AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Domine de morte aeterna-- Jules
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Domine de morte aeterna-- Jules
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- https://www.youtube.com/watch?v=fQDU1NbJ0pc
Sombras largas se proyectan a través del alto enrejado de aquel lugar; las farolas de la calle iluminan intensamente, en contraste con la oscuridad profunda que reina dentro de aquel cementerio. Las puertas de metal, rezaban en si mismas con el hierro retorcido. Una imagen bastante tétrica debido al óxido que se acumula desde hace años y las enredaderas podridas que han logrado alcanzar las puntas de acero, que impedían que los curiosos saltasen hacia dentro de la tierra santa.
Mis ojos brillan ante el destello de la llama del cerillo. El puro arde por un segundo soltando una hilera de humo que se mezcla con el aire de aquella noche húmeda. Una calada basta y al poco volutas de humo salen de entre mis labios, pensativo. Llevo aquel abrigo negro y larga para ocultarme de miradas curiosas, que en aquellos momentos ronden por el mismo sitio.
El suelo aún está mojado, algunos charcos reflejan la luz de las farolas.
Camino hasta la puerta, haciendo chapotear el agua bajo mis pisadas, estaba cerrado a base de cadenas y un viejo candado. No me costó nada de trabajo jalar este,, hasta que el metal cedió por lo viejo que estaba. Mis guantes negros apenas y se ensuciaron con el agua que cubría las cadenas, las cuales retiré. La reja tintineó y un golpe seco se escuchó cuando tiré el candado al suelo. En mis labios se dibuja una sonrisa maliciosa. Con tantas historias que rodeaban aquel lugar, no he podido resistirme a hacer una visita. Deslizo mi cuerpo por el hueco de la entrada de las puertas y las cierro de nuevo.
Me interno en la oscuridad; aquella que parece tragarse todo a su alrededor. El viento helado despeina algunos de los mechones sueltos, pero no me inmuto, sigo andando por entre las lápidas de mármol blanco, posiblemente del siglo pasado. –Interesante.- murmuro a la par que una bocanada de humo sale de mis labios para disolverse rápidamente mientras continúo mi andar.
Observo una de las tumbas, un ángel se había colocado en un pedestal en vez de una lápida común, pero el ángel no es normal, parece tener cara de sufrimiento, en contraste con las caras piadosas o tranquilas, que tienen ésta clase de monumentos póstumos, y las alas... Aquellas alas parecían ser de ave, como cualquier ángel las tendría, pero están desplegadas y parecen notarse algunas líneas venosas; líneas que se delimitan visualmente a escasa luz: Alas de murciélago, alas de dragón... Aquellas alas que mas bien pertenecen al adversario de aquella figura divina que se trata de representar. Sonrío con cierta burla. Aquella figura profana desencaja del resto. Me pregunto el por qué... y mi imaginación comienza a volar.
Me acerco a la placa que se encuentra a los pies del no ángel para leer el nombre escrito en ella:
-Steven J. Fox, Alma perdida de la luz.- leí en voz alta. He encontrado a su protagonista. - “Mensus eram coelos, nunc terrae metior umbras” –hablo en voz alta – “Medí los cielos, ahora mido las sombras”- traduje para mí mismo. Finalmente me recargo en una lápida, mirando de frente al ángel-demonio de aquel cementerio. -¿Quien eras Steven Fox?- pregunto mirando el césped húmedo sobre la tumba y la ausencia de flores en los jarrones a los laterales del ángel. Al parecer hacía mucho que no visitaban a aquel personaje.
Me cruzo de brazos observando la placa de metal con el epitafio, imaginándome qué pudo haber pasado o quién pudo haber sido, o qué pudo haber hecho en vida, para haberse ganado ese epitafio. ¿Qué se siente ser alguien y de pronto convertirte en nada? ¿Qué se siente morir? ¿Quiero morir? tal vez mi cuerpo esté deseoso de descansar después de tanto vagar y vagar por el mundo.
