella perversidad se dio por el reproche desdeñoso que Nevenka le ofrecía. ¡Cuánta arrogancia y cuánta osadía! Pero, de ¿Quién?

El gruñido de la chica se hizo presente en el inapropiado tacto del cuchillo contra su piel, pero no hacía caso al dolor que se originó en esa zona. Desgraciadamente para su verdugo, el tormento al que era sujeta se debía al segundo clavo encajándose en su tobillo. El hombre, cuyo mórbido deseo era estremecerla, rasgó parte de sus prendas, algo que ella ignoró por completo, únicamente concentrándose en el conteo mental. Sostuvo la respiración escasos segundos, tiempo suficiente para dejar de sentir como el ardor de su piel le devoraba. Reaccionó al insulto del hombre al igual que lo había hecho con otros semejantes, y simplemente se dispuso a concentrar su atención en el vaivén imaginario de su respiración. La sangre creó un par de ríos desde la roca en la que se hallaba atada, hasta el otro lado del muro. En la fase de cambio en la cual Nevenka se encontraba, perder la sangre es normal, pues el corazón bombea más líquido de lo común y, la ponzoña de la licantropía recorre los torrentes a una velocidad desmedida. Por supuesto, eso depende de la cantidad de luz plateada que haya en el firmamento.

Un nuevo desgarre y el rugido se hizo más fuerte. Jadeó a la par en la que cristalinas gotas de sudor se derramaban por su frente; pese a lo gélido de la atmósfera, el cuerpo de Nevenka gozaba de calor. -¿Qué?- Musitó entre jadeos y risotadas amargas. -¿Quién querría convertirte en vampiro?- Aventuró. Escuchó el sueño estúpido de aquel hombre y se mofó de él como pudo. No era posible que existiera tanta estupidez en la mente de los mortales. Sin embargo, irse por las ramas y atacar su vanidad más que su inteligencia, le resultaba mucho más productivo –Eres débil- Arqueó una ceja –Ellos no conceden deseos al frágil- Una de sus manos intentó limpiar el hilo ensangrentado de su boca. -¿Qué vampiro estaría orgulloso de abrazar al imbécil que se aprovechó del lobo en su miseria?- Con cada palabra pronunciada, sus energías se veían disipadas. Pero el calor que circulaba por sus venas, era cada vez más amenazador. Sus dientes ardían, su mandíbula amenazaba con desquebrajarse. –Ni si quiera eres capaz de darme la cara.- Él había mostrado ser tajante y ególatra, qué pasaría si ella le derrumba sus ilusiones. Respiró profundo. Levantó el rostro y lo observó. La sonrisa ladina le delataba, pues no importaba el daño que él pudiese ocasionarle a su cuerpo o si se le antojaba dañar nuevamente uno de sus pechos. Nevenka no le demostraría dolor más del que ella misma estaba provocándose.

Sus manos se doblaron halando de las cadenas que le sostenían. Sus pies colgaron repentinamente en un corto lapsus. El arco de su espalda se formó en respuesta al allanamiento y, como un fiero impulso y acto reflejo, la fémina hizo que sus caderas se ladearan hacía un lado para soltar la embestida que el extraño le había proporcionado. Su rugir fue diferente. No había dolor en ese acto, tal vez sí, pues el destrozo en su entrepierna, fue equiparable a la zángana empuñadura de su vientre. Pudo sentir como su sexo goteaba, pero desde el ángulo en el que se encontraba, no sabía si era sangre o fluido natural. Aún apartada de él, la quemazón de su feminidad continuaba al rojo vivo. Era como si aquel infeliz hubiese clavado en su cáliz una estaca de plata. Gimió. Pero al igual que el gruñido anterior, no fue doloroso. La hembra se sacudió por completo, dando combazos, con los pies. Tratando de alcanzar a la alimaña en su espalda. Sopesó la idea de arrancarse una muñeca para poder liberarse y ejecutar al malnacido, pero después pudo ser partícipe de cómo la sed le recorría en la garganta. Sus instintos aumentaron y, hasta cierto punto, olvidó el escozor que padecía. –No tengas piedad, Tariq- Pronunció en un ronroneo. –Porque si cometes un error y me libero, yo no la tendré de ti- Escupió con odio y repudio. Un resentimiento tan atroz que podía herir con tan solo haber articulado aquellas palabras. Él no parecía temerle, pero sin duda alguna, hubo algo en su amenaza que lo volvió real. El color azul de sus ojos, estaba cambiando, ya no era idéntico al océano, por el contrario se asemejaba más al abismo del mismísimo infierno, y después de aquel tono fúnebre, el esmeralda causaba más temor que cualquier otro. La maldad de la humana, estaba a punto de ser liberada...

