AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Shards of Hope | Privado
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Shards of Hope | Privado
Estaba malditamente tenso. El olor de los humanos, que iban y venían dentro de su establecimiento, no ayudaba en absoluto a calmarlo. Cédric podía sentir al lobo sobre su piel, ondulando a través de sus músculos, alentándolo a que propiciara el cambio. Lo seducía para abandonar toda pretensión y salir de cacería. A su lado, Baltic intentaba llamar la atención de su mascota, un husky siberiano que le triplicaba el tamaño. Había entrenado a Titán para cuidar de su hijo y éste, no había resultado muy diferente a él. Mientras que el cachorro tenía toda la energía para jugar, a ellos les era sumamente difícil bajar la guardia. Había cuatro personas admirando sus obras. Muchas, para su gusto; aunque, de tratarse de dos, probablemente habría pensado lo mismo. El cambiante, que tenía una habilidad envidiable para tallar la madera y crear figuras de todo tipo, era incapaz de sonreír cálidamente a sus visitantes. Quien se atreviese a encontrarse con su mirada, tendría vislumbres del predador que habitaba en su interior. Podía oír con claridad los susurros de los desconocidos, cada uno lleno de asombro por los detalles y grabados, que terminaban por darle vida a su arte. En un paisaje, se podía apreciar a un lobo de tamaño real despidiéndose de su manada, mientras la luna llena le acompañaba en lo alto, como una promesa de que seguiría su travesía de cerca. Así había sido cuando abandonó a su clan, a sabiendas de que dos Alfas jamás podrían coexistir en armonía. Respetaba a su hermano mayor lo suficiente, para negarse a luchar por el puesto. Habían protagonizado muchos combates a lo largo de su vida. Desde pequeño, fue evidente para Cédric que un día tendría que abandonar a su familia. Odiaba compartir territorio y, retroceder, para demostrar quién tenía más superioridad, le sentaba jodidamente mal. Su padre tuvo que enfrentarlos en incontables ocasiones. Mick tenía que hacer valer su lugar como el primogénito y, aunque las batallas no eran a muerte, era evidente que entre los hermanos había la misma fuerza y destreza. No se parecían físicamente en nada. Sus mujeres, solían dar a luz a más de un hijo. Arya, por ser humana, había sido un caso completamente distinto. Hasta el momento, ninguno de su familia sabía sobre la existencia de Baltic y que estuviese a un paso de dejar salir al lobo, era por la misiva que había sobre su escritorio.
Su padre y hermana anunciaban que llegarían en los próximos días, pues ahora que había renunciado para que Mick liderara, podían pasar un tiempo en Francia. ¿Cómo demonios iba a explicarles que tenía un hijo de casi cuatro años atrapado en su forma de husky? No necesitaba que alguien más le dijera lo que ya sabía, que como líder y padre, era un fraude. No era como si él no se detestara por sus acciones. El hilo de sus pensamientos se vio interrumpido por un gruñido que vibró en su pecho. Una advertencia para que el niño que había entrado al establecimiento – y soltado de su padre – se detuviese antes de tocar a su cachorro. Al pequeño Moncrieff, como de costumbre, le importó un demonio verlo marcar su territorio. Estaba agitando su cola al extraño, decidiendo que quizás éste, podría ser más entretenido que su propia mascota. “Ni siquiera lo pienses,” advirtió, haciendo uso del vínculo telepático que compartían. Era solo en un maldito sentido y no podía entender por qué. Entre cambiantes, estando en cualquier forma, podían comunicarse. Temía que su hijo se hubiese resguardado profusamente en su animal. La Inquisición no le había ayudado mucho. Estaba parado en el mismo lugar, sin saber qué más hacer. No debimos venir aquí hoy, pensó, irritado consigo mismo. Cédric era impulsivo, actuaba por instinto y el miedo irradiando de la criatura, solo alimentaba sus ansias de cazar. “Grey Wolf”, abría sus puertas dos veces por mes. De allí que las personas entrasen a curiosear y comprar. “Titán, vigila.” Ordenó, porque antes de poder coger a su hijo para evitar que se acercara a extraños, pues bien sabía él que cualquiera podría ser un cazador; una mujer se acercó para pedirle información sobre un escritorio, alegando que sería un excelente regalo para su esposo. – Pague lo que cree que vale. – Gruñó, levantando finalmente el rostro del trozo de madera que sostenía entre las manos. La navaja se detuvo con brusquedad. Estaba detallando un estúpido coche. Juguetes para niños que Baltic nunca usaría, ya que al parecer, no volvería a verse como un humano. La puerta se abrió y un movimiento debió atraer su atención, porque justo vio cómo ésta hacía clic al cerrarse. Titán, no había tenido tanta suerte de salir. Estaba ladrando, anunciando que el cachorro se había largado.
Su padre y hermana anunciaban que llegarían en los próximos días, pues ahora que había renunciado para que Mick liderara, podían pasar un tiempo en Francia. ¿Cómo demonios iba a explicarles que tenía un hijo de casi cuatro años atrapado en su forma de husky? No necesitaba que alguien más le dijera lo que ya sabía, que como líder y padre, era un fraude. No era como si él no se detestara por sus acciones. El hilo de sus pensamientos se vio interrumpido por un gruñido que vibró en su pecho. Una advertencia para que el niño que había entrado al establecimiento – y soltado de su padre – se detuviese antes de tocar a su cachorro. Al pequeño Moncrieff, como de costumbre, le importó un demonio verlo marcar su territorio. Estaba agitando su cola al extraño, decidiendo que quizás éste, podría ser más entretenido que su propia mascota. “Ni siquiera lo pienses,” advirtió, haciendo uso del vínculo telepático que compartían. Era solo en un maldito sentido y no podía entender por qué. Entre cambiantes, estando en cualquier forma, podían comunicarse. Temía que su hijo se hubiese resguardado profusamente en su animal. La Inquisición no le había ayudado mucho. Estaba parado en el mismo lugar, sin saber qué más hacer. No debimos venir aquí hoy, pensó, irritado consigo mismo. Cédric era impulsivo, actuaba por instinto y el miedo irradiando de la criatura, solo alimentaba sus ansias de cazar. “Grey Wolf”, abría sus puertas dos veces por mes. De allí que las personas entrasen a curiosear y comprar. “Titán, vigila.” Ordenó, porque antes de poder coger a su hijo para evitar que se acercara a extraños, pues bien sabía él que cualquiera podría ser un cazador; una mujer se acercó para pedirle información sobre un escritorio, alegando que sería un excelente regalo para su esposo. – Pague lo que cree que vale. – Gruñó, levantando finalmente el rostro del trozo de madera que sostenía entre las manos. La navaja se detuvo con brusquedad. Estaba detallando un estúpido coche. Juguetes para niños que Baltic nunca usaría, ya que al parecer, no volvería a verse como un humano. La puerta se abrió y un movimiento debió atraer su atención, porque justo vio cómo ésta hacía clic al cerrarse. Titán, no había tenido tanta suerte de salir. Estaba ladrando, anunciando que el cachorro se había largado.
Cédric Moncrieff- Condenado/Cambiante/Clase Media
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Fecha de inscripción : 04/04/2013
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Re: Shards of Hope | Privado
"Para conocer una persona, basta con echarle un vistazo a como trata a los animales"
Las cosas en casa no eran como antes, no eran como nunca. Si bien Leigh siempre había demostrado abiertamente su fuerte carácter, ahora le resultaba insoportable tener que dejar claros tantos detalles que se habían perdido en su ausencia. Por ahora, se arrepentía de haber sido blanda durante la aparición de Ryley y su rápido matrimonio. Se arrepentía de haberse casado con alguien que apenas conocía y que se había mostrado tan diferente. El hombre calmo y pasivo se había esfumado, y dejaba en su lugar a un odio inconcebible que haría lo imposible por matar a su padre. No obstante, era tan ciego que no notaba que mientras tanto, iba matando otra cosa.
Pese a todo, había algo de lo que Leigh no se arrepentía durante ese último año, y ese, era Julien. Su pequeño hijo tenía poco tiempo de nacido, pero se comportaba tan tranquilo que casi parecía comprenderlo todo. La cazadora era absolutamente posesiva con él, pero el niño no estaba tranquilo en presencia de nadie más. Para ella, él era suyo, porque en medio del secuestro de la madre y el intento del robo del bebé, habían permanecido juntos. Julien era lo que Leigh más amaba, y quien había heredado el nombre de su abuelo al igual que sus riquezas. Los documentos que ella dejara al partir a nombre de Ryley, estaban todos ahora bajo el nombre de Julien Lezarc. Ryley no tenía parte allí de dinero ni propiedades y, todo eso, lo había arreglado muy pronto ella con sus abogados.
Ahora, las tiendas de antigüedades que antes pertenecieran a su abuela, eran el centro de atención de Leigh. Su repulsión por cruzarse con su esposo le impedía permanecer mucho tiempo en casa, y solía salir a encargarse de los negocios ella misma. Llevando siempre a Julien, por supuesto. Y esa tarde no fue la excepción. Justo cuando dieron las doce del mediodía, ella ordenó el cierre temporal de uno de los locales para la hora de almuerzo, y salió con su hijo en un pequeño coche hacia las calles. Aún no definía el lugar para almorzar, pero su nana había mencionado que de vez en cuando, el niño debía recibir el sol, al aire libre. Avanzó así un par de cuadras, mirando a Julien con los ojos cerrados por la molestia que le producía a éste el exceso de luz, hasta que escuchó un grito proveniente de sólo un par de metros atrás. El causante, era un cochero, cuyo caballo corría desbocado y no obedecía órdenes. El problema, era que un pequeño cachorro de husky se había sentado en medio de la vía y parecía hacer caso omiso del universo entero, al igual que la mayoría de personas. Era una situación difícil, pero en un segundo tomó a Julien en un brazo y corrió a tomar al cachorro con el otro. Para su concepto, tenía el tiempo suficiente para no exponer a ninguno. Para el concepto de otros, era una irresponsable por no dejar al bebé en el coche y tomar al perro para regresar. O quizás pretendían que el animal se moviera tarde o temprano. No obstante, Leigh no dejaría sólo a su hijo ni un segundo luego de tantas amenazas. Y por otro, tampoco iba a quedarse a ver si el cachorro se movía o no.
Sin importar la opinión de nadie, como siempre, volvió al coche y acomodó a Julien sin soltar al perro. Todos estaban agitados, pero dejar al animalito allí tirado como si no importara nada no estaba en sus principios. Incluso, si se ponía a pensar, no entendería cómo es que había tomado bien a su hijo tan pequeño en un brazo, había corrido, y había sujetado sin hacer llorar al pequeño husky. Era primeriza, pero quizás la fuerza que de por sí poseía, tenía que traer alguna ventaja. Ahora ¿Qué pasaría si se llevaba al perro? Nadie allí pareció reclamarlo y cada uno siguió su camino, como si nada. Hasta ella, empujó con un brazo el coche y cruzó la calle hacia la zona de parques para alejar al pequeño animal del evidente peligro. Esperaría un poco, quizás alguien lo reclamara si aguardaba lo suficiente. Aunque si lo habían perdido así, tal vez no había la responsabilidad suficiente por parte de su dueño para cuidarlo. Pero ese no era su asunto, y por lo mismo, cuando encontró una butaca en medio de un abierto campo pastado, se sentó allí, con Julien al frente, y dejó en el suelo al animalito, que de inmediato empezó a llorar y a apoyar sus patas en las piernas de Leigh como si no quisiera ser soltado ¿Quién podría ignorar un gesto como ese? No importaba el propietario, porque ella, sin dudarlo, levantó al cachorro y lo acomodó en sus piernas, donde finalmente, él se puso cómodo, como si eso, fuese lo que anhelara.
Pese a todo, había algo de lo que Leigh no se arrepentía durante ese último año, y ese, era Julien. Su pequeño hijo tenía poco tiempo de nacido, pero se comportaba tan tranquilo que casi parecía comprenderlo todo. La cazadora era absolutamente posesiva con él, pero el niño no estaba tranquilo en presencia de nadie más. Para ella, él era suyo, porque en medio del secuestro de la madre y el intento del robo del bebé, habían permanecido juntos. Julien era lo que Leigh más amaba, y quien había heredado el nombre de su abuelo al igual que sus riquezas. Los documentos que ella dejara al partir a nombre de Ryley, estaban todos ahora bajo el nombre de Julien Lezarc. Ryley no tenía parte allí de dinero ni propiedades y, todo eso, lo había arreglado muy pronto ella con sus abogados.