Un ruido hacia mis espaldas me arrebata el pensamiento filosófico. Me pongo alerta.
Última edición por Petru Vlach el Sáb Nov 28, 2015 8:38 am, editado 2 veces
Petru Vlach- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 14
Fecha de inscripción : 10/02/2015
Re: Domine de morte aeterna-- Jules
Hacía exactamente seis días que no conseguía más pistas acerca de la familia Blackraven. Había pensado dar una fiesta en mi casa, un baile de máscaras e incluso más provocativo para atraer a las bestias del Inframundo que tanto disfrutaban de ello. Era tan tarde que no quería seguir sentado tras mi escritorio revisando facturas o leyendo documentos de la Santa Sede, estaba harto hasta de mis propias quejas, de quedarme quieto esperando a que algo me ayudara misteriosamente. Fue así, poniéndome de pie y comenzando a vestirme con mi ropa de caza, que me di cuenta de que hacía mucho tiempo que no rezaba. Tendría que haber reportado eso a mis superiores, pero las reuniones con ellos eran normales, ninguno notaba comportamiento errático en mí, así que decidí dejarlo estar. Al fin y al cabo, podría alegar que estaba teniendo una crisis de fe después del embarazo de mi hermana. Podría pedir que me cambiaran de ubicación, que me dejaran un tiempo a solas. Pero necesitaba estar aquí. Era el último lugar donde Lydia había pasado sus días inocentes, antes de que aquel asqueroso ser, un Blackraven nada más y nada menos, usara a mi pobre hermana y...
–Basta –me dije a mí mismo.
Media hora después, tras haberme negado a que me llevaran en carruaje o cualquier otro medio y repetirles una y mil veces al servicio que iba a estar fuera seguramente toda la noche, caminé bastante ausente hasta llegar al cementerio. Bien, la versión oficial sobre la desaparición de Lydia era que había muerto por una tuberculosis, claramente no iba a poner en su lápida: "Tuvo relaciones carnales con un demonio, se quedó embarazada y ahora no sé dónde está, por favor, busque en otro lugar y lamento las molestias". Fruncí el ceño al ver el candado roto en el suelo. Mi instinto me advertía al respecto, sabía que seguramente algo peligroso me esperaba allí. Acaricié instintivamente el cuchillo que llevaba siempre oculto y me adentré en el enorme espacio, lleno de recuerdos de otras vidas, de personas maravillosas, odiosas, egoístas, avariciosas, generosas; gente que no conocía pero que a lo mejor me estaba siguiendo en ese momento. Dios era todopoderoso, pero también dejaba que los seres humanos fuésemos libres para convivir con esas especies hijas del demonio o, por otro lado, reclamar nuestra posición en el mundo. Sentí al enemigo casi al instante, viéndolo después de haber avanzado. No parecía peligroso, pero eso solo me hacía estar más alerta. Sabía que me había oído, incluso me había esforzado en caminar como una persona normal y no como el cazador que se ocultaba en mí. La Inquisición me había enseñado a ser un asesino letal, pero yo había entendido que solo con eso no bastaba. Era un espía, aparentemente un hombre de negocios de clase alta con un toque divertido y seductor que cualquiera podría esperar de un joven de quince años, no de un hombre de treinta y cinco.
Sonreí abiertamente caminando hacia él, sacando lo mejor de mí. Habían pasado seis meses desde la última vez que había ayudado a encontrar a un ser sobrenatural y darle caza, mi misión podía ser encontrarlos e incluso a veces acabar con ellos debido a mi entrenamiento "especial", pero no me divertía tanto eso como el juego que suponía encontrarlos, ganarme su confianza... De todos modos esa noche era especial para mí. Lydia cumpliría los veintiséis a las cinco de la madrugada, no quería estropearlo matando a alguien, mucho menos cerca de su falsa tumba.