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Mensaje por Tariq Marquand Sáb Mayo 14, 2016 10:02 pm

Tiempo atrás, su padre había intentado controlarlo, quitándole todo apoyo económico con la estúpida esperanza de que Tariq; al no poder solventar sus vicios, se hiciese cargo de lo que por derecho, le pertenecería algún día. Semanas después, había sido encontrado muerto en su despacho. El cazador, todavía podía recordar la mirada de incredulidad de su progenitor, la forma en que la sangre borboteaba fuera de la herida, ¡hermosamente hipnotizador!, llevándose su vida. ¡¿Cómo podía olvidarlo?! Había sido la primera vez que sus manos habían actuado mortíferamente. Un cuchillo, no muy diferente de los que ahora disponía, había hecho el mismo trabajo que la guadaña de la muerte. Si eso no era excitante, demonios si no lo fue los asesinatos que cometió después. Las mujeres, se habían convertido en su primera fuente de entretención. Eran fáciles de convencer para una caminata bajo la luna. Sólo tenía que mentir con descaro. Una vez que las máscaras dejaban de ser necesarias, sin embargo, los demonios salían de su escondite para pedir su turno en ese juego tan morboso y placentero. Por ello, se sentía tan desquiciado esa noche. Con la fémina encadenada, no tuvo que molestarse en fingir, sólo tomarla como le placiera. El rumano la cogió del pelo, hasta que se vio obligada a arquear el cuello. Los grilletes, aunque necesarios, dificultaban el trabajo. Para ella, por supuesto.  Él vería cada uno de sus deseos satisfechos. Ahora o más tarde. – Tienes suerte de que estés en ésta posición o habría follado tu boca, hasta romperte la garganta. – Gruñó, cerrando su mano sobre su cuello. Apretando. Asfixiando. – Habría sido un excelente método para silenciarte. – Soltó su agarre hasta que fue absolutamente necesario. Disfrutaba demasiado viendo cómo se ahogaba. Ese sonido que salía de sus labios, mientras que intentaba llevar aire a sus pulmones, con fuerza y desesperación, era alucinante. Aunque no había mordido el anzuelo respecto a sus burlas, en su mirada se podía ver la ira que lo consumía. Iba hacerla sufrir, más de lo que había planeado en un inicio. Ahora sabía que era virgen. Su intento de penetración, no había sido infructuoso. Un hilillo de sangre, corría por el muslo de la joven. Sabía, por experiencia, que aún no había roto ese velo que la convertiría en mujer. Su mujer. Si tan sólo supiera lo que ser el primero, significaba para él.

– Tariq. Tariq. Tariq. – Se burló él, cogiendo sus caderas con fuerza. – Harías bien en gritar mi nombre a cada embestida. Te sorprendería ver el efecto que tiene en mí, cuando me llaman mis víctimas. – Mintió. De cualquier forma, lo disfrutaría. Realmente, quizás lo haría más si ella intentaba no pronunciar ni un quejido. Eso sólo haría que el cazador, aumentase la fuerza de sus envites, demente por hacerle flaquear en su resolución. Si pronunciaba su nombre, como había sugerido, tendría la misma reacción. ¡Sería como alentarlo a dar más de sí mismo! ¡Sería hacerle creer que estaba disfrutando con su trato! A ese punto, nadie podía entender cómo trabajaba su mente. Era un tumulto de emociones, sinsentidos y maldad pura. Estaba poseído. En esa ocasión, no se le escaparía. Sus manos se cerraron como grilletes en las curvas de la mujer y empujó. La punta de su miembro se frotó contra los pliegues húmedos, acariciando la entrada a esa cueva, que nadie había explorado aún. – ¿Cuál es tu nombre? – Preguntó finalmente, al mismo tiempo que su glande, la perforaba. La vanidad que caracterizaba al rumano, estaba muy bien fundamentada. Cuando decía que estaba orgulloso de su físico, no mentía. Su miembro, aún flácido, no dejaba de ser impresionante; pero tan excitado como estaba, sabía que la experiencia de la joven, sería inolvidable. – Eres la primera perra que me voy a montar y yo, soy el hombre que te va a desvirgar. Después de eso, quien esté dentro de ti, no importará. Habrás sido de alguien más. Cuando sea un vampiro, tal vez vuelva a buscarte para cogerte. – Dicho eso, embistió. La penetró con desmedida fuerza, rugiendo al sentir cómo se rompía la membrana para darle cabida. Las paredes internas, se cerraba a su alrededor, buscando ordeñarlo. No esperó a que se acostumbrara, salió y volvió a reclamarla. Podía sentir a la bestia alzándose, como si supiera que la Luna pronto emergería para llamarla a sus filas. Tan desquiciado como estaba, llevó una de sus manos hasta la empuñadura que sobresalía del vientre de la joven. La retorció, disfrutando del líquido carmesí que se escapaba en un constante goteo. Todo eso, sin dejar de salir y entrar de su cuerpo. Aumentó la velocidad, consciente de que debía terminar pronto. Ya habría tiempo para una segunda ronda.
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Mensaje por Nevenka Lèveque Lun Mayo 16, 2016 11:04 pm


