Taking a breath | Haskell Oswald

Las calles por donde el joven pasaba estaban completamente abarrotadas. Destacaba el olor que los caballos dejaban en las calles, así como las múltiples voces que, hablando todas al mismo tiempo, hacían ininteligible cualquier conversación. Él no se dirigía a ningún sitio en particular. Solo esperaba la llegada de la noche, en la que, probablemente, daría una vuelta por los rincones de la ciudad en busca de algún… “maleante”.

Podría haber salido por la noche, pero no le apetecía quedarse en su casa. Además, tenía algunas cosas que comprar. Sus ojos azules se posaban en los escaparates de las tiendas, buscando algo que le llamara la atención, haciéndose pasar por alguien completamente normal. Miró en derredor hasta que encontró una gabardina de color negro, larga hasta pasar las rodillas y, a simple vista, abrigada.

Se gastó un buen dinero en ella, aunque lo que en verdad esperaba era que las manchas de sangre no se notaran demasiado en esa. Solía cazar con su chaqueta por la facilidad que ofrece para esconder todo tipo de armas pequeñas y manejables. De hecho, llevaba unas cuantas armas en ese momento: su daga de plata, la de su padre, una pistola cargada con balas, también de plata, y una petaca llena de agua bendita.

Salió con ella puesta y se la abrochó. Su camisa remendada y medio rota quedó tapada por la nueva y cómoda chaqueta, haciéndole parecer así más distinguido entre las calles de París. A pesar de ser un hombre de altas posibilidades económicamente hablando, no se sentía como uno de esos señoritos de Clase Alta. Más bien, su concepción de él mismo era como la de un hombre que buscaba su sitio en el mundo… un mundo inocente y dormido que no sabía la cantidad de peligros que había cuando la noche caía sobre las calles.

Ensimismado, paró en otra tienda, mirando el escaparate de la misma sin mucho interés. Más bien, era una excusa para quedarse mirando a la gente en el reflejo del cristal y disfrutar de esas voces inocentes. No odiaba su trabajo nocturno, aunque muchas veces le gustaría poder ser una de esas personas sin más preocupaciones que ganar dinero y mantener a una familia.

Cuando se fijó bien en los productos del escaparate, vio una serie de frascos. Estaba ante una perfumería. Aún recordaba el perfume que su padre solía ponerse, ese que embriagaba toda la casa con un olor fuerte y fresco. Muchas noches, cuando era todavía un niño, su padre entraba después de un largo día de entrenamiento, se sentaba en su cama y le contaba un cuento. Aunque lo que más recordaba Castiel no eran los cuentos, sino ese olor que su padre dejaba en la almohada y que lo ayudaba a dormir alejado de las pesadillas. Algo vacilante, entró.

La tienda era un establecimiento no especialmente grande, pero muy limpio y cuidado. Olía a los mil perfumes que habría allí, haciendo una mezcla extraña pero, en cualquier caso, agradable al olfato. Castiel sonrió levemente y se acercó al hombre que estaba detrás del mostrador.

—Buenos días, monsieur —dijo Castiel educadamente —. Busco algo muy particular. No recuerdo el nombre del perfume, pero sí recuerdo su frescura y su fuerza. Lo utilizaba mi padre durante su baño, y dejaba cierto olor a flores… o romero…

No sabía bien cómo describirlo… ¿cómo se describían los olores? Se sonrojó un poco y se quedó a la espera de si el hombre podía descifrar algo tan sumamente volátil como la descripción que le había dado o si, por el contrario, satisfaría su inexplicable capricho.

La mañana había comenzado hacía un par de horas pero el sol todavía competía por su espacio en el firmamento. La calle abarrotada contrastaba con el ambiente tranquilo y silencioso de la perfumería donde los olores campaban a sus anchas en danzas armoniosas que creaban esencias perdidas entre los frascos.