–¿No es una noche un poco fría para pasear, monsieur? –Pregunté con una mirada curiosa, a lo largo de mi carrera como espía había conocido a muchos seres sobrenaturales melancólicos y este parecía uno de ellos, algunos incluso alegres de tener un descanso eterno por fin; mi maestro, el Cazador, siempre me decía que en realidad todas las bestias deseaban rendir cuentas con Dios–. ¿Viene a saludar a algún amigo de hace siglos? –La pregunta no era ni de lejos inocente como parecía, obviamente ese hombre era un ser sobrenatural, y normalmente vivían mucho más de lo que sus suaves pieles daban a entender.
Lo observé de arriba a abajo otra vez, pero finalmente tomé una decisión y me acerqué, sin apartar la vista de la estatua del ángel, que en realidad era una tumba, sabiendo que a solo unos cuantos metros estaba el mausoleo de mi familia y al lado, una pequeña lápida con el nombre de Lydia en él. Lydia Jouvet, estimada hija, hermana y señorita. Sin fechas, porque en el fondo no quería mentirme a mí mismo, ella había estado huyendo de mí, no muerta.
Estudié la escultura con mucho interés, su rostro, tan diferente a los del resto de seres divinos, con aquellas alas tan infernales que no entendía cómo el párroco había dejado que se esculpiera allí. En un momento dado me volví hacia la criatura que, esa noche, no quería cazar. Dicen que para atrapar a un ser del Inframundo hay que sumergirse en la oscuridad, y yo lo había hecho. Mi corazón estaba confuso desde lo de Lydia, y aquél ser era el único que probablemente lo entendía.
–Algunos cuentan que en este cementerio es donde vienen las almas perdidas buscando su lugar en el mundo, ¿es ese vuestro caso? –Pregunté, realmente curioso por ver cuál era su respuesta pero sin olvidar que podría arrancarme la yugular en un segundo.
–Basta –me dije a mí mismo.
Media hora después, tras haberme negado a que me llevaran en carruaje o cualquier otro medio y repetirles una y mil veces al servicio que iba a estar fuera seguramente toda la noche, caminé bastante ausente hasta llegar al cementerio. Bien, la versión oficial sobre la desaparición de Lydia era que había muerto por una tuberculosis, claramente no iba a poner en su lápida: "Tuvo relaciones carnales con un demonio, se quedó embarazada y ahora no sé dónde está, por favor, busque en otro lugar y lamento las molestias". Fruncí el ceño al ver el candado roto en el suelo. Mi instinto me advertía al respecto, sabía que seguramente algo peligroso me esperaba allí. Acaricié instintivamente el cuchillo que llevaba siempre oculto y me adentré en el enorme espacio, lleno de recuerdos de otras vidas, de personas maravillosas, odiosas, egoístas, avariciosas, generosas; gente que no conocía pero que a lo mejor me estaba siguiendo en ese momento. Dios era todopoderoso, pero también dejaba que los seres humanos fuésemos libres para convivir con esas especies hijas del demonio o, por otro lado, reclamar nuestra posición en el mundo. Sentí al enemigo casi al instante, viéndolo después de haber avanzado. No parecía peligroso, pero eso solo me hacía estar más alerta. Sabía que me había oído, incluso me había esforzado en caminar como una persona normal y no como el cazador que se ocultaba en mí. La Inquisición me había enseñado a ser un asesino letal, pero yo había entendido que solo con eso no bastaba. Era un espía, aparentemente un hombre de negocios de clase alta con un toque divertido y seductor que cualquiera podría esperar de un joven de quince años, no de un hombre de treinta y cinco.
Sonreí abiertamente caminando hacia él, sacando lo mejor de mí. Habían pasado seis meses desde la última vez que había ayudado a encontrar a un ser sobrenatural y darle caza, mi misión podía ser encontrarlos e incluso a veces acabar con ellos debido a mi entrenamiento "especial", pero no me divertía tanto eso como el juego que suponía encontrarlos, ganarme su confianza... De todos modos esa noche era especial para mí. Lydia cumpliría los veintiséis a las cinco de la madrugada, no quería estropearlo matando a alguien, mucho menos cerca de su falsa tumba.