Ahora, las tiendas de antigüedades que antes pertenecieran a su abuela, eran el centro de atención de Leigh. Su repulsión por cruzarse con su esposo le impedía permanecer mucho tiempo en casa, y solía salir a encargarse de los negocios ella misma. Llevando siempre a Julien, por supuesto. Y esa tarde no fue la excepción. Justo cuando dieron las doce del mediodía, ella ordenó el cierre temporal de uno de los locales para la hora de almuerzo, y salió con su hijo en un pequeño coche hacia las calles. Aún no definía el lugar para almorzar, pero su nana había mencionado que de vez en cuando, el niño debía recibir el sol, al aire libre. Avanzó así un par de cuadras, mirando a Julien con los ojos cerrados por la molestia que le producía a éste el exceso de luz, hasta que escuchó un grito proveniente de sólo un par de metros atrás. El causante, era un cochero, cuyo caballo corría desbocado y no obedecía órdenes. El problema, era que un pequeño cachorro de husky se había sentado en medio de la vía y parecía hacer caso omiso del universo entero, al igual que la mayoría de personas. Era una situación difícil, pero en un segundo tomó a Julien en un brazo y corrió a tomar al cachorro con el otro. Para su concepto, tenía el tiempo suficiente para no exponer a ninguno. Para el concepto de otros, era una irresponsable por no dejar al bebé en el coche y tomar al perro para regresar. O quizás pretendían que el animal se moviera tarde o temprano. No obstante, Leigh no dejaría sólo a su hijo ni un segundo luego de tantas amenazas. Y por otro, tampoco iba a quedarse a ver si el cachorro se movía o no.
Sin importar la opinión de nadie, como siempre, volvió al coche y acomodó a Julien sin soltar al perro. Todos estaban agitados, pero dejar al animalito allí tirado como si no importara nada no estaba en sus principios. Incluso, si se ponía a pensar, no entendería cómo es que había tomado bien a su hijo tan pequeño en un brazo, había corrido, y había sujetado sin hacer llorar al pequeño husky. Era primeriza, pero quizás la fuerza que de por sí poseía, tenía que traer alguna ventaja. Ahora ¿Qué pasaría si se llevaba al perro? Nadie allí pareció reclamarlo y cada uno siguió su camino, como si nada. Hasta ella, empujó con un brazo el coche y cruzó la calle hacia la zona de parques para alejar al pequeño animal del evidente peligro. Esperaría un poco, quizás alguien lo reclamara si aguardaba lo suficiente. Aunque si lo habían perdido así, tal vez no había la responsabilidad suficiente por parte de su dueño para cuidarlo. Pero ese no era su asunto, y por lo mismo, cuando encontró una butaca en medio de un abierto campo pastado, se sentó allí, con Julien al frente, y dejó en el suelo al animalito, que de inmediato empezó a llorar y a apoyar sus patas en las piernas de Leigh como si no quisiera ser soltado ¿Quién podría ignorar un gesto como ese? No importaba el propietario, porque ella, sin dudarlo, levantó al cachorro y lo acomodó en sus piernas, donde finalmente, él se puso cómodo, como si eso, fuese lo que anhelara.
Leigh Lezarc- Cazador Clase Alta
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Re: Shards of Hope | Privado
Baltic, era la excepción a todo. Mientras los demás temían a su ira, el pequeño, parecía encontrarla divertida. Demasiado consciente de que jamás recibiría daño alguno mientras le tuviese, su hijo se creía inmune e invencible. No ayudaba que le hubiese visto en incontables ocasiones fuera de sí, defendiendo su territorio y protegiendo aquello que consideraba suyo. Cédric no ocultaba su ferocidad ante nada ni nadie. Un Moncrieff, sabía su lugar en el mundo. Los cachorros, aprendían desde temprana edad a valerse por sí mismos, siempre acompañados de un adulto. La tradición dictaba que debían ser marcados como miembros del clan antes de que cumpliesen los cincos años de vida. El proceso era sumamente doloroso, pues se les ponía en contacto directamente con plata, sellándolos con sal para que la herida cicatrizara y no se curara. Estar lejos de Canadá y de su manada, no significaba que no debía hacerse. El cambiante solo lo había estado posponiendo, odiando la idea de que sufriera a causa de su propia mano y porque realmente, no sabía cómo demonios iba a hacerlo sin que el pequeño volviese a su forma humana. La marca, eran dos estrellas sobrepuestas de cuatro picos que, interpuestas, creaban una de ocho. La forma no era tan importante como el mensaje que ocultaba. Quien tocase a uno de los suyos, se ganaba la ira de los lobos, especialmente el deseo de venganza de su familia. Eric, Mick y él, eran los primeros en ir de cacería, a sabiendas de que solo de esa forma el Alfa dentro de ellos se vería satisfecho. Había adquirido a Titán precisamente por eso. Al no haber reclamo sobre éste, cualquier protección adicional, era poca. Él no se fiaba de la Inquisición, a pesar de que ahora, tenía a la facción de los Condenados bajo su liderazgo. En teoría, Bal era intocable. Si no existieran los malditos cazadores, que preferían estar por sus propios medios tras los sobrenaturales, el peligro allí afuera disminuiría considerablemente.
La curiosidad del husky, era algo contra lo que no tenía forma de luchar, sobre todo cuando se trataba de ir a la ciudad. Los humanos llamaban la atención de la criatura y no sabía qué era peor, que Baltic quisiera estar alrededor de ellos o que esos seres hipócritas, se sintiesen atraídos por un perro solo porque desconocían que había más de lo que veían. Si supiesen que estaban ante un niño atrapado en esa forma, sentirían repulsión y deseo de destrucción. ¡Los odiaba!, pero también se odiaba a sí mismo por haber elegido mal a la madre de su hijo. No se arrepentía de tenerlo. El pequeño había cambiado su vida por completo. Los años como lobo solitario habían hecho mella en él, más de lo que alguna vez reconocería. No solo había perdido su manada al exiliarse, el Alfa que lo gobernaba, también había sufrido al no tener a quién dirigir o proteger. Mataría y moriría para preservar lo único que importaba. Titán arañaba la puerta, desesperado por salir. Más que una mascota, actuaba como hermano mayor con su dueño; pero el cambiante no estaba en la labor de calmarle. Dejó hablando sola a la humana y se dirigió como alma que lleva el diablo hacia afuera. Su mente, inmediatamente se abrió para hacer contacto con la del crío. La Visión Compartida y Remota, se había vuelto su habilidad más importante desde que éste naciese. Era la mejor manera de asegurar su bienestar cuando se encontraba trabajando, ya fuese en su estudio tallando madera; o en las misiones que le eran asignadas por su ahora alto superior. El husky siberiano, no iba a ningún lado en particular. Se detenía aquí y allá, atraído por las personas que iban y venían de la zona comercial. Conforme Cédric se acercaba, el vínculo telepático se hacía más fuerte y haciendo acopio del poder que desprendía su aura como el líder, dio la orden para que se detuviese. No se sorprendió que le obedeciese. Pocas veces, se portaba de esa forma con él. Sin embargo, cuando vio el cochero y volvió a pedirle que se quitara de la vía, el cachorro le ignoró. Parecía pensar que había cedido suficiente, que ahora le tocaba a su padre dar el último paso. Si bien no podía cambiar a lobo, por un segundo, pudo sentir a sus huesos ceder al llamado. “Quítate, ¡maldita sea!”
Fue entonces cuando la vio, aunque más que eso, se trató de un borrón. Baltic parecía estar pasándola bien en su corto paseo por las calles parisinas. ¡Iba a castigarlo! ¡¿Cómo?! ¡No sabía! Pero algo se le ocurriría. Apresuró sus pasos. Si la humana – porque sabía que se trataba de una de ellos – decidía que podía llevárselo, no podría contener al predador que esperaba su oportunidad para saltar. La agitación lo tenía por la borda, sus impulsos le animaban a actuar antes que detenerse a pensar. No se atrevió a cerrar el vínculo, ni visual ni mental. No confiaba en la extraña. Si bien el olor de Baltic era fuerte en su propia esencia, conforme se acercaba, el aire parecía crispar dándole la bienvenida. Oyó el sonido lastimero que hizo el cachorro y, creyendo que estaba siendo lastimado, alentó al perro a correr. Sus manos se cerraban y abrían con fuerza. Las venas se marcaban en sus brazos y las personas, se apresuraban a alejarse. Su instinto, les decía que estaban en peligro. Suerte para ellos, porque Cédric seguramente solo empujaría en su afán por llegar. Cuando finalmente lo hizo, Titán estaba sentado en sus cuartos traseros, frente a la humana que cargaba al husky. ¿Debía agradecerle su intervención? Estaba molesto, ¡jodidamente molesto! Cabreado, podía ser la palabra que estaba buscando. El crío no solo no parecía sorprendido de verlo o interesado en reconocerlo, tampoco se veía temeroso por el enojo que estaba desprendiendo. Sin presentarse, ni soltar una palabra, pero sí un gruñido de advertencia, cruzó la distancia que lo separaba de la joven y cogió a su hijo. De inmediato, Bal empezó a llorar y a estirar las patas delanteras, pidiéndole a la extraña que lo cogiera de vuelta. – No. – Un monosílabo fue todo lo que su boca profirió. Dirigió una mirada fulminante a la humana, siendo consciente por primera vez de su belleza y de que había un bebé cerca. Sus ojos se demoraron más tiempo en éste último y el dolor por lo perdido, rasgó en su interior. Él, había cuidado del pequeño desde que nació. Arya jamás había sentido algo por el ser que dio a luz. Nunca había estado más orgulloso cuando lo vio cambiar por primera vez, pues el gen de los Moncrieff estaba en él. ¿Cuántas noches llevaba deseando que no hubiese sido así? ¿Cuántas veces habría preferido saberlo humano? No debería odiarla, pero lo hacía. Ella le había salvado, pero ese bien, palidecía ante el recordatorio de su fracaso. Se dio la vuelta y se alejó, mientras Baltic gimoteaba y Titán se les unía a la marcha.
La curiosidad del husky, era algo contra lo que no tenía forma de luchar, sobre todo cuando se trataba de ir a la ciudad. Los humanos llamaban la atención de la criatura y no sabía qué era peor, que Baltic quisiera estar alrededor de ellos o que esos seres hipócritas, se sintiesen atraídos por un perro solo porque desconocían que había más de lo que veían. Si supiesen que estaban ante un niño atrapado en esa forma, sentirían repulsión y deseo de destrucción. ¡Los odiaba!, pero también se odiaba a sí mismo por haber elegido mal a la madre de su hijo. No se arrepentía de tenerlo. El pequeño había cambiado su vida por completo. Los años como lobo solitario habían hecho mella en él, más de lo que alguna vez reconocería. No solo había perdido su manada al exiliarse, el Alfa que lo gobernaba, también había sufrido al no tener a quién dirigir o proteger. Mataría y moriría para preservar lo único que importaba. Titán arañaba la puerta, desesperado por salir. Más que una mascota, actuaba como hermano mayor con su dueño; pero el cambiante no estaba en la labor de calmarle. Dejó hablando sola a la humana y se dirigió como alma que lleva el diablo hacia afuera. Su mente, inmediatamente se abrió para hacer contacto con la del crío. La Visión Compartida y Remota, se había vuelto su habilidad más importante desde que éste naciese. Era la mejor manera de asegurar su bienestar cuando se encontraba trabajando, ya fuese en su estudio tallando madera; o en las misiones que le eran asignadas por su ahora alto superior. El husky siberiano, no iba a ningún lado en particular. Se detenía aquí y allá, atraído por las personas que iban y venían de la zona comercial. Conforme Cédric se acercaba, el vínculo telepático se hacía más fuerte y haciendo acopio del poder que desprendía su aura como el líder, dio la orden para que se detuviese. No se sorprendió que le obedeciese. Pocas veces, se portaba de esa forma con él. Sin embargo, cuando vio el cochero y volvió a pedirle que se quitara de la vía, el cachorro le ignoró. Parecía pensar que había cedido suficiente, que ahora le tocaba a su padre dar el último paso. Si bien no podía cambiar a lobo, por un segundo, pudo sentir a sus huesos ceder al llamado. “Quítate, ¡maldita sea!”