Haskell apoyó los codos en la madera con un sonoro resoplido, estaba un poco harto de la clase altas y sus exigencias, igual que estaba un poco cansado de estar detrás del mostrador. En cierta manera añoraba pasarse los días en la calle en busca de su siguiente víctima, siempre sonreía cuando, a lo lejos, escuchaba los improperios de aquel que descubría que su cartera o su reloj habían volado. Volar, la mente del muchacho sí que volaba perdida en la añoranza.- Tienen todos tan poco cuidado, van tan seguros de si mismos, como si sus ropajes pudiesen protegerlos de algo...- Pensó mientras se levantaba dispuesto a escaquearse el resto del día dejando a su ayudante al cargo. Era muy un poco inútil, pero hasta que encontrase un reemplazo no había nada mejor.

-¡Oye tú, chardon! Voy a ir a realizar unas compras porque nos estamos quedando sin...- No terminó su frase pues una figura plantada en el escaparate llamó su atención; no parecía en absoluto interesado por la perfumería o al menos eso pensaba Haskell hasta que le vio entrar en la tienda y ordenar sin mucha idea un perfume.

-Buenos sean, monsieur. Así que un perfume fuerte y fresco... -Repitió para sí antes de esbozar una sonrisa, seguramente debiera proceder con cuidado, pero Haskell Oswald estaba aburrido y no había nada peor que un Oswald en estado de tedio.- Bien, si quiere un perfume fuerte pero que deje un olor a flores no debería llevar romero; como bien sabrá, el olor de esta planta tapa cualquier otro olor menos el de los animales. ¿Quiere usted un perfume con esencia de caballo? No resulta muy atractivo pero desde luego es fuerte.- Aspiró a su cliente con una sonrisa conciliadora pero sin dejarle tiempo a responder, no quería mantener una conversación con él, quería saber cuánto podía avanzar antes de tener problemas.- ¿Qué me dice? Estiércol, sudor de semental y quizás un poco de romero.

Durante unos instantes, pensó que el hombre que estaba tras el mostrador iba a ayudarlo con lo que estaba pidiendo, aunque conforme sus palabras fueron evolucionando, Cass se dio cuenta de que lo que en verdad quería era tomarle el pelo. ¿Estiércol, sudor de semental y romero? Durante un momento su mirada mostró un gesto de enfado. Pero solo de pensar que su padre se pusiera tal inmundicia para parecer distinguido lo hizo lanzar una risotada.

—¿Quiere decir, monsieur, que si me pongo un poco de sudor de semental, con algo de mierda y romero, conseguiré un olor fresco? —sus palabras estaban cargadas de humor — Con la cantidad de esas cosas que hay por París, ¿por qué se las iba a comprar a usted, si ya me ha dicho cómo puedo hacerlo por mí mismo?

Se separó del mostrador durante unos segundos para mirar alrededor. Había frascos tan bonitos y distinguidos que bien se podrían distinguir con un adorno para la casa. Incluso, pensó Castiel, muchos serían caros simplemente por el embotellado. Otros simplemente estaban guardados en cajas, pues no eran perfumes, sino sales para echar en el agua.

Castiel, que a pesar de lo que en la sociedad era moda, sí que tomaba baños bastante a menudo. Bien era cierto que salir a cazar y llenarse de sangre hasta las cejas era un gran aliciente, pero otras veces lo hacía simplemente porque le gustaba sentirse limpio. Oler su piel y que esta desprendiera una fragancia delicada lo hacía sentir bien consigo mismo. Por eso bien sabía que con los ingredientes que había dado el hombre olería peor que el perro de su vecino.

—Mi nombre es Castiel —extendió la mano al vendedor —. Y quisiera preguntarle, si es usted tan amable, si hay alguna manera de ocultar ciertos olores. Olores fuertes y realmente molestos. Y no recurra al sudor, a la sangre, al romero o al estiércol… porque ya sabe usted, a veces me gusta oler a puerco —sonrió de oreja a oreja —. Pero otras veces, no es el caso —rió de nuevo mientras esperaba su respuesta.