–¿No es una noche un poco fría para pasear, monsieur? –Pregunté con una mirada curiosa, a lo largo de mi carrera como espía había conocido a muchos seres sobrenaturales melancólicos y este parecía uno de ellos, algunos incluso alegres de tener un descanso eterno por fin; mi maestro, el Cazador, siempre me decía que en realidad todas las bestias deseaban rendir cuentas con Dios–. ¿Viene a saludar a algún amigo de hace siglos? –La pregunta no era ni de lejos inocente como parecía, obviamente ese hombre era un ser sobrenatural, y normalmente vivían mucho más de lo que sus suaves pieles daban a entender.
Lo observé de arriba a abajo otra vez, pero finalmente tomé una decisión y me acerqué, sin apartar la vista de la estatua del ángel, que en realidad era una tumba, sabiendo que a solo unos cuantos metros estaba el mausoleo de mi familia y al lado, una pequeña lápida con el nombre de Lydia en él. Lydia Jouvet, estimada hija, hermana y señorita. Sin fechas, porque en el fondo no quería mentirme a mí mismo, ella había estado huyendo de mí, no muerta.
Estudié la escultura con mucho interés, su rostro, tan diferente a los del resto de seres divinos, con aquellas alas tan infernales que no entendía cómo el párroco había dejado que se esculpiera allí. En un momento dado me volví hacia la criatura que, esa noche, no quería cazar. Dicen que para atrapar a un ser del Inframundo hay que sumergirse en la oscuridad, y yo lo había hecho. Mi corazón estaba confuso desde lo de Lydia, y aquél ser era el único que probablemente lo entendía.
–Algunos cuentan que en este cementerio es donde vienen las almas perdidas buscando su lugar en el mundo, ¿es ese vuestro caso? –Pregunté, realmente curioso por ver cuál era su respuesta pero sin olvidar que podría arrancarme la yugular en un segundo.
Jules Jouvet- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/11/2015
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Re: Domine de morte aeterna-- Jules
Alcanzo a percibir los aromas que trae el viento. El aroma a tierra mojada y a césped recién cortado. Los aromas entremezclados de las flores en los arreglos y en cada uno de los ramos individuales postrados en las lápidas. Puedo percibir la cercanía de un río o un lago. Siento esa brisa fresca que anuncia la cercanía de una formación de agua. No debe estar lejos. Si mis cálculos son aproximados, a un par de kilómetros solamente.
De improviso, y por encima de todos aquellos aromas, siento un efluvio humano. El aroma dulce e inconfundible de la sangre que palpita por aquellas venas jóvenes. Puedo sentir el palpitar de su corazón, incluso el sonido de la sangre fluyendo por sus venas alimentando y oxigenando su cuerpo. Siento el canto de la sangre. Ese llamado delicioso al que no puedo resistirme. Pero tengo la suficiente edad y experiencia para ser prudente, así que relajo mi cuerpo manteniéndome sereno, aún observando la tumba de aquel infeliz.
Siento cerca los pasos, del alma joven…
Mis ojos claros se mantienen fijos en el nombre de Steven J. Fox. Trato de concentrarme en las palabras del obituario, de la posible historia de aquel hombre con tan peculiar sepulcro. ¿Sería acaso perteneciente a alguna de las castas de brujos de París? Ya he escuchado los rumores y las historias entorno a éstas familias, incluso fui a investigar un poco y a reunir materia de primera mano para estar preparado ante un futuro ataque. Tal vez aquel posible brujo fue sepultado en tierra santa para que su alma podrida no pene en este mundo. Para que su maldad no se esparza y muera con él en aquella tierra húmeda. Son la clase de historias que les gustan a los humanos… Me pregunto si yo terminaré en un sitio como éste algún día.