Fue entonces cuando la vio, aunque más que eso, se trató de un borrón. Baltic parecía estar pasándola bien en su corto paseo por las calles parisinas. ¡Iba a castigarlo! ¡¿Cómo?! ¡No sabía! Pero algo se le ocurriría. Apresuró sus pasos. Si la humana – porque sabía que se trataba de una de ellos – decidía que podía llevárselo, no podría contener al predador que esperaba su oportunidad para saltar. La agitación lo tenía por la borda, sus impulsos le animaban a actuar antes que detenerse a pensar. No se atrevió a cerrar el vínculo, ni visual ni mental. No confiaba en la extraña. Si bien el olor de Baltic era fuerte en su propia esencia, conforme se acercaba, el aire parecía crispar dándole la bienvenida. Oyó el sonido lastimero que hizo el cachorro y, creyendo que estaba siendo lastimado, alentó al perro a correr. Sus manos se cerraban y abrían con fuerza. Las venas se marcaban en sus brazos y las personas, se apresuraban a alejarse. Su instinto, les decía que estaban en peligro. Suerte para ellos, porque Cédric seguramente solo empujaría en su afán por llegar. Cuando finalmente lo hizo, Titán estaba sentado en sus cuartos traseros, frente a la humana que cargaba al husky. ¿Debía agradecerle su intervención? Estaba molesto, ¡jodidamente molesto! Cabreado, podía ser la palabra que estaba buscando. El crío no solo no parecía sorprendido de verlo o interesado en reconocerlo, tampoco se veía temeroso por el enojo que estaba desprendiendo. Sin presentarse, ni soltar una palabra, pero sí un gruñido de advertencia, cruzó la distancia que lo separaba de la joven y cogió a su hijo. De inmediato, Bal empezó a llorar y a estirar las patas delanteras, pidiéndole a la extraña que lo cogiera de vuelta. – No. – Un monosílabo fue todo lo que su boca profirió. Dirigió una mirada fulminante a la humana, siendo consciente por primera vez de su belleza y de que había un bebé cerca. Sus ojos se demoraron más tiempo en éste último y el dolor por lo perdido, rasgó en su interior. Él, había cuidado del pequeño desde que nació. Arya jamás había sentido algo por el ser que dio a luz. Nunca había estado más orgulloso cuando lo vio cambiar por primera vez, pues el gen de los Moncrieff estaba en él. ¿Cuántas noches llevaba deseando que no hubiese sido así? ¿Cuántas veces habría preferido saberlo humano? No debería odiarla, pero lo hacía. Ella le había salvado, pero ese bien, palidecía ante el recordatorio de su fracaso. Se dio la vuelta y se alejó, mientras Baltic gimoteaba y Titán se les unía a la marcha.
Cédric Moncrieff- Condenado/Cambiante/Clase Media
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Re: Shards of Hope | Privado
"Si un hombre aspira a una vida correcta, su primer acto de abstinencia es el de lastimar animales."
Tolstoy
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Julien, aún sin emitir ni la primera palabra, era capaz de despertar en Leigh cosas que ella desconocía. El mal llamado “instinto” materno, parecía aflorar con una facilidad tal, que ella no lo notaba sino hasta después de actuar. Era exactamente eso lo que había pasado a la hora de quitar al cachorro de la vía y llevarlo con ella a un lugar más seguro. No podía dejarlo allí, sabiéndolo tan pequeño e indefenso como su propio hijo.
Cuando tomó asiento, aprovechando los pocos rayos de sol que se dejaban ver para esa época, puso al cachorro sobre sus muslos, deslizando su mano para acariciarlo y calmar esa respiración agitada, producto de lo sucedido apenas minutos antes. Las caricias fueron por su lomo y luego en la barbilla, allí donde notó la ausencia de cualquier tipo de placa que lo pudiese identificar. Si no había nada que determinara un dueño, tampoco habría forma de devolverlo ¿Qué pasaría entonces si se lo llevara para su casa? Leigh ya no recordaba si en su niñez había tenido la compañía de algún animal, pero la sola de idea de imaginar crecer a Julien junto con un compañero de ese tipo, le resultó agradable; incluso, se sintió tentada a poner al cachorro junto a su hijo, para que en el camino que pensaba emprender en apenas segundos, pudiesen proporcionarse un poco de calor hasta llegar a casa. Aquella tarde parecía buena, lejos de las discusiones con Ryley que sólo provocaban que lo quisiera cada vez más lejos. Por suerte, él parecía sentir lo mismo y se distanciaba tanto como le era posible. El matrimonio se derrumbaba como una casa hecha de naipes, pero a Leigh no le importaba nadie distinto a Julien. Con cuidado, intentó levantar al cachorro de sus piernas y de inmediato lloró, como si con eso manifestara su queja. Era curioso, porque resultaba poco común que un animalito se molestara por algo como eso. Pero por lo mismo, no se podía hacer caso omiso y, con prontitud, Leigh lo acomodó otra vez sobre sus piernas, continuando con las caricias. Y así fue hasta que otro perro de la misma raza, pero en evidente edad adulta, llegó corriendo hacia ella, olisqueando primero al perro más pequeño. Parecían conocerse, porque ninguno parecía alterado por la presencia del otro. La diferencia, es que el husky mayor si disponía de una placa. Antes de leerla, la mano de la cazadora se extendió hacia el recién llegado y este también permitió con total tranquilidad las caricias, mientras se acomodaba en sus cuartos traseros. El piso debía estar helado, pero a él no parecía importarle. Era una pena que el mayor sí tuviera un dueño, porque con gusto se llevaría a ambos a casa. Ahora ¿No debería esperar a que el dueño apareciera? Lo más probable es que estuviera lo suficientemente cerca como para que el animal se mostrara tan tranquilo.
Lo cierto, es que el comportamiento de los huskys era totalmente opuesto a la presencia que se acercaba como si en algún momento pudiese hasta escupir fuego. Tenía los labios fruncidos y casi daba la impresión de caminar inclinado hacia delante del mismo enojo que rezumaba. Leigh, llevó una mano hacia el coche de su hijo y la otra la dejó sobre la parte trasera del cachorro, que fue tomado por el desconocido con una brusquedad absurda, al punto que el pequeño emitió un lastimero llanto al quedar suspendido prácticamente en el aire ¿Quién demonios era ese sujeto? Podía ser el propietario, sí, pero eso no justificaba que fuese tan demente para hacer las cosas de esa manera. No obstante, lo extraño del asunto, es que Leigh juraría que el cachorro estiraba sus patas delanteras hacia ella, como si con eso y la mirada que le lanzaba, le suplicara ser rescatado de las manos bruscas que lo sostenían. Y fue eso mismo lo que la llevó de inmediato a ponerse de pie y, de paso, devolver una mirada firme hacia aquél que tras del hecho, parecía reprocharle no se sabe por qué —Cualquiera escaparía de alguien que es tratado así— farfulló ella, molesta y sin disimulo, e incluso se atrevió a estirar la mano y acariciar una de las patitas del cachorro por un momento. Le irritaba de sobremanera el maltrato y, definitivamente, el husky era lo suficientemente indefenso como para ser agarrado así. Por eso, creía que la aparición repentina del pequeño y su actitud ahora, se debía definitivamente a un intento de escape —No me importa si es o no suyo, pero ¿No se da cuenta que lo lastima? — agregó justo cuando él se dio la vuelta y avanzó con el perro más grande tras él. No cabía duda que el mayor le pertenecía, pero con respecto al pequeño, a quien Leigh mirara con impotencia, tenía sus serias dudas.
Cuando tomó asiento, aprovechando los pocos rayos de sol que se dejaban ver para esa época, puso al cachorro sobre sus muslos, deslizando su mano para acariciarlo y calmar esa respiración agitada, producto de lo sucedido apenas minutos antes. Las caricias fueron por su lomo y luego en la barbilla, allí donde notó la ausencia de cualquier tipo de placa que lo pudiese identificar. Si no había nada que determinara un dueño, tampoco habría forma de devolverlo ¿Qué pasaría entonces si se lo llevara para su casa? Leigh ya no recordaba si en su niñez había tenido la compañía de algún animal, pero la sola de idea de imaginar crecer a Julien junto con un compañero de ese tipo, le resultó agradable; incluso, se sintió tentada a poner al cachorro junto a su hijo, para que en el camino que pensaba emprender en apenas segundos, pudiesen proporcionarse un poco de calor hasta llegar a casa. Aquella tarde parecía buena, lejos de las discusiones con Ryley que sólo provocaban que lo quisiera cada vez más lejos. Por suerte, él parecía sentir lo mismo y se distanciaba tanto como le era posible. El matrimonio se derrumbaba como una casa hecha de naipes, pero a Leigh no le importaba nadie distinto a Julien. Con cuidado, intentó levantar al cachorro de sus piernas y de inmediato lloró, como si con eso manifestara su queja. Era curioso, porque resultaba poco común que un animalito se molestara por algo como eso. Pero por lo mismo, no se podía hacer caso omiso y, con prontitud, Leigh lo acomodó otra vez sobre sus piernas, continuando con las caricias. Y así fue hasta que otro perro de la misma raza, pero en evidente edad adulta, llegó corriendo hacia ella, olisqueando primero al perro más pequeño. Parecían conocerse, porque ninguno parecía alterado por la presencia del otro. La diferencia, es que el husky mayor si disponía de una placa. Antes de leerla, la mano de la cazadora se extendió hacia el recién llegado y este también permitió con total tranquilidad las caricias, mientras se acomodaba en sus cuartos traseros. El piso debía estar helado, pero a él no parecía importarle. Era una pena que el mayor sí tuviera un dueño, porque con gusto se llevaría a ambos a casa. Ahora ¿No debería esperar a que el dueño apareciera? Lo más probable es que estuviera lo suficientemente cerca como para que el animal se mostrara tan tranquilo.
Lo cierto, es que el comportamiento de los huskys era totalmente opuesto a la presencia que se acercaba como si en algún momento pudiese hasta escupir fuego. Tenía los labios fruncidos y casi daba la impresión de caminar inclinado hacia delante del mismo enojo que rezumaba. Leigh, llevó una mano hacia el coche de su hijo y la otra la dejó sobre la parte trasera del cachorro, que fue tomado por el desconocido con una brusquedad absurda, al punto que el pequeño emitió un lastimero llanto al quedar suspendido prácticamente en el aire ¿Quién demonios era ese sujeto? Podía ser el propietario, sí, pero eso no justificaba que fuese tan demente para hacer las cosas de esa manera. No obstante, lo extraño del asunto, es que Leigh juraría que el cachorro estiraba sus patas delanteras hacia ella, como si con eso y la mirada que le lanzaba, le suplicara ser rescatado de las manos bruscas que lo sostenían. Y fue eso mismo lo que la llevó de inmediato a ponerse de pie y, de paso, devolver una mirada firme hacia aquél que tras del hecho, parecía reprocharle no se sabe por qué —Cualquiera escaparía de alguien que es tratado así— farfulló ella, molesta y sin disimulo, e incluso se atrevió a estirar la mano y acariciar una de las patitas del cachorro por un momento. Le irritaba de sobremanera el maltrato y, definitivamente, el husky era lo suficientemente indefenso como para ser agarrado así. Por eso, creía que la aparición repentina del pequeño y su actitud ahora, se debía definitivamente a un intento de escape —No me importa si es o no suyo, pero ¿No se da cuenta que lo lastima? — agregó justo cuando él se dio la vuelta y avanzó con el perro más grande tras él. No cabía duda que el mayor le pertenecía, pero con respecto al pequeño, a quien Leigh mirara con impotencia, tenía sus serias dudas.