Haskell estaba encantado de que el hombre le siguiese el juego, al fin alguien interesante con quien hablar en medio de aquella ciudad plagada de falsedad y caras largas. No pudo menos que concederle una sonrisa.- La creación de un perfume requiere... refinamiento, un cuidado especial y un trato delicado.- Dicho esto, le dedicó una mirada de arriba a abajo y adoptó un mohín de duda, indicando claramente que no le creía capaz para el trabajo, sin embargo acabó sonriendo y escuchó con atención la siguiente petición de su cliente.

Salió del mostrador y le estrechó la mano antes de pasearse entre los frascos.- Mi nombre es Haskell, Haskell el perfumista.- Paseó entre los frascos pensativo y finalmente escogió uno de perfume y uno de sales de baño soltando una carcajada cuando Castiel terminó de hablar.- Perfume de Jazmín y Lavanda con esencia de romero. Le dará un toque fresco pero el olor es fuerte y persistente y tapará todo tipo de cosas. ¿Lo quiere en perfume o en sal de baño? Personalmente le recomiendo el perfume, es más concentrado y con el agua no pierde su fuerza. Para esencias de flores es mejor la sal de baño, sobretodo antes de dormir o de realizar... otras actividades. Pero claro, todo el mundo tiene derecho a oler al animal que más desee, aunque no todos pueden oler a puerco y ser populares. - Se recostó sobre el mostrador con los codos apoyados y esperó a que él hiciese su elección sin añadir una palabra más.

Castiel seguía con la mirada al vendedor. A la vista estaba que, por sus movimientos, su forma de mirar y su forma de hablar, era de esos típicos hombres que no podían pasar ni un solo día sin hacer sus bromas. El cazador se preguntó si, de haber sido otra persona, habría destrozado el lugar. Pero le hizo gracia eso de ir oliendo a mierda. Muchos nobles olían a rancio o a podrido, y no estaba mal visto. Cuánto quedaba por aprender de la corte inglesa…

Anduvieron entre los frascos, mientras los ojos de Castiel viajaban por los nombres de las mil fragancias que había en el lugar. Conforme más se adentraban, más fuerte era el olor. No obstante, no llegaba a molestarle. Escuchó las palabras del hombre, pensativo, mientras pesaba con las manos de forma disimulada el contenido de ambos. Bien cierto era que las sales parecían llevar más, pero no sabía cómo iba eso de la concentración, por lo que no supo decidirse en un primer momento.

—Digamos que cuando dejo de oler a puerco, me gusta ver cómo las damas se giran a mi paso —le dedicó una sonrisa de medio lado —. Creo que me llevaré el perfume para tapar olores, y las sales para oler bien. Quisiera también algo que pudiera poner en un bolsillo de mi chaqueta, para que también enmascare olores. ¿Podría ser?

Intentó escoger bien sus palabras. Si bien cierto era que todo lo que realizaba lo hacía en pos de una comunidad mejor, a cualquiera que se lo contara lo trataría de loco. O empezaría a llamar demasiado la atención, cosa nada conveniente, pues podría correr un peligro especial a manos de las criaturas de la noche o, peor, de la Inquisición.

—Me gustan los olores como lavanda, por ejemplo. Es que tengo una fiesta dentro de unos días, y no me gustaría destacar por guarro, ya sabe usted.

Dio dos toquecitos en su nariz con su dedo índice. En verdad, lo raro era que tomara un baño cada dos o tres noches, cuando ni siquiera la nobleza acostumbraba a hacerlo. Pero él era así. Esperaba poder satisfacer sus necesidades sin tener que contestar a preguntas embarazosas, pero los olores eran algo muy importante en la caza, y aquel sitio parecía el idóneo para abastecerse.

Haskell paseó la mirada por aquel extraño hombre que había entrado en su tienda con la firme intención de enmascarar olores, se preguntaba para qué lo querría mas no dijo nada al respecto pues si algo había aprendido desde su huida era a ser discreto. Los asuntos de cada uno poco tenían que ver con él; era cierto que se aburría como un vendedor de hielo en invierno pero casi que se había resignado a no correr ninguna aventura.