La voz del hombre que se aproxima se escucha algo amenazante. Giro mi rostro mirándole, como si me hubiera sorprendido, incluso respingo para parecer contrariado por la repentina aparición.
En cuanto estuvo lo suficientemente cerca, observé al ángel-demonio y a éste alternadamente.- Creo que el parecido es asombroso – bromeé- Ya era tiempo de que alguien llegara, ya comenzaba a filosofar sobre esta peculiar tumba y el cadáver putrefacto ahí abajo, festín de los gusanos- hablo pausadamente. – Lo que me perturba es la historia que esconde: ¿Por qué esta estatua profana es el eterno guardián de descanso de Steven J. Fox?- termino de hablar sin dejar de observarle intensamente - ¿Tú qué opinas? – sonrío mordiéndome el labio inferior.
Ahora que puedo percibirle más cerca, su sangre mezclada me altera los sentidos. No sé si pueda resistir mucho tiempo sin querer darle un mordisco, aunque claro, no creo que las cosas sean tan sencillas, estoy seguro de que antes me daría una buena batalla. La sangre siempre me ha llevado a pensar una infinidad de cosas non santas, que por el bienestar y cordura mental no diré.
-Es bueno ver a un no muerto.Siempre es grato encontrar alguien con quien charlar-. Era verdad no deseaba una pelea, pero el hombre parecía tener esa típica mirada de cazador que quiere echarle el guante a su presa.
De improviso, y por encima de todos aquellos aromas, siento un efluvio humano. El aroma dulce e inconfundible de la sangre que palpita por aquellas venas jóvenes. Puedo sentir el palpitar de su corazón, incluso el sonido de la sangre fluyendo por sus venas alimentando y oxigenando su cuerpo. Siento el canto de la sangre. Ese llamado delicioso al que no puedo resistirme. Pero tengo la suficiente edad y experiencia para ser prudente, así que relajo mi cuerpo manteniéndome sereno, aún observando la tumba de aquel infeliz.
Siento cerca los pasos, del alma joven…
Mis ojos claros se mantienen fijos en el nombre de Steven J. Fox. Trato de concentrarme en las palabras del obituario, de la posible historia de aquel hombre con tan peculiar sepulcro. ¿Sería acaso perteneciente a alguna de las castas de brujos de París? Ya he escuchado los rumores y las historias entorno a éstas familias, incluso fui a investigar un poco y a reunir materia de primera mano para estar preparado ante un futuro ataque. Tal vez aquel posible brujo fue sepultado en tierra santa para que su alma podrida no pene en este mundo. Para que su maldad no se esparza y muera con él en aquella tierra húmeda. Son la clase de historias que les gustan a los humanos… Me pregunto si yo terminaré en un sitio como éste algún día.
La voz del hombre que se aproxima se escucha algo amenazante. Giro mi rostro mirándole, como si me hubiera sorprendido, incluso respingo para parecer contrariado por la repentina aparición.
En cuanto estuvo lo suficientemente cerca, observé al ángel-demonio y a éste alternadamente.- Creo que el parecido es asombroso – bromeé- Ya era tiempo de que alguien llegara, ya comenzaba a filosofar sobre esta peculiar tumba y el cadáver putrefacto ahí abajo, festín de los gusanos- hablo pausadamente. – Lo que me perturba es la historia que esconde: ¿Por qué esta estatua profana es el eterno guardián de descanso de Steven J. Fox?- termino de hablar sin dejar de observarle intensamente - ¿Tú qué opinas? – sonrío mordiéndome el labio inferior.
Ahora que puedo percibirle más cerca, su sangre mezclada me altera los sentidos. No sé si pueda resistir mucho tiempo sin querer darle un mordisco, aunque claro, no creo que las cosas sean tan sencillas, estoy seguro de que antes me daría una buena batalla. La sangre siempre me ha llevado a pensar una infinidad de cosas non santas, que por el bienestar y cordura mental no diré.