Leigh Lezarc- Cazador Clase Alta
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Re: Shards of Hope | Privado
¡Era imposible discernir qué le molestaba más! Que la joven de belleza despampanante apestara a humana, que Baltic gimoteara como quien ha perdido su juguete más preciado o que la extraña se atreviese a dirigirle la palabra. Cédric levantó una ceja, cargada de desdén e incredulidad; misma que ella no alcanzó a ver porque ya se encontraba dándole la espalda. Había dejado abierto el maldito local, mejor si se daba prisa en volver para hacer salir a todos y cerrar. Necesitaba ir a los bosques, liberar al lobo que ahora se sentía ofendido por la actitud desafiante de una hembra que estaba por debajo en su cadena alimenticia y lograr que su hijo, dejase de llamar la atención sobre sí mismo. La fémina no sería la primera en caer presa del encanto del cachorro. ¡Maldita sea! Si él incluso no podía oírlo soltar ese llanto lastimero, sin sentirse el peor padre del mundo. ¡No es que no lo fuese, desde luego! “Sólo estoy protegiéndote.” Gruñó, hablándole telepáticamente. “No puedes confiar en ellas. Son falsas, Bal. Tu seguridad está con los nuestros.” Cualquiera que pudiese escucharlo, diría que el cambiante tenía la capacidad de un puerco espín para tranquilizar. Su voz no era calmante en lo absoluto, sino completamente amenazadora. El canadiense, estaba acostumbrado a imponerse sobre los demás y a ser obedecido sin chistar. Intentaba por todos los medios, ceder terreno con su hijo, pero la mayoría de las veces, terminaba fracasando. Eric, no sería tan piadoso cuando llegara. La manera en que los Moncrieff educaban a sus cachorros, distaba mucho de la forma en que él lo hacía. Nadie, por supuesto, había pasado por la situación de Baltic. Ellos entenderían o, tal vez no, pensó con malhumor. No importaba. Era su manada. Suya y de nadie más. Enfrentaría a quien sea, así fuese el mismo hombre que le había enseñado todo lo que sabía. Cédric aún se lamentaba por haberle dado una muerte rápida a Arya. La maldita mujer, había tenido suerte de que actuase por instinto. Su ofensa, la humillación y el castigo que le había dado a su propio hijo, habría requerido de toda su puta vida para pagar su agravio y ni aun así, se habría sentido satisfecho. No era de extrañar que odiara a las de su tipo. No importaba que a la joven tras de él, no le corriese magia por las venas. A sus ojos, no era mejor.
Tendría poco más de veinte años, la edad que tuviese ella. Hermosa y etérea, como encontrase a la bruja hacía cuatro años. Sin embargo, había muchas diferencias. Arya había sido rubia y siempre actuaba temerosa a su alrededor. El lobo la había consumido y la había odiado, porque él, se había limitado a no mostrar su condición de cambiante. Pero en esta ocasión, podía sentir al animal exigiendo que devolviera el desafío. Un gruñido, mezcla advertencia y molestia, surgió de sus fauces. ¿Quién demonios se creía para cuestionarle? Si supiera que estaba ante un formidable cazador – y no porque perteneciese a la Santa Inquisición –, seguramente se lo pensaría dos veces antes de hablarle. Nadie, se metía con los de su clase. Él y su hijo, eran como el hielo y el fuego. Mientras que las personas querían acercarse para tocar al pequeño, con el cambiante preferían mantenerse fuera de su vista. – Me doy cuenta. – Las palabras escaparon con esa vibración de fondo en su garganta, como si se las arrancaran a la fuerza. Si esperaba que lo negara, estaba equivocada. Lo que ella no sabía y Moncrieff no se molestó en aclarar, era que se daba cuenta que Baltic en realidad no estaba sufriendo por la manera brusca en que él lo había cogido. No sería la primera ni la última vez que lo hiciera. Para protegerlo, en más de una ocasión, tuvo que actuar con rudeza. Se preguntó, malicioso, qué pensaría si supiera que esa criatura que lloriqueaba por sus atenciones, había estado en medio de batallas sangrientas, con los ojos vidriosos porque su padre, eliminaba a los que representaban una amenaza. Bal era de los suyos, su destino era unirse a los lobos grises. – Las apariencias engañan. – Le amenazó, girándose. – Usted cuide al suyo como mejor le parezca y déjeme a mí hacer lo mismo. Pero si lo que busca es ser recompensada por encontrar a Baltic, sólo tiene que decirlo. – No. Definitivamente, dar las gracias no estaba en sus planes. Al quedar de frente, su hijo decidió cambiar de táctica, estaba vez soltando pequeños ladridos para llamar la atención de la humana. El cambiante alzó una ceja, señalando lo obvio a la extraña, que el cachorro no estaba sufriendo.
Tendría poco más de veinte años, la edad que tuviese ella. Hermosa y etérea, como encontrase a la bruja hacía cuatro años. Sin embargo, había muchas diferencias. Arya había sido rubia y siempre actuaba temerosa a su alrededor. El lobo la había consumido y la había odiado, porque él, se había limitado a no mostrar su condición de cambiante. Pero en esta ocasión, podía sentir al animal exigiendo que devolviera el desafío. Un gruñido, mezcla advertencia y molestia, surgió de sus fauces. ¿Quién demonios se creía para cuestionarle? Si supiera que estaba ante un formidable cazador – y no porque perteneciese a la Santa Inquisición –, seguramente se lo pensaría dos veces antes de hablarle. Nadie, se metía con los de su clase. Él y su hijo, eran como el hielo y el fuego. Mientras que las personas querían acercarse para tocar al pequeño, con el cambiante preferían mantenerse fuera de su vista. – Me doy cuenta. – Las palabras escaparon con esa vibración de fondo en su garganta, como si se las arrancaran a la fuerza. Si esperaba que lo negara, estaba equivocada. Lo que ella no sabía y Moncrieff no se molestó en aclarar, era que se daba cuenta que Baltic en realidad no estaba sufriendo por la manera brusca en que él lo había cogido. No sería la primera ni la última vez que lo hiciera. Para protegerlo, en más de una ocasión, tuvo que actuar con rudeza. Se preguntó, malicioso, qué pensaría si supiera que esa criatura que lloriqueaba por sus atenciones, había estado en medio de batallas sangrientas, con los ojos vidriosos porque su padre, eliminaba a los que representaban una amenaza. Bal era de los suyos, su destino era unirse a los lobos grises. – Las apariencias engañan. – Le amenazó, girándose. – Usted cuide al suyo como mejor le parezca y déjeme a mí hacer lo mismo. Pero si lo que busca es ser recompensada por encontrar a Baltic, sólo tiene que decirlo. – No. Definitivamente, dar las gracias no estaba en sus planes. Al quedar de frente, su hijo decidió cambiar de táctica, estaba vez soltando pequeños ladridos para llamar la atención de la humana. El cambiante alzó una ceja, señalando lo obvio a la extraña, que el cachorro no estaba sufriendo.
Cédric Moncrieff- Condenado/Cambiante/Clase Media
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Re: Shards of Hope | Privado
Seguía desconociendo muchas cosas,
pero esa, era la más maravillosa del mundo.
pero esa, era la más maravillosa del mundo.
Irreverente. En muchas ocasiones, esa justamente esa palabra la que le aplicaba a Leigh. Cuando algo le molestaba, se enfrentaba a eso sin medir las consecuencias. Básicamente, confiaba demasiado en sí misma como para poder afrontar un sinnúmero de situaciones; además ¿Qué tan complicado podría ser un caso de un tipo brusco que se intenta llevar a un pequeño perro? Eso no era nada comparado con las cacerías de Leigh, o incluso con todo el asunto que había desencadenado su secuestro. Y era precisamente esa situación la que le cambiaba la postura con respecto a ver a alguien siendo llevado a donde no se quería. El cachorro no estaba para nada a gusto, y continuaba gimoteando y moviendo sus patitas, mientras continuaba siendo llevado en una evidente suspensión incómoda. Por su parte, el sujeto no parecía inmutarse y avanzaba como haciendo caso omiso a lo que le decía Leigh. Caminaba, además, como si quisiera tomar un atajo, uno que lo llevara a cualquier lugar pero lejos de la gente, que de por sí, ya empezaba a desaparecer con el caer de la tarde. Aún no oscurecería, pero era la hora en la que la mayoría de negocios cerraba y daba espacio para tomar una siesta.
Sin sentido, Leigh sentía la necesidad de ir un poco más allá. Era como si no pudiese dejar pasar las cosas. Se trataba de un cachorro, sí, y su memoria con respecto a un dueño duraría tal vez unas pocas semanas. Nada más era suficiente el ver cómo se había comportado con Leigh, para saber que olvidaría lo pasado con una increíble facilidad. Pero sin comprenderlo, necesitaba saberlo a salvo. El hombre allí le generaba demasiada desconfianza y el pequeño husky no ayudaba en absoluto para cambiar esa percepción. Por su parte, el perro mayor, iba detrás de ambos en completo silencio, pero tampoco caminaba como esos animales que son felices de ver a sus amos y corren con un absoluto éxtasis a donde sea que los dirijan. Allí sucedía todo lo contrario, y no era necesario saber demasiado de animales como para notarlo. Actuaban como obligados tras un sujeto que rezumaba ira. —Estamos de acuerdo en eso— la voz de Leigh sonó a susurro, pero era cierto, porque nadie, jamás, imaginaría que tras una mujer de contextura delgada y de clase alta que pasea a su pequeño hijo, se oculta una cazadora que en ese preciso momento, camina lo suficientemente armada como para poder cobrar un par de vidas si es que tiene que atacar.
Sin pensarlo dos veces, avanzó un poco más, con Julien siendo movilizado aún en su carriola. Para Leigh, la escena estaba salida de casillas, como ella misma, que no comprendía el porqué de sus acciones, que debieron haberla dirigido a un camino de regreso, sin intromisiones absurdas que la llevaran a poner en riesgo a su propio hijo. —No necesito…— de pronto la frase quedó inconclusa y la cazadora se detuvo en seco, frunciendo el ceño y reformulando toda la situación — ¿Cómo ha dicho? ¿Por qué supone que yo lo encontré a él y no al contrario? — cuando Leigh salvó al cachorro, ese hombre no estaba por ahí. Entonces ¿Cómo podía saberlo? Leigh era demasiado analítica y, era de esperarse, porque de no ser así, seguro que ya estaría muerta. Las señales eran claras, era momento de irse, puesto que no estaba en condiciones de seguir intentando algo que no lograría. Julien apenas tenía un mes de nacido, era demasiado frágil e incluso Leigh también podría serlo al tener un tan difícil proceso de embarazo y parto. No podía ser tan estúpida de arriesgar a Julien por un cachorro que no conocía. —Esto no tiene sentido, mi presencia aquí no cambia nada— esa era una clara despedida, él era demasiado soberbio para escuchar nada y el frío empezaba a ser suficiente para su pequeño. No obstante, cuando ella se giró decidida, el cachorro pegó un gemido más alto que cualquiera y obligó a Leigh a girarse de nuevo, de inmediato. Lo que vio entonces frente a sí, fue algo que nunca había visto y que jamás, por más cosas que pasaran, podría olvidar. En segundos, tenía a un niño pequeño y desnudo, sujetándosele con fuerza a las piernas.
Sin sentido, Leigh sentía la necesidad de ir un poco más allá. Era como si no pudiese dejar pasar las cosas. Se trataba de un cachorro, sí, y su memoria con respecto a un dueño duraría tal vez unas pocas semanas. Nada más era suficiente el ver cómo se había comportado con Leigh, para saber que olvidaría lo pasado con una increíble facilidad. Pero sin comprenderlo, necesitaba saberlo a salvo. El hombre allí le generaba demasiada desconfianza y el pequeño husky no ayudaba en absoluto para cambiar esa percepción. Por su parte, el perro mayor, iba detrás de ambos en completo silencio, pero tampoco caminaba como esos animales que son felices de ver a sus amos y corren con un absoluto éxtasis a donde sea que los dirijan. Allí sucedía todo lo contrario, y no era necesario saber demasiado de animales como para notarlo. Actuaban como obligados tras un sujeto que rezumaba ira. —Estamos de acuerdo en eso— la voz de Leigh sonó a susurro, pero era cierto, porque nadie, jamás, imaginaría que tras una mujer de contextura delgada y de clase alta que pasea a su pequeño hijo, se oculta una cazadora que en ese preciso momento, camina lo suficientemente armada como para poder cobrar un par de vidas si es que tiene que atacar.