Al igual que el de una hoja desgarrándose, la pureza de su feminidad, fue quebrajada.

El viento sopló, cada vez más fuerte, cada vez más salvaje. La parvada de cuervos que dormía en los rincones olvidados del calabozo, emprendió el vuelo hacia lo desconocido como si supiesen exactamente lo que se avecinaba, como si ellos trataran de advertir a los transeúntes amantes de la luna que se debe temer más a lo que se oculta bajo la luz, que a aquello que se encuentra en las tinieblas.

La imagen de una mujer encadenada, completamente bañada en sangre y con estacas de metal encajándose sobre las articulaciones de su cuerpo, debería ser una escena grotesca y repudiada por la mayoría. Sin embargo, el dolor padecido en la piel, esa maldita agonía haciéndole retorcerse desde las entrañas; sus gestos faciales, los gemidos, el sudor y los topes intentos por soltarse, hacían de cualquier mente con un poco de imaginación, algo verdaderamente hermoso, caótico, pero al fin y al cabo, sublime. Por eso Tariq estaba ahí, por eso Nevenka, continuaba satisfaciéndole. Algo sumamente perturbador en la mente de la joven, le obligaba a querer terminar con lo que inició. ¿Masoquismo o quizá demencia? Tal vez un poco de los dos o probablemente sólo se trataba de estrategia.

Las manos de Tariq se aferraron a su cuello asfixiándole, él debió sentir como el peso de la loba caía lentamente, volviéndose tan pesada como un cadáver y, precisamente eso era lo que ocurría. La privacidad del aire hizo que Nevenka desfalleciera, cosa que no influyó en lo absoluto para el crimen que cometía el cazador, pues a pesar de ello, él se aferró al cabello de la hembra haciendo que esta arquease la espalda. Una visión magnífica desde la posición en la que se encontraba. La voz de la morena cesó, al igual que sus gemidos, parecía haberse quedado dormida. Si ella fuese un espectador, seguramente habría realizado una mofa al respecto, pero aunque hubiese deseado golpear el ego ajeno, no podía hacerlo. Sí, ella estaba predispuesta, pero su cuerpo no.

La temperatura de su piel aumentó cinco grados más, los músculos se agigantaron notablemente y sus venas parecían querer salir al exterior. De estar consciente, habría sentido la picazón en la dentadura, el escozor que le provoca saber que de sus fauces brotaran un par de hileras perfectas cagadas con filosos colmillos. Las manos, aunque aún podían distinguirse como tal, se doblaron con lentitud y convulsiones, hasta formar un par de garras con cinco extremidades cada una. Y, mientras el miembro de su violador se aferraba al interior de la hembra, la luna llena en lo alto del cielo se mostraba tajante, llena de carcajadas y maldiciones. Cuando él estuvo a punto de terminar, Nevenka despertó.

Él había deseado que dejara de hablar y lo consiguió, en lugar de palabras, el rugir de una bestia atravesó el silencio al igual que el filo de una espada lo haría con un costal de carne. Un monstruo con el doble del tamaño del cazador, se irguió por encima de él, mostrando los caninos y completamente desorientado. El sonido del último seguro activándose, hizo que el lobo plateado dilatara sus pupilas. Es verdad que el hombre no tiene memoria de cuando se convierte en animal, sin embargo aquel demonio, si podía recordar. El espasmo en la espalda del lobo hizo que este arrojara al intruso tan sólo con un zarpazo. Las garras quedaron tatuadas en el hombro derecho del hombre, pero a pesar de que ella consiguió quitárselo de encima y arruinar su hermoso cuerpo, él infeliz obtuvo lo que quiso, pues el muy cabrón terminó dentro de ella.