-Es bueno ver a un no muerto.Siempre es grato encontrar alguien con quien charlar-. Era verdad no deseaba una pelea, pero el hombre parecía tener esa típica mirada de cazador que quiere echarle el guante a su presa.
Petru Vlach- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 10/02/2015
Re: Domine de morte aeterna-- Jules
Una noche tan bella y oscura parece el escenario perfecto para el encuentro entre un ser infernal y un inquisidor, sería una batalla épica si tan solo tuviera ganas de luchar, pero al parecer mi alma opinaba lo contrario. Una noche pacífica, solo unas cuantas horas de oscuridad y tranquilidad era lo que deseaba. Aquella abominación ni me había mirado, no se había dignado a girar la cabeza cuando me detectó, y sabía a ciencia cierta que me había sentido, ellos tenían muchas maneras de hacerlo, aunque él parecía abstraído mirando aquella tumba, aquél nombre. ¿Tal vez había sido una de sus víctimas? ¿Quizá se sentía arrepentido por sus crímenes? Casi me eché a reír al imaginar a una de esas criaturas sintiéndose mal, Mon Dieu, habían sido creadas para ejercer justamente eso, el mal, ¿qué iban a sentir aparte de regocijo?
Pero entonces se volvió y me observó sorprendido, quise rodar los ojos y echarme a reír, esta vez en serio, una sonrisa divertida se escapó y yo decidí seguirle el juego. Me las había visto antes con todos estos seres, agarré con fuerza mi arma y seguí adelante, esta noche prometía ser cuanto menos entretenida.
Escuché todo lo que tenía que decirme, analizando cualquier pequeño detalle, pero cualquiera podría creer que o estaba bromeando y yo era el objeto de su burla, o que sencillamente no era más que un humano. Por su sonrisa, era algún ser cuya existencia Dios necesitaba erradicar, pero no sabía discernir cuál por el momento, así que me relajé en apariencia y le contesté, lentamente, tomándome mi tiempo.
–Tal vez fue alguien importante para su familia, pero cometió tantos… pecados, que finalmente terminaron por construirle este guardián para alejar a sus demonios. Quién sabe. A mí lo que realmente me inquieta es que el párroco lo permitiera, ¿o es que quizá él apoyaba su construcción porque conocía los pecados de Monsieur Fox? Qué apellido tan poco francés… -Sonreí con picardía-. Un apellido un poco… controvertido, cualquiera podría pensar que no era un hombre de fiar.
Intenté no tensarme ni demostrar de modo alguno que me incomodaba la mirada que me echó en ese momento, como si estuviera hambriento. Ya me había sentido antes así, como un pez pequeño en un océano gigante rodeado de depredadores, pero tenía que sobreponerme, sobre todo debía continuar la conversación, prefería hablar a pegarme, era el cumpleaños de mi hermana, no debía enfadarme ni pagarlo con nadie, por muy hereje que fuera.
–Algo difícil será charlar con alguien que no puede hablar -me encogí de hombros sin perder la sonrisa-, pero supongo que entre iguales se reconocen. Yo por mi parte vengo a visitar a una muerta de verdad, me gustan más porque están obligados a escucharme. Qué curiosa la muerte, ¿verdad? A algunos los mata bien muertos y a otros… Les da una segunda oportunidad. Injusto, diría yo. ¿Usted, qué opina?
Pero entonces se volvió y me observó sorprendido, quise rodar los ojos y echarme a reír, esta vez en serio, una sonrisa divertida se escapó y yo decidí seguirle el juego. Me las había visto antes con todos estos seres, agarré con fuerza mi arma y seguí adelante, esta noche prometía ser cuanto menos entretenida.
Escuché todo lo que tenía que decirme, analizando cualquier pequeño detalle, pero cualquiera podría creer que o estaba bromeando y yo era el objeto de su burla, o que sencillamente no era más que un humano. Por su sonrisa, era algún ser cuya existencia Dios necesitaba erradicar, pero no sabía discernir cuál por el momento, así que me relajé en apariencia y le contesté, lentamente, tomándome mi tiempo.