Sin pensarlo dos veces, avanzó un poco más, con Julien siendo movilizado aún en su carriola. Para Leigh, la escena estaba salida de casillas, como ella misma, que no comprendía el porqué de sus acciones, que debieron haberla dirigido a un camino de regreso, sin intromisiones absurdas que la llevaran a poner en riesgo a su propio hijo. —No necesito…— de pronto la frase quedó inconclusa y la cazadora se detuvo en seco, frunciendo el ceño y reformulando toda la situación — ¿Cómo ha dicho? ¿Por qué supone que yo lo encontré a él y no al contrario? — cuando Leigh salvó al cachorro, ese hombre no estaba por ahí. Entonces ¿Cómo podía saberlo? Leigh era demasiado analítica y, era de esperarse, porque de no ser así, seguro que ya estaría muerta. Las señales eran claras, era momento de irse, puesto que no estaba en condiciones de seguir intentando algo que no lograría. Julien apenas tenía un mes de nacido, era demasiado frágil e incluso Leigh también podría serlo al tener un tan difícil proceso de embarazo y parto. No podía ser tan estúpida de arriesgar a Julien por un cachorro que no conocía. —Esto no tiene sentido, mi presencia aquí no cambia nada— esa era una clara despedida, él era demasiado soberbio para escuchar nada y el frío empezaba a ser suficiente para su pequeño. No obstante, cuando ella se giró decidida, el cachorro pegó un gemido más alto que cualquiera y obligó a Leigh a girarse de nuevo, de inmediato. Lo que vio entonces frente a sí, fue algo que nunca había visto y que jamás, por más cosas que pasaran, podría olvidar. En segundos, tenía a un niño pequeño y desnudo, sujetándosele con fuerza a las piernas.
Leigh Lezarc- Cazador Clase Alta
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Re: Shards of Hope | Privado
Había recorrido cada recoveco de París para encontrar una cura e incluso había hecho largos viajes a otros lugares, desesperado por ponerle fin a la maldición que, estaba seguro, poseía Baltic. Por tres malditos años, Cédric no había cesado en su búsqueda. La culpa que pesaba sobre sus hombros, sólo se había vuelto más insoportable conforme su mente aceptaba lo inevitable. No volvería a ver a su hijo en su forma humana y tampoco sabría si guardaban algún parecido. Su primer año de vida, antes de que su gen cambiante se activase, había sido él quien cuidase del pequeño. Arya se había desentendido de la criatura, como si el darlo a luz, le hubiese robado cualquier cariño que antaño profesase; pero al lobo no le había importado. Él, que cargaba más muertes sobre su consciencia de las que pudiese sentirse orgulloso, había ayudado a que algo maravilloso se formara. No le importaba cambiar sus viejos hábitos para amoldarse a su nuevo papel como padre. La excitación por la cacería, si bien seguía allí, había sido superada por la necesidad de velar por su hijo. No lo sabía entonces con certeza o quizás, no quería creerlo, pero Arya había empezado a sentirse como una amenaza. La inquietud del alfa, cada vez que la veía mirando al cachorro, sólo se incrementaba conforme los días transcurrían. Podía recordar cómo se sentía porque siempre, regresaba a esos meses en que Baltic era un niño; rubio, de ojos azules y con una sonrisa que podía iluminar el alma más oscura. O al menos, creyó, podía hacer eso con la suya; porque evidentemente, la hechicera habría preferido ahogarlo cuando salió de su vientre. Lo había intentado todo. ¡Absolutamente todo! En el camino se había encontrado con charlatanes, pero también con humanos que podían hacer uso de la magia. Sólo su instinto, había sido más fuerte que su desesperación, pues se negó en incontables ocasiones a que le pusieran las manos encima a su pequeño. Cédric siempre exigía ser él, el conejillo de indias, no escuchando razones ni excusas. Y fue así, que poco a poco, su resolución flaqueó. Empezó a matar a aquéllos que no podían ayudarlo. En las montañas, había masacrado a todo un aquelarre de hechiceras, porque se negaron a informarle dónde estaba la más poderosa de ellas. ¡Demonios! Si hasta había entrado a formar parte de las filas de la Santa Inquisición. Actualmente, tenía a su cargo a la facción más problemática, misma que los humanos que conformaban las otras, aborrecían. Su única razón para obtener ese puesto, había sido Baltic. De esa forma, podría exigir tener acceso a los documentos que protegían los bibliotecarios. Encontrar nombres y toda información que sirviese a su causa, era poca. Estaba agarrándose al último clavo ardiendo que le quedaba.
Por ello, cuando vio al niño que se sostenía a la humana, tardó varios minutos en aceptar lo que sus ojos veían. Unos segundos atrás, el husky se había retorcido para escapar de sus manos e ir en pos de ella. – ¿Baltic? – El nombre salió de su boca en forma de pregunta. No importaba que acabase de ver cómo se transformaba, o que él hiciese esos cambios con demasiada facilidad, como para sorprenderse. ¡Tres años! Tres años de búsqueda infructuosa, de noches sin poder dormir, cargados de desolación y dolor; ¡desaparecidos por arte de magia! ¡¿La maldición se había roto?! ¡¿Desgastado?! Un par de orbes azules, del color del cielo cuando está despejado, se clavaron en los suyos por un momento; en respuesta a su demanda. Eso, aunado a una sonrisa que parecía restarle importancia al suceso por parte del niño, impactó a Cédric como nada en el mundo. El pequeño rubio apartó su mirada para centrarse en la humana y él la odió, si cabía posible, más por ello. La desconocida, no lo sabía, ¡pero llevaba tres malditos años esperando a que un milagro como ese pasara! No sólo robaba la atención de su hijo, sino formaba parte de una escena en la que sobraba. Titán, se acercó para olfatear a su dueño, en busca de sus caricias y Moncrieff, fue finalmente consciente de que se había congelado en su sitio. No parecía recordar que Bal acababa de revelar su secreto ante ella, o que ésta no parecía horrorizarse por ser testigo de ese suceso, como si lo sobrenatural no le fuese ajeno o que el niño, estuviese desnudo. ¿Realmente quién podía culparlo? Por primera vez, en varios años, volvía a ver su apariencia. Cédric siempre imaginó que sería una réplica de él en miniatura y, si bien, hermoso no era una palabra que los machos utilizaran para describirse; pues las guardaban para decirlas a sus mujeres, no podía negar lo obvio. El niño era perfecto. “Suéltala”, pidió. Sin ordenar, ni gruñir. ¡No sabía cómo actuar! De pronto, su hijo le parecía un extraño. Se negaba a apartar la mirada, por temor a que esa imagen encantadora desapareciese, sin importar que tuviese un testigo. Sorpresivamente o, quizás, por la necesidad que se escondía en esa petición mental, Bal dejó caer sus manos. Ese fue el engrane que puso en movimiento los demás. El lobo se puso en cuchillas frente suyo para atraerlo a su cuerpo. El frío no haría daño alguno a su desnudez, dado que podían soportar altas temperaturas; pero esa sería una excusa perfecta como cualquier otra, para abrazarlo. El niño enterró su rostro en el arco de su cuello, pero con el cambiante dándole la espalda a la humana, Bal pudo clavar su mirada en ella; quien fue la única testigo de la diversión que nadaba en esos traviesos orbes azules. Pronto, Moncrieff se encontró sosteniendo de nuevo un cachorro.
Por ello, cuando vio al niño que se sostenía a la humana, tardó varios minutos en aceptar lo que sus ojos veían. Unos segundos atrás, el husky se había retorcido para escapar de sus manos e ir en pos de ella. – ¿Baltic? – El nombre salió de su boca en forma de pregunta. No importaba que acabase de ver cómo se transformaba, o que él hiciese esos cambios con demasiada facilidad, como para sorprenderse. ¡Tres años! Tres años de búsqueda infructuosa, de noches sin poder dormir, cargados de desolación y dolor; ¡desaparecidos por arte de magia! ¡¿La maldición se había roto?! ¡¿Desgastado?! Un par de orbes azules, del color del cielo cuando está despejado, se clavaron en los suyos por un momento; en respuesta a su demanda. Eso, aunado a una sonrisa que parecía restarle importancia al suceso por parte del niño, impactó a Cédric como nada en el mundo. El pequeño rubio apartó su mirada para centrarse en la humana y él la odió, si cabía posible, más por ello. La desconocida, no lo sabía, ¡pero llevaba tres malditos años esperando a que un milagro como ese pasara! No sólo robaba la atención de su hijo, sino formaba parte de una escena en la que sobraba. Titán, se acercó para olfatear a su dueño, en busca de sus caricias y Moncrieff, fue finalmente consciente de que se había congelado en su sitio. No parecía recordar que Bal acababa de revelar su secreto ante ella, o que ésta no parecía horrorizarse por ser testigo de ese suceso, como si lo sobrenatural no le fuese ajeno o que el niño, estuviese desnudo. ¿Realmente quién podía culparlo? Por primera vez, en varios años, volvía a ver su apariencia. Cédric siempre imaginó que sería una réplica de él en miniatura y, si bien, hermoso no era una palabra que los machos utilizaran para describirse; pues las guardaban para decirlas a sus mujeres, no podía negar lo obvio. El niño era perfecto. “Suéltala”, pidió. Sin ordenar, ni gruñir. ¡No sabía cómo actuar! De pronto, su hijo le parecía un extraño. Se negaba a apartar la mirada, por temor a que esa imagen encantadora desapareciese, sin importar que tuviese un testigo. Sorpresivamente o, quizás, por la necesidad que se escondía en esa petición mental, Bal dejó caer sus manos. Ese fue el engrane que puso en movimiento los demás. El lobo se puso en cuchillas frente suyo para atraerlo a su cuerpo. El frío no haría daño alguno a su desnudez, dado que podían soportar altas temperaturas; pero esa sería una excusa perfecta como cualquier otra, para abrazarlo. El niño enterró su rostro en el arco de su cuello, pero con el cambiante dándole la espalda a la humana, Bal pudo clavar su mirada en ella; quien fue la única testigo de la diversión que nadaba en esos traviesos orbes azules. Pronto, Moncrieff se encontró sosteniendo de nuevo un cachorro.
Cédric Moncrieff- Condenado/Cambiante/Clase Media
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Re: Shards of Hope | Privado
Era obvio, el amor no conocía razas
Ninguno de ellos, por más cosas extrañas que hubiesen visto en su vida, habría imaginado ni por error que algo así sucedería. El rostro de ambos era una clara muestra de sorpresa y aunque parecían impávidos, Leigh no tardó en retirarse su propio abrigo y ponerlo sobre los hombros del niño. El instinto maternal del cual ella no era del todo consciente, hacía aparición en tan inesperada escena. Nadie debía verlo y, su desnudez, llamaría la atención de cualquiera, incluso a la distancia. Poco le importó a Leigh que se notaran las armas que tenía bajo el vestido, aunque estaban camufladas con absoluto detalle. Pero eso podía ocultarse mucho mejor de lo que sucedía allí. Debían actuar rápido y como si nada extraño sucediera. El silencio debía permanecer durante ese lapso de tiempo y, por lo menos y para suerte de todos, Julien había caído profundo y no emitiría ningún sonido durante un buen rato. Caso contrario del pequeño, que sonreía y se abrazaba a Leigh como si se le hubiese perdido su madre y la confundiera con ella. Las manos de la cazadora se apoyaban sobre los hombros del niño que, aunque era un cambiante, no dejaba de rezumar hermosura en cualquiera de sus formas. Aquél cambio delató el secreto, pero también dejó en evidencia que el hombre furioso sí que lo conocía. De sus labios, salió un nombre al que el pequeño respondió de inmediato. Su cuerpecito que parecía incómodo al moverse, se giró hacia él, con una sonrisa muy distinta a los gemidos que emitiera minutos antes. Baltic, así se llamaba, ya no cabía duda. Pero ese mismo Baltic volvió de nuevo sus ojos azules a Leigh, que extendió su mano despacio y acarició la mejilla tibia del pequeñito. Sentía deseos de cargarlo, de retirar esos piececitos del suelo helado y demasiado brusco para tan indefenso ser. Su mente omitía con gusto la naturaleza que se presentaba frente a ella, porque en todas las circunstancias, seguía tratándose de un niño.
— ¿Lo conoces? — le preguntó Leigh al joven cambiante, que hasta el momento no había emitido ni una sola palabra, pero que parecía no querer dejar de mirarla a ella, y de tanto en tanto a Julien, como si sintiera algún tipo de inocente curiosidad por él. La pregunta había surgido porque aunque ella reaccionó rápido en medio de su asombro, el hombre que estaba apenas a un metro de distancia, parecía seguir sumido en una especie de trance extraño, uno que le resultaba a ella indescifrable. No así, la respuesta vino pronto, y el pequeño se giró otra vez y se encontró con un individuo inclinado hacia él, que lo estrechaba entre sus brazos como si no lo hubiera visto en mucho tiempo, pero con un amor innegable para cualquier que observara la escena. Lo más probable, es que se tratara de su padre. En el giro, el niño dejó caer el abrigo y, como acto reflejo, la cazadora lo recogió, esperando el momento adecuado para volver a entregarlo con el fin de asegurarse que en el regreso a donde sea que fuere, el pequeño no aguantaría frío.