Aturdida, desorientada, abatida y completamente hambrienta, el lobo luchó contra sus cadenas. Le importó muy poco el hecho de que con cada tirón, la plata quemase su piel y pelaje, tampoco fue de incumbencia cuando una de las varillas arrancó un trozo bastante considerable de carne, ella tenía hambre, ella estaba furiosa y necesitaba saciarse. Se giró hacia donde se encontraba el festín y, por primera vez desde que fue convertida, Nevenka y la bestia estaban de acuerdo en algo. Incluso pareciera que la bestia sonreía.

Esos ojos esmeraldas, unos hermosos y diabólicos ojos esmeralda.

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Mensaje por Tariq Marquand Miér Sep 14, 2016 10:56 pm

Insaciable, así era su apetito. No le era suficiente entrar cada noche a los aposentos de su esposa, para aplacar el hambre que ésta, le despertaba. Tariq no amaba a su mujer y, sin embargo, más veces de las que podía recordar, terminaban en la misma cama. Su mente, hilarante, era un caos. Un rompecabezas con miles de piezas, que cabía mejor desistir de armar. La risa que borboteó fuera de su garganta, mientras miraba la herida que le habían hecho, era extremadamente demente. No es que al cazador no le importara la sangre que emanaba del zarpazo, sino que la belleza que encontraba en esa herida, tenía más valor sobre lo otro. El rumano, coleccionaba las cicatrices que cubrían su cuerpo, no porque contara las batallas perdidas o ganadas, sino porque escondían, sus más oscuros secretos. Cualquiera que le mirara, sabiendo a lo que se dedicaba, pensaría que cada una las había recibido mientras luchaba por su vida. Nada más lejos de la verdad. La mayoría, habían marcado su piel, durante los forcejeos de sus víctimas. Era increíble lo que hacía la adrenalina en las damas, cuando sabían que estaban a minutos de morir a manos de su verdugo. Recibir esa herida, por culpa del licántropo que ahora le miraba como si fuera la presa y no el cazador, hizo que rugiera en respuesta. – ¡Maldita sea! – Gruñó con atrocidad, llevando su mano sobre su hombro derecho, palpando la profundidad del daño recibido. La maldita perra, había clavado sus garras con fuerza. – Si la licantropía no sólo se pasara por una mordedura, estarías aullando en el Infierno en estos momentos. – Se mofó, guardando dentro de su ropa, una vez más, su miembro. Pasaría un buen rato para que pudiese arremeter de nuevo contra la joven, quizás toda la jodida noche.

– ¿Ahora qué se supone que le diga a mi mujer? – Cuestionó, en un tono que denotaba burla. Tariq no daba explicaciones a nadie. No lo había hecho antes y no lo haría nunca. – Tal vez sólo le diga que se me atravesó un animal en el camino. – Farfulló, andando alrededor de la bestia para coger los pedazos de ropa de la fémina, y limpiar su cuerpo. La impresión de las garras ardía. Una capa de sudor, debido al esfuerzo hecho durante el encuentro, cubría su piel. Eso, aunado a los hilillos de sangre, producía una hermosa combinación; misma que el cazador se encargó de desaparecer con brusquedad. La violencia era una parte de sí, que no podía evitar. – Si tan sólo pudiera ver cómo quedó la bestia después de ponerse en mi camino. – Terminó, acercándose, tan seguro de sí, a la que hace apenas unos minutos, había sido su compañera de juegos. Pero la presunción y el egocentrismo, siempre había sido su talón de Aquiles. Y esa noche, en especial, recordaría a su víctima; no sólo porque la había desvirgado, sino también, porque pondría fin a su búsqueda de la inmortalidad. Si bien las esposas y el mecanismo empleado por la joven, era efectivo, Marquand subestimó la fuerza y la furia del licántropo. La plata que quemaba la piel de la bestia, no sólo la hacía más peligrosa debido a sus deseos de soltarse, sino que la hacía centrar toda su atención en un solo culpable: él. ¿Era cierto que el animal y el hombre no tenían conciencia alguna? Esa era la información que se tenía, pero en ese momento, el rumano podía jurar que vio el odio y reconocimiento en esos orbes color esmeralda. Mentiría si dijera que no sintió un placer retorcido, porque lo hizo.
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Mensaje por Nevenka Lèveque Vie Sep 16, 2016 9:21 pm