–Tal vez fue alguien importante para su familia, pero cometió tantos… pecados, que finalmente terminaron por construirle este guardián para alejar a sus demonios. Quién sabe. A mí lo que realmente me inquieta es que el párroco lo permitiera, ¿o es que quizá él apoyaba su construcción porque conocía los pecados de Monsieur Fox? Qué apellido tan poco francés… -Sonreí con picardía-. Un apellido un poco… controvertido, cualquiera podría pensar que no era un hombre de fiar.
Intenté no tensarme ni demostrar de modo alguno que me incomodaba la mirada que me echó en ese momento, como si estuviera hambriento. Ya me había sentido antes así, como un pez pequeño en un océano gigante rodeado de depredadores, pero tenía que sobreponerme, sobre todo debía continuar la conversación, prefería hablar a pegarme, era el cumpleaños de mi hermana, no debía enfadarme ni pagarlo con nadie, por muy hereje que fuera.
–Algo difícil será charlar con alguien que no puede hablar -me encogí de hombros sin perder la sonrisa-, pero supongo que entre iguales se reconocen. Yo por mi parte vengo a visitar a una muerta de verdad, me gustan más porque están obligados a escucharme. Qué curiosa la muerte, ¿verdad? A algunos los mata bien muertos y a otros… Les da una segunda oportunidad. Injusto, diría yo. ¿Usted, qué opina?
Jules Jouvet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Domine de morte aeterna-- Jules
-¿Y quien no ha pecado? - lo miré de manera indescifrable. Serio. Con una ceja levantada. -Este al menos tuvo la fortuna de correr con suerte. Si era o no una persona de fiar, al menos ya no dará dolores de cabeza a nadie. Lo que haya ocurrido con su alma será todo un misterio por los siglos de los siglos. -Hice el intento por persignarme, pero no la terminé. No me importaba la iglesia, ni nada que estuviera inmiscuido con ella. Para mí siempre había sido la gran ramera del mundo. Siempre obligando a los feligreces a adorar falsos santos de yeso. Todo un espectáculo bien calculado para crear miedo entre los súbditos si "te portabas mal" porque acabarías en el infierno. Pero, si eras un buen cristiano y todo lo que la iglesia pedía, tendrías el regalo del paraíso.
Sonrió al escuchar el sarcasmo con el que el sujeto le hablaba. Podía percibir su arrogancia transpirando por cada poro de su piel. Estaba claro que estaba ahí por mi, y aunque su aura revelaba que se trataba de un simple humano, tenía la seguridad necesaria para no temerme y eso solamente podía significar una cosa: Inquisidor.
Me había encontrado con hombres que él en diversas fases de tiempo, desde que me había convertido en lo que soy, obteniendo como resultado, la muerte de cada uno de ellos. No porque yo sintiera gozo o placer a la aprovecharme de mis dones, sino que para su mala fortuna, tuvieron el mal tino de traspasar la delgada línea entre sus derechos y los míos. No me gustaban las peleas, prefería y adoraba -bajo ciertas circunstancias- la soledad por sobre todas las cosas, con mi fiel sirviente como única compañía.
-Respecto a su pregunta - acerqué mis pasos hacia él - Le diré que muchos serán llamados, pero pocos serán los elegidos. Perro no come perro. ¿Usted que opina? -ya mis ojos se habísn clavado en esa vena palpitante de su guello. Sentí la sed quemarme la garganta, sentí la necesidad de... Matar.
Sonrió al escuchar el sarcasmo con el que el sujeto le hablaba. Podía percibir su arrogancia transpirando por cada poro de su piel. Estaba claro que estaba ahí por mi, y aunque su aura revelaba que se trataba de un simple humano, tenía la seguridad necesaria para no temerme y eso solamente podía significar una cosa: Inquisidor.