¿Cuánto tiempo había transcurrido? No tenía ni la menor idea, como tampoco sabía si alguien alrededor también había sido testigo de lo que vieron sus ojos. Lo que si fue claro, es que bastó una última mirada acompañada de una sonrisa, para recordar el rostro de un niño que, de nuevo, volvía a ser un cachorro —Lo mejor es que se vayan de aquí, cuanto antes— advirtió ella. Si bien era cazadora, los cambiantes jamás representaron un riesgo para ella ni tampoco les daba demasiada importancia, pero no todos eran así. Lo cierto es que por la seguridad del pequeño, que era lo que a ella le importaba, tenía más que claro que debían alejarse. Quizás alguien hubiera visto algo, tal vez quisieran cazarlos o incluso venderlos al mejor postor. Por ahora, no tenían manera de conocer las consecuencias; aunque lo más prudente, es que debían irse todos de ahí, aunque ella no volviera a ver al niño cambiante o, incluso, aunque no tuviese ni la menor idea de la magnitud real que había tenido la trasformación ocurrida allí.
— ¿Lo conoces? — le preguntó Leigh al joven cambiante, que hasta el momento no había emitido ni una sola palabra, pero que parecía no querer dejar de mirarla a ella, y de tanto en tanto a Julien, como si sintiera algún tipo de inocente curiosidad por él. La pregunta había surgido porque aunque ella reaccionó rápido en medio de su asombro, el hombre que estaba apenas a un metro de distancia, parecía seguir sumido en una especie de trance extraño, uno que le resultaba a ella indescifrable. No así, la respuesta vino pronto, y el pequeño se giró otra vez y se encontró con un individuo inclinado hacia él, que lo estrechaba entre sus brazos como si no lo hubiera visto en mucho tiempo, pero con un amor innegable para cualquier que observara la escena. Lo más probable, es que se tratara de su padre. En el giro, el niño dejó caer el abrigo y, como acto reflejo, la cazadora lo recogió, esperando el momento adecuado para volver a entregarlo con el fin de asegurarse que en el regreso a donde sea que fuere, el pequeño no aguantaría frío.
¿Cuánto tiempo había transcurrido? No tenía ni la menor idea, como tampoco sabía si alguien alrededor también había sido testigo de lo que vieron sus ojos. Lo que si fue claro, es que bastó una última mirada acompañada de una sonrisa, para recordar el rostro de un niño que, de nuevo, volvía a ser un cachorro —Lo mejor es que se vayan de aquí, cuanto antes— advirtió ella. Si bien era cazadora, los cambiantes jamás representaron un riesgo para ella ni tampoco les daba demasiada importancia, pero no todos eran así. Lo cierto es que por la seguridad del pequeño, que era lo que a ella le importaba, tenía más que claro que debían alejarse. Quizás alguien hubiera visto algo, tal vez quisieran cazarlos o incluso venderlos al mejor postor. Por ahora, no tenían manera de conocer las consecuencias; aunque lo más prudente, es que debían irse todos de ahí, aunque ella no volviera a ver al niño cambiante o, incluso, aunque no tuviese ni la menor idea de la magnitud real que había tenido la trasformación ocurrida allí.
Última edición por Leigh Lezarc el Lun Mayo 09, 2016 7:01 pm, editado 3 veces
Leigh Lezarc- Cazador Clase Alta
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Re: Shards of Hope | Privado
El gruñido que brotó de sus fauces, era el sonido del lobo y no del hombre. Había una diferencia titánica entre éstos. La bestia en su interior, pugnaba por rasgar sus entrañas con sus garras, para tomar el control de la situación. Sus emociones, colisionaban sin piedad una contra la otra, inquietando al cazador. Baltic, lamía su mano, como si intentase sosegarlo, restándole importancia a lo que había pasado. Las palabras de la humana, se le antojaban extrañas y fuera de lugar. ¡¿No debería estar gritando horrorizada por lo que había presenciado?! ¿No eran todos ellos iguales, señalándolos como aberraciones, sólo porque podían cambiar en animales? Su hijo era apenas un niño, pero había estado más pequeño cuando su madre decidió que debía morir. ¿Qué demonios estaba mal con ella? ¿Por qué ni siquiera actuaba sorprendida? Su instinto, le exigía que se alejaran del lugar y volvieran al negocio. Allí, podría pedirle a Bal que lo volviese a hacer. No sabía cómo o porqué había sucedido, pero sí que podía volver a ser un humano y eso era todo lo que verdaderamente importaba. ¡Demonios! Le exigiría que no llamase al husky nunca más. A Cédric le importaba un reverendo bledo si le daba la espalda a su esencia. Si él había abandonado a la manada por sus problemas para recibir órdenes, lo haría completamente con su familia, si ésta decidía que su hijo no era lo suficientemente bueno para ellos. Más tarde, eliminaría a cualquier posible testigo. Su mirada, había recorrido los alrededores, buscando posibles amenazas y; por si eso fuera poco, su sentido del olfato, habría identificado a las criaturas que se encontraban cerca. Eso, era todo lo que necesitaba para rastrear y matar. Sin embargo, sólo dos aromas persistían en el aire. El aroma dulce del crío y el picante de la hembra, que también se le antojaba malditamente embrutecedor. No sólo le hacía pensar en su hogar, sino también en los bosques. En ese olor que impregnaba a los árboles y a la madera que sus manos afanosamente, tallaban. Podía saborear a la lluvia y a la tierra mojada. Todo estaba tan jodido. Debía estar pensando en la seguridad de su hijo, no en la embriagante y persistente fragancia de la humana. ¿Qué tenían ellas que le interesaban? ¿Por qué no podía sentirse atraído por una mujer de los suyos?
Cualquiera en el clan de los Moncrieff, habría querido formar una familia con él. Era el segundo hijo, sí, pero no por ello era menos importante. Había sido el centinela y ejecutor, la mano derecha de Mick, su hermano mayor. Furioso, aunque en esa ocasión consigo mismo, clavó sus ojos azules, tan fríos como el hielo, en la desconocida. – ¿Por qué debería confiar en ti? – Preguntó, en tono amenazador. – Ni siquiera sé quién eres. Hacía sólo unos minutos, creías que estabas sosteniendo a cualquier cachorro. ¿Por qué, maldita sea, no pareces sorprendida por lo que acabas de ver? – Él lo estaba, aunque por razones diferentes. Lo que acababa de pasar, lo cambiaba absolutamente todo. No dejaría su puesto como líder de los Condenados. No a esas alturas. Al menos dentro de la organización, podía dejar de preocuparse por los inquisidores. Su único problema real, eran aquéllos que se dedicaban a darle caza por cuenta propia. – La última vez que me dejé engañar por una hermosa hembra, mi hijo pagó las consecuencias. – Sus palabras mordaces, también destilaban rencor. – Un error, que juré no volver a cometer. – Como decían por ahí, si le engañabas una vez, tuya era la culpa. Dos, sería la suya. – O tal vez, hice la pregunta incorrecta. ¿Por qué debería irme y dejarte libre? Sabes demasiado. Por regla general, no dejo cabos sueltos. Es así como Baltic ha permanecido seguro entre los tuyos. No te sorprenderá saber, que somos territoriales con lo nuestro. Yo en lo particular, lo soy al extremo. – El lobo, disfrutaba catalogando a las personas. Para él, sólo existían dos bandos. Los que estaban bajo su protección y los que representaban alguna amenaza, para sus protegidos. Blanco o negro, nunca tonos grises de por medio. – Mi nombre es Cédric Rhys Moncrieff y en efecto, el cachorro es mío. ¿Ahora entiende porqué insistía en llevármelo? – Su tono, aunque gruñón, sonó de alguna forma, conciliador. ¡Acababa de ver a su hijo! ¡En su forma humana! Joder, sino debía estar agradecido por eso. El husky, miraba con aburrimiento el suelo, claramente queriendo que lo bajara. No se sorprendería si pronto cayera dormido. – No tengo tiempo para esto. No es como si usted y yo, nos encontraremos luego. – La urgencia de llegar a su negocio, aumentó. Deseaba tener un rato a solas con Baltic, para persuadirlo a que volviese a ser un niño. – Gracias por salvarlo. Si hay alguna forma de saldar ésta deuda, no tiene más que decirlo. No me gusta deber nada a nadie y está claro que a Bal le agrada. – No señaló que al cachorro le agradaba todo, especialmente aquello, que exudaba peligro.
Cualquiera en el clan de los Moncrieff, habría querido formar una familia con él. Era el segundo hijo, sí, pero no por ello era menos importante. Había sido el centinela y ejecutor, la mano derecha de Mick, su hermano mayor. Furioso, aunque en esa ocasión consigo mismo, clavó sus ojos azules, tan fríos como el hielo, en la desconocida. – ¿Por qué debería confiar en ti? – Preguntó, en tono amenazador. – Ni siquiera sé quién eres. Hacía sólo unos minutos, creías que estabas sosteniendo a cualquier cachorro. ¿Por qué, maldita sea, no pareces sorprendida por lo que acabas de ver? – Él lo estaba, aunque por razones diferentes. Lo que acababa de pasar, lo cambiaba absolutamente todo. No dejaría su puesto como líder de los Condenados. No a esas alturas. Al menos dentro de la organización, podía dejar de preocuparse por los inquisidores. Su único problema real, eran aquéllos que se dedicaban a darle caza por cuenta propia. – La última vez que me dejé engañar por una hermosa hembra, mi hijo pagó las consecuencias. – Sus palabras mordaces, también destilaban rencor. – Un error, que juré no volver a cometer. – Como decían por ahí, si le engañabas una vez, tuya era la culpa. Dos, sería la suya. – O tal vez, hice la pregunta incorrecta. ¿Por qué debería irme y dejarte libre? Sabes demasiado. Por regla general, no dejo cabos sueltos. Es así como Baltic ha permanecido seguro entre los tuyos. No te sorprenderá saber, que somos territoriales con lo nuestro. Yo en lo particular, lo soy al extremo. – El lobo, disfrutaba catalogando a las personas. Para él, sólo existían dos bandos. Los que estaban bajo su protección y los que representaban alguna amenaza, para sus protegidos. Blanco o negro, nunca tonos grises de por medio. – Mi nombre es Cédric Rhys Moncrieff y en efecto, el cachorro es mío. ¿Ahora entiende porqué insistía en llevármelo? – Su tono, aunque gruñón, sonó de alguna forma, conciliador. ¡Acababa de ver a su hijo! ¡En su forma humana! Joder, sino debía estar agradecido por eso. El husky, miraba con aburrimiento el suelo, claramente queriendo que lo bajara. No se sorprendería si pronto cayera dormido. – No tengo tiempo para esto. No es como si usted y yo, nos encontraremos luego. – La urgencia de llegar a su negocio, aumentó. Deseaba tener un rato a solas con Baltic, para persuadirlo a que volviese a ser un niño. – Gracias por salvarlo. Si hay alguna forma de saldar ésta deuda, no tiene más que decirlo. No me gusta deber nada a nadie y está claro que a Bal le agrada. – No señaló que al cachorro le agradaba todo, especialmente aquello, que exudaba peligro.
Cédric Moncrieff- Condenado/Cambiante/Clase Media
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Re: Shards of Hope | Privado
"Las palabras elegantes no son sinceras; las palabras sinceras no son elegantes."
Lao-tsé
Lao-tsé
Los gruñidos emitidos por el sujeto frente a ella, la alertaron. Si realmente era el padre del niño, existía una muy alta probabilidad de que también se transformara en lo mismo. Un lobo cambiante en edad adulta solía ser de gran tamaño y, eso, sólo representaba un enorme riesgo para Julien. Sin pensarlo demasiado, la cazadora se puso frente a la carriola de su hijo y miró con absoluta atención a sus acompañantes. A la más mínima señal de cambio en el adulto, sacaría su arma y dispararía. No comprendía el enojo en él, pero realmente, no estaba dispuesta a arriesgarse demasiado.