Observó como pesaba ambos frascos como queriendo adivinar cual era mejor, más fuerte y concentrado, sin embargo no le interrumpió en su tarea; cada cliente era diferente, una vez tuvo una señora que quería un perfume para su criado porque tenía un olor muy agrio y su marido empezaba a sospechar que el olor de su lecho y del interior de su esposa no se debía solo a la cercanía con varias tiendas de comestibles.

Tomó entre sus manos ambos frascos y los depositó sobre el mostrador antes de guardarlos en recipientes más acorde con su propósito; utilizó un cuenco de vidrio tallado con la forma de un pájaro para las sales de baño y un delicado frasco de suaves bordes para el perfume, ambos muy fáciles de llevar.

-Algo para el bolsillo de la chaqueta... Algo para el bolsillo...- Murmuraba mientras paseaba entre los tarros que únicamente contenían especias tarareando una vieja melodía inglesa; era su manera de pensar y concentrarse, se la cantaba a Clara para que pudiera dormir y era lo que le había mantenido alegre durante muchos años.

Le entregó una pequeña bolsa, no más grande que una dedicada al té y la sacudió un par de veces para que los olores de las flores y la lavanda, que era la hierba principal, pudiesen apreciarse.- Póngase esto en el bolsillo y sacúdalo cuando necesite que el olor sea de más intensidad. Si ve que deja de ser fiel a su cometido, cambie la bolsa por alguna de estas.- Sacó entonces un tarro más pequeño que había llenado con bolsas del mismo estilo, estaba cerrado de manera que la humedad no comprometiese el contenido de las mismas y así el olor fuese fuerte y persistente.- No debe mojarlas, asegúrese de que se mantienen alejadas de las inclemencias del tiempo; puede cubrirlas con una tela, no disminuirá su fragancia. De mojarse, deberá sacar inmediatamente la bolsa y tirarla o su olor será demasiado fuerte y puede provocar mareos a su paso; todo París sabrá por donde camina.

El francés mantuvo la vista en las reacciones del dependiente en todo momento. Intentaba que todo pareciera de lo más normal, aunque incluso él sabía que nada de lo que pedía era del todo… normal. No obstante, si el hombre se dio cuenta, no dijo nada, y ello permitió que Castiel pudiese respirar con tranquilidad.

Tocó cuidadosamente con sus dedos el pájaro de cristal en el que estaban las sales. Era una figura muy bonita y muy bien lograda, aunque empezó a temer por el precio de la misma, pues no había llevado mucho dinero encima. Observó y escuchó al hombre con pelos y señales las instrucciones sobre cómo se usaban aquellas bolsitas. Si bien quería una para que los más finos de olfato como vampiros u hombres lobo no lo notaran, tampoco quería ser el centro de atención si se despistaba.

Sin embargo, sí pensó en la posibilidad de usar eso como trampa para alguna de sus cacerías. Él, como buen cazador que era, estaba bien entrenado en el uso de falsos rastros y de trampas por el estilo. Pensó si sería conveniente usar algo con olor a bosque para cazarlos, pero no quiso cambiar de parecer para no parecer imbécil. Asintió con la cabeza y empezó a meter cuidadosamente una de las bolsitas en su abrigo, envolviéndola en su pañuelo, como prueba. Desprendía cierto olor fresco. Tal vez lo suficientemente fresco como para que una criatura no notara su propio olor corporal.

—Perfecto. En caso de que se me rompa la bolsita, tengo que tirar mi abrigo nuevo —dijo Castiel con una espléndida sonrisa —. No obstante, me gusta cómo huele. Muchas gracias, señor.

Echó un vistazo en derredor, fijándose de nuevo en todos los frascos, líquidos y sales que había en la tienda. Pensó por un momento cómo habría sido su vida si se hubiera dedicado a algo normal, algo que no fuera cazar monstruos y recibir palizas ya fueran por parte de sus aliados, sus objetivos o por él mismo.

—¿Cuánto tiempo lleva viviendo aquí, monsieur? —preguntó Castiel, que había notado que su acento distaba mucho del francés que se hablaba allí.