Me había encontrado con hombres que él en diversas fases de tiempo, desde que me había convertido en lo que soy, obteniendo como resultado, la muerte de cada uno de ellos. No porque yo sintiera gozo o placer a la aprovecharme de mis dones, sino que para su mala fortuna, tuvieron el mal tino de traspasar la delgada línea entre sus derechos y los míos. No me gustaban las peleas, prefería y adoraba -bajo ciertas circunstancias- la soledad por sobre todas las cosas, con mi fiel sirviente como única compañía.
-Respecto a su pregunta - acerqué mis pasos hacia él - Le diré que muchos serán llamados, pero pocos serán los elegidos. Perro no come perro. ¿Usted que opina? -ya mis ojos se habísn clavado en esa vena palpitante de su guello. Sentí la sed quemarme la garganta, sentí la necesidad de... Matar.
Petru Vlach- Vampiro Clase Alta
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Re: Domine de morte aeterna-- Jules
Una sonrisa ladeada se dibujó en mi rostro al escuchar semejante comentario, no contesté de inmediato, esperé hasta que aquél ser trató de persignarse y tuve que imitarle, a diferencia de él concluí el gesto, inclinando la cabeza hacia la tumba con respeto. No sabía si habría creído en Dios de no haber sido torturado para hacerlo, pero Él había sido mi único compañero en mis noches solitarias y no pensaba olvidarlo. Me tomé mi tiempo para pensar en una respuesta apropiada y finalmente contesté:
-Uno no elige las cosas en las que cree, ellas te eligen a ti. Y acerca de los pecados... -mordí mi labio inferior y me encogí de hombros al comentar-. Si hay un fallo, es humano. Siempre lo es.
El cambio en su cuerpo y postura fue notorio, se volvió hacia mí y un escalofrío me recorrió. Se suponía que como espía yo no estaba preparado para la lucha sino para el camuflaje, las misiones de infiltración y poco más, aunque yo no era un Inquisidor corriente. Deslicé mis manos hacia mis bolsillos y acaricié mi revólver y la daga que ocultaba en ellos. Una lucha se avecinaba. Ingenuo de mí que había creído que aquella sería una noche tranquila.
Di un salto hacia atrás sacando mi revólver cuando terminó de hablar, le faltaba preguntarme si mi sangre era dulce, amarga o salada. Sonreí con suficiencia.
-No entiendo absolutamente nada de lo que ha dicho, monsieur, pero por su rostro podría decirse que no está de buen humor para conversar.
Apunté mientras permanecía alerta y con la otra mano sujetando la daga escondida en mi abrigo, sabía de sobra cómo de rápidos eran los seres de la noche, así que estaba preparado.
-Uno no elige las cosas en las que cree, ellas te eligen a ti. Y acerca de los pecados... -mordí mi labio inferior y me encogí de hombros al comentar-. Si hay un fallo, es humano. Siempre lo es.
El cambio en su cuerpo y postura fue notorio, se volvió hacia mí y un escalofrío me recorrió. Se suponía que como espía yo no estaba preparado para la lucha sino para el camuflaje, las misiones de infiltración y poco más, aunque yo no era un Inquisidor corriente. Deslicé mis manos hacia mis bolsillos y acaricié mi revólver y la daga que ocultaba en ellos. Una lucha se avecinaba. Ingenuo de mí que había creído que aquella sería una noche tranquila.
Di un salto hacia atrás sacando mi revólver cuando terminó de hablar, le faltaba preguntarme si mi sangre era dulce, amarga o salada. Sonreí con suficiencia.
-No entiendo absolutamente nada de lo que ha dicho, monsieur, pero por su rostro podría decirse que no está de buen humor para conversar.
Apunté mientras permanecía alerta y con la otra mano sujetando la daga escondida en mi abrigo, sabía de sobra cómo de rápidos eran los seres de la noche, así que estaba preparado.
Jules Jouvet- Inquisidor Clase Alta
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