—Jamás le he pedido que lo haga— respondió ella, con la misma frialdad con la que él formuló la pregunta. —Pero tampoco le he pedido que permanezca conmigo. Su pequeño corre demasiado riesgo aquí. Si le sirve de algo, digamos que soy alguien que tuvo una madre algo especial, es todo lo que necesita saber— agregó. Él no necesitaba saber que la madre de Leigh había sido una bruja, porque con aquella información, deduciría que lo sobrenatural no le era oculto, pero que tampoco era alguien con el que, en teoría, se corrieran riesgos. En parte entendía su postura, ella misma había experimentado el deseo de otro por robarle a su hijo, y las medidas que la cazadora tomaba para cualquiera que se acercara a él, quizás se parecían a las del cambiante.
— ¿Qué peligro cree que pueda representarle una mujer que lleva consigo a su hijo de pocas semanas consigo? No pretendo exponer a su pequeño, como tampoco planeo hacerlo con el mío— explicó a grandes rasgos. Él no iba a enterarse de la verdadera vocación de Leigh, porque no era necesario en una situación como aquella. Luego de ese momento cada quien seguiría su camino, sin decir nada más, sin confesarle todo lo acontecido a nadie. —Esto no es ningún cabo suelto. De mi boca no saldrá ninguna palabra luego de este momento. No planeo dejar a mi hijo sólo, tiene eso como garantía de mi silencio— las palabras de Leigh fueron certeras, porque no podía responder de otra manera para preservar a Julien. Su hijo le contenía el veneno que impregnara siempre sus palabras en medio de cualquier amenaza. Él se sobreponía a la personalidad de ella, que se moderaba mucho más sin dejar de mostrarse fuerte. Además, si a ella le pasaba algo, realmente Julien quedaría solo. Ya había pagado una gran cantidad de dinero para que el niño fuese enviado con su tía, la hermana de su madre que se encontraba ahora en cualquier lugar de Europa, haciendo su vida lejos de la inquisición francesa. Leigh no iba a dejar a su pequeño con Ryley, su padre jamás sería el ejemplo que Leigh planeara alguna vez. Su hijo no iba a ser tocado por ninguna prostituta.
—Leigh Lezarc, si eso le permite estar más tranquilo— farfulló, sin dejar de mirarlo fijamente a los ojos, como si pretendiera conocer detalles que él pudiera ocultar en cada una de sus frases. No disimulaba, su mirada era lo suficientemente penetrante como para determinar a grandes rasgos la verdadera personalidad en ella. —Lo entiendo más de lo que pueda imaginar. Por eso le pedí que se fuera, precisamente fue por él— No había necesidad de contar el horror que vivió Leigh cuando intentaron quitarle a su hijo aun cuando permanecía en su vientre. O incluso, como tuvo que dar a luz mientras se libraba una batalla en la que de nuevo pretendían quitarle a Julien. Ella sabía bien que la sola idea de perder un hijo produce la peor de las angustias. Pero él no necesitaba saberlo, ni tampoco era como si fuese a importarle. —Es poco probable que nos volvamos a ver, es cierto. Pero descuide, si sucede, haré caso omiso— prometió, como parte de lo que había mencionado minutos antes mientras se ponía de nuevo el abrigo, finalmente, Baltic ya no iba a necesitarlo. —No me debe nada, hago lo que esperaría que alguien hiciera por mi hijo si es que llega a necesitarlo. Y es un hermoso niño, por cierto— comentó, centrándose en el rostro del pequeño que difícilmente olvidaría. Ahora necesitaba irse. Él desconfiaba de ella a puntos peligrosos, y la soledad que rezumaba el lugar en el que estaban, se debía a que estaba a punto de caer la noche. Y nada, era más inestable, que pasar unas horas al aire libre en la nocturna París.
—Debo irme, pero antes voy a darle mi palabra sobre mi absoluto silencio. Necesito la suya sobre no considerar esta situación un peligroso cabo suelto ¿Es usted un hombre de palabra, Señor Moncrieff? — solicitó con cierta perspicacia. La palabra en aquella época era valorada tanto o más que las firmas sobre un papel. Leigh podía contratar hombres dispuestos a protegerla, pero eso invadiría la privacidad que tanto apreciaba. Lo que él dijera no era garantía, y tampoco iba a confiar en él nunca. Aquello podría ser una peligrosa cortesía, un arma de doble filo que a pesar de tener a dos pequeños en el medio, los continuara catalogando mutuamente como peligrosos.
—Jamás le he pedido que lo haga— respondió ella, con la misma frialdad con la que él formuló la pregunta. —Pero tampoco le he pedido que permanezca conmigo. Su pequeño corre demasiado riesgo aquí. Si le sirve de algo, digamos que soy alguien que tuvo una madre algo especial, es todo lo que necesita saber— agregó. Él no necesitaba saber que la madre de Leigh había sido una bruja, porque con aquella información, deduciría que lo sobrenatural no le era oculto, pero que tampoco era alguien con el que, en teoría, se corrieran riesgos. En parte entendía su postura, ella misma había experimentado el deseo de otro por robarle a su hijo, y las medidas que la cazadora tomaba para cualquiera que se acercara a él, quizás se parecían a las del cambiante.
— ¿Qué peligro cree que pueda representarle una mujer que lleva consigo a su hijo de pocas semanas consigo? No pretendo exponer a su pequeño, como tampoco planeo hacerlo con el mío— explicó a grandes rasgos. Él no iba a enterarse de la verdadera vocación de Leigh, porque no era necesario en una situación como aquella. Luego de ese momento cada quien seguiría su camino, sin decir nada más, sin confesarle todo lo acontecido a nadie. —Esto no es ningún cabo suelto. De mi boca no saldrá ninguna palabra luego de este momento. No planeo dejar a mi hijo sólo, tiene eso como garantía de mi silencio— las palabras de Leigh fueron certeras, porque no podía responder de otra manera para preservar a Julien. Su hijo le contenía el veneno que impregnara siempre sus palabras en medio de cualquier amenaza. Él se sobreponía a la personalidad de ella, que se moderaba mucho más sin dejar de mostrarse fuerte. Además, si a ella le pasaba algo, realmente Julien quedaría solo. Ya había pagado una gran cantidad de dinero para que el niño fuese enviado con su tía, la hermana de su madre que se encontraba ahora en cualquier lugar de Europa, haciendo su vida lejos de la inquisición francesa. Leigh no iba a dejar a su pequeño con Ryley, su padre jamás sería el ejemplo que Leigh planeara alguna vez. Su hijo no iba a ser tocado por ninguna prostituta.
—Leigh Lezarc, si eso le permite estar más tranquilo— farfulló, sin dejar de mirarlo fijamente a los ojos, como si pretendiera conocer detalles que él pudiera ocultar en cada una de sus frases. No disimulaba, su mirada era lo suficientemente penetrante como para determinar a grandes rasgos la verdadera personalidad en ella. —Lo entiendo más de lo que pueda imaginar. Por eso le pedí que se fuera, precisamente fue por él— No había necesidad de contar el horror que vivió Leigh cuando intentaron quitarle a su hijo aun cuando permanecía en su vientre. O incluso, como tuvo que dar a luz mientras se libraba una batalla en la que de nuevo pretendían quitarle a Julien. Ella sabía bien que la sola idea de perder un hijo produce la peor de las angustias. Pero él no necesitaba saberlo, ni tampoco era como si fuese a importarle. —Es poco probable que nos volvamos a ver, es cierto. Pero descuide, si sucede, haré caso omiso— prometió, como parte de lo que había mencionado minutos antes mientras se ponía de nuevo el abrigo, finalmente, Baltic ya no iba a necesitarlo. —No me debe nada, hago lo que esperaría que alguien hiciera por mi hijo si es que llega a necesitarlo. Y es un hermoso niño, por cierto— comentó, centrándose en el rostro del pequeño que difícilmente olvidaría. Ahora necesitaba irse. Él desconfiaba de ella a puntos peligrosos, y la soledad que rezumaba el lugar en el que estaban, se debía a que estaba a punto de caer la noche. Y nada, era más inestable, que pasar unas horas al aire libre en la nocturna París.
—Debo irme, pero antes voy a darle mi palabra sobre mi absoluto silencio. Necesito la suya sobre no considerar esta situación un peligroso cabo suelto ¿Es usted un hombre de palabra, Señor Moncrieff? — solicitó con cierta perspicacia. La palabra en aquella época era valorada tanto o más que las firmas sobre un papel. Leigh podía contratar hombres dispuestos a protegerla, pero eso invadiría la privacidad que tanto apreciaba. Lo que él dijera no era garantía, y tampoco iba a confiar en él nunca. Aquello podría ser una peligrosa cortesía, un arma de doble filo que a pesar de tener a dos pequeños en el medio, los continuara catalogando mutuamente como peligrosos.
Leigh Lezarc- Cazador Clase Alta
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Re: Shards of Hope | Privado
Garantías. Cédric casi gruñó ante esa palabra. Los inquisidores hacían promesas de ese tipo todo el tiempo aunque, por debajo, tramaban la caída de los Condenados. El lobo no confiaba en la Iglesia, ni en que su hijo estaría seguro con él formando parte de sus filas. Ellos no veían a un niño cuando Baltic estaba por los alrededores, sino a una criatura que debía ser eliminada. Pensaban, equívocamente, que su razonamiento era la del animal. Desconocían que en realidad, eran uno solo. Si bien era cierto que la naturaleza de los cambiantes estaba regida por la especie a la que pertenecían, controlar sus impulsos era una tarea que los adultos, enseñaban a sus pequeños. Por supuesto, a él no le había funcionado. Era demasiado gruñón, violento y amante de las peleas, para no alimentarse de ellas. Desde que la mujer estaba propiciando una, maldita sea sino se sentía atraído a marcar territorio. Algo absurdo y estúpido, teniendo en cuenta que tenía un hijo de pocos meses de nacido. ¿Dónde demonios estaba el padre de la criatura? ¿No debería estar protegiéndolos? Los humanos, siempre confiados, creyentes dueños del mundo; hacían oídos sordos a las historias que los viejos contaban, para enviar a sus hijos a la cama. Vampiros, humanos que se convertían en bestias para aullarle a la Luna Llena, cambiantes de todo tipo y hechiceros que usaban la magia para esparcir el mal, se mezclaban entre ellos. – Eres un peligro, Leigh. Incluso tu hijo algún día podría serlo. – Había visto a jóvenes crecer, con la sed de venganza corriendo por sus venas, para convertirse en cazadores; sin diferenciar entre las criaturas de la noche. Lo que les era desconocido, debía ser exterminado; según sus deseos. – He visto a cachorros ser masacrados porque me prometieron guardar silencio y creí en ellos. – Una vez, hacía mucho tiempo, Moncrieff había perdonado la vida a un joven. Recordaba a la perfección su rostro, las palabras de agradecimiento cuando le dejó marchar, el olor nauseabundo de su miedo. Vidas inocentes de su manada, que se perdieron días después; con la llegada del humano y otros aficionados a la cacería de los suyos. – No tienes idea. Hay un montón de humanos, que conocen la existencia de seres como yo. Nuestras mujeres viven con temor de perder a sus familias, por la frialdad con que somos cazados, por la manera en que nos reducen, con sus malditas armas. ¿Crees que cualquiera se detendría si supieran lo que es Baltic? –
La mirada del lobo, estaba firmemente concentraba en los de la fémina. Era tan intensa y profunda. Pocos, podían soportar mirarlo por mucho tiempo. Le gustaba que ella no se echara para atrás tan fácilmente y, a la vez, le disgustaba enormemente. El husky hizo un gruñido, antes de acomodarse en su brazo, claramente resignándose a no bajar y andar por el parque. El que le dijera que era un niño hermoso, le había trastocado. Cédric sólo había podido imaginar su apariencia, creyendo que tras el animal, se parecería a él. ¿Qué se suponía se respondía a algo como eso? Ella no sabía que, hasta hacía unos minutos, Baltic había permanecido atrapado en su forma animal. Cabía la posibilidad que él, fuese el más sorprendido de los dos. Lo que había estado esperando tanto tiempo, se había presentado de la nada. Lo que le llevaba a preguntarse, una vez más, ¿a qué se debía el cambio? La mente de su hijo, estaba como siempre, sin una conexión latente por su parte. No parecía haber nada diferente en él y, sin embargo, la tenía a ella de testigo. Por suerte, no tuvo que responder a su comentario. – No creo que exista la necesidad de explicarle que soy un excelente cazador. No hay nada suave en mí cuando cambio. El husky, es sólo una parte de lo que somos. – Señaló, con la misma oscuridad de antaño, tiñendo sus palabras. – Soy un hombre de palabra, Lezarc. Aquí y ahora, nuestros caminos se separan. Espero que si alguna vez nos volvemos a cruzar, sea por casualidad y no para terminar lo que aquí inició. – La mirada de Cédric, viajó al bebé que escondía como una fiera. La sonrisa que se extendió por sus comisuras, era salvaje pero satisfecha. Una mujer que defendía con esa fuerza a su cría, siendo humana, era admirable. El bastardo que la había conquistado, sin duda, era un maldito afortunado. – Vuelva a casa. Estoy seguro que su esposo, estará preguntándose porqué se demora tanto. La noche, reclama a sus hijos. – Gruñó. Él tenía que volver a su hogar, hacer que Baltic volviera a su estado humano y salir de cacería. Coordinar a un grupo de Condenados, aunque pertenecientes a otras facciones, no era algo sencillo. Se necesitaba ser un buen líder para lograrlo y, uno ausente, no ayudaría a mantenerlos a raya. Si tan sólo supiera que, no todo estaba escrito.