Metamorfosis, pareciera ser cualquier palabra sin un auge complicado, pero lo suficientemente larga como para pronunciarla con cuidado; el nombre del acto nunca ha importado y aquella austera identidad, esconde mutaciones, secretos y maravillas. Tal vez sólo se trate de biología, pero cuando se le imprime un poco de fantasía, es mágico, casi diabólico. No era la primera vez que Nevenka se transformaba y, efectivamente, no sería la última. No obstante, esa noche en especial no la olvidaría. La presencia de alguien ajeno a su naturaleza, un maldito y miserable espectador, quien con presunción y estupidez obvia, le había tentado, pero no sería por él que la morena recordaría ese momento.


Luna, misteriosa, hechicera y hermosa. Se asomaba por detrás a enormes monolitos de piedra, el halo plateado de su resplandor parecía impregnar la tierra, casi como si se tratase de un bálsamo para los gusanos. Y, ahí, en medio del enorme círculo, dónde las manchas grisáceas le dibujan un rostro, Nevenka pudo ver y escuchar la carcajada de la diosa y mujer más cruel y despiadada que la joven haya conocido antes. Por vez primera, fue ella quien observó lo que se oculta detrás de la hermosura del astro. La piel canela que adoquinaba su cuerpo, fue lentamente transformada a un montón de pelo blanco y grueso, casi tan perfecto como el rocío del invierno. Las extremidades, se llenaron de masa muscular, se alargaron, se fortalecieron y donde antes se apreciaban estacas metálicas fundiendo la carne, en ese momento, se confundía con alguna imagen perdida de las fantasías. El aroma de su alrededor cambio por completo, había estado apestando a humedad, suciedad y abandono, pero en ese momento, el pelaje del lobo era quemado por la reacción hacia la plata. Aún así, con la sangre cubriendo la mayor parte de su cuerpo, era una pieza de caza bastante inusual. Al abrir los ojos, todo el dolor que padecía buscó un objetivo y lo encontró. A escasos centímetros de sus orbes esmeraldas, estaba él, Tariq. En un rugido, apenas audible para ella, le aconsejó. "Corre". 


Crash. Crash. Crash. La orquesta ejecutada por sus costillas, auguró la siguiente jugada. Un brusco movimiento de las patas delanteras y el desgarre de su piel, exponiendo el músculo por completo, la liberó de su prisión. Primero una pata, después la otra. Se puso de pie sobre las traseras y mostró cuan magnifica se observa una bestia enfebrecida. Levantó el rostro hacia el infinito y lanzó su aullido. Fue un sonido perverso, violando el silencio de la noche. Penetrando tan adentro, en la cabeza del cazador, como lo había hecho su falo en la entrepierna de la chica. Se colocó a cuatro patas, lo miro fijamente dejando ver los colmillos detrás del hocico negro. Y, sólo cuando se tiene al lobo al frente sonriendo con malicia, es cuando se entiende a la perfección el dicho "Como boca de lobo" Nada de lo que entre ahí volverá a salir con vida. 


La bestia se lanzó contra el mortal, segura, rápida, furiosa. Sus movimientos fueron bastante certeros y estuvo a punto de atrapar al imbécil aquel entre sus patas. Las cadenas le salvaron la vida deteniendo abruptamente la carrera del monstruo. Rugió. Su hocico se enfocó en las líneas plateadas que le amarraban. Movió el rostro hasta el punto de donde emanaban y corrió hacia ellos para desengacharlas de la roca. Realmente no le importó el escozor o la cantidad de dientes que se fracturaron después de morder los puntos exactos y liberarse por completo. Giró su cuerpo hacia el hombre y sonrió. Se lanzó por segunda ocasión hacia él, abrió la boca lo suficiente para arrancarle la cabeza, sin embargo, su mordida falló y los colmillos restantes se incrustaron a la altura del hombro izquierdo. Una de sus patas, se rompió y le hizo tamborileó hacia un lado, cayéndose y ofuscando su atentado. Rabeó y aulló. Soltó a su presa y se recogió esperando que la regeneración hiciera de las suyas. Tal vez el lobo no sabía nada sobre la vida de la mujer, pero sí conocía perfectamente su cuerpo. Eso no la mataría. Volvió a enfocarse en la comida... Gruñó. 
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