La mirada del lobo, estaba firmemente concentraba en los de la fémina. Era tan intensa y profunda. Pocos, podían soportar mirarlo por mucho tiempo. Le gustaba que ella no se echara para atrás tan fácilmente y, a la vez, le disgustaba enormemente. El husky hizo un gruñido, antes de acomodarse en su brazo, claramente resignándose a no bajar y andar por el parque. El que le dijera que era un niño hermoso, le había trastocado. Cédric sólo había podido imaginar su apariencia, creyendo que tras el animal, se parecería a él. ¿Qué se suponía se respondía a algo como eso? Ella no sabía que, hasta hacía unos minutos, Baltic había permanecido atrapado en su forma animal. Cabía la posibilidad que él, fuese el más sorprendido de los dos. Lo que había estado esperando tanto tiempo, se había presentado de la nada. Lo que le llevaba a preguntarse, una vez más, ¿a qué se debía el cambio? La mente de su hijo, estaba como siempre, sin una conexión latente por su parte. No parecía haber nada diferente en él y, sin embargo, la tenía a ella de testigo. Por suerte, no tuvo que responder a su comentario. – No creo que exista la necesidad de explicarle que soy un excelente cazador. No hay nada suave en mí cuando cambio. El husky, es sólo una parte de lo que somos. – Señaló, con la misma oscuridad de antaño, tiñendo sus palabras. – Soy un hombre de palabra, Lezarc. Aquí y ahora, nuestros caminos se separan. Espero que si alguna vez nos volvemos a cruzar, sea por casualidad y no para terminar lo que aquí inició. – La mirada de Cédric, viajó al bebé que escondía como una fiera. La sonrisa que se extendió por sus comisuras, era salvaje pero satisfecha. Una mujer que defendía con esa fuerza a su cría, siendo humana, era admirable. El bastardo que la había conquistado, sin duda, era un maldito afortunado. – Vuelva a casa. Estoy seguro que su esposo, estará preguntándose porqué se demora tanto. La noche, reclama a sus hijos. – Gruñó. Él tenía que volver a su hogar, hacer que Baltic volviera a su estado humano y salir de cacería. Coordinar a un grupo de Condenados, aunque pertenecientes a otras facciones, no era algo sencillo. Se necesitaba ser un buen líder para lograrlo y, uno ausente, no ayudaría a mantenerlos a raya. Si tan sólo supiera que, no todo estaba escrito.
Cédric Moncrieff- Condenado/Cambiante/Clase Media
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Re: Shards of Hope | Privado
"Ella no sólo lo protegería del sol,
sino también de las manos enterradas en la tierra apretando con fuerza los puños"
sino también de las manos enterradas en la tierra apretando con fuerza los puños"
Si ese hombre no fuera el padre del niño cambiante, ya le habría disparado. No obstante, y por ese par de inocentes, contenía esa necesidad de descargar todas sus frustraciones a través de la caza. Julien se había convertido en su mayor fortaleza y al tiempo debilidad. Por él actuaba para protegerlo, y por él mismo mataría con tal de mantenerlo a salvo. La violencia en el otro la incitaba aún más, pero si hubiese un par de ojos adicionales en la escena, no tardaría en deducir que ambos eran dos caras de la misma moneda. Actuaban así por su necesidad de proteger y, aunque Leigh no tenía en sí ningún gen que la ligara a ningún animal, sobraba decir que reaccionaba como una leona intentando proteger a sus crías. Nadie tocaría a Julien, y ella tampoco tocaría para mal a Baltic.
— ¿Le parece que una mujer que lleva a su hijo de poco más de un mes de nacido sola, representa un peligro para un hombre de su contextura y un pequeño que al menos puede correr? — cuestionó, casi agrandando su realidad. El pequeño Lezarc estaba próximo a cumplir los dos meses y, aunque era demasiado pronto para sacarlo, Leigh lo mantenía bien abrigado y se negaba a apartarlo de sí hasta para las más sencillas tareas. —Créame, no quiero a mi hijo cerca de nada que represente violencia. Comprendo que usted tiene sus métodos para cuidar a su pequeño, y supongo que no le será complicado entender que yo también tengo mis medios para proteger al mío. Y nada de eso es cuestionable— agregó. La cazadora era siempre firme para expresarse, habilidad que adquirió desde muy joven, no sólo porque tuvo excelentes tutores, sino también porque a muy temprana edad tuvo que dar la cara en los negocios familiares para evitar que se fueran a pique. Un huérfano no tiene permiso para echar por la borda una herencia, y era justamente esa palabra “Huérfano” la que hacía que ella siguiese protegiendo de ese modo a Julien. —No es necesario tener alguna habilidad para saber lo que se siente cuando intentan apartar de sí a un hijo. Lo crea o no, lo comprendo más de lo que podría imaginar. Sólo puedo asegurarle que si sus mujeres temen, la suya no tendrá por qué hacerlo, no por mi parte. Sería absurdo arriesgar a mi hijo cuando ya usted sabe mi nombre y muy seguramente recordará mi rostro como si viera en él una amenaza. Su hijo no deja de ser un niño a mis ojos, más allá de lo que pueda hacer, no deja de serlo— aclaró, aunque quizás sus palabras fuesen vertidas de nuevo en saco roto.
—No quiero que vuelva a amenazarme— espetó molesta, pero sin elevar la voz —Mantengo mi palabra y haría lo que fuese necesario por proteger a mi hijo. Contemple lo que somos y tenemos ahora, frente a frente, y sopese si es necesario que vuelva a hacerlo— hasta ese momento, se contenía, pero detestaba que la amenazaran cuando estaban bajo el mismo celo que sólo puede sentir un padre. El cielo sabía que jamás haría daño a esa criatura y que, incluso, pese a su condición de cazadora, jamás había matado a un cambiaformas. Sus manos estaban llenas de sangre, sí, pero había pertenecido sólo a dos tipos de seres: vampiros e inquisidores. Las cosas no cambiarían a menos que se viera obligada a hacerlo, pero por ahora, tomó aire de manera profunda e intentó no ser tan evidente en su modo de defensa, finalmente, él también cargaba a su criatura, aunque en brazos. —Voy a irme, y además de prometer mi silencio voy a prometer algo más. Si algún día vuelvo a verlo a usted o reconozco a su pequeño bajo cualquier forma, cambiaré mi rumbo, si es que eso le tranquiliza. El motivo es más que sencillo, el padre de mi hijo está muerto, y no planeo dejarlo sólo. Tenga buena noche, Señor Moncrieff, le aseguro que yo también voy a recordarlo— y dicho esto, dio una última mirada al cachorro y se giró, llevando la carriola delante de sí y apresurando el paso, no por él, sino porque lamentablemente, el cambiante no era el único riesgo que ellos corrían.
En cuanto a Ryley, había decidido que sería un muerto para Julien. El padre ausente tendría otro nombre y un mejor destino en cada historia que ella debiera narrar para su hijo cuando empezara a preguntar. El niño no llevaba su apellido, y muy pronto le perdería el rastro. Leigh, no dudaba ni un segundo que si su ex esposo había sido capaz de desaparecer por días y acostarse con una prostituta mientras ella cuidaba a su recién nacido, no tardaría también en olvidarlo. Ellos serían para él un simple cuento, como los que ella inventaría para su hijo durante toda su vida.
— ¿Le parece que una mujer que lleva a su hijo de poco más de un mes de nacido sola, representa un peligro para un hombre de su contextura y un pequeño que al menos puede correr? — cuestionó, casi agrandando su realidad. El pequeño Lezarc estaba próximo a cumplir los dos meses y, aunque era demasiado pronto para sacarlo, Leigh lo mantenía bien abrigado y se negaba a apartarlo de sí hasta para las más sencillas tareas. —Créame, no quiero a mi hijo cerca de nada que represente violencia. Comprendo que usted tiene sus métodos para cuidar a su pequeño, y supongo que no le será complicado entender que yo también tengo mis medios para proteger al mío. Y nada de eso es cuestionable— agregó. La cazadora era siempre firme para expresarse, habilidad que adquirió desde muy joven, no sólo porque tuvo excelentes tutores, sino también porque a muy temprana edad tuvo que dar la cara en los negocios familiares para evitar que se fueran a pique. Un huérfano no tiene permiso para echar por la borda una herencia, y era justamente esa palabra “Huérfano” la que hacía que ella siguiese protegiendo de ese modo a Julien. —No es necesario tener alguna habilidad para saber lo que se siente cuando intentan apartar de sí a un hijo. Lo crea o no, lo comprendo más de lo que podría imaginar. Sólo puedo asegurarle que si sus mujeres temen, la suya no tendrá por qué hacerlo, no por mi parte. Sería absurdo arriesgar a mi hijo cuando ya usted sabe mi nombre y muy seguramente recordará mi rostro como si viera en él una amenaza. Su hijo no deja de ser un niño a mis ojos, más allá de lo que pueda hacer, no deja de serlo— aclaró, aunque quizás sus palabras fuesen vertidas de nuevo en saco roto.
—No quiero que vuelva a amenazarme— espetó molesta, pero sin elevar la voz —Mantengo mi palabra y haría lo que fuese necesario por proteger a mi hijo. Contemple lo que somos y tenemos ahora, frente a frente, y sopese si es necesario que vuelva a hacerlo— hasta ese momento, se contenía, pero detestaba que la amenazaran cuando estaban bajo el mismo celo que sólo puede sentir un padre. El cielo sabía que jamás haría daño a esa criatura y que, incluso, pese a su condición de cazadora, jamás había matado a un cambiaformas. Sus manos estaban llenas de sangre, sí, pero había pertenecido sólo a dos tipos de seres: vampiros e inquisidores. Las cosas no cambiarían a menos que se viera obligada a hacerlo, pero por ahora, tomó aire de manera profunda e intentó no ser tan evidente en su modo de defensa, finalmente, él también cargaba a su criatura, aunque en brazos. —Voy a irme, y además de prometer mi silencio voy a prometer algo más. Si algún día vuelvo a verlo a usted o reconozco a su pequeño bajo cualquier forma, cambiaré mi rumbo, si es que eso le tranquiliza. El motivo es más que sencillo, el padre de mi hijo está muerto, y no planeo dejarlo sólo. Tenga buena noche, Señor Moncrieff, le aseguro que yo también voy a recordarlo— y dicho esto, dio una última mirada al cachorro y se giró, llevando la carriola delante de sí y apresurando el paso, no por él, sino porque lamentablemente, el cambiante no era el único riesgo que ellos corrían.
En cuanto a Ryley, había decidido que sería un muerto para Julien. El padre ausente tendría otro nombre y un mejor destino en cada historia que ella debiera narrar para su hijo cuando empezara a preguntar. El niño no llevaba su apellido, y muy pronto le perdería el rastro. Leigh, no dudaba ni un segundo que si su ex esposo había sido capaz de desaparecer por días y acostarse con una prostituta mientras ella cuidaba a su recién nacido, no tardaría también en olvidarlo. Ellos serían para él un simple cuento, como los que ella inventaría para su hijo durante toda su vida.
Leigh Lezarc- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/01/2012
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